Archivo de Escritura

ESCUELA Y «HOMO DIGITALIS»

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De la alfabetización de la mentalidad a la psique cibernética

La Escuela ha tenido que ver con tres espacios mentales y vitales: el de la oralidad, el de la escritura y el cibernético. La oralidad fue su presa y su víctima, y procuró acabar con ella en todos los lugares. Ahí se evidenció su dimensión “mortífera”, que se encarnizaba con los hombres orales, a los que denigró como “analfabetos”, “ágrafos”, “ignorantes”, etcétera. Soldada a la escritura y a la lectura, la Escuela se erigió en el mayor poder altericida y etnocida que hemos conocido. Hacia el interior, se reveló asimismo como la más eficaz instancia de domesticación social e individual.

Enemiga de la oralidad, cónyuge de la escritura, la Escuela afronta ahora un cambio de episteme, de espacio mental: la metáfora dominante ya no es la Voz y tampoco el Libro, el concepto regulador de nuestras psicologías y de nuestras vidas es ahora la Computadora…

Ya somos “homo digitalis”, seres telemáticos, mentes cibernéticas. ¿En qué lugar queda entonces la Escuela, ya libre de la oralidad? Esta es la pregunta que suscitaré con mi charla.

Sabemos que se está dejando inundar por las nuevas tecnologías, que las incorpora al arsenal del Reformismo Pedagógico, que se entrega progresivamente a lo digital; y así, ciertamente, conecta mejor con los estudiantes, personas ya definitivamente cibernéticas.

Pero se observa también que, desde lo telemático, desde lo virtual, se están dando modalidades de resistencia a la Escuela, a veces vinculadas a la Educación en Casa, a la Desescolarización, a las instancias comunitarias de aprendizaje, a la informalidad cultural… Fuera del ámbito educativo, las nuevas tecnologías están siendo utilizadas intensamente por movimientos sociales contestatarios, indígenas, rurales, suburbiales, etcétera.

¿Cabe, entonces, en torno a la Educación, pero también por fuera de la misma, una “ciber-resistencia”?

Analizaré, a propósito, tres posturas, con predicamento en nuestros días: la perspectiva “nostálgica” de I. Illich, quien, reconociendo los crímenes de la Escuela y el modo en que aplastó las culturas orales, sigue apostando de alguna manera por el mundo de la escritura y de la lectura; la demonización del “homo digitalis” en Byung-Chul Han, para quien la hegemonía de la cibernética supone prácticamente “el fin de todo” (del secreto, del misterio, del pensamiento, de la política, de lo cualitativo, de la teoría, del eros, del amor, de la narración, de la persona, del libre albedrío, de la comunicación, del tiemplo pleno, de la resistencia…), posicionamiento “teológico” que rinde enormemente a nivel comercial; y el análisis de la revolución electrónico-computacional ofrecido por McLuhan, que sugiere ambivalencias y reversibilidades y, en efecto, no descarta la posibilidad de la “ciber-resistencia”.

Procuraré esbozar mi percepción de esta cuestión, llevándola a los terrenos que me son propios: la antipedagogía, la desistematización y la teoría de los márgenes.

[Camping y Granja Escuela “La Loma”, en Alicante, el día 16 de este mes, a las 16 horas, en el encuentro de la Asociación para la Libre Educación]

Pedro García Olivo

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

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Alto Juliana, 11 de abril de 2022

DONDE LOS ÁRBOLES PARECEN MÁS OSCUROS

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Destinos de la Creatividad

1.

Ella era lo más importante de su vida. Con ella descubrió a la mujer, exploró el amor y se enfrentó a la belleza. Comprobó que su mente podía nublarse al verla, que su cuerpo se estremecía si ella estaba cerca y hasta las manos le temblaban entonces como gatos mojados. Hasta que la conoció, solo creía en los libros. Los libros lo habían sido todo para él. Todo, menos un refugio: para refugiarse es preciso haber estado fuera alguna vez, y él jamás salió de las páginas de miles de libros. Solo ante un libro se sentía seguro. Eran enigmas que se rendían a sus ojos como las flores al primer desperezarse del verano. Por eso los entendía tan bien. Constituían el objeto único, excluyente, de su comprensión. A excepción de los libros, todo se le antojaba feo y extraño. Al menos, tan extraño como él -pensaba- debía ser considerado por los demás.

Pero desde hacía unas semanas huía de los libros. Había abjurado de ellos para creer en ella. Le bastaba con verla para saber que pertenecía a una realidad aún más real que la de las páginas. Su existencia vagueante había encontrado un sentido más allá del fuego interior y de la escritura de los otros.

***

2.

Nunca había hablado con ella. Temía hacerlo porque la voz le parecía demasiado vulgar como para sorprenderla en aquel hermoso cuerpo. Solo del silencio se nutre la gracia, tocada de misterio, de un árbol, de una rosa o de una piedra. La belleza reside en cosas sin pensamiento como el pensamiento habita en cosas sin belleza. Por eso la quería silenciosa. Si por desventura, en la más triste mala hora, ella le dirigiera algunas palabras, él se vería obligado a abandonarla. Ya no podría perseguirla. Tampoco le cabría regresar a los libros: la letra empieza a morir cuando la verdad se deja entrever desde otra rendija que la de las palabras -eso creía.

Llevaba varias noches soñándola, varios días siguiéndole los pasos. Nunca pensaba en ella. Tenía suficiente con contemplarla. No quería pensar en ella, ni interpretar lo que hacía, para poder estar así seguro de que jamás acabaría conociéndola. Él siempre había dicho que conocer a una persona era otra forma de pegarle un tiro. De ahí que no aspirase más que a observarla. La miraba como quien ve un fantasma, como quien nada entiende y por todo se emociona. Si la veía besarse con un chico, desistía de buscar las razones en el amor o en el deseo, en la amistad o en el hastío. Simplemente, se emocionaba porque era hermoso percibir cómo un rostro entre sombras se acercaba a la sombra de otro rostro y terminaba recortando una palpitante silueta en la malicia sin profundidad de la noche. Era hermoso advertir el movimiento incierto de dos labios que se rozaban, oprimían y separaban turbiamente, siguiendo ritmos imprevisibles.

***

3.

La crueldad de aquel cuerpo de mujer radicaba en su terrible belleza, en su espantosa belleza. Contemplarlo sumía en la angustia… En más de una ocasión alcanzó a ver cómo la chica empezaba a desnudarse. En esos momentos se agitaba y retorcía tal un endemoniado; casi siempre tenía que cerrar los ojos para no gritar o llorar. Sospechábase indigno de aquello, puesto que no podía soportarlo. Si alguna vez acopiara el valor de mantener abiertos los ojos, si alguna vez fuera capaz de resistir la visión de aquel increíble cuerpo desnudo, entonces se sentiría, en secreto, como un dios o un poeta -como mucho más que un dios y poco menos que un poeta. Habría conquistado por fin, con toda seguridad, lo que dios solo consiguió dominar a medias y lo que -para apoderarse de sí mismos- todos los poetas buscan y no encuentran. Pero no podía sostener la mirada. Sus ojos se cerraban como cielos de tormenta, y no volvían a abrirse hasta que el tiempo le confesaba que ya era tarde -que ella ya no estaba allí. Dejaba entonces de temblar y respiraba aliviado, aunque por dentro se le amotinaban los esbirros de la decepción y del descontento.

**

4.

Solo una vez estuvo a punto de intervenir. Solo una noche quiso salir del escondrijo y correr hasta ella. Si no lo hizo fue porque cada uno de sus quejidos se le clavaba en el pecho como puñalada de madre, y no tuvo fuerzas para incorporarse. Aquella jornada empezó bella y acabó monstruosa. Sintió como si la noche se interrumpiera súbitamente para dar paso al mediodía excesivo. En esa velada, entre la oscuridad de los árboles y bajo la paz de la luna, ella empezó a desnudarse como otras veces, pero con movimientos peligrosamente sensuales. Por un segundo, creyó que ella lo había descubierto y se desvestía para él. Las prendas clarísimas se deslizaban por su piel como a empentones del viento y saltaban al vacío para caer suavemente sobre las hierbas del suelo. Su cuerpo, tan blanco como el sueño de un niño, parecía irradiar luz hasta oscurecer a la luna. Ese instante lo transportó a la cima de su vida. Sorprendentemente, estaba consiguiendo mantener abiertos los ojos.

Pero, de repente, toda la belleza de la escena se corrompió como el cadáver de una gaviota en un charco de agua negra. Otro cuerpo desnudo, maldito y grotesco, se acercó a ella y la abrazó como no se merecía. Era un cuerpo de hombre -un cuerpo de hambre. Ella reía como si no fuera ella, toda estrujada, con la seda de sus senos casi adherida a un pecho abisal de lija y mugre. Se lanzaron al suelo con la rabia de los torturados…, y comenzaron entonces los gemidos y los suspiros y las palabras salvajes. Y él se vio tentado de salir para golpear al perro que devoraba su sustento. Pero cada gemido era una puñalada de madre para su cuerpo, y no pudo incorporarse. Lo único que hizo fue cerrar los ojos. No los cerró como de costumbre (inquieto pero resignado), sino con la desesperación de quien contempla un crimen y no puede ni gritar para no ser sorprendido.

Faltó poco para que pensara esa noche. Casi pensó. El hombre que esa noche poseyó la luz de su vida era otro. No era el joven frágil y dulce que por las mañanas la besaba delicadamente. El hombre que esa noche poseyó la luz de su vida era más parecido a una bestia o a un perro. Pronto abandonó sus pensamientos, porque de continuarlos podía acabar mal. “Acabar mal”: he aquí un presentimiento muy fuerte. Tan fuerte como el perro que esa noche salió de las tinieblas para devorar su sustento.

A partir de entonces tuvo que aprender a abandonar periódicamente su persecución. Como el enfermo que se priva de lo que le daña, se habituó a arrancar de vez en cuando sus ojos de ella para llevárselos a otra parte y dejarla sola. En realidad, no la dejaba sola… La dejaba con otros perros malditos, siempre cambiantes, nunca los mismos, que la arrastraban por los suelos y de nuevo la hacían gemir. Por eso, en tal que ella se acercaba al bosquecillo donde, bajo la paz de la luna, los árboles parecen más oscuros, él daba la vuelta y abandonaba por unas horas el norte de sus pasos. Al dejarla, apenas no le cabía duda de que se dirigía hacia aquel lugar, y lo hacía frecuentemente, sentíase como cuando, de niño, se sumergía bajo las aguas del mar y contenía dolorosamente la respiración hasta casi desfallecer. Nada más emerger de las aguas, irguiéndose con una brusquedad teñida de urgencia absoluta, respiraba profundamente, ansioso y destemplado, como si acabara de sortear un peligro inconcebible. Lo mismo sentía al verla regresar, despacio y con andares de fatiga, quizás menos hermosa que otras veces, ya vestida y casi siempre despeinada.

***

5.

Por las mañanas, ella volvía a encontrarse con el muchacho atenazado por la ternura que la besaba casi con miedo. Y entonces la imaginaba mucho más bella, más bella que la belleza misma. Cuando se sentaba sobre las rodillas de aquel muchacho y le mecía los cabellos desplegando todos los gestos del cariño, nada en ella le recordaba ya el bosquecillo de las bestias hambrientas. Se elevaba por encima de lo simplemente hermoso, y ni siquiera la imagen de su rodar por los suelos más oscuros lograba atenuar la magia de aquel cuerpo fascinador.

Cada vez que dejaba al muchacho, y se despedía con un beso casi tan largo como el atardecer, él la notaba pensativa. La seguía de nuevo, como siempre, un poco más tranquilo, un poco más contento. Muy a menudo llegaba tras ella hasta unas empinadas rocas, escarpadas como gritos de alienados, donde el silencio era más frío y la soledad devenía tragedia. Cuando ella trepaba hasta allí, él tenía que esconderse bastante lejos para no ser descubierto. Entonces ya casi no la veía, y empezaba a imaginar. Imaginaba que la mujer de sus sueños levantaba la vista al cielo y se llevaba las manos a la cara, atormentada. No le interesaba preguntarse por qué hacía aquello: se deleitaba recreando lo que medio entreveía y medio imaginaba, porque era hermoso. Era hermoso que aquel cuerpo de mujer se dibujara impreciso sobre el azul del cielo, aliviando con sus lágrimas la sequedad del aire estanco hasta que despertaba la furia de sus brazos y, como queriendo agredir al universo entero, amenazaba con rasgar el espacio o reinventar el viento.

Cuando la dejaba en el bosquecillo, bajo la paz de la luna y entre la oscuridad de los árboles, él se dirigía hacia aquel desfiladero y gastaba las horas corriendo desde su escondite hasta el borde de la tierra y desde el borde de la tierra hasta su escondite. Quería estar preparado para cuando llegase el día de su felicidad completa.

***

6.

…   …   …

Transcurría enigmática, la noche. Ella no había pasado por donde los árboles parecen más oscuros. Llevaba ya varias semanas sin perderse bajo sus frondas. Por eso, él ya no la abandonaba intermitentemente. Acudía a su cita con el muchacho de los besos largos y tiernos. Desde hacía varias semanas, se encontraba con ese muchacho todas las noches. Hacía también varias semanas que ella no lloraba sobre las rocas del precipicio. Ya iba muy poco por allí. Estaba más hermosa que nunca.

Abrazó al muchacho y lo besó con una pasión desconocida. El chico se dejó querer. Aquellas escenas se le revelaron, a él que todavía miraba, ambiguas como lluvias de primavera. Entrelazados los cuerpos, cayeron sin violencia sobre la tierra cómplice. Quedaron poco a poco desnudos. Milagrosamente, él no había cerrado aún los ojos. Enseguida llegaron los gemidos. Pudo soportarlos porque no se oían como bajo los negros árboles del bosque. Aquellos gemidos no se abalanzaban sobre su pecho con el puñal de una madre en la mano. Cuando por fin cesaron los suspiros, los espasmos, las convulsiones…, y pese al extraño escalofrío que había recorrido su cuerpo hasta ese instante, él pudo enorgullecerse como nunca de no haber bajado la vista en ningún momento. Aunque normalmente le molestaba escuchar las palabras de los demás, sobre todo si reclamaban la participación de ella, esta vez pudo sobreponerse a su limitación porque era también muy delicado el objeto de la charla. Hablaban de cosas azules y amarillas. Y reaparecían los besos al menor encogimiento de la conversación… Sin embargo, él se extraviaba en una selva de amargura.

Prefería verla sola, completamente sola. Quizás fuera demasiado egoísta, y le doliera compartirla con otro. Reconocía que aquel muchacho la había alcanzado como nadie. Pensaba que aquel chico debía sentirse en secreto como un dios o un poeta -como mucho más que un dios y poco menos que un poeta. En cambio, los hombres de los árboles oscuros sólo se sentirían como bestias o alimañas: era absurdo esperar de ellos el más insignificante gesto creativo. De ahí que ella le hubiera sido infiel con el muchacho de la timidez sin motivo, y no con los brutos hambrientos de los árboles.

Se habían sentado sobre las piedras de costumbre. El chico recostaba su cabeza sobre los pechos desnudos de la mujer imposible. Y ella, un poco más seria, empezaba a hablar de cosas no tan azules y menos amarillas. El muchacho se incorporó con alarma y entornó los ojos. La escuchaba aterrado, como si despertara de su único sueño. Unas lágrimas se deslizaron por las mejillas de la mujer mientras señalaba con el brazo el lugar donde los árboles parecen más oscuros. El joven miró hacia el bosquecillo y ocultó su cara tras las manos del desasosiego. Giró el cuerpo y volcó su rostro sobre las hierbas de la tierra enemiga, para llorar en soledad y despedirse abatido de su última esperanza.

Y él, harto de presagiar el fin, abandonó a la pareja. Volvió a caminar por senderos que ya le resultaban trágicamente familiares. Pero lo hacía con un propósito nuevo, bajo una determinación diferente. Reflexionaba sobre lo que había sido su vida. Buscaba por alguna parte, en el rellano de sus recuerdos, un gran error, una equivocación trascendental, que pudiera explicar el encierro de sus últimos años. Desde muy joven había querido forjarse el alma de un poeta. Pensaba ahora que en último término jamás había dejado de ser ese deseo y nada más que ese deseo. Para forjarse el alma de un creador no le bastaba con frecuentarquizás no le era posibleel bosquecillo lóbrego de los escritores del mercado, concertar más de una cita con la belleza fácil bajo la oscuridad de sus árboles, y actuar como un perro hambriento de éxito o una bestia en celo de prestigio. Por otro lado, reconocía dolorosamente que no tenía nada de tentador impremeditado, casi involuntario, de lo Sublimeconquistador ingenuo y fatal de la Belleza Intempestiva.

Por eso, nada más llegar al precipicio se permitió por una vez pensar en la mujer que lo había emancipado de la servidumbre de la lectura. También por una vez, se imaginó capaz de adivinar su futuro, prever sus intenciones. Y la esperó, convencido de que acudiría a las escarpadas rocas del límite de la tierra.

Así fue. Desde el borde del acantilado, la mujer de su tortura se encaró al cielo como a su destino, desgarrada tal vez, desolada por el curso de las cosas, pero asistida en profundidad por una serenidad más honda que la raíz de todo dolor. Y él, persuadido de que por fin sentiría el calor de aquel cuerpo inverosímil, salió de su escondrijo y corrió hacia ella para arrojarla al vacío y dar término a sus tormentos de mujer incomprendida.

Le sonrió al verlo acercarse, tan impaciente y desencajado, la mujer de todos y de nadie. Pero no se dejó ayudar en su suicidio. Se precipitó al abismo por sí misma, sosteniéndole la mirada y agradeciéndole hasta el final el sacrificio que, sin embargo, no le permitió ofrendar. Y él, devorado hasta el subsuelo por un dolor más hondo que la raíz de toda calma, de todo temple, regresó a lo que había sido su prisión para recuperar el consuelo inútil de los libros -esos libros que nunca podría escribir pero que tan meridianamente comprendía.

Su alma no será nunca la del poeta: el gesto de la creación absoluta se ha hecho impracticable en nuestros días, y con ello ha sucumbido también la posibilidad misma de una Belleza Desconocida. Su espíritu será siempre el de la rata que halla sustento entre los desperdicios de los demás. Por ello, retornará cabizbajo a la lectura, para no desaprovechar el absurdo privilegio que lo constituye: el raro privilegio de disfrutar de la belleza antigua, ajena y extemporánea, como un observador perpetuo de lo innecesario -un observador ignorado e impotente, como el más oscuro de los árboles.

***

Así piensa hoy, sentado ante docenas de viejos libros y montañas de folios en blanco. Eso cree ahora, agobiado por una mesa de trabajo que es también la mesa del silencio íntimo y del vacío inexplicable. El amante no correspondido de una belleza tan muerta como su esperanza: así se ve, así se teme. Bajo la paz de la luna, un observador ignorado e impotente como el más oscuro de los árboles.

***

[Composición incluida en “La queja azur”, proyecto narrativo en elaboración]

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana, Aldea Sesga

Fotografía de Roy Lingán Parede, querido amigo

LAS CARTAS VIVIDAS DE FLAUBERT

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PDF de «Las cartas vividas. Tocando a la puerta trasera del refugio Flaubert: https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2022/01/flaubert-cartas.pdf

GUSTAVE FLAUBERT Y EL ARTE DE LA EPÍSTOLA

Por razones muy diversas, es profundo el sentimiento de hermandad que me une a Gustave Flaubert.

Madame Bovary no me interesó; y eso también me acerca al autor, que sentía repugnancia por todos los personajes de su novela y la tenía en muy baja estima: en las cartas a sus amistades se refiere a ella como un “ejercicio de paciencia”, de mero oficio, una obra “chata”, compuesta más para el mundo que para él mismo, alejada de su ser, de su verdadera pasión creativa, de todo lo que amaba.

Pero he disfrutado su correspondencia, esas misivas para los amigos y familiares que componía con tanta concentración y voluntad de estilo, en las antípodas de las cartas vulgares y laceriosas, desgarbadas y sin aliño, de Fiódor Dostoievski, valga el ejemplo.

Comparto aquí una selección de las epístolas de Flaubert, una suerte de mirillas para sorprender el alma del escritor, sus anhelos, sus tormentos, sus felicidades y sus angustias, su concepción del arte, su odio inmenso a la sociedad burguesa y a buena parte de la cultura oficial de su tiempo, sus principales vicisitudes existenciales, los lazos de amistad y de amor que forjó y cuidó incluso en medio de una duradera y aplastante depresión.

No todas las personas son capaces de sobrellevar sin rotura la vida que corresponde a su época y a su país. Para soportar un mundo que detestaba, Flaubert, tal y como refirió en una de sus cartas, se aferró a la tinta lo mismo que otros a la botella de aguardiente. Ello le llevó a una estética particular, orientada al “arte puro”, a la búsqueda incansable de la expresión óptima, de la palabra justa, de la frase armoniosa, de una perfección formal laboriosísima y acaso insensata, motivadora de que, pese a su inusitada capacidad de trabajo, a su “encierro” diario en la escritura (tal un monje de la creación literaria o un monomaniático de las palabras), nos legara muy pocas obras. En una de sus epístolas llegó a declararse partidario de una literatura “sin tema”, sin asunto, sin intención, que se mantuviera solo por la fuerza interna del estilo, por la belleza de las frases, por el encanto compositivo. Me recuerda, por ello, a Van Gogh, obsesionado por su arte, por sus colores y por cada una de sus pinceladas, incluso cuando se proponía pintar unos simples girasoles…

Demasiado inteligente para mentirse, Flaubert habla de sí mismo con una sinceridad anonadadora, señalando sin pudor lo que considera sus miserias, sus deméritos, sus fracasos, su ineptitud para la vida corriente y la felicidad común. Lo mismo que el pobre alienado de Saint-Rémy, es consciente de los “alimentos imprescindibles” de que privó a su cuerpo y a su corazón para consagrarse, de un modo que cabe estimar “religioso”, a la escritura. Relata de qué modo su persecución del “arte puro” lo alejó de la plena vida humana y lo abocó a la desdicha, la soledad, el sentimiento de definitivo naufragio existencial.

Ya mayor, cercana la muerte, le escribe a su sobrina Carolina una carta muy tierna, que contiene a su vez unas líneas durísimas, definitorias de su carácter esquivo y de las certezas íntimas a las que sujetó la mayor parte de su vida:

Los honores deshonran,

Los títulos degradan,

La función embrutece.

Comentario: el orgullo no puede llevarse más adelante.

Os dejo con estas “Cartas escogidas de Gustave Flaubert” y me despido de él con un abrazo fraternal.

PDF de «Las cartas vividas. Tocando a la puerta trasera del refugio Flaubert

NO MÁS ESCRITORES

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El descrédito de la letra

(Contribución impresionista a la crítica de la razón lecto-escritora)

1. Pocilga Literaria

No espero nada de la literatura -a ella tampoco le cabe esperar mucho de mí. Me considero inmune a toda esa engañifa de “la buena escritura”. La figura, clásica o moderna, del escritor de talento me parece odiosa (y, a la vez, cómica, con un deje de patetismo que forma casi parte de su gracia de bufón). Detesto el gran mundo corrompido de los autores de renombre casi tanto como el mundillo lastimero de los escritores en busca de prestigio. Me repele la idea de que pueda existir una crítica literaria que no mueva a risa y un mercado de la obra de arte que no atufe a pocilga.

Sin embargo, no-escribo.

2. Bajarle Los Humos A La Literatura

No debo tener mucho que decir, ya que insisto una y otra vez en los mismos temas. Y acabo, al final, escribiendo lo mismo. La escritura desesperada se caracteriza por una absoluta pérdida de fe en sí misma. En este sentido, y por oposición a la escritura dominante -discurso satisfecho de sí, pagado de sí, inebriado de amor propio-, puede concebirse como no-escritura.

Ya no se presenta como llave de la verdad, ventana abierta a lo desconocido, a lo misterioso, instancia de revelación de la esencia de las cosas y de los hombres, exploradora, inquisitiva, indagante, luz que se arroja sobre alguna penumbra, sobre alguna oscuridad, mirada que escruta, que investiga, que descubre; tampoco sitúa a su autor en un pedestal de talento, en una tarima del saber, en una cumbre de inteligencia o, al menos, de imaginación, administrador de la belleza, artífice del deleite de la lectura, encantador de serpientes, brujo, hechicero, mago, narciso pedantorro.

Desublimada, la escritura ya no espera nada de sí misma, y no tiene por qué hablar bien de su forjador. El escritor desesperado, consciente de su patetismo, de su flojera, hace lo que puede con los medios de que dispone, y no pretende grandes cosas. Nada tiene que enseñar a nadie, nada que hacer por nadie. Ni alumbra verdades, ni reparte placeres. Tampoco se ama a sí mismo a través del supuesto valor de lo que escribe. De hecho, la cuestión del valor le interesa aún menos que las expectativas penosas de los lectores. Escribe por debilidad, por flaqueza, por no ser capaz de callar, acaso por alguna tara, alguna grave deficiencia de su carácter, por enfermedad, por propia miseria espiritual, por no tener nada mejor ni peor que hacer, por vicio, por estupidez, por cobardía. Y su escritura, que cuenta muy poco para él mismo, nada debe valer para el lector.

Como una piedra arrojada por una mano cualquiera, ahí están mis obras, perfectamente inútiles. Como un hombrecillo que trabaja para alimentar a su familia, y un día morirá y se acabará el hombrecillo, aunque no el trabajo ni la familia, aquí estoy yo, absolutamente irrelevante. Desesperado y feliz, sin nada que aportar a nadie, como Basilio en medio del monte contemplando sus ovejas, irrelevante e inútil, seguro de que no está en mi poder haceros daño, a salvo de influir sobre lectores aún más débiles que yo, incapaz de convenceros de nada, inservible, accidental como la circunstancia de haber nacido, vacío, ligero, hueco, hoja que arrastra el viento, con muy pocas mentiras a las que aferrarme, viviendo por instinto como los animales, hostil, odiador, enemigo.

3. Escritura Podrida De Esperanza

Cuando el desmedido narcisismo de la adolescencia me abocó a la escritura como forma de hacerme admirar por los demás tanto como yo mismo me admiraba, el tema que inmediatamente asaltó mis páginas fue el de la denuncia social. La educación mojigata que recibimos desde la infancia nos predispone ya para ese género de sensiblerías. Con un tono en el que se fundía un sentimiento de lástima por los desposeídos y el instinto de rencor hacia sus explotadores, me empeñé en revelar a todo el mundo lo que todo el mundo ya sabía. Conmiserativa, moralizante, bienintencionada, mi escritura exhalaba simpatía hacia los trabajadores, los marginales, las mujeres oprimidas, las víctimas del racismo, los pueblos del Sur, etc. Es decir, escribía para aquellos entre los que yo no me contaba, a cuyo mundo no pertenecía, y les relataba sin descanso eso que cada día, desde la mañana hasta la noche, tenían delante de sus ojos: lo intolerable de su discriminación, lo insufrible de sus penurias, la iniquidad del Capital y su aparato de Estado, la colaboración de la Iglesia y de la Cultura con sus opresores, la brutalidad del ejército, la forma en que la burguesía dominante los embaucaba y desmovilizaba a través de las ideologías pacifistas y de la democracia, etc.

Derrochaba, pues, mi escritura, junto a esa camaradería ruidosa con los explotados que me servían de tema (alimentando así mi vanidad de escritor, y de escritor comprometido), y junto a una afectación de piedad en la que todavía reverberaba mi adoctrinamiento religioso en la escuela y en la familia, derrochaba, sobre todo, indignidad y esperanza.

Indignidad de hablar por otro”, como solía repetir un filósofo francés. ¿Quién era yo, quién soy ahora, para hablar en nombre de los demás, para explicarles, desde mi posición superior de hombre instruido, a salvo de las distorsiones ideológicas, qué es lo que en realidad les ocurre, por qué, desde cuándo, en beneficio de quién, e incluso lo que deben pensar y lo que deben hacer para superar su penosa situación? Indignidad de los intelectuales que han pretendido educar, conscienciar, organizar y liberar a la clase obrera, todo eso sin haber padecido una sola jornada inhalando gases tóxicos en la fábrica y dependiendo del jornal que mata poco a poco para sobrevivir. Pero, también, sin haber amado en lo profundo, secretamente, al jefe alguna vez. Sin detestar a la mitad de los compañeros y ser indiferente a los problemas de la otra mitad. Sin abrigar, de cuando en cuando, la ilusión de convertirse mañana en empresario. Sin… Indignidad de los hombres que describen de qué forma son oprimidas las mujeres, qué sienten y cómo deben emanciparse. Indignidad de los cuerdos que declaman en favor de los locos, y de los psiquiatras que hablan por ellos. Indignidad de la raza blanca al pretender comprender el corazón del negro y cómo ha sufrido bajo su yugo. Indignidad de la cultura occidental cuando anhela, por ejemplo, liberar a las mujeres musulmanas de la tiranía de sus hombres o exportar su sistema político en detrimento de cualquier otra forma autóctona de organización no-democrática. Indignidad del hombre integrado analizando y explicando el subsuelo psíquico y emocional de la marginación. Indignidad del criminólogo absolutamente incapaz de perpetrar un crimen. Indignidad del psicólogo. Indignidad del sacerdote. Indignidad del maestro. Indignidad del padre. Indignidad de la mayor parte de los escritores.

Esperanza de un mundo perfecto, sin opresión, sin violencia, sin dominación; Reino de la Libertad y de la Justicia, igualitario, civilizado, fraternal; Mundo Ideal en el que se refracta de modo indecoroso el Paraíso de los cristianos, y que tiene el mismo efecto sobre las poblaciones: efecto del opio, de la morfina, de todo aquello que nos aleja de la realidad y nos la hace más soportable, “engañifa” para mantener sujeto al hombre, esperanza. Esperanza de hallar, si no ha sido ya descubierto, el modo de encauzar a los hombres hacia ese Paraíso. Esperanza de que la escritura, a su vez, coopere en dicho proyecto redentor, habilitándose para “ilustrar”, “iluminar”, “desalinear” y acaso también “movilizar”. Esperanza de que nuestra existencia, grávida de sentido por lo sublime de la Causa a la que se entrega, sea de alguna manera “más vida” que la de los otros, manipulados, ideologizados, enajenados. Indignidad de la esperanza.

A salvo de este círculo oprobioso de las Grandes Tareas, Lo Que Podemos Hacer Por Los Demás, las Emancipaciones, la Solidaridad y el Compromiso, Basilio, mi amigo pastor, que nunca habla por nadie, nada espera de los hombres, nada de su propia escasa palabra, nada de su vida ayuna de esperanza. Digno en su discurso que sólo trata de lo suyo, digno y certero en su desesperación, este hombre se me aparece hoy como la antípoda rigurosa del deplorable escritor progresista. Antípoda de la abyección. Mi antípoda, si sigo siendo el que era.

Mi propia ignominia como escritor lastrado por la esperanza, consciencia separada que usurpaba la voz de los otros, se me hizo por fin evidente, laceriosa, insoportable. Llegó entonces la hora de la mítica, y me ensoñé de abandono y Fuga. Volviendo los ojos a los laberintos del interior, decidí no escribir más que de mí mismo. Sortearía, así, la indignidad.

Toda habría ido bien de ser cierto aquello que creí descubrir en mi corazón. Pero me engañaba. No conozco introspección más mentirosa que la mía. Cada vez que pienso en mis móviles, o en mis determinantes, me engaño sin remedio. ¿Indignidad de hablar acerca de uno mismo? Me temo que claudiqué ante otra forma, más sibilina, de esperanza: esperanza de hallar en mi cerebro los medios con que explorarme, esperanza de llegar a saber algo de mí, esperanza de aferrar la capacidad de comprenderme, esperanza de “ser” de alguna forma y poder encargar a mi literatura que arrojara luz sobre ese pozo de mi identidad, vana esperanza del acto de consciencia y del autoconocimiento…

En verdad, no sé nada de mí. No me creo. No me intereso. Me miento a sabiendas. Todo cuanto escribí entonces a propósito de mí apesta por eso a epopeya. Me autodefiní como “fugitivo”, ser atormentado que huía de las ideologías, de la familia, de la propiedad, del trabajo, de la patria. Fugitivo de mí mismo, espíritu de la Fuga. Y lo peor de todo es que de nuevo veía ahí (en el nomadismo, la quiebra, la ruptura, en la escapada) la forma de cambiar el mundo, de contribuir por lo menos a su transformación. Consideraba, en cualquier caso, que una estrategia de la huida incansable evitaría de por sí el apresamiento insidioso en lugares políticos de complicidad, permitiría mantener limpias las manos, emprender el camino de vuelta a la inocencia. Huir de la posición de explotador tanto como de la de explotado; no oprimir ni ser oprimido; ni trabajar ni hacer trabajar; renunciar a todo lo que da el Estado y a todo lo que aburguesa; y no seguir hábitos, no fosilizarse, no permanecer en ninguna tierra lo mismo que en ninguna idea. “Es posible que yo huya; pero a lo largo de toda mi huida busco un arma”, solía repetir. Fiel a la Fuga, y aborreciendo la instalación, escaparía -pensaba- a todos los mecanismos de control social, viviría a salvo de todas las máquinas normalizadoras e integradoras de este mundo. “Inocente”, sería también de algún modo “libre”. Debo reconocer que, para este giro de mi pensamiento, fueron decisivos algunos libros (el “Anti-Edipo”, de Deleuze, particularmente; pero asimismo los textos de Foucault, de Artaud, de Bataille, de Nietzsche,…). Era yo, por aquel entonces, excesivamente vulnerable a la palabra escrita…

La esperanza de conocerme, que corrompió este afán mío de recuperar la dignidad, pronto enlazó, así, con esa otra esperanza de conservar la consciencia tranquila, las manos limpias, el corazón intacto. Ridícula esperanza de preservar la salud en un mundo enfermo, la bondad entre los malvados, la inocencia en una cueva de ladrones… Construí una épica de la Fuga y me presenté como héroe de la evasión interior. Mentí sobre mí mismo y escribí demasiadas páginas acaso sin valor. La esperanza volvía a arruinar mi trabajo. De nuevo muy lejos de mí, Basilio nunca huyó de nada, siempre fue la misma persona, dedicó toda su vida a un solo oficio y mantuvo a lo largo de los años un pensamiento mínimo pero invariable. No pierde el tiempo examinándose; le basta con cuidar de sus ovejas. Matarife, vendedor de corderos, se sabe sucio y se sabe cómplice. Degüella. Trafica. Negocia con la burguesía de los carniceros; los enriquece. Trata con tipos desaprensivos, intermediarios y especuladores. De espaldas al Estado, Basilio da sin embargo la cara (diría el alma) al Capital. Y no se arrepiente de ello: “A veces debe uno besar manos que quisiera ver cortadas”. Brecht ya lo admitió: “Desgraciadamente, nosotros que queríamos preparar el camino para la amabilidad no pudimos ser amables”. Con sus manos sucias, intranquila su consciencia, culpable como todos, Basilio al menos no se engaña. Jamás depositó su esperanza en esa especie de higiene absoluta del corazón. Y en lo que concierne al autoconocimiento, su postura apela también a la desesperación: “No sé si me conozco, pero me da igual. No sé. Pienso en otras cosas”.

¿Y en qué punto me hallo ahora, con este Desesperar sobre la mesa? ¿De nuevo me engaño? ¿De nuevo construyo un mundo épico? ¿Mitifico? ¿Qué forma de esperanza me impulsa? ¿Continúo presentando mi vida como epopeya, y a mí mismo como héroe? ¿Apesto a vanidad? ¿Desesperé? ¿Así como no me conozco, conozco a Basilio? ¿Desesperó? ¿Existe el concepto del valor de estas páginas? “No sé. Pienso en otras cosas”. Indignidad de todo escribir.

4. Escribir Envilece, Degrada, Inmoraliza

Repelencia de escribir una novela, lo mismo que de obedecer. La escritura es obediencia. Qué bien entiendo ahora a Artaud, incapaz de escribir; y a Bataille, incapaz de razonar. Qué bien me entiendo, incapaz de obedecer.

El gremio de los escritores tiende a sorprendernos con las más diversas fisonomías: rostros de amargura, de lucidez tópica, de cinismo facilón; rostros de niños grandes, y de viejos prematuros; rostros sesudos, rostros frívolos; rostros de enigma prediseñado por la industria de la imagen, y también de fabricación propia, poco menos que “casera”; rostros de enloquecida cordura y otros de locura razonable,… Pero nunca descubriréis, en ese círculo, una forma de mirar tan pura, limpia de interés y de deseo, unas facciones tan despejadas, grávidas de palpitante y desnuda quietud como nocturnos mares calmos, que sugieran sencillamente “libertad”. En ningún momento produce un escritor la impresión de autonomía, de ese bastarse a sí mismo y ser capaz de prescindir de nosotros que delata al verdadero hombre libre. Acaso porque la escritura fue un engendro del mercado, bastarda de la tiranía; o bien porque la auténtica libertad fructifica en el anonimato. Acaso porque todavía no conocemos lo que debe ser una escritura absorta en sí misma, pendiente sólo de sí misma. O, simplemente, tal vez porque el escribir envilece, degrada, inmoraliza.

5. Navíos Sin Destino

Hay otra cosa que me irrita de los escritores y, sobre todo, no soporto de mí mismo cuando escribo: el aire de suficiencia, la pose de sabiduría que acompaña a este ejercicio inútil del monólogo sobre el papel. Parece como si el hecho de que nadie pueda rebatirnos mientras escribimos engendre la ilusión de que nos hallamos realmente cerca de la Verdad, o de que nos distingue del común de las gentes cierta especie de talento, determinada agudeza de la mirada, alguna clase de brillo cuanto menos… Esa ilusión despliega a su vez las velas de los navíos sin destino de la egolatría, la presunción, el narcisismo. ¡Menudo tufo a vanagloria, el de cualquier escritor! ¡Cómo apesto!

6. Aunque Se Diga La Verdad, Esa Verdad Tiene Atadas Las Manos

Lo verosímil se mezcla en mi espíritu con lo inverosímil. Es mi pensamiento una tierra estremecida donde lo sostenible cohabita con lo insostenible. Capaz de ser frío, de pensar con gravedad, lo más serio que termino haciendo es desacreditarme a mí mismo y reírme de mis escasas y nada originales ideas.

Basilio, en cambio, se conserva de una pieza. Hombre antiguo, habla poco y como si en cada una de sus muy meditadas observaciones estuviera comprometiendo toda su dignidad como persona. No miente. No exagera. Hombre de palabra, su decir cuenta lo mismo que un documento ante notario: pesa todo lo que puede pesar un discurso ayuno de dobleces. Habla tal si, sobre el mármol, cincelara un epitafio. Su acento se asemeja al del aforismo, al de la sentencia. Y diría que sus frases se disponen como cielos de tormenta sobre un mar calmo de silencio. Despliega el mismo rigor ante cualquier asunto -ningún objeto de conversación que por un momento secuestra la atención de una persona le parece frívolo. Restituye así el verdadero sentido de la comunicación, su utilidad. E involucra todo su ser en la verdad de lo que dice. Compra y vende de palabra, y exige del otro la misma absoluta fiabilidad de que hace gala en sus tratos. Si una persona lo engañara, faltara a su palabra, hablara en broma sobre una cuestión para él decisiva o se contradijera a cada paso, Basilio la borraría por completo de su mundo, apenas sí recordándola como lo fastidioso de un mal sueño, un tropiezo irrelevante de la realidad. No entiende a los hombres que no están hechos de silencio y de renuncia. No comprende cómo se puede hablar sólo para llenar el hueco del tiempo. No sabe lo que es una conversación de circunstancias. Y no responde a todo el mundo: únicamente toma en consideración las interpelaciones de aquellos seres que le merecen respeto, que de alguna manera se han ganado el derecho a dialogar con él. Administra el lenguaje como si fuera un bien escaso y carísimo. No despilfarra expresiones. El peor defecto que sorprende en sus semejantes es que “hablan demasiado”. Cuando se entabla con él una conversación, el ritmo no es el de la charla habitual: escucha atentísimo, como si le costara trabajo entender lo que se le dice; inmóvil, casi hierático, medita después un rato ante su interlocutor; finalmente, contesta, muy despacio, repitiendo dos veces su aseveración -diría que una para escucharse y otra para ser escuchado. Si supiera leer, odiaría la poesía, por lo que arrastra de afectación y empalago; y detestaría la novela, por su sometimiento a la ficción. Si supiera leer, no leería. Se tiene la impresión de que para él la palabra es, muy concretamente, aquello que quizá siempre debió ser y hoy ya no está siendo: un instrumento, un medio, una herramienta de la necesidad… Su concepción del lenguaje no deja así el menor resquicio ni para la demagogia, sobre la que se asienta el discurso político; ni para la seducción, en la que se basa la literatura. Se halla, por tanto, muy lejos de Artaud, que proponía “usar el lenguaje como forma de encantamiento”. La palabra, para él, como una romana, como un trillo, como la guadaña, sirve para lo que está hecha y nada más. Quiero decir con esto que desliga el asunto del lenguaje del problema de la esperanza.

El discurso político se fundamenta en la esperanza de que puede haber una “toma de consciencia”, una “conversión” del oyente -cierta eficacia sobre el receptor, que se vería impelido a obrar, impulsado a intervenir en la contienda social siguiendo una línea determinada. Proselitismo y acción corren de la mano en este caso. La palabra ha de convencer (“iluminar”) y empujar (“movilizar”). Sin la esperanza de ese efecto, el discurso político carece de sentido. Por añadidura, se deposita también la fe en la “verdad” del relato; se espera mucho de ese compendio de certidumbres que habría de rearmar la voluntad de progreso de la Humanidad. La crisis actual del relato de la Liberación, fundado según parece en una cadena de verdades irrebatibles, muestra el absurdo de esa doble esperanza. Operan fuerzas exteriores al lenguaje, independientes del discurso, capaces de aniquilar su supuesto potencial conscienciador y movilizador. Aunque se diga la verdad, esa verdad tiene atadas las manos; llegando al hombre, no le hace actuar. De ahí el fracaso de la demagogia, aún en su vertiente revolucionaria…

El discurso literario se apoya a su vez en una esperanza aún más vana: la de que exista una clave universal del disfrute y un criterio absoluto del valor. Y no merece la pena insistir en que eso que llamamos “arte”, engendro sospechoso de intelectuales, funciona y circula exclusivamente por canales de élite, diciendo poco o nada al público “no ilustrado”. Por otra parte, no contamos en modo alguno con la menor garantía de que la “buena literatura” (si la hay) sea la misma que se inscribe en la tradición culta, oficial, dominante. Cuestionada también la justificación del discurso de seducción, sólo le queda a la palabra la tarea humilde, deslucida, que le confiere Basilio: servir a los hombres en sus asuntos rutinarios. Y no cosquillearlos de placer o educarlos en no sé qué esplendentes verdades redentoras…

Desinflado, el lenguaje recupera su antiguo valor pragmático. Basilio habla para comprar, vender, cambiar, pedir o prestar auxilio. El resto de su vida se halla envuelto en el silencio. A mí me dirige la palabra como si me hiciera un favor. Y se rebaja a departir conmigo, patético charlatán sin cura, movido por un elemental sentido del socorro mutuo: hoy por hoy, ésa es la ayuda que recabo y que su humanidad no me niega. Si divaga ante mí, es por un problema mío de debilidad e inconsistencia.

7. Por Fin Haber Hallado El Camino Hacia No Sabría Decir Dónde

Lo que de ningún modo puedo negar es que las riendas de mi vida han estado siempre en manos de la escritura. Para una escritura tormentosa de la aflicción que sabe esconder su origen y de la angustia exquisita fui enseñante. Un trozo de hueco y Nada que salvar, libros que debían ser escritos, me hicieron funcionario, consciencia desgarrada de opresor. Antes, había sido imbécil, con una tesis doctoral titulada La Policía de la Historia Científica

La escritura me sublevó más tarde, ávida de un suicidio no sólo simbólico, contra mí mismo y mi entorno: El Irresponsable, texto terrible, descorazonador, estuvo a punto de volverme loco para que pudiera escribirlo. Harto de protagonizar una lucha encarnizada no sé si contra algún enemigo, pero consciente del oprobio de mi función, debiendo huir, sentí entonces que los vendavales de la escritura me empujaban y que había otra obra trabajándome desde la sombra para poder nacer. Era El espíritu de la fuga, que me convirtió en prófugo de todo lo que había conquistado, fugitivo de mi propia identidad… “Los mundos convulsos, el pensamiento errante, la vida irregular”: así hizo aquella novela que hablara mi deseo. Yo obedecí.

Cuando la literatura se cansó de que su hombre se deshiciera una y mil veces ante el espejo de las palabras, concedióle una tregua, teñida de derrota, de frustración y de deriva. Lo indecible de las ruinas y Misivas del abandono fueron su instrumento. Reverdeció por un instante, en medio de aquel desasosiego, la vieja pasión del combate; y un discurso nostálgico, despreciador de toda pasividad, haciendo que restañara la herida de mi desánimo, escribió por mí El husmo.

Callé por un tiempo, perdí toda esperanza, creí por fin haber hallado el camino hacia no sabría decir dónde, y las palabras que desde siempre aguardaban su cita con mi pluma se desbordaron en este Desesperar, sin que pudiera oponer la menor resistencia.

Así que yo, odiador de la escritura, enemigo acérrimo de todo lo que se puede hacer con las palabras, me reconozco constituido por ellas, excrecencia de lo que detesto, hijo pródigo -quisiera que parricida- de una pasión literaria vil, consuntiva, usurpadora de la verdadera existencia… Aparte de escribir, sólo he hecho lo que para escribir debía. Triste marioneta. Sucedáneo de hombre. El esclavo de las palabras.

8. La Fuerza

Basilio llama “la fuerza” al conjunto mayor del ganado en torno al cual siempre gravitan, con variable dispersión, los pequeños hatajillos secesionistas. “La fuerza” se hace seguir, atrayendo fatalmente a todas esas nubecillas de ejemplares díscolos, revoltosos.

Viéndome un día sin mi compañera, el pastor me dijo algo que en un primer momento no entendí: “¿Dónde está la fuerza?”

Él no sigue a nadie, no ha pactado con nadie ni siquiera la provisionalidad de una ruta compartible… Basilio es su propia fuerza.

Seducida por el oro, la fuerza de los escritores sólo retrocede ante el látigo. Oro y látigo. Mercado y Opresión.

9. Tierras Casi Inhóspitas

Debo escribir por atavismo, ya que no creo en la literatura. Lo más importante de estos últimos años, en lo tocante a mi espíritu: ya no necesito preservar ante el espejo (no sé si mío o de todo el mundo; igual da si roto, empañado o deformante) una imagen de mi vida digna y sin mácula. No me es preciso estar orgulloso de lo que hago. Ya no me empeño en mantener un buen concepto de mis obras. Desesperé.

Mi desesperación no provino de la experiencia de la derrota -nunca me sentí vencido. Nada tiene que ver con la amargura: ¡soy tan feliz! El modo mío de haber dejado de esperar se forjó en estas tierras casi inhóspitas, enemigas de lo abstracto y de lo ilusorio; se fraguó con el descubrimiento conmocionante de extraños seres marginales y ante la turbadora lección de la muy inteligente vida animal.

10. Tiempos Que Vivimos Sombríamente

Me había propuesto, alcanzado este punto, llevar a cabo una reflexión sobre el valor de la presente escritura en los tiempos que vivimos sombríamente. Pero mejor lo dejo para vosotros. La cuestión del valor permanece demasiado unida a la de la esperanza. No me interesa.

Confieso que no tengo el concepto del valor de mis obras”, escribió Pessoa. Por mi parte, “todo lo que he hecho a lo largo de mi vida ha sido perfectamente inútil; no espero otra cosa de mi escritura”.

Hay quienes escriben para la mayoría; otros, para unos pocos; algunos, para ellos mismos. Yo no-escribo. Lo que sea esto, no vale ni para importunar al silencio. A mí no me sirve; tampoco a vosotros.

11. A Salvo De La Cultura Impresa

Habrá que vestir luto por el hombre -anotó E. M. Cioran- el día en que desaparezca el último iletrado”. Completamente de acuerdo…

El hecho decisivo que ha permitido a Basilio conservar durante toda su vida un innegable punto de honda lucidez ha sido su no-exposición a la cultura impresa. Tuvo la suerte de evitar la escolarización; y esa ausencia de estudios determinó que fuera, de verdad, capaz de pensar por sí mismo. No se vio pedagógicamente forzado a repetir ningún discurso escrito, por lo que nunca confundió la práctica individual del pensamiento con la reiteración de enunciados canónicos -como suele ocurrir entre los estudiantes y las personas pagadas de su saber.

La circunstancia de que perdiera pronto a su familia (falleciendo su padre de gangrena y su madre de cáncer cuando aún era niño; y pereciendo por congelación en el mismo invierno, poco después, sus dos hermanas pastoras), de que rehusara buscar esposa y huyera, como del diablo, de las relaciones de vecindad, aseguró, asimismo, la originalidad un tanto avasalladora y la autonomía casi insultante de su reflexión. Cuando habla, no cita a nadie. No toleró que le enseñaran a usar de una determinada manera su cerebro.

Por último, al vivir tan desconectado del mundo exterior (estropeada la radio desde el día en que la arrojó contra un árbol por anunciar, casi en son de fiesta, la invasión americana de un país para él extraño pero que imaginaba hasta ese momento en paz, tranquilas sus gentes al cuido de los ganados o afaenadas y ruidosas en las labores; sin televisión; sin preguntar nunca nada ni rendir cuentas a nadie), pudo defender sus ideas arrinconando el temor de que alguna fuente de autoridad cayera descalificadora sobre su persona y sus concepciones.

No siguió jamás ninguna “moda” ideológica, pues, ignorando lo que estaba en cartelera en cada momento, ni siquiera sabía lo que, en rigor, significaba la palabra “ideología”. La montaña y los animales fueron sus únicos instructores. No militó en otro partido que en el de sí mismo. A ninguno de sus semejantes le fue concedido nunca hallar el pretexto por el que someterlo a un examen: nadie sepultó su discurso bajo el horror cotidiano de un número sancionador.

Como no discutía con los demás, sus ideas se fueron endureciendo y sólo la vida misma podía modificarlas. Hombre apegado a la tierra, amante de los primario, jamás perdió ni un segundo meditando sobre una realidad inconcreta, sobre un fantasma conceptual o una abstracción mitificadora. El idealismo, la metafísica, el logocentrismo, quedan tan lejos de su raciocinio como la palabra impresa. Visual, casi físico, su pensamiento no deriva del lenguaje: cabe identificarlo en su modo de comportarse, procede de la práctica. Porque hace cosas, tiene una forma de pensar. La vida que lleva es el compendio definitivo de sus ideas -no reconocería como propias sus concepciones si, tras haberlas recogido en un escrito, alguien se las leyera. “Pienso lo justo para vivir”, me dice. “Sólo entiendo de lo mío”. “Creo en aquello que me ayuda”. Deleuze apuntó una vez que deberíamos servirnos de las ideas lo mismo que de una caja de herramientas.

La esperanza ha atribuido al pensamiento, en nuestra cultura, cualidades excesivas. Se esperaba de él que erigiera al Hombre en la especie-reina de la naturaleza, y más bien lo ha convertido en un destructor incomparable, depredador consentido, el peligro más serio para la vida en el planeta. Se esperaba de él que ideara formas de organización social en las que la libertad y la felicidad se fundieran por fin como destino último de los racionales, y sólo ha alumbrado regímenes temibles donde la violencia y la sujeción constituyen la norma. Se esperaba de él que revelara a los humanos los mil y un secretos de la Existencia y del Universo, y en su lugar los abrumó con un sinnúmero de supersticiones científicas y con montones de engañifas meramente justificadoras. Se esperaba de él que se posara sobre cada individuo como el sol o la noche, sin privilegios ni exclusiones, y resultó que terminó siendo acaparado por una minoría risible de hombres pálidos y ojerosos. Se esperaba de él que estrechara lazos con lo que llamamos “alma”, “espíritu” o “corazón”, y aficionóse a frecuentar la morada del Tirano, sonriendo sólo ante el Capital. Hemos esperado tanto del pensamiento, que ya no sabemos para qué sirve en realidad. Y ha sido tan profunda nuestra desilusión al descubrir la mezquindad de sus frutos, que, separándolo de nuestras vidas efectivas, nos hemos convertido, todos, en mentirosos, hipócritas, horda de cínicos modernos.

Si hubiera dejado en paz la esperanza al pensamiento, muy probablemente lo usaríamos como Basilio, para vivir cada día. Pero estamos envenenados de esperanza, perdidos de fe, enfermos de aguardar; la esperanza nos hace hombres “de nuestro tiempo”, parásitos y criminales…

Basilio no es de esta época; pertenece a un futuro que no será el futuro del hombre. Habrá que vestir luto por nosotros cuando fallezca.

12. Decir Que Yo Era Uno De Los Medios De Que Disponía La Literatura Para Deshacerse, Arma Con La Que Podría Suicidarse

Cabe la posibilidad de que esté llevando la figura de Basilio hasta un extremo de desesperación que él mismo no aceptaría. Tal vez mitifique. A mi manera, podría estar incurriendo en una suerte de idealización vulgar. A lo peor, falseo la realidad de los aldeanos y distorsiono esta existencia suya marginal. Las cosas pueden no ser así. Acaso miento. A Basilio le falta consistencia humana, verosimilitud. De tanto preservarlo de la esperanza, lo estoy convirtiendo, quizás, en una abstracción, un sistema filosófico, una momia conceptual. Pues bien, mala suerte. No me preocupa. Mi tema es la desesperación, y no Basilio; desesperar, y no la vida en aldea. O, dicho de otro modo, mi tema soy yo, y no la desesperación; yo, y no desesperar; yo, desesperado.

No he cambiado mucho, a este respecto, desde los días en que empecé a escribir, aún adolescente, hasta estos tiempos seniles en los que ya no-escribo… Sigo tratando de mí, sin conocerme; hablando de los demás, sin haberme molestado en comprenderlos; tocando temas empalagosos, cuando detesto toda pesadez. No he cambiado: intelectualmente contrahecho. Senectud camino de los cuarenta años, como si sólo hubiera vivido un día y ya me atenazara un gran cansancio de existir. No he cambiado, a lo largo de ese día de cuarenta años. Intelectualmente contrahecho. Por lo menos, ya no-escribo. Contrahecho.

¿Qué es esencial y qué es accesorio en este texto? ¿Es Basilio accesorio? ¿Pertenece al mundo de los recursos? ¿Es mi instrumento? ¿O es la desesperación lo superfluo, asunto de técnica, estrategia narrativa? ¿No seré yo, más bien, lo que sobro, lo externo, cuestión formal? ¿Seré un recurso? A veces pienso que en este trabajo, como en la mayor parte de los anteriores, sólo abordo un tema, obsesión de fondo en relación con la cual todo es secundario, marco, aparejo, esqueleto: el tema del escribir, lo que sea mi escritura. Y puedo estar apuntando de alguna forma que ella sí que es superflua, accesoria, ella sí que pertenece al mundo de los recursos.

De más en mi existencia, prescindible como todo objeto, puedo representarme mi escritura como un útil para tristes fines, herramienta rota para la reparación de lo patético. De sobra, por un lado; y, por otro, desdichadamente necesaria. No sé… En otro tiempo, me gustaba decir que yo era uno de los medios de que disponía la literatura para deshacerse, arma con la que podría suicidarse. Ahora digo que no escribo, como si yo fuera el suicidado y ella me hubiera deshecho…

¿Es mi vida un recurso literario? Sé que, durante años, lo fue. Y me temo que, quizá a lo largo de ese mismo periodo de tiempo, la literatura fue para mí un recurso existencial. Ahora, no escribo. Esto no es escritura. ¿Dónde está, en estas palabras, lo accesorio, y dónde lo esencial? Un saco de palabras, siempre lo fui. Saco de palabras, también este “Desesperar”. El saco, yo desesperado. “Palabras, palabras, palabras que me ahogáis; tengo sed de otra cosa”, escribió Bataille. Desde luego, no es mi caso.

Siempre me escondo detrás de las palabras, lo mismo cuando escribo que cuando pienso. Si no me escondiera, no sería lo que soy. No me sería. ¿Cómo se puede escribir y decir al mismo tiempo la verdad? ¿Se puede? No, creo que no. La verdad no está hecha de palabras. Las palabras dicen que yo soy Pedro García Olivo. Sin embargo, yo, que conozco mejor que nadie a ese Pedro, me desconozco profundamente a mí mismo. Saquito.

13. Demasiadas Moscas, En Ese Rincón Del Patio

Redacto estas páginas en las mejores condiciones del mundo. Mi despacho es la montaña. Mi compañía, un hatajillo de cabras. No hay hombres a la vista. Escribo al amanecer, y poco antes de que el sol se ponga. Recostado perezosamente en las rocas, o caminando. Nada me distrae, salvo la belleza del paisaje. Sobre mi cabeza, siempre un buen pedazo de cielo, como quería el Swam de Proust. Y mi escasa imaginación libando algún recuerdo, cortejando alguna idea.

Me declaro incapaz de escribir en una habitación, cerrada a la vida, delante de un ordenador, antes o después del trabajo, comodamente sentado, con el café calentito en la taza, respetado por una mujer que no quiere molestarme y unos niños a los que se les dice que su papá es muy inteligente. Demasiadas moscas, en ese rincón del patio. Gallinas muertas, en el cerebro.

14. Cargar De Cultura El Arma De Nuestra Vanidad

Basilio no cree en la Enseñanza. En su opinión, sólo hay una maestra que no miente: la vida misma, la tierra, los trabajos, lo que se oye decir a los demás… Conoció a un profesor desocupado que tenía mucho más que aprender que todo lo que él pudiera enseñar. “No sabía ni hacerse un guiso, confundía el nombre de los árboles, de las aves, de las labores,… Era como si no tuviera manos, como si no le hubieran enseñado a hacer cosas con ellas, a trabajar, a nada importante”.

Un vecino suyo estudió, luego se metió en guerras y al final murió en la cárcel. “Quería decirnos lo que teníamos que hacer. Menos mal que no le seguimos la corriente: estaríamos muertos”. Ha oído que tampoco los estudiantes encuentran más tarde empleo, y por eso se pregunta: “¿Para qué los tendrán entonces tantas horas encerrados, para qué tanto corral?” Responde, a su manera, con otra pregunta: “¿No será para atarlos mejor, para hacerlos tan inútiles como el maestro que conocí y tan infelices como el vecino que murió preso por estudiar demasiado y atenerse a lo que los libros decían? ¿No será para acostumbrarlos a levantar el carro de una manera y no de otra, como interese a quienes mandan en las escuelas?”.

Yo le doy la razón: en efecto, a la juventud se la obliga a estudia para controlarla mejor; para sujetarla; para hundirla un poco más en este pozo de estupidez, desdicha y servidumbre que es el mundo de los mayores, la vida adulta. Y la juventud cae en la trampa ciega de esperanza: esperanza de conseguir un trabajo cómodo, disputándoselo, cuchillo entre los dientes, a todos los demás; esperanza de dominar un área de conocimiento y, a su través, dominar a un círculo de personas; esperanza, para los más ambiciosos, de cargar de cultura el arma de su vanidad y capacitarse así para persuadir al común de las gentes, arrastrando tras alguna interesada quimera, si hay fortuna, a un hatajillo de crédulos.

Leer no sólo corrompe el escribir, también degrada el pensar”, anotó Nietzsche. El estudiante, máquina de leer y de repetir, adiestrado en la obediencia, desaprende en la escuela a pensar. Sobre la pizarra borrada de su carácter, escriben los funcionarios del consenso discursos de sumisión y adaptación. A través de su cerebro, el poder pensará, el capital hará negocios, la Razón matará. Se estudia como se deja uno explotar, como se funda una familia, como se acepta el engaño político…, sólo por esperanza. Esperanza de cosas turbias, sucia esperanza. Desesperados, Basilio y yo detestamos la educación. El pastor no fue a la escuela, y yo intimé lo justo con el monstruo para escupirle por sorpresa en la frente y echar a correr hacia ninguna parte.

Audio relacionado: https://anchor.fm/pedro-garcia-olivo/episodes/No-ms-escritores–El-Arte-de-Renegar-2-ek7094

[Fragmentos de “Desesperar” (2003), a propósito de la escritura]

NOSTALGIA DE LAS GENTES QUE HABLAN POCO

Posted in Activismo desesperado, antipedagogía, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Desistematización, Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , on julio 3, 2020 by Pedro García Olivo

Palabras grávidas de silencio

La palabra fue cambiando de naturaleza conforme se articulaba el comercio moderno, enterrando las formas populares de ayuda mutua, los modos ancestrales del apoyo comunitario, no crematístico por no-económico; y conforme también los territorios se degradaban en Estados, aplastando la belleza del localismo trascendente, incompatible con toda globalización y radicalmente no-expansivo.

Bajo esos respaldos, el del Mercado y el de la Administración, la palabra se ensoberbeció, aspiró a la hegemonía y empezó a regir la vida de las poblaciones. Hablar era comprar o vender, alquilar o prestar, calcular beneficios; y era obedecer, asentir, protestar del modo adecuado, indignarse siguiendo reglas, reclamar grilletes más holgados y una dulcificación progresiva de los poderes y de los tiranos.

La palabra se llenó de Teoría, de Filosofía, de Doctrina, de Verdad postulada, de Abstracción homicida, de Razón… Se plegó a la gramática, a la lógica, a la matemática incluso… Y se separó del cuerpo, se alejó del ámbito comunicativo no-verbal, en el que habita la mirada lo mismo que el cierre deliberado de los ojos, la sonrisa tanto como el ceño fruncido, la caricia al igual que la negación del menor contacto.

Supremacista, la palabra empezó a «hablarnos». Su poder nefasto se reduplicó con los libros y con las escuelas, con la prensa, la radio, la televisión y los dispositivos digitales.

Al separarse del cuerpo, también se excluyó del pensamiento. Hablar consiste entonces en encadenar «citas», reiterar lo ya dicho, repetir lo escrito y leído, glosar y comentar. Nunca pensar. Por eso, los filósofos devinieron «profesores de filosofía», sacos de palabras ajenas.

Como también se olvidó del sentimiento, un muro infranqueable se levantó entre la emotividad, lo pasional, el sentido íntimo, de un lado, y el orden gélido del razonamiento verbal, de la expresión lógica, de la gramática y de la escritura, por otro. Ciertamente, la poesía ha procurado horadar ese muro; pero lo ha logrado en muy escasa medida, lastrada por los poetas.

Y sentimos nostalgia del silencio. Y nos acordamos del Camarón: «¡Ay!, la sabiduría de los hombres que no hablan». Y vuelve a seducirnos Strindberg: «¿Para qué queremos hablar, si ya no podemos engañarnos?». «La palabra lo puede ocultar todo, el silencio nada», añadió todavía. Y casi comprendemos a Bataille, místico con los pies en la tierra: «Palabras, palabras, palabras que me ahogáis, ¡dejadme! Tengo sed de otra cosa».

«Necesidad de la palabra para poder callar», escribió Ciorán. Nostalgia del silencio, agrego. Y, en todo caso, buscar el abrigo de las más calladas de las palabras, esas que andan con pies de paloma, como decía Nietzsche; que sean «palabras grávidas de silencio» las que nos acompañen en la fuga del horror social e histórico, en el repudio de todo aquello que las emponzoñó, el oro y el látigo en primera línea.

Pero no en todas las culturas se adulteró la palabra como en Occidente. No fue así en el entorno rural-marginal, en el mundo de los pastores antiguos. Tampoco aconteció lo mismo entre los pueblos nómadas. Y las etnias originarias de todos los continentes, allí donde no fueron sofocadas por la apisonadora liberal-capitalista, usaron las palabras de un modo muy distinto. Recupero aquí un capítulo de mi ensayo libre “Desesperar”, centrado en la figura de Basilio y su modo de utilizar el lenguaje:

“Aunque Se Diga La Verdad, Esa Verdad Tiene Atadas Las Manos”

Lo verosímil se mezcla en mi espíritu con lo inverosímil. Es mi pensamiento una tierra estremecida donde lo sostenible cohabita con lo insostenible. Capaz de ser frío, de pensar con gravedad, lo más serio que termino haciendo es desacreditarme a mí mismo y reírme de mis escasas y nada originales ideas.

Basilio, en cambio, se conserva de una pieza. Hombre antiguo, habla poco y como si en cada una de sus muy meditadas observaciones estuviera comprometiendo toda su dignidad como persona. No miente. No exagera. Hombre de palabra, su decir cuenta lo mismo que un documento ante notario: pesa todo lo que puede pesar un discurso ayuno de dobleces. Habla tal si, sobre el mármol, cincelara un epitafio. Su acento se asemeja al del aforismo, al de la sentencia. Y diría que sus frases se disponen como cielos de tormenta sobre un mar calmo de silencio. Despliega el mismo rigor ante cualquier asunto -ningún objeto de conversación que por un momento secuestra la atención de una persona le parece frívolo. Restituye así el verdadero sentido de la comunicación, su utilidad. E involucra todo su ser en la verdad de lo que dice. Compra y vende de palabra, y exige del otro la misma absoluta fiabilidad de que hace gala en sus tratos. Si una persona lo engañara, faltara a su palabra, hablara en broma sobre una cuestión para él decisiva o se contradijera a cada paso, Basilio la borraría por completo de su mundo, apenas sí recordándola como lo fastidioso de un mal sueño, un tropiezo irrelevante de la realidad.

No entiende a los hombres que no están hechos de silencio y de renuncia. No comprende cómo se puede hablar solo para llenar el hueco del tiempo. No sabe lo que es una conversación de circunstancias. Y no responde a todo el mundo: únicamente toma en consideración las interpelaciones de aquellos seres que le merecen respeto, que de alguna manera se han ganado el derecho a dialogar con él. Administra el lenguaje como si fuera un bien escaso y carísimo. No despilfarra expresiones. El peor defecto que sorprende en sus semejantes es que “hablan demasiado”. Cuando se entabla con él una conversación, el ritmo no es el de la charla habitual: escucha atentísimo, como si le costara trabajo entender lo que se le dice; inmóvil, casi hierático, medita después un rato ante su interlocutor; finalmente, contesta, muy despacio, repitiendo dos veces su aseveración -diría que una para escucharse y otra para ser escuchado.

Si supiera leer, odiaría la poesía, por lo que arrastra de afectación y empalago; y detestaría la novela, por su sometimiento a la ficción. Si supiera leer, no leería. Se tiene la impresión de que para él la palabra es, muy concretamente, aquello que quizá siempre debió ser y hoy ya no está siendo: un instrumento, un medio, una herramienta de la necesidad…

Su concepción del lenguaje no deja así el menor resquicio ni para la demagogia, sobre la que se asienta el discurso político; ni para la seducción, en la que se basa la literatura. Se halla, por tanto, muy lejos de Artaud, que proponía “usar el lenguaje como forma de encantamiento”. La palabra, para él, como una romana, como un trillo, como la guadaña, sirve para lo que está hecha y nada más. Quiero decir con esto que desliga el asunto del lenguaje del problema de la esperanza.

El discurso político se fundamenta en la esperanza de que puede haber una “toma de consciencia”, una “conversión” del oyente -cierta eficacia sobre el receptor, que se vería impelido a obrar, impulsado a intervenir en la contienda social siguiendo una línea determinada. Proselitismo y acción corren de la mano en este caso. La palabra ha de convencer (“iluminar”) y empujar (“movilizar”). Sin la esperanza de ese efecto, el discurso político carece de sentido. Por añadidura, se deposita también la fe en la “verdad” del relato; se espera mucho de ese compendio de certidumbres que habría de rearmar la voluntad de progreso de la Humanidad. La crisis actual del relato de la Liberación, fundado según parece en una cadena de verdades irrebatibles, muestra el absurdo de esa doble esperanza. Operan fuerzas exteriores al lenguaje, independientes del discurso, capaces de aniquilar su supuesto potencial conscienciador y movilizador. Aunque se diga la verdad, esa verdad tiene atadas las manos; llegando al hombre, no le hace actuar. De ahí el fracaso de la demagogia, aún en su vertiente revolucionaria…

El discurso literario se apoya a su vez en una esperanza aún más vana: la de que exista una clave universal del disfrute y un criterio absoluto del valor. Y no merece la pena insistir en que eso que llamamos “arte”, engendro sospechoso de intelectuales, funciona y circula exclusivamente por canales de élite, diciendo poco o nada al público “no ilustrado”. Por otra parte, no contamos en modo alguno con la menor garantía de que la “buena literatura” (si la hay) sea la misma que se inscribe en la tradición culta, oficial, dominante. Cuestionada también la justificación del discurso de seducción, solo le queda a la palabra la tarea humilde, deslucida, que le confiere Basilio: servir a los hombres en sus asuntos rutinarios. Y no cosquillearlos de placer o educarlos en no sé qué esplendentes verdades redentoras…

Desinflado, el lenguaje recupera su antiguo valor pragmático. Basilio habla para comprar, vender, cambiar, pedir o prestar auxilio. El resto de su vida se halla envuelto en el silencio. A mí me dirige la palabra como si me hiciera un favor. Y se rebaja a departir conmigo, patético charlatán sin cura, movido por un elemental sentido del socorro mutuo: hoy por hoy, esa es la ayuda que recabo y que su humanidad no me niega. Si divaga ante mí, es por un problema mío de debilidad e inconsistencia.

En audio, desde el podcast «Discursos Peligrosos»: https://anchor.fm/…/Nostalgia-del-silencio–Ciudadano-robot…

(Asfixia 3)

Expresión de hastío, 5

Perro y desagües, 7

Trío indígena, 7,5

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Pedro García Olivo, Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz, Valencia, 3 de junio de 2020

LA EXISTENCIA COMO LASTRE Y EL CONTRATIEMPO DE LA CRÍTICA

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Bajo la modernidad occidental, la existencia de las gentes queda definitivamente aherrojada bajo una forma doble de racionalidad estratégica; y nos desvivimos entre una lógica material depravada que nos lleva a comportarnos como meros «seres económicos» y una lógica insensata de la obediencia política que nos erige en lamentables «ciudadanos».

Pero no ha sido necesariamente así en todo lugar y en todo tiempo; y no siempre han actuado de esa manera casi todos los hombres y casi todas las mujeres.

Porque, contra la razón instrumental, se ha levantado en cualquier parte y en cualquier época, aunque ciertamente ayer más que hoy y allá más que aquí, una disposición negadora y festiva, dichosa e imprudente, aficionada a practicar la crítica como el último contratiempo y a combatir sin descanso esa vida ordenada que se padece como un lastre; una disposición, antiautoritaria por antipedagógica y libertaria por desistematizadora, que nombramos «lúdica» y sobre la que es casi imposible escribir sin una sonrisa entre los labios.

De ella saben los niños, las gentes que no se nos parecen, tantos locos hermosos, los marginales voluntarios, los perdedores esforzados y deliberados, los extraviados a consciencia…

Presento «En defensa de la razón lúdica», ensayo que forma parte de mi último libro («Antipedagogía. La vida como lastre y el contratiempo de la crítica»), obra en fase de revisión formal.

https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2019/02/en-defensa-1.pdf

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 13 de febrero de 2019
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

LA PACIENCIA DE LOS LOCOS. Para bajarle los humos a la educación

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La paciencia de los locos es un opúsculo que publicó Las Siete Entidades en el año 2000. Si bien llevaba toda la vida escribiendo, recién había tomado la decisión de difundir algunos de mis escritos. En 1999 aparecían «El irresponsable» y «Un trozo de hueco», obras compuestas a principios de los ochenta. Me costó veinte años alcanzar la conclusión de que publicar podía tener algún sentido, y di ese paso consciente de la turbiedad y el patetismo de la escritura.

Desde que compusiera La paciencia… han transcurrido otras dos décadas. Por estos días, me pareció importante recuperarlo y facilitar su lectura desde mis medios digitales: marca, con la fuerza y la precisión de quien inicia un combate que sabe perdido de antemano y duradero como la propia vida, el punto de partida de toda mi labor crítica y compositora. En infinidad de ocasiones retomé la crítica de la Escuela, pero pocas veces supe mantenerme a ese nivel de rigor y de consecuencia en la argumentación.

Como la hiedra o como un sistema (mi vanidad prefiere la primera posibilidad), se fue extendiendo el campo de mis sospechas y de mis denuncias; y, desde la antipedagogía, que quedaba establecida en la entrevista de 2000, salté a la crítica general de la cultura y de la sociedad occidental, hasta desembocar en el orden de cuestiones que pretendo englobar bajo el término «desistematización».

En parte por necesidad lógica y en parte por instinto, recalé en «estaciones de paso» que dejaron honda huella en mi espíritu y, en cierto sentido, cambiaron el rumbo de mi vida: la teoría del demofascismo o fascismo democrático, el indigenismo latinoamericano, la industria de la solidaridad, el mundo rural-marginal, la crítica del Estado del Bienestar, la idiosincrasia gitana, la protesta domesticada y el anarquismo existencial, la razón lúdica subversiva…

En el trance de un gran cansancio de las palabras, pero bajo el deseo de hacerme cargo del sentido de mi vida y de mi escritura, he emprendido una obra recapitulatoria, por cuyas venas han de correr todas mis inquietudes. Se subtitula «Escuela, protesta, Estado y razón lúdica». Todavía no tengo la menor idea del título; y he llegado a pensar que probablemente bastaría con mi nombre. Si siempre me he atenido a la divisa del «biotexto», la obra que me recoge por completo, como un libro ya escrito o una vida ya vivida, podría llamarse como yo.

Y por esto se me ha antojado significativo retomar uno de los escritos en los que todo empezaba, un texto claro y contundente, breve pero denso, en el que se dan cita las seguridades más fuertes de mi existencia entera. Así es La paciencia de los locos, composición que arranca con unas bellas palabras de Van Gogh.

la paciencia de los locos

https://wp.me/a31gHO-m0

 

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 29 de enero de 2019
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

EN TORNO A LOS PERJUICIOS DE LEER UN BUEN LIBRO

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Presentación de «El orden del discurso», de M. Foucault

Me permito extractar «El orden del discurso», probablemente la obra que más me marcó en la época de mi mayor vulnerabilidad a la palabra escrita. Como me fascinó y como la amé, considero de justicia señalar el modo que tuvo de perjudicarme, de lastrar mi turbia pasión de escribir y hasta mi vicio común de darme a la vida. Estos serán los dos pasos de este escrito: un resúmen que se pretende riguroso, articulando citas literales de M. Foucault; y un fragmento contra el tutelaje intelectual, en la línea de una crítica de la razón lecto-escritora.

El orden del discurso. Texto completo.

1. Guarecerse de los buenos libros

Leí este opúsculo por primera vez en mis tiempos de estudiante. Me abalancé sobre él como un depredador, subrayando, tomando notas, añadiendo comentarios… Por aquel entonces, mi personalidad semejaba la de un joven sediento de negación: mi aversión a la realidad social rayaba en lo absoluto y era enorme mi distancia del mundo. La disconformidad procedía, me parece, del talante, de alguna oscura región del espíritu; pues era mínima mi experiencia social, escasos y estrechos los ámbitos existenciales que había recorrido. Y la lectura vino a colmar de palabras esa laguna abierta en lo vivo; acudió para justificar mi desafección frente a lo existente. Leía para racionalizar mi hostilidad ante lo dado, para que mi desencanto y mi desencuentro se embriagaran de discursos antagonistas.

Así caí sobre «El orden del discurso», que me dejó una marca indeleble en el pensamiento. Y cuando, tres décadas más tarde, regreso al libro y lo releo casi con el mismo interés, una sensación desagradable, que apenas logro describir, se apodera de mí. Reconozco el modo en que ese texto se colocó entre el mundo y mi ser, tal unas lentes o un aparato de criba; me abruma la manera en que condicionó mi aprehensión de lo real y hasta mi voluntad de vivir de una determinada forma. Y me pregunto hoy si no habrá pesado demasiado sobre mi trayectoria existencial y sobre mis ejercicios de reflexión. Casi me reconozco reo de sus sugerencias, juguete de sus sospechas, títere de la mano que lo compuso… Y no me parece sana ni recomendable la relación que entablé, en mi juventud, con esta y con otras obras. Porque la lectura no se puede convertir en un sucedáneo de la vida, en una coartada para privarse de la experiencia. Y a mí me aconteció…

De algún modo, cuando por fin alcancé un concepto nítido de la malevolencia del alfabeto y de la turbiedad de todo escribir, ya era demasiado tarde: ya había escrito y pareciera que ya no podía dejar de escribir, y, sobre todo, ya había leído y ya había padecido el daño de una entrega tan apasionada como nociva a las palabras de los otros. Me quedaba soñar qué habría sido de mí si, desde la niñez, hubiera leído menos y conversado más, hubiera estado con menos libros y con más gentes, menos en el estudio de lo redactado y más en los aprendizajes de la interacción comunitaria y del juego libre. Los libros me convirtieron en un lamentable «intelectual» y hasta en un triste «funcionario»; y desde que reaccioné, damnificado ya hasta extremos patéticos por la cultura escritural, me está llevando casi toda una vida procurar hurtarme, no sé si con éxito, a esa doble condición, a un destino tan morboso.

Hasta aquí, mi repulsa de la lectura coincide con la expresada por M. Proust en su obra desmesurada. En «Sobre la lectura», este escritor denuncia el «respeto fetichista por los libros», el gusto «malsano» de los ilustrados por las obras impresas, llegando hablar de «enfermedad literaria» y «francmasonería de los escritores».

De poco me sirvió la acerada advertencia de Nietzsche en «Del leer y del escribir»: «Yo odio a los ociosos que leen. Quien conoce al lector no hace ya nada por el lector. Un siglo de lectores todavía —y hasta el espíritu olerá mal (…). Leer corrompe a la larga no solo el escribir, sino también el pensar». Y es que, en cierto sentido, por «retirarme de la vida», yo era un «ocioso que leía»: encerrado voluntariamente en una habitación, todo el tiempo que no andaba en la Escuela, de los doce a los diecinueve años no hice otra cosa que leer y escribir. Escribir excitado por lo que leía…

Probablemente el espíritu del hombre occidental huele ya mal, transcurrido ese siglo de lectores y de lecturas en masa que se temía Nietzsche. Cabe la posibilidad de que determinadas bellezas sociales preservadas por las culturas de la oralidad estén siendo demolidas sistemáticamente por esta «tecnología de la palabra» que envuelve al escritor, al libro y al lector. Una interpretación aviesa de las obras de W. Ong, A. R. Luria, E. A. Havelok y otros permite denunciar lo que se ha perdido desde la expansión de la escolaridad y, como premisa, de la alfabetización: pensamiento «operativo» o «situacional», prevalencia de la comunidad, pacifismo fundamental, saturación de la vida cotidiana por las mil formas de la cooperación y de la ayuda mutua, educación comunitaria, derecho consuetudinario oral, aversión al productivismo y a la política… La responsabilidad de la Escuela en esta cacería planetaria del hombre oral es inmensa; por haber contribuido a una tan abrumadora reducción de la antropo-diversidad, por la eliminación inmisericorde de los hombres de la oralidad, la educación administrada, en tanto poder etnocida y altericida, merece todo el aborrecimiento de los amantes de la libertad y de la diferencia.

Sin bien, porque escribía y difundía mis obras, progresivamente fui conociendo y detestando el mundillo irrespirable de los escritores; si bien me cansé de reconocer en ellos ese perfil psico-político —narcisista, acomodaticio y «pedagógico» al mismo tiempo— que compartían con los profesores y con los políticos, debo admitir todavía hoy que la mayor parte de mis cargos contra la lectura y la escritura proceden de libros que he leído. La lectura primero me enfermó existencialmente, casi sin que yo me diera cuenta; y después me hizo ver la naturaleza y el alcance de mi dolencia, que tenía que ver con ella misma. Aunque el mal y su diagnóstico procedían de los libros, me asiste no obstante la certeza de que la cura, si existe y si la quiero, pasa, como casi siempre, por la huida: dejar atras todo este universo viscoso, sórdido y lúbrico al mismo tiempo, de la razón lecto-escritora.

Para la denegación de la lectura y de la escritura ya contamos con un itinerario no exclusivamente «libresco». Entre los jalones de esa ruta hallamos a los quínicos antiguos, a los poetas orales de todos los tiempos, a los pueblos indígenas y a los grupos nómadas, a los habitantes ágrafos de los entornos rural-marginales, a Nietzsche, a los autores que, de algún modo, tuvieron que ver con la posterior «teoría de la escritura» (de Barthes a Derrida, pasando por Blanchot y Bataille), a no pocos filósofos díscolos, tal Cioran o Sloterdijk, a los adeptos del malditismo literario y del romanticismo negativo, a los mencionados investigadores de la oralidad en tanto psico-dinámica, modo de reflexión y estilo de vida específicos, etcétera.

Algún día, si termino considerando que vale la pena, abordaré metódicamente esa cuestión, que ofende al «verosímil crítico-filosófico» de la contemporaneidad. De momento, y a modo de «presentación» de un libro, me limito a advertir de los peligros que «El orden del discurso» encierra en su sabia manera de hacerse persuasivo. Es un buen libro; deberíamos guarecernos de él…

2. «El orden del discurso»

«Yo supongo que en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad.

En una sociedad como la nuestra son bien conocidos los procedimientos de exclusión. El más evidente, y el más familiar también, es lo prohibido (…).

Tabú del objeto, ritual de la circunstancia, derecho exclusivo o privilegiado del sujeto que habla: he ahí el juego de tres tipos de prohibiciones que se cruzan, se refuerzan o se compensan, formando una compleja malla que no cesa de modificarse.

Resaltaré únicamente que, en nuestros días, las regiones en las que la malla está más apretada, en la que se multiplican los compartimentos negros, son las regiones de la sexualidad y las de la política (…).

Existe en nuestra sociedad otro principio de exclusión: no se trata ya de una prohibición, sino de una separación y un rechazo. Pienso en la oposición razón y locura. Desde la más alejada Edad Media, el loco es aquel cuyo discurso no puede circular como el de los otros (…). Resulta curioso constatar que en Europa, durante siglos, la palabra del loco o bien no era escuchada o bien, si lo era, recibía la acogida de una palabra de verdad (…). Quizás es un tanto aventurado considerar la oposición entre lo verdadero y lo falso como un tercer sistema de exclusión, junto a aquellos de los que acabo de hablar (…). Todavía, en los poetas griegos del siglo VI, el discurso verdadero —en el más intenso y valorizado sentido de la palabra—, el discurso verdadero por el cual se tenía respeto y terror, aquel al que era necesario someterse porque reinaba, era el discurso pronunciado por quien tenía el derecho y según el ritual requerido; era el discurso que decidía la justicia y atribuía a cada uno su parte; era el discurso que, profetizando el porvenir, no solo anunciaba lo que iba a pasar, sino que contribuía a su realización, arrastraba consigo la adhesión de los hombres y se engarzaba así con el destino. Ahora bien, he aquí que un siglo más tarde la verdad superior no residía ya más en lo que era el discurso o en lo que hacía, sino que residía en lo que decía: llego un día en que la verdad se desplazo del acto ritualizado, eficaz y justo, de enunciación, hacia el enunciado mismo: hacia su sentido, su forma, su objeto, su relación con su referencia. Entre Hesíodo y Platón se establece una cierta separación, disociando el discurso verdadero y el discurso falso; separación nueva, ya que en lo sucesivo el discurso verdadero no será más el discurso precioso y deseable, ya que no será más el discurso ligado al ejercicio del poder. El sofista ha sido expulsado (…). De los tres grandes sistemas de exclusión que afectan al discurso, la palabra prohibida, la separación de la locura y la voluntad de verdad, es del tercero del que he hablado más extensamente (…).

Existen, evidentemente, otros muchos procedimientos de control y delimitación del discurso. Esos a los que he aludido antes se ejercen en cierta manera desde el exterior; funcionan como sistemas de exclusión; conciernen sin duda a la parte del discurso que pone en juego el poder y el deseo. Creo que se puede también aislar otro grupo. Procedimientos internos, puesto que son los discursos mismos los que ejercen su propio control; procedimientos que juegan un tanto a título de principios de clasificación, de ordenación, de distribución, como si se tratase en este caso de dominar otra dimensión del discurso: aquella de lo que acontece y del azar. En primer lugar, el comentario. Supongo, aunque sin estar muy seguro, que apenas hay sociedades en las que no existan relatos importantes que se cuenten, que se repitan y se cambien; fórmulas, textos, conjunciones ritualizadas de discursos que se recitan según circunstancias bien determinadas; cosas que han sido dichas una vez y que se conservan porque se sospecha que esconden algo como un secreto o una riqueza. (…).

Creo que existe otro principio de enrarecimiento de un discurso. Y hasta cierto punto es complementario del primero. Se refiere al autor. Al autor no considerado, desde luego, como el individuo que habla y que ha pronunciado o escrito un texto, sino al autor como principio de agrupación del discurso, como unidad y origen de sus significaciones, como foco de su coherencia (…). El comentario limitaba el azar del discurso por medio del juego de una identidad que tendría la forma de la repetición y de lo mismo. El principio del autor limita ese mismo azar por el juego de una identidad que tiene la forma de la individualidad y del yo. Sería necesario reconocer también, en lo que se llama, no las ciencias, sino las «disciplinas», otro principio de limitación. Principio también relativo y móvil. Principio que permite construir, pero solo según un estrecho juego. (…). La disciplina es un principio de control de la producción del discurso. Ella le fija sus límites por el juego de una identidad que tiene la forma de una reactualización permanente de las reglas (…).

Existe, creo, un tercer grupo de procedimientos que permite el control de los discursos. No se trata esta vez de dominar los poderes que conllevan, ni de conjurar los azares de su aparición; se trata de determinar las condiciones de su utilización, de imponer a los individuos que los dicen un cierto número de reglas y no permitir de esta forma, a todo el mundo, el acceso a ellos (…). La forma más superficial y más visible de estos sistemas de restricción la constituye lo que se puede reagrupar bajo el nombre de ritual. El ritual define la cualificación que deben poseer los individuos que hablan (y que, en el juego de un dialogo, de la interrogación, de la recitación, deben ocupar tal posición y formular tal tipo de enunciados); define los gestos, los comportamientos, las circunstancias, y todo el conjunto de signos que deben acompañar el discurso; fija finalmente la eficacia supuesta o impuesta de las palabras, su efecto sobre aquellos a los cuales se dirigen, los límites de su valor coactivo (…).

Un funcionamiento en parte diferente tienen las «sociedades del discurso», cuyo cometido es conservar o producir discursos, pero para hacerlos circular en un espacio cerrado, distribuyéndolos nada más que según reglas estrictas y sin que los detentadores sean desposeídos de la función de distribución (…). Puede tratarse muy bien que el acto de escribir, tal como está institucionalizado actualmente en el libro, el sistema de la edición y el personaje del escritor, se desenvuelva en una «sociedad del discurso», quizás difusa, pero seguramente coactiva. La diferencia del escritor, opuesta sin cesar por él mismo a la actividad de cualquier otro sujeto que hable o escriba, el carácter intransitivo que concede a su discurso, la singularidad fundamental que acuerda desde hace ya mucho tiempo a la «escritura», la disimetría afirmada entre la «creación» y no importa qué otra utilización del sistema lingüístico, todo esto manifiesta en la formulación (y tiende además a continuarse en el juego de la práctica) la existencia de una cierta «sociedad de discurso». Pero existen aún bastantes otras, que funcionan según otro modelo, según otro régimen de exclusivas y de divulgación: piénsese en el secreto técnico o científico, piénsese en las formas de difusión o de circulación del discurso médico; piénsese en aquellos que se han apropiado el discurso económico o político (…).

A primera vista, las doctrinas (religiosas, políticas, filosóficas) constituyen el inverso de una «sociedad del discurso» (…) [Pero] la dependencia doctrinal denuncia a la vez el enunciado y el sujeto que habla, y el uno a través del otro. Denuncia al sujeto que habla a través y a partir del enunciado, como lo prueban los procedimientos de exclusión y los mecanismos de rechazo que entran en juego cuando el sujeto que habla ha formulado uno o varios enunciados inasimilables: la herejía y la ortodoxia no responden a una exageración fanática de los mecanismos doctrinales; les incumben fundamentalmente. Pero inversamente, la doctrina denuncia los enunciados a partir de los sujetos que hablan, en la medida en que la doctrina vale siempre como el signo, la manifestación y el instrumento de una adhesión propia —dependencia de clase, de estatuto social o de raza, de nacionalidad o de interés, de lucha, de revuelta, de resistencia o de aceptación. La doctrina vincula los individuos a ciertos tipos de enunciación y como consecuencia les prohíbe cualquier otro; pero se sirve, en reciprocidad, de ciertos tipos de enunciación para vincular a los individuos entre ellos, y diferenciarlos de esa manera de los otros restantes. La doctrina efectúa una doble sumisión: la de los sujetos que hablan a los discursos, y la de los discursos al grupo, cuando menos virtual, de los individuos que hablan (…).

Finalmente, en una escala más amplia, se hace necesario reconocer grandes hendiduras en lo que podría llamarse la adecuación social del discurso. La educación, por más que sea, de derecho, el instrumento gracias al cual todo individuo en una sociedad como la nuestra puede acceder a no importa qué tipo de discurso, se sabe que sigue en su distribución, en lo que permite y en lo que impide, las líneas que le vienen marcadas por las distancias, las oposiciones y las luchas sociales. Todo sistema de educación es una forma política de mantener o de modificar la adecuación de los discursos, con los saberes y los poderes que implican (…).

* * *

Me pregunto si un cierto número de temas de la filosofía no surgieron para responder a estos juegos de la limitaciones y de las exclusiones, y quizá también para reforzarlos (…). Desde que fueron excluidos los juegos y el comercio de los sofistas, desde que se ha amordazado, con más o menos seguridad, sus paradojas, parece que el pensamiento occidental haya velado para que en el discurso haya el menor espacio posible entre el pensamiento y el habla; parece que haya velado para que «discurrir» aparezca únicamente como una cierta aportación entre pensar y hablar. De eso resultaría un pensamiento revestido de sus signos y hecho visible por las palabras; o, inversamente, de eso resultarían las mismas estructuras de la lengua utilizadas y produciendo un efecto de sentido.

Esta antigua elisión de la realidad del discurso en el pensamiento filosófico ha tomado bastantes formas en el curso de la historia. Recientemente ha vuelto a aparecer bajo el aspecto de varios temas que nos resultan familiares.

Pudiera darse que el tema del sujeto fundador permitiese elidir la realidad del discurso. El sujeto fundador, en efecto, se encarga de animar directamente con sus objetivos las formas vacías del lenguaje. Es él quien, atravesando el espesor o la inercia de las cosas vacías, recupera de nuevo, en la intuición, el sentido que allí se encontraba depositado; es él, igualmente, quien del otro lado del tiempo, funda horizontes de significaciones que la historia no tendrá después más que explicitar, y en los que las proposiciones, las ciencias, los conjuntos deductivos encontrarán en resumidas cuentas su fundamento (…).

El tema que está frente a este, el tema de la experiencia originaria, juega un papel análogo. Supone que, a ras de la experiencia, antes incluso de que haya podido recuperarse nuevamente en las formas de un cogito, significaciones previas, ya dichas de alguna manera, recorrían el mundo, lo disponían alrededor nuestro y daban acceso desde el comienzo a una especie de primitivo reconocimiento. Así una primera complicidad con el mundo fundamentaría para nosotros la posibilidad de hablar de él, en él, de designarlo y nombrarlo, juzgarlo y finalmente conocerlo en la forma de la verdad. Si hay discurso, ¿qué puede ser entonces, en su legitimidad, sino una discreta lectura? (…).

El tema de la mediación universal es todavía, creo, una forma de elidir la realidad del discurso. Y esto a pesar de la apariencia. Pues parece, a primera vista, que al encontrar nuevamente por todas partes el movimiento de un logos que eleva las singularidades hasta el concepto y que permite a la conciencia inmediata desplegar finalmente toda la racionalidad del mundo, es el discurso mismo lo que se coloca en el centro de la especulación. Pero este logos, a decir verdad, no es, en realidad, más que un discurso ya tenido, o más bien son las mismas cosas o los acontecimientos los que insensiblemente hacen discursos desplegando el secreto de su propia esencia. El discurso no es apenas más que la reverberación de una verdad naciendo ante sus propios ojos; y cuando todo puede finalmente tomar la forma del discurso, cuando todo puede decirse y cuando se puede decir el discurso a propósito de todo, es porque todas las cosas, habiendo manifestado e intercambiado sus sentidos, pueden volverse a la interioridad silenciosa de la conciencia de sí.

Bien sea pues en una filosofía del sujeto fundador, en una filosofía de la experiencia original o en una filosofía de la mediación universal, el discurso no es nada más que un juego, de escritura en el primer caso, de lectura en el segundo, de intercambio en el tercero; y ese intercambio, esa lectura, esa escritura no ponen nunca nada más en juego que los signos. El discurso se anula así, en su realidad, situándose en el orden del significante (…).

Hay sin duda en nuestra sociedad, y me imagino que también en todas las otras, pero según un perfil y escansiones diferentes, una profunda logofobia, una especie de sordo temor contra esos acontecimientos, contra esa masa de cosas dichas, contra la aparición de todos esos enunciados, contra todo lo que puede haber allí de violento, de discontinuo, de batallador, y también de desorden y de peligroso, contra ese gran murmullo incesante y desatentado de discurso (…).

* * *

Es necesario, creo, reducirse a tres decisiones a las cuales nuestro pensamiento, actualmente, se resiste un poco (…): poner en duda nuestra voluntad de verdad; restituir al discurso su carácter de acontecimiento; levantar finalmente la soberanía del significante. Se pueden señalar en seguida ciertas exigencias de método que traen consigo.

Primeramente, un «principio de trastocamiento»: allí donde, según la tradición, se cree reconocer la fuente de los discursos, el principio de su abundancia y de su continuidad, en esas figuras que parecen jugar una función positiva como la del autor, la disciplina, la voluntad de verdad, se hace necesario, antes bien, reconocer el juego negativo de un corte y de un enrarecimiento del discurso (…).

Un «principio de discontinuidad»: que existan sistemas de enrarecimiento no quiere decir que, por debajo de ellos, más allá de ellos, reinaría un gran discurso ilimitado, continuo y silencioso, que se hallaría, debido a ellos, reprimido o rechazado, y que tendríamos por tarea que levantar restituyéndole finalmente el habla (…).

Un «principio de especificidad»: no resolver el discurso en un juego de significaciones previas, no imaginarse que el mundo vuelve hacia nosotros una cara legible que no tendríamos mas que descifrar; él no es cómplice de nuestro conocimiento; no hay providencia prediscursiva que le disponga a nuestro favor. Es necesario concebir el discurso como una violencia que hacemos a las cosas, en todo caso como una práctica que les imponemos (…).

«Cuarta regla, la de la exterioridad»: no ir del discurso hacia su núcleo interior y oculto, hacia el corazón de un pensamiento o de una significación que se manifestarían en él; sino, a partir del discurso mismo, de su aparición y de su regularidad, ir hacia sus condiciones externas de posibilidad, hacia lo que da motivo a la serie aleatoria de esos acontecimientos y que fija los límites.

Cuatro nociones deben servir pues de principio regulador en el análisis: la del acontecimiento, la de la serie, la de la regularidad y la de la condición de posibilidad. Se oponen, como se ve, término a término: el acontecimiento a la creación, la serie a la unidad, la regularidad a la originalidad y la condición de posibilidad a la significación (…).

Las nociones fundamentales que se imponen actualmente no son más las de la conciencia y de la continuidad (con los problemas que le son correlativos de la libertad y de la causalidad), no son tampoco las del signo y de la estructura. Son las del acontecimiento y de la serie, con el juego de nociones que les están relacionadas; regularidad, azar, discontinuidad, dependencia, transformación; es por medio de un conjunto tal cómo este análisis de los discursos en que yo pienso se articula, no, ciertamente, sobre la temática tradicional que los filósofos de ayer tomaban todavía por la historia «viva», sino sobre el trabajo efectivo de los historiadores (…).

[A modo de conclusión], digamos que la filosofía del acontecimiento debería avanzar en la dirección paradójica, a primera vista, de un materialismo de lo incorporal (…). [Aboca] a una discontinuidad tal, que golpetea e invalida las menores unidades tradicionalmente reconocidas o las menos fácilmente puestas en duda: el instante y el sujeto (…). Es necesario elaborar —fuera de las filosofías del sujeto y del tiempo— una teoría de las sistematicidades discontinuas.

Finalmente, si es verdad que esas series discursivas y discontinuas tienen, cada una, entre ciertos límites, su regularidad, sin duda ya no es posible establecer, entre los elementos que las constituyen, vínculos de causalidad mecánica o de necesidad ideal. Es necesario aceptar la introducción del azar como categoría en la producción de los acontecimientos (…). [Se trataría de] introducir en la misma raíz del pensamiento, el azar, el discontinuo y la materialidad (…).

* * *

Siguiendo estos principios y refiriéndome a este horizonte, los análisis que me propongo hacer se disponen según dos conjuntos. Por una parte, el conjunto «crítico» que utiliza el principio de trastocamiento: pretende cercar las formas de exclusión, de delimitación, de apropiación, a las que aludía anteriormente (…). Por otra parte, el conjunto «genealógico» que utiliza los otros tres principios: cómo se han formado, por medio, a pesar o con el apoyo de esos sistemas de coacción, las series de los discursos (…).

Quisiera intentar señalar cómo se hizo, pero también cómo se repitió, prorrogó, desplazó esa elección de la verdad en cuyo interior estamos prendidos pero que renovamos sin cesar. Me situaré primeramente en la época de la sofística y de su comienzo con Sócrates o al menos con la filosofía platónica, para ver cómo el discurso eficaz, el discurso ritual, el discurso cargado de poderes y de peligros se ordenaba poco a poco hacia una separación entre el discurso verdadero y el discurso falso. Me ubicaré después en los momentos decisivos de los siglos XVI y XVII, en la época en que aparece, en Inglaterra sobre todo, una ciencia de la vista, de la observación, de la atestiguación, una cierta filosofía natural inseparable sin duda de la instauración de nuevas estructuras políticas, inseparable también de la ideología religiosa: nueva forma, seguramente, de la voluntad de saber. Finalmente, el tercer punto de referencia será el comienzo del siglo XIX, con los grandes actos fundadores de la ciencia moderna, la formación de una sociedad industrial y la ideología positivista que la acompaña. Tres cortes en la morfología de nuestra voluntad de saber; tres etapas de nuestro filisteísmo (…).

Un primer grupo de análisis versaría sobre lo que he designado como funciones de exclusión. En otra ocasión estudié una y por un período determinado: se trataba de la separación entre locura y razón en la época clásica. Mas adelante se podría intentar analizar un sistema de prohibiciones del lenguaje: el que concierne la sexualidad desde el siglo XVI hasta el XIX; se trataría de ver no cómo, sin duda, se ha progresiva y afortunadamente desdibujado, sino cómo se ha desplazado y rearticulado desde una práctica de la confesión en la que las conductas prohibidas se nombraban, clasificaban, jerarquizaban, y de la manera más explícita, hasta la aparición, primeramente bastante tímida y retardada, de la temática sexual en la medicina y en la psiquiatría del siglo XIX; ello no es todavía, naturalmente, más que indicaciones un tanto simbólicas, pero se puede ya apostar que las escanciones no son aquellas que se cree y que las prohibiciones no ocupan siempre el lugar que se tiene tendencia a imaginar (…).

Me gustaría también repetir la misma cuestión pero desde un ángulo diferente: medir el efecto de un discurso de pretensión científica —discurso médico, psiquiátrico y sociológico también— sobre ese conjunto de prácticas y de discursos prescriptivos que constituye el sistema penal. El estudio de los dictámenes psiquiátricos y su función en la penalidad serviría de punto de partida y de material de base para esos análisis.

También en esta perspectiva, pero a otro nivel, es cómo debería hacerse el análisis de los procedimientos de limitación de los discursos, entre los cuales he designado antes el principio de autor, el del comentario, el de la disciplina. Desde esta perspectiva pueden programarse un cierto número de estudios. Pienso, por ejemplo, en un análisis que versaría sobre la historia de la medicina del siglo XVI al XIX (…).

Se podría también considerar las series de discursos que, en el siglo XVI y XVII, conciernen la riqueza y la pobreza, la moneda, la producción y el comercio. Entrarían en relación conjuntos de enunciados muy heterogéneos, formulados por los ricos y los pobres, los sabios y los ignorantes, los protestantes o los católicos, los oficiales reales, los comerciantes o los moralistas. Cada uno tiene su forma de regularidad, igualmente sus sistemas de coacción (…).

Se puede también pensar en un estudio que versaría sobre los discursos que conciernen la herencia, tales como pueden encontrarse, repartidos o dispersos hasta comienzos del siglo XX a través de las disciplinas, de observaciones, de técnicas y de diversas fórmulas; se trataría entonces de mostrar por medio de qué juego de articulaciones esas series se han, en resumidas cuentas, reorganizado en la figura, epistemológicamente coherente y reconocida por la institución, de la genética (…).

* * *

Estas investigaciones, de las que he intentado presentaros el diseño, sé bien que no hubiera podido emprenderlas si no hubiera contado para ayudarme con modelos y apoyos. Creo que debo mucho a Dumézil, puesto que fue él quien me incitó al trabajo a una edad en la que yo creía todavía que escribir era un placer. Y debo también mucho a su obra; que me perdone si me he alejado de su sentido o desviado del rigor de esos textos suyos y que actualmente nos dominan; él me enseñó a analizar la economía interna de un discurso de muy distinto modo que por los métodos de la exégesis tradicional o los del formalismo lingüístico (…).

Si he querido aplicar un método similar a discursos distintos de los relatos legendarios o míticos, la idea me vino sin duda de que tenía ante mis ojos los trabajos de los historiadores de las ciencias, y sobre todo de Canguilhem; a él le debo haber comprendido que la historia de la ciencia no está prendida forzosamente en la alternativa: crónica de los descubrimientos, o descripciones de las ideas y opiniones que bordean la ciencia por el lado de su génesis indecisa o por el lado de sus caídas exteriores; sino que se podía, se debía, hacer la historia de la ciencia como un conjunto a la vez coherente y transformable de modelos teóricos e instrumentos conceptuales.

Pero pienso que es con Jean Hyppolite con quien me liga una mayor deuda. Sé bien que su obra, a los ojos de muchos, está acogida bajo el reino de Hegel, y que toda nuestra época, bien sea por la lógica o por la epistemología, bien sea por Marx o por Nietzsche, intenta escapar a Hegel: y todo lo que he intentado decir anteriormente a propósito del discurso es bastante infiel al logos hegeliano. Pero escapar realmente a Hegel supone apreciar exactamente lo que cuesta separarse de él; esto supone saber hasta qué punto Hegel, insidiosamente quizás, se ha aproximado a nosotros; esto supone saber lo que es todavía hegeliano en aquello que nos permite pensar contra Hegel; y medir hasta qué punto nuestro recurso contra él es quizá todavía una astucia que nos opone y al término de la cual nos espera, inmóvil y en otra parte. Pues si más de uno estamos en deuda con J. Hyppolite es porque infatigablemente ha recorrido para nosotros, y antes que nosotros, ese camino por medio del cual uno se separa de Hegel, se distancia, y por medio del cual uno se encuentra llevado de nuevo a él pero de otro modo, para después verse obligado a dejarle nuevamente (…).

Puesto que le debo tanto, comprendo bastante que la elección que han hecho invitándome a enseñar aquí es, en buena parte, un homenaje que ustedes le han rendido; os quedo reconocido, profundamente, del honor que me hacéis, pero no os quedo menos reconocido por lo que a él le atañe en esta elección. Si bien no me siento igualado a la tarea de sucederle, sé por el contrario que, si todavía contáramos con la dicha de su presencia, yo habría sido esta tarde, alentado por su indulgencia.

[ Fuente: Traducción de Alberto González Troyano. Tusquets Editores, Buenos Aires, 1992. Título original:

L’ordre du discours, 1970. Lección inaugural en el Collège de France, pronunciada el 2 de diciembre de 1970]

Pedro García Olivo

Buenos Aires, 6 de diciembre de 2010

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

ORALITURA

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(Tres mitos y un ritual de los pueblos originarios contra la pretensión de universalidad del Capitalismo occidental)

La educación comunitaria reforzaba el apego a lo local a través de determinadas dinámicas tradicionales que operaban fundamentalmente en las familias y que se fundaban en la oralidad. Entre ellas, cabe destacar la charla vespertina del padre y de la madre, de regreso de los campos o en la acampada tribal de los nómadas, una verdadera «institución» cotidiana en la que las palabras de los progenitores eran escuchadas por la prole con un máximo de atención y de respeto.

En la casa de la familia Yescas, donde Ezequiela y Francisco, indígenas zapotecos, era raro el crepúsculo que no sorprendía al padre en plena exposición, sentado cerca de la madre, que también tomaba la palabra, armoniosamente, como si se siguieran turnos tácitos aunque flexibles, mientras los frijoles se cocían, con el niño recién nacido sobre las rodillas y los hijos alrededor, en actitud casi reverente. Hemos sabido, por los escritos de M. Molina Cruz y otros, que estas charlas vespertinas eran tan habituales bajo los tejados zapotecos de la Sierra Juárez como las tortillas de maíz y el café que, entretanto, se calentaban al fuego. Como los trabajos diarios son duros, y el cuerpo acaba fatigado, la tarde era el momento ideal para relajarse y conversar con los hijos, sin mayores distracciones, con una intención especial, cuidando particularmente las palabras y escogiendo a conciencia los objetos del discurso. Más cálidos que un sermón dominical, más vívidos que una explicación del maestro, más próximos que la perorata de un Anciano, estos semi-monólogos de los mayores han debido marcar la conciencia de los niños con una intensidad difícil de subestimar.

El asunto solía ser “local”, si bien se extraía de él o una suerte de moraleja práctica, o una indicación moral, o un argumento crítico contra tal o cual influencia externa, o una reconvención hacia inclinaciones inadecuadas de los hijos… La educación comunitaria se sirve en esta ocasión de la madre y del padre, como se servía de los familiares y amigos adultos cuando los niños acompañaban a los mayores al trabajo o a las labores cotidianas.

En estas y otras circunstancias, el método pedagógico aplicado por la educación informal comunitaria era la oralitura, “un recurso de enseñanza para contrarrestar ideologías extrañas y ajenas”, en el decir de M. Molina, “arma de resistencia cultural” en la expresión más sintética de E. Marroquín. La “oralitura” conserva, vivifica y transmite un patrimonio rico y variado de mitos y leyendas, de cuentos e historias, que encierran no solo un ideal de vida, una cosmogonía, una moralidad,… sino también herramientas conceptuales para la defensa de la comunidad, de la condición étnica, de la cultura particular. Es difícil concebir un medio más eficaz de convertir lo local/particular en negación y cuestionamiento de un universalismo falaz, parcial, partidista…

Mitos, leyendas, cuentos, historias,… envuelven la existencia cotidiana del indígena, del pastor o del nómada, acompañándolo desde la infancia, enseñándole el camino de la vida buena y los peligros que pueden desaviarlo, las costumbres de su pueblo y las amenazas que enfrenta, el núcleo de las creencias tradicionales, los aciertos de sus mayores en la persecución del bien común y los errores ocasionales, los aspectos de su espiritualidad, de su organización política, de su actividad económica y social, los hitos principales de la historia grupal, anécdotas que cada quien interpreta de un modo… Se trata de un verdadero regazo oral, flexible, abierto, indeterminado. Al lado de mitos antiquísimos encontramos leyendas de hace unas décadas, historias casi contemporáneas que han iniciado el proceso de su sedimentación en la memoria colectiva. Las ocasiones en las que el mito aflora son múltiples, inabarcables: allí donde se suscita una conversación, el mito acecha. Se diría que la relación con los niños, con los más jóvenes, despierta en los adultos el deseo de activar el mito, de transmitirlo, de recrearlo. S. E. Caviglia, en La educación en el Chubt 1810-1916, nos ha dejado páginas muy sugerentes, al respecto.

Las leyendas, los relatos, están vivos; cambian con cada generación, se escinden, ramifican, conocen infinitas variantes. Constituyen algo más que el depósito fluido de la propia cultura: como una segunda respiración, un aliento más hondo, una cobija bajo el brazo, tal las sandalias del espíritu, se ciñen al hombre y hasta lo vivifican. Ceremonias, rituales, danzas, cantos, representaciones,… le sirven de soporte; pero pueden emerger por sí solos, en cualquier alto del trabajo, en cualquier plática vespertina, en cualquier curva del camino…

Campesinos zapotecos de la Sierra Juárez nos contaron leyendas inverosímiles con un acento absolutamente serio, trascendente. Nunca olvidaremos la expresión casi dolorida, dramática, de Felipe Francisco mientras relataba el cuento del maíz que llora… Conocemos otros mitos por lecturas posteriores, pero todos ellos nos trajeron recuerdos de conversaciones con gentes de las comunidades, todos ellos pudieron asentarse sobre una experiencia grabada para siempre en la memoria. Esto nos habla de su buena salud, si bien relativa y declinante; de su vigencia como procedimiento cardinal de la educación comunitaria, herramienta socializadora y moralizadora de primer orden en los pueblos indios.

1. La leyenda de la langosta

La leyenda de la langosta, recogida en el libro Primeras interpretaciones de simbolismos zapotecos de la Sierra Juárez de Oaxaca, ofrece una elaboración “mítica” de sucesos fechados a partir de la tercera década del siglo XX.

En efecto, desde finales de los años 30 los pueblos serranos sufrieron el ataque de la langosta, plaga terrible que los privó de sus cosechas durante siete años consecutivos. La educación comunitaria no podía desaprovechar la ocasión de ‘reclutar’ el fenómeno para que sirviera a la causa de la socialización y de la moralización de la población; no podía dejar pasar la oportunidad de construir un “mito”. Y surgieron varios, convergentes en sus intenciones, pero con importantes diferencias en su estructura. En todos los casos, se presenta la plaga como un “castigo”, una amonestación de la divinidad del maíz, agraviada por comportamientos que violan la norma comunitaria, por actitudes poco respetuosas con las tradiciones religiosas y el derecho consuetudinario local.

La versión que cabría considerar “estándar”, tal vez por haber trascendido del dominio oral, alcanzando registros escritos, permite una doble lectura, como muchos otros mitos. Superficialmente, el dios de la productividad, Bada’o bzan, se enojó con un campesino que no acataba el ritual de la cosecha y almacenaje del maíz, que se desentendía de las ceremonias pertinentes (a través de las cuales los campesinos manifestaban su contento y su gratitud a la divinidad de la abundancia, el propio Bada’o bzan), que incluso prescindía de honrarlo en los momentos y en los modos fijados por las tradiciones religiosas; y su castigo desmesurado consistió en las plagas de langostas que azotaron a todas las comunidades de la región durante varios años seguidos.

A un nivel más profundo, no sería tanto la negligencia del campesino, su desidia para con los ritos, lo que se penalizaría, sino su fracaso y el fracaso de la comunidad a la hora de resolver el “problema” que lo había buscado, y que se manifestaba en su abandono de las costumbres ceremoniales y en su displicencia ante la divinidad. El problema era de orden sentimental: el deterioro de su matrimonio y la huida de su mujer. El mito señala esa circunstancia como explicación del desatentado comportamiento del campesino, que llega a abandonar su casa para correr tras su mujer “en pleitos de abogados”. Señala también que el “problema” era conocido por todos. Sugiere que no se le había dado el tratamiento debido, que la comunidad se había decepcionado a sí misma al no hallar el modo de ahuyentarlo. Y que, ante esa incapacidad del pueblo para restablecer la armonía colectiva, la paz en su casa, el desdichado pierde la fe en los procedimientos consuetudinarios, en la comunidad toda; y se resiente su devoción, se ve abandonado por la educación que había recibido, extravía la razón… El signo de su perdición estriba en que cierre con llave la puerta de su casa y deje el poblado; en que se enajene de su identidad y de su cultura hasta el extremo de partir, de romper con la comunidad, de romper la comunidad. Que recurra al derecho nacional, a la ley positiva mejicana, que ande en “pleitos de abogados”, justamente los enemigos tradicionales de la “ley del pueblo”, del derecho consuetudinario indígena, es un agravante imponderable. Se ha consumado la alienación, y hasta podría hablarse de “traición”. La comunidad entera ha sido ofendida…

El castigo de Bada’o bzan sanciona este cúmulo de errores, esta falta de rectitud y de solicitud general y particular, este desatino comunitario e individual: la plaga afectará a todos porque todos son culpables. Sufrirá el campesino por su insolencia y por su locura, que afecta a todos sus hermanos; y sufrirán todos los ciudadanos por su incompetencia y flojera, ya que no supieron sacar a flote al campesino, restablecer la vida buena en la localidad.

La circunstancia de que otras versiones de la leyenda de la langosta “seleccionen” como causa del enojo del dios, causa de la plaga en tanto castigo, la alteración o transgresión de uno u otro de los usos sociales estratégicos, ilumina esta doble naturaleza del mito y la necesidad de atender a su dimensión educativa específica, socializadora, sin permitir que la riqueza de su horizonte “testimonial”, descriptivo (de ritos, ceremonias, costumbres, procesos religiosos, etc.), nos traslumbre. En Zaagocho, por ejemplo, se cuenta que la plaga sobrevino cuando la divinidad descubrió a unos viejecitos llorando: su hijo no les daba de comer. Al día siguiente, los granos de maíz se habían convertido en langostas. Toda la comunidad padeció la calamidad, porque, en tanto unidad (“somos parte de una sola mazorca, somos el maíz de una sola milpa”, dicen los versos de A. Rodríguez Silva), le hubiera incumbido detectar y resolver el problema, consistente en la violación de un principio fundamental dentro del entramado comunitario: el respeto a los padres y, en general, a los mayores.

Padres, mayores y Ancianos son los agentes principales de la educación informal comunitaria; su sabiduría, atesorada por la experiencia, por el desempeño de los cargos, por las funciones cívicas que a lo largo de sus vidas han ido satisfaciendo rotativa y escalonadamente, por el conocimiento de los mitos y de las leyendas ‘formativas’,… les reviste de una dignidad especial.

2. El mito de la riqueza

El mito de la riqueza, estimado por sus exegetas como verdadera arma de la resistencia cultural indígena, prevención comunitaria contra la invasión de los modos mercantiles capitalistas, uno de los más contados e influyentes en la sierras de Oaxaca, nos sorprendió por la sutileza de sus apreciaciones, el uso continuado de la matización y de la reserva, y una cierta ambigüedad sustancial que, abriéndolo a interpretaciones diversas, flexibilizándolo, le permite escapar tanto del maniqueísmo adoctrinador que podría suponérsele, dada su temática, como de la erosión del devenir, de la modificación de los contextos históricos. En tanto “obra abierta”, que diría U. Eco, susceptible de una infinidad de usos ‘populares’, en muy diferentes ámbitos, de una constante recreación social, su relativa inconcreción, su bella complejidad, le ha capacitado para sortear peligros como el de el acaparamiento por una minoría intelectual o el de la fosilización ideológica.

El mito de la riqueza no “sataniza” al Capital: hacerlo sería faltar al respeto de muchos hombres de la comunidad. Porque tu hermano no es estúpido, porque no puedes considerarlo así aunque haya claudicado ante las artimañas mercantilistas, tú, que lo conoces, has de admitir que el Capital, si bien dañino, no encarna meramente al Mal. Algunos relatos lo presentan como un “ladino” (vale decir, como un mestizo astuto y embaucador), al tiempo que lo divinizan. En palabras de E. Z. Vogt: “Se le describe como un ladino grande y gordo que vive debajo del suelo, posee grandes cantidades de dinero, vacas, mulas, caballos y pollos. Al mismo tiempo ostenta los atributos del rayo y la serpiente (…). Cabalga sobre un venado. Hay mitos gloriosos acerca de cómo algunos hombres han adquirido grandes riquezas en dinero y en ganado por haber ido a visitarlo a su cueva. Pero este dios, que necesita muchos trabajadores, puede también capturar a un hombre y obligarlo a trabajar en la tierra durante años, hasta que se desgasten los guaraches de hierro que le ha asignado”.

No cabe duda de que se trata de un dios sombrío, que nosotros identificaríamos como “el Capital”. Por eso acumula, enriquece a quien se le acerca y explota al trabajador. Por ello se le caracteriza como un ladino, como un mestizo, como un no-indio: para los pueblos indios el “mestizo” (o “ladino”) encarna la mayor amenaza concebible, esto es, el fin de la propiedad comunal de la tierra y del autogobierno tradicional, el fin de la Comunidad en resumidas cuentas, asesinada por la propiedad privada, los partidos políticos y las formas de organización social “extrañas”. No resulta ocioso añadir que, en otras variantes de este mito, al bene ya’, divinidad de la riqueza, todavía se le ‘decolora’ más la piel: aparece con rasgos de hombre blanco, como ha atestiguado E. Marroquín.

Llama la atención que el mito no se resuelva de un modo trágico, que no abuse del drama. Los occidentales, de un tiempo a esta parte, hemos educado nuestra sensibilidad en el “sensacionalismo”. Pero este no es el caso del mito de la riqueza: lo que nos cuenta es sencillo, casi cotidiano; la historia se despliega sin convulsiones, sin golpes de efecto, lejos de toda afectación. Pasan muy pocas cosas en este mito; y, sin embargo, los indígenas captaban su profunda significación, percibían el sentido y la palpitación filosófica de cada episodio, aparentemente irrelevante. Casi nos emociona intuir que todavía subsiste un intelecto capaz de recoger el matiz, de reaccionar sin prisa y con delicadeza ante un relato nada estridente…

La versión del mito de la riqueza que hemos analizado, incluida en el libro El Arco Iris Atrapado, nos habla de un campesino insomne sorprendido por la escena que pudo capturar en la madrugada: una recua de venados, con arriero que acelera la marcha, llega finalmente al poblado y se estaciona ante la casa del rico local. El campesino intuye que en aquella vivienda se cierra un trato, se hace un negocio. Al día siguiente, no obstante, por no hallar rastro de los animales, indicios de la visita, casi concluye que todo fue un sueño. Pero, en las noches ulteriores, otros campesinos se percataron de la repetición del suceso: la recua, el arriero, el encuentro con el rico del pueblo, el trato que se cierra,… El potentado local, además, hacía ostentación de su riqueza, soleando su fortuna con una significativa asiduidad. Y un día murió. Y se extendió el convencimiento popular de que su espíritu moraba en el monte, al lado del dios de la riqueza, con quien en vida tratara. Y que cuidaba de la fauna y de la flora local, especialmente de los venados, como habían podido comprobar algunos cazadores.

No hay más argumento, no hay más ‘arquitectura’ narrativa. ¿Dónde reside entonces el interés? ¿Cómo discernir el significado, la intención, el objetivo educativo? Son las acotaciones, los comentarios que se intercalan entre episodio y episodio, las notas adyacentes, los excursos,… los que confieren significatividad a la leyenda, dotándola de una segunda naturaleza conceptual, filosófica. Los narradores avezados saben cambiar el semblante en esos momentos, levantar la mirada para solicitar atención, modular la voz para que el mensaje llegue a todos… Desde sus primeras palabras, el mito rehuye la explicitud y el apasionamiento demagógico en beneficio de la insinuación y de cierto distanciamiento afectivo.

La “presentación” del Capital y de su Señor es una obra maestra de la ponderación y de la sensibilidad en la crítica: “Cuentan en el pueblo que la fortuna tiene su misterio, que el capital tiene un patrón que no es humano; ese amo del caudal de plata y poder es el bene ya’, o sea, el señor potentado, soberano sobrenatural que vive en la montaña, en el peñasco, en la cueva o en el arroyo; es dueño y vigilante de sitios determinados y mantiene un control sobre las cosas y los seres de tales parajes. Donde vive el bene ya’, se vuelve un sitio encantado. El bene ya’ cambia de identidad: a veces aparece vestido de humilde campesino de la región; otros aseguran que lo han visto vestido de catrín. Sale de día o de noche. Los que lo han visto dicen que no es pernicioso, es generoso, amable y domina a la perfección el zapoteco y el castellano”.

El Capital no obedece meramente a los designios de un hombre o conjunto de hombres; es más complejo: “tiene su misterio”, “un patrón que no es humano”. Cabe representarlo como una divinidad negativa. El Capital, que no es solo “plata”, sino también “poder” (“caudal de plata y poder”), fuerza económica y política, domina directamente un área, ejerciendo un control absoluto sobre los bienes y los hombres de ese “sitio encantado”. Como veremos, sale de sus dominio para “hacer visitas”, pero también puede “ser visitado” en su propio territorio.

En sus manifestaciones externas, aparentes, el Capital es diverso: lo puede encarnar un campesino de aspecto humilde, y sin embargo adinerado (el mito se forja en el período colonial, cuando algunas comunidades contemplaban importantes diferencias de fortuna entre los indígenas), o una persona elegante, bien vestida, engalanada (un “catrín”), que no parece de la región. Para satisfacer sus objetivos, el Capital se sirve de las “buenas maneras”; y aquellos que lo tratan, que giran en torno a él, de hecho lo presentan como un elemento no pernicioso, capaz de la generosidad, “amable”. Además, tiene de su lado a la Cultura (“domina a la perfección el zapoteco y el castellano”); en sí mismo es Saber. Así, con esta introducción, garantiza el narrador la inteligibilidad del mito: con medios extraordinariamente sencillos, se ha expuesto toda una teoría del Capital.

A partir de aquí, la “condensación”, la “concentración”, se hallará entre sus rasgos más destacados. Y el mito se resuelve finalmente como un ensamblaje de críticas poderosas que operan por pinceladas sueltas, aunque plenas, rápidas pero precisas. Cabría hablar de “impresionismo” literario para este género de leyendas…

En el mito, un campesino que no logra conciliar el sueño se convierte en testigo de una de las visitas del Capital, que para en la casa de don Macario, rico incipiente. El bene ya’ llega arriando una recua de venados (“esa recua era de por lo menos dos docenas de animales; a su paso levantaban polvo”). Esa breve referencia introduce, según E. Marroquín, una denuncia: “Se denuncia a la ganadería, innovación económica causante de la ruptura del igualitarismo comunitario tradicional”.

Pero es el personaje de don Macario quien recibe la mayor carga crítica: amigo de los comerciantes de la villa de Mitla, recibe el cargamento de plata que le trae el bene ya’, en esa ocasión y en las sucesivas, y exhibe su fortuna sin decoro, cada tres o cuatro meses, asoleando la plata en petates “como quien asolea maíz o café”. Sus conciudadanos, que llevan una vida muy distinta, estiman que en la casa del nuevo rico vive “una serpiente con cresta de pluma dorada” –símbolo de la iniquidad del Capital. La avidez de don Macario, sus afanes mercantilistas, lo han separado de la Comunidad: en su casa se aloja un mal. M. Molina señala que, en algunas variantes no zapotecas del mito, el bene ya’ se asimila a la figura judeo-cristiana del diablo, de modo que, con sus reiteradas visitas, con sus constantes entregas de plata, terminaría ‘endemoniando’ a don Macario.

En la versión que comentamos, Macario establece con el bene ya’ una relación de “compadrazgo”: ello implica que todos los asuntos importantes de su vida quedarán a expensas de ese vínculo con el Capital; ha fundido su suerte a la del interés, se ha “familiarizado” con lo mercantil, vivirá literalmente bajo su protección:

“-¡Bienvenido, compadre! –exclamó don Macario en zapoteco.

– Buenas noches, compadre. Disculpe la demora, y es que uno de mis animalitos se descarrió; pero ya estoy aquí –dijo el bene ya’ en la misma lengua.

– En buena hora, compadre; pase, su comadre nos espera con la cena.

– Gracias, compadre, pero desearía primero hacer la entrega del cargamento: son veinticinco animalitos con carga de plata circulante, según pedido. Si gusta puede contar.

– Caray, compadre, de usted no se duda; pongamos la carga dentro de la casa”.

Al lado de don Macario, el propio bene ya’ se erige en objeto de la denuncia, pero siempre de un modo curiosamente ‘respetuoso’: el Capital acude de vez en cuando a los mercados comarcales (“cuando esto sucede hay afluencia de dinero y el tránsito de marchantes se desborda”), aunque prefiere la ‘opacidad’ de los tratos que cierra con los particulares (muy pocos hombres lo han podido sorprender, en esas visitas a los nuevos ricos y comerciantes)…

La acumulación de capital es, en efecto, “invisible”: los procesos que encumbran materialmente a un hermano de la comunidad y terminan desgajándolo de esta no son inmediatamente perceptibles. El mecanismo de la ganancia es secreto. La plusvalía no se nota: en la mercancía halla su máscara.

Hay un aspecto del mito que, en nuestra opinión, ha sido a menudo malinterpretado. El bene ya’, aparte de su “delatadora” relación con la ganadería (una de las puntas de lanza de la penetración del capitalismo en las comunidades), se presenta, paradójicamente, como un “defensor de la naturaleza”, un “protector de la fauna y de la flora”, un “guardián ecológico”. Esta circunstancia ha confundido a M. Molina, así lo creemos, que reseña sin más este lado sorprendentemente ‘bondadoso’ del bene ya’. A nosotros nos parece, sin embargo, que el mito adelanta ya la crítica de ese “medioambientalismo anti-campesino”, ese “ecologismo capitalista”, que, en nombre de la causa conservacionista, estrecha el cerco a las comunidades, las desplaza en ocasiones, amenaza su subsistencia material, las priva de sus recursos, dificulta el aprovechamiento comunitario del bosque y de los montes, y, en definitiva, las desposee del derecho tradicional a regular su integración en el ecosistema; y todo ello para alentar negocios capitalistas, ecoturísticos a menudo, bioprospectivos cada vez más, como han analizado A. E. Ceceña y J. Giménez Héau, entre otros.

El mito indica que el bene ya’ cuida de los venados del monte y los protege de los cazadores; que, después de su muerte, el espíritu de don Macario lo acompaña en esa tarea. Pero se sobreentiende que actúa así para explotarlos por su cuenta, en sus recuas por ejemplo, para ‘domesticarlos’ con mentalidad de ganadero, impidiendo a los humildes campesinos que completen su dieta con un poco de carne de caza. Otras variantes del mito presentan a la divinidad negativa impidiendo que se abran brechas o se construyen carreteras en sus dominios, lo que resultaría plausible desde un purismo conservacionista, pero cabe suponer que, con ello, pretende obstruir la comunicación entre los indígenas, para mantenerlos en su marginación y aislamiento; y en los mitos se le reprocha, de hecho, la mortalidad que provoca al forzar a los campesinos a peligrosas rutas alternativas, como la vía Oaxaca-Ixtlán-

Tuxtepec. También se dice en las leyendas que extravía a los indígenas cuando se internan en el bosque para aprovisionarse de leña, que esconde ovejas y cabras de las comunidades,…

Se trata, en resumidas cuentas, así lo estimamos nosotros, del Capital que se apodera del monte, del bosque, de la naturaleza; y que esgrime argumentos ecologistas para “limpiar” de indígenas y de usos indígenas sus propiedades, actuales y futuras. Se trata del Capital y de sus proyectos de explotación de la naturaleza, enfrentado a unos campesinos que vivían en ella, que son parte de ella. Un Capital que, para predicarse “amable”, “generoso”, “no pernicioso”, oculta sus afanes depredadores tras la fraseología educada de la conservación del medio ambiente, de la protección del ecosistema

El mito de la riqueza, protagonista excepcional de la educación comunitaria mesoamericana constituye –en esto el acuerdo es absoluto– un recurso privilegiado en la lucha contra las fuerzas económico-sociales y políticoideológicas ‘universalistas’, capitalistas, que procuran desmantelar el localismo indígena, un localismo comunero y democrático. Así lo ha considerado, valga el ejemplo, M. Molina Cruz, escritor indígena zapoteco:

El mito de la riqueza (…) arranca de una resistencia, de un debate por recuperar espacios, más cuando todo un sistema de vida forcejea en un tránsito difícil que lo va sepultando. Ante el peligro inminente del abandono de la tierra, por andar en pos del metal o del billete que no se come, la agricultura tradicional era la forma más humana de ganarse la vida, aun cuando ese ejercicio esté lleno de sacrificios. Por el contrario, el dinero derriba valores, da poder y, en consecuencia, genera la desigualdad, estropea cualidades éticas y somete a los seres humanos a la esclavitud, a la pobreza.

La amenaza de un sistema de poder frente a una cultura en decadencia dio origen al mito de la riqueza, una postura legítima, apologética de los ancestrales derechos a elegir la forma de vivir. El conflicto iniciado en la colonia se fue acentuando con la decadencia de los servicios comunitarios y la falta de respeto a la madre naturaleza. El mito de la riqueza se contó en todos los hogares, bajo todos los tejados de las comunidades. Se trataba de detener ese viento que pone de cabeza una economía sustentada y equilibrada como el trueque -el gwzon de ayuda mutua-, economía que fue apagándose por la intromisión de la política capitalista; a partir de entonces surge el trabajo asalariado y con ello mucha gente indígena es explotada y miserable.

El gwzon [nosotros hemos escrito “gozona”], como método horizontal de trabajo, permitió la justicia y la igualdad, una labor colectiva donde nadie explota a nadie. El medio pedagógico de nuestros abuelos para advertir de los males que conlleva la riqueza fue la ‘oralitura’, un recurso de enseñanza para contrarrestar ideologías extrañas y ajenas, quizás un intento de evitar lo inevitable. La ‘oralitura’, independientemente de ser un recurso recreativo de los pueblos indígenas, se adapta a los intereses de su contexto, pues parte de una realidad y de un hecho social concreto”.

De una forma llana y sintética, E. Marroquín redundó en la misma idea, que hemos hecho nuestra sin ambages: “El mito fue forjado por los oprimidos y cumple indudables funciones de resistencia cultural”.

3. El motivo del maíz que llora

El motivo del “maíz que llora” aparece en una infinidad de relatos, leyendas, historias,… Lo mismo que el mito de la riqueza, sigue formando parte del repertorio temático de la educación comunitaria indígena. En todos los casos, supone la idea de que también el maíz “tiene corazón”. En Primeras interpretaciones… se recoge una escena a la que asistimos repetidas veces por los caminos de Juquila: una madre regaña a su hijo por no recoger del suelo un grano de maíz, un grano que está llorando:

A mediados del siglo XX, la educación comunitaria tenía presente al maíz como grano sagrado. Si todas las cosas tienen corazón, ¿cómo no lo va a tener el maíz? En la cultura zapoteca todos los elementos de la naturaleza tienen corazón, así sean vegetales o minerales, todos sienten y resienten el trato que se les da.

De niño, cuando mi madre me llevaba por las culebreadas veredas del pueblo, recuerdo perfectamente la orden y la explicación que diera sobre el maíz tirado en el camino:

– ¡Levanta ese maíz! ¿No ves que está llorando? A alguien se le debió de haber caído anoche. El maíz es sagrado, no debe estar tirado, es el grano que nos sustenta. Si lo desdeñas a tu paso, nunca más se acumulará en tu casa y vivirás triste por haberlo despreciado. El maíz tiene corazón y se da cuenta; aprende a recogerlo. El fríjol también tiene vida, son dos cosas que debes valorar. Recuérdalo siempre, hijo. Apresúrate a levantarlo cuando lo veas en tu camino”.

La gente de estos rumbos lleva ese concepto. Cuando encontramos tirado un grano de maíz lo levantamos y lo limpiamos antes de guardarlo en el bolsillo”.

Pero, ¿por qué llora el maíz? Una interpretación dominantemente culturalista insiste en su carácter sacro, en su papel religioso, simbólico, que lo ha convertido en objeto de veneración, de modo que lloraría por ‘desatención’, por ‘abandono’, por menoscabo de su dignidad y pérdida del debido respeto,… Lloraría por una afrenta. Sin embargo, muchos relatos sugieren que el maíz no es tan egoísta y, de hecho, llora por la Comunidad, por la unidad eco-social del pueblo indio. Podríamos sostener, con un juego de palabras grato a J. Baudelaire, que el maíz piensa y siente por la comunidad y en ocasiones se aflige. Piensa y siente por la comunidad, y llora por lo que descubre…

Me cuenta Felipe Francisco una leyenda de Juquila Vijanos, en la que el maíz también llora. Su origen data de los años convulsos de la Revolución, que en Oaxaca se desfiguró notablemente y ha sido recordada como tiempos de violencias y atropellos, de caos y de desórdenes sin par. Los ciudadanos de Juquila, ante el cariz que tomaban los acontecimientos, y los rumores insistentes acerca de una ocupación del pueblo por una u otra facción, decidieron en asamblea abandonar la localidad. No tendrían tiempo de recoger la cosecha, pues estimaban que sus vidas corrían peligro. Marcharon al amanecer, sin despedirse de sus milpas. Unas semanas después la aldea seguía sin ocupar; y el maíz sin cosechar. Unos mercaderes que caminaban por una brecha próxima a los sembrados oyeron en cierta ocasión unos sonidos estremecedores: les pareció que una criatura, o un animal en todo caso, gemía desesperadamente. Escalaron una ladera y se asomaron a la milpa: era el maíz, todo el maíz, el que lloraba.

Cuenta Felipe que no lloraba por el ‘retraso’ en la recolección, cosa habitual en otros años por este o aquel motivo. No lloraba por sentirse “inútil”, lo cual no era cierto, pues la madre tierra tiene sus modos de ‘recuperar’ aquello que los hombres rehusan –de hecho, los campesinos de Juquila nunca recolectaban toda la parcela, nunca recogían toda la cosecha: dejaban una buena parte del maíz en sus mazorcas, para libre uso de los pájaros, los demás animales, las otras fuerzas de la naturaleza… Insiste Felipe en que el maíz lloraba por la marcha de los hombres, que significaba la muerte de la comunidad; lloraba porque sabía que para un indígena no había tragedia mayor que el desplazamiento. Sin los hombres, la milpa era también un muerto viviente, un cadáver a la intemperie. El maíz lloraba por todos, por el todo de la comunidad mutilada. Dicho de otra forma: la comunidad entera lloraba en el

maíz…

Un sistema educativo informal que ha convertido los mitos del maíz en compendio de una filosofía; que ha repetido hasta la saciedad, por la boca de sus leyendas, de sus rituales, de sus representaciones, algo muy importante, recordado con toda sencillez por A. Aguilar Castro: “De la semilla del maíz nace nuestra cultura”, debió sufrir como un ultraje el establecimiento, a partir de los años 60, de las tiendas rurales campesinas «Conasupo», que llevaban maíz subsidiario y de mala calidad a las comunidades, provocando el abandono de su cultivo en muchas laderas productivas de la Sierra. Cabe sorprender, en esa medida “paternalista”, una estrategia para debilitar la cultura ancestral agrícola, pues atentaba contra la característica tradicional de convivencia con la tierra y empujaba hacia el consumo y la emigración. Este maíz extraño, que se trasvasaba con prisa, sin ceremonias ni rituales, cuyos granos esparcidos en la descarga eran barridos por el personal de «Conasupo» como se barre cualquier basura, ante los ojos angustiados de la población mayor, probablemente llorara ya solo por él...

¿Y qué decir del maíz “modificado” de nuestros días, aparte de que ya no puede llorar, pues la ingeniería genética le ha suprimido también esa capacidad?

4. El ritual del Cho’ne

Dentro de la serie de los rituales, hay uno que expresa admirablemente el optimismo vital de los pueblos indios, su actitud esencialmente positiva ante los avatares de la existencia: el ritual del Cho’ne, que procura alejar la muerte del hogar.

Cabe la posibilidad de que el cristianismo no haya conseguido dramatizar la muerte tanto como hubiera deseado en el ámbito de las comunidades, y que subsista ahí una concepción menos lacrimógena del desaparecer. La naturalidad con que el indio afronta los sucesos más terribles de la existencia, esa energía que extrae de la organización colectiva de la vida. alimentada por la educación comunitaria, se expresa en sus ritos funerarios.

Reparar en ellos puede ayudarnos a comprender mejor la obstinación de su resistencia secular, su manera de vivir la insumisión como principio cotidiano, a pesar de la fortaleza del Enemigo, de su voracidad sanguinaria, del monto de desaparecidos, torturados. encarcelados…

Los indígenas de Cajonos estiman que, mientras continúen en el hogar las pertenencias del difunto, ni este descansará como se merece ni los vivos podrán librarse de su recuerdo opresivo. Mientras en la casa algo ‘hable’ de él, su espíritu seguirá rondando a los moradores, sin nada bueno que aportarles. Por eso, en la noche del entierro, el petate en el que el familiar expiró se convierte en una bolsa grande, y en él se depositan las pertenencias del fallecido: ropa, huaraches, sombrero, cobija, ceñidor, pañuelo, gabán,… Solo se conservan los instrumentos agrícolas, como el machete y la coa.

Mientras se introducen estos objetos en el petate, se habla al espíritu del muerto, con buenas palabras. Se le asegura que en vida se le quiso, y no poco; pero que ahora debe hacer el favor de dejar en paz a los vivos y no interferir más en sus cosas… Hecho el “equipaje”, amarrado con el mecapal del propio difunto, regado todo con mezcal y ahumado con incienso, se pide a una persona no familiar, un borracho o un vago preferiblemente, que tire el bulto fuera del pueblo, y que no regrese a casa. Se le regalará licor o se le pagará por el servicio, pero se le instará a que dé un largo rodeo, busque el punto por donde nace el sol y, sobre todo, bajo ninguna excusa regrese al domicilio del finado. Al Cho’ne se le prende fuego y, como está prensado, tarda días en consumirse.

Mientras tanto, los familiares celebran rituales para ‘desprenderse’ de la muerte, entre ellos el del “lavado de ropa”, que se efectúa en las afueras del pueblo, en un arroyo, manantial o incluso en el propio río. Marchan en peregrinación y permanecen hasta la tarde, lavando y secando la ropa, “limpiándose” también ellos, eliminando todas las ‘adherencias’ de la muerte. Al medio día una comisión del pueblo les trae alimentos, normalmente tortillas de maíz y fríjoles fritos.

El énfasis en la necesidad de “alejar” la muerte, así como la exigencia de una “purificación tras el entierro del ser querido, testimonian un vitalismo radical, una primacía absoluta de los valores de la vida, de una vida que se desea alegre, no contaminada por los efluvios malsanos del recuerdo doloroso. No se cancela el duelo; pero se rechaza la idea de una permanencia en su seno. Y, sobre todo, se repara en los vivos, en los afectados por la pérdida, en sus necesidades, en su restablecimiento anímico, en lo que precisan para seguir adelante… Para evitar que se hundan en una tristeza paralizadora, porque la comunidad los sigue necesitando firmes y resueltos, se borran a conciencia las huellas de la muerte y del difunto.

* * *

La influencia social efectiva de los mitos y de los rituales en todas partes desfallece, como signo de la postración de la educación comunitaria, que no puede competir exitosamente con la Escuela, con los medios de comunicación, con los patrones de comportamiento introducidos en los pueblos por los “profesionistas”, etc. En esa competencia tiene las de perder, porque desde la base material de la existencia, desde el ámbito económico, le llegan solicitudes, requerimientos, que no puede contemplar. La generalización de las relaciones sociales capitalistas (uso constante del dinero, asalarización, multiplicación de los intercambios comerciales, privatizaciones,…) la convierten en disfuncional, contradictoria, retrógrada. Las tendencias económicas y sociales contemporáneas, tal y como influyen en la organización socio-política de las comunidades indígenas, con la intromisión interesada de los poderes estatales y federales, tienden a consagrar la hegemonía de la Escuela, relegando la educación comunitaria a un segundo plano residual.

En este contexto, muchos mitos y leyendas se pierden o se transcriben atendiendo a criterios de deformación sistemática. Las ceremonias y los rituales se folclorizan, se frivolizan, como ha ocurrido con la Danza de los Huenches, danza sagrada del maíz degradada en dramatización chusca. Leyendas como la de las rocas guardianes no despiertan otro interés que el del inventario, el de la recolección de exotismos venerables; muy poco dicen ya a los indígenas de hoy. Procedimientos religioso-curativos tradicionales como el del temascal cambian de naturaleza y hasta de nombre; etc., etc., etc.

Somos concientes de que, con este trabajo, estamos entonando un Réquiem, queda claro que desde la simpatía. Réquiem por la Educación Comunitaria Indígena… Corresponde a la Escuela contemporánea, hoy como ayer baluarte del capitalismo occidental, perseverar en su crimen histórico, en la infamia que la acompaña desde sus orígenes: el exterminio sistemático del “hombre oral”, la aniquilación metódica de las “culturas de la oralidad”, con todos los valores que comportaban.

[Texto elaborado a partir de un capítulo de «La bala y la escuela. Modos en que la educación administrada complementa el trabajo represivo de las fuerzas policíaco-militares en los pueblos indios de México». Este ensayo fue publicado en España por Virus Editorial y en México por Ediciones Sabotaje. Para descargar en PDF: https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2014/02/la-bala-y-la-escuela-holocausto-indc3adgena.pdf]

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Pedro García Olivo

Buenos Aires, 27 de setiembre de 2018

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

LA REFINADA HIPOCRESÍA DEL INTERCULTURALISMO

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Indigenismo with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on septiembre 15, 2018 by Pedro García Olivo

Acoso colonial-escolar a la diferencia

Entendido en sentido amplio (como eliminación física y neutralización cultural), el «etnocidio» contemporáneo, ostensible a cada hora, manifiesto en todos los continentes, avanza de la mano de una ideología-punta exquisitamente hipócrita: la del interculturalismo. Se trata de un barniz auto-justificativo elaborado precisamente por los colonizadores, siempre interesados en aplastar la diferencia mientras hablan precisamente de protegerla. Apunta a una «monoculturalidad», a una globalización avasalladora de la civilización occidental.

Siendo vasta la tarea que, para el logro de una supuesta «coexistencia pacífica de todas las culturas», encomienda a la Escuela, esta narrativa parte siempre de un «postulado», en la acepción rigurosa del término («proposición cuya verdad se admite sin pruebas y que es necesaria para servir de base en ulteriores razonamientos», diccionario de la lengua española), perfectamente denegable. La crítica adelantada por este escrito, atiende a esas dos cuestiones: el axioma que se admite sin necesidad de demostración, como un a priori, si no como un dogma; y el modo en que la nueva ideología pretende reclutar a la organización escolar.

1) El artículo de fe
Como engendro de las potencias hegemónicas, como invención de los países del Norte, el relato interculturalista concede a Occidente una capacidad de comprensión universal, como si pudiera penetrar la verdad de todas las civilizaciones. Negando ese postulado, cabe sostener justamente lo contrario: «Occidente carece de un privilegio hermenéutico universal, de un poder descodificador planetario que le permita acceder a la cifra de todas las formaciones culturales. Hay, en el otro, aspectos decisivos que se nos escaparán siempre». Baste, a este respecto, con el título de una obra, que incide en esa invidencia occidental: «1942: el encubrimiento del otro», de E. Dussel (1992).

C. Lenkersdorf tuvo una forma muy bella de señalar lo mismo, escapando del relativismo epistemológico vulgar: los occidentales padecemos una “incapacidad específica”, una ineptitud particular, una merma idiosicrásica que nos impide comprender al otro. No se trata de que se levanten, entre las distintas culturas, y de por sí, muros infranqueables para el entendimiento recíproco: nosotros en concreto, los occidentales, por lo menos nosotros, somos los ciegos. Como no vemos al otro, lo aplastamos o lo integramos… No sabemos si los exponentes de las otras civilizaciones nos ven o no nos ven. Cabe, incluso, que nos hayan conocido demasiado bien, hasta el fondo del alma; y que por ello, a menudo, conscientes de todo, nos eviten o nos combatan.

Lo que sí podemos llegar a sentir es que la alteridad se nos sustrae, nos esquiva; y que, ante ella, sospechándonos específicamente vetados para entenderla, nos contentamos, como quien precisa un analgésico o un narcótico, con “proyectarnos”. A ello se dedica nuestra antropología, nuestra etnología, nuestra sociología, nuestra ciencia de la historia… Casi al final de su trayectoria investigadora, de un modo hermoso por franco y desinhibido, con la honestidad intelectual que le caracterizaba, lo reconoció el propio C. Lévi-Strauss, en “El campo de la antropología”.

Y, al lado de ese déficit cognoscitivo de Occidente cuando sale de sí mismo y explora la alteridad cultural lejana, encontramos su naufragio ante configuraciones que le son próximas. De ahí, la elaboración «urbana» del estereotipo del rústico (asunto que abordé en «Desesperar») y la tergiversación «sedentaria» de la idiosincrasia nómada (aspecto que motivó mi ensayo «La gitaneidad borrada»).

Cabe detallar así los aspectos de la «incapacidad específica» occidental para acceder al corazón y al cerebro del otro civilizatorio:

1. Lenguaje
Las dificultades que proceden del campo del lenguaje (lenguas “ergotivas” indígenas, agrafía gitana, culturas de la oralidad rural-marginales,…) y que arrojan sobre las tentativas de “traducción” la sospecha fundada de fraude y la certidumbre de simplificación y deformación, como se desprende, valga el ejemplo, de los estudios de A. Paoli y G. Lapierre en torno al papel de la intersubjetividad en las lenguas mayas -o de las indicaciones de W. Ong, A. R. Luria y otros sobre la especificidad del pensamiento oral-, sancionan nuestro fracaso ante la diferencia cultural, ante la otredad civilizatoria. Pero el diagnóstico no se agota en la imposibilidad de intelección de la alteridad cultural. La ininteligibilidad del otro arrostra un abanico de consecuencias y se nutre de argumentos diversos…

2. Universalismo «versus» localismo-particularismo
Entre el «universalismo» de la cultura occidental y el «localismo/particularismo» trascendente de otras culturas no hay posibilidad de diálogo ni de respeto mutuo. Occidente constituye una condena a muerte para cualquier cultura localista o particularista que cometa la insensatez de atenderle (Derechos «Humanos», Bien Común «Planetario», Razón «Universal», Intereses «Generales» de la Humanidad… son, como recordó E. Lizcano, sus estiletes). En “¡Con la Escuela habéis topado, amigos gitanos!”, Fernández Enguita ilustra muy bien esta incompatibilidad estructural. Y M. Molina Cruz, escritor zapoteco, lo ha documentado una y otra vez para el caso de los pueblos originarios de América.
Las culturas construidas a partir del vínculo familiar o clánico (“la sangre”) o de la relación profunda con la localidad bio-geográfica (“la tierra”) chocan frontalmente, teniendo siempre perdida la batalla, con una civilización como la occidental, que se levanta sobre “abstracciones”, sobre fantasmas conceptuales, sobre palabras etéreas, meras inscripciones lingüísticas desterritorializadas y desvitalizadas (“¿Libertad?”, “¿Progreso?”, “¿Humanidad?”, “¿Ciencia?”, “¿Estado de Derecho”?,…)

3. El «hacha» de la Razón
Así como bajo la modernidad europea surge una figura histórica de la Razón que no deja de constituir un mero elaborado «regional», los mundos de las otras culturas en ningún sentido están «antes» o «después» de la Ilustración, sino «en otra parte». La cosmovisión holística de estas culturas, con su concepto no-lineal del tiempo, choca sin remedio con el «hacha occidental», que, tanto como define campos, saberes, disciplinas, especialidades…, instituye etapas, fases, edades. Desde la llamada Filosofía de la Liberación latinoamericana, como asimismo desde el Pensamiento Decolonial contemporáneo, se ha repudiado incansablemente el feroz «eurocentrismo» que nos lleva a evaluar y clasificar todos los sistemas de creencias y de vida desde la óptica de nuestra historia cultural particular y con el rasero de la Ratio.

4. Cientificismos
Las aproximaciones “cientificistas” occidentales se orientan a la justificación de las disciplinas académicas (antropología, etnología, sociología,…) y a la glorificación de nuestro modo de vida. A tal fin, supuestas “necesidades”, en sí mismas ideológicas (J. Baudrillard), que hemos asumido acríticamente, y que nos atan al consumo destructor, erigiéndonos, como acuñó I. Illich, en “toxicómanos del Estado del Bienestar” (vivienda “digna”, dieta “equilibrada”, tiempo de “ocio”, “esperanza” de vida, sexualidad “reglada”, maternidad “responsable”, “protección” de la infancia, etc.) se proyectan sobre las otras culturas, para dibujar un cuadro siniestro de “carencias” y “vulnerabilidades” que enseguida corremos a solventar, recurriendo a expedientes tan “filantrópicos” como la bala (“tropas de paz”, ejércitos liberadores) y la escuela (aniquiladora de la alteridad educativa y, a medio plazo, cultural).
Las voces de los supuestos “socorridos” han denunciado sin desmayo que, detrás de cada uno de nuestros proyectos de “investigación”, se esconde una auténtica “pesquisa” bio-económico-política y geo-estratégica, en una suerte de re-colonización integral del planeta –véase, como muestra, la revista mejicana “Chiapas” y, en particular, las colaboraciones de E. Ceceña en dicho medio.

Por otra parte, la crítica epistemológica y filosófico-política de las disciplinas científicas occidentales, que afecta a todas las especialidades, a todos los saberes académicos, surgiendo en los años sesenta del siglo XX (recordemos a N. A. Braunstein, psicólogo; a F. Basaglia, psiquiatra; a D. Harvey, geógrafo; a G. Di Siena, biólogo; a A. Heller, antropóloga; a M. Castel, sociólogo; a H. Newby, sociólogo rural; a J. M. Levi-Leblond, físico; a A. Viñas para las matemáticas,…), nos ha revisitado periódicamente, profundizando el descrédito, por servilismo político y reclutamiento ideológico, de nuestros aparatos culturales y universitarios.
(Auto)critique de la science, monumental ejercicio de revisionismo interno, organizado por el escritor Alain Jaubert y por el físico teórico y matemático Jean-Marc Levi-Leblond, libro aparecido en 1973, constituye un hito inolvidable en esta “rebelión de los especialistas” europeos y norteamericanos contra los presupuestos y las realizaciones de sus propias disciplinas.

5. Solidaridad
Nuestros anhelos “humanitarios”, nuestros afanes de “cooperación”, incardinados en una muy turbia Industria Occidental de la Solidaridad (hipocresía del “turismo revolucionario”, parasitismo necrófilo de las ONGs, programas transnacionales de desarrollo, etcétera), actúan como vectores del imperialismo cultural de las formaciones hegemónicas, propendiendo todo tipo de etnocidios y avasallamientos civilizatorios. Lo denunció sin ambages I. Illich, en 1968, en aquella conferencia que tituló “Al diablo con las buenas intenciones” y que concluyó, sobrado de elocuencia, con esta exclamación: “¡Pero no nos vengan a ayudar!”. En Cuaderno chiapaneco I. Solidaridad de crepúsculo, trabajo videográfico editado en 2007, procuramos arrojar sobre esta crítica también la luz de las imágenes.

En otra parte explicamos por qué, para nosotros, aún admitiendo la no-inteligibilidad del otro cultural, tiene sentido una escritura a su propósito:

Acto de lecto-escritura
¿Qué hacer, entonces, si partimos de la ininteligibilidad del otro? ¿Para qué hablar de una alteridad que proclamamos indescifrable?
La respuesta atenta contra nuestra tradición cultural, si bien procede también de ella. Al menos desde F. Nietzsche, y enfrentándose a la teoría clásica del conocimiento, a veces denominada Teoría del Reflejo, elaborado metafísico que partía de tres “peticiones de principio”, de tres trascendentalismos hoy desacreditados (un Sujeto unitario del Saber, sustancialmente igual a sí mismo a lo largo del Tiempo y del Espacio; un Objeto del Conocimiento efectivamente presente; y un Método ‘científico’ capaz de exhumar, en beneficio del primero, la Verdad que duerme en el segundo), hallamos una vindicación desestabilizadora, que M. Foucault nombró “la primacía de la interpretación” y que se ha concretado en tradiciones críticas como la Arqueología del Saber o la Epistemología de la Praxis.
Puesto que nos resulta inaceptable la idea onto-teológica de una Verdad ‘cósica’, subyacente, sepultada por el orden de las apariencias y solo al alcance de una casta de expertos, de una élite intelectual (científicos, investigadores, intelectuales,…) encargada de restaurarla y socializarla; puesto que detestamos la división del espacio social entre una minoría iluminada, formada, culta, y una masa ignorante, que se debate en la oscuridad, reclamando “ilustración” precisamente a esa minoría para hallar el camino de su propia felicidad, si no de su liberación; habré de proponer, para el tema que me ocupa, ante la alteridad cultural, una lectura productiva, un rescate selectivo y re-forjador (J. Derrida), un acto de lecto-escritura, en sí mismo poético (M. Heidegger), una recreación, una re-invención artística (A. Artaud).
La “verdad” de las comunidades indígenas, del pueblo gitano o del mundo rural-marginal no sería ya un substrato que espera aflorar de la mano del método científico y del investigador académico, sino un campo de batalla, el escenario de un conflicto entre distintos discursos, una pugna de interpretaciones. Lo que de modo intuitivo se nos presenta como la verdad de las otras civilizaciones no es más que una interpretación, una lectura, un constructo arbitrario que, como proponía F. Nietzsche, debemos “trastocar, revolver y romper a martillazos”.
Pero, ¿para qué fraguar nuevas interpretaciones; para qué recrear, re-inventar, deconstruir?Admitida la impenetrabilidad del otro cultural, denegada la onto-teo-teleología de la teoría clásica del conocimiento, desechado el Mito de la Razón (fundador de las ciencias modernas), cabe todavía, como recordó E. Zuleta, ensayar un recorrido por el “otro” que nos avitualle, que nos pertreche, que nos arme, para profundizar la crítica negativa de lo nuestro. Mi interpretación de la alteridad cultural, de las comunidades que se reproducen sin escuela, de las formaciones sociales y políticas que escaparon del trípode educativo occidental, recrea el afuera para combatir el adentro, construye un discurso ‘poético’ (en sentido amplio) de lo que no somos para atacar la prosa mortífera que nos constituye.
Es por odio a la Escuela, al Profesor y a la Pedagogía, por el “alto amor a otra cosa” que late siempre bajo el odio, por lo que me he aproximado a las comunidades indígenas latinoamericanas, al pueblo gitano y a los entornos rural-marginales occidentales. Jamás pretendí ‘hablar por’ los indígenas, por los gitanos o por los pastores y campesinos de subsistencia; nunca me propuse alumbrar esas realidades tan alejadas de las nuestras. Quise, sí, mirarlos para soñar, mitificarlos para desmitificar, porque hablar a su favor es un modo muy efectivo, creativo, de hablar en nuestra contra. Y, en ese empeño, nunca me hallé solo… P. Clastres no cesa de criticar el capitalismo occidental en todos y cada uno de sus ensayos sobre el mundo indígena (La sociedad contra el Estado es el título de su obra fundamental, reeditada por Virus). Más que transmitirnos la “esencia” india, la “verdad” primitiva, denuncia la podredumbre occidental, la “mentira” moderna… R. Jaulin levanta toda una crítica de nuestra formación político-cultural (“totalitaria” y “etnocida”, en su opinión), a partir de sus experiencias entre indígenas y por medio de su escritura sobre lo indígena. F. Grande, B. Leblon y A. Tabucchi muestran las miserias de lo sedentario-integrado al aplaudir el valor de un pueblo nómada libre. E. Lizcano ensalza el taoísmo para disparar contra la pretensión de universalidad de la Ratio, para “ensuciar” todas sus categorías fundacionales (“ser”, “sustancia”, “identidad”, “separación”, “concepto”, “ilustración”,…). M. Chantal celebra la metafísica de la India, que parte de lo inmediato, de lo más próximo, de la tierra, para cuestionar la metafísica occidental, siempre presa de la abstracción, con la mirada perdida en el Cielo. P. Sloterdijk y M. Onfray descubren en los quínicos antiguos la clase de hombre, la forma de subjetividad, a la que quisieran poder abrazarse, y que ya no encuentran en Occidente: no somos “quínicos”, por desventura, sino “cínicos”, algo muy distinto, los peores y los más feos de los hombres. P. Cingolani nos manifiesta, en clave literaria, desde el interior o el exterior de su intención, en lo explícito o en lo implícito, su desafección hacia el hombre blanco, hacia la cultura occidental, hacia la máquina política y económica del Capitalismo. A ese desamor sabe cada una de las páginas de Nación Culebra, su libro –que habla de indígenas, de tribus “no contactadas”, de comunidades “aisladas”; de una Amazonía en peligro donde todos los días mueren árboles, mueren ríos y mueren hombres, en el supuesto de que un árbol, un río y un hombre amazónicos sean entes distintos, separados. Etcétera.

2) La Escuela como recluta
En el contexto de la actual globalización capitalista y de la occidentalización acelerada de todo el planeta, el “interculturalismo”, decía, se resuelve como “monoculturalismo”… Se produce una disolución de la Diferencia (educativa, cultural, psicológica) en Diversidad, inducida por la escolarización forzosa de todo el planeta. En ese marco, presentar la Escuela como vehículo de un diálogo entre civilizaciones constituye una manifestación descarnada de cinismo. Para nada la educción administrada puede convertirse en herramienta principal de una interculturalidad planetaria digna de su nombre. Y no puede hacerlo por las siguientes cinco razones:

1) La Escuela no es un árbitro neutral en el choque de las culturas, sino componente de una de ellas, las más expansiva: Occidente, juez y parte. La Escuela es la cifra, el compendio, de la civilización occidental.
La Escuela, como fórmula educativa particular, una entre otras, hábito relativamente reciente de solo un puñado de hombres sobre la tierra, no se aviene bien con aquellas culturas que exigen la informalidad y la interacción oral comunitaria como condición de su producción y de su transmisión.
Por la Escuela en modo alguno caben, pongamos este ejemplo, las cosmovisiones indias, debido a la desemejanza estructural entre la cultura occidental y las culturas indígenas. Una cultura es también sus modos específicos de producirse y socializarse. Desgajar los contenidos de los procedimientos equivale a destruirla. Resulta patético, aunque explicable, que la intelectualidad indígena no haya tomado conciencia de ello; y que, en lugar de luchar por la restauración de la educación comunitaria, se haya arrodillado ante el nuevo ídolo de la Escuela occidental, viendo meramente el modo de verter en ella unos contenidos culturales ‘desvitalizados’, ‘positivizados’, ‘reificados’, gravemente falseados por la circunstancia de haber sido arrancados de los procedimientos tradicionales que le conferían la plenitud de su sentido, la hondura de su significado.
La leyenda zapoteca de la langosta, verbi gratia, tan henchida de simbolismos, se convierte en una simple historieta, en una serie casi cómica, si se ‘cuenta’ en la Escuela; y en un insulto a la condición india si, además, la relata un “profesor”. La leyenda de la langosta solo despliega el abanico de sus enseñanzas si se narra en una multiplicidad ordenada de espacios, que incluyen la milpa, el camino y la casa, siempre en la estación de la cosecha, si se temporiza adecuadamente, si se va desgranando en un ambiente de trabajo colectivo, en una lógica económica de subsistencia comunitaria, si parte de labios hermanos, si se cuenta con la voz y con el cuerpo… El mito de la riqueza, que encierra una inmensa crítica social, y puede concebirse, por la complejidad de su estructura, como un “sistema de mitos”, se dejaría leer como una tontería si hubiera sido encerrado en una unidad didáctica. Convertir el ritual del Cho’ne en objeto de una pregunta de examen constituye una vileza, una profanación, un asalto a la intimidad.

2) No es concebible un individuo «con dos culturas», por lo que en la Escuela se privilegiará la occidental reservando espacios menores, secundarios (danzas, gastronomía, leyendas,…), a las restantes. Los alumnos serán espiritualmente occidentalizados y solo se permitirá una expresión superficial, anecdótica, folklorizada, de sus culturas de origen.
La educación “bicultural” no es psicológicamente concebible. De intentarse en serio, abocaría a una suerte de esquizofrenia. En ninguna subjetividad humana caben dos culturas. El planteamiento meramente “aditivo” de los defensores de la interculturalidad solo puede defenderse partiendo de un concepto restrictivo de “cultura”, un concepto positivista, descriptivista, casi pintoresquista. Decía A. Artaud que la cultura es un nuevo órgano, un segundo aliento, otra respiración. Y estaba en lo cierto: el bagaje cultural del individuo impregna la totalidad de la subjetividad, determina incluso el aparato perceptivo. Por utilizar un lenguaje antiguo, diríamos que la cultura es alma, espíritu, corazón,… Y no es concebible un ser con dos corazones, con dos percepciones, con un hálito doble.
La educación “bicultural” se resolvería, en la práctica, primero como hegemonía de la cultura occidental, que sería verdaderamente interiorizada, apropiada, ‘encarnada’ en el estudiante; y, desde ahí, desde ese sujeto mentalmente colonizado, en segundo lugar como apertura ‘ilustrativa’, ‘enciclopedística’, a la cultura étnica, disecada en meros “contenidos”, “informaciones”, “curiosidades”,… La posibilidad contraria, una introyección de la cultura otra y una apertura “ilustrativa” a la cultura occidental no tiene, por desgracia, los pies en esta tierra. No existe el menor interés administrativo, político o económico, en una escolarización que no propenda las “disposiciones de carácter” y las “pautas de comportamiento” requeridas por la expansión del capitalismo occidental, que no moldee los llamados ‘recursos humanos’ de cara a su uso social reproductivo, bien como mano de obra suficientemente cualificada y disciplinada, bien como unidad de ciudadanía sofocada por los grilletes del Estado de Derecho liberal (obligaciones cívicas, pulsión al voto,…).
Y no debemos olvidar que la “pedagogía implícita” portada por la Escuela moderna en tanto escuela (por la mera circunstancia de exigir un recinto, un horario, un profesor, un temario, una obediencia,…), su “currículum oculto” es, a fin de cuentas, Occidente –las formas occidentales de autoridad, interacción grupal, comportamiento reglado en los espacios de clausura, administración del tiempo, socialización del saber,…

3) Existe una incompatibilidad estructural entre el sujeto urbano occidental (referente de la Escuela) y los demás tipos de sujetos –indígena, rural-marginal, gitano,… Los segundos serán “degradados” y el primero “graduado”: de una parte, el fracaso escolar o la asimilación virulenta; de otro, el triunfo en los estudios y un posicionamiento en la escala meritocrática.
No hay ‘comentarista’ de la Escuela que no esté de acuerdo en que, tradicionalmente, se le ha asignado a esta institución una función de homogeneización social y cultural en el Estado Moderno: “moralizar” y “civilizar” a las clases peligrosas y a los pueblos bárbaros, como ha recordado E. Santamaría. Difundir los principios y los valores de la cultura ‘nacional’: he aquí su cometido.
Nada más peligroso, retomando nuestro ejemplo, de cara al orden social y político latinoamericano, que los pueblos indios, con su historia centenaria de levantamientos, insurrecciones, luchas campesinas,… Nada más bárbaro e incivilizado, en opinión de muchos, que las comunidades indígenas, con su “atraso” casi ‘voluntario’, su auto-segregación, su endogamia, su escasa simpatía circunstancial por los ‘desinteresados’ programas de desarrollo que les regala el gobierno, sus creencias “supersticiosas”, su religiosidad “absurda” y “disparatada”, sus curanderos, sus brujos, la “manía” de curarlo todo con unas cuantas hierbas, su ínfima productividad, su “torpe” dicción del castellano, su “pereza” secular, su “credulidad” risible,… Nada más alejado de la “cultura nacional”, construcción artificial desde la que se legitima el Estado Moderno, que el apego al poblado, la fidelidad a la comunidad, la identificación “localista” de las etnias originarias, enemigas casi milenarias de toda instancia estatal fuerte y centralizada, como señalara J. W. Whitecotton.
La Escuela habrá de hallarse muy en su casa ante este litigio entre contendientes disparejos, habrá de sentirse muy útil enfrontilando al más débil, pues para ese género de “trabajos sucios” fue inventada…

4) Se parte de una lectura previa, occidental, de las otras culturas, siempre simplificadora y a menudo tergiversadora. Late en ella el complejo de superioridad de nuestra civilización; y hace patente la miopía, cuando no la malevolencia, de nuestros científicos y expertos. No es “la Cultura” la que circula por las aulas y recala en la cabeza de los estudiantes; sino el resultado de una “discriminación”, una inclusión y una exclusión, y, aún más, una posterior re-elaboración pedagógica y hasta una deformación operada sobre el variopinto crisol de los saberes, las experiencias y los pensamientos de una época (conversión del material en “asignaturas”, “programas”, “libros”, etc.). El criterio que rige esa “selección”, y esa “transformación” de la materia prima cultural en discurso escolar (‘currículum’), no es otro que el de favorecer la adaptación de la población a los requerimientos del aparato productivo y político vigente –vale decir, sancionar su homologación psicológica y cultural…
Hay, por tanto, como ha señalado F. González Placer, un conjunto de “universos simbólicos” (culturales) que la Escuela tiende a desgajar, desmantelar, deslegitimar y desahuciar, como, por ejemplo, el de las comunidades indígenas latinoamericanas, el del pueblo gitano, el del subproleariado de las ciudades, o el arrostrado en Europa por la inmigración musulmana,…
Con el patrimonio cultural de los pueblos indios, la Escuela intercultural latinoamericana solo podría hacer dos cosas, como ya he apuntado: desoírlo, ignorarlo y sepultarlo mientras proclama cínicamente su voluntad de protegerlo; o “hablar en su nombre”, subtitularlo interesadamente, esconder sus palabras fundadoras y sobrescribir las adyacentes, sometiéndolo para ello a la selección y deformación sistemáticas inducidas indefectiblemente por la estructura didáctico-pedagógica, currícular y expositiva, de la Escuela moderna… Por último, ‘ofertaría’ ese engendro –o casi lo ‘impondría’– a unos indígenas emigrados de sus comunidades y escolarizados que, normalmente, manifiestarían muy poco interés por toda remisión a sus orígenes, una remisión interesada e insultante. En ocasiones, y en la línea de lo subrayado por D. Juliano, la cultura de origen se convierte en una jaula para el indígena que llega a la ciudad, un factor de enclaustramiento en una supuesta “identidad” primordial e inalterable. Actúa, por debajo de esta estrategia, un dispositivo de clasificación y jerarquización de los seres humanos…

5) En la práctica, la Escuela “trata” la Diferencia, con vistas a la gestión de las subjetividades y a la preservación del orden en las aulas (J. Larrosa). El estudiante ‘extraño’ es percibido como una amenaza para el normal desarrollo de las clases; y por ello se atienden sus señas culturales, su especificidad civilizatoria -para prevenir y controlar sus manifestaciones disruptivas. La hipocresía y el cinismo se dan la mano en la contemporánea racionalización “multiculturalista” de los sistemas escolares occidentales. J. Larrosa ha avanzado en la descripción de esa doblez: “Ser ‘culturalmente diferente’ se convierte demasiado a menudo, en la escuela, en poseer un conjunto de determinaciones sociales y de rasgos psicológicos (cognitivos o afectivos) que el maestro debe ‘tener en cuenta’ en el diagnóstico de las resistencias que encuentra en algunos de sus alumnos y en el diseño de las prácticas orientadas a romper esas resistencias”. En países como México, donde porcentajes elevados de estudiantes, por no haber claudicado ante la ideología escolar y por no querer “implicarse” en una dinámica educativa tramada contra ellos, son todavía capaces de la rebeldía en el aula, del ludismo, del disturbio continuado, etc., estas tecnologías para la atenuación de la “resistencia, del atributo psicológico inclemente atrincherado en alguna oscura región del carácter, cobran un enorme interés desde la perspectiva de los profesores y de la Administración…
La “atención a la diferencia” se convierte, pues, en un sistema de adjetivación y clasificación que ha de resultar útil al maestro para vencer la ‘hostilidad’ de éste o aquél alumno, de ésta o aquella minoría, de no pocos indígenas y demasiados subproletarios. Más que ‘atendida’, la Diferencia es tratada -a fin de que no constituya un escollo para la normalización y adaptación social de los jóvenes. “Disolverla en Diversidad”: eso se persigue…
Las Escuelas del “multiculturalismo” atienden la Diferencia en dos planos: un trabajo de superficie para la ‘conservación’ del aspecto externo de la Singularidad -formas de vestir, de comer, de cantar y de bailar, de contar cuentos o celebrar las fiestas,…-, y un trabajo de fondo para aniquilar sus fundamentos psíquicos y caracteriológicos -otra concepción del bien, otra interpretación de la existencia, otros propósitos en la vida,… La “apertura del currículum”, su vocación ‘interculturalista’, tropieza también con límites insalvables; y queda reducida a algo formal, meramente propagandístico, sin otra plasmación que la permitida por áreas irrelevantes, tal la música, el arte, las lecturas literarias o los juegos -aspectos floklorizables, museísticos… Y, en fin, la apelación a la “comunicación” entre los estudiantes de distintas culturas reproduce las miserias de toda reivindicación del diálogo en la Institución: se revela como un medio excepcional de ‘regulación’ de los conflictos, instaurado despóticamente y pesquisado por la ‘autoridad’, un ‘instrumento pedagógico’ al servicio de los fines de la Escuela…
Todo este proceso de “atención a la diferencia”, “apertura curricular” y “posibilitación del diálogo”, conduce finalmente a la elaboración, por los aparatos pedagógicos, ideológicos y culturales, de una identidad personal y colectiva, unos estereotipos donde encerrar la Diferencia, “con vistas a la fijación, la buena administración y el control de las subjetividades” (J. Larrosa). El estereotipo del “indio bueno” compartirá banco con el estereotipo del “indio malo», en esta comisaría de la educación vigilada y vigilante. El éxito de la Escuela multicultural en su ofensiva anti-indígena dependerá del doble tratamiento consecuente… De este modo, además, se familiariza lo extraño (“la inquietud que lo extraño produce -anota el autor de ¿Para qué nos sirven…?- quedaría aliviada en tanto que, mediante la comprensión, el otro extranjero habría sido incorporado a lo familiar y a lo acostumbrado”) y nos fortalecemos, consecuentemente, en nuestras propias convicciones, dictadas hoy por el Pensamiento Único.

Sucediendo al “asimilacionismo clásico” (que, en tantos países de América Latina, valga el ejemplo, no modificaba los ‘currícula’ a pesar de la escolarización de los indígenas; y situaba su horizonte utópico, su límite programático, en la organización de ‘clases particulares de apoyo’ o ‘programas complementarios de ayuda’, etc., sin alterar el absoluto eurocentrismo de los contenidos, ‘idénticos’ y ‘obligatorios’ para todos), tenemos hoy un “asimilacionismo multiculturalista” que produce, no obstante, incrementando su eficacia, los mismos efectos: occidentalización y homologación psicológico-cultural por un lado, y exclusión o inclusión socio-económica por otro…

Desmitificado, el multiculturalismo se traduce en un asimilacionismo psíquico cultural que puede acompañarse tanto de una inclusión como de una exclusión socio-económica. El material humano psicológica y culturalmente ‘asimilado’ (diferencias diluidas en diversidades) puede resultar aprovechable o no-aprovechable por la máquina económico-productiva. En el primer caso, se dará una “sobre-asimilación”, una “asimilación segunda”, de orden socioeconómico, que hará aún menos ‘notoria’ la “diversidad” arrastrada por el inmigrante (asunción de los símbolos y de las apariencias occidentales). En el segundo caso, la asimilación psicológico-cultural se acompañará de una segregación, de una exclusión, de una marginación socio-económica, que puede inducir a una potenciación compensatoria -como “valor refugio”, decía D. Provansal- de aquella ‘diversidad’ resistente (atrincheramiento en los símbolos y en las apariencias no-occidentales, a pesar de la sustancial y progresiva ‘europeización’ del carácter y del pensamiento).

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 15 de setiembre de 2018
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

BIO-POÉTICA DE LA LUCHA

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF) with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on junio 2, 2018 by Pedro García Olivo

De delantales, caníbales y “trabajadores de la educación”

1.
LE DIJERON DEMASIADAS COSAS, PERO NO LE HABLARON DEL DELANTAL

Le dijeron que el sentido de la vida era el trabajo, pero él no le encontró sentido a su vida hasta que dejó de trabajar.

Le dijeron que en la Escuela se enseñaba y se aprendía, pero las cosas realmente importantes él las aprendió fuera de la Escuela y lo que enseñó en ella fue solo sumisión y adaptación al infierno de lo social.

Le dijeron que la política podía cambiar el mundo, pero él, para cambiar de verdad “su” mundo, tuvo que dar la espalda a la política.
Le dijeron que el amor apasionado, romántico, era terrible y podía llevar al asesinato del ser amado, pero él, que amaba con pasión, no sentía el menor deseo de dañar a quien estimaba y le daba igual que lo tacharan, a propósito, de romántico.

Le dijeron que las tareas domésticas eran feas, esclavas, indeseables, pero él empezó a disfrutar el día en que aceptó limpiar la casa para sus gentes queridas, procurarles alimentos, cocinar para ellas, cuidarlas, sobre todo cuidarlas.

Lo que no le dijeron es que, cuando fríes en la cazuela, el aceite salta y te puede manchar la ropa, en particular las mangas. Y aprendió entonces, fuera del trabajo y de la escuela, por amor y para seguir cuidando de los suyos sin echar a perder por eso toda su escasa vestimenta, a colocarse un delantal sobre el pecho, aunque terminara pareciendo no sé qué cosa.

Nunca le dijeron que la libertad podía llevar delantales…

2.
EL FACTOR CANÍBAL
(Pinceladas sueltas desde un otoño en Argentina)

Me dice la señora que, para evitar el asalto de su tienda, tiene que pagar una cantidad mensual a la Policía. También me explicó que los ladrones son niños que acabaron en las comisarías y fueron obligados, por la Policía misma, a robar en las tiendas. Los polis recaudan por “proteger” a los comerciantes de los menores apresados que convirtieron en atracadores. Luciano Arruga se negó y fue asesinado por los Defensores del Orden… Canibalística de las gentes armadas al servicio del Estado…

Subes a un bus y el conductor decide si debes pagar o no por el trayecto. Sus amigos no pagan, las personas por las que siente simpatía o interés tampoco. Los demás sí, todos y siempre. A las gentes, en su mayoría, no les parece mal que esto sea así: están acostumbradas. Procuran, más bien, caerles en gracia a los chóferes, para viajar también gratis. Canibalística de las gentes desarmadas que reclaman servicios al Estado…

Varios niños secuestrados en los últimos días en la circunscripción de Haedo. Se dice que para el tráfico de órganos, la explotación laboral o la prostitución. Son conocidos los vehículos de los raptores: Ada y yo vimos uno de ellos circulando por nuestra calle. Un auto destartalado, con plástico negro en el lugar de una de las ventanas, conducido por un tipo de aspecto casi tan devastado como devastador. Me asusté, la verdad, aunque mis órganos no sirvan ya a ese mercado, poco pueda dar mi cuerpo para la explotación del trabajo y nadie pagaría ni un céntimo por un prostituto tan risible. Canibalística de las gentes armadas o desarmadas que obtienen ingresos, o se labran un trono, aparentemente por fuera del Estado.

Mujeres con miedo, más que justificado, a caminar solas por las noches. Las cifras de las violaciones, de los femicidios, son escandalosas. Y es que son demasiados los varones que se prodigan a cada minuto en todas las gestualidades de la “hombría”, de la “virilidad”, de la perpetuación del “machismo”. Muchos andan de un modo que a mí se me antoja grotesco, como si les pesaran las extremidades inferiores y tuvieran que señalar con el bajo vientre la dirección de sus pasos. Canibalística de género.

Hay personas, por la ciudad, que llevan “uniforme”. Quienes se dedican a la enseñanza primaria, a menudo. También los ejecutivos y los funcionarios de alto rango, con sus trajes de chaqueta. Los albañiles, los mecánicos, los carniceros… no caminan por las vías públicas centrales, si pueden evitarlo, con la ropa de trabajo. Es como si a estos les avergonzara manifestar lo que hacen y a aquellos les gustara exhibirlo. Descuartizar una vaca está peor visto que descuartizar a un alumno. Pero todos quieren disfrutar de un asado… Canibalística jerarquizante.

Se vota al fascismo neoliberal, y se vota en masa, agradeciéndole su apuesta descarada por el mundo de la Empresa, por las inmundicias del Capital.

Argentina caníbal allí donde Europa también lo es, si bien por vías disimuladas, no tan obscenas, me hallo persuadido de que aún más temibles.

3.
MENTIRAS AMBULANTES, ESOS PRETENDIDOS “TRABAJADORES DE LA EDUCACIÓN”

Está bueno esto de trabajar en la Universidad. Lo tuve entre ceja y ceja durante muchos años y al final lo conseguí. Está bueno porque cobro bastante y no trabajo tanto. Además, laboro a cubierto, a salvo del clima y de los rigores de la intemperie. Y está bueno porque las gentes me miran de un modo especial, casi con respeto, como si yo fuera, en algún sentido, mejor que ellas. Y a mí eso me gusta…

Está bueno, pero podría estar mejor. Para que esté mejor haremos huelgas docentes pidiendo el aumento de nuestras remuneraciones y otras ventajas corporativas. Y diremos que, al mirar de esta forma egotista nuestros bolsillos y defender airadamente nuestros intereses particulares, estamos dando un “ejemplo” de lucha a la sociedad; les diremos que “enseñamos” incluso cuando faltamos al aula. Pareceremos semi-dioses…

Estará cada vez mejor, pero nos está faltando una cosa: a los que venimos de la izquierda no nos gusta que nos sugieran que, trabajando para el Estado, servimos a la Opresión. Nos hace falta un discurso racionalizador de nuestra práctica, justificativo de nuestra situación de privilegio; y se lo pedimos a gentes que comparten nuestro estilo de vida y nuestras ambiciones.

Estas gentes DIRÁN que somos “trabajadores”, “trabajadores de la educación”; y que, por tanto, estamos del lado de la fracción social explotada a la que incumbiría, cuando tome consciencia de su situación material y de su rol histórico, cambiar el mundo en beneficio de todos. Somos casi “proletarios de la enseñanza”, con nuestros sindicatos y nuestras reclamaciones laborales, como todos los obreros. Dirán que ya no somos “apóstoles”, “predicadores”, “domesticadores”, etc., sino valedores de la Crítica y sustentadores de la esperanza revolucionaria.

Estas gentes NO DIRÁN que, según Marx, “el Estado de una sociedad dividida en clases es el Estado de la clase dominante”, por lo que todos aquellos que “trabajan” para el Estado lo hacen en realidad para la clase dominante. No dirán que somos “funcionarios”, el factor carnal de esos “aparatos ideológicos del Estado” imprescindibles, como recordaba otro marxista, apellidado Althusser, para reproducir el Capitalismo. No nos remitirán a aquellas hermosas palabras redactadas por un marxista encarcelado (los días en que el marxismo era un peligro y podía llevarte al presidio ya pasaron: ahora, en América Latina, el marxismo te lleva a la Universidad y a veces incluso al Gobierno), el italiano Antonio Gramsci, para quienes los docentes ejercían, lo admitan o no, de “funcionarios del consenso”.

NO DIRÁN que, más allá de ese “reduccionismo economicista” desde el que se amparan (hablándonos de “produccion social”, “excedente”, circulación de la “plusvalía”, etcétera), el perfil psico-político y la forma de cotidianidad que caracteriza a los profesores es, exactamente, la del “funcionario”, la de ese “envenenador de la existencia” en términos nietzscheanos. Aburguesados a más no poder, sus vidas son una muerte confortable.

NO DIRÁN, con J. Keane, que el colectivo socio-laboral que más ha matado, torturado, violentado, etcétera, a lo largo de los últimos siglos es precisamente el de los “empleados del Estado”, los “trabajadores públicos”, los “funcionarios”, entre los que se ubican los profesores.

Pero, digan lo que digan, callen lo que callen, prediquen lo que prediquen en las aulas, y aunque exijan a sus alumnos que, de alguna manera, hablen bien de ellos en sus ejercicios y exámenes, quienes por fortuna no somos profesores, o ya no somos profesores, sabemos, sin lugar a dudas, de qué lado están y de qué lado viven: son el Poder y viven del Poder, son Estado y son Capitalismo, son y viven como Mentiras Ambulantes.

Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
1 de junio de 2018

EN LOS TIEMPOS DE LA PROTESTA DOMESTICADA

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Crítica de las sociedades democráticas occidentales with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on abril 9, 2018 by Pedro García Olivo

El anarquismo existencial como resistencia sin reglas, disidencia creativa y poética de la lucha

(Charla-debate en C.A.S.O. «La Sala», Avellaneda 645, cerca de la estación de Caballito, Buenos Aires)

El panorama de la contestación social y política en las sociedades democráticas contemporáneas es, literalmente, desolador.

Se reivindica lo que el Sistema está dispuesto a conceder, lo que de hecho anhela establecer, si bien prefiere que se lo pidamos acaloradamente: aumentos de sueldo, privilegios corporativos, servicios públicos, reformas bienestaristas, regulación de la vida,…

Se protesta a la manera que la Administración diseñó para gestionar desobediencias y permitir a las gentes desahogar su indignación con menos peligro que cuando pasean los domingos por el parque.

Se acude a todas las misas, a todas las homilías, a todos los rituales de la Consciencia Comprometida; y luego se regresa al puesto de adaptación social, para reproducir de modo optimizado, mediante la servidumbre voluntaria y el consumo masivo, aquello que se deniega cínicamente en las pancartas de las manifestaciones legales y de las huelgas autorizadas.

Se esgrimen discursos del siglo XIX o de la primera mitad del XX, contra una represión que ya ha contemplado escenarios para el siglo XXII…

Cansino, aburrido, hastiante, empobrecedor, auto-justificativo, fuera del tiempo y de la realidad, ese horizonte de la protesta domesticada, alimentado por los patetismos de la militancia y del doctrinarismo, aparece hoy como un recurso más para la consolidación del Demofascismo, como una herramienta entre otras para el fortalecimiento del fascimo de las democracias, que moviliza inquisitivamente a las poblaciones.

Ya es hora de dejar de seguir recetas teóricas, instrucciones para la desobediencia civil, manuales para la lucha “políticamente correcta”; basta ya de lavarnos las manos de la complicidad y de la culpabilidad políticas con el agua y jabón de las convocatorias narcisisto-progresistas y los eventos venales del marketing “alternativo”. Si no se reinstala la creatividad, la imaginación, la fantasía, el juego, el don recíproco, lo gratuito, la poesía y la locura extraordinaria en el seno de la resistencia contra lo establecido, podemos morir de repetición, fosilizándonos en las eucaristías del izquierdismo tontorrón, como quiere la lógica de la conflictividad conservadora.

Sobre ese telón de fondo, pretendemos resaltar el alcance y la belleza del anarquismo existencial, espiritual, no doctrinario. Encontramos ahí un surtidor de inspiraciones para desarreglar el espectáculo amañado de la oposición política bajo las democracias y avanzar por vías, individuales y colectivas, de desistematización y de auto-construcción ética y estética para la lucha. Porque, domesticada, la protesta de nuestros días se ha resuelto en una forma de religiosidad laica, de fundamentalismo esquizoide para la reproducción social.

“La vida es la ocasión para un experimento”, un experimento de rebeldía que empieza por la re-invención de nuestra propia cotidianidad, por la escultura artística de nuestros días y de nuestras noches. Para ello, hay mucho que recuperar, que re-crear, en los bio-textos de aquellas personas existencialmente anarquistas, espiritualmente libertarias, que supieron enfrentarse a la “vida predestinada», a la existencia estándar que la Sociedad les proponía. Para nada “modelos” y nunca “ejemplares”, estos hombres y estas mujeres nos arrojaron perspectivas motivadoras, sugerentes, disparadoras de nuestra capacidad de análisis y de auto-crítica. Porque, desde que el marxismo se rebajó a aquel “matrimonio de conveniencia” con la axiomática del Capital y del Estado, convirtiéndose en el aliado de fondo de la opresión, correspondió a las tradiciones anarquistas no-dogmáticas mantener en alto el puño cerrado de la disidencia.

Estos son algunos de los temas que, de la mano de Bakunin, ese incansable filósofo activista; del príncipe Kropotkin y del perro Diógenes; de Villón el Golfo y de Artaud el Surreal; de Borrow y de Poe, niños extraños, inusitados, y escritores inquietantes más tarde; de Valle-Inclán, de Vigó, de Baroja, de Gide; del Conde de Lautréamont y de Genet, malditos con aroma de santidad; de Van Gogh el Inolvidable y de De Quincey, orgulloso comedor de opio; de los presos de Fontevrault y de Roscigna, el genial expropiador argentino; de Pierre Riviére, un asesino brillante que se burló de los jueces y de los psiquiatras; de Lou Salomé, discípula de Freud que nos previno enseguida contra el psicoanálisis; de Nietzsche, el viejo martillo martilleado por la vida; de Wilde el Paradójico; de la Borten y de la Rosas, luchadoras indoblegables; de Sade y Sacher-Masoch, padres respectivos del sadismo y del masoquismo, mucho más honestos de todas formas que nosotros, los occidentales, sadomasoquistas de incógnito; de los mayas mesoamericanos y de los Igbo, ocho millones de indígenas africanos viviendo hasta no hace mucho sin Estado; de los gitanos antiguos que tanto estimo y de los pastores tradicionales entre los que me conté; de Philipp Mainländer, el filósofo de la «voluntad de morir» que se suicidó muy joven, al día siguiente de publicar su primer y último libro, titulado significativamente «Filosofía de la Redención», etcétera; mi querida familia intelectual, a fin de cuentas, evocada en un perfecto desorden; estos son, decía, algunos de los asuntos que abordaremos el próximo sábado en C.A.S.O. “La Sala”, a partir de las seis de la tarde, en el marco de las “Jornadas Anárquicas” de Buenos Aires.

Pedro García Olivo
pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 9 de abril de 2018

¿SE INVENTÓ EL AMOR PARA SOPORTAR EL TRABAJO?

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Uncategorized with tags , , , , , , , , , , , , , on marzo 30, 2018 by Pedro García Olivo

“¿Se inventó el amor para soportar el trabajo?”, me preguntó mi compañera bien temprano, mientras la acariciaba. Ella enseguida partiría para la Escuela, y yo en un instante empezaría a ocuparme de las tareas llamadas “domésticas” (limpiar, lavar ropas, cocinar,…).

Desconcertado por esa forma suya de decir lo que no se espera, no supe qué alegar.
Pasó un tiempo, limpié la casa, lavé, cociné; y ahora, por fin, me llega la respuesta:

“Estrella, el amor es casi lo único que no se inventó. Se inventó el trabajo, se inventó la Escuela, se inventó la propiedad privada, se inventó el Estado, incluso se inventó la Clase Trabajadora. Pero el amor verdadero, que ya solo se da entre los pobres y entre los perdidos, entre los marginales y los erráticos, entre gentes como nosotros, no necesitó ser inventado. Estaba en la naturaleza de los animales humanos.
Ahí también estaba el odio…

¿Me preguntarás algún día si el odio se inventó para escapar del trabajo?
No lo harás, porque ya conoces mi respuesta: capaz del amor, necesitado del amor, dependiente del amor, amo y amo y amo el odio. Odiar desde las vísceras todo aquello que merece ser odiado es la expresión máxima del amor y el refugio último de la libertad.

Pedro García Olivo
www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 30 de marzo de 2018

LOCURA EXCEPCIONAL Y ORDINARIA LOCURA

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF) with tags , , , , , , , , , , , , , on marzo 25, 2018 by Pedro García Olivo

¿Una “locura excepcional” que clava sus dientes en la “locura ordinaria” de las gentes que se proclaman cuerdas? Porque, desde cierto punto de vista, no hay mayor demencia que la de una Civilización que ha puesto en jaque mate a la biosfera, a los pueblos que se atrevían a afirmarse como diferencia, a los individuos revueltos contra la muy administrada “sistematización” de sus días…

Mi amigo Juan Contreras Figueroa escribiendo, desde el izquierdismo racional, contra Víctor Araya, mi “alter ego», persona de la sin-razón desistematizadora… Fragmento de El espíritu de la fuga, novela en elaboración desde hace un cuarto de siglo.

 

LOCURA EXCEPCIONAL Y ORDINARIA LOCURA

‭ ¿Está loco Víctor Araya‭? ‬Son muchas las personas que así lo consideran‭; ‬y,‭ ‬ciertamente,‭ ‬él ha dado motivos para suscitar la duda sobre su salud mental…‭ ‬Significativamente,‭ ‬mi amigo casi nunca se ha defendido de esa imputación.‭ ‬Solo en una ocasión,‭ ‬registrada en‭ ‬Un trozo…,‭ ‬se revolvió iracundo contra quienes lo estimaban‭ “‬demente‭”‬:

‭»Por fin se ha dado curso al Informe autojustificativo que escribí un día‭ ‬“Para uso de Inspectores y otros policías de la Enseñanza‭”‬.‭ ‬Saltaron los padres,‭ ‬y encontraron el apoyo de buena parte del profesorado conservador.‭ ‬Desconcertada la Inspección,‭ ‬me convoca a una reunión ante las figuras represivas del Director y del Jefe de Estudios.‭ ‬Percibo ahí la señal de mi peligrosidad.‭ ‬Y no voy a desaprovechar la ocasión…‭ ‬Se me acusa de atentar contra los principios religiosos,‭ ‬de desatender mis obligaciones docentes y tutoriales,‭ ‬de no seguir el temario y desvirtuar el sentido de las calificaciones,…‭ ‬Sobre todo,‭ ‬se duda de mi salud mental.‭ ‬“No soy yo el loco,‭ ‬vosotros sois los necios‭”‬:‭ ‬así responderé,‭ ‬a la menor insinuación».

‭ ‬Dejando a un lado esa excepción,‭ ‬Víctor ha admitido,‭ ‬en casi todas sus obras,‭ ‬las estrechas y ambiguas relaciones que mantiene con la locura.‭ ‬En‭ ‬La Carta Extraviada abordó esta cuestión de un modo franco y certero:

‭»Entre la razón y la locura hay un tabique muy fino.‭ ‬Nunca me importó estar de un lado o de otro.‭ ‬A menudo,‭ ‬me he sentido exiliado de ambos mundos.‭ ‬Pertenezco al reino de los que,‭ ‬sin estar locos,‭ ‬no pudieron ser cuerdos».

‭ A Araya no le importaba que lo consideraran‭ “‬loco‭”‬,‭ ‬porque lo que él despreciaba,‭ ‬lo que él combatía,‭ ‬aquello de lo que huía conscientemente,‭ ‬era lo que comúnmente se conoce como‭ “‬normalidad‭”‬,‭ ‬como‭ “‬equilibrio mental‭”‬,‭ ‬como‭ “‬cordura‭” ‬—aquello que,‭ ‬invirtiendo los términos,‭ ‬él designaba‭ “‬ordinaria locura‭”‬:‭ ‬la‭ ‬ordinaria locura de las gentes que se consumen en las mazmorras del trabajo,‭ ‬que no saben disfrutar si no es‭ “‬consumiendo‭”‬,‭ ‬que fundan familias como por inercia,‭ ‬se encadenan a sus propiedades y a sus signos de poder,‭ ‬y pasan por la vida sin dejar otro rastro que el de las pisadas de una oveja en medio de las pisadas de todo el rebaño.‭ ‬Esta‭ “‬ordinaria locura‭” ‬de los‭ ‬trabajadores-esposos-padres-propietarios,‭ ‬de los buenos ciudadanos demócratas‭ ‬también,‭ ‬fue señalada por Víctor en todos y cada uno de sus textos‭ (‬recuerdo,‭ ‬por cierto,‭ ‬el título,‭ ‬muy elocuente,‭ ‬de una de sus composiciones:‭ ‬“La Razón de un lado,‭ ‬de otro la Dicha‭”‬); y de ella procuró defenderse,‭ ‬inmunizarse,‭ ‬permanecer siempre a salvo.‭ ‬Ordinaria locura de los empleados,‭ ‬de los funcionarios,‭ ‬de los profesores…‭

Contra esta‭ “‬locura de todo el mundo‭”‬,‭ ‬Víctor Araya no encontró mejor antídoto que la protección y el mimo de sus extravagancias,‭ ‬de sus rarezas,‭ ‬de su carácter‭ “‬descentrado‭” (‬la expresión es suya‭)‬,‭ ‬de sus innumerables manías,‭ ‬de su‭ ‬singularidad,‭ ‬en suma.‭ ‬Ya en‭ ‬Un trozo…,‭ ‬hablando de sí como de un extraño,‭ ‬sugiere que esa‭ ‬defensa del‭ “‬desajuste‭” ‬de su personalidad ha de convertirse en la bandera de toda su existencia:

‭»‬Aún así,‭ ‬aquella habitación le permitió mantener la extravagancia natural de los solitarios hasta casi la frontera de la madurez impuesta o,‭ ‬por lo menos,‭ ‬ahuyentó de su carácter las secuelas de esa juventud policial tan devastadoramente implicada en el exterminio de la voluntad de diferencia.‭ ‬Y hoy,‭ ‬a sus veintiséis años,‭ ‬puede todavía demorarse ante la encrucijada que el destino levanta para los extraviados de la senda de la madurez.‭ ‬O bien insistir en el intercambio y en la promiscuidad social,‭ ‬aprovechando la temible eficacia subyugadora de su descentrada subjetividad‭ ‬–con lo que se labraría toda una historia de almas rendidas y cuerpos abiertos.‭ ‬O bien evitar de nuevo la compañía del rebaño,‭ ‬y la asistencia del rebaño,‭ ‬para preservar el desajuste actual de su personalidad y arrojarse una vez más al desgarramiento indefinido de la escritura‭ ‬–el mejor modo de hacerse amar por su viejo inspirador:‭ ‬Yo amo‭ ‬a quien quiere crear por encima de sí mismo,‭ ‬y por ello perece‭”.

Un poco más arriba,‭ ‬en ese escrito‭ (‬que tituló‭ “‬La habitación‭”)‬,‭ ‬explica,‭ ‬además,‭ ‬cómo se forjó ese carácter‭ ‬descentrado,‭ ‬esa personalidad‭ ‬desajustada,‭ ‬aquel ingreso en el‭ “‬reino de los que,‭ ‬sin estar locos,‭ ‬no pudieron ser cuerdos‭”‬:

‭»‬Como no había conocido las ruinas de la juventud,‭ ‬pudo conservar el espíritu de la niñez hasta casi el mediodía mismo de su vida‭ ‬–la pendiente hacia los treinta años.‭ ‬Como nunca se había abierto a los demás,‭ ‬pudo sorprender más tarde a los extraños con la riqueza insospechada de un mundo interior forjado al fuego de la más salvaje de las soledades.‭ ‬Y se movió entonces entre sus conocidos con la cautivadora libertad de un ser desprovisto de intenciones,‭ ‬a salvo de cualquier proyecto y en plena deserción de todo lo que os amarra.‭ ‬Evadido de su propio futuro,‭ ‬sin horizonte ni esperanza,‭ ‬al margen de toda ilusión y ante la quiebra de sus últimos soportes,‭ ‬recuerda hoy su desconcertante adolescencia,‭ ‬jugando a encontrar la clave de un presente inusitado que no retrocedería a la hora de estrellarlo contra la pared de una escritura amenazante y,‭ ‬por lo mismo,‭ ‬tal vez impracticable.

‭ ‬Recuerda aquellos años de reclusión elegida en una vieja habitación,‭ ‬huyendo de la familia que lo perseguía al interior de la casa y de los amigos que no tenía pero que lo andaban buscando desde fuera.‭ ‬Largas tardes de verano inclinado sobre una mesa,‭ ‬escribiendo,‭ ‬como todavía hoy,‭ ‬acerca de la angustia‭ (“‬fértil,‭ ‬más vital que el hastío‭”) ‬y contra los cuerpos que lo rodeaban.‭ ‬Huir de los grupos,‭ ‬de las pandillas,‭ ‬de los bares,‭ ‬de las discotecas,‭ ‬de los cines,‭ ‬de las playas,…‭ ‬por no saber qué hacer con esa gente ni cómo comportarse a lo largo de todos esos ambientes.‭ ‬Solo hallaba seguridad en su oscuro cuarto.‭ ‬Nada sabía de las mujeres.‭ ‬En realidad,‭ ‬nunca había salido de las páginas de un libro,‭ ‬de las páginas de miles de libros.‭ ‬Y,‭ ‬por extraño que os parezca,‭ ‬la lectura,‭ ‬en lugar de aniquilar la inocencia de su niñez,‭ ‬le resguardó del peligro de la juventud culpable.‭ ‬Leía como un niño:‭ ‬es decir,‭ ‬leía en serio.‭ ‬Y así escribía,‭ ‬con la seriedad de los niños al jugar…‭ ‬Porque escribía,‭ ‬pudo mantener los ojos desesperadamente abiertos ante el horror.

Por más de una razón,‭ ‬debe estar agradecido a la segunda década de su vida.‭ ‬Podía permanecer encerrado frente a aquella mesa porque la realidad se encargaba de buscarlo,‭ ‬e incluso de asediarlo,‭ ‬día tras día.‭ ‬Mientras quemaba su primera adolescencia,‭ ‬contempló el enloquecimiento de su madre y de uno de sus hermanos,‭ ‬la epilepsia galopante del menor y la depresión permanente de su padre.‭ ‬El mundo entraba en aquella casa ávido de dolor,‭ ‬y se cobraba la salud de los cuerpos que pululaban por los pasillos.‭ ‬Detrás de cada frase delirante de su madre latía toda la iniquidad,‭ ‬toda la verdad inadmisible,‭ ‬del Orden ante el que había sucumbido.‭ ‬Detrás del menor gesto alucinado de su hermano se dejaba ver la crueldad toda de una Sociedad represiva hasta la muerte.‭ ‬Detrás de la mirada apagada de su padre se escondía la antigua inmundicia de la Familia de siempre,‭ ‬como detrás de su andar fatigoso asomaba el disparate asesino del Trabajo alienado…‭ ‬No necesitaba nada más para saber que debía protegerse,‭ ‬ponerse a cubierto de un mundo que nunca sería el suyo.

‬Por otro lado,‭ ‬tampoco vivía absolutamente a salvo de las inclemencias del exterior:‭ ‬los cinco primeros días de cada semana,‭ ‬durante siete de los doce meses de cada año,‭ ‬consumía cerca de ocho horas por jornada en beneficio de la máquina escolar.‭ ‬De tanto deambular del brazo de la locura,‭ ‬su ánimo había adquirido esa peculiar disposición escéptica de los caminantes sin motivo y hasta sin camino.‭ ‬De ahí que desconfiara no menos de los‭ “‬luchadores‭” ‬empeñados en la reforma del aparato educativo que de los conservadores atrincherados en las posiciones de anteayer.‭ ‬Admiró,‭ ‬sin embargo,‭ ‬y cree hoy que tal vez llegó a envidiar,‭ ‬la combatividad gratuita de los guerrilleros ácratas de la contracultura.‭ ‬

Pero eran otros los puñales hambrientos de su carne,‭ ‬otra la cuchilla pendiente de su cuello y,‭ ‬por tanto,‭ ‬otros los remedios que debía buscar a tientas en la oscuridad del temor infranqueable.‭ ‬De todas formas,‭ ‬la exigencia de sus salidas diarias le sirvió también para comprobar la futilidad‭ ‬–y el peligro‭–‬ de la media docena de papeles dictados que regían las relaciones de los jóvenes de su edad.‭ ‬Continuaba resultándole tan absurdamente nociva la sucesión de poses y representaciones en que se fundaba aquel teatro,‭ ‬que anhelaba cada tarde el momento del encierro en la soledad de su cuarto como si de ello dependiera la conservación de su dudosa singularidad.‭ ‬Solo la sensación de autenticidad que le proporcionaba el hecho de no tener nunca nada que hacer allí para los ojos de los demás,‭ ‬lograba detener la escalada de su angustia.‭ ‬Y,‭ ‬pese a todo,‭ ‬sospecha hoy que ya por aquel entonces se miraba de arriba a abajo,‭ ‬de adentro a afuera,‭ ‬con los ojos de los demás y solo con los ojos de los demás:‭ ¿‬han existido alguna vez más ojos que los de los demás‭?».

Víctor tenía,‭ ‬pues,‭ ‬una consciencia muy exacerbada de su no-normalidad,‭ ‬de su in-ejemplaridad,‭ ‬de su‭ “‬locura‭” ‬—en la acepción‭ ‬simpática de la palabra‭—‬; e intuía que para no hundirse en la neurosis,‭ ‬para no arraigar en la depresión,‭ ‬para no volverse‭ “‬loco‭” ‬de verdad‭ ‬—ahora en la acepción‭ ‬dramática del término‭—‬,‭ ‬habría de defender con todas sus fuerzas aquel‭ “‬descentramiento‭”‬,‭ ‬aquel‭ “‬desajuste‭” ‬de su carácter,‭ ‬huyendo siempre de los lugares en los que la‭ ‬normalidad se fragua,‭ ‬se forja:‭ ‬los trabajos,‭ ‬las familias,‭ ‬los mercados,…

Araya,‭ ‬que había visto enloquecer a su madre y a su hermano,‭ ‬que en ocasiones se supo cautivo de la esquizofrenia,‭ ‬temía la locura‭; ‬y,‭ ‬de algún modo,‭ ‬se reconocía‭ “‬buscado‭” ‬por ella‭ (‬“la locura me persigue con pies de paloma‭”‬,‭ ‬le confesaba,‭ ‬por carta,‭ ‬a su amiga Isa…‭)‬.‭ ‬Y,‭ ‬vagamente,‭ ‬tendía a decirse a sí mismo que‭ “‬evitar el sufrimiento‭” ‬era la única prevención,‭ ‬la única vacuna,‭ ‬contra el virus de la enajenación mental.‭ ‬Daba así por supuesto que su sensibilidad era extrema,‭ ‬y que no debía exponerse a‭ ‬situaciones de dolor.‭ ‬De ahí la fuga,‭ ‬la ruptura,‭ ‬la huida…‭ “‬Huir,‭ ‬el arma‭”‬,‭ ‬apuntó en‭ ‬El irresponsable.

Subyace asimismo,‭ ‬a todo esto,‭ ‬un temor a‭ ‬contemplar la locura,‭ ‬a reconocerla en los demás,‭ ‬a ver cómo se apodera de los seres que estima.‭ ‬De Ana amó también,‭ ‬se podría decir,‭ ‬su irreductibilidad a la locura‭ (“‬Una mujer así,‭ ‬salta a la vista,‭ ‬jamás se volverá loca:‭ ‬eso me gustó de ella,‭ ‬desde el principio‭”‬,‭ ‬le confesaba a Fernando Hilador en‭ ‬La Carta…‭)‬.

¿Está loco Araya‭? ‬Padece,‭ ‬sin duda,‭ ‬una peculiar‭ “‬manía persecutoria‭”‬:‭ ‬se siente perseguido por la locura‭; ‬vive obsesionado con la idea de que puede enloquecer en cualquier momento,‭ ‬de que el mundo‭ ‬normal,‭ ‬la sociedad‭ ‬establecida,‭ ‬han sido elaborados para que él pierda,‭ ‬en su seno,‭ ‬la razón…‭ ‬Pero,‭ ¿‬es eso locura‭?

También es verdad que vive enclaustrado en un universo mágico,‭ ‬mítico,‭ ‬fantástico,‭ ‬diseñado a conciencia para no anhelar salir nunca de él:‭ ‬el universo de la Vida como Obra,‭ ‬del Suicidio Antiguo,‭ ‬de la Escritura como motor de la existencia,…‭ ‬Mas,‭ ¿‬es eso enfermedad‭?
¿Ha estado loco Araya‭? ‬Parece que sí,‭ ‬como casi reconoce en sus últimos escritos.‭ ‬Se diría que la esquizofrenia lo atenazó en su andadura docente,‭ ‬por los años de Orihuela.‭ ‬A ello se refiere,‭ ‬con interrogantes,‭ ‬en la‭ ‬Carta a Fernando…

‭ «‬¿Psicosis del combatiente‭? ¿‬Paranoia de la lucha que nunca acaba‭? ‬Esquizofrenia,‭ ¿‬pero de quién‭? ¿‬Del supuesto perseguido que persigue de verdad o del perseguidor desganado al que persiguen sin cuartel‭?». ‬

Y en‭ ‬El irresponsable,‭ ‬ya lo vimos,‭ ‬la esquizofrenia es concebida como una consecuencia indefectible de la lucha‭ ‬contra la Escuela y‭ ‬en la Escuela:‭ “‬La lucha política contra la Institución no puede concebirse al margen de un peligroso proceso esquizofrénico.‭ ‬El Irresponsable se reconoce como Esquizo‭ (…)‬.‭ ‬Sabe que la neurosis espera al reformista desilusionado y pese a todo inquieto,‭ ‬como la esquizofrenia aguarda al irresponsable que no quiere dejar de serlo‭”‬.

Un poco más arriba,‭ ‬en esta obra deshilvanada que me ha correspondido comentar,‭ ‬admitía ya sin reservas sus periódicas transacciones con la demencia:

«Es probable que,‭ ‬a lo largo de mi vida,‭ ‬haya entrado y salido varias veces por las puertas de la locura.‭ ‬No se vive mal en ella,‭ ‬pero solo a condición de desterrar toda compañía‭ ‬–licor exigente,‭ ‬el Desatino se saborea‭ “‬a solas‭” ‬o daña en profundidad.‭ ‬Uno se debe reconocer‭ “‬loco‭” ‬cuando experimenta las dudas del enloquecimiento o el filo de un dolor‭ ‬que sabe esconder su origen.‭ ‬La raíz de toda locura reside en la fragilidad‭ ‬–no poder soportar la vida que los otros viven,‭ ‬la vida que todo el mundo soporta.‭ ‬Pero ante una afección tan torturante no hay más cura que el escape,‭ ‬la fuga,‭ ‬el cambio de vida…‭ “‬Adaptarse‭” ‬es ya enloquecer‭ ‬–hundirse en la neurosis.‭ ‬Y‭ “‬huir‭”‬,‭ ‬instalarse al borde de la esquizofrenia:‭ ‬danzar sobre los derrocaderos de uno mismo,‭ ‬y no precipitarse».

‭ ‬¿Ha sido la locura lo que ha impulsado a Araya a‭ “‬desesperar‭”? ¿‬Ha perdido la cabeza y lo ha arrojado todo por la borda‭? ¿‬Está loco ahora mismo‭? ‬Yo creo que no,‭ ‬y a este punto pretendía llevaros…

‬Sostengo que,‭ ‬una vez más,‭ ‬ha sido el miedo a enloquecer,‭ ‬el pánico a la‭ “‬depresión‭”‬,‭ ‬lo que ha empujado a Víctor lejos de nosotros.‭ ‬Terror a la‭ “‬ordinaria locura‭” ‬de su vida‭ ‬normalizada‭ (‬trabajador,‭ ‬padre,‭ ‬esposo,‭ ‬propietario,…‭)‬,‭ ‬y también a la locura verdadera que el veía insinuarse bajo la capa del dolor,‭ ‬del sufrimiento nervioso de los últimos años‭ ‬—problemas en la relación con su compañera,‭ ‬precariedad económica,‭ ‬sugerencias de que debía‭ “‬reingresarse‭”‬,‭ ‬etc.‭ ‬Víctor ha querido salvaguardar,‭ ‬como antaño,‭ ‬el‭ ‬desajuste de su personalidad,‭ ‬el‭ ‬descentramiento de su carácter,‭ ‬protegerse de la‭ “‬homologación‭”; ‬y estará ahora mismo viviendo una vida incomprensible,‭ ‬inaudita,‭ ‬donde menos lo esperemos,‭ ‬en el lugar más absurdo.‭ ‬Y habrá deseado también conjurar el peligro de la depresión,‭ ‬de la locura,‭ ‬huyendo de las fuentes de su dolor,‭ ‬de las causas de su sufrimiento‭ ‬—la pareja,‭ ‬la familia,‭ ‬el enclaustramiento laboral,…

‬¿Será‭ “‬El‭ ‬espíritu de la fuga‭” ‬el aliento de un hombre que teme perder la razón,‭ ‬que considera‭ “‬ordinariamente loco‭” ‬a todo el mundo‭; ‬y que no halla otro modo de salvaguardar su salud,‭ ‬la‭ ‬cordura de su‭ “‬extraordinaria locura‭”‬,‭ ‬que redundar en la conmoción de la huida,‭ ‬en la ruptura traumática,‭ ‬en los desgarramientos del fugitivo‭? ‬

Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 25 de marzo de 2018

CREER

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Crítica de las sociedades democráticas occidentales with tags , , , , , , , , , , , , , on marzo 16, 2018 by Pedro García Olivo

Dejé de creer en las banderas
porque teñían de sangre el cielo
y las que más proclamaban libertades
más asesinaban.
No ondeo ninguna.

Dejé de creer en los libros
porque siempre mataban bellezas:
devastaban la capacidad hermosa de observar
sin conceptos ni velos de la teoría en la retina,
de pensar por uno mismo
y de aprender sin patrones.
Y porque muy a menudo mataban personas.
Cada día leo menos.

Dejé de creer en las patrias,
de tierra, de sangre o de papel;
mortíferas las de papel,
como la Biblia o El Capital;
oscuras las de la sangre
para lo bueno y para lo malo;
corrompidas ya las de la tierra.
No reconozco ningún ligamen.

Dejé de creer en mí,
dañado por el exceso de banderas que ondeé,
rojas, negras, rojas y negras;
por los libros que leí
y que me querían empujar;
por las patrias que elegí y que amé,
a veces tan solo por la necesidad de amar.
No me justifico, no me celebro,
no me aplaudo.

Cuando te conocí,
te soñé bandera hecha de viento y de noche,
bandera de nadie y de ninguna parte;
te soñé libro que no se lee,
con páginas en blanco
y otras que nadie entiende;
te soñé patria nómada, aerea, inconstante,
como los miedos o el deseo.

Después de conocerte,
volví a creer;
pero a creer ya solo en ti.

Pedro García Olivo
www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Buenos Aires, 16 de marzo de 20018

POCILGA LITERARIA

Posted in Activismo desesperado, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF) with tags , , , , , , , , , , , on enero 28, 2018 by Pedro García Olivo

Fragmentos en defensa de la no-escritura

1) Gracia de bufón
No espero nada de la literatura‭ ‬-a ella tampoco le cabe esperar mucho de mí.‭ ‬Me considero inmune a toda esa engañifa de‭ “‬la buena escritura‭”‬.‭ ‬La figura,‭ ‬clásica o moderna,‭ ‬del escritor de talento me parece odiosa‭ (‬y,‭ ‬a la vez,‭ ‬cómica,‭ ‬con un deje de patetismo que forma casi parte de su gracia de bufón‭)‬.‭ ‬Detesto el gran mundo corrompido de los autores de renombre casi tanto como el mundillo lastimero de los escritores en busca de prestigio.‭ ‬Me repele la idea de que pueda existir una crítica literaria que no mueva a risa y un mercado de la obra de arte que no atufe a pocilga.
Sin embargo,‭ ‬no escribo.

2) Bajarle Los Humos A La Literatura
No debo tener mucho que decir,‭ ‬ya que insisto una y otra vez en los mismos temas.‭ ‬Y acabo,‭ ‬al final,‭ ‬escribiendo lo mismo.‭ ‬La escritura desesperada se caracteriza por una absoluta pérdida de fe en sí misma.‭ ‬En este sentido,‭ ‬y por oposición a la escritura dominante‭ ‬-discurso satisfecho de sí,‭ ‬pagado de sí,‭ ‬inebriado de amor propio-,‭ ‬puede concebirse como‭ ‬no-escritura.‭
Ya no se presenta como llave de la verdad,‭ ‬ventana abierta a lo desconocido,‭ ‬a lo misterioso,‭ ‬instancia de revelación de la esencia de las cosas y de los hombres,‭ ‬exploradora,‭ ‬inquisitiva,‭ ‬indagante,‭ ‬luz que se arroja sobre alguna penumbra,‭ ‬sobre alguna oscuridad,‭ ‬mirada que escruta,‭ ‬que investiga,‭ ‬que descubre‭; ‬tampoco sitúa a su autor en un pedestal de talento,‭ ‬en una tarima del saber,‭ ‬en una cumbre de inteligencia o,‭ ‬al menos,‭ ‬de imaginación,‭ ‬administrador de la belleza,‭ ‬artífice del deleite de la lectura,‭ ‬encantador de serpientes,‭ ‬brujo,‭ ‬hechicero,‭ ‬mago,‭ ‬narciso pedantorro.‭
Desublimada,‭ ‬la escritura ya no espera nada de sí misma,‭ ‬y no tiene por qué hablar bien de su forjador.‭ ‬El escritor desesperado,‭ ‬consciente de su patetismo,‭ ‬de su flojera,‭ ‬hace lo que puede con los medios de que dispone,‭ ‬y no pretende grandes cosas.‭ ‬Nada tiene que enseñar a nadie,‭ ‬nada que hacer por nadie.‭ ‬Ni alumbra verdades,‭ ‬ni reparte placeres.‭ ‬Tampoco se ama a sí mismo a través del supuesto valor de lo que escribe.‭ ‬De hecho,‭ ‬la cuestión del valor le interesa aún menos que las expectativas penosas de los lectores.‭
Escribe por debilidad,‭ ‬por flaqueza,‭ ‬por no ser capaz de callar,‭ ‬acaso por alguna tara,‭ ‬alguna grave deficiencia de su carácter,‭ ‬por enfermedad,‭ ‬por propia miseria espiritual,‭ ‬por no tener nada mejor ni peor que hacer,‭ ‬por vicio,‭ ‬por estupidez,‭ ‬por cobardía.‭ ‬Y su escritura,‭ ‬que cuenta muy poco para él mismo,‭ ‬nada debe valer para el lector.
‭Como una piedra arrojada por una mano cualquiera, ahí están mis obras, perfectamente inútiles. Como un hombrecillo que trabaja para alimentar a su familia, y un día morirá y se acabará el hombrecillo, aunque no el trabajo ni la familia, aquí estoy yo, absolutamente irrelevante. Desesperado y feliz, sin nada que aportar a nadie, como un pastor arcaico en medio del monte contemplando sus ovejas; irrelevante e inútil, seguro de que no está en mi poder haceros daño, a salvo de influir sobre lectores aún más débiles que yo, incapaz de convenceros de nada; inservible, accidental como la circunstancia de haber nacido, vacío, ligero, hueco, hoja que arrastra el viento, con muy pocas mentiras a las que aferrarme, viviendo por instinto como los animales; hostil, odiador, enemigo.

3) Escribir Envilece,‭ ‬Degrada,‭ ‬Inmoraliza
Repelencia de escribir una novela,‭ ‬lo mismo que de obedecer.‭ ‬La escritura es obediencia.‭ ‬Qué bien entiendo ahora a Artaud,‭ ‬incapaz de escribir‭; ‬y a Bataille,‭ ‬incapaz de razonar.‭ ‬Qué bien me entiendo,‭ ‬incapaz de obedecer.‭
El gremio‭ ‬de‭ ‬los‭ ‬escritores tiende a sorprendernos con las más diversas fisonomías:‭ ‬rostros de amargura,‭ ‬de lucidez tópica,‭ ‬de cinismo facilón‭; ‬rostros de niños grandes,‭ ‬y de viejos prematuros‭; ‬rostros sesudos,‭ ‬rostros frívolos‭; ‬rostros de enigma prediseñado por la industria de la imagen,‭ ‬y también de fabricación propia,‭ ‬poco menos que‭ “‬casera‭”; ‬rostros de enloquecida cordura y otros de locura razonable,…‭
Pero nunca descubriréis,‭ ‬en ese círculo,‭ ‬una forma de mirar tan pura,‭ ‬limpia de interés y de ambición,‭ ‬unas facciones tan despejadas,‭ ‬grávidas de palpitante y desnuda quietud,‭ ‬que sugieran sencillamente‭ “‬libertad‭”‬.‭
En ningún momento produce un escritor la impresión de autonomía,‭ ‬de ese bastarse a sí mismo y ser capaz de prescindir de nosotros que delata al verdadero hombre libre.‭ ‬Acaso porque la escritura fue un engendro del mercado,‭ ‬bastarda de la tiranía‭; ‬o bien porque la auténtica libertad fructifica en el anonimato.‭ ‬Acaso porque todavía no conocemos lo que debe ser una escritura absorta en sí misma,‭ ‬pendiente sólo de sí misma.‭ ‬O,‭ ‬simplemente,‭ ‬tal vez porque el escribir envilece,‭ ‬degrada,‭ ‬inmoraliza.

4) Navíos Sin Destino
Hay otra cosa que me irrita de los escritores y,‭ ‬sobre todo,‭ ‬no soporto de mí mismo cuando escribo:‭ ‬el aire de suficiencia,‭ ‬la pose de sabiduría que acompaña a este ejercicio inútil del monólogo sobre el papel.‭ ‬Parece como si el hecho de que nadie pueda rebatirnos mientras escribimos engendre la ilusión de que nos hallamos realmente cerca de la Verdad,‭ ‬o de que nos distingue del común de las gentes cierta especie de talento,‭ ‬determinada agudeza de la mirada,‭ ‬alguna clase de brillo cuanto menos…‭
Esa ilusión despliega a su vez las velas de los‭ ‬navíos sin destino de la egolatría,‭ ‬la presunción,‭ ‬el narcisismo.‭ ¡‬Menudo tufo a vanagloria,‭ ‬el de cualquier escritor‭! ¡‬Cómo apesto‭!

5) Aunque Se Diga La Verdad,‭ ‬Esa Verdad Tiene Atadas Las Manos
Lo verosímil se mezcla en mi espíritu con lo inverosímil.‭ ‬Es mi pensamiento una tierra estremecida donde lo sostenible cohabita con lo insostenible.‭ ‬Capaz de ser frío,‭ ‬de pensar con gravedad,‭ ‬lo más serio que termino haciendo es desacreditarme a mí mismo y reírme de mis escasas y nada originales ideas.‭
Basilio,‭ quien fuera mi compañero en el pastoreo, ‬en cambio,‭ ‬se conserva de una pieza.‭ ‬Hombre antiguo,‭ ‬habla poco y como si en cada una de sus muy meditadas observaciones estuviera comprometiendo toda su dignidad como persona.‭ ‬No miente.‭ ‬No exagera.‭ ‬Hombre de palabra,‭ ‬su decir cuenta lo mismo que un documento ante notario:‭ ‬pesa todo lo que puede pesar un discurso ayuno de dobleces.‭ ‬Habla tal si,‭ ‬sobre el mármol,‭ ‬cincelara un epitafio.‭ ‬Su acento se asemeja al del aforismo,‭ ‬al de la sentencia.‭ ‬Y diría que sus frases se disponen como cielos de tormenta sobre un mar calmo de silencio.‭ ‬Despliega el mismo rigor ante cualquier asunto‭ ‬-ningún objeto de conversación que por un momento secuestra la atención de una persona le parece frívolo.‭ ‬Restituye así el verdadero sentido de la comunicación,‭ ‬su utilidad.‭ ‬E involucra todo su ser en la verdad de lo que dice.‭ ‬Compra y vende de palabra,‭ ‬y exige del otro la misma absoluta fiabilidad de que hace gala en sus tratos.‭ ‬Si una persona lo engañara,‭ ‬faltara a su palabra,‭ ‬hablara en broma sobre una cuestión para él decisiva o se contradijera a cada paso,‭ ‬Basilio la borraría por completo de su mundo,‭ ‬apenas sí recordándola como lo fastidioso de un mal sueño,‭ ‬un tropiezo irrelevante de la realidad.‭ ‬No entiende a los hombres que no están hechos de silencio y de renuncia.‭ ‬No comprende cómo se puede hablar sólo para llenar el hueco del tiempo.‭ ‬No sabe lo que es una conversación de circunstancias.‭ ‬Y no responde a todo el mundo:‭ ‬únicamente toma en consideración las interpelaciones de aquellos seres que le merecen respeto,‭ ‬que de alguna manera se han ganado el derecho a dialogar con él.‭ ‬Administra el lenguaje como si fuera un bien escaso y carísimo.‭ ‬No despilfarra expresiones.‭ ‬El peor defecto que sorprende en sus semejantes es que‭ “‬hablan demasiado‭”‬.‭ ‬Cuando se entabla con él una conversación,‭ ‬el ritmo no es el de la charla habitual:‭ ‬escucha atentísimo,‭ ‬como si le costara trabajo entender lo que se le dice‭; ‬inmóvil,‭ ‬casi hierático,‭ ‬medita después un rato ante su interlocutor‭; ‬finalmente,‭ ‬contesta,‭ ‬muy despacio,‭ ‬repitiendo dos veces su aseveración‭ ‬-diría que una para escucharse y otra para ser escuchado.‭ ‬Si supiera leer,‭ ‬odiaría la poesía,‭ ‬por lo que arrastra de afectación y empalago‭; ‬y detestaría la novela,‭ ‬por su sometimiento a la ficción.‭ ‬Si supiera leer,‭ ‬no leería.‭ ‬Se tiene la impresión de que para él la palabra es,‭ ‬muy concretamente,‭ ‬aquello que quizá siempre debió ser y hoy ya no está siendo:‭ ‬un instrumento,‭ ‬un medio,‭ ‬una herramienta de la necesidad…
‭Su concepción del lenguaje no deja así el menor resquicio ni para la demagogia, sobre la que se asienta el discurso político; ni para la seducción, en la que se basa la literatura. Se halla, por tanto, muy lejos de Artaud, que proponía “usar el lenguaje como forma de encantamiento”. La palabra, para él, como una romana, como un trillo, como la guadaña, sirve para lo que está hecha y nada más.
‭Quiero decir con esto que desliga el asunto del lenguaje del problema de la esperanza. El discurso político se fundamenta en la esperanza de que puede haber una “toma de consciencia”, una “conversión” del oyente -cierta eficacia sobre el receptor, que se vería impelido a obrar, impulsado a intervenir en la contienda social siguiendo una línea determinada. Proselitismo y acción corren de la mano en este caso. La palabra ha de convencer (“iluminar”) y empujar (“movilizar”). Sin la esperanza de ese efecto, el discurso político carece de sentido. Por añadidura, se deposita también la fe en la “verdad” del relato; se espera mucho de ese compendio de certidumbres que habría de rearmar la voluntad de progreso de la Humanidad. La crisis actual del relato de la Liberación, fundado según parece en una cadena de verdades irrebatibles, muestra el absurdo de esa doble esperanza. Operan fuerzas exteriores al lenguaje, independientes del discurso, capaces de aniquilar su supuesto potencial conscienciador y movilizador. Aunque se diga la verdad, esa verdad tiene atadas las manos; llegando al hombre, no le hace actuar. De ahí el fracaso de la demagogia, aún en su vertiente revolucionaria…
‭El discurso literario se apoya a su vez en una esperanza aún más vana: la de que exista una clave universal del disfrute y un criterio absoluto del valor. Y no merece la pena insistir en que eso que llamamos “arte”, engendro sospechoso de intelectuales, funciona y circula exclusivamente por canales de élite, diciendo poco o nada al público “no ilustrado”. Por otra parte, no contamos en modo alguno con la menor garantía de que la “buena literatura” (si la hay) sea la misma que se inscribe en la tradición culta, oficial, dominante. Cuestionada también la justificación del discurso de seducción, sólo le queda a la palabra la tarea humilde, deslucida, que le confiere Basilio: servir a los hombres en sus asuntos rutinarios. Y no cosquillearlos de placer o educarlos en no sé qué esplendentes verdades redentoras…
‭Desinflado, el lenguaje recupera su antiguo valor pragmático. Basilio habla para comprar, vender, cambiar, pedir o prestar auxilio. El resto de su vida se halla envuelto en el silencio. A mí me dirige la palabra como si me hiciera un favor. Y se rebaja a departir conmigo, patético charlatán sin cura, movido por un elemental sentido del socorro mutuo: hoy por hoy, ésa es la ayuda que recabo y que su humanidad no me niega. Si divaga ante mí, es por un problema mío de debilidad e inconsistencia.

6) Gran Odiador
Debo ser un charlatán,‭ ‬puesto que me encuentro tan a gusto entre las palabras.‭ ‬Un charlatán enfermizo,‭ ‬ya que,‭ ‬a la vez,‭ ‬las odio más que a nada en la tierra.‭ ‬Y nunca descarté la posibilidad de estar loco,‭ ‬pues hablo a solas,‭ ‬al vacío,‭ ‬ni siquiera a mí mismo.‭
Lo que menos soportaba de la Enseñanza no era el hecho de tener que tomar la palabra,‭ ‬sino la circunstancia de que esas palabras fueran inmediatamente oídas.‭ ‬Una de las cosas que más detesto de la literatura y su mundo es la existencia del lector.‭ ‬Me parecería perfecta si también ella hablara vacío.‭ ‬Nada tendría que objetar a una escritura que no se firmara,‭ ‬absolutamente anónima,‭ ‬y que permaneciera por completo a salvo de ser leída.‭ ‬Pero eso no es escribir.‭
Si no hay un hombre pedante,‭ ‬vanidoso,‭ ‬soberbio,‭ ‬que se mira sin descanso el ombligo,‭ ‬y otro encandilado,‭ ‬fascinable,‭ ‬disponible,‭ ‬que le profesa estúpida admiración‭ (‬todo admiración es estúpida‭)‬,‭ ‬y quiere también echarle un vistazo a ese ombligo ajeno,‭ ‬entonces no hay literatura,‭ ‬no hay escritura.‭
Por ello,‭ ‬lo mío,‭ ‬sin lector y con un autor que se desconoce,‭ ‬será siempre un‭ ‬no-escribir.‭ ¡‬Cuánto deberíamos aprender de esos escritores anónimos de libros que se han perdido‭! ‬Ellos son mis inspiradores.‭ ‬A ellos dedico esta no-escritura.
‭El pensamiento no es lo mío. No lo practico. Cojo y dejo las ideas como conversaciones de parada de autobús, y con tan poco respeto hacia su pretensión de verdad que a veces me hundo en la contradicción y en la incongruencia. Todas las teorías me seducen unos segundos, y después me cansan. Estoy harto, incluso, de este dar vueltas mío en torno al desesperar.
‭Mi odio al Estado no es una idea: es un sentimiento que me entró por lo ojos antes de que intentaran enseñarme a usar el cerebro. Mi odio a la burguesía es también un sentimiento, pero éste me entró por el sudor del cuerpo, mientras el sádico de mi primer patrón se echaba una siesta surestina delante mismo de nosotros, sus trabajadores adolescente, borrachos y extenuados. Mi odio a la cultura es biológico, una reacción del organismo al exceso de saberes que me han administrado hasta hacerme perder la inteligencia natural y el conocimiento espontáneo.
‭Y mi odio a la escritura puede tomarse como una manía de viejo chiflado que olfatea algo podrido allí donde otros aspiran no sé qué fragancia embriagadora. En otra parte hablé de “husmo”: hedor a carne en descomposición.
‭Fuera de esto (y dejando a un lado la repelencia que siento hacia el hombre; no ya odio, sino desprecio y asco), no hay en mí ninguna constancia, ninguna fijación de la reflexión, nada mental permanente. A menudo, me defino como un gran odiador, boca enemiga.

7) Tierras Casi Inhóspitas
Debo escribir por atavismo,‭ ‬ya que no creo en la literatura.‭ ‬Lo más importante de estos últimos años,‭ ‬en lo tocante a mi espíritu:‭ ‬ya no necesito preservar ante el espejo‭ (‬no sé si mío o de todo el mundo‭; ‬igual da si roto,‭ ‬empañado o deformante‭) ‬una imagen de mi vida digna y sin mácula.‭ ‬No me es preciso estar orgulloso de lo que hago.‭ ‬Ya no me empeño en mantener un buen concepto de mis obras.‭ ‬Desesperé.
Mi desesperación no provino de la experiencia de la derrota‭ ‬-nunca me sentí vencido.‭ ‬Nada tiene que ver con la amargura:‭ ¡‬soy tan feliz‭! ‬El modo mío de haber dejado de esperar se forjó en tierras casi inhóspitas,‭ ‬enemigas de lo abstracto y de lo ilusorio‭; ‬se fraguó con el descubrimiento conmocionante de extraños seres marginales y ante la turbadora lección de la muy inteligente vida animal.

8) Tan Sucia Poquita Cosa
Había decidido escribir una novela a propósito de un pastor antiguo.‭ ‬Acerca,‭ ‬también,‭ ‬de otros seres desconcertantes que merodean por las aldeas,‭ ‬diríase que escapados de la historia y de la racionalidad moderna.‭ ‬Pero la literatura es tan falsa,‭ ‬tan miope,‭ ‬tan lisa,‭ ‬tan sucia poquita cosa,‭ ‬que pronto desistí de empotrar a mi amigo en el tapial indecoroso de un relato de género…‭
Por otra parte,‭ ‬casi lo mismo que reprocho a la labor literaria afecta a su vez a los modos de nuestro raciocinio:‭ ‬no sé muy bien qué es lo que nuestra rotosa y mezquina Razón tiene que discernir en un hombre como ese cabrero,‭ ‬pero descubra lo que descubra,‭ ‬maquine en su contra lo que maquine,‭ ‬jamás le hará justicia ni tampoco el menor daño.‭ ‬Lo convertirá en un esquema casi abstracto,‭ ‬en un prototipo desangelado,‭ ‬en el blanco enorme de media docena de etiquetas desgastadas y devoradoras,‭ ‬arrojadas como dardos y perdidas por el camino,‭ ‬y nada más…‭
Intuyo,‭ ‬sin embargo,‭ ‬lo que mi vecino hace cada día con esa ínfima y polvorienta Razón:‭ ‬enlatarla en sus oxidados botes de conserva,‭ ‬con sumo cuidado,‭ ‬y dispersarla por la cambra para que se ocupen de ella la humedad y los roedores.

9) Tiempos Que Vivimos Sombríamente
Me había propuesto,‭ ‬alcanzado este punto,‭ ‬llevar a cabo una reflexión sobre el valor de la presente escritura en los tiempos que vivimos sombríamente.‭ ‬Pero mejor lo dejo para vosotros.‭ ‬La cuestión del valor permanece demasiado unida a la de la esperanza.‭ ‬No me interesa.‭ “‬Confieso que no tengo el concepto del valor de mis obras‭”‬,‭ ‬escribió Pessoa.‭ ‬Por mi parte,‭ “‬todo lo que he hecho a lo largo de mi vida ha sido perfectamente inútil‭; ‬no espero otra cosa de mi escritura‭”‬.‭ ‬Hay quienes escriben para la mayoría‭; ‬otros,‭ ‬para unos pocos‭; ‬algunos,‭ ‬para ellos mismos.‭ ‬Yo‭ ‬no escribo.‭ ‬Lo que sea esto,‭ ‬no vale ni para importunar al silencio.‭ ‬A mí no me sirve‭; ‬tampoco a vosotros.

10) Acto Sin Metáfora
La angustia de no saber qué escribir a continuación,‭ ‬como la de no prever qué ocurrirá el día de mañana,‭ ‬se disipa sola,‭ ‬sombra que borra la tormenta,‭ ‬diría que por un arrebato de este cerebro mío descentrado‭; ‬y nada en el párrafo que acabo de redactar resultaba‭ (‬al menos para mí‭) ‬previsible en la secuencia de textos que lo antecedía.‭
Por eso,‭ ‬en mi caso la escritura no evoca lo organizable de un periplo,‭ ‬una estancia en tierra extraña,‭ ‬esa administración de lo levemente inesperado en que se cifra el placer frío y desvaído del viajar.‭ ‬La concibo,‭ ‬mejor,‭ ‬como acto sin metáfora.‭ ‬En realidad,‭ ‬la escritura,‭ ‬para la que no hallo imagen,‭ ‬deviene muy nítidamente como alegoría‭ (‬única‭) ‬de mi vida.‭ ‬La‭ ‬escritura‭ ‬de‭ ‬mi‭ ‬existencia.‭

11) Decir Que Yo Era Uno De Los Medios De Que Disponía La Literatura Para Deshacerse,
Arma Con La Que Podría Suicidarse

A veces pienso que en este trabajo,‭ ‬como en la mayor parte de los anteriores,‭ ‬sólo abordo un tema,‭ ‬obsesión de fondo en relación con la cual todo es secundario,‭ ‬marco,‭ ‬aparejo,‭ ‬esqueleto:‭ ‬el tema del escribir,‭ ‬lo que sea mi escritura.‭ ‬Y puedo estar apuntando de alguna forma que ella sí que es superflua,‭ ‬accesoria,‭ ‬ella sí que pertenece al mundo de los recursos.‭
De más en mi existencia,‭ ‬prescindible como todo objeto,‭ ‬puedo representarme mi escritura como un útil para tristes fines,‭ ‬herramienta rota para la reparación de lo patético.‭ ‬De sobra,‭ ‬por un lado‭; ‬y,‭ ‬por otro,‭ ‬desdichadamente necesaria.‭ ‬No sé…‭ ‬En otro tiempo,‭ ‬me gustaba decir que yo era uno de los medios de que disponía la literatura para deshacerse,‭ ‬arma con la que podría suicidarse.‭ ‬Ahora digo que‭ ‬no escribo,‭ ‬como si yo fuera el suicidado y ella me hubiera deshecho…‭
¿Es mi vida un recurso literario‭? ‬Sé que,‭ ‬durante años,‭ ‬lo fue.‭ ‬Y me temo que,‭ ‬quizá a lo largo de ese mismo periodo de tiempo,‭ ‬la literatura fue para mí un recurso existencial.‭ ‬Ahora,‭ ‬no escribo.‭ ‬Esto no es escritura.‭ ¿‬Dónde está,‭ ‬en estas palabras,‭ ‬lo accesorio,‭ ‬y dónde lo esencial‭? ‬Un saco de palabras,‭ ‬siempre lo fui.‭ “‬Palabras,‭ ‬palabras,‭ ‬palabras que me ahogáis‭; ‬tengo sed de otra cosa‭”‬,‭ ‬escribió Bataille.‭ ‬Desde luego,‭ ‬no es mi caso.
Siempre me escondo detrás de las palabras,‭ ‬lo mismo cuando escribo que cuando pienso.‭ ‬Si no me escondiera,‭ ‬no sería lo que soy.‭ ‬No me sería.‭ ¿‬Cómo se puede escribir y decir al mismo tiempo la verdad‭? ¿‬Se puede‭? ‬No,‭ ‬creo que no.‭ ‬La verdad no está hecha de palabras.‭ ‬Las palabras dicen que yo soy Pedro García Olivo.‭ ‬Sin embargo,‭ ‬yo,‭ ‬que conozco mejor que nadie a ese Pedro,‭ ‬me desconozco profundamente a mí mismo.‭ ‬Saquito.‭

12) El Fantasma De La Identidad
Aparte de robar,‭ ‬dejarme la piel jornalera en los bancales,‭ ‬dar clases,‭ ‬publicar artículos,‭ ‬practicar el contrabando,‭ ‬presumir de‭ “‬solidario‭” ‬en Centroamérica,‭ ‬escribir cosas como éstas, llevar un hato de cabras, labrarme un bio-reducto para la libertad en el Alto y luego dejarlo por un dictado del corazón,‭ ‬ya no he hecho mucho más en la vida…‭
Habiendo ejercido de ladrón,‭ ‬asalariado,‭ ‬profesor,‭ ‬articulista,‭ ‬mafioso,‭ ‬cooperante,‭ ‬escritor, cabrero y campesino de subsistencia,‭ ‬no fui nada de eso.‭ ‬En parte,‭ ‬porque todo lo hacía mal‭ ‬y lo hacía sólo por hacerlo.‭ ‬Y en parte porque el fantasma de mi identidad no responde al nombre de un oficio o de una actividad.‭ D‬esesperado, del mismo modo que‭ ‬no escribo,‭ ‬no trabajo. Y, aunque “soy”, eso que soy no es decible. No soy un escritor, y esta es una no-escritura…

[A partir de “Desesperar”]

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Buenos Aires, 28 de enero de 2018

ESCRIBIENDO NÓMADE SOBRE LOS NÓMADAS. Los crímenes del Estado de Derecho I

Posted in Activismo desesperado, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Proyectos y últimos trabajos with tags , , , , , , , , , , , , , , on noviembre 23, 2017 by Pedro García Olivo

Saltando del academicismo teórico a la poesía, de la literatura al cine, de la tesis a la sospecha, de la historiografía a la música, del intelecto a la emoción, y emprendiendo, parágrafo a parágrafo, paso a paso, una ruta sin final verificado, sin línea de llegada, itinerario en parte azaroso y en parte elegido, empezamos a denunciar, con este escrito vagamundo, los crímenes del Estado de Derecho, esa tan moderna y democrática forma de organizar el exterminio.

SIN PATRIA

La potencia “matriz” de la condición nómada quedó señalada, de alguna forma, en las primeras teorizaciones críticas del Estado: tanto para P. Kropotkin (El Estado) como para F. Engels (El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado), la sedentarización, induciendo determinadas relaciones económicas en las aldeas y entre los pueblos, se erige en premisa de la propiedad privada, de la escisión en clases, de la dominación social y de género y del establecimiento de entidades burocráticas y gubernativas que contienen el germen de la organización estatal.

Cancelando esa secuencia, los pueblos nómadas (como también los primeros asentamientos precarios) desarrollarían modelos de convivencia basados en la ausencia de apropiación y acumulación particular de los recursos, en el consiguiente igualitarismo social, en la intensificación de la ayuda mutua y de la solidaridad interna, en un derecho consuetudinario homeostático, y en la autogestión demoslógica en tanto comunidades libres.

Invirtiendo el sentido de la causalidad (opresión política previa que produciría la fractura social y la explotación económica), los estudios antropológicos de P. Clastres abonan asimismo la idea de una sobredeterminación general de la condición nómada, de un inmenso “poder de constitución” (sobre la subjetividad, la sociabilidad y la cultura) de la existencia no-sedentaria (1).

Buena parte de los rasgos que hemos presentado como configuradores de la otredad romaní (oralidad, laborofobia, educación clánica, anti-productivismo, aversión a los procesos políticos estatales) se desprenden precisamente de esta índole errante del pueblo gitano tradicional.

Hay autores que han pretendido deslavar dicha originalidad, relativizarla —domarla, en cierto sentido—; y han presentado a los gitanos como etnia obligada a huir, forzada a peregrinar, en una suerte de “vida ambulante por obstrucción del asentamiento”, por coacción… El romaní habría sido nómada a su pesar, por las políticas y prácticas de exclusión y hostigamiento desatadas contra él. Desde una extrapolación abusiva de las dinámicas registradas en el Este de Europa (en Rumanía, especialmente), F. Kempf ha arremetido contra el concepto de “nomadismo gitano”:

[Los gitanos] no pueden participar en la vida de la sociedad mayoritaria y, por consiguiente, no pueden tener los sentimientos de pertenencia a una colectividad enraizada en un territorio y con una historia común. Este débil sentimiento de pertenencia es una de las causas que pueden explicar los movimientos migratorios de la comunidad romaní del Este hacia la Unión Europea durante los últimos años (…). Estos movimientos nada tienen que ver con el nomadismo y son fenómenos complejos. Sin embargo, el hecho de que grandes comunidades, no siempre las más vulnerables (estas no tienen ni los medios para emigrar), se hayan mostrado dispuestas a venderlo todo y emigrar (…) es el resultado flagrante del rechazo hacia la comunidad romaní y de la voluntad, por parte de las sociedades mayoritarias, de no querer vivir cerca de ella” (2003, p. 293-304).

J. López Bustamante, que fuera director de Unión Romaní, gitano perfectamente asentado, escolarizado, “laborizado” —integrado—, miembro del millar de oro formado en nuestras (muy

payas) Universidades, suscribe esa perspectiva, en un gesto inequívocamente malinchista:

A pesar de que muchas veces se recurre al tópico de la proverbial inclinación gitana a la romántica vida errante, las motivaciones a las que obedece la decisión de emigrar son bien distintas” (en “Las pateras del asfalto. Algunas consideraciones sobre la inmigración de los gitanos rumanos”, texto absolutamente recomendable) (2005, p. 140).

Pero cabe invertir la argumentación y sostener que, tras el fin del experimento socialista en la Europa del Este (experiencia socio-política que “sujetó” a los romaníes, sedentarizándolos e inscribiéndolos por la fuerza en el orden de la dependencia económica y del salario, como pudimos comprobar personalmente, pues vivíamos por aquel entonces en Hungría), en el ambiente de la recién restaurada libertad de movimientos, se reanimó la vocación nómada de los gitanos del área, que volvieron en masa a los caminos, manifestando su vieja —y nunca arruinada del todo—

predilección por la vida ambulante.

Otro gitano del millar brillante, asimilado hasta el punto de alcanzar la condición de parlamentario, presidente también de Unión Romaní, abogado y periodista, apóstol de la participación gitana en la política paya, de la escolarización absoluta, etc., reconoce, no obstante, la

pervivencia del “nomadismo consciente” en una parte (residual, por desgracia) del pueblo calé:

Tratándose de una comunidad tan dispersa como la nuestra, con importantísimos núcleos de población que practican el nomadismo, se tendría que distinguir entre el sentimiento de pertenencia a un país concreto de quienes son sedentarios y el de quienes por su carácter itinerante tienen mayor consciencia de ser, por encima de todo, ciudadanos del mundo” (Ramírez-Heredia, 2005, p. 41).

Desde nuestra perspectiva, el nomadismo aparece como un rasgo definidor de la idiosincrasia romaní —siempre combatido por los poderes del registro, avecindadores y escolarizadores—, motivo invariable y recurrente (“ausencia de domicilio conocido”, “vagabundeo”, “vida de bohemios”, “errancia”,…) de las medidas históricas de persecución de este pueblo, encaminadas a su expulsión, fijación residencial obligatoria y hasta esclavización (A. Gómez Alfaro) (2). Así lo han considerado estudiosos de la talla de B. Leblon o F. Grande: “[Avanzado el siglo XV], la luna de miel entre dos culturas tradicionalmente antagónicas (una cultura sedentaria y una cultura nómada) había de concluir” (Grande, 2005, p. 118). También A. Tabucchi señala el nomadismo como rasgo constituyente de la gitaneidad, al lado de la agrafía: “Los gitanos jamás han contado su historia: siempre la han contado otros. Nunca se han relatado a sí mismos: han sido relatados. Los motivos son evidentes: el nomadismo, una cultura oral, el escaso, y a menudo imposible, acceso (…) a la escritura” (2005, p. 131). Y así lo ha reflejado desde siempre la música flamenca (canciones populares y composiciones firmadas con temáticas “caravanescas”, por ejemplo), poniendo de manifiesto y hasta acentuando las trazas del viaje en la lengua —términos como “andarríos”, “gitano de carromato”, “tartana”,…

Desde sus orígenes, el flamenco testimonia, en efecto, el orgullo nómada del gitano tradicional. Ya a principios del siglo XIX, una debla (enigmático cante básico, recreado por Tomás Pavón en 1940), interpretada en nuestro tiempo por Rafael Moreno, expresaba sin ambages la aversión a la fijación residencial:

Soy caló de nacimiento.

Yo no quiero ser de Jerez;

con ser caló estoy contento”.

[Incluido en el CD El cante flamenco. Antología histórica, 2004]

Una soleá de Alcalá, de la misma época, que recogiera Joaquín el de la Paula y canta hoy Fosforito, enlaza la vida errante con el amor como horizonte:

A pesar de tanto tiempo

por tan distintos caminos,

en mi corazón me siento

que tú eres mi destino”.

[En el recopilatorio El cante flamenco…, 2004]

En la segunda mitad del siglo XIX, conforme avanza el proceso de sedentarización, el cante se ve marcado por la memoria exaltada de la felicidad nómada:

Y queremos divertirnos:

¡Viva el Moro! ¡Viva Hungría!”.

[Fandango popular interpretado por Gabriel Moreno, recogido en la compilación El cante flamenco…, 2004]

Y, ya en la primera mitad del siglo XX, se funde la figura del buhonero o pequeño mercader ambulante con la del cantaor y trovador peregrino:

Fueron buenos cantaores,

Pajarito y el Morato.

Fueron buenos cantaores,

también trovaban un rato;

pero su vida, señores, ¡ay!,

fue la tartana y el trato”.

[Cante de las minas, en la voz de Antonio Piñana, seleccionado para El cante flamenco…, 2004]

En ocasiones, el nomadismo físico se asocia en el flamenco con el nomadismo espiritual, convirtiendo el primero en metáfora o imagen inmediata del segundo, como en la petenera que cantara la Niña de los Peines y que ha sido modificada ligeramente en coplas posteriores (anhelo de “un mundo nuevo” donde por fin se encuentre ora “más verdad”, ora “remedio para la pena”):

Quisiera yo renegar

de este mundo por entero;

volver de nuevo a habitar,

por ver si, en un mundo nuevo,

encontraba más verdad”.

[Inscrita en el proyecto musical Antología. La mujer en el cante jondo, 1996, a cargo de Carmen Linares].

Un cante muy comentado, que se ha interpretado en claves distintas (expresión del desinterés gitano por el paisaje local, en beneficio de temáticas profundamente humanas, sostenía, por ejemplo, F. García Lorca), puede leerse también como declaración implícita de amor al antiguo nomadismo y testimonio explícito de desafección a la moderna mudanza “doméstica”, siempre al interior de un mismo ámbito, entre lugares conocidos:

A mí se me da mu poco

que er pájaro en la alamea

se múe de un arbo a otro”.

[ De la colección de Demófilo, citado por F. García Lorca, 1998, p. 112]

Un tema contemporáneo, por último, compuesto por P. Ribera y M. Molina, cantado por Lole y Manuel, evoca admirablemente la existencia nómada de los gitanos tradicionales, una constante histórica que cubre toda la migración romaní hasta la segunda mitad del siglo XX:

Los niños quisieran seguirle detrás

y por los caminos soñar;

los niños quisieran seguirle detrás,

pero los gitanos se van, se van, se van.

Cabalgando van los gitanos,

van los gitanos, van los gitanos;

los hombres montan las yeguas,

y las mujeres en los carros

a sus niños chiquetitos

dan sus pechos amamantando.

Carmelilla, la mocita,

la que va en el primer carro,

dice que anoche la luna

le prometió un traje blanco

y un gitano de aceituna (…)./

Antes de llegar al río,

los gitanos han acampao.

La tía Carmen, la más vieja,

la del pelo plateao,

hace flores de colores,

azules, rojas y blancas.

Carmen Montoya y la Negra

hacen canastas de caña,

sentaítas sobre una piedra.

Los gitanos se han dormío;

sus camas son el romero,

la amapola y la violeta;

y pa que no se despierten,

el agüilla del riachuelo

se queda de pronto quieta”.

[«Cabalgando», en el álbum Al alba con alegría, 1991]

Condición generativa, pues, ha sido enfatizada por la gitanología de todos los tiempos, de G. Borrow (1841) a J. P. Clébert (1965). En la primera mitad del siglo XIX, G. Borrow protagoniza un

proceso pionero y espectacular de lo que hoy llamaríamos “trans-etnicidad”. Seducido desde niño por los romaníes nómadas, frecuentando sus campamentos y viajando con ellos, adopta conscientemente su modo de vida y atraviesa toda Europa, internándose finalmente en Rusia, al modo de los “kalderas”, como estañador ambulante. Aceptado por los gitanos españoles, que lo tratarán en adelante como “uno de los suyos”, en una manifestación de la denominada agregación, vivirá largo tiempo entre clanes, recorriendo la Península y tomando las notas de las que se desprenderá el libro The Zincali, documento de referencia para todos los estudios posteriores.

La huella y casi el espíritu de The Zincali se detecta con claridad en Les Tziganes, de J. P. Clébert, obra fundamental de la gitanología moderna. El libro del escritor francés, que alberga una masa enorme de información sobre el discurrir de los gitanos por Europa, subsume buena parte de las conclusiones alcanzadas por la investigación antropológica y etnológica en torno al pueblo Rom, así como las perspectivas de la gitanología clásica, acaso de forma un tanto caótica. Dos rasgos le confieren especial utilidad para nuestro enfoque: se compuso, perceptiblemente, desde la simpatía, y, por añadidura, tras prolongados períodos de convivencia con familias gitanas —como no sucede siempre en el caso de los investigadores académicos payos. A la altura de los 60, J. P. Clébert certificaba el nomadismo constitutivo de la identidad romaní tradicional:

En la actualidad existen de 5 a 6 millones de gitanos errando por todo el mundo (…). Se les ve tan solo en pequeño número, carromato tras carromato, familia tras familia (…), al borde de los caminos, a la entrada de los bosques, y en los confines de los pueblos donde su presencia invisible queda atestiguada por un cartel: Prohibido a los nómadas” (p. 27).

La existencia nómada romaní ha marcado asimismo en profundidad la representación literaria, y artística en general, que del mundo gitano se forjara la sociedad sedentaria europea (M. Cervantes, V. Hugo, Ch. Baudelaire, A. Pushkin, T. Gautier, R. M. Rilke, F. García Lorca, F. Kafka,…, en literatura; Ch. Chaplin y T. Gatlif, entre otros, en cine; etcétera) (3).

Distingue a esta hechura errante del pueblo gitano, incontrovertible en nuestra opinión, una sorprendente doble particularidad:

1) Se trata, por un lado, de un “vagar específico”, que no encaja en el modelo propuesto por los antropólogos y etnólogos para el resto de los pueblos viajeros: no se define como un dispositivo de adaptación a condiciones medioambientales severas, en un ámbito territorial definido, como en el caso de los nómadas de África, Asia o de los círculos polares, en la línea sugerida por los estudios de J. Caro Baroja (Junquera, 2007, p. 261-277), sino que se despliega en todas direcciones, desde su probable origen remoto en la India, sin someterse a una regularidad discernible o a un marco espacial limitativo (4).

Mientras los gitanos pudieron sortear fronteras y controles, se revelaron, en efecto, como peregrinos de un sesgo raro, que no se asemeja demasiado al de los demás. El estudio de C. Junquera Rubio dibuja con mucha claridad un paradigma del nomadismo-tipo que el errar de los gitanos demuele por completo. Las claves interpretativas que maneja este autor, y que subyacen también a los Estudios saharianos de J. Caro Baroja, tendentes a privilegiar la determinación de los factores y de las circunstancias “materiales” (aprovechamiento óptimo de recursos escasos, con fenómenos de dispersión y de desplazamiento dictados por las condiciones naturales y climáticas), en absoluto funcionan ante las migraciones gitanas, que en muy despreciable medida obedecen a una racionalidad estratégica o instrumental, de índole económica.

Abriéndose en abanico, los itinerarios gitanos dan a menudo la sensación de atender a criterios supra-racionales, a pulsiones de la fantasía, cuando no del capricho, a designios de la imaginación, como si quisieran avalar la metáfora desdoblada de Ch. Baudelaire: así como los poetas son los gitanos de la literatura, los gitanos son poetas en el vivir. Queda pues acreditada la unicidad del fenómeno nómada romaní, que apenas se deja catalogar como especie dentro de una categoría general superior. J. P. Clébert lo ha subrayado con elocuencia:

El gitano es ante todo un nómada. Su dispersión en el mundo se debe menos a necesidades históricas o políticas que a su naturaleza. Incluso entre los gitanos sedentarios, huellas evidentes de un nomadismo ritual son el signo de un carácter específico de esta raza. Los sedentarios, lo mismo si son trogloditas en las colinas del Sacromonte como propietarios de un piso en París, dan siempre la sensación de estar acampando provisionalmente (…). La mayor parte de los verdaderos gitanos son todavía puros nómadas. Este nomadismo puro es uno de los ejemplos más originales del oekouméne humano. En efecto, así como la mayoría de los últimos nómadas de este mundo tienen áreas de expansión perfectamente reguladas y reducidas a los espacios que no interesan a los sedentarios, los gitanos son el único pueblo que nomadiza «en medio» de una civilización estable y organizada” (p. 178). [J. P. Clébert escribe esta obra en 1962]

2) Históricamente, por otro lado, convirtió a los romaníes en extraños, en forasteros (remarcando esa condición, se les proveyó de “cédulas de apátrida” en Bélgica, de “carnés de nómada” en Francia…); pero, asimismo, en extranjeros de un tipo específico, singular, que no cabe en el esquema trazado por sociólogos como Z. Bauman: desestimaron con osadía la integración, vindicando una laxa convivencia; y perseveraron testarudamente en la auto-segregación y en la defensa de su idiosincrasia (5).

Este nomadismo, por último, salva a la comunidad tanto del poder domesticador de la vivienda (P. Sloterdijk) como de las técnicas de subjetivización desplegadas por las administraciones a fin de configurar lo que P. Bourdieu llamó “espíritus de Estado” (6).

LA CASA ES HORRIBLE

Arraigando en el criticismo nietzscheano, P. Sloterdijk reconstruye, en Reglas para el parque humano, la genealogía de la escritura moderna, desde los tiempos de la imprenta, y el modo en que se incardina en aquel proyecto pastoral de domesticación de los hombres, previamente sedentarizados, que enunciara Platón en El Político. Las antropotécnicas contemporáneas, inseparables de una gestión biopolítica de la población, aplicadas con esmero en nuestros días a los gitanos y orientadas a un diseño planetario de la subjetividad (forja de un carácter tan útil como dócil, elaboración del “individuo” sumiso auto-policial), encuentran en dicho artículo su adecuada definición histórico-filosófica. Glosando Así habló Zaratustra, P. Sloterdijk subrayará, contra la corriente de los tiempos, el papel de la Casa, las consecuencias del afincamiento humano: “[Las viviendas] han convertido al lobo en perro, y al hombre en el mejor animal doméstico del hombre” (p. 6). “Los hombres dotados de lenguaje (…) no habitan ya solo en sus casas lingüísticas, sino también en casas construidas con sus manos; caen de pleno en el campo de fuerza del modo de ser sedentario (…) y serán también domesticados por sus viviendas” (p. 5).

Antes que P. Sloterdijk, un hombre de Iglesia, sorpresivo jurista protestante, en el marco de una crítica integral (y, en efecto, “teológica”) de la tecnología, dedicará un capítulo de su libro a las técnicas del hombre, a los dispositivos coetáneos de re-elaboración de la subjetividad humana (7): era J. Ellul, denunciando el modo en que la Técnica invadía también el sentimiento, el pensamiento y el cuerpo mismo de la persona, re-fundándola (8). La crítica actual de la biopolítica tiene una deuda apenas reconocida con este anarco-cristiano, enemigo insobornable de lo que más tarde se nombraría “racionalidad instrumental” (o “estratégica”) (9). Refractarios al domus, despreciadores de la vivienda, los gitanos nómadas supieron escabullirse durante décadas de esa nefasta antropotecnia moderna, asociada a la paralización domiciliaria, el sistema laboral, la alfabetización etnocida y la Escuela homologadora.

Protegidos de la Casa, menos domesticados que los otros hombres, los gitanos podrán vivir en el viaje, experiencia radicalmente distinta del mero vivir un viaje de los occidentales sedentarios. En efecto, la producción artística e intelectual europea en torno al viaje exhibe una impronta caracterizadora: el viaje no se presenta como una entidad autónoma, centrada sobre sí misma, sino como una “circunstancia entre dos Casas”. El viaje es una etapa, una aventura, una odisea, pero con una Casa que queda atrás y otra (a veces, la misma) que aguarda al final del camino. Demasiado a menudo, ciertamente, se degrada en simple periplo: “recorrido, por lo común con regreso al punto de partida”, define el diccionario de la lengua española. Se vive el viaje; pero solo los gitanos viven en el viaje (perpetuo), sin Casa antes ni Casa después —su casa es el camino, si se puede decir así…

En El regreso del hijo pródigo, A. Gide poetiza la idea de un viaje hacia “otra” Casa (un lugar remoto, un mundo distinto, donde la libertad fáustica al fin se realice: “vivir con gente libre en suelo

libre”); es decir, evoca, no la libertad del camino, sino un camino hacia la libertad (10). En Canción de amor y muerte…, R. M. Rilke presenta a un soldadito francés que va a las guerras, a los países lejanos, a los caminos…, “para regresar” —para adornar la Casa con los afeites de la heroicidad, con los prestigios robados al viaje (11). Por último, en La mirada de Ulises (1995), como en todas las películas de Th. Angelopoulos, el viaje se cumple indefectiblemente entre dos estaciones, la de partida y la de llegada (12)… Desde aquí se afianza la exclusividad del fenómeno gitano, de su nomadismo irisado, visceral. Incluso se distingue, como hemos visto, del viaje de los otros nómadas, quienes, por la regularidad de su itinerario, casi dan la impresión de ir saltando de Casa en Casa, tal un desplazamiento de ida y vuelta, con muelles en los extremos y paradas intermedias (“hogares” y “hoteles”, podríamos pensar).

La Casa es horrible… En el film de Th. Angelopoulos, el protagonista huye de la Casa (occidental, capitalista), herido por ella, enfermo de ella: para seguir viviendo, o para sanar, tiene que emprender el viaje como se emprende una fuga. El horror del que se evade es “indeterminado” (im-preciso, indefinible) y, por ello, totalizador, esencial, en modo alguno abarcable: no hay nada particular, concreto, aislado, que le fuerce a huir de la Casa, sino toda ella, la Casa de por sí, la integridad o cifra de la Casa. Un hombre inteligente, sensible, un artista que ha triunfado en su vocación, aún joven, con amigos, amores, una familia entrañable, etc., debe huir, dejar atrás el horror metafísico, en sí, definitivo, de la Casa de la civilización moderna. Nos recuerda, en su desesperación, la melancolía mortal del hijo pródigo de A. Gide, lacerado por la Casa y no tanto por el Padre (13); de Aleko, en el poema de A. Pushkin, fugitivo del Hogar que fracasa penosamente en su anhelo de trans-etnicidad (14); de la chica errante en la película de A. Varda,…

Para estos prófugos, la Casa es irrespirable; pero, como en cierto sentido encarnan la inteligencia crítica residual —a un paso de la extenuación— y la cada día más rara sensibilidad rebelde, se nos sugiere que, afectando a todos, la Casa constituye, además, un poder proteófobo. Occidente destruye a sus hijos… Los más lúcidos se van; y, en el film de Th. Angelopoulos, se brinda por ellos: “¡Por los que se marcharon!”. En negativo, como sombra del viajero, se vislumbra una Casa objeto de reprobación sin matices, de denostación radical —la saña y el veneno del Capitalismo contemporáneo. Los gitanos lo supieron desde siempre, lo sintieron desde el principio: el Occidente que cruzaban y donde no se instalaban era de una fealdad inconmensurable. El Estado, social o mercantil, debía ser enfrentado, resistido, evitado o aplacado. Lo intentaron durante siglos, como quien lucha contra el horror con unos medios que ya no son los del horror, pero el horror acabó venciéndolos. Perteneció a su idiosincrasia una consciencia certera del sopor y la inmundicia de la Casa; el deseo de no entrar en ella, de batallar sin descanso contra la integración.

No es banal que los fugitivos de Occidente, tal y como se presentan en la literatura y en el cine, busquen y no siempre encuentren unas modalidades de existencia, unas formas de subjetividad y de sociabilidad, que coinciden en aspectos fundamentales con las del ser histórico romaní. En La mirada de Ulises, el personaje llegado de EEUU aparece como la antítesis casi exacta del perfil psicológico gitano tradicional: sedentario (35 años afincado en el país), “escritural” (de hecho, se reconoce dañado por la lectura, enfermo de literatura política), sin el menor ligamento comunitario (habiendo renunciado al amor por el éxito en la carrera artística, su extravío o perdición confesada, adolece de soledad, cuando no de egotismo), perfectamente “laborizado” (cineasta profesional, bajo remuneración, como prefiere y casi impone la industria cultural), reo del productivismo y del consumismo por tanto, sumiso ante la ley positiva del Estado, fruto selecto de la Escuela y de la Universidad, adherido a la racionalidad política y epistemológica clásicas… Y, en la Sarajevo devastada por la guerra, buscando aparentemente unas bobinas cinematográficas, encuentra en realidad lo que necesitaba, algo de mayor calado, primario, que recuerda puntualmente lo más saludable del espíritu histórico romaní (15).

De índole clánica o de tribu (decenas y hasta centenas de carromatos, eventualmente, en sus días de gloria, según J. P. Clébert), el vagar rom evita asimismo, por la robustez del lazo comunitario, aquella deriva trágica del nomadismo payo individual que subrayara el cine de A. Varda (Sin techo ni ley, 1985). Este nomadismo solitario coincide en aspectos básicos con el nomadismo grupal gitano: su motor es la libertad, animada por un rechazo de la vida estándar (lo establecido, la norma, el Sistema, la sociedad mayoritaria…, podemos nombrarla de muchas maneras); late en él un orgullo del viajar, que se esgrime, provocativo, ante los espectadores e interlocutores sedentarios; suscita a menudo una respuesta ambivalente, una reacción bífida, de admiración y repulsa, de identificación fragmentaria y rechazo global; despierta, en el errante, una actitud en cierto sentido pícara, una suerte de astucia de la autoconservación, que aboca a la instrumentación del otro (utilización en ocasiones “alimenticia”), estimulando peculiares maneras deprendadoras; contiene un elemento de crítica de lo real-social y lo real-psicológico que es apercibido como amenaza o desafío por los celadores de lo dado y por sus víctimas nescientes; conlleva una riesgosa falta de planificación (ausencia de proyecto, de programa y de cálculo, que se traduce en un “vivir al día”, en un “exprimir el instante”) caracterizable como presentismo taxativo, a-histórico y antiteleológico; no deriva de una exigencia doctrinaria o de una filosofía para la acción (en este sentido, A. Varda contrapone la “fuga vagante a-teórica” de Mona, la protagonista, a la “fuga asentadora teórica” del pastor cultivado que temporalmente la hospeda), sino de cierta oscura determinación del carácter, un temple o genio particular, que se expresa en lo que llamamos “personalidad acusada” o “naturaleza fuerte”; como consecuencia de esta última nota, los viajeros reaccionan ante las asechanzas del mundo de una manera sustancialmente emotiva, pasional, con los sentimientos en primer plano, postergando el frío análisis lógico de las situaciones, que invitaría a silogizar y a abstraer; somete, en todo momento, a los rigores del clima, por un lado, y a la antipatía variable de los instalados, por otro —doble acoso, el de las inclemencias del tiempo y el de la hostilidad de los residentes, que se conjuga en un desgranar sin tregua jornadas ásperas, sacrificadas, endurecedoras; etcétera.

Pero, entre ambos nomadismos, las diferencias son asimismo notables. El vagar individual payo, careciendo del calor y del auxilio de la comunidad, se desenvuelve en un dañoso “vacío de afecto”, en un desamparo intrínsecamente destructivo: el vagabundo solitario salta de seudofraternidad en seudofraternidad, sufriendo en cada trance las consecuencias de un aislamiento abismante y de las expectativas carroñeras que, no obstante, excitará en la indigencia de los otros. Ante ese dolor de la soledad, la adición a las drogas, o a cualquier otro expediente de evasión o compensación, abre puertas a la crisis y a la autolisis. Por último, cierta esquizofrenia camuflada ronda al nómada occidental, que solo es capaz de oponerse a la modalidad social instituida con discursos provenientes de la misma formación, hablando su propio negado lenguaje, sin el sostén de una cosmovisión otra, de una cultura o lealtad mayor sustitutorias. De ahí se infiere una actitud previolenta, un rechazo agresivo en el que se proyecta la desaprobación de una parte de la propia identidad, pues del afuera se odia lo que también se reconoce adentro. De esta escisión irresoluble, de esta auto-referencialidad paradójica de la crítica, se sigue la imposibilidad objetiva de la “vida buena” (conformidad con uno mismo, paz comunitaria, armonía eco-social), aspiración proverbial de los gitanos, de los indígenas, de los rural-marginales…

Victimada por el Estado de Derecho, social o neoliberal, perece en nuestros días la libertad de los nómadas. Y es exterminada, como casi toda belleza, la condición nómade… Votar mata; pero mata al otro.

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NOTAS

(1) El Estado, bella obra del príncipe ácrata, constituye una manifestación temprana y exploratoria de lo que hemos llamado “heterotopía” y “lectura productiva”. Como quiere la “heterotopía”, se cuestiona la ilusión de universalidad del individuo egoísta occidental y de sus instituciones fundamentales, al confrontarlo con sujetos colectivos (comunidades, tribus, clanes, federaciones) que se desenvolvieron en ausencia de tales estructuras: formaciones sociales se diría que conjuradas contra la Propiedad, el Mercado, la división en Clases y el despotismo de la Razón Política —con su legitimación de los aparatos administrativos y de las élites detentadoras de la autoridad.

Partiendo de esa premisa, P. Kropotkin somete la historia de la humanidad a una “lectura productiva” que destaca los tiempos y los espacios, no solo de la ausencia de Estado, sino también de la presencia de Usos Comunales (cooperativos y de ayuda mutua) que excluían el acaparamiento de los medios de subsistencia y la consecuente subordinación laboral; Usos distintivos de comunidades igualitarias, que se auto-gobernaban mediante fórmulas asambleístas y de libre acuerdo, defensoras a ultranza de un derecho oral consuetudinario sustancialmente pacificador. Señala a cada paso, a la manera heterotópica, la pervivencia de esos rasgos en pueblos diversos y en múltiples experiencias sociales de la época que le tocó vivir.

Se refiere así —lo recogemos solo a modo de ilustración y porque evoca aspectos de la gitaneidad tradicional— a la tribu primitiva, en la que “la acumulación de la propiedad privada no podía efectuarse (…), como aún ocurre entre los «patagones» y «esquimales» contemporáneos nuestros” (2001, p. 9):

Toda la tribu efectuaba la caza o la contribución voluntaria en común (…). Toda una serie de instituciones (…), todo un código de moral de tribu, fue elaborado durante esa fase primitiva…; y para mantener este núcleo de costumbres sociales bastaba el vigor, el uso, el hábito y la tradición. Ninguna necesidad tuvieron de la Autoridad para imponerlo (…). Sin duda que los primitivos tuvieron directores temporales (…), pero la alianza entre el portador de la «ley», el jefe militar y el hechicero no existía, y no puede suponerse el «Estado» en estas tribus, como no se supone en una sociedad de abejas u hormigas” (2001, p. 9).

En El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, F. Engels sostiene una interpretación concordante, apoyándose en las “pruebas antropológicas” suministradas por las investigaciones de L. H. Morgan. Los rasgos que F. Engels identificaba en la “gens” primitiva, y que en nuestros días los estudios de M. Gimbutas tienden a sugerir para la Civilización de la Vieja Europa, sirven asimismo para caracterizar al pueblo gitano tradicional:

¡Admirable constitución esta de la gens! [propia de los indios iroqueses norteamericanos, de los primitivos griegos, romanos, celtas y otros pueblos del continente europeo] (…). Sin soldados, gendarmes ni policías, sin nobleza, sin reyes, virreyes, prefectos o jueces, sin cárceles ni procesos, todo marchaba con regularidad. Todas las querellas y todos los conflictos los zanja la colectividad (…). No hace falta ni siquiera una parte mínima del actual aparato administrativo (…). La economía doméstica es común para una serie de familias y es comunista (…). En la mayoría de los casos, unos usos sociales lo han regulado ya todo. No puede haber pobres ni necesitados: la familia y la gens conocen sus obligaciones para con los ancianos, los enfermos y los inválidos de guerra. Todos son iguales y libres, incluidas las mujeres. No hay aún esclavos, y, por regla general, tampoco se da el sojuzgamiento de tribus extrañas” (Engels, 1992, p.173-4).

Remitimos, por último, a La sociedad contra el Estado, recopilación de ensayos de P. Clastres (1978). Llaman a asombro las analogías detectables entre la cosmovisión gitana y la filosofía indígena —tal y como es analizada por el antropólogo francés. Entre las coincidencias más significativas (y al lado de la mencionada sobredeterminación del factor nómada, allí donde este concurría) cabe referir la precedencia ontológica y axiológica de la comunidad, la índole de un derecho oral orientado, no al castigo, sino a la reconciliación de los litigantes y a la preservación de la armonía eco-social, el concepto de un liderazgo (temporal, suscitado por la estima o por el reconocimiento, perfectamente revocable) que no supone autoridad y que no exige obediencia, y el rechazo de los idealismos universalistas y del proceso mismo de abstracción.

(2) Véase, a este respecto, “Gitanos: la historia de un pueblo que no escribió su propia historia”, de A. Gómez Alfaro (2000). El autor nos ofrece una reconstrucción sintética de las medidas contra los romaníes adoptadas por el Estado español hasta la actualidad, con una descripción de su naturaleza (sedentarizar más que expulsar), una explicación de su fracaso relativo (los gitanos siguieron por los caminos) y una percepción diáfana del alcance de los dos hitos fundamentales: la Gran Redada (o Prisión General) de 1749 y la pragmática sanción de 1783.

(3) Véase, como ejemplos, La gitanilla (M. Cervantes), Nuestra Señora de París (V. Hugo), “Gitanos en ruta” (Ch. Baudelaire), “Los zíngaros” (A. Pushkin), Viaje a España (T. Gautier), “Kismet” (R. M. Rilke), Romancero gitano (F. García Lorca) y “Josefina la cantaora o el pueblo de los ratones” (F. Kafka), en literatura. En cine, baste con recordar El vagabundo, de Ch. Chaplin; y El extranjero loco y Liberté, de T. Gatlif.

(4) Nómadas en la India, hace cinco mil años, los gitanos se diseminaron en oleadas, por tribus, tal vez debido a las invasiones arias y, más tarde, musulmanas. Según J. P. Clébert, “abandonando las riberas del Indo, penetraron primero en Afganistán y en Persia”. Unos grupos avanzaron hacia el Norte, hasta Rusia; otros clanes progresaron hacia el Sur, de manera escalonada y en cuña (hacia el Mar Negro, hacia Siria, hacia Turquía; y la rama más meridional, habiendo recorrido Palestina y Egipto, costeó el Mediterráneo). En el albor del siglo XV, la otredad y la insumisión gitanas penetraron en Europa, desde el Sur (por el norte de África) y desde el Este (por Rusia). Los romaníes atravesarán el continente en todas direcciones, alcanzando las Islas Británicas, el círculo polar, los países bálticos… Saltarán pronto a América del Sur, progresarán hacia China, etc., animados por un espíritu inquieto y viajero sin parangón en la historia.

(5) Percibidos como extranjeros en muchos países, los gitanos solo en parte pueden reconocerse en la caracterización genérica del “extraño” que nos propone Z. Bauman (“Los extranjeros”, en Pensando sociológicamente, 2008), afectada de cierto esencialismo y de una decepcionante tendencia a generalizar abusivamente, a universalizar las conclusiones — achaque del inveterado etnocentrismo europeo. Sí se erigieron en objeto de la “proteofobia”, popular y administrativa, en términos de este autor, pero singularizándose por su resistencia centenaria a la asimilación y por su desinterés hacia la ley positiva de los Estados que atravesaban o en los que se instalaban temporalmente.

(6) Véase “Espíritus de Estado”, de P. Bourdieu (1993). Este escrito se inicia con un parágrafo contundente de Th. Bernhard, extraído de Maîtres anciens:

La escuela es la escuela del Estado, donde se hace de los jóvenes criaturas del Estado, es decir, ni más ni menos que agentes del

Estado. Cuando entraba en la escuela, entraba en el Estado, y como el Estado destruye a los seres, entraba en el establecimiento de

destrucción de seres. […] El Estado me ha hecho entrar en él por la fuerza, como por otra parte a todos los demás, y me ha vuelto

dócil a él, el Estado, y ha hecho de mí un hombre estatizado, un hombre reglamentado y registrado y dirigido y diplomado, y pervertido

y deprimido, como todos los demás. Cuando vemos a los hombres, no vemos más que hombres estatizados, siervos del Estado,

quienes, durante toda su vida sirven al Estado y, por lo tanto, durante toda su vida sirven a la contra-natura” (p. 1).

(7) Véase La Edad de la Técnica, de J. Ellul (2003), libro concebido en la primera mitad del siglo XX. De formación religiosa, cristiano practicante, el autor, en un ensayo tan endeble como fecundo, presenta un cuadro inconfundiblemente onto-teo-teleológico del fenómeno técnico: la Técnica, al modo de un Ser, casi de un Alma (“aquello que se mueve por sí mismo”, en el sentido de Platón: el automatismo, el autocrecimiento, la autonomía, la indivisibilidad y la universalidad serían sus rasgos), o, mejor, a la manera de una Divinidad Negativa, de un Diablo, tienta y seduce al Hombre que, dejándose cautivar por la búsqueda de la eficacia, por la razón instrumental, inicia la triste historia de su Caída —pérdida progresiva e irreversible de su espontaneidad, su naturalidad, su vida instintiva, su comunalidad, su eticidad, etcétera, originarias.

He ahí, por un lado, el Paraíso Perdido de los hombres pre-racionales; y, por otro, el Valle de Lágrimas de una civilización industrial deshumanizadora. Desde el inicio, nos atraparía el Pecado de anhelar privilegiada y casi exclusivamente la eficiencia (infamia que arrojará al Hombre de su Edén ante-histórico, como en un trasunto del desliz de Eva, mordiendo la manzana ante la serpiente maligna); y, a lo largo del proceso, consumando la Perdición, operaría una fuerza demoníaca, el fenómeno técnico, que se apodera sin remisión de todos los campos de la sociedad, de cada aspecto de la vida, del Hombre en su completud, del presente real y del futuro concebible.

Como en el caso de su amigo, el también teólogo I. Illich, ya no hay Mesías, ni Dios que ayude, ni tampoco Salvación.

(8) En palabras de J. Ellul: “El tercer sector [de la tecnología moderna, al lado de la técnica de la organización y de la técnica económica] es la técnica del hombre, cuyas formas son muy diversas, desde la medicina y la genética hasta la propaganda, pasando por las técnicas pedagógicas, la orientación profesional, la publicidad, etc. En ellas, el objeto de la técnica es el hombre mismo” (p. 27). A la descripción de estas “antropotécnicas” dedica el capítulo V, deteniéndose particularmente en el análisis de las escuelas reformadas, los sindicatos y demás organismos laborales, los medios de comunicación de masas y la industria del ocio (p. 321-421).

(9) En efecto, los planteamientos de J. Ellul hallaron eco, o al menos coincidencias, en tradiciones críticas de la segunda mitad del siglo XX que muy raramente lo señalan ya como fuente, ya como acompañante. He aquí algunas de ellas, de considerable relevancia en el panorama filosófico:

1) La crítica de la razón instrumental, o de la racionalidad estratégica, desde M. Heidegger (por un lado) y T. W. Adorno y M. Horkheimer (por otro) hasta G. Deleuze o J. Habermas.

2) El anti-desarrollismo teórico y la crítica del productivismo occidental, a los que tanto contribuyera J. Baudrillard.

3) La reprobación del marxismo en cuanto elemento de la aceptación del orden capitalista (M. Maffesoli, J. C. Girardin,

E. Subirats, etc.).

4) La crítica de la Escuela Reformada y de las llamadas “pedagogías progresivas”, con I. Illich y E. Reimer en primer plano.

5) La denuncia del papel integrador de los sindicatos, tradición que abarca desde K. Korch y sus seguidores en Alemania hasta F. Ventura Calderón en España.

6) La literatura contemporánea en torno a la biopolítica, con M. Foucault, M. Lazzarato y G. Agamben, entre otros, como referencia.

(10) Confiesa el hijo pródigo: “Comprendía demasiado bien que la Casa no era todo el universo. Yo mismo no soy enteramente aquel que querrían ver ustedes. Imaginaba, a pesar mío, otras culturas, otras tierras, y carreteras por recorrer, carreteras sin trazar; imaginaba en mí un nuevo ser pronto a lanzarse. Me evadía” (p. 139). “[Pero] he perdido la libertad que buscaba; cautivo, he debido servir” (p. 152). Y, ante la revelación de la derrota, el hermano menor retoma el reto, recupera la ilusión de un lugar-otro para la libertad y el dominio de sí mismo: “Sin embargo, existen otros reinos todavía; y tierras sin rey, por descubrir (…). Me parece ya dominar allí” (Gide, 1962, p. 153).

(11) Repárese en este fragmento de Canción de amor y muerte…:

Luego pregunta el francés:

— “¿Tenéis también una novia, en vuestra tierra, señor hidalgo?”.

— “¿Y Vos?”, replica el de Langenau.

— “Es rubia como vos”.

Y calla nuevamente, hasta que el alemán exclama:

— “¿Pero por qué diablos os sentáis entonces en la montura y cabalgáis al encuentro de la jauría turca a través de esta comarca

envenenada?”.

El marqués sonríe:

— “Para regresar” (1986. Cita extraída de la versión digital, p. 9).

(12) “Cuando regrese, lo haré con las ropas de otro, con otro nombre. Nadie me esperará. Si me dijeras que no soy yo, te daría

pruebas y me creerías. Te hablaría del limonero de tu jardín, de la ventana por donde entra la luz de la luna, y de las señales del

cuerpo, señales de amor. Y cuando subamos temblorosos a la habitación, entre abrazos, entre susurros de amor, te contaré mi viaje,

toda la noche y las noches venideras” (2 h, 46 min, 41 s.)

(13) Obsérvese esta circunstancia en el muy emotivo diálogo del hijo pródigo con el Padre:

“— Teníate en mi casa. La había construido para ti (…). Tú, el heredero, ¿por qué huiste de la Casa?

Porque la Casa me ahogaba. La Casa, Padre mío, no eres tú (…). Otros han construido la Casa; en tu nombre, lo sé, pero no tú” (…).

Él [el hermano mayor] me conmina a decirte: “Fuera de la Casa, no existe salvación para ti”. Escucha, sin embargo: Yo te he

formado; sé lo que hay en ti. Sé lo que te empujaba por los caminos; te esperaba al final de ellos. Si me hubieras llamado, me habrías

encontrado.

¡Padre mío! ¿Habría podido encontraros, pues, sin regresar?…” (1962, p. 136-8).

(14) En Los cíngaros, Aleko es presentado como un “exiliado voluntario” de la clase alta rusa, desertor del hogar, de la patria, de la ciudad y del acomodo —“vergüenza brillante”, “ambiente muerto”, “monótono canto de esclavos”, en suspalabras. Para erigirse en “habitante libre del mundo”, se enrola con los gitanos, fascinado por la existencia “vívida”, “palpitante”, “salvaje”, “fuera de tono” —en estos términos se expresa el aristócrata— del grupo nómada. Ensaya, como G. Borrow, acaso como el propio Pushkin, la agregación, la trans-etnicidad; pero fracasa estrepitosamente, al no poder aceptar en absoluto la liberalidad afectiva y sexual de la mujer romaní. En ese punto, no logra reducir la posesividad patriarcal del varón eslavo, revelándose reo irredimible de su propia cultura. Mata por celos y es expulsado de la comunidad nómada.

(15) Un mundo oral (no lee, observa y es observado; anhela descubrir una “mirada” inocente, ingenua, no ilustrada, y la sorprende antes en la familia del archivero que en las grabaciones antiguas de su director mitificado); una experiencia nómada (viaje que lo des-hace y lo re-hace); sentimientos espontáneos que brotan inesperados contra la razón, como briznas de hierba entre adoquines (generosidad ante la mujer anciana en la frontera, afecto por la pobre loca de la laguna,…); el ingreso en una pequeña comunidad real (el anciano, el niño, la hija del cinéfilo…); gentes sin empleo que se rigen por normas consuetudinarias de convivencia, sin más aparato educativo y administrativo que la estrategia de supervivencia y la palabra de los otros… Y allí, en medio del peligro, vislumbra el lecho de felicidad en que su alma, sintiéndose libre, podría al fin descansar: felicidad y libertad de índole quínica, tal el korkoro de los gitanos rebeldes…

No era otra cosa, ciertamente, lo que el Aleko soñado por A. Pushkin buscaba en la tribu cíngara y lo que en efecto encontró —pero no supo conservar…

nomade2

Pedro García Olivo

Buenos Aires, 23 de noviembre de 2017

LAS CULTURAS DE LA ORALIDAD Y SUS VALORES PERSEGUIDOS

Posted in Crítica de las sociedades democráticas occidentales with tags , , , , , , , , , , , , , on noviembre 20, 2017 by Pedro García Olivo

Para una crítica de la razón lecto-escritora
(El exponente romaní tradicional)

Nos hallamos ante un asunto capital, desde el que se rebate en nuestros días el privilegio otorgado a la escritura. La oralidad no señala una imperfección o una carencia, sino una modalidad particular, en absoluto inferior, de elaboración y transmisión cultural. Los gitanos, en este sentido, no son “ágrafos”, “an-alfabetos” (¿por qué definir la singularidad en términos de una ausencia?): vivencian una cultura de la oralidad, en expresión de A. R. Luria, E. A. Havelock, W. Ong y otros.

Se ha producido en los últimos años una revalorización de la obra de W. Ong (1997), desde diferentes intereses. Para nuestros fines, Oralidad y escritura se erige, por la amplitud y el rigor de la investigación subyacente, en un fortín argumental desde el que vindicar la dignidad de las culturas de la oralidad, tradicionalmente atendidas como sintomatología del déficit, de la reducción, del primitivismo, etc.

Si bien W. Ong sigue acusando achaques teleologistas, en la línea de las ideologías del Progreso (por lo que considera la aparición del “pensamiento caligráfico” —derivado de la escritura— y la irrupción del “tipográfico” —vinculado a la imprenta— como avances en el desarrollo genérico del Hombre), la atención que presta a la especificidad y plenitud de las culturas orales, valoradas en cierto sentido como entidades “soberanas”, no dependientes, centradas sobre sí mismas, tal atención, decíamos, hace viable una utilización de sus tesis para propósitos que él no suscribiría: una crítica general de la alfabetización y de la escolarización como expedientes altericidas y uniformadores del paisaje humano.

A tal fin, interesan especialmente los capítulos III y IV, donde, aprovechando el trabajo de campo y los aportes empíricos de A. R. Luria, enuncia los rasgos identificativos del pensamiento y la expresión de los hombres de la oralidad: acumulativos antes que subordinados y antes que analíticos (más deudores de la pragmática y de los contextos efectivos del habla que de la sintaxis o de los indicadores gramaticales), redundantes o copiosos (a fin de retener en la memoria el objeto de la conversación, con argumentación cíclica o “en espiral”), conservadores y tradicionalistas (preservadores del saber acumulado, aunque con formas propias de innovación), concretos (próximos al “mundo humano vital”), empáticos y participantes antes que objetivamente apartados (agrupadores, reforzadores del vínculo comunitario), homeostáticos y presentistas (restauradores de la cohesión del conjunto, de la armonía entre las partes, con una reinvención continua de la imagen del pasado), situacionales u operacionales (alejados de las categorías y de las abstracciones, lo mismo que de la lógica formal y de los silogismos).

Según W. Ong, la oralidad responde, pues, a una “psicodinámica” propia, distinta; genera estructuras de pensamiento, de expresión y de la personalidad también privativas; y se manifiesta en un estilo de vida peculiar (“verbomotor”, en expresión de M. Jousse) (1). Marca, así, poderosamente —regresamos a nuestro objeto—, la idiosincrasia gitana, estableciendo reveladoras similitudes entre el pueblo Rom y otras colectividades humanas sin escritura: comunidades indígenas de América, África, Asia y los círculos polares; habitantes de los entornos rural-marginales occidentales; otros grupos nómadas africanos y euroasiáticos (2)… Subrayaremos, a continuación, algunos de sus aspectos fundamentales, que conciernen especialmente a la finalidad de nuestra investigación.

A) La condición oral fortalece, antes que nada, los lazos comunitarios (exige al otro, tanto en el acto del pensamiento como en el de la expresión) y cancela la preponderancia del “individuo”, con todas sus consecuencias sobre la organización social, el comportamiento político (o anti-político) y la modalidad económica. Como subrayara W. Ong: “En una cultura oral, la restricción de las palabras al sonido determina, no solo los modos de expresión, sino también los procesos de pensamiento (…). Con la ausencia de toda escritura, no hay nada fuera del pensador, ningún texto que le facilite producir el mismo curso de pensamiento otra vez, o aun verificar si lo ha realizado o no (…). ¿Cómo, de hecho, podría armarse inicialmente una extensa solución analítica? Un interlocutor resulta virtualmente esencial: es difícil hablar con uno mismo durante horas sin interrupción. En una cultura oral, el pensamiento sostenido está vinculado con la comunicación” (p. 4). Y, más adelante, incide en la misma idea: “La oralidad primaria propicia estructuras de la personalidad que en ciertos aspectos son más comunitarias y exteriorizadas, y menos instrospectivas de las comunes entre los escolarizados. La comunicación oral une a la gente en grupos. Escribir y leer son actividades solitarias que hacen a la psique concentrarse sobre sí misma” (p. 37, versión digital).

La prevalencia (ontológica, epistemológica, axiológica e incluso sociológica) del “individuo” en las sociedades occidentales deriva de una separación del Sujeto y del Objeto, de la interioridad humana y la exterioridad, del Yo y del Mundo, desencadenada —o, al menos, acelerada—, según E. A. Havelock y el propio W. Ong, por la aparición de la escritura y por la alfabetización sistemática de las poblaciones: “Más que cualquier otra invención particular la escritura ha transformado la conciencia humana” (p. 4). “Mediante la separación del conocedor y lo conocido (Havelock, 1963), la escritura posibilita una introspección cada vez más articulada, lo cual abre la psique como nunca antes, no solo frente al mundo objetivo externo (bastante distinto de ella misma), sino también ante el yo interior, al cual se contrapone el mundo objetivo” (p. 70, versión digital).

B) La oralidad determina, en segundo lugar, un pensamiento “operacional” y “situacional”, que restringe el uso de clasificaciones, divisiones, categorías, conceptos,… y no se aviene bien con la lógica pura, con los silogismos y las deducciones formales (A. R. Luria, J. Fernández), oponiendo así un dique a la expansión del pensamiento abstracto —del que tanto se enorgullece Occidente, a pesar de su terrible trastienda altericida… En nombre de una u otra abstracción (Dios, Patria, Revolución, Humanidad, Democracia, Progreso, Estado de Derecho,…) se han perpetrado todo tipo de masacres, genocidios, etnocidios —lo recordaba M. Bakunin (3). Entre abstracción, expansionismo y universalización hay un vínculo epistémico, inductor del belicismo, que las culturas de la oralidad, como la gitana, abrogan desde la singularidad de sus modos de reflexión y de representación —de ahí su pacifismo fundamental.

A. R. Luria realizó un extenso trabajo de campo con personas de cultura oral e individuos alfabetizados en las zonas más remotas de Uzbekistán y Kirghizia, en la Unión Soviética, durante los años 1931-32. Su estudio se publicó 42 años más tarde («Cognitive Development: Its Cultural and Social Foundations”); y ha contribuido a una percepción menos prejuiciada de las culturas de la oralidad (4). Casi por las mismas fechas, en 1932, L. Mumford había lamentado así la postración del pensamiento oral: “Con el hábito de usar la imprenta y el papel el pensamiento perdió algo de su carácter fluyente, cuatridimensional, orgánico; y se convirtió en abstracto, categórico, estereotipado, contento con formulaciones puramente verbales y con dar verbales soluciones a problemas que jamás se presentarían ya en sus relaciones concretas” (1971, p. 95-6).

La dignidad y el valor de los universos culturales orales se afirma, desde entonces, sobre el reconocimiento de su especificidad, de su diferencia, de sus modos propios de elaboración y complejidad: “Las culturas orales pueden crear organizaciones de pensamiento y experiencia asombrosamente complejas, inteligentes y bellas” (insiste W. Ong, tras recordar la composición oral de La Odisea) (5).

Y, en efecto, entre los determinantes de la condición oral, contrapuestos a los que ratifican el pensamiento escritural (caligráfico o tipográfico), las investigaciones de A. R. Luria destacarían enérgicamente los siguientes: aversión a las tipologías, a las sistematizaciones, a las separaciones y agrupaciones terminológicas; denostación de lo conceptual y de lo abstracto; repudio de la lógica formal, de las deducciones silogísticas, de los lenguajes simbólicos artificiales; desinterés por la definición de los objetos y renuncia casi absoluta al auto-análisis,… Se dibujaba, pues, como característica de las culturas orales, una modalidad singular de pensamiento, altamente contextualista, decididamente pragmática, que resolvía la reflexión en la totalidad y actualidad de lo orgánico. La intelección, en cierto sentido, se desleía, complacedora, en el jugo de lo vital-práctico. Así lo consideró, ya en la década de los 80, J. Fernández, comentarista de los trabajos de M. Cole y S. Scribner en Liberia: de algún modo, los silogismos —valga el ejemplo que nos propone— están contenidos en sí mismos, con conclusiones que derivan solo de sus propias premisas, en el alejamiento y hasta en la omisión de las situaciones de la vida real, del entorno humano concreto, por lo que serán necesariamente incomprendidos, cuando no despreciados, por las personas de cultura oral. Frente a la frialdad sepulcral del silogismo, zombi exánime donde los haya, los hombres de la oralidad se reconocen en su pasión por el acertijo vivaz, por la terrenidad palpitante de la adivinanza…

P. Romero, en “Una aproximación a la Paz Imperfecta: la Kriss Rromaní y la práctica intercultural del pueblo rrom —gitano— de Colombia”, procura llevar el derecho oral romaní al encuentro del paradigma teórico de la Paz Imperfecta —elaborado por el Instituto de la Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada (F. Muñoz, B. Molina,…). En el punto de convergencia entre el pensamiento operacional de las culturas orales (A. R. Luria, J. Fernández) y el sistema jurídico consuetudinario-transnacional del Pueblo Rom (J. C. Gamboa y C. P. Rojas), de índole asimismo situacional, encontramos un pacifismo constituyente, ilustrado por P. Romero con documentos emanados del propio proceso organizativo romaní:

Declaración
El pueblo Rom del mundo se manifiesta en contra de la guerra;
nuestro respeto por la tolerancia y por la diferencia no tiene límites.
Ello se debe a que nuestro Pueblo nunca ha participado en guerras
y, por tanto, no tiene héroes reconocidos ni odios heredados.
Si de algo nos enorgullecemos los Rom o Gitanos
es de nuestro alto sentido de convivencia pacífica
y nuestro repudio a la guerra,
lo que vale decir, nuestro amor a la vida.
Si los mundos se vieran desde la óptica propia del pueblo Rom
el mundo sentiría la verdadera paz,
porque nuestro territorio es este mundo,
en donde pueden convivir muchos mundos” (2009, p. 15).

C) El pensamiento operacional, desafecto a la abstracción (y, por ende, reacio a los idealismos, proscriptor de toda metafísica), suscita, por último, una atención preferente a “lo más cercano” —lo tangible, lo inmediato. De ahí la riqueza y abigarramiento de las formas de ayuda mutua, de colaboración o cooperación, saturadoras de la vida cotidiana romaní y estigmatizadas por los vocablos payos opuestos a un tan intenso particularismo, como denunció M. Fernández Enguita en un escrito sobre la Escuela:

“La Escuela (…) pretende educar en reglas universalistas y abstractas, condenando como particularismo cualquier trato preferente a los más próximos (nepotismo, amiguismo, partidismo, favoritismo… son los distintos nombres, siempre condenatorios, para estas prácticas), mientras que la moral gitana es hoy, por esencia, particularista” (2005, p. 102-103).

Contra esta cultura de la oralidad, y los innegables valores que sustenta (auto-organización, rechazo del belicismo, apoyo mutuo, anhelo eco-homeostático,…), las sociedades mayoritarias dispusieron con diligencia programas de alfabetización en sí mismos altericidas: suprimen modalidades de expresión, estructuras de pensamiento, conformaciones de la subjetividad, estilos de vida, clases o tipos de hombre —antropodiversidad que, como apuntó W. Ong y lamentó E. M. Cioran, en modo alguno cabe ya restablecer. El hombre oral será eliminado escrupulosamente de la faz de la tierra, borrado para siempre del “paisaje de los homínidos” (6) —un paisaje uniformado y homogeneizado a conciencia y hasta la indecencia… Así iniciaba E. M. Cioran su «Retrato del hombre civilizado»:

“El encarnizamiento por borrar del paisaje humano lo irregular, lo imprevisto y lo diferente linda con la indecencia (…). Distinta en extremo me parece la situación de los analfabetas, considerable masa apegada a sus tradiciones y privaciones y a la que se castiga con una injustificable virulencia. Pues, a fin de cuentas, ¿es un mal no saber leer ni escribir? Francamente no lo creo. E incluso pienso que deberemos vestir luto por el hombre el día en que desaparezca el último iletrado” (1986, p. 29).

Acompañadas por violencias y coacciones (J. P. Clébert lo ha ilustrado fielmente para el Este de Europa) (7), tales campañas de alfabetización, asociadas normalmente a la defensa de la Escuela obligatoria, contribuyeron a la demolición de la educación clánica y a la desestructuración de la cultura gitana en general.

La evolución del cante en España refleja muy bien esta pérdida de la diferencia, con la asunción subsiguiente de estilos de reflexión y de expresión impropios del ser oral tradicional. En efecto, los primeros cantes de que tenemos registro, fechados de 1800 a 1850, responden a la lógica de la composición oral y nos recuerdan constantemente las pautas de pensamiento y de habla de una comunidad “verbomotora”. Predomina la yuxtaposición de frases cortas, la adición de motivos, la redundancia, como en una técnica impresionista de acumulación de pinceladas sueltas; la subordinación brilla por su ausencia o no pasa de umbrales elementales; la sintaxis, simplificada, apenas proporciona un esqueleto sumario para la copla, etcétera. Paralelamente, escasean los conceptos, las categorías, las deducciones formales, en un ahuyentar definitivo de la abstracción y del razonamiento lógico. El resultado suele ser lo que denominamos “estampa” o “escena”: una suerte de descripción máximamente concreta, situacional en grado sumo, cargada no obstante de connotaciones, rica en sugerencias de sentido —notable condensación/diseminación de significados desde una gran economía de significantes. Estas “inscripciones sonoras”, que en unas ocasiones remiten a la instantaneidad de la fotografía y en otras evocan la fugacidad de la secuencia cinematográfica, instituyentes de un muy atractivo minimalismo, tienden a perderse paulatinamente, desde la segunda mitad del siglo XIX y de manera acelerada a lo largo del siglo XX, conforme gana terreno la estructuración de la frase, la argumentación racional, el uso de nociones y esquemas, haciéndose más compleja la gramática —signos de la erradicación de la oralidad. En una de sus célebres conferencias, F. García Lorca, con un laconismo insuperable, lamentó esta evolución: “¡Cómo se nota en las coplas el ritmo seguro y feo del hombre que sabe gramáticas!” (1998, p. 114).

Podemos presentar como “estampas”, como elaboraciones orales, los siguientes cantes antiguos, concebidos en el siglo XIX:

“¿De quién son esos machos,
con tanto rumbo?
Son de Pedro la Cambra,
van pa Bollullos”.
[“Estampa” de la opulencia paya y de la precariedad romaní: con la máxima economía de medios, se sugiere el asombro gitano ante unos mulos bien cebados, bien cuidados, propiedad de un hacendado rico, instalado en un pueblo, conocido de todos por su poder. Testigos del paso de los “machos”, los gitanos hacen valer su nomadismo humilde, su desinterés por la acumulación de bienes, la libertad que se desprende de su anti-política. De una soleá de Paquirri el Guanté, interpretada en nuestros días por Pericón de Cádiz, incluida en El cante flamenco…, 2004]

“A la orilla de un río
yo me voy solo.
Y aumento la corriente,
con lo que lloro;
porque mis penas,
desde que tú te fuiste,
no puedo con ellas”.
[Suerte de “escena”, que recurre a la muy característica hipérbole gitana para expresar el dolor por la separación del ser amado. De una soleá de Enrique el Mellizo, cantada también por Pericón, recogida en el mismo CD]

“De noche me sargo al patio
y me jarto de llorá,
en ver que te quiero tanto
y tú no me quieres ná”.
[Composición análoga, ya en marco sedentario —sustitución del río por el patio—, transcrita por F. García Lorca, 1998, p. 45]

“Ovejitas eran blancas
y er praíto verde;
er pastorsito, mare, que las guarda
de ducas se muere”.
[Letra copiada por Demófilo, citada por Báez y Moreno, p. 32. Como sinónimos de “pena”, el cante utiliza las expresiones “duca”, “duquela”, “duquita”, “angustia”, “dolor” y “tormento”]

“¡Ay!, en Arcos de la Frontera,
un rayo cayó,
ha mataito a mi hermano, mi alma
que de mi corazón”.
[“Estampa” de la vida insegura, a la intemperie, y del amor fraternal. Siguiriya de Arcos, casi perdida, recuperada por el Lebrijano para El cante flamenco…, 2004]

“Iba mi niña Ramona
por agua a la fundición.
Los guardias que la encontraron
le han quitado el honor”.
[“Escena” seleccionada por F. García Lorca, en la que la fatalidad histórica —indefensión calé, impunidad policial, gitanofobia— sustituye a la fatalidad natural, 1998, p. 48]

“¡Ay!, cuando me siento a la mesa
y en ti me pongo a pensar,
tiro el plato y la comida
de fatigas que a mí me das”.
[“Inscripción sonora”, “escena” del desamor —la silla, la mesa, el plato, la comida—. Soleá antigua recreada por Antonio Mairena, escogida para El cante flamenco…, 2004]

“Yo tiro piedras por las calles
y al que le dé que perdone;
tengo mi cabeza loca
de puras cavilaciones”.
[“Inscripción” o “estampa” del enloquecimiento bajo las dudas. Soleá decimonónica versionada por Pericón, que forma parte del doble CD El cante flamenco…, 2004]

“Los gitanillos del Puerto
fueron los más desgraciaos,
que de las minas del azogue
se los llevan sentenciaos.
Y al otro día siguiente
les pusieron una gorra
y con alpargatas de esparto,
que el sentimiento m’ ajoga.
Y al otro día siguiente
le pusieron con un maestro,
que a to el que no andaba listo
de un palo lo echaba al suelo
y así a palos, a palitos,
los dejaban muertos.
Los gitanos del puerto
fueron los más desgraciaos,
que se pueden comparar
con los que están enterraos”.
[Crónica sucinta de un episodio histórico de la persecución de los gitanos, bajo el “pogrom” del siglo XVIII. Romance popular del que tomó nota Demófilo en 1881. Ejecución, en trovos corridos, a cargo de Antonio Mairena, disponible en El cante flamenco…, 2004]

“Camino de Almería,
Venta del Negro:
allí mataron a mi hermano
los carabineros”.
[“Estampa” sumaria, desnuda, casi a modo de esquela, recogida por F. García Lorca, 1998, p. 48]

“Míralo por onde viene,
agobiao por er doló,
chorreando por la siene
gota e sangre y suor”.
[“Instantánea” en la que se funde lo real y lo simbólico —sudor y sangre—. Letra de una saeta tradicional copiada por D. Pohren, 1970, p. 124]

Y valga, como contraste, un tema contemporáneo de Mercé, exponente ya de un pensamiento y una expresión definitivamente regidos por la escritura:
“El límite del bien y del mal
yo no sé dónde está;
y es que el deseo a mí me tiene desbocao (…).
Serenidad que busco y no la encuentro;
y viene la ansiedad, y con ella el miedo (…).
Un animal me siento a veces;
un humano llevo dentro y crece
en este mundo disfrazao.
La voluntad en varias direcciones,
la mente debatiendo las mejores.
Pesadilla real que acabe ya,
de forma que comprenda lo que soy”.
[Expresión, relativamente elaborada, de cierta división esquizoide en el gitano integrado, incorporado al mundo sedentario y escritural de la Ratio. Manifestación también de aquella auto-represión del deseo y de la animalidad originaria que N. Elias situaba en el eje del proceso occidental de civilización. Por último, anhelo doloroso de introspección, de búsqueda interior; voluntad de auto-análisis que, según A. R. Luria, nunca acechaba a los hombres de la oralidad, desinteresados por definir y aún más por auto-definirse. De su álbum Del Amanecer, 1998]

Con la supresión de la condición oral, y con la hegemonía de la littera y de las instituciones escolares, se propulsa, según P. Sloterdijk, el proyecto europeo de domesticación del hombre por el hombre (“no hay lecciones sin selecciones”, nos recuerda), en el marco de las antropotécnicas modernas. Tales “técnicas del hombre” indujeron fenómenos desconocidos en el universo gitano tradicional: jerarquía, elitismo, fractura social, subordinación económica,… En sus palabras:

“La práctica de leer fue por cierto un poder de primer orden en la formación y domesticación del hombre, y lo sigue siendo hoy (…). Lecciones y selecciones tienen más que ver una con otra de lo que algunos historiadores de la cultura querían y eran capaces de pensar (…). La cultura escrituraria mostró agudos efectos selectivos. Hendió profundamente a las sociedades (…). Se podría definir a los hombres de tiempos históricos como animales, de los cuales unos saben leer y escribir y otros no. De aquí en adelante hay solo un paso –aunque de enormes consecuencias– hasta la tesis de que los hombres son animales, de los cuales unos crían y disciplinan a sus semejantes, mientras que los otros son criados: un pensamiento que, desde la reflexiones platónicas sobre la educación y el Estado, ya pertenece al folclore pastoral de los europeos” (2000 B, p. 7).

También el flamenco testimonió, a partir del siglo XX, esa deriva moderna, resuelta como adopción progresiva de las pautas y valores de las sociedades democráticas occidentales… He aquí un cante terrible, que presagia la extinción de la alteridad gitana justamente allí donde esta parecía buscar refugio: en la esfera del amor. Y un par de coplas que, señalando asimismo la triste monetarización de la vida bajo el sistema capitalista, iluminan los dos ámbitos complementarios —el del trabajo alienado y el del sedentarismo forzoso— en que se desvanece la diferencia romaní:

“Si quieres que te quiera,
dame doblones, dame doblones.
Son monedas que alegran
los corazones”.
[La modalidad gitana del “amor-pasión” queda abolida ante el “amor-contable” mayoritario. Tango de la Niña de los Peines, en voz de Carmen Linares para su recopilatorio Antología. La mujer en el cante jondo, 1996]

“Vengo de la viña andando,
y el dinero que yo gano
a mi madre se lo entrego
pa mantener a mis hermanos”.
Me crié de chavalito
en las tierras de Jerez;
y no se me pué olvidar
el tiempo que allí pasé, ¡ay!,
sin conocer la maldad”.
[Sedentarismo, laborización, atisbo de “cuestión social” y de orgullo local: signos de la dilución de la idiosincrasia romaní. Cante interpretado por Sordera, entre otros]

“Bebe vino, compañero, ¡ay!,
que lo pienso pagar yo;
quiero gastar los dineros,
que mi sudor a mí me costó,
¡ay!, y trabajando de minero”.
[Trabajo servil, que se impone a la tradicional desestima gitana del salario; y consumismo compensatorio (de la explotación económica y de la aculturación inducida) en beneficio de la industria paya del ocio. Minera, taranta de Linares, en recreación de Gabriel Moreno para El cante flamenco…, 2004]

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NOTAS

(1) En palabras de W. Ong, que toma la expresión de un estudio de M. Jousse —fundador de la “antropología del gesto”—, publicado en 1925, a propósito de las antiguas culturas orales hebrea y aranea: “[Cabe hablar de] culturas verbomotoras, es decir, culturas en las cuales, por contraste con las de alta tecnología, las vías de acción y las actitudes hacia distintos asuntos dependen mucho más del uso efectivo de las palabras y por lo tanto de la interacción humana; y mucho menos del estímulo no verbal (por lo regular, de tipo predominantemente visual), del mundo «objetivo» de las cosas (…). Dan la impresión al hombre tecnológico de conceder demasiada importancia al habla misma, de sobrevalorar la retórica e indudablemente de practicarla en exceso” (p. 36, versión digital).

(2) Para América Latina, véase especialmente La sociedad contra el Estado (P. Clastres,1978), La paz blanca (R. Jaulin, 1973), Pueblos originarios en América (A. Cruz, 2010), El derecho consuetudinario indígena en Oaxaca (C. Cordero, 2001) y El mito de la Razón (G. Lapierre, 2003). Para el continente africano, proponemos La muerte en los Sara (también de R. Jaulin, 1985) y África Rebelde (S. Mbah y E. Igariwey, 2000). En relación con el mundo ruralmarginal, remitimos a Comunidades sin Estado en la Montaña Vasca (S. Santos e I. Madina, 2012) y a Desesperar (P. García Olivo, 2003). Para los pueblos nómadas, por último, repárese en “El nomadismo en los Estudios saharianos de Julio Caro Baroja”, de C. Junquera Rubio (2007); y en el propio libro de J. Caro Baroja (2008).

(3) En sus palabras: “Hasta el presente, toda la historia humana no ha sido más que una inmolación perpetua y sangrienta de millones de pobres seres humanos en aras de una abstracción despiadada cualquiera: dios, patria, poder de Estado, honor nacional, derechos históricos, derechos jurídicos, libertad política, bien público” (2008, p. 55). En nuestro tiempo, podríamos añadir “Democracia”, “Estado de Derecho”, “Imperio de la Ley, “Derechos Humanos”,…

(4) En adelante, estas culturas ya no podrán desestimarse como “pre-lógicas” o “mágicas” (así las definía L. Lévy- Bruhl) o vindicarse, de un modo simplista, en tanto manifestaciones de unos mismos procesos universales de pensamiento, amoldados en este caso a marcos de categorías distintas (tesis de F. Boas, entre otros).

(5) Para nuestro caso, adviértase la belleza de estos cantes, celebrados por Demófilo y F. García Lorca, entre otros:

“Acaba, penita, acaba,
dame muerte de una ves;
que con er morí se acaba,
¡soleá, triste de mí!,
la pena y er padeser”.
[Recogido por Demófilo, citado por Báez y Moreno, p. 23]

“Échame, niña bonita,
lágrimas en mi pañuelo,
que las llevaré corriendo
que las engarce un platero”.

“Si mi corazón tuviera
vidrieritas de cristar,
te asomaras y lo vieras
gotas de sangre llorá”.
[Referidos, ambos, por F. García Lorca, 1998, p. 45 y 46, respectivamente]

(6) Repárese en estas aseveraciones de W. Ong: “Solo se requiere un cierto grado de conocimiento de la escritura para obrar una asombrosa transformación en los procesos de pensamiento” (p. 20). “Las personas que han interiorizado la escritura no solo escriben, sino que hablan bajo la influencia de ella” (p. 26). “Lord descubrió que aprender a leer y escribir incapacita al poeta oral: introduce en su mente el concepto de un texto que gobierna la narración y por tanto interfiere en los procesos orales de composición” (p. 28, siempre de la versión digital).

(7) Desde 1761, María Teresa, reina de Hungría y de Bohemia, inicia una política de sedentarización y de alfabetización-escolarización de los gitanos. “Empezó por bautizarlos con el nombre de «neo-húngaros» o «neocolonos», considerando el calificativo de «gitano» insultante. Les prohíbe dormir bajo sus tiendas, ejercer ciertos oficios que les eran familiares, como el de traficantes en caballerías, elegir sus propios jefes, utilizar su idioma y casarse si no podían mantener una familia. Los hombres fueron obligados a cumplir el servicio militar, y los niños a frecuentar las escuelas (…). Una inteligente viajera que recorrió la Europa central del siglo XIX nos ha dejado, en su Viaje a Hungría, imágenes lastimosas respecto a la aplicación de esta política:

«Fue un día espantoso para esta raza y que ellos aún recuerdan con horror. Carretas escoltadas por piquetes de soldados aparecieron por todos los puntos de Hungría en los que había gitanos; les arrebataron a los hijos, desde los que acababan de ser destetados hasta las jóvenes parejas recién casadas, ataviadas todavía con trajes de boda. La desesperación de esta desgraciada población apenas sí puede ser descrita: los padres se arrastraban por el suelo delante de los soldados, y se agarraban a los coches que se llevaban a sus hijos. Rechazados a bastonazos y a culatazos, no pudieron seguir a los carros (…). Algunos se suicidaron inmediatamente»” (Clébert, p. 80).

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Ong, W. J., (1997) Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, México, Fondo de Cultura Económica.
Parcialmente disponible en http://www.catedras.fsoc.uba.ar/reale/oralidad-escritura_3y4.pdf

Mumford, L., (1971) Técnica y Civilización, Madrid, Alianza. [1ª edición en 1934]

Romero Sánchez, P., (2009) “Una aproximación a la Paz Imperfecta: la Kriss Rromaní y la práctica intercultural del pueblo rrom —gitano— de Colombia”, en la revista Derecho y cambio social, Lima (Perú), núm. 18.
Disponible en http://www.derechoycambiosocial.com/revista018/gitanos.pdf

Fernández Enguita, M., (2005) “¡Con la Escuela habéis topado, amigos gitanos!”, en Memoria de Papel 2, Valencia, Asociación de Enseñantes con Gitanos.

Cioran, E, M., (1986) La caída en el tiempo, Barcelona, Planeta-De Agostini.
Disponible “Retrato del hombre civilizado”, una de las composiciones que lo integran, en https://www.dropbox.com/s/xkc3nh3mo96tkay/retrato.pdf

García Lorca, F., (1998) “Arquitectura del Cante Jondo”, en Conferencias (1922-1928), Barcelona, RBA.

Báez, V. y Moreno, M., (1983) “Hombre, gitano y dolor en la colección de cantes flamencos recogidos y anotados por Antonio Machado y Álvarez (Demófilo)”, Zaragoza, Archivo de Filología Aragonesa XXXIV-XXXV

Pohren, D., (1970) El arte flamenco, Morón de la Frontera, Sociedad de Estudios Españoles.

Sloterdijk, P., (2000 B) “Reglas para el parque humano”, en http://www.dropbox.com.
Disponible en https://www.dropbox.com/s/oguqevkz3lysfuk/reglas.pdf

Clébert, J. P., (1965) Los gitanos, Barcelona, Aymá.
Disponible en http://es.scribd.com/doc/70956792/Clebert-J-P-Los-Gitanos

Gita

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 20 de noviembre de 2017

ME ENSEÑÓ A SER ÁRBOL

Posted in Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Uncategorized with tags , , , , , , , , , , , on octubre 18, 2017 by Pedro García Olivo

Con este escrito, al que cabe acceder desde la red, se inicia un libro importante en mi vida. Opera un salto desde la antipedagogía, que es mi hoy porque fue mi ayer, hasta la desistematización, que es mi mañana porque es mi hoy.

Me sueño en un presente eterno, como el de los indígenas o el de los nómadas, perfectamente ahistórico.

El pasado es un invento de las Iglesias y solo sirve para la prédica. No creo en él. Debajo de lo que se deja nombrar «memoria», o incluso «memoria histórica», hay un tufo a sotana que me asquea. Sin pasado, sin futuro, en un presente sin fin, acompañado por mis seres queridos de ayer-hoy, que murieron para todos pero que viven para mí, mi padre y mi hijo pequeño, en primer lugar, escribo para mis otros seres queridos, de hoy-mañana, que viven para todos, Ada, mi hijo mayor, mis hermanos, mis amigos…

Transcribo, sin más, los primeros párrafos del texto que estoy elaborando a fin de hacerme cargo de esa obra, mi obra y, por tanto, una extraña, una extranjera, una desconocida. Obra mía a la que me acerco como un lector, casi como un lector sorprendido y hasta conmocionado, bajo la esperanza mínima de comprender esas páginas en alguna medida o de hallar un modo bello de no entenderlas y hacerlas servir no obstante a mi instinto de existencia.

Si acabo esa escritura, asunto que no me preocupa, aparecerá en esta bitácora, que es en parte una crónica de mis perdiciones y de mis reinvenciones.

He aquí los primero parágrafos del mencionado borrador:

¿POLÍTICA DE LA VIDA O VIDA ANTI-POLÍTICA?

A cambio de comodidades, de bienestares programados, se logró que el Pueblo desapareciera, en beneficio de una ciudadanía dócil e indistinta, cada día más reconciliada con sus propias cadenas. Y nos despertamos del Pueblo, que había sido un dulce sueño, en medio de una vigilia sistematizada…

Como humo en el aire, el ideal de la Emancipación se disolvió en el realismo del Consumo; y los seres humanos de Occidente, que antaño afilaran la mirada para otear en las lejanías bellos horizontes de libertad, acaso desencantados, volvieron la vista a lo más prosaico y a lo menos difícil. Y se quedaron con una mirada roma, plana, un tanto estulta, pendiente ya tan solo de las cosas que, al precio de una servidumbre voluntaria y hasta agradecida, podían adquirir.

A las gentes sencillas no les costó mucho admitir que vivían en un cuarto cerrado y que pasaban sus días como esos perros amarrados a los que se les pone comida y agua y, si se portan bien, se les alarga un poco la cuerda o incluso se les suelta un rato. Pero las clases medias ilustradas y particularmente los intelectuales a sueldo no fueron tan capaces de mirarse al espejo y reconocer que el rostro monstruoso que allí se dibujaba era el suyo y solo el suyo. Para no verse, para no aceptarse, para no decirse, contaban con un Relato halagador, justificativo, que les colocaba, al menos desde fines del siglo XVIII, en un podio, siempre por encima del “vulgo”: el discurso achacoso, malbaratado, mil veces vendido y aún así todavía monetizable, de la Razón política clásica. Esa forma “moderna” de racionalidad les chismorreaba a la oreja que, a pesar de todas las apariencias, eran muy buenas personas y estaban efectivamente “luchando”…

ME ENSEÑÓ A SER ÁRBOL, colección de ensayos e invectivas, libro que lleva por subtítulo «Composiciones intempestivas desde la antipedagogía y la desistematización», se halla ahora mismo en la sala de máquinas de la editorial chilena «Mar y Tierra».

SI LA ORALIDAD NOS REÚNE, LA ESCRITURA NOS REPLIEGA

Posted in Crítica de las sociedades democráticas occidentales with tags , , , , , , , , , , , , on noviembre 22, 2015 by Pedro García Olivo

«Si l’oralitat ens reuneix, l’escriptura ens replega»

Audio en castellano y extracto impreso en catalán de la conversación mantenida por Miquel Àngel Ballester y Pedro García Olivo, en el seno de la III Feria del libro anarquista de Mallorca, abordando asuntos que transitan desde la presentación de la anti-pedagogía hasta la crítica de la democracia representativa, la denuncia de la impostura socialdemócrata y la denegación del Estado del Bienestar en tanto «dulce Leviatán».

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Audio:

http://www.ivoox.com/entrevista-a-pedro-garcia-olivo-13-11-15-audios-mp3_rf_9408262_1.html

Texto:

balears_1446332400.pdf

balears_1446332400.pdf

¿Eres la noche?

Para perdidos y reinventados

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Para perdidos y reinventados