Archivo de Crisis sanitaria

GUERRA MUNDIAL DE LOS ESTADOS CONTRA LAS GENTES

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Capitalismo vírico: el Coronavirus en tanto cifra de una nueva forma de reproducción de la sociedad mercantil

¿Es la hora del apretón de manos, del abrazo y del beso como forma de resistencia?

1. La inteligencia del Capital comprendió de una vez que el «crecimiento indefinido» de la economía no era tolerado por la Biosfera: supo que era preciso detener esa carrera frenética que abocaba al «fin de todo» y preparó episodios de destrucción-regeneración para que el sistema capitalista se perpetuara de un modo nuevo.

Se requieren intermitentes «destrucciones», «devastaciones», «crisis agudas» que originen quiebra de muchas empresas y surgimiento de otras, naufragio de bastantes negocios y emergencia de otros, declive de formas tradicionales de obtener beneficios y ascenso de nuevas maneras para el enriquecimiento… Una «salutífera» destrucción-renovación de la economía, como la que conoció Europa tras las dos Guerras Mundiales, como la que experimentó Alemania tras la frustración del sueño nazi: este es el caso de la actual «conflagración mundial contra la sociedad» que se sirve del coronavirus para reproducir el Capitalismo de un nuevo modo traumático.

2. Este «rejuvenecimiento» del Capitalismo, esta higiene profunda del sistema establecido, que exige la extirpación de buena parte de sus tejidos enfermos o seniles, va a presentar una factura: la pagarán los más pobres, los vulnerables, los desposeídos, los más explotados y oprimidos. Porque el coronavirus tiene dos vertientes beneficiosas para el sistema: su lado «destructor», que aniquila para regenerar, que «borra para escribir», que mata para alumbrar; y su lado «conservador», que ratifica la fractura social, la división en la comunidad, y hunde todavía más a «los de abajo» para que permanezcan en lo alto o sigan ascendiendo «los de arriba».

3. Se siguió el modelo del «campo de concentración», pero con una salvedad… Las gentes estuvieron confinadas y solo pudieron salir para trabajar o para comer (comprar alimentos), lo mismo que en Auschwitz. Mientras dura el encierro y ya solo se sale para trabajar o alimentarse, muchos mueren… Y esta es la salvedad: nadie, en los campos de trabajo y de exterminio, estaba de acuerdo con la clausura, con la reclusión, mientras nosotros agradecemos este «arresto domiciliario» y nos reprimimos a nosotros mismos para cumplir con las ordenanzas que emana el Estado. Somos auto-policías y albergamos Auschwitz en nuestro corazón y en nuestro deseo.

4. Es evidente que están ocurriendo dos cosas distintas: una lucha legítima contra la enfermedad y, lo más importante, un aprovechamiento de la coyuntura sanitaria para reforzar de una vez modalidades de sumisión absoluta (de la comunidad y del individuo) a los designios del Estado y del Capital. Bajo la sobre-actuación de los aparatos represivos del Estado (policía, ejército), que estuvo aconteciendo todos los días -y de la que fueron víctimas los sin-techo, los vagamundos, los simples ciudadanos que quisieron dar un paseo o sentarse en el banco de un parque para respirar un rato el aire libre, los despistados que sintieron que tenían que salir y recibieron una multa, los amigos que quisieron encontrarse para conversar o pasar el túnel del encierro juntos y fueron castigados, etcétera-, se dejó ver otra cosa: que, de una vez y para siempre, la ciudadanía, asustada, mediáticamente aterrorizada, «consentía» esa vigilancia, ese despliegue de poder, esa presencia ofensiva del custodio, esa saturación de las calles y de las plazas por uniformes y por armas, por botas militares y por porras policíacas…Y que no solo lo consentía; que lo agradecía y hasta lo demandaba. Policías de nosotros mismos…

Eugenesia ciudadanista: por fin se obtiene el Hombre Nuevo, ese elaborado psicológico que aceptó y aceptará ya en lo sucesivo el «confinamiento», que toleró la reglamentación exhaustiva de su cotidianidad, que depositó una confianza verdaderamente homicida en sus gobernantes y en sus médicos, en sus polito-epidemiólogos y en su polito-virólogos. El hombre nuevo es un robot, algo más y algo menos que un esclavo.

La Escuela se irá preparando para olvidarse de sus paredes físicas, de su tipología clásica de encierro de los jóvenes en un edificio, para admitir nuevos muros virtuales, con un secuestro horario de los alumnos delante de la pantalla de un ordenador. La posición autoritaria del Profesor no se verá afectada, antes al contrario; la Pedagogía seguirá rigiendo todo el proceso, para la “adaptación social” de los menores, vale decir, para su poda y su doma. El Aula, ese arbitrariedad tan infanticida, será en lo sucesivo cada vez más «virtual». Solo eso.

5. Ha llegado el momento de la «desobediencia civil» para hacer frente a esta perversa estrategia regeneradora del Capitalismo: dejar de pensar que el Estado, con su policía y su ejército, nos está «haciendo un favor», para empezar a hacérnoslo nosotros mismos. Y juntarnos, sí, y organizarnos, y actuar, para cooperar, por ejemplo, con las personas que a día de hoy están padeciendo en primer lugar tal estrategia, los más desacomodados en el sistema, los precarizados, los marginados y también los marginales, los elegidos como «cebo» de la anulación psíquica y de la indigencia venideras.

«Desobediencia civil» y «objeción de conciencia» para recuperar los deteriorados valores del apoyo mutuo, del don recíproco, de la auto-regulación comunitaria e individual. «Desobediencia civil»: no hacer caso de esa «separación de metro y medio entre las personas» que pretende ultra-individualizarnos, que quisiera erigirnos en una suerte de egotistas combatiendo airadamente por el alejamiento de todos los demás, solipsistas encerrados en un mundo tan propio como sucio. Es la hora del apretón de manos y del abrazo como forma de resistencia. Y del beso, que amenaza convertirse en asunto de privilegiados existenciales.

Hora de desobedecer, pero no para el mero disfrute personal o el hedonismo mal entendido, sino para inventar o reinventar redes de ayuda comunitaria, texturas insumisas de colaboración individual y trans-individual, maneras de neutralizar esta «guerra mundial de los Estados contra la sociedad».

Que la enfermedad deje de ser una excusa para aherrojarnos, para apretar todavía más los grilletes que nos aplicaron la administración y el mercado. Y algo más: recuperar el derecho de las comunidades a subsistir y resplandecer al margen e incluso en contra de los Estados avasalladores. Esgrimir el anhelo personal y colectivo de vivir en libertad.

(Fragmento, reiterado, de “La forja del ciudadano robot”, ensayo en fase de reelaboración que pronto compartiremos)

Audios relacionados: https://alegrialibertaria.org/wp/ciudadano-robot-de-pedro-garcia-olivo/

Pedro García Olivo

Buenos Aires, 8 de febrero de 2021

CIVILIZACIÓN DESTRUCTIVA A LA QUE LA BIOSFERA LE PASA FACTURA Y ROBOTIZACIÓN ACABADA DE LA HUMANIDAD OCCIDENTAL

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1. El coronavirus como un fenómeno natural, manifestación de una vida no-humana que se desarrolla sin tener que pedir permiso y que está siendo socio-políticamente rentabilizada

La soberbia, la arrogancia, la prepotencia y la voluntad de avasallamiento son rasgos históricos de la civilización occidental. «Castilla miserable,/ ayer dominadora,/ envuelta en sus andrajos/ desprecia cuanto ignora», dijo el poeta y se quedó corto: Castilla, como Europa, como Occidente, combate aquello que ni conoce ni desea conocer y procura aniquilar o absorber (la «integración» es solo la forma hipócrita del exterminio) toda otredad.

Así trató a lo que llamó «Naturaleza», así se comportó ante las otras culturas, así se evidenció frente a las divergencias y diferencias que cundieron en su propio seno (habilitó, ante lo distinto y lo discrepante, persecuciones de herejes y de brujas, hogueras, inquisiciones, campos de concentración, cámaras de gas, campañas de alfabetización y de escolarización, programas de rehabilitación social, de inclusión social, de inserción social, de protección social, de «integración» en un sistema destructivo, a fin de cuentas).

A día de hoy, Occidente parece haber ganado la batalla ante la alteridad cultural, pues borró de la superficie de la Tierra, o está a punto de hacerlo, todas las culturas de la oralidad, todas las civilizaciones que se resistían al despotismo, el individualismo y la beligerancia inducidos por el alfabeto y por la escritura, como sabemos desde Luria, Havelock, Ong e Illich, entre muchos otros. Se encarnizó contra el hombre oral, armado hasta los dientes de Escuela y de Ilustración, y acabó con él, reduciendo de forma estrepitosa la antropo-diversidad. Nadie hizo luto por este gigantesco etnocidio, desoyendo a Cioran: «Habrá que vestir luto por el hombre el día en que desaparezca el último iletrado».

A día de hoy, Occidente puede considerarse vencedor en la guerra contra las subculturas y las subjetividades que, dentro de su propia área civilizatoria, apuntaban en otras direcciones y disentían abiertamente: le fue bien el invento de las escuelas tradicionales, de las «cárceles» y de los manicomios, y le irá todavía mejor el plus-invento de las escuelas «alternativas» y la tele-educación, los «módulos de respeto» y la muy «humanitaria» graduación y relajación del encierro en los «centros de readaptación social», la cura de los supuestos enfermos mentales en sus propios hogares mediante ingesta de barbitúricos…

A día de hoy, y a pesar de los «avisos» que le llegaban desde el clima trastornado, desde la desforestación imparable, desde la contaminación agudizada de las aguas y del aire, desde el enponzoñamiento de los víveres surtidos por la industria de la alimentación, etcétera, Occidente creía haber ganado también la batalla contra una «Naturaleza» que concibió siempre y solo como «objeto»: objeto de conocimiento y objeto de explotación. Sin llegar nunca a conocerla, la explotó sin remilgos y casi sin límites.

Pero ahora ha acontecido un fenómeno también «natural», una manifestación de la vida que no necesita pedir permiso para desarrollarse y que, en términos retóricos, metafóricos, podría valorarse como una factura que nos pasa la Biosfera: el Coronavirus, primer exponente de un virismo planetario que nos visitará y revisitará, que acompañará a la especie humana en su aventura sobre la Tierra.

Todo lo alteramos y corrompimos sin escrúpulos, arrasamos ecosistemas buscando solo el beneficio económico, dimos más importancia a la gestión política de los seres (coerción, dominación, explotación) que al principio de convivencia y de coexistencia pacífica. Sembramos destrucción y ahora cosechamos muerte… En cierto sentido, ya habíamos sido «amonestados», ya habíamos padecido esas «catástrofes de advertencia que funcionan como advertencia de la Catástrofe», en términos de Sloterdijk, pero hicimos oídos sordos, pues pertenece a la condición de nuestros dirigentes y de nuestros expertos no escuchar, no ver y no sentir. Solo hablan y hablan…

Por debajo de este error civilizatorio, de esta torpeza cultural, hemos observado que los sistemas políticos y económicos establecidos aprovecharon la crisis sanitaria para optimizar precisamente el Capitalismo, para librarle de inconvenientes y de molestias (ancianos, enfermos crónicos, pobres, sin-techo, grupos sociales «no productivos», poblaciones precarizadas de los países periféricos…) y para convertir la auto-devastación controlada en un expediente para la regeneración necrófila del Mercado y del Estado.

En términos maquiavélicos, la estrategia es correcta: el virus pasará y la gente, habiendo soportado un confinamiento demencial, estará más que nunca a merced de la Administración y de los Negocios. Arrasados todos los vestigios de la comunidad, aniquilado el instinto de «ayuda mutua», los ciudadanos se comportarán ante el Estado y en la vida económica como auténticos «robots», máquinas humanas privadas de toda autonomía, de todo sentido crítico, de todo apetito de libertad.

Casi de un golpe, a medidos del siglo XIX, se encerró en locales insalubres, luego llamados «escuelas», a toda una franja de edad (la «infancia» y la «juventud»). Este enclaustramiento brutal de los menores constituye un hito, no suficientemente subrayado, en toda la historia de la humanidad occidental y occidentalizada. De un golpe, a principios del siglo XXI, se confinó, bajo pretexto médico, a toda la ciudadanía y la ciudadanía más bien lo agradeció: es este un acontecimiento que marcará para siempre todo el desenvolvimiento futuro de los humanos, quienes se han revelado de nuevo muy por debajo del resto de los seres vivos. «El hombre es un animal fracasado», dijo hace años un filósofo… Hoy cabe sostener otra cosa: «Los seres humanos ya no son animales, que se convirtieron en máquinas».

La máquina de obediencia podrá protestar de un modo regulado, previsto, canalizado, «domesticado», en un gesto de sumisión absoluta al orden vigente. Y habrá otra vez manifestaciones, cambios políticos, ascensos y descensos en las formaciones partidarias electoralistas, implementación de medidas de protección social y de programas «bienestaristas», etcétera. La humanidad robotizada tendrá un «modo trabajo», un «modo disfrute» y un «modo protesta» perfectamente definidos…

2. «Prefiero morir de rodillas»
La administración de la muerte: el Virus, el Capital y el Estado son solidarios
(Pero están en flor el romero, la aliaga y el tomillo, que no fueron «educados» para obedecer)

Hacer que enfermen los sobrantes, matarlos, confinarlos, que enfermen más, seguir matándolos, prolongar el confinamiento: la lógica del Capitalismo Vírico.

Y aceptación de algo inaudito, incomprensible, verdaderamente deprimiente. Porque la ciudadanía se puso de rodillas.

Cuando Dios abandonó su trono, no fue el Demonio quien lo sustituyó, sino «el más frío de los monstruos», como anotó aquel filósofo cálido y un poco monstruoso: el Estado, que se hizo valer mediante la gestión de la fuerza y del Miedo.

Un personaje histórico al que le guardo las distancias, sin amarlo y sin odiarlo, dijo un día: «Prefiero vivir de pie a morir arrodillado». Lo que hoy se dice es otra cosa: «Prefiero morir de rodillas».

Insisto en que, siendo horrible la mortalidad acontecida, y todos los días se me saltan las lágrimas al pensarla, al sentirla, al vivirla, van a ser peores las consecuencias de este confinamiento aceptado, admitido y aplaudido.

Casi mentalmente inconcebible que vayan a morir en España, por una enfermedad, cerca de 100.000 personas. Pero, para mí, que solo tengo uno de mis pies en esta tierra, el otro lo perdí no sé dónde ni cuándo, lo horroroso es que cerca de 37 millones de personas hayan obedecido al Capital y al Estado, encerrándose sin más, sancionando el final de todo anhelo de libertad, de toda esperanza «transformadora».

Ya somos robots, ya somos cuerpos arreglados para una sumisión reeditada, completa y definitiva.

Después de este presidio tolerado, solo cabe «esperar» una cosa, si apreciamos la vida y aún nos emociona la libertad: el final de esta especie animal, tan destructivamente soberbia, tan neciamente «racional», tan amiga de las explotaciones sociales, de las opresiones gubernativas, de la guerras «humanitarias» y de las paces mortíferas, de los destrozos medioambientales y, lo que faltaba por constatar, de los cautiverios consentidos.

Pero la aliaga, el romero y el tomillo están en flor…

3. Hacia la robotización integral del ser humano
(En conserva, todo se pudre)

En conserva, el afecto no puede respirar; se enmohece, se entibia, se descompone. Bajo el arresto domiciliario que estamos padeciendo, muchos amores, muchas estimas, muchos vínculos sentimentales se van a deshacer como castillos de arena bajo la ola que inunda la playa. Se pudrirán afectos de pareja, cariños filiales, fraternidades… Porque falta tanto el oxígeno, la ventana social, el desahogo del exterior, como la posibilidad del silencio y de la auto-comtemplación, el resguardo íntimo. Privados de soledad y de compañía aleatoria, nos convertimos en enemigos de todos y de nosotros mismos, como sugirió Dostoievski. Bajo el estado de alarma, los afectos serán diezmados.

En conserva, la comunicación se agota; se limita, se constriñe, se vuelve rutinaria, insípida, tediosa, casi forzada. El mundo del que se puede hablar es, cada día más, el mundo estrecho en que la vida ha quedado encerrada. Bajo el estado de alarma, la comunicación deviene rictus, gesticulación irrelevante.

En conserva, el pensamiento se degrada; se obsesiona con lo inmediato, se concentra en lo privado, se restringe a lo particular y casi a lo egoista. Bajo el estado de alarma, pensar es casi lo mismo que no pensar.

En conserva, el sentimiento doloroso devora al ser como un cáncer; crece hora a hora, alimentado por lo real-social, por lo subjetivo maltrecho y hasta por lo imaginario enclaustrado. Bajo el estado de alarma, el sufrimiento ya no es un ojo, ya no es una oportunidad para la lucidez, sino que deviene oscuridad infranqueable, invitación a la desaparición, garantía de muerte.

En conserva, la risa únicamente puede ya reírse de sí misma, pues carece de motivos, y la alegría se convierte en un espectro amenazador, en una pose sardónica, irónica o cínica. Bajo el estado de alarma, se evapora todo contento.

En conserva, la crítica se corrompe y lo cuestiona todo salvo el arredilamiento colectivo, se consagra a todo lo supérfluo y a todo lo secundario, se subordina a todos los poderes y a todos los mercados. Bajo el estado de alarma, los críticos son como esas sardinas enlatadas, todas casi iguales y todas muy juntas, que se venden en los supermercados.

En cuarentena, en confinamiento, en conserva, ayunos de afecto saludable, ventilado; de comunicación valiosa y estimulante; de pensamiento altruista o desinteresado; de sentimiento no doloroso; de ocasiones para la risa franca y para la alegría límpida; de disposición crítica insobornable, etcétera, las personas se desprenden de su condición humana, e incluso animal, para robotizarse absolutamente.

Como robots van a obedecer todo el tiempo, gacha la cabeza ante la autoridad política; van a «creer» en los ingenieros que los diseñaron, particularmente en los educadores, los políticos, los médicos y los expertos; van a ser tan predecibles y tan útiles como todas las máquinas…

En unos meses, el Covid-19 habrá matado a muchos y, de la mano de la sumisión político-policial que propicia, robotizado a casi todos.

Pedro García Olivo, Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz, Valencia, 20 de abril de 2020

Cuadro de Alfonso Santa-Olaya Lozano

BIENESTARISMO DE URGENCIA Y MIEDO ADMINISTRADO

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1. «Bienestarismo de urgencia»: golpe asestado por el Coronavirus a la mística neoliberal y beso que ofrece al cinismo socialista

Ante la muerte, ante el dolor, ante la enfermedad, caen algunas máscaras: estamos corroborando que «Estado del Bienestar» y «Estado mínimo Neoliberal» son solo dos alternativas funcionales del Capitalismo, dos cartas que la Administración y los Negocios pueden poner encima de la mesa para seguir ganando, al modo de los ventajistas, su partida contra la población.

El Fondo Monetario Internacional acaba de hacer pública su recomendación, impregnada de «bienestarismo»: incremento del gasto público a fin de paliar las consecuencias sociales (desempleo, precariedad, pobreza) de la crisis económica venidera, reforzamiento de los sistemas de salud, apoyo económico a los sectores poblacionales más vulnerables, sensibilidad «social» en la Administración e intervención decidida del Estado con el objeto de aminorar el sufrimiento de la ciudadanía… A diferencia de hace unos años, el FMI casi adopta un lenguaje «socialdemócrata», «populista», afín al Estado Social de Derecho, dando la espalda a la mística neoliberal.

Turmp, en nombre del «bien común», obliga a la General Motors a reorganizar su actividad productiva, de modo que sirva al combate contra la enfermedad y ya no a la mera ganancia capitalista; «rescata» a las principales aerolíneas y deja una parte de sus acciones bajo el control del Estado, al modo de todas las iniciativas «nacionalizadoras» y «socializantes». Su intervención indisimulada en la actividad económica constituye un escarnio, una burla, para los principios neoliberales que parecía encarnar: de hecho, le está cavando una tumba a la «libertad» económica, al «libre» mercado y a la «libre» competencia.

Personalidades tan destacadas en la derecha política y económica española como Luis de Guindos, vicepresidente del Banco Central Europeo, suscriben la idea de una «renta básica» para la población, proclama-enseña del radicalismo socialista y bienestarista occidental.

Se sabe que el Coronavirus constituye solo la primera fase de una regeneración necrófila del Capitalismo, exigida en parte por la Biosfera, que ya no podía soportar más una lógica de crecimiento económico indefinido. Gran destrucción para un nuevo nacimiento. «Solo hay renacimiento donde hay tumbas», anotó Nietzsche. Ya tenemos las tumbas… La segunda fase de esta perpetuación del Capital y del Estado mediante auto-devastaciones controladas se iniciará a continuación, y se identificará con un «crisis económica de grandes dimensiones».

La inteligencia del Sistema ya prevé un alza considerable de la conflictividad social y no se equivoca en relación con el sentido de las inminentes reivindicaciones: compromiso «social» del Gobierno, ayuda a los más afectados, apuesta decidida por el sector público, inversión en salud y en educación, planes concretos para aliviar el sufrimiento empírico de la ciudadanía, fiscalidad verdaderamente «redistributiva», atención privilegiada a los grupos sociales particularmente precarizados o vulnerables, etcétera. Se dará, pues, un descontento y una beligerancia social en pro del «Estado del Bienestar»: luchas populares para obtener de la Administración aquello que, siguiendo recomendaciones de las principales agencias capitalistas internacionales, esta ya ha decidido implementar. Se luchará por el mismo bienestarismo que el poder desea instaurar. Si los Estados se adelantan, y ponen en obra proyectos «sociales», el conflicto será menor y se dará un ahorro en balas y en sangre, en críticas y des-legitimaciones. Por ahí van los tiros, que siguen a las tumbas.

Y no me engaño sobre la realidad del tan anhelado «Estado del Bienestar», que supone y exige el «malestar» de muchos, que sigue sustentándose en la opresión económica y política, y que nunca se ha dado sin su propia cuota de indigentes, pobres, discriminados, excluidos e incluidos a punta de pistola… Solo digo que esta conocida engañifa nos va a re-visitar, con una imagen novedosa.

Nos espera un «bienestarismo de urgencia» y un retroceso acusado de la cantinela neo-liberal. Cuando se supere la crisis, sanitaria y económica, de nuevo se alzará la mítica del Libre Mercado y de la Libre Competencia, y podrá darse un giro en el signo político de los gobiernos. Llevamos ya así mucho tiempo; y es desalentador que tantas personas sigan creyendo en ese juego, en ese «turno pacífico» de dos modalidades complementarias de gestión de la sociedad, dos expedientes para la reproducción del Capitalismo y del Estado.

No se va a luchar contra el Sistema en sí, contra toda forma de Estado, contra el Capital, contra la explotación económica y la fractura social. No se va a luchar por ninguna «emancipación» digna de su nombre, no se va a vindicar la libertad política y la verdadera libertad económica, que exigirían la cancelación de la administración y del mercado. Habrá gentes aporreadas, maltratadas, asesinadas también, judicializadas, encarceladas, etcétera, por exigir aquello que sus opresores ya han decidio concederles.

A esto he llamado «protesta domesticada»; y es lo que nos aguarda cuando las gentes, pudiendo salir por fin de sus casas físicas, de sus residencias, donde fueron confinadas por la fuerza, regresen de buen gusto, libremente, a sus casas políticas e ideológicas, donde decidieron confinarse por la cultura.

«Estamos a punto de morir de tanto Hogar», leí una vez, me parece, en una obra de Beckett. Hoy creo que este escritor era, de todos modos, un «optimista», pues nos presupone espiritualmente «vivos» y eso hace tiempo ya que dejó de estar claro.

2. Miedo saludable y miedo administrado
(Ante esta crisis sanitaria, me asusta lo que van a hacer con ella y con nosotros el Mercado y el Estado)

Y el niño se inventó un juguete, con su imaginación y con sus propias manos, una cosa rara que se parecía un poco a un camión o a un bólido. Lo hizo con su vida y lo defendió como a su vida: lo escondió en un rincón del armario, para que ningún menor o ningún mayor lo estropeara. Miedo saludable.

Y el mayor por fín se sintió libre, qué más da si por su insumisión triunfante o por su jubilación cabizbaja; pero se sintió libre, y recordó unos versos del Fausto: «Poder decirle a un instante: ¡Detente, eres tan bello!». Y empezó enseguida a temer que un cambio en la legislación o la llegada de cualquier virus lo arrancara de su alegría quizás tardía. Miedo saludable.

Y la mujer que por fin pudo salvarse de la tutela moral y económica del marido o del compañero sintió una felicidad inenarrable el día en que consiguió un empleo y se reconoció capaz de alimentarse y de alimentar a sus hijos sin ceder a los caprichos de un déspota. Sintió luego algo semejante al pánico cuando le hablaron de una crisis económica venidera, que originaría un escalada del paro. Miedo saludable.

Y el convicto al que le llegó el día de su retorno a la vida extra-carcelaria, dichoso de respirar el aire libre y de caminar por las calles con un punto casi olvidado de orgullo y de dignidad, sintió de repente un escalofrío: ¿se le encerrará de nuevo, pues parece que todo está reglado, sujeto a normas y leyes, y él no las conoce y puede resbalar? Miedo saludable.

Y al emigrante que se arriesgó a atravesar un mar para procurar vivir mejor en medio del mal, y acabó empleado en la agricultura bajo riesgo de contagio, se le acercó una duda: ¿querrán que acabe conmigo el trabajo, como no pudo el Mediterráneo? ¿Me van a eliminar, gracias al contrato, por haber intuido que, entre la malaria y el coronavirus, África sería poblacionalmente diezmada y era preciso huir de ahí? Miedo saludable.

Y hay amantes que, no pudiendo discernir por qué se aman, pero sintiendo en verdad un afecto que bulle por encima o por debajo de todas las palabras, sabiéndose asimismo inmersos en un mundo tan poco estimable, tan insufrible, tan horroroso, temen que esa fealdad de la realidad social e histórica contamine o hasta acabe con su vínculo, una relación y un apego que, en cierto sentido, «no eran de este mundo». Miedo saludable.

Porque se da un miedo bueno que actúa como una alarma y una defensa para las personas dominadas y precarizadas Un miedo en cuyo seno palpita la disconformidad, la denegación, la protección tentativa del sujeto social amenazado.

Pero llegó un tiempo en el que todos fueron encerrados, en el que la policía los multaba si se atrevían a desobedecer y salían a la calle, en que morían y morían las gentes que el Sistema desde siempre había desechado o anhelaba desechar (ancianos, pobres, emigrantes, indigentes, chabolistas, sin-techo…). Y muchos tuvieron miedo a enfermar. Miedo a disentir. Miedo a no aplaudir a las ocho de la tarde. Miedo a no respetarse a sí mismos como garantes autónomos de su propia salud y de su libertad de movimientos. MIEDO ADMINISTRADO.

Asusta lo que el Mercado y Estado están haciendo con esta crisis sanitaria y con nosotros; inquieta y alarma esta administación capitalista de los pánicos populares. No me da tanto miedo el virus como la gestión policial y gubernativa, moral e ideológica, de la nueva enfermedad. Me aterran las consecuencias psíquicas, éticas, existenciales y políticas, del MIEDO ADMINISTRADO.

(Aforismos desde los no-lugares)

Pedro García Olivo, Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz, 16 de abril de 2020

¿Eres la noche?

Para perdidos y reinventados

¿Eres la noche?

Para perdidos y reinventados