Archivo de septiembre, 2021

CONTRA LOS INVENTORES DE LA FELICIDAD

Posted in Activismo desesperado, antipedagogía, Archivos de video y de audio de las charlas, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Desistematización, Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , on septiembre 22, 2021 by Pedro García Olivo

¿MUDAR EL ALMA?

En medio de la noche (yo siempre pienso, escribo y soy en la madrugada), me pregunté si mi empeño era absurdo, inútil, destartalado: “Pedro, ya sé que, en tu opinión, estás avanzando hacia una deserción completa y que te quieres borrar del mundo en tanto funcionario y profesor, pero ¿estás seguro de que se puede mudar tan fácilmente el alma?”.


“Mudar la piel es sencillo: lo hacen todas las serpientes y todas las personas que tienen alma de serpiente. Pero, ¿tú te crees de verdad que cabe “cambiar de alma”, dejar de ser lo que se fue siempre y se es todavía; te parece, a día de hoy, que está en tus manos “hacerte otro”, reinventar en lo profundo tu vida?


Estas preguntas me las está haciendo mi “demonio de la medianoche”, que me altera el sueño y, a veces, me destroza toda la jornada. Aún así lo escucho y hasta lo estimo…


No tengo respuestas aún. Dejo aquí un escrito en el que se explicita todo lo que detesto del funcionariado y, por tanto, también de mí mismo. Y un audio en el que me abro a la posibilidad de que la deserción sea un ensueño.


Pero no sé… No sé, que ya es mucho.



CONTRA LOS INVENTORES DE LA FELICIDAD
El Funcionario ha sido inventado para extraviar aún más el sentido de la tierra,
para evitar que el Libertino consiga por fin “hacerse un cuerpo” –
nada menos que un cuerpo: ajusticiamiento del Más Allá,
descodificación de los flujos del deseo



“¡No vuestro pecado –vuestra moderación es lo que clama al cielo,
vuestra mezquindad hasta en vuestro pecado es lo que clama al cielo!
¿Dónde está el rayo que os despierte con su furia?
¿Dónde la demencia que habría que inocularos?”.
F. Nietzsche



“Me han enseñado a odiar al Gran Burgués y, sin embargo, no le temo –apenas me preocupa. No veo en él más que a un esclavo: explotar al obrero, Esa es su forma de servir a la maquinaria capitalista, esa su manera de perseguir el bienestar y no encontrar más que la desdicha. Como también me educaron en el amor al Proletario, dediqué cierto tiempo a describir su dolor, relatar sus luchas, celebrar sus triunfos y lamentar sus derrotas; intuía que de aquella escritura, supuestamente explosiva, dependía incluso el Valor de mi vida. Pese a ello, nada que tenga que ver con sus miserias, con su opresión evidente, ha logrado hasta el momento desencadenar toda la irritación de que me creo capaz. Odio, temo, al Funcionario”. He aquí la confesión del Libertino, el secreto de su extraña disidencia.
Para el Libertino, el Funcionario no es tanto el sujeto de una profesión, de una actividad laboral concreta, como la encarnación de cierto perfil psicológico moderno –síntesis burguesa de la moralidad cristiana. Define al Funcionario por su percepción de la tierra, por su relación con el propio cuerpo. Sorprende en él una forma peculiar de codificar los flujos del deseo y apaciguarlos sobre imágenes siempre fijas, idénticas e inmutables: imágenes de la seguridad, de la obligación incondicional y, por tanto, tecnologías del sojuzgamiento del cuerpo, de su mutilación por una figura de la policía social anónima que se hace cargo de las riendas de la subjetividad y organiza los ámbitos complementarios de lo permitido y lo prohibido.
Y, en este sentido, como estructura psicológica y determinación moral, el Funcionario tiende a neutralizar tanto la voluntad de resistencia de los colectivos oprimidos como la capacidad de placer de las fracciones de clase hegemónicas. Perpetuará así la desigualdad social al homogeneizar la circulación del deseo (moralización despótica de las costumbres); y, con el objeto de convertir no menos a los dominantes que a los dominados en siervos profundos de la axiomática capitalista, procurará siempre -y en todos los casos- un mismo olvido de la tierra.
“¡Permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores y calumniadores de la vida, lo sepan o no. Son moribundos y están ellos también envenenados. La tierra se halla harta de ellos”: esta es la recomendación nietzscheana violada en toda regla por el Funcionario. A nadie escapa ya la iniquidad de sus fines: desplazar la Moral –preservar la Moral mediante su simple desplazamiento. Con esta movilización de la moral, y como el último hombre de Zaratustra, el Funcionario ha abandonado las comarcas donde era duro vivir, ha cultivado la discusión superficial como premisa de la reconciliación de fondo y ha organizado su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche. En pocas palabras: ha inventado la felicidad. Sí, el Funcionario ha inventado la felicidad y, con ello, ha prestado al Orden del Capital el mayor de los servicios –por fin reparada la atadura interior, de nuevo codificado el deseo, una vez más la mutilación del cuerpo.
De espaldas a la Virtud, con la Razón en la cuneta, los defensores de la tierra vienen denunciando ásperamente la felicidad del Funcionario como lamentable bienestar, sucio disfrute, atrincheramiento en posiciones políticas de complicidad. Vienen preparando, casi desde la emergencia antitética del Libertino, la hora del gran desprecio: “La hora en que incluso vuestra felicidad se os convierta en náusea, y eso mismo ocurra con vuestra razón y con vuestra virtud”. Mientras el Funcionario anhela un poco de veneno de vez en cuando -eso produce sueños reconfortantes- y mucho veneno al final, asegurando un morir agradable, el Libertino arriesga la salud y prescinde del narcótico para entregarse, como un niño, al peligro de la existencia sin ídolos. Vivir sin ídolos: “Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso correr, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse.” Vivir sin ídolos: simplemente, atreverse a Vivir, recuperar el Cuerpo.
Aquí Artaud: “Para VIVIR hay que tener un cuerpo”. Y ya lo hemos perdido por dos veces. Lo sacrificamos ante el Alma cuando aún vivía Dios; y lo sustituimos por un Organismo, un Código, un Engranaje…, tras su muerte, cuando la Razón y la Virtud modernas volvieron a enturbiar la percepción de la tierra. El Funcionario nos hurtó el cuerpo antes de que aprendiésemos a usarlo (“el hombre común ignora hasta qué punto puede llegar el vicio de tener un cuerpo y servirse de ese cuerpo”), y demostró a la maquinaria capitalista que todavía era preferible una moralidad sin Dios –una moralidad atea, la más funesta de las moralidades, el último escondrijo de la Metafísica y la mejor garantía de la dominación burguesa.
Al enterrar el Cuerpo Sacrificado (cuerpo de la moral antigua: “En aquel tiempo, el alma miraba al cuerpo con desprecio; y ese desprecio era entonces lo más alto –el alma quería un cuerpo flaco, feo, famélico”), el Funcionario suspendía la exigencia, inaceptable para la sensibilidad ilustrada, de un Dios cruel, punitivo, torturante, y desplegaba en su lugar el nuevo Orden del Simulacro. Como impostura del cuerpo, el Organismo liberará así los flujos del deseo y los protegerá de la vigilancia residual del alma –impotente. Pero solo para someterlos a la tiranía de la nueva axiomática capitalista (“jamás el cuerpo es un organismo, los organismos son los enemigos del cuerpo”). Sancionaba con ello la transición del deseo detenido al deseo dirigido: “Al cuerpo humano se le ha obligado a comer, se le ha obligado a beber, para evitar que baile; se le ha obligado a fornicar con lo oculto, para dispensarle de exprimir y ajusticiar la vida oculta”. Contra la reconducción del deseo surgió entonces la rebeldía de los inmoralistas, la búsqueda difícil de la auténtica vida sensual –D. H. Lawrence: “Existe una enorme diferencia entre el ser sensual, auténtico, y la desvergüenza escandalosa de la mente liberada que tanto nos seduce”.
En el tiempo del Cuerpo Sustituido, apenas puede vislumbrarse el destino político del deseo descodificado. Pero hemos aprendido ya a intuir su peligrosidad inherente:

“¿Quién soy?
¿De dónde vengo?
Soy Antonin Artaud y si lo digo
como sé decirlo
inmediatamente veréis mi cuerpo actual
saltar en pedazos
y constituirse bajo diez mil aspectos
un cuerpo nuevo
por el que no podréis
olvidarme jamás”.

No imaginemos la liberación del deseo como instalación en la Era de la Fidelidad a la Tierra. Que nada en nuestro discurso recuerde el teleologismo del Gran Desenlace. Pensemos más bien la recuperación del cuerpo como proceso interminable de descodificación política del deseo, negación indefinida de los modelos coactivos de la moral burguesa y articulación fragmentaria de un nuevo tipo de subjetividad histórica. Valoremos asimismo la trasgresión de la Moral por el Libertino, su desaprobación radical de la felicidad del Funcionario, como declaración de guerra al pensamiento de la Repetición y a la sicología de la Repetición. Para los Defensores de la Tierra, “hacerse un cuerpo” (“el cuerpo se lo hace cada uno, o de lo contrario ni sirve ni se aguanta”) significará, pues, ensayar la diferencia existencial, anticipar la novedad subjetiva, promover la transformación social.
Ensayar la Diferencia, anticipar la Novedad, promover la Transformación… Quizás por eso, el Libertino busca la compañía de aquellos que, desde la periferia de la Razón y en medio de la noche de la Virtud, abandonan los caminos de los demás para enfrentarse a lo imposible de la Creación –un tránsito y un ocaso. De alguna forma, el Libertino contiene al Creador, encierra la condición de la Obra –la voluntad de hacerse un cuerpo. Nadie como Nietzsche ha sabido precisar la naturaleza de su “práctica social”, evitando cualquier confusión con las desahuciadas figuras del Predicador, el Profeta, el Caudillo o el Dirigente:

“¡Ved los buenos y los justos!
¿A quién es al que más odian?
Al que rompe sus tablas de valores, al quebrantador,
al infractor –pero ése es el creador.
¡Ved los creyentes de todas las creencias!
¿A quién es al que más odian?
Al que rompe sus tablas de valores, al quebrantador,
al infractor –pero ése es el creador.
Compañeros para su camino busca el creador,
y no cadáveres, ni tampoco rebaños de creyentes.
Compañeros en la creación busca el creador,
que escriban nuevos valores en tablas nuevas.
Compañeros busca el creador, que sepan afilar sus hoces.
Aniquiladores se les llamará,
y despreciadores del bien y del mal.
Pero son los cosechadores y los que celebran fiestas.
Compañeros en la creación busca Zaratustra,
compañeros en la recolección y en las fiestas busca Zaratustra:
¡qué tiene él que ver con rebaños y pastores y cadáveres!”.

El Funcionario se reproduce a lo largo de toda la cadena de Instituciones Sociales configuradas por el Capitalismo. Encuentra, sin embargo, en la Escuela un lugar privilegiado de emergencia y consolidación. La Escuela: producción del Funcionario a cargo del Funcionario por excelencia. O también: constitución del Funcionario por medio del funcionario mejor centrado sobre la impostura del Organismo.
“Una sola boca que habla y muchísimos oídos, con un número menor de manos que escriben: tal es el aparato académico exterior, tal es la máquina cultural puesta en funcionamiento. Por lo demás, aquel a quien pertenece esa boca está separado y es independiente de aquellos a quienes pertenecen los numerosos oídos; y esa doble autonomía se elogia entusiásticamente como libertad académica. Por otro lado, el profesor -para aumentar todavía más esa libertad- puede decir prácticamente lo que quiera, y el estudiante puede escuchar prácticamente lo que quiera: solo que, a respetuosa distancia, y con cierta actitud avisada de espectador, está el Estado, para recordar de vez en cuando que él es el objetivo, el fin y la suma de ese extraño procedimiento consistente en hablar y en escuchar”. El Estado como objetivo: la aceptación generalizada de la coacción estatal como propósito y la interiorización progresiva del principio de autoridad en que se funda como premisa… He aquí la finalidad más notoria del aparato educativo.
Y, al otro lado, el Estudiante, “un bárbaro que se cree libre”, algo menos que una víctima: “de hecho, tal como es, es inocente, tal como lo conocemos es una acusación callada pero terrible contra los culpables. Deberíamos entender el lenguaje secreto con que ese inocente vuelto culpable habla a sí mismo. Ninguno de los jóvenes mejor dotados de nuestro tiempo ha permanecido ajeno a esa necesidad incesante, debilitante, turbadora y enervante, de cultura. En la época en que es aparentemente la única persona libre en un mundo de empleados y servidores, paga esa grandiosa ilusión de la libertad con tormentos y dudas que se renuevan continuamente. Siente que no puede guiarse a sí mismo, que no puede ayudarse a sí mismo: se asoma entonces sin esperanzas al mundo cotidiano y al trabajo cotidiano. Lo rodea el ajetreo más trivial, y sus miembros se aflojan desmayadamente”. El Estudiante, una acusación callada pero terrible contra los culpables, atravesado por el deseo de saber, por la enervante necesidad de cultura, y arrojado por la máquina escolar -finalmente- al ajetreo más trivial, al mundo cotidiano (la familia) y al trabajo cotidiano (la producción)… Así resumía Nietzsche, en 1872, la operación policial sobre el deseo desplegada por la Escuela con el objeto de “formar lo antes posible empleados útiles y asegurarse de su docilidad incondicional.” Operación que cabría definir también en estos términos: transformar el deseo de saber, de aprender, en necesidad de trabajar, en necesidad de desear trabajar; convertir el deseo de huir de la familia en necesidad de fundar una familia, y el deseo de independencia, de autonomía, de libertad, en necesidad de aceptar una autoridad, una regla, una disciplina.
Autoridad, Familia, Trabajo…: una vez más, la felicidad del Funcionario, el lamentable bienestar del autómata al que se garantiza un empleo bien retribuido para que perpetúe el infierno del hogar y reproduzca, de la mejor manera, el principio de obediencia y auto-constricción. Todo ello, por supuesto, en nombre de la Razón…
Y no pensemos que la influencia de la Escuela se agota en esa codificación extrema del deseo del estudiante. Al contrario, arranca de ahí para alcanzar, por la mediación de los saberes disciplinarios, el dominio de la familia, modelándolo según las expectativas de la nueva moralidad.

“Ustedes vienen para saber si los mediocres resultados de su hijo
son debidos a una tara hereditaria o si lo hace a propósito.
Pues bien, no es ni lo uno ni lo otro;
y si se confirma que los tests muestran un desnivel
entre sus capacidades y su rendimiento escolar,
precisamente por eso será necesario que me cuenten
cómo se comporta en la escuela y en casa,
cómo se lleva con sus hermanos y hermanas, con ustedes,
si tienen problemas familiares, cuáles son sus actitudes educativas…
Háblenme de su matrimonio, de sus discusiones, de sus infancias,
de sus relaciones con sus padres…
Díganme si les satisface su empleo, si saben qué hacer con su tiempo libre,
si disfrutan de una equilibrada vida social,
si son capaces de mantener la armonía en la familia…”.

De igual modo que el joven se ve dirigido hacia la figura represiva del Buen Estudiante, la familia padecerá la intromisión de los nuevos especialistas (pedagogos, sicólogos,…) en demanda de un clima ideal de convivencia: a saber, unos padres trabajadores, la proscripción de todos los vicios (“vicios son, nadie lo ignora, lo que se quiere”), una cotidianidad amable en la que la norma social apenas se discuta, la remisión permanente a la sexualidad domada y a la virtud laica del “hombre maduro”…
Para contrarrestar la efectividad coercitiva de esa reconducción del deseo (formación de la libido del buen alumno, formación de la libido trabajadora y familiarista), el Libertino huye de todos los púlpitos y evita la claudicación estúpida de todos los discípulos. Busca compañeros de viaje y emprende la Fuga –desguace de la Máquina. Para ello, persevera en el inmoralismo y cultiva la irresponsabilidad beligerante del saboteador sin escrúpulos. Desmontar la Máquina -familiar, escolar, laboral…- para descodificar el deseo y restablecer el sentido de la tierra; paralizar el Engranaje para que, de la ruina del Organismo, surja la posibilidad de una oscura recuperación del cuerpo: ese es el viaje al que nos invitan los Inmoralistas de nuestro tiempo, ese es el viaje que más teme el Funcionario –porque adivina en él la demencia que habría que inocularle. “Inocencia y olvido, un nuevo comienzo, una rueda que se mueve por sí misma, un primer paso, un inquietante decir Sí”.

[Texto extraído, con pequeños retoques, de “El irresponsable”, La linterna sorda, Madrid, 2016]

El audio mencionado, en torno al ensueño de la deserción:
https://anchor.fm/pedro-garcia-olivo/episodes/El-ensueo-de-la-Desercin–Necesidad-de-la-palabra-para-poder-callar-e17ni8u

Pedro García Olivo
Alto Juliana, Aldea Sesga, Ademuz, Valencia, 22 de setiembre de 2021

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

MALDITISMOS

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UN LIBRO EN EL BOLSILLO DEL HOMBRE QUE MATÓ A J. LENNON

Llevaba «El guardián entre el centeno», de J. D. Salinger.

Dijo que las razones por las que cometió el magnicidio estaban contenidas ahí.

Es una novela prodigiosa, redactada en la voz de un adolescente, rebelde, antisocial, sincero en lo profundo, confundido aun así a pesar de tener claras muchas cosas, espantado por el mundo que los adultos han diseñado para la infancia.

Quisiera ser el guardián que, en medio de un campo de centeno donde juegan los niños, evita que algunos de ellos caigan por el precipicio que circunda los cultivos.

El asesino de Lennon llevaba dos cosas en los bolsillos: un revólver y un hermoso libro. Cuando asesinó a Lennon quizá estaba pensando en los niños, en los campos de centeno en que jugaban; y, en su locura, para salvarlos, quiso acabar de una vez con el precipicio-Lennon.

Lennon no me interesa. Holden, el adolescente enfrentado al mundo por amor a la infancia, sí.

Siempre llevo un libro en el bolsillo; y, en mis «horas malas», como diría García Márquez, llevo también un puñal. Para defenderme del mundo adulto y de su pretensión de erradicar, mediante precipicios, la belleza de la infancia y de la primera juventud.

TE IMAGINAS, HERMANA?

Te imaginas, hermana,
que nos hayan reducido
a la última soledad,
la soledad extrema,
en la que ya ni te conozco
ni me conoces?

Te imaginas, mi hermana,
que hayan hecho del futuro
un desierto?

Te imaginas, mi vida,
que donde antes había corazón
ahora haya electrodos?

Te imaginas, cielo, un mundo y unas gentes
enmascaradas,
para que cueste un poco más
advertir su podredumbre?

Te imaginas, estrella, esta realidad
de noche sin luna
y puede que, por fin y por primera vez,
sin amanecer?

Te imaginas, amor,
que ya es tarde para todo,
salvo para darte un abrazo?

Sé que ya te lo imaginabas todo.
Sé que sabes que no existes.

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana

ALGO PARECIDO A LA LIBERTAD

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La cuestión del sujeto en Huxley

Para Aldous Huxley, la democracia es una prisión sin muros, de la cual los reclusos en absoluto desean ya escapar. Desplaza, con ello, el interés de la crítica desde el ámbito institucional, “exterior”, objetivo (controles, dispositivos, reglamentaciones y policías,…), hasta la esfera del sujeto mismo, de lo que acontece en su corazón y en su cerebro: por ejemplo que, al fin, dejó de desear la libertad…

Varios ensayos y artículos de su libro «Al margen» alumbran ese asunto, mediante una técnica impresionista de acumulación de pinceladas sueltas, acentuando drásticamente los efectos de perspectiva y cambiando sin cesar el ángulo de visión. En el escrito sobre «Cándido o el optimismo», constata, atormentado, cómo el horizonte histórico-social descrito por Voltaire, aquel cuadro de catástrofes y de desastres, puede reconocerse, punto por punto, en el convulso panorama del primer cuarto del siglo XX, del que se presenta como cronista, con una guerra mal enterrada y otra naciente, con los fascismos en desperezo, el imperialismo adiestrándose en la masacre y en el etnocidio, la industria avasallando a los hombres y destruyendo el ambiente, etcétera.

Vivimos, desde entonces, en “el corazón de las tinieblas” (J. Conrad), en “las entrañas del horror”; pero, para Huxley, los cataclismos, las nocividades, los sucesos infaustos, ya no se “vivencian” del mismo modo: ha cambiado el sujeto, somos ya “otros”; y hemos dejado peligrosamente atrás el “asombro” de Cándido ante la infamia, ese “asombro” sublevado que, en su opinión, aún recorría toda la obra de Zola…

El sujeto se ha habituado a la vileza, se ha acostumbrado a lo monstruoso, se ha instalado, sonriente, en la catástasis de la tragedia. El mal dejó de asombrarnos; y, por ello, Aldous Huxley ya no puede simpatizar con la recomendación cantarina que cabe extraer del Cándido: “Cultivar, con amor, esmerados, pacientemente, nuestro propio jardín”. “¿Qué ocurre —nos pregunta— si ese jardín es lastimoso, deplorable y no vale la pena cultivarlo? En sus palabras:

“La mayor dificultad es que algunos de nuestros jardines no merecen la pena de ser cultivados. El jardín de un escribiente de banco, de un obrero fabril, de una dependienta de comercio, de un empleado del Estado, de un político, ¿es posible cultivarlos con verdadero entusiasmo? E igual ocurre con mi jardín: el jardín del periodista literario (…). ¿Para qué cultivarlos? ¿En beneficio de quién? (…).
«Il faut cultiver notre jardin». Sí, sí; pero supongamos que alguien empieza a preguntar por qué”.

¿Qué cabe esperar del jardín íntimo del sujeto real, del sujeto empírico, de carne y hueso, que no aspira ya a la libertad, orgulloso de malbaratar sus días en esta cárcel al aire libre (Horkheimer) de las sociedades democráticas occidentales? ¿Qué celebrar en el cultivo de nuestros lamentosos jardines interiores, tan sucios como los de nuestros vecinos y que solo dan frutos aborrecibles? Así como el subconsciente accesible del individuo actual es patético —lo comprueban a cada rato los psicoanalistas, como recordaba Sloterdijk— y no contiene nada en sí mismo emancipador, saludable, bonanzoso, así también, nuestros jardines nos castigan con cosechas deprimentes.

En «Acidia», Huxley ilustra cómo el muy legítimo “desencanto” de los románticos, aquella tristeza ante lo real-social, aquella desesperación incluso, aquella desilusión “negativa” —que se transfunde a lo mejor de la literatura y de la filosofía posteriores, y que tiene que ver con el esplín, con la melancolía, con la constricción ante lo insufrible-histórico—, el llamado «mal du siècle», alberga todavía un nódulo de dignidad y casi de esperanza: deviene como la respuesta de la consciencia humana a un horizonte histórico-social estrictamente abominable, con la caída de todos los ídolos y la suma de todas las decepciones (la libertad por la que suspiraba la Revolución Francesa y el sufragio universal en el que se cifró su garantía habían engendrado el más temible sistema de opresión; el progreso prometido por el industrialismo solo había generado miseria para la mayoría y “riquezas obtenidas torcidamente” para unos pocos, devastando de paso la Naturaleza; la expansión del asociacionismo y el fortalecimiento del común que tantos idealistas vinculaban a la urbanización y a la racionalización de la existencia en las ciudades devenían broma cruel ante la vida abúlica y el individualismo empequeñecedor de los residentes en las nuevas atestadas localidades; etcétera). La acidia de principios del siglo XX estaba, pues, más que justificada históricamente y casi honraba a cuantos la padecían.

Lo que primeramente, en la Edad Media, se vio como un pecado, una asechanza del “demonio del mediodía” (demon meridianus), que afligía y paralizaba a los hombres, llevándolos a la condenación eterna; y que, más tarde, desde mediados del siglo XVIII, se atendió como un proceso morboso (una enfermedad, un trastorno de la psique); acabó convirtiéndose, andando el tiempo, en un “necesario”, “motivadísimo”, estado de ánimo colectivo, en la disposición prevalente de la emotividad social, en el espíritu de la época. No obstante —y nos acercamos a lo más acerado del análisis de Huxley, que nunca fue, por cierto, un afable estrechamanos—, ya se registraban, por aquí y por allá, las primeras, si bien todavía esporádicas, manifestaciones de la “decadencia del asombro”. Ya se estaban reuniendo los mimbres para el trenzado de una nueva forma de subjetividad, ganada cada vez más para la aquiescencia. Se había empezado a modelar, con cautela, sin prisas, un nuevo tipo de hombre, en el que hoy nos reconocemos plenamente, y que acabaría a la postre con la acidia…

***
El sujeto del siglo XXI es otro, sin asombro y sin acidia. No ha cambiado, en lo sustantivo, el mundo; pero sí los hombres. Emerge el cinismo, esa “mala consciencia ilustrada” que desemboca en la resignación y en la aceptación terapéutica de la mancha en lo real (García Gual). Conscientes de todo, sabedores de todo, sin sorpresa y casi sin dolor, admitimos lo dado y seguimos adelante… Ante los cataclismos, las conflagraciones, los infortunios, las iniquidades sucesivas…, que ya conocemos, que hemos documentado e inmortalizado en miles de novelas, películas, obras de teatro, ensayos de filosofía, tratados de historia o de sociología, etc., optamos con premeditación por “mirar a otra parte” (“desatención selectiva”, decían los psicólogos de la guerra), por auto-anestesiarnos metódicamente. Hacemos entonces del horror nuestro hogar; y vivimos en el seno de la atrocidad sin el menor espanto, sin melancolía, sin desesperación… Puesto que el cínico es inteligente, y presume de su capacidad para la autocrítica y para el realismo descarnado, ni siquiera intenta engañarse: sabe que se le escapó para siempre el afecto profundo, la alegría verdadera y la soberanía sobre sí mismo; y se contenta entonces, de nuevo medicinalmente, con “algo parecido a…”, como lamentaba Gertrud, en el film homónimo de Th. Dreyer: “algo parecido al amor”, “algo parecido a la dicha”, “algo parecido a la libertad”.

“Algo parecido a la libertad”: consumir sin descanso, compulsivamente, como si vivir fuera comprar, y conformarnos con el aliviador margen de elección que se nos otorga en tanto “hombres económicos” (Ellul lo desgranaba en adquirir, vender, intercambiar, poner precio a las mercancías,…), mientras nos dejamos emponzoñar —anota implacable Huxley, en «Placeres»— por la “industria de la diversión”, con sus miseriosas y vacías holganzas administradas. Un ocio alienado, mecánico, pasivo, que a su modo exige obediencia, se añade a un trabajo alienante, no menos maquínico, basado en la servidumbre, y se obtiene así el día perfecto, donde aún cabe degustar “algo parecido a la libertad”.

El pesimismo del primer Huxley es diáfano: nuestra civilización moderna no está en peligro por imaginarios (o fabricados) “enemigos externos”, sino por “los diversos venenos que, mediante un proceso de autointoxicación, destila dentro de sus propias entrañas”. “Los peligros más alarmantes son aquellos que amenazan nuestra civilización desde dentro y que acechan a la mente más que al cuerpo: el estado del hombre contemporáneo”. Las sociedades democráticas occidentales están condenadas: en esto Aldous Huxley daría la razón a Anselm Jappe, para quien el sistema capitalista será devorado a medio plazo por sus propias contradicciones internas. Pero, como sugieren ambos, la sociedad del futuro, pos-democrática y pos-capitalista, la nueva formación sustitutoria, no tiene por qué revelarse necesariamente mejor que la actual. Nada habrá que celebrar en ella si el sujeto no se ha modificado entretanto.

No hay, pues, motivo para la esperanza mientras seamos como somos; se evapora todo optimismo ante la mera contemplación de los ejemplares humanos que continuamos criando en nuestras casas y en nuestras escuelas, mediante nuestras instituciones y bajo el poder de nuestros medios. Como, desde hace décadas, ni siquiera sufrimos ya la prisión; como no padecemos en esta penitenciaría sin rejas y sin vigilantes, y el deseo de escapar apenas alcanza a ser la más anacrónica rareza de los pocos raros contemporáneos; como nada nos asombra y muy poco nos aflige, moriremos nuestras vidas entre sucedáneos, entre esas cosas “parecidas a…” que tanto nos consuelan. ¿A no ser que nos embarquemos en la aventura indefinible, polimorfa y heteróclita, de la deconstrucción y la reconstrucción personal: deshacerse en pro de deshacer, rehacerse a fin de hacer? ¿A menos que nos erijamos en procesos de autoconstrucción (ética y estética) para la lucha?

Así me he querido leer esta mañana en Huxley…

Pedro.

(Retomando una nota de principios de 2016)

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

La Era del Agradecimiento

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La gratitud de las víctimas

Gracias, Administración, por salvarnos de la Peste contemporánea, la de ese virus.
Da igual que unos pocos locos digan que la Peste es usted y que le abrió las puertas a la enfermedad para robustecerse.
Gracias!

Gracias, Administración, por enseñarnos a ser más cívicos, empáticos, resilientes, pro-activos, patrióticos, humanitarios.
Da igual que unos pocos locos digan que el Monstruo es usted y que, mediante sus hipócritas palabras, anhela robotizar por completo a la población.
Gracias!

Gracias, Administración, por reparar en los pobres, los vulnerables, los precarizados; y asistirlos con subsidios, rentas básicas, oficinas de protección, subidas mínimas del salario mínimo.
Da igual que unos pocos locos digan que usted es el brazo izquierdo de la explotación y labora para un perfeccionamiento en dulce de la opresión capitalista.
Gracias!

Gracias, Administración, y sobre todo, por los tratamientos, la farmacopea y los sanitarios (expresión que designa, al mismo tiempo, a los retretes y a los médicos: la más sincera de las palabras).
Da igual que unos pocos locos señalen a la Medicina Científica como la enemiga mayúscula de la Salud y, al lado de usted y de sus correccionales (perdón, quería decir «escuelas»), también como la adversaria de fondo de la vida humana.
Gracias!

Vivimos en la Era del Agradecimiento. Y ya hemos sido vacunados contra la rebeldía. Es el siglo del Ciudadano Robot.

https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2021/03/la-forja-del-ciudadano-robot.pdf

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz

W. BLAKE O LA SENSIBILIDAD DEL TRANSGRESOR DE FONDO

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W. BLAKE. Poemas escogidos


https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2021/09/wp-1631196031277.pdf


Capaz de demoler la moral establecida, navegando las aguas bravas del malditismo literario; apto para sugerir una suerte rara de “teología negativa”; habilitado para cuestionarnos de arriba a abajo, de afuera a adentro, con sus palabras y con sus grabados; este artista, “uno de los hombres más extraños de la literatura”, según Borges, sin duda el menos contemporáneo de los escritores, se nos revela al mismo tiempo como una persona extremadamente sensible, sufriendo en sus textos por la suerte de la infancia (infancia escolarizada, infancia empobrecida, infancia no amada), sufriendo por el destino de esas clases populares amarradas a la miseria, sufriendo por la situación de las mujeres de su época…

El poeta que elogió la libertad en el amar, que repudió la esclavitud y el trabajo infantil, que detestó la tiranía religiosa y el despotismo político, revolviéndose contra la Iglesia y contra el Estado; el visionario que lanzó dardos envenenados contra el casi invencible racionalismo occidental, y todo esto a fines del siglo XVIII, merece nuestra estima y vive, desde hace décadas, en mi corazón.

Con estos “Poemas escogidos” saldo una deuda emocional, sentida más como un abrazo que como un atadura, con el artista que grabó para siempre en mi consciencia, entre otras, estas palabras:

“La versión del demonio es que el Mesías fue quien cayó y formó un Cielo con lo que había hurtado al Abismo”.

“La senda del exceso lleva al palacio de la sabiduría”.

“Los tigres de la ira son más razonables que los caballos de la instrucción”.

“El gusano partido en dos perdona al arado”.

“El acto más sublime consiste en poner a otro ante ti”.

Wiliam Blake se halla entre los más sensibles transgresores de fondo que en nuestra cultura se han dado…

Pedro García Olivo

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ADIÓS A LAS AULAS!

Posted in Activismo desesperado, antipedagogía, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Desistematización, Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , on septiembre 2, 2021 by Pedro García Olivo

De vuelta a la confederación de mis almas

Se acabó mi baño de infamia, que duró dos años. Y regreso a mi baño de monte, de bosque, que durará lo mismo que mi vida.

Comuniqué al director de mi Instituto y al inspector que nunca más pisaré un aula.

Seré feliz: voy a ser expulsado del oficio, de la condición de profesor y de funcionario, por esta determinación mía de no atravesar nunca más el umbral de un Centro Educativo.

Regreso a mi ser de siempre, después de esta odisea por la vida gris contemporánea.

Para saltar, para huir, me sirvieron lecturas y relecturas: obras de Galdós, de Baroja, de Pardo Bazán, de Ende, de Kafka…

Bajo el apoyo de lecturas,
pero también de paisajes,
de silencios,
de esos llamados «tiempos muertos»
tan gravidos de vida,
de queridos animales,
perros, gatos, lagartijas…,
solo tengo que decir
que ya no doy clases.

Volví a ellas por una relación
de amor con Adara
que murió;
y ya me fugo de la Escuela:
seré expulsado del oficio
por absentismo calculado,
programado,
consciente,
deliberado,
liberador.

Adiós a las aulas!

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana, donde la libertad

¿Eres la noche?

Para perdidos y reinventados

¿Eres la noche?

Para perdidos y reinventados