Archivo de Civilización

UN ARCO DE LITERATURA ESCÉPTICA («¡Para qué queremos hablar, si ya no podemos engañarnos?»)

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De Canguilhem a Cioran, un arco de literatura escéptica, diríamos que «negativa», refuerza cierta tradición de textos intempestivos, de escrituras desasosegantes, disparando dardos envenenados contra nuestras seguridades teóricas y nuestros acomodos existenciales… Lo comparto con vosotros y sumo una flecha.

1. «¿QUÉ ES LA PSICOLOGÍA», de Georges Canguilhem,

En solo diez páginas, Canguilhem, maestro de Focucault, desnuda la supuesta «ciencia» psicológica y la terrible práctica de los psicólogos. Recomendado para todas las víctimas y todos los odiadores de la psicología.

Destaco unas palabras, del principio y del final de este bello artículo:

«En realidad, ante muchos trabajos de psicología, extraemos la impresión de que mezclan:

1. Una filosofía sin rigor.

2. Una ética sin exigencia.

3. Y una medicina sin control».

«Muy vulgarmente entonces, la filosofía le pregunta a la psicología: «¿Dime hacia qué tiendes para que yo sepa qué cosa eres»? Pero al filósofo le cabe también dirigirse al psicólogo -por una vez puede pasar- bajo la forma de un consejo de orientación, y decir: Cuando se sale de la Sorbona por la rúe Saint Jacques, se puede ir calle arriba o calle abajo; si se va hacia arriba, nos acercamos al Panteón, que es el conservatorio de algunos grandes hombres, pero si vamos hacia abajo, nos dirigimos directamente a la Prefectura de Policía».

Para descarga libre e inmediata de este texto: «¿Qué es la psicología?»

https://www.facebook.com/pg/desistematizacion/posts/?ref=page_internal

2. «RETRATO DEL HOMBRE CIVILIZADO», de E. M. Cioran.

¿Por qué hemos concedido tan fácilmente que la civilización es «preferible» a la barbarie? ¿Quién supuso que las sociedades subsumidas en el proceso histórico, como las nuestras, son de algún modo «superiores» a aquellas otras que escaparon del tiempo, se burlaron del Progreso y quisieron congelarse en una formación primitiva? La provocación-Cioran, retratándonos magistralmente, suscita estas y otras preguntas.

Para descargar libre del texto: «Retrato del hombre civilizado»

https://www.facebook.com/pg/desistematizacion/posts/?ref=page_internal

3. «¡QUE SE FUERAN PARA SIEMPRE!»

Después de casi 30.000 muertos, tienen que irse de una vez. Me gustaría borrar de mi memoria la imagen de un tal Sánchez, hormiguita de la auto-validación, de ese Iglesias, catedral del narcisismo, de toda la derecha española, histriónica y patética. ¡Tras 30.000 muertos, 0 políticos! Incluso antes de la pandemia, sobraban todos los políticos.

Me gustaría que se fueran de una vez todos esos empresarios que se alaban a sí mismos por crear «puestos de trabajo» cuando lo que originan son «posiciones de esclavitud».

Que se fueran los comerciantes todos, los mercaderes sin excepción, pues se enriquecen en el aprovechamiento de la necesidad humana de subsistir o en la rentabilización de «necesidades fabricadas». Quien vende se vende y su precio como mercancía debería ser la desaparición.

Que se fueran los profesores, los maestros, los educadores, los asistentes sociales, los terapeutas, los psicólogos y los psiquiatras, las ONGentes, etcétera, personas que padecen la más horrenda de las adiciones: «Parasitar el sufrimiento ajeno y construir una imagen digna de sí mismas cuando solo están sirviendo al más homicida y etnocida de los sistemas conocidos, el Capitalismo Occidental».

Que nos vayamos también todos nosotros, pues seguimos una vida con «instrucciones de uso» y somos menos libres que el conejo en su conejera. Que nos vayamos de una vez, pues no hay espejo veraz que soporte nuestra fealdad social e histórica sin hacerse añicos. Espejos falsos los compramos todos los días, desde la sonrisa del Jefe o del Patrón hasta el beso emponzoñador del compañero emponzoñado.

Que se fueran todos y que nos vayamos todos!

(Aforismos desde los no-lugares)

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Pedro García Olivo, Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz, Valencia, 15 de mayo de 2020

EQUIVOCARSE DE OBJETO PARA EL MIEDO*

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¿Qué es lo que tanto tememos de la Catástrofe?

I)

Es la nuestra una «cultura pánica», se ha dicho. Recuerdo, a propósito, un interesante estudio de H. P. Dreitzel: «Miedo y Civilización». Pero, a menudo, nos equivocamos de objeto para el miedo…

Conforme los países de América Latina, como en un pase de lista, uno tras otro, saltan del Estado Social al Estado mínimo neoliberal, son cada vez más las gentes que se alarman y se horrorizan. Ya no es solo el típico sensacionalismo negativo de izquierdas el que, soñando que así agita y desestabiliza, dibuja un cuadro siniestro de penuria, hambre, delincuencia y represión, degeneración completa de la vida social, etcétera. Son también las gentes comunes, no reclutadas políticamente, las que incuban ese terror hacia la Catástrofe que habría de seguir a la emergencia y consolidación de los gobiernos neoliberales. Así como está a la orden del día una «crítica de la razón periodística» que debería incluir la afición a la hipérbole, al maniqueísmo y a la repetición característica de la prensa militante, se siente hoy que ya no hay razones para el miedo a una Catástrofe venidera, pues, en cierto sentido, vivimos desde hace tiempo en su seno, hemos aprendido a navegarla y a soportarla y son otros, siempre otros, los que, en el ojo del huracán civilizatorio, padecen sus efectos centrales.

Porque, acaso por desgracia, el neoliberalismo no es tan estúpido como para desencadenar sin más un clima «ingobernable» de malestar social y existencial. Ya no opera así, pues, habiendo aprendido de los errores del pasado, sabe jugar sus cartas, que son nuevas.

El neoliberalismo contemporáneo aspira también al bienestar de las poblaciones, pero por medios no directamente estatalistas, al margen de las recetas de la socialdemocracia clásica o del populismo. El interés de los grandes empresarios y de los capitalistas transnacionales que apuestan por esta modalidad de gestión del espacio social no es muy diferente del que animaba a las burguesías industriales («nacionales») y a las clases medias respaldadas por por las versiones latinoamericanas varias del Estado Social movimiento bolivariano, indigenismo de Estado, kirchnerismo, Partido de los Trabajadores en Brasil… Tanto uno como otro, y más allá de las distintas políticas económicas y sociales que aplican para gratificar a esta o aquella fracción de la clase burguesa, anhelan una sociedad equilibrada, hasta cierto punto armónica, con pocos motivos de descontento general, a salvo de conmociones sociales y de apetencias revolucionarias.

Que el bienestarismo está ya en el horizonte programático de los neoliberales lo ha ejemplificado la historia reciente de Chile, donde la Empresa toma el relevo al Estado para afianzar ese clima social de seguridad y de acomodo, ese ambiente políticamente amortiguado que demandan los capitalistas a fin de colocar acertadamente sus productos y mantener el buen rumbo de los negocios. Antofagasta constituye una ilustración sostenida de esa «benevolencia» pérfida, puramente estratégica, del neoliberalismo de avanzada, reconciliador y civilista.

Por eso decía que nos equivocamos de objeto para el miedo. Y es que lo que debería asustarnos es, precisamente, la alternancia rítmica de dos modos de explotación económica y de opresión social, de coerción política y de sistematización de la vida, que, más allá de sus diferencias metodológicas o procedimentales, persiguen un mismo objetivo: la reproducción optimizada del Capitalismo demofascista. Valga como ilustración el caso argentino: Macri sustituyó a Cristina, con lo cual el neoliberalismo reemplaza al Estado Social populista; y, según muchas encuestas, bien pronto Cristina o alguien de su calaña ocupará de nuevo el lugar de Macri…

Con esta estudiada alternancia, de la que Europa sabe bastante, hay algo que se está perdiendo para siempre: el ansia de libertad económica y política, el deseo de escapar de lo establecido, la voluntad de autonomía existencial y organizativa, el gusto por la autogestión del propio cuerpo y de la propia vida, las luchas que no pretenden reformar o «humanizar» el Capitalismo, sino desaparecerlo.

Bajo formas diversas, cambiantes, con formatos alterados, admitiendo también mixturas, el amplio Estado Social de Derecho y el Estado mínimo neoliberal constituirán, para las próximas décadas, las dos bazas con las que contará el Capitalismo globalizado para satisfacer su pretensión de eternidad, entreteniendo y despistando de paso a las poblaciones.

II)

Nos equivocamos de objeto para el miedo porque los peligros que nos acechan, las verdaderas amenazas, son de otra índole; y ya no pasan por la modalidad de gobierno, por el tipo de partido que haya ganado las elecciones, por las dimensiones de la «crisis» económica que atraviesa la Nación, etcétera. A esa Catástrofe real, no soñada o exagerada, me referí en un capítulo de El enigma de la docilidad. Transcribo esas páginas…

¿Qué es lo que tememos de la Catástrofe?

Decir tranquilamente que Occidente avanza con mucha decisión hacia la Catástrofe hoy ya no constituye un signo de extravío o de excentricidad. Desde campos diversos se ha llamado la atención sobre las distintas espadas de Damocles que penden sobre la cabeza de nuestra Civilización: la nuclear, la ecológica, la demográfica, la económico-social,… Determinadas corrientes de pensamiento y de investigación han asumido la Catástrofe en tanto destino de Occidente y han partido de esa certidumbre, como de un dato incontestable, para interrogarse por cuestiones conexas: ¿Cómo se explica la pasividad de las gentes ante las amenazas, ante los avisos de Catástrofe que se ciernen sobre sus vidas? ¿Tiene que ver esa parálisis con el miedo, con el pánico que podría haberse instalado en nuestra Cultura? Este ha sido el punto de arranque de investigaciones como la de Hans Peter Dreitzel (autor de Miedo y Civilización), que conectan con líneas de reflexión interesadas en la problemática de la decadencia de nuestra formación socio-cultural. Para P. Sloterdijk, por ejemplo, la decadencia de Occidente (“vivimos sostiene en la eterna víspera de aquello que ya ha sucedido”) se manifiesta sobre todo en la ausencia de movilización de los hombres frente a las “catástrofes de advertencia” que nos asaltan en nuestros días como verdaderas “advertencias de la Catástrofe”. Sería la nuestra una “cultura pánica” en la que el miedo desarma y paraliza a los individuos, incapacitándolos para toda respuesta, para toda tentativa seria de salvación. En “¿Cuántas catástrofes necesita el hombre?” (1977), Sloterdijk, concordando con Günter Anders, estimó que nuestra Cultura, en su decadencia final (en su agonía) ya solo podía hacer una cosa antes de extinguirse: universalizarse.

Desde el ecologismo radical casi nadie duda de que la Catástrofe nos persigue por delante. En “La última ilusión”, Jürgen Dahl ha defendido, de forma convincente, una tesis muy antipática a los ojos del Pensamiento Único: que para conjurar la quiebra ecológica global no existen expedientes, carecemos de los medios, dentro de los marcos del sistema liberal-capitalista, pues la causa del deterioro irreversible del medio ambiente radica en las formas de producción inherentes al mismo. Solo una detención y un retroceso, una marcha atrás, en el proceso de desarrollo económico e industrial, con sus consecuencias ‘indeseables’ sobre el nivel de vida de las poblaciones occidentales fin de la opulencia, pobreza sostenible podría mejorar las expectativas. Pero no hay fuerza política con aspiraciones de gobierno dispuesta a convertir esa exigencia de un fin del bienestar en programa electoral, capaz de asumir esa condición de un nivel de vida austerísimo, anti-consumista, como eje de un proyecto viable de desaceleración de la ruina ecológica… Más realista parece la tesis de que nada se hará en esa dirección, por lo que la máquina productiva del Capitalismo va a continuar devastando la Tierra hasta que la Catástrofe ponga las cosas en su sitio. “Hay que esperar a que se produzca la Catástrofe a fin de que esta provoque algún cambio y al hablar de Catástrofe se habla del gran estallido final que, muy probablemente, arrasará una parte del mundo resolviendo así unos cuantos problemas, que habían llegado a ser insolubles, con el simple expediente de la destrucción, y dejando un mundo diezmado en el que tal vez sea posible seguir viviendo” (Dahl).

¿Para cuándo esta Catástrofe, a la que también se ha referido Gerd Bergffleth (“es necesario un salto hacia la propia muerte”), junto a los denominados, despectivamente, “oradores fúnebres de la Posmodernidad”? Según Soloviev, la civilización llegará a su fin (que será, en opinión del filósofo ruso, el fin de todo) en la plenitud del “siglo más refinado”. Para Cioran, que tampoco duda de la inminencia del Siglo Final (“nos preside ha escrito una providencia negativa”), y que ve en la ‘mecanización’ el inicio de nuestra perdición, o, mejor, el apresuramiento de la misma (“no son las máquinas las que empujan al hombre civilizado hacia su perdición; es porque ya iba hacia ella que las inventó como medios, como auxiliares, para perderse más rápida y eficazmente”), hay algo que ocurrirá antes, algo previo, y ya en curso: la uniformización del planeta, la aniquilación mundial de la Diferencia. Con el fin de asegurar una perdición absoluta, una perdición global, el hombre civilizado “se encarniza nivelando, uniformando el paisaje humano, borrando las irregularidades y proscribiendo las sorpresas”. He aquí lo que nos caracteriza como occidentales, como representantes de una cultura decadente, pánica y cínica: “no concebimos que se pueda optar por un género de perdición distinto al nuestro”. La Globalización es la antesala de la Catástrofe…

Hay también quien se resiste a aceptar la conveniencia de la Catástrofe; y, no pudiendo creer en la capacidad de enmienda del Capitalismo capacidad de ponerse límites, de echar el freno, de dejar de ser él mismo, aboga por una “eco-tiranía”, por una “eco-dictadura”: obligar a las poblaciones a que se comporten, en su relación con el medio, como deben comportarse para asegurar simplemente la subsistencia de la especie humana; obligarlas a vivir como se debe vivir para esquivar aquella Catástrofe. Se trataría, sin duda, de la más filantrópica de las Dictaduras, una tiranía verdaderamente “humanitaria”. A esta “eco-dictadura” se refería Hans Jonas cuando alegaba que, si ha de seguir existiendo una humanidad sobre la Tierra, habrá que renunciar a los lujos de la libertad; y, entre otros, le ha dedicado muchas páginas Rudolf Bahro, en su Lógica de la Salvación. Para este autor, “el gobierno de salvación será totalitario, o eco-dictatorial, o como queramos llamarlo, en tanto en cuanto los individuos no hagan el menor intento de ponerse por propia convicción a la altura del desafío histórico: asegurar la subsistencia de la especie humana en la Tierra, acabando para ello con las orientaciones económicas y las prácticas políticas ‘exterministas’ hoy dominantes”.

Desde luego que resulta “peripatética” esta idea de una Santa Tiranía, de una Dictadura Filantrópica; desde luego que incomoda aceptar la postulación de una Catástrofe inminente (“inminente” es un término relativo: quiere decir enseguida, a la vuelta de un puñado de años o de unos pocos siglos). Pero, ¿podemos creer aún en la voluntad de auto-corrección del Productivismo? ¿Podemos confiar en que será revisada y neutralizada la lógica económica de crecimiento, de producción y consumo imparables, que caracteriza al Capitalismo y también distinguió al Socialismo? Cabe imaginar fórmulas de organización político-económica que, apartándose del productivismo, y recuperando los elementos positivos de las tradiciones colectivistas, cooperativistas, agraristas, etc., instituyan modelos de sociedad infinitamente menos dañinos para la naturaleza que el actual y, de esta forma, garanticen la no-extinción de los seres humanos. La tradición libertaria sabe mucho de esa posibilidad: históricamente, se ha incursionado por vías poco holladas que permitirían al hombre sortear “santos despotismos” y “catástrofes prometidas”.

Pero ¿hay personas (o podrá haberlas) dispuestas a aceptar un cambio tan drástico en sus hábitos políticos y económicos; capaces de asumir que han sido formadas y educadas en una farsa sangrienta, y que han invertido toda su vida en el error más estúpido y en el abono de la perdición de la Humanidad? Si se pudiera responder afirmativamente a esta pregunta, aún quedaría un resquicio para la esperanza. Si la respuesta es negativa, ya solo resta una cuestión por plantear: ¿Qué es lo que tememos de la Catástrofe? ¿Qué tememos de la Catástrofe cuando la mayoría de nuestros congéneres vive ya en su seno (Catástrofe de pasar hambre, de ver morir a sus hijos en la infancia, de saberse indefensos y a merced de las enfermedades, de no poder escapar del terror político,…)? ¿No será que lo único que nos parece mal de este Infortunio cotidiano, en cuyo corazón viven ya millones de personas, lo único que nos inquieta y estremece, es que mañana pueda también afectarnos a nosotros, los occidentales, los hombres y mujeres que durante los últimos siglos hemos hecho todo lo posible para que la Catástrofe sea el destino de los demás y ahora retrocedemos espantados ante la sospecha, si no la certidumbre, de que también habrá de ser el nuestro ?

¿Qué es lo que tanto tememos de la Catástrofe?

*** *** ***

*El primer apartado de este escrito se corresponde con el texto base del audio que compuse para Radio Alegría Libertaria y el blog «Ilusionismo social», proyectos antagonistas en los que participo. Para acceder al audio:

http://ilusionismosocial.blogspot.com/2019/01/013-de-nuestro-des-informativo-semanal.html

miedo

alegría

enigma

chinesci

Pedro García Olivo

Buenos Aires, 25 de enero de 2019

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

MUNDO RURAL-MARGINAL

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Diferencia amenazada que nos cuestiona

“Habrá que vestir luto por el hombre
el día en que desaparezca el último iletrado”
E. M. Cioran

PREÁMBULO

De qué hablaré

Pretendo hablar del “mundo rural-marginal”, que se desdobla en función del grado de “modernidad” de las sociedades: en el entorno de los llamados países desarrollados, centro capitalista, el mundo rural-marginal se refugia en las aldeas de montaña, recónditas, aisladas, un tanto inhóspitas, y se expresa en la figura del pastor antiguo; en el ámbito de los llamados países subdesarrollados y emergentes, periferia que en parte dejará de serlo, el mundo rural-marginal halla su imagen más nítida en la comunidad indígena orgullosa de sus “usos y costumbres” tradicionales, en los pueblos indios que hacen valer su comunalismo económico, su igualitarismo social y su democracia directa tal verdadera empalizada contra la apisonadora occidental del Capital y el Estado de Derecho.

Obedeciendo a muy distintos procesos históricos, entre lo rural-marginal occidental y extra-occidental se descubren sorprendentes analogías estructurales. Pero me interesa, en particular, subrayar lo “atentatorio”, lo “disidente”, lo “insumiso” de este mundo, ciertamente amenazado, ante la sensibilidad “moderna”, “ilustrada”, ante el sujeto “racional”.

Quisiera, con este doble movimiento de escritura, evocar la crisis y decadencia de las sociedades occidentales, tal y como se refleja en el espejo roto de lo rural-marginal.

Desde dónde hablaré

Hablaré por la experiencia, como hombre que reside, desde hace más de veinte años, en aldeas de pastores, fugitivo de la ciudad y de la educación mercenaria, aferrado durante mucho tiempo a un pequeño rebaño de cabras lo mismo que a una tabla de salvación frente a la axiomática de la civilización occidental. Experiencia también de un viajero que exploraba la resistencia indígena a fin de negarse a sí mismo. Y hablaré desde la escritura, por haber compuesto, mirando afuera, «Desesperar» y «La bala y la escuela», compendio de lo que quise aprehender de ese mundo periférico; y, mirando adentro, «El enigma de la docilidad» síntesis de lo que he logrado odiar de la centralidad de nuestra cultura.

[Se acaba de re-editar en Valencia Mundo rural-marginal, ensayo libre que, desde registros estilísticos diversos, afronta cuestiones espistemológicas y socio-culturales involucradas en el acercamiento occidental a la Diferencia y en el sentido de una lucha desesperada por su defensa y preservación. Agradezco a los compañeros y amigos de Ediciones marginales el esfuerzo realizado. Que esta obra quede en su interesante catálogo de publicaciones es para mí un motivo de contento. El ensayo se puede descargar desde este blog: https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2018/04/mundo-rural-marginal-diferencia-amenazada-que-nos-cuestiona-de-indc3adgenas-y-pastores.pdf%5D

Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 20 de setiembre de 2018

LA REFINADA HIPOCRESÍA DEL INTERCULTURALISMO

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Acoso colonial-escolar a la diferencia

Entendido en sentido amplio (como eliminación física y neutralización cultural), el «etnocidio» contemporáneo, ostensible a cada hora, manifiesto en todos los continentes, avanza de la mano de una ideología-punta exquisitamente hipócrita: la del interculturalismo. Se trata de un barniz auto-justificativo elaborado precisamente por los colonizadores, siempre interesados en aplastar la diferencia mientras hablan precisamente de protegerla. Apunta a una «monoculturalidad», a una globalización avasalladora de la civilización occidental.

Siendo vasta la tarea que, para el logro de una supuesta «coexistencia pacífica de todas las culturas», encomienda a la Escuela, esta narrativa parte siempre de un «postulado», en la acepción rigurosa del término («proposición cuya verdad se admite sin pruebas y que es necesaria para servir de base en ulteriores razonamientos», diccionario de la lengua española), perfectamente denegable. La crítica adelantada por este escrito, atiende a esas dos cuestiones: el axioma que se admite sin necesidad de demostración, como un a priori, si no como un dogma; y el modo en que la nueva ideología pretende reclutar a la organización escolar.

1) El artículo de fe
Como engendro de las potencias hegemónicas, como invención de los países del Norte, el relato interculturalista concede a Occidente una capacidad de comprensión universal, como si pudiera penetrar la verdad de todas las civilizaciones. Negando ese postulado, cabe sostener justamente lo contrario: «Occidente carece de un privilegio hermenéutico universal, de un poder descodificador planetario que le permita acceder a la cifra de todas las formaciones culturales. Hay, en el otro, aspectos decisivos que se nos escaparán siempre». Baste, a este respecto, con el título de una obra, que incide en esa invidencia occidental: «1942: el encubrimiento del otro», de E. Dussel (1992).

C. Lenkersdorf tuvo una forma muy bella de señalar lo mismo, escapando del relativismo epistemológico vulgar: los occidentales padecemos una “incapacidad específica”, una ineptitud particular, una merma idiosicrásica que nos impide comprender al otro. No se trata de que se levanten, entre las distintas culturas, y de por sí, muros infranqueables para el entendimiento recíproco: nosotros en concreto, los occidentales, por lo menos nosotros, somos los ciegos. Como no vemos al otro, lo aplastamos o lo integramos… No sabemos si los exponentes de las otras civilizaciones nos ven o no nos ven. Cabe, incluso, que nos hayan conocido demasiado bien, hasta el fondo del alma; y que por ello, a menudo, conscientes de todo, nos eviten o nos combatan.

Lo que sí podemos llegar a sentir es que la alteridad se nos sustrae, nos esquiva; y que, ante ella, sospechándonos específicamente vetados para entenderla, nos contentamos, como quien precisa un analgésico o un narcótico, con “proyectarnos”. A ello se dedica nuestra antropología, nuestra etnología, nuestra sociología, nuestra ciencia de la historia… Casi al final de su trayectoria investigadora, de un modo hermoso por franco y desinhibido, con la honestidad intelectual que le caracterizaba, lo reconoció el propio C. Lévi-Strauss, en “El campo de la antropología”.

Y, al lado de ese déficit cognoscitivo de Occidente cuando sale de sí mismo y explora la alteridad cultural lejana, encontramos su naufragio ante configuraciones que le son próximas. De ahí, la elaboración «urbana» del estereotipo del rústico (asunto que abordé en «Desesperar») y la tergiversación «sedentaria» de la idiosincrasia nómada (aspecto que motivó mi ensayo «La gitaneidad borrada»).

Cabe detallar así los aspectos de la «incapacidad específica» occidental para acceder al corazón y al cerebro del otro civilizatorio:

1. Lenguaje
Las dificultades que proceden del campo del lenguaje (lenguas “ergotivas” indígenas, agrafía gitana, culturas de la oralidad rural-marginales,…) y que arrojan sobre las tentativas de “traducción” la sospecha fundada de fraude y la certidumbre de simplificación y deformación, como se desprende, valga el ejemplo, de los estudios de A. Paoli y G. Lapierre en torno al papel de la intersubjetividad en las lenguas mayas -o de las indicaciones de W. Ong, A. R. Luria y otros sobre la especificidad del pensamiento oral-, sancionan nuestro fracaso ante la diferencia cultural, ante la otredad civilizatoria. Pero el diagnóstico no se agota en la imposibilidad de intelección de la alteridad cultural. La ininteligibilidad del otro arrostra un abanico de consecuencias y se nutre de argumentos diversos…

2. Universalismo «versus» localismo-particularismo
Entre el «universalismo» de la cultura occidental y el «localismo/particularismo» trascendente de otras culturas no hay posibilidad de diálogo ni de respeto mutuo. Occidente constituye una condena a muerte para cualquier cultura localista o particularista que cometa la insensatez de atenderle (Derechos «Humanos», Bien Común «Planetario», Razón «Universal», Intereses «Generales» de la Humanidad… son, como recordó E. Lizcano, sus estiletes). En “¡Con la Escuela habéis topado, amigos gitanos!”, Fernández Enguita ilustra muy bien esta incompatibilidad estructural. Y M. Molina Cruz, escritor zapoteco, lo ha documentado una y otra vez para el caso de los pueblos originarios de América.
Las culturas construidas a partir del vínculo familiar o clánico (“la sangre”) o de la relación profunda con la localidad bio-geográfica (“la tierra”) chocan frontalmente, teniendo siempre perdida la batalla, con una civilización como la occidental, que se levanta sobre “abstracciones”, sobre fantasmas conceptuales, sobre palabras etéreas, meras inscripciones lingüísticas desterritorializadas y desvitalizadas (“¿Libertad?”, “¿Progreso?”, “¿Humanidad?”, “¿Ciencia?”, “¿Estado de Derecho”?,…)

3. El «hacha» de la Razón
Así como bajo la modernidad europea surge una figura histórica de la Razón que no deja de constituir un mero elaborado «regional», los mundos de las otras culturas en ningún sentido están «antes» o «después» de la Ilustración, sino «en otra parte». La cosmovisión holística de estas culturas, con su concepto no-lineal del tiempo, choca sin remedio con el «hacha occidental», que, tanto como define campos, saberes, disciplinas, especialidades…, instituye etapas, fases, edades. Desde la llamada Filosofía de la Liberación latinoamericana, como asimismo desde el Pensamiento Decolonial contemporáneo, se ha repudiado incansablemente el feroz «eurocentrismo» que nos lleva a evaluar y clasificar todos los sistemas de creencias y de vida desde la óptica de nuestra historia cultural particular y con el rasero de la Ratio.

4. Cientificismos
Las aproximaciones “cientificistas” occidentales se orientan a la justificación de las disciplinas académicas (antropología, etnología, sociología,…) y a la glorificación de nuestro modo de vida. A tal fin, supuestas “necesidades”, en sí mismas ideológicas (J. Baudrillard), que hemos asumido acríticamente, y que nos atan al consumo destructor, erigiéndonos, como acuñó I. Illich, en “toxicómanos del Estado del Bienestar” (vivienda “digna”, dieta “equilibrada”, tiempo de “ocio”, “esperanza” de vida, sexualidad “reglada”, maternidad “responsable”, “protección” de la infancia, etc.) se proyectan sobre las otras culturas, para dibujar un cuadro siniestro de “carencias” y “vulnerabilidades” que enseguida corremos a solventar, recurriendo a expedientes tan “filantrópicos” como la bala (“tropas de paz”, ejércitos liberadores) y la escuela (aniquiladora de la alteridad educativa y, a medio plazo, cultural).
Las voces de los supuestos “socorridos” han denunciado sin desmayo que, detrás de cada uno de nuestros proyectos de “investigación”, se esconde una auténtica “pesquisa” bio-económico-política y geo-estratégica, en una suerte de re-colonización integral del planeta –véase, como muestra, la revista mejicana “Chiapas” y, en particular, las colaboraciones de E. Ceceña en dicho medio.

Por otra parte, la crítica epistemológica y filosófico-política de las disciplinas científicas occidentales, que afecta a todas las especialidades, a todos los saberes académicos, surgiendo en los años sesenta del siglo XX (recordemos a N. A. Braunstein, psicólogo; a F. Basaglia, psiquiatra; a D. Harvey, geógrafo; a G. Di Siena, biólogo; a A. Heller, antropóloga; a M. Castel, sociólogo; a H. Newby, sociólogo rural; a J. M. Levi-Leblond, físico; a A. Viñas para las matemáticas,…), nos ha revisitado periódicamente, profundizando el descrédito, por servilismo político y reclutamiento ideológico, de nuestros aparatos culturales y universitarios.
(Auto)critique de la science, monumental ejercicio de revisionismo interno, organizado por el escritor Alain Jaubert y por el físico teórico y matemático Jean-Marc Levi-Leblond, libro aparecido en 1973, constituye un hito inolvidable en esta “rebelión de los especialistas” europeos y norteamericanos contra los presupuestos y las realizaciones de sus propias disciplinas.

5. Solidaridad
Nuestros anhelos “humanitarios”, nuestros afanes de “cooperación”, incardinados en una muy turbia Industria Occidental de la Solidaridad (hipocresía del “turismo revolucionario”, parasitismo necrófilo de las ONGs, programas transnacionales de desarrollo, etcétera), actúan como vectores del imperialismo cultural de las formaciones hegemónicas, propendiendo todo tipo de etnocidios y avasallamientos civilizatorios. Lo denunció sin ambages I. Illich, en 1968, en aquella conferencia que tituló “Al diablo con las buenas intenciones” y que concluyó, sobrado de elocuencia, con esta exclamación: “¡Pero no nos vengan a ayudar!”. En Cuaderno chiapaneco I. Solidaridad de crepúsculo, trabajo videográfico editado en 2007, procuramos arrojar sobre esta crítica también la luz de las imágenes.

En otra parte explicamos por qué, para nosotros, aún admitiendo la no-inteligibilidad del otro cultural, tiene sentido una escritura a su propósito:

Acto de lecto-escritura
¿Qué hacer, entonces, si partimos de la ininteligibilidad del otro? ¿Para qué hablar de una alteridad que proclamamos indescifrable?
La respuesta atenta contra nuestra tradición cultural, si bien procede también de ella. Al menos desde F. Nietzsche, y enfrentándose a la teoría clásica del conocimiento, a veces denominada Teoría del Reflejo, elaborado metafísico que partía de tres “peticiones de principio”, de tres trascendentalismos hoy desacreditados (un Sujeto unitario del Saber, sustancialmente igual a sí mismo a lo largo del Tiempo y del Espacio; un Objeto del Conocimiento efectivamente presente; y un Método ‘científico’ capaz de exhumar, en beneficio del primero, la Verdad que duerme en el segundo), hallamos una vindicación desestabilizadora, que M. Foucault nombró “la primacía de la interpretación” y que se ha concretado en tradiciones críticas como la Arqueología del Saber o la Epistemología de la Praxis.
Puesto que nos resulta inaceptable la idea onto-teológica de una Verdad ‘cósica’, subyacente, sepultada por el orden de las apariencias y solo al alcance de una casta de expertos, de una élite intelectual (científicos, investigadores, intelectuales,…) encargada de restaurarla y socializarla; puesto que detestamos la división del espacio social entre una minoría iluminada, formada, culta, y una masa ignorante, que se debate en la oscuridad, reclamando “ilustración” precisamente a esa minoría para hallar el camino de su propia felicidad, si no de su liberación; habré de proponer, para el tema que me ocupa, ante la alteridad cultural, una lectura productiva, un rescate selectivo y re-forjador (J. Derrida), un acto de lecto-escritura, en sí mismo poético (M. Heidegger), una recreación, una re-invención artística (A. Artaud).
La “verdad” de las comunidades indígenas, del pueblo gitano o del mundo rural-marginal no sería ya un substrato que espera aflorar de la mano del método científico y del investigador académico, sino un campo de batalla, el escenario de un conflicto entre distintos discursos, una pugna de interpretaciones. Lo que de modo intuitivo se nos presenta como la verdad de las otras civilizaciones no es más que una interpretación, una lectura, un constructo arbitrario que, como proponía F. Nietzsche, debemos “trastocar, revolver y romper a martillazos”.
Pero, ¿para qué fraguar nuevas interpretaciones; para qué recrear, re-inventar, deconstruir?Admitida la impenetrabilidad del otro cultural, denegada la onto-teo-teleología de la teoría clásica del conocimiento, desechado el Mito de la Razón (fundador de las ciencias modernas), cabe todavía, como recordó E. Zuleta, ensayar un recorrido por el “otro” que nos avitualle, que nos pertreche, que nos arme, para profundizar la crítica negativa de lo nuestro. Mi interpretación de la alteridad cultural, de las comunidades que se reproducen sin escuela, de las formaciones sociales y políticas que escaparon del trípode educativo occidental, recrea el afuera para combatir el adentro, construye un discurso ‘poético’ (en sentido amplio) de lo que no somos para atacar la prosa mortífera que nos constituye.
Es por odio a la Escuela, al Profesor y a la Pedagogía, por el “alto amor a otra cosa” que late siempre bajo el odio, por lo que me he aproximado a las comunidades indígenas latinoamericanas, al pueblo gitano y a los entornos rural-marginales occidentales. Jamás pretendí ‘hablar por’ los indígenas, por los gitanos o por los pastores y campesinos de subsistencia; nunca me propuse alumbrar esas realidades tan alejadas de las nuestras. Quise, sí, mirarlos para soñar, mitificarlos para desmitificar, porque hablar a su favor es un modo muy efectivo, creativo, de hablar en nuestra contra. Y, en ese empeño, nunca me hallé solo… P. Clastres no cesa de criticar el capitalismo occidental en todos y cada uno de sus ensayos sobre el mundo indígena (La sociedad contra el Estado es el título de su obra fundamental, reeditada por Virus). Más que transmitirnos la “esencia” india, la “verdad” primitiva, denuncia la podredumbre occidental, la “mentira” moderna… R. Jaulin levanta toda una crítica de nuestra formación político-cultural (“totalitaria” y “etnocida”, en su opinión), a partir de sus experiencias entre indígenas y por medio de su escritura sobre lo indígena. F. Grande, B. Leblon y A. Tabucchi muestran las miserias de lo sedentario-integrado al aplaudir el valor de un pueblo nómada libre. E. Lizcano ensalza el taoísmo para disparar contra la pretensión de universalidad de la Ratio, para “ensuciar” todas sus categorías fundacionales (“ser”, “sustancia”, “identidad”, “separación”, “concepto”, “ilustración”,…). M. Chantal celebra la metafísica de la India, que parte de lo inmediato, de lo más próximo, de la tierra, para cuestionar la metafísica occidental, siempre presa de la abstracción, con la mirada perdida en el Cielo. P. Sloterdijk y M. Onfray descubren en los quínicos antiguos la clase de hombre, la forma de subjetividad, a la que quisieran poder abrazarse, y que ya no encuentran en Occidente: no somos “quínicos”, por desventura, sino “cínicos”, algo muy distinto, los peores y los más feos de los hombres. P. Cingolani nos manifiesta, en clave literaria, desde el interior o el exterior de su intención, en lo explícito o en lo implícito, su desafección hacia el hombre blanco, hacia la cultura occidental, hacia la máquina política y económica del Capitalismo. A ese desamor sabe cada una de las páginas de Nación Culebra, su libro –que habla de indígenas, de tribus “no contactadas”, de comunidades “aisladas”; de una Amazonía en peligro donde todos los días mueren árboles, mueren ríos y mueren hombres, en el supuesto de que un árbol, un río y un hombre amazónicos sean entes distintos, separados. Etcétera.

2) La Escuela como recluta
En el contexto de la actual globalización capitalista y de la occidentalización acelerada de todo el planeta, el “interculturalismo”, decía, se resuelve como “monoculturalismo”… Se produce una disolución de la Diferencia (educativa, cultural, psicológica) en Diversidad, inducida por la escolarización forzosa de todo el planeta. En ese marco, presentar la Escuela como vehículo de un diálogo entre civilizaciones constituye una manifestación descarnada de cinismo. Para nada la educción administrada puede convertirse en herramienta principal de una interculturalidad planetaria digna de su nombre. Y no puede hacerlo por las siguientes cinco razones:

1) La Escuela no es un árbitro neutral en el choque de las culturas, sino componente de una de ellas, las más expansiva: Occidente, juez y parte. La Escuela es la cifra, el compendio, de la civilización occidental.
La Escuela, como fórmula educativa particular, una entre otras, hábito relativamente reciente de solo un puñado de hombres sobre la tierra, no se aviene bien con aquellas culturas que exigen la informalidad y la interacción oral comunitaria como condición de su producción y de su transmisión.
Por la Escuela en modo alguno caben, pongamos este ejemplo, las cosmovisiones indias, debido a la desemejanza estructural entre la cultura occidental y las culturas indígenas. Una cultura es también sus modos específicos de producirse y socializarse. Desgajar los contenidos de los procedimientos equivale a destruirla. Resulta patético, aunque explicable, que la intelectualidad indígena no haya tomado conciencia de ello; y que, en lugar de luchar por la restauración de la educación comunitaria, se haya arrodillado ante el nuevo ídolo de la Escuela occidental, viendo meramente el modo de verter en ella unos contenidos culturales ‘desvitalizados’, ‘positivizados’, ‘reificados’, gravemente falseados por la circunstancia de haber sido arrancados de los procedimientos tradicionales que le conferían la plenitud de su sentido, la hondura de su significado.
La leyenda zapoteca de la langosta, verbi gratia, tan henchida de simbolismos, se convierte en una simple historieta, en una serie casi cómica, si se ‘cuenta’ en la Escuela; y en un insulto a la condición india si, además, la relata un “profesor”. La leyenda de la langosta solo despliega el abanico de sus enseñanzas si se narra en una multiplicidad ordenada de espacios, que incluyen la milpa, el camino y la casa, siempre en la estación de la cosecha, si se temporiza adecuadamente, si se va desgranando en un ambiente de trabajo colectivo, en una lógica económica de subsistencia comunitaria, si parte de labios hermanos, si se cuenta con la voz y con el cuerpo… El mito de la riqueza, que encierra una inmensa crítica social, y puede concebirse, por la complejidad de su estructura, como un “sistema de mitos”, se dejaría leer como una tontería si hubiera sido encerrado en una unidad didáctica. Convertir el ritual del Cho’ne en objeto de una pregunta de examen constituye una vileza, una profanación, un asalto a la intimidad.

2) No es concebible un individuo «con dos culturas», por lo que en la Escuela se privilegiará la occidental reservando espacios menores, secundarios (danzas, gastronomía, leyendas,…), a las restantes. Los alumnos serán espiritualmente occidentalizados y solo se permitirá una expresión superficial, anecdótica, folklorizada, de sus culturas de origen.
La educación “bicultural” no es psicológicamente concebible. De intentarse en serio, abocaría a una suerte de esquizofrenia. En ninguna subjetividad humana caben dos culturas. El planteamiento meramente “aditivo” de los defensores de la interculturalidad solo puede defenderse partiendo de un concepto restrictivo de “cultura”, un concepto positivista, descriptivista, casi pintoresquista. Decía A. Artaud que la cultura es un nuevo órgano, un segundo aliento, otra respiración. Y estaba en lo cierto: el bagaje cultural del individuo impregna la totalidad de la subjetividad, determina incluso el aparato perceptivo. Por utilizar un lenguaje antiguo, diríamos que la cultura es alma, espíritu, corazón,… Y no es concebible un ser con dos corazones, con dos percepciones, con un hálito doble.
La educación “bicultural” se resolvería, en la práctica, primero como hegemonía de la cultura occidental, que sería verdaderamente interiorizada, apropiada, ‘encarnada’ en el estudiante; y, desde ahí, desde ese sujeto mentalmente colonizado, en segundo lugar como apertura ‘ilustrativa’, ‘enciclopedística’, a la cultura étnica, disecada en meros “contenidos”, “informaciones”, “curiosidades”,… La posibilidad contraria, una introyección de la cultura otra y una apertura “ilustrativa” a la cultura occidental no tiene, por desgracia, los pies en esta tierra. No existe el menor interés administrativo, político o económico, en una escolarización que no propenda las “disposiciones de carácter” y las “pautas de comportamiento” requeridas por la expansión del capitalismo occidental, que no moldee los llamados ‘recursos humanos’ de cara a su uso social reproductivo, bien como mano de obra suficientemente cualificada y disciplinada, bien como unidad de ciudadanía sofocada por los grilletes del Estado de Derecho liberal (obligaciones cívicas, pulsión al voto,…).
Y no debemos olvidar que la “pedagogía implícita” portada por la Escuela moderna en tanto escuela (por la mera circunstancia de exigir un recinto, un horario, un profesor, un temario, una obediencia,…), su “currículum oculto” es, a fin de cuentas, Occidente –las formas occidentales de autoridad, interacción grupal, comportamiento reglado en los espacios de clausura, administración del tiempo, socialización del saber,…

3) Existe una incompatibilidad estructural entre el sujeto urbano occidental (referente de la Escuela) y los demás tipos de sujetos –indígena, rural-marginal, gitano,… Los segundos serán “degradados” y el primero “graduado”: de una parte, el fracaso escolar o la asimilación virulenta; de otro, el triunfo en los estudios y un posicionamiento en la escala meritocrática.
No hay ‘comentarista’ de la Escuela que no esté de acuerdo en que, tradicionalmente, se le ha asignado a esta institución una función de homogeneización social y cultural en el Estado Moderno: “moralizar” y “civilizar” a las clases peligrosas y a los pueblos bárbaros, como ha recordado E. Santamaría. Difundir los principios y los valores de la cultura ‘nacional’: he aquí su cometido.
Nada más peligroso, retomando nuestro ejemplo, de cara al orden social y político latinoamericano, que los pueblos indios, con su historia centenaria de levantamientos, insurrecciones, luchas campesinas,… Nada más bárbaro e incivilizado, en opinión de muchos, que las comunidades indígenas, con su “atraso” casi ‘voluntario’, su auto-segregación, su endogamia, su escasa simpatía circunstancial por los ‘desinteresados’ programas de desarrollo que les regala el gobierno, sus creencias “supersticiosas”, su religiosidad “absurda” y “disparatada”, sus curanderos, sus brujos, la “manía” de curarlo todo con unas cuantas hierbas, su ínfima productividad, su “torpe” dicción del castellano, su “pereza” secular, su “credulidad” risible,… Nada más alejado de la “cultura nacional”, construcción artificial desde la que se legitima el Estado Moderno, que el apego al poblado, la fidelidad a la comunidad, la identificación “localista” de las etnias originarias, enemigas casi milenarias de toda instancia estatal fuerte y centralizada, como señalara J. W. Whitecotton.
La Escuela habrá de hallarse muy en su casa ante este litigio entre contendientes disparejos, habrá de sentirse muy útil enfrontilando al más débil, pues para ese género de “trabajos sucios” fue inventada…

4) Se parte de una lectura previa, occidental, de las otras culturas, siempre simplificadora y a menudo tergiversadora. Late en ella el complejo de superioridad de nuestra civilización; y hace patente la miopía, cuando no la malevolencia, de nuestros científicos y expertos. No es “la Cultura” la que circula por las aulas y recala en la cabeza de los estudiantes; sino el resultado de una “discriminación”, una inclusión y una exclusión, y, aún más, una posterior re-elaboración pedagógica y hasta una deformación operada sobre el variopinto crisol de los saberes, las experiencias y los pensamientos de una época (conversión del material en “asignaturas”, “programas”, “libros”, etc.). El criterio que rige esa “selección”, y esa “transformación” de la materia prima cultural en discurso escolar (‘currículum’), no es otro que el de favorecer la adaptación de la población a los requerimientos del aparato productivo y político vigente –vale decir, sancionar su homologación psicológica y cultural…
Hay, por tanto, como ha señalado F. González Placer, un conjunto de “universos simbólicos” (culturales) que la Escuela tiende a desgajar, desmantelar, deslegitimar y desahuciar, como, por ejemplo, el de las comunidades indígenas latinoamericanas, el del pueblo gitano, el del subproleariado de las ciudades, o el arrostrado en Europa por la inmigración musulmana,…
Con el patrimonio cultural de los pueblos indios, la Escuela intercultural latinoamericana solo podría hacer dos cosas, como ya he apuntado: desoírlo, ignorarlo y sepultarlo mientras proclama cínicamente su voluntad de protegerlo; o “hablar en su nombre”, subtitularlo interesadamente, esconder sus palabras fundadoras y sobrescribir las adyacentes, sometiéndolo para ello a la selección y deformación sistemáticas inducidas indefectiblemente por la estructura didáctico-pedagógica, currícular y expositiva, de la Escuela moderna… Por último, ‘ofertaría’ ese engendro –o casi lo ‘impondría’– a unos indígenas emigrados de sus comunidades y escolarizados que, normalmente, manifiestarían muy poco interés por toda remisión a sus orígenes, una remisión interesada e insultante. En ocasiones, y en la línea de lo subrayado por D. Juliano, la cultura de origen se convierte en una jaula para el indígena que llega a la ciudad, un factor de enclaustramiento en una supuesta “identidad” primordial e inalterable. Actúa, por debajo de esta estrategia, un dispositivo de clasificación y jerarquización de los seres humanos…

5) En la práctica, la Escuela “trata” la Diferencia, con vistas a la gestión de las subjetividades y a la preservación del orden en las aulas (J. Larrosa). El estudiante ‘extraño’ es percibido como una amenaza para el normal desarrollo de las clases; y por ello se atienden sus señas culturales, su especificidad civilizatoria -para prevenir y controlar sus manifestaciones disruptivas. La hipocresía y el cinismo se dan la mano en la contemporánea racionalización “multiculturalista” de los sistemas escolares occidentales. J. Larrosa ha avanzado en la descripción de esa doblez: “Ser ‘culturalmente diferente’ se convierte demasiado a menudo, en la escuela, en poseer un conjunto de determinaciones sociales y de rasgos psicológicos (cognitivos o afectivos) que el maestro debe ‘tener en cuenta’ en el diagnóstico de las resistencias que encuentra en algunos de sus alumnos y en el diseño de las prácticas orientadas a romper esas resistencias”. En países como México, donde porcentajes elevados de estudiantes, por no haber claudicado ante la ideología escolar y por no querer “implicarse” en una dinámica educativa tramada contra ellos, son todavía capaces de la rebeldía en el aula, del ludismo, del disturbio continuado, etc., estas tecnologías para la atenuación de la “resistencia, del atributo psicológico inclemente atrincherado en alguna oscura región del carácter, cobran un enorme interés desde la perspectiva de los profesores y de la Administración…
La “atención a la diferencia” se convierte, pues, en un sistema de adjetivación y clasificación que ha de resultar útil al maestro para vencer la ‘hostilidad’ de éste o aquél alumno, de ésta o aquella minoría, de no pocos indígenas y demasiados subproletarios. Más que ‘atendida’, la Diferencia es tratada -a fin de que no constituya un escollo para la normalización y adaptación social de los jóvenes. “Disolverla en Diversidad”: eso se persigue…
Las Escuelas del “multiculturalismo” atienden la Diferencia en dos planos: un trabajo de superficie para la ‘conservación’ del aspecto externo de la Singularidad -formas de vestir, de comer, de cantar y de bailar, de contar cuentos o celebrar las fiestas,…-, y un trabajo de fondo para aniquilar sus fundamentos psíquicos y caracteriológicos -otra concepción del bien, otra interpretación de la existencia, otros propósitos en la vida,… La “apertura del currículum”, su vocación ‘interculturalista’, tropieza también con límites insalvables; y queda reducida a algo formal, meramente propagandístico, sin otra plasmación que la permitida por áreas irrelevantes, tal la música, el arte, las lecturas literarias o los juegos -aspectos floklorizables, museísticos… Y, en fin, la apelación a la “comunicación” entre los estudiantes de distintas culturas reproduce las miserias de toda reivindicación del diálogo en la Institución: se revela como un medio excepcional de ‘regulación’ de los conflictos, instaurado despóticamente y pesquisado por la ‘autoridad’, un ‘instrumento pedagógico’ al servicio de los fines de la Escuela…
Todo este proceso de “atención a la diferencia”, “apertura curricular” y “posibilitación del diálogo”, conduce finalmente a la elaboración, por los aparatos pedagógicos, ideológicos y culturales, de una identidad personal y colectiva, unos estereotipos donde encerrar la Diferencia, “con vistas a la fijación, la buena administración y el control de las subjetividades” (J. Larrosa). El estereotipo del “indio bueno” compartirá banco con el estereotipo del “indio malo», en esta comisaría de la educación vigilada y vigilante. El éxito de la Escuela multicultural en su ofensiva anti-indígena dependerá del doble tratamiento consecuente… De este modo, además, se familiariza lo extraño (“la inquietud que lo extraño produce -anota el autor de ¿Para qué nos sirven…?- quedaría aliviada en tanto que, mediante la comprensión, el otro extranjero habría sido incorporado a lo familiar y a lo acostumbrado”) y nos fortalecemos, consecuentemente, en nuestras propias convicciones, dictadas hoy por el Pensamiento Único.

Sucediendo al “asimilacionismo clásico” (que, en tantos países de América Latina, valga el ejemplo, no modificaba los ‘currícula’ a pesar de la escolarización de los indígenas; y situaba su horizonte utópico, su límite programático, en la organización de ‘clases particulares de apoyo’ o ‘programas complementarios de ayuda’, etc., sin alterar el absoluto eurocentrismo de los contenidos, ‘idénticos’ y ‘obligatorios’ para todos), tenemos hoy un “asimilacionismo multiculturalista” que produce, no obstante, incrementando su eficacia, los mismos efectos: occidentalización y homologación psicológico-cultural por un lado, y exclusión o inclusión socio-económica por otro…

Desmitificado, el multiculturalismo se traduce en un asimilacionismo psíquico cultural que puede acompañarse tanto de una inclusión como de una exclusión socio-económica. El material humano psicológica y culturalmente ‘asimilado’ (diferencias diluidas en diversidades) puede resultar aprovechable o no-aprovechable por la máquina económico-productiva. En el primer caso, se dará una “sobre-asimilación”, una “asimilación segunda”, de orden socioeconómico, que hará aún menos ‘notoria’ la “diversidad” arrastrada por el inmigrante (asunción de los símbolos y de las apariencias occidentales). En el segundo caso, la asimilación psicológico-cultural se acompañará de una segregación, de una exclusión, de una marginación socio-económica, que puede inducir a una potenciación compensatoria -como “valor refugio”, decía D. Provansal- de aquella ‘diversidad’ resistente (atrincheramiento en los símbolos y en las apariencias no-occidentales, a pesar de la sustancial y progresiva ‘europeización’ del carácter y del pensamiento).

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 15 de setiembre de 2018
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

EL REPRESENTANTE DE LA CASA DE PIENSOS COMPUESTOS

Posted in Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Uncategorized with tags , , , , , , , , , on noviembre 17, 2017 by Pedro García Olivo

Odiando la Modernidad

El representante de una casa de piensos compuestos visitó en cierta ocasión a mi amigo Basilio. Interesado en «ganárselo» como cliente, se atrevió a irrumpir en su choza. Dicen que salió al instante, con cualquier excusa, y vomitó a un par de metros de la fachada… Lo que este hombre vio en la chabola, y sus delicados intestinos no pudieron soportar, se ha convertido en un cliché que todo el mundo evoca cuando se habla de Basilio.

No cabe dudar de la veracidad del relato, pues yo mismo he contemplado -a través del vano que, entreabierta, deja su puerta por las noches- escenas semejantes. Solo que yo no vomito por ello. A mí lo que me revolvería el estómago sería la visión del representante de la casa comercial, con su estúpida sonrisa de cazador que avizora un pieza cosida a sueldo en los labios y esa corbata de ahorcar el propio sentido estético pendiendo del cuello como un babero.

Cuentan que cuando este fantochito entró en la choza, Basilio estaba a medio cenar. Una oveja recién desollada colgaba de un clavo en un extremo de la chimenea. Aún sangraba, por la boca. Basilio tenía sobre un cartón, a falta de plato, encima del poyo de sacrificar que hacía de mesa, un pedazo de carne asado directamente al fuego, con cenizas incrustadas. A su lado, los perros devoraban las entrañas del animal, con predilección por unos hígados verdosos y llenos de piedras. Molesto, el zumbido de las moscas acompasaba el jadeo de los canes, en una atmósfera saturada por la peste de las vísceras reventadas y el olor a lana y estiércol de todos los pastores de la zona. Como el suelo de la casa de Basilio sigue siendo de tierra, y ese día había llovido, el representante sintió además cómo se enfangaban sus zapatos, salpicados de barro y sangre y encolados de paja húmeda. Basilio escuchó lo que aquel hombre tenía que decirle, sin interrumpir por ello su cena. Comía con las manos, mordiendo un poco salvajemente. Cuando el representante terminó de revelarle, esta vez improvisando un resumen, sus consabidas intenciones, inminente ya la vomitera, Basilio le respondió, con la boca llena de carnuza ensalivada, que a sus ovejas no se les echaba «mierda de esa, hecha a base de química y Dios sabe qué». El hombre de la sonrisa fósil y de la corbata ritual, más que marcharse, huyó de la cabaña… Dejó a un par de pasos de la puerta un vómito de martini con aceitunas. Más tarde, los perros de Basilio degustarían medio incrédulos, y a modo de inesperado postre, un tan mundano aperitivo…

El marco de la escena resulta fácil de imaginar. Arrediladas las ovejas, mi amigo se vio en la necesidad de «arreglar» para su consumo un ejemplar enfermo, ardua tarea en la que se demoraría un buen rato. Por lo avanzado de la hora, mermadas sus fuerzas después de una jornada particularmente larga, debió sentir contumaz el aguijón del hambre. El representante esperó a que anocheciera para efectuar su visita, sabedor de que los pastores encierran tarde el ganado. En casa de Jacinta, que funciona como bar, se tomó el martini y las aceitunas, haciendo tiempo. Basilio detesta los piensos compuestos. Y no suele fiarse de los vendedores, sobre todo si se le presentan risueños y encorbatados. Por añadidura, no acostumbra a recibir a nadie con la carne caliente encima de la mesa. Habla poco: lo justo. Y va al grano.

Yo no descubro nada extraordinario en el comportamiento de Basilio aquella noche. Y no hallo justificación para que el incidente se rememore con un morbo especial cada vez que se desea denigrar a su protagonista. Como todos los ganaderos, Basilio sacrifica para su alimentación los animales que dejan de ser productivos, ya por vejez, ya por afección. Siempre come junto a sus compañeros, los perros, lo mismo en el campo que en la casa. Poco amigo de los guisos, cocina al fuego de la chimenea. Al igual que en la sierra, asa la carne sobre las cenizas, directamente. Si no usa cubiertos en la montaña, ¿por qué habría de hacerlo en otra parte? Dispone de mejores herramientas: las manos y un cuchillo al cinto. No le gusta que se enfríen las viandas, y no tiene reparo en hablar con la boca llena. De la limpieza de su vivienda y de lo higiénico de sus hábitos solo debe responder ante su propia salud. Y así como otros pueden permitirse no limpiar porque pagan a una sirvienta por ese menester, Basilio se complace en no hacerlo porque la suciedad no le afecta. No enferma por el barro; no enferma por la sangre, la paja, las vísceras, los perros, las pulgas, el estiércol; no enferma por tragar ceniza, por respirar amoniaco, por desollar animales muertos. Por tanto, vive en las condiciones higiénicas y sanitarias suficientes para preservar su salud. ¿Dónde está el problema?

Tampoco vislumbro qué es lo que escandalizó al representante, acostumbrado a cenar, muy probablemente, con el televisor en marcha, viendo los espacios informativos, con sus imágenes de hombres muertos por la locura de otros hombres, asesinados en realidad por la «lógica» de la economía; niños hambrientos, con sus vientres horriblemente hinchados, por culpa de cómo se organizan y explotan los adultos; epidemias que deforman los órganos hasta hacerlos irreconocibles, y que se ceban en esos países del Sur que sostienen el bienestar del Norte, incluido su propio acomodo de agente comercial; crímenes de arma blanca, femicidios, violaciones de menores, bebés torturados por sus padres, parricidios…; monstruosidades, todas, dictadas por la «necesidad’ o por un extravío homicida que forma parte de la racionalidad de este mundo. No entiendo qué impresionó tanto al fantochito, cómplice, partícipe y beneficiario del horror del planeta; quien, posiblemente, y para más inri, habrá regalado a su mujer, alguna vez, la piel de un animal magnífico, repugnantemente desollado; que comerá cordero, con sus amigos, sin reparar en la violencia carnicera, en la crueldad metódica y desavisada, que sus preferencias gastronómicas exigen de tipos como Basilio, condición sanguinaria de su deleite; olerá a orín de gato, fijador de sus perfumes; y tendrá en su hogar el grado de limpieza adecuado para que no peligre su salud, como la mayor parte de los pastores. No debería desagradarle ver a un hombre comer con las manos si, como intuyo, gusta de «mojar» en sus caldos y sigue la costumbre mediterránea de la ensalada común, en la que todos los comensales «enjuagan» sus tenedores, recién salidos de sus bocas, jóvenes o viejas, limpias o sucias, con caries o no, malolientes de tabaco o apenas sí desocupadas de una felación…

Me temo, incluso, que lo que el representante no pudo soportar de Basilio fue más bien su naturalidad y su franqueza; su ausencia radical de afeite, pose, disfraz, de todo eso que se denomina «buena educación»; lo espontáneo de sus modales; la falta de artificio en que vive; su gusto por lo primario, lo sencillo, lo elemental; su forma de ser hombre al desnudo, sólo-hombre, el animal que llamamos «hombre». No soportó que Basilio comiera con las manos, el instrumento más precioso de que disponemos, ya que él habrá malgastado el tiempo, despilfarrando energías, en aprender a comer incómodamente, con la prótesis de los cubiertos; no soportó que mi amigo mordiera con fuerza, clavando sus afilados dientes en la carne, porque él tendrá la dentadura perdida, floja de empastes y postizos; no soportó que el pastor continuara cenando en su presencia, con fruición y para que no se le enfriara el asado, porque él habrá descabalado muchas comidas atendiendo «educadamente» a esos amigos que llegan a deshoras; no soportó aprehender de un vistazo todo el proceso de la carne desangrada, separada de la piel, troceada y cocinada, al que siempre cerró los ojos a pesar de su condición carnívora, por la refinada mojigatería de su sensibilidad. Habituado a pagar por la adquisición de pestes que se venden como perfumes, a respirar en el parque los gases de la ciudad como si inhalara saludable aire puro, a consumir basura en lata, en bolsa, alimentos tratados, congelados, kilos de conservantes, saborizantes, estabilizantes, etc., creyendo cuidar así su dieta, no soportó el olor de lo orgánico, olor natural, biológico, el aroma de la carne fresca, todavía secándose, y la visión sin tapujos de un manjar en su cruda obscenidad. No soportó toparse con un hombre de criterio sólido, difícil de embaucar, sincero hasta la atrocidad, él, veleta de las ideas, esclavo de las modas, fascinable, hipócrita de afición y de oficio. No soportó toparse con un compendio de verdadera humanidad, ser inmune a la engañifa, felizmente desesperado.

… … …

Uno de los rasgos definitorios de lo que se ha dado en llamar «Civilización Occidental» estriba en su pretensión de aniquilar toda diferencia. Cultura soberbia, arrogante, solipsista, nunca ha tolerado la cercanía de lo distinto, nunca ha perseguido la convivencia con lo extraño. Su terrible pasión homogeneizadora se proyecta hacia el exterior bajo la forma del genocidio y del imperialismo cultural. Pero también se desboca hacia el interior, segregando o enclaustrando al portador de la diferencia existencial. En ambos casos, usa como policía y verdugo a su Razón, situándola fuera del tiempo, al margen de la historia, por encima de las diferentes formaciones sociales y culturales. Las relaciones de Occidente con el mundo musulmán ilustran ese complejo de superioridad, ese fanatismo ideológico, ese dogmatismo criminal en el que se disuelve toda posibilidad de una comprensión de Lo Otro, toda eventualidad de un acercamiento respetuoso a Lo Diferente. Hacia el interior, el ámbito cartesiano del manicomio y el dominio etéreo de la esquizofrenia recogen a las víctimas de la «normalización», seres supuestamente privados de razón por inasimilables, enfermos por diferentes. Es tal su odio hacia la alteridad, su manía igualadora, que, en nombre de esa uniformidad absoluta de la subjetividad y de los comportamientos (objetivo histórico de la Razón moderna), nuestra Civilización se hace profundamente hostil a toda idea de tolerancia. Comprensión, coexistencia y tolerancia son conceptos que sólo puede esgrimir demagógicamente. Lo suyo es ignorar, imponer, exterminar.

El representante de la casa de piensos compuestos encarna de algún modo esa inflexibilidad y ese ensimismamiento de nuestra cultura. Hombre «razonable», jamás comprenderá a Basilio; engreído, se burlará de él; peligroso, cerraría filas por un mundo en el que ya no quedaran seres así. Basilio, por su parte, aparece hoy como un hombre marginal, con cierto aspecto de residuo, aferrado a una «diferencia» demasiado poderosa, a una idiosincrasia resplandeciente, altiva, inquietante. Miembro de la misma civilización que el representante, las circunstancias de su vida y alguna oscura determinación de su carácter lo han hecho menos permeable a la cháchara racionalista de nuestro tiempo. Como no se expuso al trabajo homologador de los aparatos del Estado, a la eficacia socializadora de las instituciones y de los medios de comunicación, mantuvo hasta el final a salvo un rescoldo de ese «animal sencillo» que somos al nacer. Dotado de una inteligencia inaprehensible, jamás se entregó al juego proselitista de las ideologías. A su lado, el representante comercial, «hombre culto» (embutido de modernidad, calado hasta los huesos de educación), «hombre económico» (ávido de poseer), «hombre político» (dominable), «hombre civilizado» (gris, anodino, hecho en serie, imitador imitable), se nos antoja, simplemente, una caricatura de ser humano, engendro de la intransigencia, represor reprimido, fantochito. Porque somos como él, nos reímos de Basilio. Vomitaríamos a la puerta de su casa.

También aquí se hace patente nuestra embriaguez de esperanza. Productos de nuestra cultura, encarnaciones de la civilización dominante en el planeta, hemos depositado en ella la esperanza que nuestro estrecho horizonte existencial no admite. Esperamos de la Razón la forja de un mundo pacífico, sin darnos cuenta de que el mundo de la Razón es este, el de hoy mismo, violento, sanguinario, cruel. Esperamos de nuestra Ciencia la difusión en la Tierra del conocimiento e incluso del bienestar, sin querer admitir la barbarie intrínseca de nuestro saber y el fondo de penuria ajena, de explotación del más débil y miseria de la mayoría, sobre el que descansa nuestro acomodo. Esperamos que algún día todos sean como nosotros, porque así ya nadie podrá señalarnos como los peores de entre los hombres, sanguijuelas desangrando al resto de la especie humana, Norte rapaz. Formando todos parte de lo «indistinto», universalizada nuestra iniquidad, nada quedará por fin de la debilísima, si bien enojosa, conciencia occidental de culpa.

Por el terror que sentimos ante la mera insinuación de que estamos equivocado y es preciso «cambiar», esperamos que cambien los demás y dejamos que nuestros sabios y educadores imputen siempre el error al otro. Para no sospecharnos parásitos, usurpadores, criminales; para no reconocernos vacíos, desalmados; para romper todos los espejos en que nuestra procacidad aún pudiera reflejarse, mitificamos nuestra Civilización, le asignamos un destino planetario y la embadurnamos de esperanza. Ya que no cabe esperar nada de nosotros, de cada uno de nosotros, como individuos, lo esperamos todo de nuestra Razón, de nuestra Cultura, de todos nosotros juntos en la misma lata de mentiras. Incrédulo y desesperado, Basilio mira hacia otra parte. Hombre de la esperanza prostituta, el representante se mofa de él… Más fuerte que el fantochito, nuestro campesino pudo soportar la cercanía de tanta estupidez, tanto teatro, tanta falsedad, y seguir cenando. El fantasma de la corbata vomitó por otear la inteligencia primitiva, la realidad que acusa, el desenmascaramiento silencioso.

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Roberto perdió la esperanza en los estudios, y dejó de acudir al Instituto. Hasta ese día había sido un alumno «ejemplar». Perdió la esperanza en el trabajo, y dejó de buscar patrones. Hasta entonces, trabajaba duro para ayudar en casa. Perdió la esperanza en la masculinidad, y se declaró bisexual. Siempre se lo habían disputado las chicas. Perdió la esperanza en la familia, y dejó de ser el «buen hijo» de antaño. Perdió la esperanza en el dinero, y empezó a hacerse la ropa con sus propias manos, a vivir con menos que poco. Siempre se había dicho de él, hasta ese instante, que sabía ahorrar y sabía gastar. Perdió la esperanza en la moda, en los aspecto aceptables, y se cortó el pelo al cero, pintándose la cabeza de tres colores. Nada quedó de su inveterada elegancia. Perdió la esperanza en la amistad, y se encerró en su habitación para dibujar y escribir canciones sin destino. La multitud de sus amigos jugó a alarmarse y a querer «socorrerle». Perdió la esperanza en mí, a quien desde niño había procurado imitar, y me definió mejor que nadie en el mundo: «Eres el hombre de la cuadrícula interior». Perdió la esperanza en la Razón, y fue sincero, franco, fresco, espontáneo. Se dijo que lo que había perdido era la Razón misma. Sin perder las esperanzas, sus padres lo internaron en un centro psiquiátrico el día de Navidad… Roto, deshecho, quebrado, se esconde hoy en su cuarto con el aspecto de antes de la desesperación.

Desesperar aboca a la diferencia; y ante ella nuestra Cultura afila de inmediato la navaja. En este mundo marginal de la alta montaña, donde las singularidades ni entusiasman ni enojan, Basilio aún puede defenderse. Roberto, muy cerca del ojo del huracán de nuestra civilización, sucumbió. Desesperar no solo es difícil: arrostra a su vez un peligro inmenso.

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Yo, que soy un hombre pacífico, siento por los fantochitos algo que me acerca mucho a la violencia. Lo siento por la mayor parte de nosotros. ¡Qué cerca estoy de la violencia! Veo un fantoche en cada hombre moderno. En casi todos nosotros, y no en Basilio.

desesperar lisboa texto

Pedro García Olivo

Buenos Aires, 17 de noviembre de 2017

¿Eres la noche?

Para perdidos y reinventados

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