ENEMIGOS DE LA ESCUELA POR AMOR A LA EDUCACIÓN
Encuentro informal para compartir ideas, sensaciones y experiencias en torno a la educación. Para conversar de un modo fluido, polifónico, sin cauces ni itinerarios. Se celebró el viernes 6 de julio, desde las ocho de la tarde, en «Collage. Espacio Social y Cultural» (Belgrano 1053, Comodoro Rivadavia, Chubut, Patagonia, Argentina).
Esbozo el sentido de mi participación:
«Escolarizar» y «educar» son dos procesos estructuralmente distintos. Se oponen en lo profundo, aunque admitan circunstancialmente una zona epidérmica de contacto, como el Derecho y la Justicia… La educación, sencillamente, pasa, ocurre, sucede. Ni siquiera podemos deconstruirla, sugiere Jacques Derrida. Acontece en cada intercambio comunicativo, en todos los lances de la vida social, ante cada búsqueda personal de saber o de experiencia, en las labores sedentarias lo mismo que en el vértigo de los viajes, en las servidumbres como en las fiestas, entre risas o entre lágrimas. «La rosa es sin porqué; florece porque florece», anotó Angelus Silesius: así se da la educación, flor que se corta y que se seca en las escuelas. Aunque el capitalismo occidental haya emponzoñado el aire, la educación se respira.
Otra cosa es la escolarización, proceso arbitrario, artificial, metodologizado y sistematizado, de confinamiento y «elaboración» de la infancia, encaminado a la «modelación» de la consciencia, al «diseño» de la subjetividad. Y sí, cabe deconstruir la Escuela, denunciando su pretensión de monopolio educativo, su sometimiento a las lógicas políticas y económicas imperantes, el daño psíquico («cerebral», en términos de Alice Miller) que causa a los menores, el fruto de sus despotismos manifiestos o encubiertos…
Durante milenios, la transmisión del saber, la difusión de la cultura, la socialización de las poblaciones, la moralización de las costumbres (todo lo que el término «educación» evoca, en definitiva) pudo efectuarse sin aulas para el encierro intermitente de los niños, sin educadores mercenarios como los profesores, sin saberes auto-justificativos y narcotizantes tal la pedagogía… Las culturas no-occidentales desconocían por completo este artefacto de la educación administrada, estatalizada, vigilada y vigilante. Donde se daba la igualdad económica y social, donde subsistía la libertad política, donde cada ser particular era una «fibra de comunidad» y no un aborrecible «individuo», la educación era informal, espontánea, colectiva, incesante, inseparable de los ámbitos del juego y de la labor. La culturas de la oralidad sabían de esto; y por eso muchos pueblos originarios, las etnias nómadas, tantas comunidades rural-marginales o incluso suburbiales pudieron ahorrarse ese castigo cotidiano de la niñez y de la juventud, ese horror consentido y naturalizado de los aprendizajes bajo coacción, esa prolongada pequeña muerte de la autonomía y de la libertad, esa desatada euforia de la violencia simbólica que distingue a nuestras instituciones educativas oficiales.
Pero «la noche también es un sol»: se están dando formas empíricas de resistencia al fundamentalismo de la Escuela, dentro y fuera del área occidental. En nuestro ámbito, ya no son tan extrañas la familias que retiran a los niños de tales antros y se embarcan en una genuina «aventura antropológica», a veces de forma solitaria, a veces en grupo. Tampoco faltan los espacios educativos independientes, empeñados en propiciar el crecimiento y los aprendizajes de los menores por fuera y al margen de la axiomática escolar -sin horarios rígidos, sin currículum coercitivo, sin exámenes ni evaluaciones, sin participación forzada, sin autoritarismo explícito o latente y, sobre todo, sin «profesores». Y, desde hace ya tiempo, desistiendo de buscar el amparo estatal, reacios a solicitar la legalización inquisitiva o el beso de Judas de la oficialidad, abundan los centros sociales, los colectivos, las asociaciones culturales, las casas-talleres, las bibliotecas alternativas, etc., que se presentan como auténticos dispositivos para la auto-educación de las gentes.
Hay, pues, mucho que amar en el vasto campo de la educación… Si el odio es un sentimiento humano, casi «demasiado humano», como diría Friedrich Nietzsche, y no sabríamos cavarle una fosa sin enterrarnos a continuación en ella, en ese supuesto un tanto deprimente, yo lo reservaría para la Escuela. De ahí el título de esa mesa redonda, donde conversamos «para todo y para nada», desde distintos puntos de partida («todos venimos de un dolor, que nunca es el mismo», me dijo una sanadora misak) y sin punto establecido de llegada: Enemigos de la Escuela por amor a la Educación.
Pedro García Olivo
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