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Historiografía policíaca

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Primeras páginas de mi colaboración en el libro «La Historia o las historias. Un debate en el seno del anarquismo», coordinado por Javier Encina, Sergio Higuera y Ainhoa Ezeiza, y publicado por Volapük Ediciones.
(Para leer el artículo completo: https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2023/01/wp-1675027016292.pdf)



LA POLICÍA DE LA HISTORIA CIENTÍFICA
Crítica del discurso historiográfico I


«Tengo en cadenas dos de los mayores enemigos del hombre:
la Esperanza y el Temor»
J. W. Goethe



I) LA voz DE LOS PODERES QUE NOS DOMAN
(Introducción)

«Defender una cultura que jamás salvó a un hombre
de la preocupación de vivir mejor
y no tener hambre
no me parece tan urgente como extraer
de la llamada “cultura”
ideas de una fuerza hiriente
idéntica a la del hambre»
A. Artaud

Durante demasiado tiempo, el historiador ha encontrado en el sepulturero su figura desplazada. Historiar era “enterrar”: sepultar el acaecer irruptivo del suceso (como diferencia) para conjurar así el efecto temible de su resonancia entre los vivos. La ciencia del historiador enseñaba a identificar las tumbas en la Paz del cementerio, adivinando bajo el misterio de la muerte la promesa de la redención. Para ello había que despojar al acontecimiento de toda su inquietante movilidad; pensarlo como pura identidad estática, reconstituible -en la unidad acabada de sus ser- de una vez y para siempre. Que nunca nadie sospechara en el suceso el escenario de una lucha por el poder, el teatro de un desenmascaramiento sin fin de la Verdad; que solo reapareciese (guiado por su Señor: el Sepulturero) con la calma de un fantasma al que se le ha prometido la veneración de los hombres de otro mundo -un mundo necesariamente mejor, enriquecido por el correr saludable y compasivo del Tiempo.

En el festín de la celebración y el reconocimiento (celebración por el presente de su bondad incontestada, al enterrar ritualmente el horror en el pasado y reconocerlo solo como pasado), el Sepulturero reclamará entonces la Autoridad y la Independencia: “autoridad” del Artífice Iluminado por la Ciencia e “independencia” del operador técnico distanciado tanto del suceso al que sustraerá la vida como del destino que le reservará un lugar en el museo de la historia o entre las semillas proféticas del mañana.

Precisamente contra ese entrecruzamiento de la metafísica y el positivismo deberá batirse la Crítica de la Historiografía -empeñada en liberar al suceso de su confinamiento «cósico» o teleológico y, por tanto, enfrentada a la moderna policía de la CIENTIFICIDAD.

… … …

La forma de historia que nos domina no responde al accidente, la casualidad o la inercia de hábitos fosilizados por la negligencia de los tiempos. En último término, despunta al filo del siglo XVIII, a la sombra del «proyecto moderno» fraguado por la Ilustración, y recubre el proceso de consolidación política e ideológica de la hegemonía burguesa durante los dos últimos siglos. Como pensamiento de una fuerza social ascendente, forjado bajo las condiciones históricas que determinaron la irrupción y el fortalecimiento de aquel nuevo tipo de subjetividad, la filosofía de las Luces revistió un carácter inmediatamente desmitificador, subversivo en la medida en que acompañaba a la burguesía contestataria en su enfrentamiento con el orden coactivo del Viejo Mundo Feudal. Y la Ilustración desbloqueó así la crítica de diversos presupuestos metafísicos, arraigados en toda la historia del racionalismo occidental, agudizando la crisis de las anacrónicas legitimaciones feudales y preparando el surgimiento de nuevos saberes (entre ellos, la disciplina histórica en su forma moderna) atentos a requerimientos político-ideológicos también diferentes.

Sin embargo, de esta determinación histórica general del pensamiento de la Ilustración se sigue asimismo su «insuficiencia», su posterior fosilización como ideología de la burguesía consolidada: cuando se modifiquen las circunstancias históricas que aseguraban su “efectividad” política, cuando el sujeto social con el que había fundido su destino se constituya en clase dominante, cuando el desarrollo material de la sociedad suscite nuevos problemas -vinculados, p. ej., a la industrialización- a un sujeto histórico distinto (el proletariado, fundamentalmente)…, cuando, en definitiva, se agoten las condiciones, puramente contingentes, de su operatividad crítica, entonces lo que un día apareció como «fuerza emancipatoria» empezará a asumir funciones indisimulablemente legitimatorias, al servicio de las formas específicas de dominación instauradas con la sociedad burguesa.

Desde ese momento, la filosofía de las Luces obstruirá las vías de acceso a una crítica radical de las prácticas discursivas articuladas bajo el capitalismo, lastrando poderosamente la praxis del sujeto empírico de la protesta con la perdurabilidad heroica de sus conceptos aún logocéntricos. No solo alcanzará una posición hegemónica como instancia de reordenación ideológica del saber, sino que pretenderá hacer valer testarudamente su retórica tardohumanista (fortalecida ya en el «sentido común») desatendiendo aquella “temporalidad de los conceptos críticos» anotada, desde ángulos distintos, por K. Marx y F. Nietzsche. En adelante, combatir el trasfondo metafísico de los conceptos legados por la Ilustración (instalados en el corazón de las diversas “disciplinas científicas”, tal y como se modelan desde el siglo XIX) llevará también, como consecuencia lógica, a un definitivo ajuste de cuentas con un tipo determinado de práctica historiográfica: esa «historia de los historiadores» capturada perceptiblemente por el discurso de los ilustrados (y por su “extensión” matizada en los sistemas de Kant y Hegel) y deudora por tanto de una concepción metafísica de la Verdad, la Razón, la Ciencia, el Sujeto, el Progreso, etc.

Está por hacer la historia de esa “guerra de guerrillas” contra el discurso historiográfico moderno. Semejante empresa no suscitó el entusiasmo de los historiadores de oficio -tal vez por remitir al ámbito de la filosofía, supuestamente desatendible como marco de reflexión válido sobre los problemas de las disciplinas científicas. Parecía como si solo el historiador estuviese en condiciones de pensar «su» ciencia y como si, de hecho, el desarrollo de las investigaciones de «metodología de la historia» y de «crítica historiográfica» evidenciara, por sí mismo, la satisfacción cumplida de tal exigencia.

Desde una perspectiva transdisciplinaria, la situación no puede caracterizarse tan optimistamente: la historiografía se ha definido como práctica formal antes que como saber orientado hacia un objeto. A la indefinición del “objeto” se superpuso la desconsideración de su propio significado político y social. La crítica historiográfica, que debía haber planteado esa cuestión, se encaminó más hacia la canonización (por exclusión) de los métodos establecidos, conmemorando las gestas de una lenta aproximación a la Tierra Prometida de la cientificidad, que hacia la restitución de su auténtica «historicidad». En ese contexto, la posibilidad de examinar el secreto logocentrismo de los conceptos epistemológicos y filosóficos que fundaban, en última instancia, las premisas tácitas de la Historia Científica ni siquiera podía ser entrevista. La denuncia de los grilletes metafísicos que retenían a la Historia-Disciplina en los sótanos de la legitimación revistió, entonces, formas «exógenas», procediendo forzosamente por “extensión” o “derivación” de tesis referidas a problemas filosóficos generales.

… … ….

De ahí que todavía nos domine la vieja determinación decimonónica de la disciplina histórica. Su hegemonía universal, celebrada como éxtasis de la Cientificidad, del Método, del Rigor o de la Razón, recubre eficazmente el proceso de institucionalización que la consagra como «saber de legitimación». Toda una policía de la Historia Científica racionaliza la indignidad de las prácticas a través de un doble movimiento coercitivo: el discurso del método (momento de la prescripción, de la exigencia, de la norma) y la literatura de la crítica historiográfica (instancia de la proscripción, de la expulsión o del castigo).

Entre el taller de la «metodología de la historia» y la comisaría de la «crítica historiográfica» se articula esa Tecnología de la Exclusión que garantiza tanto la selección de los materiales y de las técnicas de forja del discurso historiográfico como la marginación de aquel relato irreverente extraviado del «paraíso» de la cientificidad.

Más adelante identificaremos, bajo la solemnidad de la «crítica historiográfica», la impostura de un discurso racionalizador del modo de operar de la historia académica, incorporado por tanto a la moderna empresa de legitimación de la democracia de clases. En negativo dibujaremos, con ello, el perfil de un Relato Crítico inspirado en “otra” tradición teórica, “perturbador” en cierto sentido, regido más por la voluntad de seguir al sujeto de la resistencia en su práctica social efectiva que por la veneración mística de las Exigencias Absolutas de la Cientificidad.

Como condición previa del “recorrido” que proponemos, y a fin de insertar nuestra intervención en la «tradición intelectual» que la respalda, vamos a recomponer a continuación la estratificación teórica de aquellas experiencias filosóficas que -persiguiendo a veces otros objetivos- arrojaron luz sobre la mítica de la Historia Científica, preparando el terreno de la futura deconstrucción. No nos interesa tanto, en este punto, exacerbar el rigor del puntillismo hermenéutico como someter los momentos decisivos de la crítica del logocentrismo occidental a una lectura transversal que resitúe constantemente en lugar de los aprioris historiográficos en la turbulencia general de la “crisis de la Razón”.

Información sobre el texto en:
https://desempoderamiento.blogspot.com/2023/01/libro-la-historia-o-las-historias-un.html

Fragmento extraído del siguiente artículo:
García Olivo, P. (2023). La policía de la historia científica. Crítica del discurso historiográfico I. En J. Encina, S. Higuera y A. Ezeiza (coord.), La historia o las historias. Un debate en el seno del anarquismo (pp.67-130). Guadalajara (España): Volapük Eds.

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Ese ídolo sin crepúsculo
Destinos de la Diferencia
Elegir el propio camino de perdición
Ni víctimas ni verdugos?

EL ARTE DE RENEGAR

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EL ARTE DE RENEGAR

1)

LOS «NEGACIONISTAS» SON LAS BRUJAS DEL FASCISMO DEMOCRÁTICO
(La Inquisición Médico-Estatal se desata conta la crítica y contra la disensión)

Una nueva etiqueta descalificadora cunde por las redes, por las radios, por las televisiones: «negacionista». Y se encienden hogueras… Que el Pensamiento Único es una Inquisición que no cesa, siendo diverso en sí mismo, pues alberga tanto opciones liberales como socialistas. Si brota una discrepancia, una objeción, una resistencia, esta modalidad tan «democrática» inventa una etiqueta, encierra ahí a un montón de gentes y pone en marcha la máquina de los suplicios.

No estoy a favor de la mascarilla, para nada. No soy partidario de los confinamientos, en absoluto. Detesto las vacunas. No creo en este despotismo médico-estatal que recorta sin cesar nuestras libertades bajo la excusa de una crisis sanitaria. Y saco cuenta de lo que todos estos batallones de fusilamiento del libre pensamiento y de la posiblidad de decidir sobre la propia vida nos quieren hacer olvidar…

Que nos olvidemos de toda esa crítica de las disciplinas científicas, entre ellas la medicina profesional, que cundió desde los años sesenta y que se nutría tanto de la opinión de no pocos filósofos como de las denuncias de un sinnúmero de especialistas: cientos de obras contra la pretensión de verdad de las ciencias académicas, la mayor parte de ellas concebidas por científicos académicos «negacionistas». Se denunciaba su inconsistencia epistemológica, su reclutamiento ideológico, su servilismo político, su contribución a la reproducción de la Opresión. Son tantos los nombres… Rememoro solo a unos pocos: Braunstein para la Psicología, Basaglia para la Psiquiatría, Heller para la Antropología, Castell para la Sociología, Di Siena para la Biología y la Etología, Lévy-Leblond para la Física, Viñas para la Matemática, etcétera, etcétera, etcétera…

Que se borre de nuestra consciencia todas aquellas obras que nos alertaban sobre las calamidades inducidas por la llamada «cultura de los expertos», por la «ideología del especialista», por el ascenso de la «tecnocracia», por el crédito tan insensato que las poblaciones tendían a otorgar a unas camarillas de gentes ambiciosas prestigiadas por títulos universitarios y por otras «medallas» culturales meretricias. Un sinfín de estudios, enmarcados en las tradiciones marxistas, libertarias y nihilistas…

Sobre todo, que nos pongamos de rodillas ante los «decretos» de los médicos y ante las leyes de esos políticos armados hasta los dientes de informaciones procedentes de la «ciencia de los venenos». Como si no hubiese existido Iván Illich y no se hubiera publicado «Némesis médica»; como si nuestro «sentido común sanitario» no hubiera sido desacreditado, desde hace décadas, si no siglos, por las culturas que se procuraban la salud de otra forma, bebiendo de saberes comunitarios, de las propiedades curativas de las plantas, de la auto-gestión colectiva del bienestar físico y psíquico.

El Despotismo Médico-Estatal ha conseguido anular el anhelo de libertad de las ciudadanías; las ha doblegado y violado de una manera perfectamente «patriarcal»; ha suscitado una suerte de «Síndrome de Estocolmo», por el cual los damnificados y humillados le dan las gracias por las torturas y tormentos que padecen cada día… Así son los Fundamentalismos; y vivimos bajo esta forma de Religión intransigente, por este Credo homicida del Pensamiento Único Occidental, ora vestido de Neoliberalismo, ora ataviado de Estado Social Bienestarista.

Así que me declaro «negacionista». Y hasta algo peor: «re-negacionista». Renegado, siempre renegado. Que no cuenten conmigo para esta reproducción morbosa, necrófila, del Capitalismo. Asistimos a unas auto-devastaciones controladas del Sistema, que se sirven hoy de un virus como antaño se servían de las denominadas «guerras mundiales».

Señores de los poderes y de los comercios, inquisidores optimizados, soy una bruja por cazar, «negacionista» hasta la médula…

[Para una fundamentación de esta nota, reenvío al borrador de mi último ensayo, «La forja del ciudadano-robot»: https://pedrogarciaolivo.wordpress.com/…/es-la-hora-del-ap…/%5D

2)

«AFIRMACIONISTAS» GENOCIDAS
(Es la hora de un NO! mayúsculo)

Nada más conocido y homicida que el «afirmacionismo».

«Afirmacionistas» fueron los alemanes que sostuvieron el nazismo. Los españoles que consintieron a Franco, los rusos que siguieron a Stalin…

«Afirmacionistas» son hoy las poblaciones que dan crédito a sus Gobiernos y «cumplen órdenes» en su vida cotidiana, bajo la excusa de una enfermedad.

Es la hora de un NO! gigantesco. Por amor a la vida, por respeto a la gente, por sensibilidad ante el dolor ajeno, ha llegado el tiempo de una Divergencia Infinita.

Porque decir que «sí», acatar normas, aceptar y obedecer, replegarse ante los dictámenes gubernamentales, creer de forma religiosa en la medicina y la investigación políticas, nos convierte en algo peor que los fascistas antiguos: nos erige en «afirmacionistas» demofascistas.

El «Sí» mata, como siempre mató.

3)

EL ARTE DE RENEGAR

Cuando Philipp Mainländer consigue su objetivo, por el que tanto se había esforzado, y ve publicada por fin su obra, «Filosofía de la Redención», apila los ejemplares que le hicieron llegar como derechos de autor y, encaramándose a ese pódium, tras echarse al cuello una soga basta y vieja, se ahorca. Renegó de la vida.

Friedrich Nietzsche, que tanto plagió a Mainländer, y esta es una de las cosas más feas que se pueden decir de ese escritor genial, abandonó su plaza de profesor en Basilea y se lanzó a una vida sin reglas. Renegó de su posición privilegiada, de su rango universitario, de la docencia y de la investigación académica.

Harold Pinter, en el discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura, lanzó una intempestiva denuncia del imperialismo occidental y de la Guerra de Irak, pidiendo que se encausara a los presidentes de EEUU, de Reino Unido y de España por «crímenes contra la Humanidad». En cierto sentido, renegó de la distinción.

Lévy-Leblond, físico ultra-galardonado, «Caballero de las Artes y de las Ciencias» por su contribución al progreso del conocimiento, publicó no obstante «Auto-crítica de las Ciencias», verdadero hito en la revuelta de los especialistas contra sus propias disciplinas. Renegó, con todo fundamento, de la Física.

Pierre Clastres, tan vinculado a la suerte de los guaraníes amazónicos, cuando regresa a la zona, tras unos años de estadía en Europa, y observa lo que ha cambiado en ellos, bajo la presión del Capitalismo occidental, se desmoraliza y, de nuevo en Francia, acaso por su depresión, se suicida. Podemos leer su muerte voluntaria como un renegar de la antropología y de la cultura altericida europea.

Masanobu Fukuoka remueve todos los cimientos de la agricultura convencional, renegando del interés comercial que la había degradado.

Aquel campesino beocio del mundo antiguo que, dando un paseo por el bosque, se encuentra un tesoro y resuelve cagar sobre él y salir corriendo, renegó de todo cuanto podía suponer un peligro para la tradicional e igualitaria vida de su comunidad.

Cuando ve cernirse sobre la Universidad el monstruo del nazismo, Karl Jaspers la abandona, dejando como despedida unas palabras terribles: «Es cierto que Hitler quiere acabar con la Universidad, pero también es verdad que esta Institución está podrida desde hace mucho tiempo». Renegó de la «Universitas», no como Martin Heidegger, que permaneció en su puesto y llegó a alcanzar el rango de Rector nazi.

Marcel Proust desconcertó a medio mundo con aquel texto que se tituló «Sobre la lectura» y que hubiera podido nombrarse mejor «Contra la lectura», en la que renegaba, en cierto modo, de su condición de lector y de escritor.

George Steiner, ese liberal, ese conservador, cuando se jubila como docente, arroja al mundo, en «Lecciones de los maestros», un interrogante ingrato, con el que, en mi opinión, reniega de la Pedagogía: «¿Qué faculta a una persona para pretender educar a las demás?».

En un texto bellísimo, que hace parte de «Cartas a Theo», Vicent Van Gogh reniega de la pintura, si no de la creación en su conjunto: «A veces tengo la sensación de no hallarme en la verdadera vida; y el pensar que más valdría trabajar en la carne misma y no en el yeso o en el lienzo».

Renegando de su actividad compositora, Franz Kafka se propuso quemar toda su producción escrita.

Paul Gauguin abandonó a su familia, dejó su negocio como agente de bolsa y renunció a sus propiedades, cancelando su existencia cómoda y perfectamente aburguesada en París, para renegar de la vida «civilizada» y buscar quién sabe qué en lejanos mundos indígenas.

Etcétera, etcétera, etcétera…

Partiendo de los «gestos» de estas y otras personas, en «El Arte de Renegar» iré abordando, desde una perspectiva crítica, tentativamente disidente, diversos aspectos de la cultura y de la organización de la vida en las sociedades democráticas occidentales. Vindico así lo que se ha denominado «pensamiento negativo» y su legitimidad en tiempos de crisis y de estancamiento socio-político.

Bajo este Capitalismo consolidado que padecemos queda descartada la posibilidad de un Pensamiento Nuevo, inédito, original, reluctante, que exigiría, para poder brotar, un suelo histórico también diferente. No cabe soñar con un Nuevo Paradigma si el mundo sigue siendo el de siempre en lo sustancial, igual a sí mismo en lo determinante: el Viejo Mundo de la sociedad mercantil, el Reino del Capital y del Estado.

Pero esto no implica renunciar a la reflexión, solo que esta habrá de refugiarse, si no quiere ser reclutada por el Pensamiento Único, en el espacio de la negatividad. Negar, Denegar y Renegar… Así se contribuye a agrandar fisuras, a profundizar grietas, en la pared del Relato Hegemónico; así se deshilvana el tejido de la verdad oficial, del «sentido común» administrado, del «verosímil crítico» de nuestras sociedades, en expresión de Roland Barthes.

Es como un trabajo de la erosión que exige «ira y estudio», como decía Francis Bacon. Vicent Van Gogh, el «suicidado de la sociedad», acertó a expresar, con toda la sencillez y toda la elocuencia del mundo, la naturaleza de esta práctica contestataria, enfrentada al Muro de lo real: «No sirve para nada golpearlo con fuerza; debemos minar ese muro y atravesarlo con la lima, lentamente y con paciencia, a mi entender».

«El Arte de Renegar» va a motivar un doble ejercicio creativo: textos cortos sobre la índole de los personajes que me sirven de inspiración, casi constituyentes de una insólita «galería de renegados», composiciones que iré publicando en «Entre los invitados, profesores todos, tomó asiento un asesino»; y audios concebidos para Radio Alegría Libertaria y que se albergarán asimismo en «Discursos Peligrosos», mi podcast de antipedagogía y desistematización.

Negar y Denegar no se antoja difícil, pues son procesos que tienden a resolverse como actos de palabra, de mera teoría. Renegar, tal y como lo entiendo, supone dar un paso más: llevar el pensamiento a la vida, convertir la teoría en acción, «encarnar» dramáticamente la disidencia… Renegar coincide objetivamente con el «pathos» de la desistematización.

Remito desde aquí al primer audio de la serie, una suerte de «presentación»:
https://anchor.fm/pedro-garcia-…/…/El-Arte-de-Renegar-eidc7n

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LA EXISTENCIA COMO LASTRE Y EL CONTRATIEMPO DE LA CRÍTICA

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on febrero 13, 2019 by Pedro García Olivo

Bajo la modernidad occidental, la existencia de las gentes queda definitivamente aherrojada bajo una forma doble de racionalidad estratégica; y nos desvivimos entre una lógica material depravada que nos lleva a comportarnos como meros «seres económicos» y una lógica insensata de la obediencia política que nos erige en lamentables «ciudadanos».

Pero no ha sido necesariamente así en todo lugar y en todo tiempo; y no siempre han actuado de esa manera casi todos los hombres y casi todas las mujeres.

Porque, contra la razón instrumental, se ha levantado en cualquier parte y en cualquier época, aunque ciertamente ayer más que hoy y allá más que aquí, una disposición negadora y festiva, dichosa e imprudente, aficionada a practicar la crítica como el último contratiempo y a combatir sin descanso esa vida ordenada que se padece como un lastre; una disposición, antiautoritaria por antipedagógica y libertaria por desistematizadora, que nombramos «lúdica» y sobre la que es casi imposible escribir sin una sonrisa entre los labios.

De ella saben los niños, las gentes que no se nos parecen, tantos locos hermosos, los marginales voluntarios, los perdedores esforzados y deliberados, los extraviados a consciencia…

Presento «En defensa de la razón lúdica», ensayo que forma parte de mi último libro («Antipedagogía. La vida como lastre y el contratiempo de la crítica»), obra en fase de revisión formal.

https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2019/02/en-defensa-1.pdf

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 13 de febrero de 2019
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

CREER

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Crítica de las sociedades democráticas occidentales with tags , , , , , , , , , , , , , on marzo 16, 2018 by Pedro García Olivo

Dejé de creer en las banderas
porque teñían de sangre el cielo
y las que más proclamaban libertades
más asesinaban.
No ondeo ninguna.

Dejé de creer en los libros
porque siempre mataban bellezas:
devastaban la capacidad hermosa de observar
sin conceptos ni velos de la teoría en la retina,
de pensar por uno mismo
y de aprender sin patrones.
Y porque muy a menudo mataban personas.
Cada día leo menos.

Dejé de creer en las patrias,
de tierra, de sangre o de papel;
mortíferas las de papel,
como la Biblia o El Capital;
oscuras las de la sangre
para lo bueno y para lo malo;
corrompidas ya las de la tierra.
No reconozco ningún ligamen.

Dejé de creer en mí,
dañado por el exceso de banderas que ondeé,
rojas, negras, rojas y negras;
por los libros que leí
y que me querían empujar;
por las patrias que elegí y que amé,
a veces tan solo por la necesidad de amar.
No me justifico, no me celebro,
no me aplaudo.

Cuando te conocí,
te soñé bandera hecha de viento y de noche,
bandera de nadie y de ninguna parte;
te soñé libro que no se lee,
con páginas en blanco
y otras que nadie entiende;
te soñé patria nómada, aerea, inconstante,
como los miedos o el deseo.

Después de conocerte,
volví a creer;
pero a creer ya solo en ti.

Pedro García Olivo
www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Buenos Aires, 16 de marzo de 20018

LA DESESCOLARIZACIÓN INSUFICIENTE

Posted in Activismo desesperado, Crítica de las sociedades democráticas occidentales with tags , , , , , , , , , , , , , , , on octubre 30, 2017 by Pedro García Olivo

En torno a “Desempleo creador”, de Iván Illich, los márgenes y la desistematización

El pasado es un invento de los curas más crueles
y el futuro una mentirijilla de los políticos”

Escuchado en un hospital psiquiátrico de Murcia

brecha

En sentido amplio, la “antipedagogía” se define como una denegación de todas las figuras del elitismo y del dirigismo moral e intelectual. Percibe la “disposición pedagógica” allí donde una persona procura deliberadamente intervenir en la consciencia, en la subjetividad, de otra, a fin de operar una modificación, una reforma, una transformación, alegando, para más inri, que lo hace justamente “por su propio bien”. Y cabe entonces señalar, como ubicaciones de ese despotismo moral, y al lado de la ocupada por los profesores, la posición de los médicos, la de los jueces, la de los policías, la de los periodistas, la de los políticos,…

En sentido estricto, la “antipedagogía” se presenta como una crítica radical de toda forma de Escuela, denostando particularmente las modalidades de educación administrada, públicas o privadas, que hoy se dejan etiquetar como “alternativas”. Sostiene que ese punto de desenlace contemporáneo del Reformismo Pedagógico responde al proyecto institucional, estatal y supraestatal, de reorganizar el aparato educativo para que reproduzca mejor las estructuras económicas, sociales y políticas del Capitalismo tardío. Las novísimas escuelas de inspiración democrática o libertaria constituirían entonces una astucia del Capital y del Estado, optimizando el despliegue de la opresión demofascista.

Para ambas acepciones, no cabe duda de que la “desescolarización” de Iván Illich, entendida también en sentido no restrictivo, aparece como una verdadera fuente teorética, como un surtidor de fundamentación. Y es que el “maestro” de Cuernavaca miró siempre desde un muy peculiar “reojo crítico” ese movimiento de las Escuelas Libres que, partiendo de la más que evidente insostenibilidad de la docencia autoritaria tradicional, se empezaba a afirmar en sus días. No creyó en ellas para nada y las desestimó. Vio muy pronto la trampa: reformar la Escuela para perpetuarla. Y, en segundo lugar, Illich en absoluto “paró” en la Escuela: extendió su escepticismo y su disensión hasta abarcar todo el conjunto de lo que llamó “profesiones tiránicas”, “profesionales inhabilitantes”, “burocracias del bienestar social”…

Pero fue solo una fuente, un surtidor. Porque la “antipedagogía” se reconoce radicalización de la desescolarización illichiana. Y porque, antes que nada, sortea todo el cúmulo de ambigüedades, no-decires y semi-decires que permitieron un uso casi “a la carta” de los planteamientos de Iván. Se ha dado una “lectura” liberal de Illich, una lectura “neoliberal”, otra “cuasi-marxista”, alguna “libertaria”… Pero no se producirá nunca una “interpretación” pro-capitalista de la anti-pedagogía, que desvela desde el principio el objeto de su crítica, sin medias tintas ni transacciones. Y, precisamente en este sentido, hemos dicho, desde hace tiempo, que “antipedagogía no es, meramente, desescolarización”.

Para separarnos de Illich, vamos también a correr de su mano. Le seguiremos en “Desempleo creador”, un opúsculo muy sugerente. Y aspiramos a manifestar el sentido de una “simpatía que discrepa”, de una “afinidad que diverge”.

Estos son los caminos que recorreremos, sin meta de llegada pero con punto de partida:

1. Utopismo cínico versus marginalidad premeditada

2. Trabajo, Mercado y Estado

3. La antipedagogía en tres páginas

UTOPISMO CONSERVADOR

En “Desempleo creador”, Illich aboga por un mundo en el que el trabajo (“alienado” o en dependencia: lo que denominamos “empleo”) sencillamente no se dé: la gente consagraría su tiempo a satisfacer por sí misma sus necesidades y a atender a la comunidad. Disfrutando de la “labor”, de la “tarea”, de un desempleo verdaderamente “creativo”, usando “herramientas convivenciales”, produciría bienes de uso no mercantilizables. Podría darse entonces la “subsistencia moderna”: “Modo de vida de una economía posindustrial en el seno de la cual la gente logra reducir su dependencia en relación con el mercado, consiguiendo una infraestructura en la que técnicas y herramientas sirven, en primer lugar, para crear valores de uso no cuantificados y no cuantificables”. En esta “sociedad convivencial”, las libertades son más importantes que los derechos: en lugar de reivindicar el “derecho al trabajo”, la gente se entregaría a la libertad de crear valores de uso para sí y para los demás; en lugar de defender el “derecho a la vivienda”, nos capacitaríamos para construirnos libremente nuestras propias casas; en lugar de clamar por el “derecho a una sanidad pública”, recuperaríamos la autogestión de nuestra misma salud, apoyándonos en los saberes curativos comunitarios; en lugar de esgrimir un “derecho a la educación” que encierra a los jóvenes para domesticarlos, ejerceríamos la libertad de auto-educarnos, de elegir a nuestros maestros, de formarnos en comunidad; en lugar de solicitar, también como un derecho, un sistema público de transportes, nos regalaríamos la libertad de recuperar el cuerpo y de usarlo; en lugar de postular cínicamente un “derecho a la vida” y a no pasar hambre, viviríamos de hecho la libertad de producir nuestros propios alimentos,… Esta “subsistencia moderna”, inseparable de una nueva “austeridad convivencial”, basada en un “desempleo creador”, en un mercado reducido a mínimos y en un Estado que retrocede conforme las gentes recuperan sus libertades, estará al alcance de las personas cuando, quizás en el contexto de la crisis, “se hagan conscientes de su propia prisión autoimpuesta y de la posibilidad de una vida diferente”, posibilidad de un estilo de vida distinto, “centrado en el valor de uso” y bajo “una nueva escala de valores: la belleza, la sencillez, la ecología, la vida en comunidad”.

Como condición previa para la conquista de este bello horizonte utópico, Illich confía en el avance de la desescolarización, entendida como proceso personal de deconstrucción: “Renunciar al consumo ilimitado y a la ubicua suposición de que a los otros se les puede manipular por su propio bien”. Como es sabido, a esa turbia suposición se adhieren hoy los gestores de la administración, los políticos, los planificadores y todos los “profesionales” del bienestar social, profesores, médicos y asistentes entre ellos.

En la práctica totalidad de sus obras, pero de un modo muy nítido en “Desempleo creador”, “La sociedad desescolarizada”, “Energía y equidad” y “La convivencialidad”, I. Illich se expresa como un “utopista” de viejo cuño: diseña un mundo “ideal”, en el que desaparecen casi todos los males sociales, la mayor parte de los estigmas históricos, un orden armonioso, verdaderamente “humanista”, racional en el mejor sentido del término, en el que los hombres serán capaces de relacionarse de otro modo con la tecnología, con las herramientas, con la enseñanza, con la propia salud, con el medio ambiente, entre ellos mismos…

Como tantos “utopistas”, ni aclara muy bien los modos de acceder a esa suerte de Paraíso (¿reforma o ruptura?, ¿evolución socio-cultural o transformación revolucionaria?), ni especifica sin sombra de ambigüedad en qué horizonte socio-político-cultural quedaría ubicado (¿en un capitalismo “de rostro humano”?, ¿en una organización socialista?, ¿en un sistema inédito cuyo nombre todavía desconocemos pero radicalmente opuesto al actual?).

Como no pocos pensadores utópicos, mezcla perspectivas extremosas, que parecieran avanzar contra la médula misma de lo instituido, con “recetas” ramplonas, tan próximas a la ingenuidad como al cinismo: reducción de la velocidad a un máximo de 20 kilómetros por hora en las ciudades y rediseño completo de la red urbana atendiendo a la exigencia de una circulación en bicicleta (“Energía y equidad”); creación de espacios educativos en los polígonos industriales, implicando a los ejecutivos y responsables de las empresas en su organización y gestión (“La sociedad desescolarizada”); emisión, por el Estado, de “educréditos”, una especie de “moneda educativa”, para garantizar un acceso igual y sin discriminación a las Lonjas de Habilidades y otras instituciones alternativas de enseñanza (“La sociedad desescolarizada”); reducción calculada, evaluada, a un “mínimo” o “umbral”, no in-habilitante o paralizador del ser humano, tanto en las prestaciones y servicios facilitados por los profesionales y las administraciones como en la producción y circulación de mercancías (“Desempleo creador”), etcétera.

Precisamente porque, en todos estos casos, I. Illich “acepta” como interlocutores al Estado y a la Empresa, “proponiendo” reformas que deberían ser atendidas por los poderes políticos y por el Capital, cabe hablar de “utopismo conservador” para dibujar el perfil general de esas obras. Y quedará por siempre la sospecha de que el marco general de la propedéutica illichiana es un sistema capitalista “modernizado”, “racionalizado”, “humanizado”.

Al lado de las utopías “clásicas”, que giraban en torno al Reino de la Libertad comunista o a la Acracia de los anarquistas, la utopía de Illich es mucho más borrosa: no termina de precisar su postura ante cuestiones ineludibles, como la propiedad privada (excluida de su argumentación), las clases sociales en su relación de explotación (más allá del asunto de la desigualdad y de la polarización), la democracia representativa, la Nación,…

La antipedagogía rehúye radicalmente todo ese cúmulo de ambigüedades y ambivalencias que desgarran el texto del pensador austriaco. No hay en ella el menor aliento “utópico”; sorprende, incluso, un trasfondo insoportablemente “pedagógico” en esa manía de idear sociedades futuribles con sabor a mermelada y música de “final feliz”: el “utopista”, en tanto super-profesor, tal una auto-consciencia crítica de la humanidad, nos enseñaría a todos cómo debemos organizarnos para habitar indefinidamente en la libertad y en la dicha social…

Para la antipedagogía el Sistema somos nosotros, todos nosotros y todos los días, en cada acto de compra, de venta, de obediencia o de mandato, de trabajar o de buscar trabajo… Ya que somos lo que odiamos, poco cabe esperar de nosotros mismos como “sujetos” de una transformación de lo real-social. El relato de la Emancipación se quedó, en efecto, sin “sujeto”, desde que la llamada “clase trabajadora” dejó bien a las claras que no tenía por qué seguir los caminos que le marcaban los intelectuales de izquierdas y que su voluntad concreta era la de un acomodo, desde la subordinación, en el propio Sistema que la explotaba. Los “sujetos sustitutorios” soñados por los burgueses y pequeño-burgueses que daban clases en las universidades pronto se revelaron asimismo como afectos a la instalación, a la integración en lo dado. Ni los estudiantes, ni los marginados, ni los emigrantes, ni los esquizofrénicos, ni las mujeres, ni los indígenas, ni las “multitudes”…, quisieron tomar la antorcha de la Liberación, dejando en el aire (sería más exacto decir “en las nubes”) el discurso de la Utopía, que empezó a oler mal, definitivamente mal, desde entonces. “Se me perdonará mi oficio mercenario y mi estilo burgués de vida porque proclamo creer en la Utopía”: ahí paró el Relato de la Revolución, tras perder su inocencia por la iniquidad de sus portadores.

Ante este “vacío”, ante este “hueco” en la Ideología que se postulaba como la Verdad, cuando no como la Ciencia (L. Althusser), gentes de la clase media, ebrias también de “pedagogismo”, cerraron filas para dedicarse a la “construcción del sujeto colectivo”; y bajaron a los barrios, a los mercados populares, a las escuelas periféricas, a las iglesias incluso, dispuestas a “forjar” ese agente social imprescindible para sostener la Quimera. Como mucho, lograron arrastrar a unos hatajillos de “indignados” hasta las playas del Estado del Bienestar, donde la gente puede al fin tenderse al sol y disfrutar de la brisa.

Pedagogos”, los profesores de defendían la Utopía desde las aulas y tachaban a los obreros de “alienados” por no suscribir sus consignas sindicales o políticas; “pedagogos”, los misioneros de esa “tropa de lo social” que corrió a reclutar secuaces como si fueran ovejas, traslumbrada por los mismos libros que los jerifaltes de la Universidad. “Pedagógico”, todo el universo de la Utopía; y “pedagogo” también el propio Iván Illich, a pesar de su crítica desescolarizadora.

Si no hay sujeto para la Transformación y abominamos de cuantos se “consagran”, casi religiosamente, a la elaboración de esa consciencia colectiva, solo resta una salida lógica, que recupera elementos de la tradición libertaria clásica y contemporánea: apostar por la “auto-construcción ética y estética del sujeto para la lucha”.

Descodificarse, de-sistematizarse, arrancarse las contradicciones (puntos de incrustación de lo establecido en el ser del rebelde) como si fueran garrapatas, es una tarea que no se puede hacer en el centro del Capitalismo o en su periferia descontentadiza: exige un dar la espalda a las seducciones de la instalación, un querer correr hacia el margen, hacia el punto extremo de lo vigente.

El margen se lo hace cada uno, y no es una línea de llegada: es una dirección, una orientación, pues nunca se conquista plenamente. Hay quien avanza con rapidez hacia los márgenes, y quien lo hace lentamente. Lo importante es la voluntad de caminar en la dirección contraria, alejándose progresivamente de la centralidad del Sistema. Hay márgenes “residenciales”, y gentes que se labraron su morada lejos de las ciudades, en el medio rural o en las montañas; hay márgenes “laborales”, y personas que optaron por dejar de trabajar, aún al precio de la penuria, o, en todo caso, por practicar un “trabajo mínimo”; hay márgenes “dietéticos”, y gentes que procuran producir sus propios alimentos, renunciando a la industria de la alimentación; hay márgenes “energéticos”, en los que la reproducción de la propia vida ya no pasa por un contrato con la multinacional del suministro eléctrico; hay márgenes “educativos”, como los señalados por esas familias que sacaron a sus hijos de las escuelas y vieron el modo de juntarlos con otros niños en espacios no-escolares; hay márgenes de género, como el de las personas que procuran esquivar su encierro en una condición sexual y el de tantas mujeres y unos pocos hombres que conscientemente despatriarcalizan áreas fundamentales de su vida; hay márgenes “filosóficos” o “espirituales”, como los que siguen representando las comunidades indígenas menos occidentalizadas, los pueblos nómadas, los reductos rural-marginales en alguna medida a salvo del Estado, etcétera.

Pero hay “márgenes”, de todo tipo, y gentes que corren hacia ellos en parte también para “auto-construirse”. La antipedagogía entronca con la temática de la fuga y del margen en la medida en que, aborreciendo el discurso de la Utopía y el cinismo de todo proyecto político eugenésico (elaborar un Hombre Nuevo para la forja del Nuevo Mundo), desiste por completo de intervenir en la subjetividad del otro, reconociendo que el campo de batalla se ha desplazado hacia nuestro propio interior, y es ahí, en nuestro ser, donde deberíamos incidir conscientemente, deliberadamente. Con ello, se distancia de la mera “desescolarización”, blandida por gentes que siguen dando vueltas en torno al Estado y a sus instituciones, que continúan apegadas a la centralidad universitaria o académica, como el propio Illich a pesar de todo y la mayor parte de sus “discípulos”.

La antipedagogía puede verse como una radicalización de la desescolarización illichiana, operando por eliminación de ambigüedades estratégicas, por superación de la escisión entre la teoría y la práctica y por revisión de las nociones de “trabajo”, “mercado” y “Estado” asumidas por el crítico austro-mexicano. Para referirnos a estos ámbitos, en los que la antipedagogía, rebasando la mera desescolarización, explora cuestiones “políticas” (en sentido amplio) y también existenciales, hemos empezado a apuntalar otro concepto: el de “desistematización”.

TRABAJO, MERCADO Y ESTADO

La negación de lo dado en Iván Illich

1) Trabajo

Para Illich, “cada nuevo tipo de empleo vuelve ilegítimo un trabajo que hasta ese momento efectuaba la gente sin profesión”. Se produce así “la pérdida sucesiva de las libertades de ser útil en otra parte que no sea un “puesto de trabajo” o fuera de un control institucional (…). Cualquier labor no remunerada se desprecia, si no es que se ignora (…). La labor no es más el esfuerzo o la tarea (…). El trabajo no es ya la creación de un valor (…). Carecer de trabajo se ve como estar tristemente ocioso y no se estima como disfrutar de la libertad de hacer cosas útiles para sí o para el vecino (…). Esforzarse por producir algo agradable, amar lo que uno hace, son nociones carentes de sentido en una sociedad donde solo cuenta la pareja mano de obra/capital (…). En una sociedad industrial avanzada, se vuelve impensable renunciar a ejercer un empleo para dedicarse libremente a un trabajo autónomo y útil” (…). Por otro lado, “una sociedad que engendra una dependencia intensa en relación con las mercancías transforma así a sus sin-trabajo en pobres o asistidos”.

2) Mercado

Illich subrayó con contundencia la “intensidad inhabilitante del mercado”: “En unas cuantas décadas, el mundo se ha uniformado (…). El desarrollo ha tenido los mismos efectos en todas las sociedades (…): bienes y servicios estandarizados por ingenieros y destinados a los consumidores, quienes, a su vez, son estandarizados por los educadores para creer necesitar lo que se les ofrece (…). No hemos sido capaces de percibir que este proceso sustituyó, por artículos empacados y producidos en serie, todo lo que la gente hacía o creaba por sí misma (…). Esta sustitución gradual de valores útiles pero no mercantilizables por bienes industriales y por servicios ha sido la meta compartida de todas las facciones políticas y de todos los regímenes (…). La vida pasa a depender casi exclusivamente del consumo de mercancías”.

Pasado cierto umbral —agrega— la multiplicación de mercancías induce a la impotencia”, a la incapacidad. Nos inhabilita y ya no somos capaces de cultivar nuestros propios alimentos, de construir nuestras propias casas, de hacernos la ropa, de fabricar las cosas que necesitamos… “Cada grado que se añade en cuanto a la opulencia en mercancías trae como consecuencia un descenso en la habilidad personal para hacer y crear”: se genera así la “riqueza frustrante” y la “pobreza modernizada”, características siempre de gentes impotentes, dependientes de los servicios especializados y de los mercados, atenazadas por pseudo-necesidades que colimitan con las mercancías, en una verdadera toxicomanía de la protección estatal. Porque las necesidades “originarias”, “auténticas”, que pueden sentir los individuos y las comunidades no coinciden ya con las pseudo-necesidades postuladas por las Administraciones y para las cuales diseñan modos de satisfacción que abocan a un consumo desaforado, discriminador y eco-destructor.

La “necesidad” de saber se convirtió en “obligación” de consumir elaborados escolares; la “necesidad” de salud se transformó en “obligación” de adquirir fármacos, pagar servicios hospitalarios y consentir la medicalización absoluta del cuerpo; la “necesidad” de tranquilidad en el desenvolvimiento cotidiano llevó a una policía francamente intranquilizadora; la “necesidad” de movilidad, de usar el cuerpo para desplazarse, dio lugar a un sistema de transporte público que convierte las piernas en órganos casi innecesarios, prestos a atrofiarse; la “necesidad” de prevenir las agresiones de los de afuera desembocó en ejércitos siempre dispuestos a agredir al extraño; etcétera.

3) Estado

Para Illich, hemos acabado erigiéndonos en víctimas de las “burocracias del bienestar social”. Y es preciso denunciar “las funciones antisociales ejercidas por los proveedores menos cuestionados —los educadores, los médicos, los asistentes sociales y otras bellas personas”. Con ellos, “la paz está en pie de guerra (…). Los campos de batalla de la salud, la educación, el bienestar y la igualdad están sembrados de víctimas”. “Se recordará esta Edad de las Profesiones como aquel tiempo en que los ciudadanos, guiados por profesores, confiaban a tecnócratas el poder de legislar sobre sus necesidades, de decidir quiénes necesitaban qué cosas, y el monopolio de los medios que satisfacen estas necesidades”. Vivimos bajo el yugo de las profesiones, que son “dominantes”, “tiránicas” y están “establecidas”. De su mano se produce “la hegemonía de las necesidades imputadas”, pues “los profesiones le dicen a usted qué es lo que necesita. Reclaman para sí el poder de prescribir (…). Al igual que el clero, ejercen el poder cedido por una élite, cuyos intereses apoyan”.

Pero Iván da todavía un paso más: “Muchas profesiones se encuentran tan firmemente establecidas que no solamente ejercen tutoría sobre el ciudadano-vuelto-cliente sino que también conforman su mundo convertido-en-custodia. El lenguaje en que se percibe a sí mismo el ciudadano, su percepción de los derechos y de las libertades, y su consciencia de las necesidades, derivan de la hegemonía profesional (…). El profesional se ha convertido en un cruzado filántropo (…); reclama un monopolio sobre la definición de las desviaciones y sobre sus remedios (…); reclama también un saber oculto sobre la naturaleza humana y sus debilidades (…). En cualquier campo donde se pueda inventar una necesidad humana, estas nuevas profesiones inhabilitantes se arrogan el estatus de expertos exclusivos del bien público (…): los médicos transformados en biócratas, los maestros en gnoseócratas, los empresarios de pompas fúnebres en tanatócratas…”.

En el plano político, “la influencia de las profesiones, además, debilita la democracia”. “El control ciudadano sobre los poderes clave ha sido restringido, debilitado y hasta abolido por la ascensión de profesiones «clericales». Un gobierno que dicta sus leyes de acuerdo con las opiniones expertas de tales profesiones puede ser un gobierno «para» la gente, pero nunca «de» la gente (…). La descalificación por parte de los profesionales de la opinión del vulgo aparece como una condición necesaria para tal subversión (…). En los aparatos legislativos y en las cortes de justicia (…), el profesional dominante aporta al jurado o a los legisladores la opinión de sus colegas, todos iniciados en la materia”, opinión siempre prevaleciente, incluso contra la evidencia.

Como conclusión, “el consumidor consecuentemente adaptado sustituye las necesidades sentidas por las aprendidas”. Y la “contraproductividad” de nuestras instituciones determina que “la acción autónoma esté paralizada por un sobrecrecimiento de los productos y de los tratamientos”. “Tres juegos de ilusiones transforman al ciudadano en cliente que solo puede alcanzar su salvación mediante los expertos”: “la idea de que la gente nació para consumir y que solo puede alcanzar cualquier objetivo comprando bienes y servicios (…), lo que neutraliza la acción autónoma en beneficio de las prestaciones profesionales”; “la segunda ilusión atañe a la función de la herramienta”, que deja de ser un instrumento de trabajo vinculado a la vida doméstica para erigirse en instancia de producción de “lo vendible”, abandonando el ámbito de lo “convivencial” para insertarse en complejos comerciales e institucionales; por último, “la tercera ilusión mutilante consiste en confiar a los expertos el cuidado de fijar límites” y de establecer esos “derechos” que siempre asfixian libertades.

La antipedagogía como radicalización de la desescolarización. Para una desistematización de la existencia

Desde el punto de vista de la desistematización, la percepción del mercado, el trabajo y el Estado, en “Desempleo creador”, no rompe suficientemente con la axiomática capitalista y puede recuperarse perfectamente para una “humanización” de las relaciones interpersonales en el marco de la “sociedad mercantil” establecida.

Mercado

La desafección de Illich hacia el consumo es evidente, y muy sugerente su denuncia de los efectos “inhabilitantes” y “empobrecedores” de la sobreabundancia en mercancías. Pero Iván tiende a plantear el asunto en términos “cuantitativos”, hablando de “umbrales”, de “niveles”, de “contraproductividades”. Para él, el mercado no es un mal en sí mismo, sino solo cuando sobrepasa ciertos límites…

Desde la perspectiva desistematizadora, el problema del mercado no es tanto el de su tamaño como el de su “centralidad” a nivel sociológico y hasta antropológico. En lugar de abogar por un “mercado limitado”, prefiere soñar un “mercado cero”, por lo que se muestra más receptiva a la literatura crítica del “hombre económico” (J. Ellul, L. Mundford,…), tradición que sitúa el consumo y el comercio en unos marcos más amplios: aparte del adquirir, y como baluartes de la reproducción del Capitalismo, están el invertir, el rentabilizar, el calcular, el ahorrar,… Y, está, sobre todo, el “producir”. De ahí que la desistematización enlace también con el anti-productivismo de la Escuela de Grenoble (Baudrillar, Maffesoli, Girardin,…), corriente que suscita una muy pertinente revisión del concepto de “Naturaleza” y una denuncia onto-política del binomio Necesidades-Trabajo, fundamento “naturalista” —esencialista, antropologista— de la Economía Política.

Tanto la crítica del “hombre económico” como el “anti-productivismo” contemporáneo parten de una denegación sin ambages, que la desistematización hace suya, de la llamada “racionalidad instrumental” o “estratégica”. Por último, el anti-consumismo cualitativo, no cuantitativo, puede incorporar, desde su radicalidad, la orientación de la “crítica del valor” (A. Jappe), con su reivindicación antagonista del “don recíproco”.

Trabajo

Que el trabajo en dependencia “empobrece”, “inhabilita”, acaba con la “labor autónoma y creativa”, etcétera, es una evidencia en la que no se puede agotar la crítica. E Illich tiende a detener ahí la reflexión: por eso evita el asunto, crucial, de la “plusvalía”. Excluyendo esa temática, sortea también la cuestión de la propiedad privada, la fractura en clases, la explotación social… Su repulsa del trabajo alienado procede de un humanismo idealista que cierra los ojos a los aportes del materialismo clásico y moderno.

La desistematización rechaza el trabajo en dependencia como forma de servidumbre, de esclavitud moderna; recuerda que el Trabajador fue “inventado” y que hacia esa figura jurídico-política se ha pretendido llevar la subjetividad popular (creación de la libido trabajadora). Denuncia la colaboración del marxismo en la “sacralización” del Trabajo y en la mitificación de la Clase Obrera, posición socio-laboral de subordinación y de explotación real, concreta, idealizada hasta extremos grotescos: y así fue presentada como Clase Redentora de la Humanidad toda y de toda la historia de la Humanidad; y así se le adjudicó una Consciencia de Clase en sí misma subversiva y transformadora; y así se creó, a su medida, toda una genealogía mecánica, que cubre por completo el arco del tiempo y que se desglosa en etapas “necesarias” (esclavismo, feudalismo, capitalismo…).

Estado

Para esquivar la problemática del Estado Capitalista, Illich, que no lo desaprueba en sí mismo, que lo acepta como interlocutor y condición dada de sus propuestas, prefiere hablar de “instituciones” e incluso de “profesiones”. Por ello, su crítica es ambigua e insuficiente; y requeriría su inserción en cuadros más abarcadores, de mayor complejidad y ya abiertamente denegatorios, como los surtidos por la tradición marxista (Gramsci, Althusser,…), libertaria (Clastres) y anti-biopolítica (Foucault, Deleuze).

Illich salta siempre desde un aspecto “infraestructural” (el consumo, por ejemplo) a una cuestión de índole “superestructural” (crítica de las profesiones, de las instituciones bienestaristas,…), obviando todo el campo de la mediación “social” (apropiación privada, escisión, explotación, relaciones de producción,…). Por ello, no puede repudiar el Estado como instancia de reproducción de una sociedad de clases; por ello lo tolera, lo contempla, casi lo avala, y aspira sin más a “dulcificarlo”, a “reducirlo”, a “humanizarlo”… La desistematización, así como es anti-consumista y anti-productivista, así como da la espalda a toda forma de trabajo en dependencia, se postula anti-estatal.

LA ANTIPEDAGOGÍA, EN SENTIDO ESTRICTO, EN TRES PÁGINAS

Emprendiendo el camino de vuelta, que va de la desistematización a la antipedagogía, en sentido estricto, presentamos aquí una síntesis, extractada de un artículo publicado en la revista mexicana “Crítica de la cultura del progreso capitalista”.

1) Genealogía de la Escuela

La Escuela (general, obligatoria) surge en Europa, en el siglo XIX, para resolver un problema de gestión del espacio social. Responde a una suerte de complot político-empresarial, tendente a una reforma moral de la juventud —forja del “buen obrero” y del “ciudadano ejemplar”. En “Trabajos elementales sobre la Escuela Primaria, A. Querrien, aplicando la perspectiva genealógica sugerida por M. Foucault, desvela el nacimiento de la Escuela (moderna, regulada, estatal) en el Occidente decimonónico. En el contexto de una sociedad industrial capitalista enfrentada a dificultades de orden público y de inadecuación del material humano para los requerimientos de la fábrica y de la democracia liberal, va tomando cuerpo el plan de un enclaustramiento masivo de la infancia y de la juventud, alimentado por el cruce de correspondencia entre patronos, políticos y filósofos, entre empresarios, gobernantes e intelectuales. Se requería una transformación de las costumbres y de los caracteres; y se eligió el modelo de un encierro sistemático —adoctrinador y moralizador— en espacios que imitaron la estructura y la lógica de las cárceles, de los cuarteles y de las factorías (A. Querrien).

2) La forma occidental de educación administrada. El “trípode” escolar

A) El Aula

Supone una ruptura absoluta, un hiato insondable, en la historia de los procedimientos de transmisión cultural: en pocas décadas, se generaliza la reclusión “educativa” de toda una franja de edad (niños, jóvenes). A este respecto, I. Illich ha hablado de la invención de la niñez:

Olvidamos que nuestro actual concepto de «niñez» solo se desarrolló recientemente en Europa occidental (…). La niñez pertenece a la burguesía. El hijo del obrero, el del campesino y el del noble vestían todos como lo hacían sus padres, jugaban como estos, y eran ahorcados igual que ellos (…). Solo con el advenimiento de la sociedad industrial la producción en masa de la «niñez» comenzó a ser factible (…). Si no existiese una institución de aprendizaje obligatorio y para una edad determinada, la «niñez» dejaría de fabricarse (…). Solo a «niños» se les puede enseñar en la escuela. Solo segregando a los seres humanos en la categoría de la niñez podremos someterlos alguna vez a la autoridad de un maestro de escuela”).

Desde entonces, el estudiante se define como un “prisionero a tiempo parcial”. Forzada a clausura intermitente, la subjetividad de los jóvenes empieza a reproducir los rasgos de todos los seres aherrojados, sujetos a custodia institucional. Son sorprendentes las analogías que cabe establecer entre los comportamientos de nuestros menores en las escuelas y las actitudes de los compañeros presos de F. Dostoievski, descritas en su obra El sepulcro de los vivos. Entre los factores que explican tal paralelismo, el escritor ruso señala una circunstancia que a menudo pasa desapercibida a los críticos de las estructuras de confinamiento: “la privación de soledad”.

Pero para educar no es preciso encerrar: la educación “sucede”, “ocurre”, “acontece”, en todos los momentos y en todos los espacios de la sociabilidad humana. Ni siquiera es susceptible de deconstrucción. Así como podemos deconstruir el Derecho, pero no la justicia, cabe someter a deconstrucción la Escuela, aunque no la educación. “Solo se deconstruye lo que está dado institucionalmente”, nos decía J. Derrida en “Una filosofía deconstructiva”.

En realidad, se encierra para:

1) Asegurar a la Escuela una ventaja decisiva frente a las restantes instancias de socialización, menos controlables. Como ha comprobado A. Querrien, precisamente para fiscalizar (y neutralizar) los inquietantes procesos populares de auto-educación —en las familias, en las tabernas, en las plazas,…—, los patronos y los gobernantes de los albores del Capitalismo tramaron el Gran Plan de un internamiento educativo de la juventud.

2) Proporcionar a la intervención pedagógica sobre la conciencia la duración y la intensidad necesarias a fin de solidificar habitus y conformar las “estructuras de la personalidad” requeridas para la reproducción del sistema económico y político (P. Bourdieu y J. C. Passeron).

3) Sancionar la primacía absoluta del Estado, que rapta todos los días a los menores y obliga a los padres, bajo amenaza de sanción administrativa, a cooperar en tal secuestro, como nos recuerda J. Donzelot en La policía de las familias. El autor se refiere en dicho estudio, no a la familia como un poder policial, sino, contrariamente, al modo en que se vigila y se modela la institución del hogar. Entre los dispositivos encargados de ese “gobierno de la familia”, de ese control de la intimidad doméstica, se halla la Escuela, con sus apósitos socio-psico-terapéuticos (psicólogos escolares, servicios sociales, mediadores comunitarios, etc.).

B) El Profesor

Se trata, en efecto, de un educador; pero de un educador entre otros (educadores “naturales”, como los padres; educadores elegidos para asuntos concretos, o “maestros”; educadores fortuitos, que, por un lance del destino, nos marcan en profundidad; actores de la “educación comunitaria”; todos y cada uno de nosotros, en tanto auto-educadores; etc.). Lo que define al Profesor, recortándolo de ese abigarrado cuadro, es su índole “mercenaria”.

Mercenario en lo económico, pues aparece como el único educador que proclama consagrarse a la más noble de las tareas y, acto seguido, pasa factura, cobra. “Si el Maestro es esencialmente un portador y comunicador de verdades que mejoran la vida, un ser inspirado por una visión y una vocación que no son en modo alguno corrientes, ¿cómo es posible que presente una factura”? (Steiner). Mercenario en lo político, porque se halla forzosamente inserto en la cadena de la autoridad; opera, siempre y en todo lugar, como un eslabón en el engranaje de la servidumbre. Su lema sería: “Mandar para obedecer, obedecer para mandar” (J. Cortázar).

Desde la antipedagogía se execra particularmente su auto-asignada función demiúrgica (“demiurgo”: hacedor de hombres, principio activo del mundo, divinidad forjadora), solidaria de una “ética de la doma y de la cría” (F. Nietzsche). Asistido de un verdadero poder pastoral (M. Foucault), ejerciendo a la vez de Custodio, Predicador y Terapeuta (I. Illich), el Profesor despliega una operación pedagógica sobre la conciencia de los jóvenes, labor de escrutinio y de corrección del carácter tendente a un cierto “diseño industrial de la personalidad”. Tal una aristocracia del saber, tal una élite moral domesticadora (P. Sloterdijk), los profesores se aplicarían al muy turbio Proyecto Eugenésico Occidental (siempre en pos de un Hombre Nuevo), trazado de

alguna manera por Platón en El Político, aderezado por el cristianismo y reelaborado metódicamente por la Ilustración. Bajo esa determinación histórico-filosófica, el Profesor trata al joven como a un bonsái: le corta las raíces, le poda las ramas y le hace crecer siguiendo un canon de mutilación. “Por su propio bien”, alega la ideología profesional de los docentes… (A. Miller).

C) La Pedagogía

Disciplina que suministra al docente la dosis de autoengaño, o “mentira vital” (F. Nietzsche), imprescindible para atenuar su mala conciencia de agresor. Narcotizado por un saber justificativo, podrá violentar todos los días a los niños, arbitrario en su poder, sufriendo menos… Los oficios viles esconden la infamia de su origen y de su función con una “ideología laboral” que sirve de disfraz y de anestésico a los profesionales: “Estos disfraces no son supuestos. Crecen en las gentes a medida que viven, así como crece la piel, y sobre la piel el vello. Hay máscaras para los comerciantes así como para los profesores” (Nietzsche).

Como “artificio para domar” (Ferrer Guardia), la pedagogía se encarga también de readaptar el dispositivo escolar a las sucesivas necesidades de la máquina económica y política, en las distintas fases de su conformación histórica. Podrá así perseverar en su objetivo explícito (“una reforma planetaria de las mentalidades”, en palabras de E. Morin, suscritas y difundidas sin escatimar medios por la UNESCO), modelando la subjetividad de la población según las exigencias temporales del aparato productivo y de la organización estatal.

A grandes rasgos, ha generado tres modalidades de intervención sobre la psicología de los jóvenes: la pedagogía negra, inmediatamente autoritaria, al gusto de los despotismos arcaicos, que instrumentaliza el castigo y se desenvuelve bajo el miedo de los escolares, hoy casi enterrada; la pedagogía gris, preferida del progresismo liberal, en la que el profesorado demócrata, jugando la carta de la simpatía y del alumnismo, persuade al estudiante-amigo de la necesidad de aceptar una subalternidad pasajera, una subordinación transitoria, para el logro de sus propios objetivos sociolaborales; y la pedagogía blanca, en la vanguardia del Reformismo Pedagógico contemporáneo, invisibilizadora de la coerción docente, que confiere el mayor protagonismo a los estudiantes, incluso cuotas engañosas de poder, simulando espacios educativos “libres”.

En El enigma de la docilidad, valoramos desabridamente el ascenso irreversible de las pedagogías blancas:

Por el juego de todos estos deslizamientos puntuales, algo sustancial se está alterando en la Escuela bajo la Democracia: aquel dualismo nítido profesor-alumno tiende a difuminarse, adquiriendo progresivamente el aspecto de una asociación o de un enmarañamiento.

Se produce, fundamentalmente, una «delegación» en el alumno de determinadas incumbencias tradicionales del profesor; un trasvase de funciones que convierte al estudiante en sujeto/objeto de la práctica pedagógica (…).

En pocas palabras: por la vía del Reformismo Pedagógico, la Democracia confiará al estudiante las tareas cardinales de su propia coerción. De aquí se sigue una invisibilización del educador como agente de la agresión escolar y un ocultamiento de los procedimientos de dominio que definen la lógica interna de la Institución.

Cada día un poco más, la Escuela de la Democracia es, como diría Cortázar, una «Escuela de noche». La parte visible de su funcionamiento coactivo aminora y aminora. Sostenía Arnheim que, en pintura como en música, «la buena obra no se nota» –apenas hiere nuestros sentidos. Me temo que este es también el caso de la buena represión: no se ve, no se nota. Hay algo que está muriendo de paz en nuestras escuelas; algo que sabía de la resistencia, de la crítica. El estudiante ejemplar de nuestro tiempo es una figura del horror: se le ha implantado el corazón de un profesor y se da a sí mismo escuela todos los días. Horror dentro del horror, el de un autoritarismo intensificado que a duras penas sabremos percibir. Horror de un cotidiano trabajo de poda sobre la conciencia. «¡Dios mío, qué están haciendo con las cabezas de nuestros hijos!», pudo todavía exclamar una madre alemana en las vísperas de Auschwitz. Yo llevo todas las mañanas a mi crío al colegio para que su cerebro sea maltratado y confundido por un hatajo de educadores, y ya casi no exclamo nada”.

La antipedagogía no aparece como una corriente homogénea, discernible, con autores que remiten unos a otros, que parten unos de otros. Deviene, más bien, como “intertexto”, en un sentido próximo al que este término conoce en los trabajos de J. Kristeva: conjunto heterogéneo de discursos, que avanzan en direcciones diversas y derivan de premisas también variadas, respondiendo a intereses intelectuales de muy distinto rango (literarios, filosóficos, cinematográficos, técnicos,…), pero que comparten un mismo “modo torvo” de contemplar la Escuela, una antipatía radical ante el engendro del praesidium formativo, sus agentes profesionales y sus sustentadores teóricos. Ubicamos aquí miríadas de autores que nos han dejado sus impresiones negativas, sus críticas, a veces sus denuncias, sin sentir necesariamente por ello la obligación de dedicar, al aparato escolar o al asunto de la educación, un corpus teórico riguroso o una gran obra. Al lado de unos pocos estudios estructurados, de algunas vastas realizaciones artísticas, encontramos, así, un sinfín de artículos, poemas, cuentos, escenas, imágenes, parágrafos o incluso simples frases, apuntando siempre, por vías disímiles, a la denegación de la Escuela, del Profesor y de la Pedagogía.

En este intertexto antipedagógico cabe situar, de una parte, poetas románticos y no románticos, escritores más o menos “malditos” y, por lo común, creadores poco “sistematizados”, como el Conde de Lautréamont (que llamó a la Escuela “Mansión del Embrutecimiento”), F. Hölderlin (“Ojalá no hubiera pisado nunca ese centro”), O. Wilde (“El azote de la esfera intelectual es el hombre empeñado en educar siempre a los demás”), Ch. Baudelaire (“Es sin duda el Diablo quien inspira la pluma y el verbo de los pedagogos”), A. Artaud (“Ese magma purulento de los educadores”), J. Cortázar (La escuela de noche), J. M. Arguedas (Los escoleros), Th. Bernhard (Maestros antiguos), J. Vigo (Cero en conducta), etc., etc., etc. De otra parte, podemos enmarcar ahí a unos cuantos teóricos, filósofos y pensadores ocasionales de la educación, como M. Bakunin, F. Nietzsche, P. Blonskij (desarrollando la perspectiva de K. Marx), F. Ferrer Guardia en su vertiente “negativa”, I. Illich y E. Reimer, M. Foucault, P. Sloterdijk, A. Miller, J. T. Gatto, J. Larrosa con intermitencias, J. C. Carrión Castro,… En nuestros días, la antipedagogía más concreta, perfectamente identificable, se expresa en los padres que retiran a sus hijos del sistema de enseñanza oficial, pública o privada; en las experiencias educativas comunitarias que asumen la desescolarización como meta (Olea en Castellón, Bizi Toki en Iparralde,…); en las organizaciones defensivas y propaladoras antiescolares (Asociación para la Libre Educación, por ejemplo) y en el activismo cultural que manifiesta su disidencia teórico-práctica en redes sociales y mediante blogs (Caso Omiso, Crecer en Libertad,…).

3) El “otro” de la Escuela: modalidades educativas refractarias a la opción socializadora occidental

La Escuela es solo una “opción cultural” (P. Liégeois), el hábito educativo reciente de apenas un puñado de hombres sobre la tierra. Se universalizará, no obstante, pues acompaña al Capitalismo en su proceso etnocida de globalización…

En un doloroso mientras tanto, otras modalidades educativas, que excluyen el mencionado trípode escolar, pugnan hoy por subsistir, padeciendo el acoso altericida de los aparatos culturales estatales y para-estatales: educación tradicional de los entornos rural-marginales (objeto de nuestro ensayo libre Desesperar), educación comunitaria indígena (que analizamos en La bala y la escuela) (8), educación clánica de los pueblos nómadas (donde se incluye la educación gitana), educación alternativa no-institucional (labor de innumerables centros sociales, ateneos, bibliotecas populares, etc.), auto-educación,…

Enunciar la otredad educativa es la manera antipedagógica de confrontar ese discurso mixtificador que, cosificando la Escuela (desgajándola de la historia, para presentarla como un fenómeno natural, universal), la fetichiza a conciencia (es decir, la contempla deliberadamente al margen de las relaciones sociales, de signo capitalista, en cuyo seno nace y que tiene por objeto reproducir) y, finalmente, la mitifica (erigiéndola, así, en un ídolo sin crepúsculo, “vaca sagrada” en expresión de I. Illich).

(Texto publicado en el número 4 de la revista chilena «La Brecha»: https://revistalabrecha.wordpress.com/2017/10/24/la-brecha-no-4-revista-anarquista-de-historia-y-ciencias-sociales/).

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Pedro García Olivo

Buenos Aires, 30 de octubre de 2017

«LA ESCUELA ES EL FIN». COLUMNA NEGRA (CHILE) CONVERSANDO CON PEDRO GARCÍA OLIVO

Posted in Activismo desesperado, Uncategorized with tags , , , , , , , , , , , on junio 9, 2014 by Pedro García Olivo

Entrevista de Columna Negra a Pedro García Olivo, llevando la perspectiva antipedagógica a la arena más actual: las luchas por una educación pública de calidad; las experiencias educativas alternativas, vinculadas a menudo a procesos de resistencia contra la globalización etnocida (escuela mapuche, por ejemplo); la constitución de redes culturales antagonistas, etcétera.

http://www.columnanegra.org/2014/pedro-garcia-olivo-la-escuela-es-el-fin-entrevista-de-columna-negra-diciembre-2013/

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«DESESPERAR», obra-cifra de Pedro García Olivo, reeditada

Posted in Proyectos y últimos trabajos with tags , , , , , , , , , , , on febrero 5, 2014 by Pedro García Olivo

LA REVUELTA ha reeditado «Desesperar», obra que conjuga la narrativa y la filosofía, en una sublevación radical contra la Modernidad y sus apósitos: el Capitalismo, la sociedad burguesa, el sentido común productivista-consumista, la cultura prostituida, la cotidianidad esclava, la subjetividad sujeta,…

Bajo un registro literario, a ratos coloquial, plenamente accesible por su anti-elitismo y anti-academicismo, sirviéndose de un personaje real, un pastor analfabeto (filósofo profundo, pensador verdadero), Pedro García Olivo encierra en este libro, una de sus primeras publicaciones, todo lo que sentía que debía decir y todo lo que, con otros estilos, desde otros géneros, dijo de hecho en adelante. Cabe hablar, por ello, de obra-cifra, de obra-enblema; y de un ejercicio mayúsculo de odio y fuga ante lo establecido.

Segundo vuelo de Desesperar

Segundo vuelo de Desesperar

Tanto para adquirir el libro, que se ha forjado buscando el precio más asequible (4 euros para el público, 2,80 para distribuidoras, gratis para bibliotecas sociales, texto liberado en PDF), como para organizar una presentación o un charla relacionada, puede contactarse con el autor o con la editorial:

Centro Social Anarquista La Revuelta
Calle San Agustín, 18. 50002. Zaragoza
c/e: larevueltaediciones@gmail.com

web: sindominio.net/larevuelta

Primera edición

Primera edición

PARA UNA CRÍTICA RADICAL DE LAS SOCIEDADES DEMOCRÁTICAS OCCIDENTALES

Posted in Archivos de video y de audio de las charlas with tags , , , , , on febrero 2, 2014 by Pedro García Olivo

Video de “Para una crítica radical de las sociedades democráticas occidentales”

Publicado en Crítica de las sociedades democráticas occidentales con etiquetas , , , , , , , el junio 16, 2013 por pedrogarciaolivo

En el contexto de las presentaciones de “Cadáver a la intemperie”,  se celebró esta charla, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Granada, el día 5 de junio de 2013, casi a modo de prólogo del 50 Congreso de Filosofía Joven. En ella se abordan algunas de las cuestiones más polémicas del libro, que tienen que ver con conceptos nuevos, como el de “Social-cinismo”, “Síndrome de Viridiana en la política”, “Mal olor de la Utopía”, etc., y otros ya desarrollados en obras anteriores, tal el de “Demofascismo” o el de “Anti-pedagogía”.

 

http://www.youtube.com/watch?v=uVBvTA58KhU

Ataud de Luis, 7

OTRAS PUBLICACIONES: «HOMENAJE AL CRIMINAL SATISFECHO DE SÍ, ORGULLOSO DE SU DELITO» Y «EL OCCIDENTAL ABOMINABLE. AUTO-ENTREVISTA DE PEDRO GARCÍA OLIVO»

Posted in Proyectos y últimos trabajos with tags , , , , , , , , , on febrero 2, 2014 by Pedro García Olivo

«HOMENAJE AL CRIMINAL SATISFECHO DE SÍ, ORGULLOSO DE SU DELITO»

Composición publicada en el periódico digital La Haine. Puede leerse o descargarse aquí:

Haz clic para acceder a Homenaje%20al%20criminal%20satisfecho%20de%20s%C3%AD.pdf

http://www.lahaine.org/index.php?p=74947

«EL OCCIDENTAL ABOMINABLE. AUTO-ENTREVISTA DE PEDRO GARCÍA OLIVO»

Publicada en el núm. 4 de la revista gallega Abordaxe.

Se puede leer o descargar aquí:

https://www.dropbox.com/s/0790lsz0sj06acy/El%20occidental%20abominable.doc

Abordaxe -revista anarquista-

¿Eres la noche?

Para perdidos y reinventados

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