(Presentación de «Me enseñó a ser árbol»)
1.
Intempestivo
Cuando, disminuida y achacosa, la Negación se confunde con la Afirmación; cuando la desaprobación de lo Establecido muere sin más en el reclamo de su reparación o de su reforma; cuando los antagonistas, los revueltos contra el Sistema, los enemigos del Capitalismo se convocan para demandar una «humanización» de lo dado, servicios públicos de calidad, «trabajo, vivienda y futuro», en la línea morbosa del Estado del Bienestar, y pareciera que no hay más monstruo, más mal, más tragedia que el avance y la consolidación del Neoliberalismo; cuando los novísimos Maquiavelos son atentamente escuchados por los viejos Príncipes de las democracias y ambos congenian en la astucia de reprimir a los súbditos justamente cuando demandan aquello que se desearía imponer (tras el castigo, real y escenográfico al mismo tiempo, llega la concesión); cuando todo esto sucede con una claridad que raya en los obsceno y, sin embargo, apenas hay cronistas de la contemporaneidad que lo anoten…, una obra como la que presentamos, que se vindica desde la antipedagogía y la desistematización, desplegando una crítica radical de las sociedades democráticas occidentales y una denegación sin matices de toda burocracia del bienestar social, aspirará a ganarse sobradamente el título de «intempestiva». Porque intempestivo es aquello que se da fuera de lugar y de tiempo, en absoluto a la sazón, de una manera molesta por inoportuna. Es raro y amargo su sabor.
2.
Demoníaco
Vivo, desde hace años, bajo la fascinación de un concepto que nunca comprendí muy bien. En realidad, solo me seduce aquello que escapa a mis capacidades de intelección… Se trata de la visión de “lo demoníaco” que procuró hacernos llegar Goethe en dos de sus obras (“Poesía y Verdad” y “Conversaciones con Eckermann”)…
Para el filósofo y estadista alemán, “lo demoníaco es aquello que no puede resolverse ni por el entendimiento ni por la razón. Escoge para sí, casi siempre, oscuros tiempos; en una ciudad prosaica y clara como Berlín, no encuentra ocasión de manifestarse. En la poesía hay algo demoníaco, sobre todo en la que brota de modo casi inconsciente (…). Lo mismo ocurre en grado sumo en la música (…), la cual produce un efecto que de todos se enseñorea, sin que nadie sepa discernir por qué vías (…). Lo demoniaco es uno de los medios mejores para obrar maravillas sobre los hombres».
Me quedó, de la percepción goethiana, la bonita sugerencia de que podíamos encontrar «buenos demonios», «diablos honestos», seres dignos de amar por su fantástica forma de ser «en cierto sentido malos»… Me cautivó la idea de una belleza en el Infierno, de una nobleza en Satanás. Porque «lo demoníaco» es una fuerza atentatoria, un principio de disconformidad, un viento de rebeldía: «Todo cuanto nos limita parece penetrable para él. Maneja de un modo arbitrario los elementos fundamentales de nuestra existencia; es capaz de contraer el tiempo y de expandir el espacio. Solo parece complacerse en lo imposible y rechazaba lo posible con desprecio (…). La instancia demoníaca (…), que se manifiesta notablemente en los animales, puede realizarse de forma lograda en los hombres, constituyendo un poder que se opone de hecho al orden moral del mundo o, al menos, lo entrecruza».
Vendería mi alma a Dios, si así pudiera acercarme a esa figura del «buen diablo». Y es que siempre he perseguido el horizonte de «lo demoníaco» en mis escrituras, pero ese horizonte huye de mí, como escapa el día de la noche y como huyen todos los horizontes de todos sus perseguidores…
«Lo demoníaco», esa esencia “que solo se manifesta en las contradicciones y de la que, por tanto, no pueden dar cuenta los conceptos y mucho menos las palabras”, “semejante al Acaso, pues no ofrece continuidad pero también recordatoria de la Providencia, ya que establece conexiones”, era la ambición secreta, excesiva y arrogante, de la obra que comentamos…
3.
Quínico
Sócrates no solo podría darse en la escuela futurible, sino que se dará sin remedio. Su técnica dialógica, su método “erotemático”, coincide objetivamente con el ideal de la escuela reformada demofascista, que disimula el autoritarismo, “dulcifica” la figura del profesor y lo invita a “callarse”, a que ceda el protagonismo verbal al estudiante, a que “diseñe” un ambiente educativo en el que el alumno alcance por su cuenta la Verdad, la cual nunca debe ser simplemente enunciada, etc.
En un segundo plano, la figura socrática reaparecerá en la escuela de la Democracia, con toda su parafernalia “ética”, posando moralmente, esgrimiendo bellos ideales humanitarios, siempre altruista, siempre filantrópica…, aunque esta vez bajo las coordenadas del profesor cínico tardo-capitalista, que miente a sabiendas, pensando lo que dice, como Sócrates, pero no diciendo lo que piensa, al contrario de Sócrates.
Lo demoníaco no puede respirar en Sócrates, un “educador” para nada intempestivo…
El modelo que no cabe en la Escuela tiene más que ver con Diógenes el Perro, al frente del “quinismo” antiguo, filósofo ambulante, callejero, que solo hablaba a quien quería escucharle, en libertad y desde la libertad, hostil a todas las instituciones, a todos los acomodos que se pagan en servidumbre, a todas las convenciones morales y a todas las formas políticas establecidas.
Sócrates, en mi opinión, es un integrado al que se castiga para ejemplificar; un revoltoso que se elimina como nosotros aplastamos una mosca, para que deje de incordiarnos aunque, en realidad, nada puede contra nosotros. Y Diógenes es un inasimilable con el que se teme acabar, al que se respeta precisamente por la enormidad de su insumisión. ¿Cómo privar al Universo de un ser tan nocivo para la Humanidad?, cabía pensar ante él, en términos de Sade. Como “buen demonio», como “diablo honesto», el filósofo-perro habitará por siempre en la región de lo intempestivo… Sócrates, en cambio, era beneficioso para la Humanidad, y por eso costó poco dejarlo caer del Universo.
Me parece que Sócrates tiene tanto que ver con el Reformismo Pedagógico, con la Pedagogía Blanca (progresista, alternativa o libertaria), con la Escuela del Demofascismo, en suma, como Diógenes con la anti-pedagogía, con la figura del contra-profesor, con el paradigma de la Irresponsabilidad en las aulas…
Sócrates es para mí la optimización del Sistema, un policía de sí mismo que se sirve de su propia mano la muerte cuando la Autoridad se lo pide; y Diógenes es la poética a la que aspiran las gentes empeñadas en desistematizarse, la música que siempre quiere dejarse escuchar tras las palabras de “Me enseñó a ser árbol. Composiciones intempestivas desde la antipedagogía y la desistematización”.
Un abrazo muy fuerte, y todo mi reconocimiento, para Camilo Araya Fuentes y los compañeros de “Mar y Tierra”, gentes del desierto que, desde el desierto chileno de Antofagasta, porfían por lanzar un libro desertizante al desierto de lo real y de lo actual.
– Madre, ¿por qué dices siempre que todo es desierto, si me tuviste?
– Hija, me mantengo en la esperanza de que tú algún día me lo sabrás explicar…
Con Camilo Araya Fuentes
Con Mar y Tierra Ediciones
Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 13 de marzo de 2018