COPRÓFAGO Y NECRÓFILO, COMO LAS GENTES MODERNAS
Me interesa el mundo de las “villas miseria”, de las favelas, de los asentamientos ilegales, del viviendismo marginal. Pero ¿por qué?
Un hombre que se desconoce tanto como yo, va a tropezar con dificultades insalvables para responder a esta pregunta. Si somos muchas personas a la vez, si cada uno de nosotros es un proceso vital donde la pluralidad, el cambio y la contradicción son rasgos fundamentales, como Freud solo reiteró, pues ya estaba dicho en la historia cultural europea, ¿desde quién y en cual de sus momentos, de entre todos los seres que me constituyen, voy a tomar la palabra para procurar comprender de dónde nace mi interés por la pobreza?
No lo sé; y es probable que quien empieza ahora a componer esta nota no sea ya la misma persona que la concluye y la firma…
Operaré por “descartes”:
1) Como mis naturales exigencias de “afirmación” y “autodefensa” ya no dependen de un Texto Sagrado, ni de la camaradería ruidosa con los explotados que propendía ese Oráculo (Biblia segunda que se titula “El Capital”), no lo hago entonces para contribuir a la Causa, suprema y universal, cínica y autojustificativa, de la Revolución… Desde que el comunismo y las militancias marxistas amigas de las urnas se convirtieron en el brazo izquierdo del Capitalismo, yo dejé de representarme y de presentarme como un “esclarecido luchador por la Emancipación de la Humanidad”. Me quité de encima un montón de mentiras auto-halagadoras…
2) Como mi comprensible necesidad de “afirmación” y “defensa propia” nunca ha requerido de “campos de trabajo” sociales o psico-sociales, de sucias intervenciones “pedagógicas” sobre la subjetividad de un otro vulnerable o marginado, para nada mi interés por las “villas miseria” deriva de las expectativas del “trabajo social”, la “labor en barrios”, los “proyectos para la integración” o las “estrategias educativas para la conscienciación transformadora de los oprimidos”. Estoy tan lejos de la Cruz Roja como de Paulo Freire, en el supuesto de que sus sotanas sean muy distintas…
3) Si mi interés por la pobreza ya no dimana de una Fe estúpida en el Relato de la Emancipación (toda fe es necia), ni de una voluntad mercenaria de intervención “reformista”, “progresista”, en la sociedad y en las mentalidades establecidas, todavía me resta una respuesta misericorde con mi propia condición: podría alegar que mi interés por la miseria responde a una “voluntad de saber”, a un sano instinto intelectual, a cierta linda clase de curiosidad… Pero, muy capaz de auto-engañarme, nunca he tenido suficiente fuerza turbia como para creerme tanta habladuría académica: hace mucho tiempo que la “voluntad de saber”, siendo desde siempre “voluntad de poder”, se convirtió por añadidura en “pretensión de enriquecimiento”, afán de ganancia, de venta, de hacer negocios… Por eso todas nuestras Universidades devinieron Antros Prostibulares y todos y cada uno de nuestros científicos, ya lo saben, son “vendidos que venden”.
Ni la Revolución, ni el Bienestar de las Poblaciones, ni el Saber… Alcanzando este punto, tras tres “descartes” fundamentales, empiezo a columbrar una hipótesis, un discurso explicativo, que nos llevaría al terreno de la necrofilia y de la coprofagia…
Cabe la posibilidad de que mi escritura, lo mismo que mi vida toda, se alimentara de lo negro, de lo triste, de lo muerto o moribundo, de lo feo, del horror, del sufrimiento y, al mismo tiempo, casi como condimento, de lo corrupto, podrido, vomitable, excretado, fecal… Cabe la posibilidad de que tanto el Relato de la Emancipación como la obsesión por la labor social y comunitaria en pos del progreso, no menos que el gusto perverso por la investigación y la publicación, contengan unos poderosos ingredientes necrófilos y coprófagos.
Creo, sí, que quienes se entregan a esas tres falacias, como yo mismo, han conocido o están conociendo “el sabor de las heces”. Estimo que la coprofagia y la necrofilia terminaron convirtiéndose en aspectos constitutivos de la civilización occidental.
Me cansé de explorarme, de perderme en la multitud de seres que me habitan, en la selva de las identidades transitorias que me configuran. Así que termino esta nota con dos fragmentos, compuestos cuando me miraba menos o me miraba de otra forma: “Mi patio de mierdas secas” y “El sabor de las heces”.
Mi Patio De Mierdas Secas
Rememoro hoy otra vivencia de la infancia que me emparenta espiritualmente con los tipos como Basilio. En la casa de mis padres no había inodoro propiamente dicho, y el pozo ciego que hacía sus veces se encontraba embozado nadie recuerda desde cuándo. Los excrementos flotaban a ras del orificio, y el olor se expandía libremente por toda la vivienda. Si uno estaba enfermo, todavía podía usar el váter inmundo, cuidando de no salpicarse con las urgencias de la evacuación. Pero si se hallaba sano, tenía que salir al patio, lo mismo en verano que en invierno, de día o de noche, y defecar donde eligiese. Medio desmoronados los muros, entre sus piedras se esparcían, insalvables y testimoniales, agrupamientos de zurullos más o menos blandos, con sus orlas de moscas verdes, rechonchas y ruidosas, y un espolvoreo de minúsculos mosquitos atarantados. Éramos muchos en casa… Para mí suponía casi una aventura salir al patio y buscar el lugar idóneo donde acuclillarme y desocupar. Rincones limpios, claros de heces, quedaban pocos, pedregosos y de difícil acceso, lo que nos obligaba a husmear por todas partes hasta acomodarnos en las parcelas transitables donde las mierdas ya se hubieran secado. La faena se hacía allí con mayor decoro, a salvo del mosquerío y del hedor extremo, aunque era inevitable regresar a casa con los zapatos enfangados.
Tengo la impresión de que Basilio debe experimentar sensaciones muy parecidas a las que me embargaban en aquel patio en ruinas cuando, todavía saboreando los postres, se dirige cada noche al cuchitril del mulo y busca dónde defecar sin pisar las deposiciones de las jornadas precedentes.
Las mierdas secas molestaban poco, y ya apenas olían. Por eso las estimábamos… Se diría que la enfermedad respetó un habitáculo tan insalubre, consintiendo que nos criáramos robustos y alegres -al igual que tampoco asedia la choza miserable del pastor, que acostumbra a cenar codo a codo con su perro, en la misma vasija donde después los gatos repelarán las sobras. Mucho habría que observar acerca de la obsesión higienista que domina hoy a las poblaciones…
Desde que el aseo personal sirve de base a un negocio, y conforme el hombre se aleja fatalmente de sus sustrato orgánico, las cosas más sencillas de este mundo tienden a convertirse en abstrusos ceremoniales. ¡Qué imagen más desalentadora, la de esos rebaños de mujeres revueltas contra su propia e individual olor corporal y apestando (todas) a una misma pócima francesa, hecha según parece con orín de gato como fijador y unas cuantas hierbas de laboratorio! ¡Y quién tuviera la fuerza de un Diógenes el Perro, humano-humano, dicen que cínico, dándose goce en el ágora! Reivindico hoy el corral de Basilio, donde se acumula el futuro abono de sus campos; y mi patio lleno de mierdas secas, en el que cagar era divertido y además se hacía al aire libre.
Aunque sea al precio de la incomprensión, el ser desesperado, en tanto animal humano, restituye la franqueza elemental con las necesidades de su cuerpo. Sin sublimarlas, las satisface con la máxima economía de medios. No ama: jode.
El Sabor De Las Heces
Por mi parte, si tuviera que elegir una escena de algún modo reveladora de mi espíritu, tal y como a veces se me representa, no dudaría en lo más mínimo: una sofocante noche de verano, después de cenar, acuclillado debajo de la mesa de camilla, oliendo el sudor de los pies de mis padres, que repelan sus platos como si fueran los últimos y comentan algo del poco dinero que va quedando, emigrantes en Barcelona, discriminados por ser murcianos (“de una puta y un gitano -decía el refrán- nació el primer murciano”), me introduzco el dedo índice en el culo y me lo llevo a la boca rebosante de mierda. Me gustaban las heces, porque estaban dulces; y me las comía después de cenar no solo para acabar de matar el hambre…
¿Qué se puede esperar de un coprófago miserable? Nada, que escriba si acaso. En el patio de mierdas secas que es este mundo, se buscará un rincón olvidado por las moscas y nos defecará alguna novela. Llena de mal gusto. Pésima. Como esta página.
Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 27 de marzo de 2019