«Libros que matan. En defensa de la oralidad perseguida y para una crítica de la razón lecto-escritora»
«Los bienestares tóxicos. Contribución a la crítica radical del Estado Social de Derecho»
Participo en la Feria del Libro de Comodoro Rivadavia (Patagonia, Argentina) con estas dos conferencias, de acusada complejidad y alta intencionalidad polémica, los días 27 de junio y 3 de julio, respectivamente.
Reitero los textos de presentación de las charlas, redactados para los amigos que me avalaban y los organizadores:
LIBROS QUE MATAN
Absurdo erigir al Libro en un nuevo Ídolo, instituir en torno a la palabra impresa una suerte de «fundamentalismo» laico. Le cabe al libro la posibilidad de la auto-crítica; y tenemos obras que no sintieron ya la menor necesidad de halagar el mundo de la imprenta, de la edición, de la literatura venal, de las ferias del libro.
Pretendo redundar en una denuncia ingrata, a veces desatendida, pero que ha terminado visitando también los medios académicos: de la mano y casi como en una relación de fraternidad sanguínea o de camaradería política, el Libro y la Escuela perseveraron, desde el siglo XIX, en una especie de crimen redoblado, de etnocidio consentido, de celebrada fiebre alterofóbica. Juntos e inseparables, pugnaron por eliminar de la Tierra al «hombre oral», aniquilando toda «cultura de la oralidad».
Perteneció a R. Jaulin, entre otros antropólogos «divergentes», evidenciar que de la desestructuración y contaminación de las culturas-otras indígenas se seguía la muerte de las gentes. «Muerte» real, concreta, en sentido empírico, nada metafórico, como quedó documentado por este autor para los motilones de las selvas colombo-venezolanas, que perecieron casi en masa a partir de los años sesenta del siglo pasado, heridos o enloquecidos por las zarpas de los libros y de las escuelas, de los escritores y de los educadores, de aquellos demenciales «programas de alfabetización» en los que se cifraba el expansionismo genocida de la civilización occidental. «Libros que matan», literalmente…
Semejante fue la suerte de todos los pueblos nómadas orales del globo (especialmente la de los gitanos, «poetas en el vivir» según J. Baudelaire), de todas las comunidades rural-marginales del planeta, de todos los reductos sub o peri-urbanos de las grandes ciudades… Se está culminando, gracias a la hegemonía de la razón lecto-escritora y a las disposiciones «pedagógicas» que estimula sin rubor, el exterminio de las culturas y de los hombres de la oralidad.
Y, casi como «requiem», deseo señalar las dignidades y bellezas de esas civilizaciones y de esas personas, apoyándome en las investigaciones de Ong, de Lauria, de Havelock y de tantos otros: sentimiento y pensamiento comunitario, expresado en la densidad de las redes de ayuda mutua y de labor colectiva; derecho consuetudinario oral, que busca la reconciliación más que el castigo y no instituye cuerpos separados de expertos; educación también comunitaria, sin «escuelas» y sin «profesores»; democracia directa, asamblearia, de base, irreconciliable con la representación y con las urnas; pacifismo y anti-belicismo sustanciales, en parte por la desafección a las abstracciones y a los idealismos desalmados; resistencia al consumismo-productivismo capitalista y a sus consecuencias eco-destructivas, etcétera.
Apuntaré, en un segundo momento, cómo determinadas obras, tal La Biblia, El Corán o El Capital fueron asimismo co-responsables de la muerte de cientos de miles de personas, si no de millones. Bajo determinadas condiciones históricas, y también epistémicas, se «encarnaron» en seres humanos aptos para matar en serie.
Levanto mi palabra en defensa de la antropo-diversidad y en contra de ese Policía de Sí Mismo estandarizado que la cultura occidental capitalista, habiéndose armado hasta los dientes de libros, de escuelas y de educadores, de fanatismo lecto-escritor y de pedagogía invasora, está logrando universalizar.
Para enmarcar conceptual y bio-teóricamente estas palabras:
https://pedrogarciaolivo.wordpress.com/2019/05/27/la-peste-pedagogica/
LOS BIENESTARES TÓXICOS
La forma menos vaporosa del Estado Social de Derecho ha recibido el nombre de «Estado del Bienestar», que no señala un bienestar de todos en el área de las potencias hegemónicas y que y que se funda en el malestar de casi todos en el ámbito de los países dependientes, como han denunciado tantos críticos del neo-imperialismo y de la globalización.
Esta modalidad del Estado no aparece como un telos de la lógica política del Capitalismo: puede venir y puede irse, se acerca y se aleja. En realidad, no constituye más que la alternativa funcional de la gestión neoliberal. Pretendo contribuir a su crítica, pues la percibo como la mayor engañifa, como el engendro más falsario, más venenoso, que cabe disponer para la justificación (legitimación) de la coerción gubernamental y de la explotación social.
Administrados por el Estado Social, los «bienestares» generan una toxicidad específica: acaban con la comunidad, pero también con el individuo, en tanto enclaves de la auto-organización y de la autosuficiencia relativa. Illich habló de «toxicomanía de la protección estatal» para aludir a esta inhabilitación y a esta dependecia padecidas por los grupos y por los seres particulares bajo el «Dulce Leviatán» bienestarista. El resultado es conocido, y ya lo habían anunciado críticos de la talla de J. Ellul o L. Mundford: máxima atomización del tejido social e insuperable debilidad psicológica y desvalimiento existencial de los ciudadanos. Bajo la embriaguez de «derechos» que recortan «libertades» y de «necesidades» inducidas que abocan a un consumo segregador y eco-destructor, miradas de cerca por unas muy aplicadas «burocracias del bienestar social», las poblaciones de las sociedades democráticas occidentales se hunden progresivamente en una docilidad y un asentimiento acaso terminal.
Pedro García Olivo