Archivo de margen

ESCOLEROS, PERIFERIAS Y AUSENCIA DEL LIBRO

Posted in Activismo desesperado, antipedagogía, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Desistematización, Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , on diciembre 17, 2022 by Pedro García Olivo


(Prólogo, en tres pasos, para «Cartas al Docente», obra de Santiago Jurado)

ESCOLEROS

Un “escolero” no es un “escolar”, sino algo peor: es una persona que cree en la Escuela de un modo casi fundamentalista, incapaz de pensar la educación sin remitir una y otra vez al Aula, al Profesor y a la Pedagogía; un ser cuyo estilo de reflexión, modo de concebir el mundo y manera de vivir sus días responden, en términos de I. Illich, a una “mentalidad escolarizada”.

No pocos “escoleros” sentirán irritación ante este escrito de Santiago Jurado… Pero hubiera sido muy bien entendido por los “comuneros”, esas gentes que ya no quedan o están a un paso de la extinción, “hombres y mujeres libres en suelo libre”, como anhelaba Fausto en la obra de J. W. Goethe. Entre los “comuneros”, felices de desconocer la Escuela, la educación se respiraba, inseparable del trabajo y del juego, de la relación igualitaria y del amor. José María Arguedas reflejó de un modo soberbio este cisma entre los “escoleros” y los “comuneros”, este abismo que desgarró a los pueblos originarios de América Latina. Pero “comuneros” eran también muchísimas comunidades indígenas de todos los continentes, los nómadas verdaderos, los rural-marginales y hasta no pocos colectivos del mundo citadino-suburbial.

En todas partes, los “comuneros” fueron aplastados por los “escoleros”, vale decir por las fuerzas escolarizadas y escolarizantes del Capitalismo moderno. Y el tipo de Educación Administrada que estos pueblos y estas personas padecieron bajo las garras del colonialismo clásico y del neo-imperialismo posterior, que siguen sufriendo hoy por la globalización de la “sociedad mercantil” (K. Polanyi), coincide en lo sustancial con esa forma de Escuela que Santiago detesta y denuncia en sus Cartas.

Cierro este “primer paso” con tres escenas: un pasaje de Liberté, la película de T. Gatlif en torno los gitanos antiguos; un pensamiento que me regaló mi vecino Basilio, pastor analfabeto, el filósofo más profundo que se me ha dado conocer y una canción indígena del Perú, recogida por Arguedas, quizás el mejor relatador de esa existencia y esa cosmovisión “precolombinas” que cundieron entre los cerros y los ríos de los Andes.

1) Si alguien te pregunta por nuestra ausencia

Liberté, película de T. Gatlif, arroja luz sobre el modo en que el liberalismo, armado de escuelas incluso en sus formulaciones progresistas o izquierdistas (“sobre todo en ellas”, deberíamos decir), atenta contra aspectos esenciales de la idiosincrasia romaní.

Particularmente interesante nos parece la escena en la que la maestra habla con un menor gitano, intentando convencerle -no deja de ser una emisaria del Estado capitalista- de que acuda a la escuela.

La mujer se acerca y, con la arrogancia proverbial de Occidente, da órdenes: “¡Acércate!, ¡acércate!”. El muchacho suspira, en señal de desagrado; resignado y en guardia, le presta atención. “¿Cómo te llamas?”, inquiere la maestra. “¿Por qué?”, replica el chico, manifestando un rasgo de las culturas de la oralidad (respuesta consistente en una interrogación sobre el contexto, sobre el conjunto de las circunstancias en juego). “¿Sabes leer y escribir?”, insiste la educadora, manifestando su ignorancia acerca de la dimensión altericida de la alfabetización. “Eso no es para nosotros”: alegación irrefutable…

“Ha venido a robar a nuestros hombres”, exclama una gitana; y es muy significativo que no diga “niños” (la niñez es un “invento” de la sociedad burguesa). “Los niños [la maestra no ve “hombres”] deben ir a la escuela; tienen que aprender a leer y a escribir” —prueba añadida del etnocentrismo avasallador de esta educadora tan sensible. Y llega, por fin, la resolución comunitaria gitana, con un toque de ultra-realismo, y casi de insolencia, típicamente quínico: “¿Cuánto nos pagará por ello? (…). Si no nos da nada a cambio, los niños no irán. Se quedarán con nosotros. Siempre están con nosotros (…). Tienen cosas mejores que hacer”.

Los gitanos, pues, están dispuestos a cerrar un trato con la mujer paya bonachona que necesita “hacer el bien” al otro-inferior para colgarse la medalla de la conciencia humanitaria y progresista: “Si nos pagas, permitiremos que te ayudes a ti misma a ganarte el cielo de la filantropía de izquierdas” —así puede leerse el desenlace del encuentro.
(Extraído de La gitaneidad borrada)

2) Cargar De Cultura El Arma De Nuestra Vanidad

Basilio no cree en la Enseñanza. En su opinión, solo hay una maestra que no miente: la vida misma, la tierra, los trabajos, lo que se oye decir a los demás…

Conoció a un profesor desocupado que tenía mucho más que aprender que todo lo que él pudiera enseñar. “No sabía ni hacerse un guiso, confundía el nombre de los árboles, de las aves, de las labores… Era como si no tuviera manos, como si no le hubieran enseñado a hacer cosas con ellas, a trabajar, a nada importante”. Un vecino suyo estudió, luego se metió en guerras y al final murió en la cárcel. “Quería decirnos lo que teníamos que hacer. Menos mal que no le seguimos la corriente: estaríamos muertos”.

Ha oído que tampoco los estudiantes encuentran más tarde empleo, y por eso se pregunta: “¿Para qué los tendrán entonces tantas horas encerrados, para qué tanto corral?”. Responde, a su manera, con otra pregunta: “¿No será para atarlos mejor, para hacerlos tan inútiles como el maestro que conocí y tan infelices como el vecino que murió preso por estudiar demasiado y atenerse a lo que los libros decían? ¿No será para acostumbrarlos a levantar el carro de una manera y no de otra, como interese a quienes mandan en las escuelas?”.

Yo le doy la razón: en efecto, a la juventud se la obliga a estudia para controlarla mejor; para sujetarla; para hundirla un poco más en este pozo de estupidez, desdicha y servidumbre que es el mundo de los mayores, la vida adulta.

Y la juventud cae en la trampa ciega de esperanza: esperanza de conseguir un trabajo cómodo, disputándoselo, cuchillo entre los dientes, a todos los demás; esperanza de dominar un área de conocimiento y, a su través, dominar a un círculo de personas; esperanza, para los más ambiciosos, de cargar de cultura el arma de su vanidad y capacitarse así para persuadir al común de las gentes, arrastrando tras alguna interesada quimera, si hay fortuna, a un atajillo de crédulos.

“Leer no solo corrompe el escribir, también degrada el pensar”, anotó F. Nietzsche. El estudiante, máquina de leer y de repetir, adiestrado en la obediencia, desaprende en la escuela a pensar. Sobre la pizarra borrada de su carácter, escriben los funcionarios del consenso discursos de sumisión y adaptación. A través de su cerebro, el poder pensará, el capital hará negocios, la Razón matará.

Se estudia tal se deja uno explotar, como se funda una familia, igual que se acepta el engaño político…, solo por esperanza.
Esperanza de cosas turbias, sucia esperanza. Desesperados, Basilio y yo detestamos la educación. El pastor no fue a la escuela, y yo intimé lo justo con el monstruo para escupirle por sorpresa en la frente y echar a correr hacia ninguna parte.
(De Desesperar)

3) Esos hombres extraños darán media vuelta y te dejarán

Y J. M. Arguedas, ese gran escritor y antropólogo peruano que, habiendo decidido suicidarse, eligió a consciencia el día de su desaparición, para perjudicar lo menos posible a sus alumnos, teniendo en cuenta el desarrollo de las clases y la eventualidad de que quisieran asistir al sepelio, recogió, en su relato Escoleros, una hermosa canción tradicional indígena que cabe leer en clave antipedagógica.

No quieras, hija mía, a hombres de paso,
a esos viajeros que llegan de pueblos extraños.

Cuando tu corazón esté lleno de ternura,
cuando en tu pecho haya crecido el amor,
esos hombres extraños darán media vuelta y te dejarán.

Más bien ama al árbol del camino,
a la piedra que estira su sombra sobre la tierra.

Cuando el sol arda sobre tu cabeza,
cuando la lluvia bañe tu espalda,
el árbol te ha de dar su sombra dulce,
la piedra un lugar seco para tu cuerpo.

Sueño que los “hombres de paso”, los “viajeros procedentes de pueblos extraños”, hacen parte de la hueste pedagógica; y que, frente a ese inmenso artificio del Aula y del Profesor, no hay antídoto más efectivo que la naturaleza misma -el árbol, la piedra, el sol, la lluvia- y la comunidad de iguales, esas “maestras que nunca mienten”.
(Canción incluida en Cuentos escogidos)

PERIFERIAS

Todos conocemos el “centro” del Sistema, lugar de la administración, de los negocios, de la educación oficial, de los “profesionales” encumbrados (desde la judicatura hasta la medicina, pasando por los altos cargos del ejército, por las policías, por los gestores de los medios de comunicación mayoritarios…). Fuera del Centro quedan las periferias y los márgenes.

Las periferias son descontentadizas, “revoltosas”, esgrimen filos de criticismo amortiguado, dialogante; saben, por así expresarlo, a “progresismo”, a voluntad transformadora, a mejoramiento; y se asientan en una suerte de “corrección política” del antagonismo. Podría decirse que, lejos del Centro, miran hacia él y sienten su atracción. Danzan entre la Reforma y la Revolución, más atentas a la primera que a la segunda, pues consideran todo proyecto de Gran Ruptura como algo ya anacrónico o impracticable. Las periferias son líquidas…

Los márgenes se nos aparecen como lejanías sólidas, que dan definitivamente la espalda al “centro”, ubicándose más allá de las periferias, en aquellos lugares donde el Sistema, sin desaparecer, se nota menos y circunstancialmente casi desfallece.

Las periferias “pactan” con el Estado y el Mercado, dos instancias con las que más bien no simpatizan y menos bajo su forma actual. Preferirían siempre un Estado plenamente democrático, transparente, voz y brazo real de la ciudadanía, y un Mercado menos eco-destructor, rediseñado para no seguir agrandando las desigualdades sociales y territoriales -ambos, este y aquel, decididamente “sociales”. Dibujan, desde luego, ámbitos de protesta; pero, en mi opinión, de “protesta domesticada”.

Los márgenes reniegan del Estado y del Mercado “hasta el extremo de lo posible”, en términos de G. Bataille. Desobedecen: se esfuerzan en no acatar las leyes y en evitar las transacciones comerciales. Las gentes de los márgenes llevan, por ello, una existencia precaria, a menudo dramática, si no trágica. El margen es mi único hogar…

El texto de Santiago Jurado, a mi parecer, oscila entre la periferia y el margen. Y eso le confiere un gran interés. Ese baile entre la revuelta aceptable y la denuncia temeraria señala un escrito que aparece, en cierto sentido, como un organismo, como un ser vivo, tal una bullente manifestación de la “ausencia del Libro”. Desde mi marginalidad, departo -en este prólogo- con las bellas periferias de Cartas al docente.

Porque, cuando el Margen desiste de conversar con la Periferia, se convierte en una suerte de “autista” enmudecido y enmudecedor, un “trozo de hueco”, un “segmento de vacío”. Su desesperación, como la del desierto o la de los glaciales, no ayuda a la vida.

Y, cuando la Periferia evita relacionarse con el Margen, pareciera que ya no puede resistir la mencionada atracción del Centro, que avanza insidiosamente hacia él y que en él habrá de disolverse o extinguirse.

El diálogo de la Periferia (líquida) con el Margen (sólido) no es fácil ni acontece sin dolor: aquella se siente golpeada por una instancia endurecida, indestructible, casi como una piedra; y este padece el malestar de sentirse rodeado por una sustancia viscosa, igualmente invencible, que quisiera diluirlo, casi como el agua.

LA AUSENCIA DEL LIBRO

No estoy prologando un Libro, por fortuna. Amo las escrituras fragmentarias, discontinuas, irregulares, “interrumpidas”, como se dijo de algunos textos de W. Benjamin. Me desagrada esa idea teologal del Libro como discernible “unidad de sentido”, sólido en su estructura, lógico en su desarrollo, transparente en su “querer decir”. Contra el Libro, así entendido, se batieron, de modo implícito o manifiesto, poetas y escritores muy diversos, como Baudelaire, Mallarmé, Nietzsche, Blanchot, Barthes, Derrida, etcétera.

La obra de Santiago Jurado se evade de esa esfera sacralizada del Libro y vindica a su manera los valores de lo fragmentario. Sigue una técnica “impresionista”, en la que las pinceladas, sueltas pero coordinadas, los toques de expresión, las dejaciones y las redundancias, los saltos temáticos, las fugas y los reflujos, constituyen la materia del texto y se agolpan, tal orfebres, en el taller del significado. Y, como anoté, danza entre la Periferia y el Margen, sin renegar de las virtudes de la ambigüedad y de la contradicción. De ahí su fertilidad…

Decía E. Zuleta que “solo hay pensamiento donde hay contradicción”. Y es evidente: si no concurre la contradicción estamos simplemente ante un árido sistema de deducciones lógicas, un entorno más próximo al silogismo o incluso a la matemática que a la creatividad. Recuerdo también una observación de G. Bataille, en La experiencia interior: “El aparente relajamiento del rigor puede no expresar más que un rigor mayor, al que se debería responder en primer lugar”. Y, por último, para saldar esta cuestión de un modo expeditivo, remito a una observación crudelísima de X. Rubert de Ventós: “La búsqueda de contradicciones es la obsesión de las mentes tontas”.

Soy feliz, por todo ello, de las contradicciones contenidas en este pequeño preámbulo y en la obra que prologa…

Donde no se da el Libro, se da el texto. El escrito de Santiago aparece así, ya lo apunté, como una especie de “ser vivo”, un organismo palpitante capaz de suscitar muchas ideas, de abrir y de cerrar muchas puertas, de entablar tantos debates como concilios, de facilitar escuchas y de hacer también oídos sordos a no pocas chácharas oficiales.

En cierto sentido, lo que este autor piensa “verdaderamente” de la Escuela y de la docencia, el alcance “exacto” de su crítica y la definición “precisa” de su posicionamiento político-ideológico, son cuestiones que carecen relativamente de interés: “El texto lo hace el lector”, se ha reiterado; y Cartas al docente, este tan inspirador ramillete de palabras (palabras como dardos y también palabras como abrazos), ya pertenece a sus receptores.

Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

La Habana – Alto Juliana de Sesga

¿ES LA VIDA LA OCASIÓN PARA UN EXPERIMENTO?

Posted in Activismo desesperado, antipedagogía, Archivos de video y de audio de las charlas, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Desistematización, Ensayos fílmicos. Películas documentales, Indigenismo, Proyectos y últimos trabajos with tags , , , , , , , , , , on junio 2, 2022 by Pedro García Olivo

(EN TORNO A LA HUMANIDAD ECONÓMICA)

Para la racionalización, o justificación, del productivismo capitalista, los teóricos neoliberales de la primera hora (F. Hayek, muy destacadamente) construyeron una abstracción perfecta, una categoría lógica que se desenvolvía como debía desenvolverse a fin de legitimar el sistema del mercado y de la libre competencia: el homo oeconomicus. A los pocos años, voces críticas del espectro anti-desarrollista denunciarían, alarmadas, que el “hombre económico” se había encarnado, había tomado forma humana, confundiéndose cada día más con todo hombre, con el hombre en sí. Recuperar tal denuncia es un modo de homenajear a los pocos seres humanos (nómadas tradicionales, indígenas anticapitalistas, rural-marginales resistentes, gentes no-asimiladas de los suburbios citadinos, exponentes de culturas orientales y africanas, entre ellos) que lograron salvaguardar su sensibilidad y su estilo de vida del ciclón tecno-economicista moderno:

“El hombre económico era una creación abstracta para las necesidades del estudio, una hipótesis de trabajo; se prescindía de ciertas características del hombre, cuya existencia no se negaban, para reducirlo a su aspecto económico de productor y consumidor (…). [Pero] lo que no constituía más que una mera hipótesis de trabajo ha terminado por encarnarse. El hombre se ha modificado lentamente bajo la presión, cada vez más intensa, del medio económico, hasta convertirse en ese hombre, de extremada delgadez, que el economista liberal hacía entrar en sus construcciones (…). Todos los valores han sido reducidos a la riqueza material. No por los teóricos, sino en la práctica corriente; al mismo tiempo que la ocupación más importante del hombre empezó a responder a la voluntad de ganar dinero. Y este rasgo se convierte de hecho en la prueba de la sumisión del hombre a lo económico, sumisión interior, más grave que la exterior (…). El burgués se somete y somete a los demás, y el mundo se divide entre los que gestionan la economía y acumulan sus signos ostentosos y los que la padecen y generan las riquezas, todos igualmente poseídos (…).

Cada vez era más difícil para cualquiera hacer otra cosa que no fuese trabajar para vivir; pero la vida, ¿qué era? Exclusivamente consumir, porque se concedían ocios al hombre, pero estos ocios eran únicamente la parte del consumidor en la vida. Sus funciones primordiales de creador, de orante o de juez, desaparecían en la creciente marea de las cosas (…). La técnica va a coronar el movimiento y dar el último impulso a este hombre económico (…). Se reduce así el hombre a cierta unidad; y esta nueva dimensión ocupa el campo entero, de manera que todas las energías del hombre son catalizadas en este complejo productor-consumidor (…). Todo ello se ve poderosamente acentuado por una segunda modalidad de acciones técnicas, que se dirigen directamente al hombre ylo modifican [las antropotécnicas] (…). Desde este momento no es necesaria ya la hipótesis del hombre económico porque la vida entera del ser humano, convertida en mera función de la técnica económica, ha rebasado en sus realizaciones concretas las tímidas conjeturas de los clásicos” (J. Ellul, La Edad de la Técnica).

Contemporáneo de J. Ellul, interesado también por el fenómeno técnico (aunque con una valoración inicial opuesta, positiva en su conjunto, inebriada de esperanza, como testimonia Técnica y Civilización), L. Mumford reitera la descripción del hombre económico en tanto tipo antropológico dominante en la fase histórica de máxima “degradación del trabajador” y de franca “inanición de la vida” (“edad paleotécnica”, en sus palabras):

“Había nacido un nuevo tipo de personalidad, una abstracción ambulante: el Hombre Económico. Los hombres vivos imitaban a esta máquina automática tragaperras, a esta criatura del racionalismo puro. Estos nuevos hombres económicos sacrificaron su digestión, los intereses de paternidad, su vida sexual, su salud, la mayor parte de los normales placeres y deleites de la existencia civilizada por la persecución sin trabas del poder y del dinero. Nada los detenía; nada los distraía…, excepto finalmente el darse cuenta de que tenían más dinero del que podían gastar, y más poder del que inteligentemente podían ejercer. Entonces llegaba el arrepentimiento tardío: Robert Owen funda una utópica colonia cooperativa; Nobel, el fabricante de explosivos, una fundación para la paz; Rockefeller, institutos de medicina. Aquellos cuyo arrepentimiento tomo formas más discretas fueron las víctimas de sus queridas, o de sus sastres, o de sus marchantes de arte (…). Solo en un sentido muy limitado estaban mejor los grandes industriales que los obreros por ellos degradados: carcelero y prisionero eran ambos, por así decirlo, huéspedes de la misma Casa del Terror”.

El Proletariado, supuesto antagonista de la sociedad mercantil, será considerado por estos autores como una expresión más de la “humanidad económica”. Muy duras, las palabras de J. Ellul a propósito:

“Con el proletario estamos en presencia de un hombre vaciado de su contenido humano, de su sustancia real, y poseído por el poder económico. Está enajenado no solo en tanto sirve a la burguesía, sino en cuanto resulta extraño a la propia condición humana: especie de autómata, aparece como una pieza más del engranaje económico, activado solo por la corriente material (…). No menos para el proletario que para el burgués, el hombre no constituye sino una máquina de producir y de consumir. Está sometido para producir y debe estarlo asimismo para consumir. Es necesario que absorba lo que le ofrece la economía (…). ¿Carece de necesidades el hombre? Hay que crearlas, pues lo que importa no es su estructura psíquica y mental, sino la salida de las mercancías, cualesquiera que ellas sean. Entonces se inicia esta inmensa trituración del alma humana que desembocará en la propaganda masiva y que, mediante la publicidad, vincula la dicha y el sentido de la vida al consumo. El que tiene capital es esclavo de su dinero; el que carece de él es esclavo de la locura de desear conquistarlo, ya que es forzoso consumir; en la vida todo se reduce a obedecer a tal imperativo”.

Y en L. Mumford parece reverberar la vieja consigna “quínica” enunciada por Diógenes de Sinope (“A nosotros también nos gustan los pasteles, pero no estamos dispuestos a pagar su precio en servidumbre”):

“La doctrina de Kant, según la cual todo ser humano debía ser tratado como un fin y nunca como un medio, fue precisamente formulada en el momento en que la industria mecánica había empezado a tratar al trabajador únicamente como un medio, un medio para lograr una producción mecánica más barata. Los seres humanos recibían el mismo trato brutal que el paisaje: la mano de obra era un recurso que había de ser explotado, aprovechado como una mina, agotado y finalmente descartado. La responsabilidad por la vida del empleado y por su salud terminaba con el pago de su jornal por el día de trabajo” (en Técnica y Civilización).

La crítica de la “humanidad económica” puede proyectarse hacia atrás y hacia adelante en el tiempo. Hacia adelante, cristaliza en las posiciones de I. Illich y de los reconocidos “críticos del productivismo” (Baudrillard, Maffesoli, Girardin, Subirats, etc.). Hacia atrás, se vislumbra en geniales pioneros, filósofos y escritores del siglo XIX: H. D. Thoreau, W. Morris, P. Lafargue… Y, hacia mucho más atrás, encuentra semillas en la Grecia Antigua, entre los filósofos de la escuela “quínica”: “Mi patria es la pobreza” (Crates de Tebas), “Antes maniático que voluptuoso” (Antístenes), “En la vida se deben guardar solo aquellas cosas que, en caso de naufragio, puedan salir nadando con el dueño” (Antístenes), “Con un poco de pan de cebada y agua se puede ser tan feliz como Júpiter” (Diógenes), “Es propio de los dioses no necesitar nada, y de los que se parecen a los dioses necesitar de poquísimas cosas” (Diógenes)… Nos cuenta M. Onfray, en Retrato de los filósofos llamados perros, que no fue otra la actitud de un viejo campesino beocio, quien, habiendo salido a recoger leña, se encontró un tesoro y tomó la decisión más acertada: se bajó los pantalones, defecó sobre las joyas y salió corriendo…

Resuena este gemido anti-económico a lo largo de toda la historia; y me acuerdo ahora de Séneca con su “tener como si no se tuviera”; de Hölderlin, muy especialmente, con su canto a la “dulce pobreza” y al “humilde bienestar”; de la crítica corrosiva de Nietzsche, denostando el “sucio disfrute” y el “lamentable acomodo” de la clase media… Y viene a mi memoria de nuevo P. Lafargue, con su libro El derecho a la pereza:

“Una extraña locura posee a las clases obreras de las naciones donde reina la civilización capitalista (…). Esta locura es el amor al trabajo, la pasión mórbida por el trabajo (…). En lugar de reaccionar contra esta aberración mental, los sacerdotes, los economistas y los moralistas han santificado el trabajo (…). La prisión se ha vuelto dorada; se la acondiciona, se hace cada vez más solapada y, por oscuras alquimias, termina presentándose como un nuevo Edén, la condición de posibilidad de la realización de uno mismo o el medio de alcanzar la plena expansión individual”.

***

Este es el punto de partida del conversatorio que propicié en Sestao, el día 20 de mayo de 2022, en la sede “okupada” de Altos Hornos de Vizcaya, un evento organizado por el colectivo Txirbilenea.

Procuré llevar la teoría del Hombre Económico al encuentro con la noción de Ciudadano-Robot, en la que llevo un tiempo trabajando, para suscitar una pregunta, de la que procede el título de la charla: ¿bajo la hegemonía de la mentalidad económica y burocrática, en trance de universalización, puede aún subsistir el anhelo de libertad? ¿Sigue siendo la vida “la ocasión para un experimento”, como sostenía K. Jaspers a pesar de padecer la persecución del nazismo?

Desde estos enlaces se accede al vídeo del conversatorio y también de una entrevista relacionada:

“La vida irregular. Preguntas sin trabas y respuestas al desnudo”

“¿Es la vida la ocasión para un experimento? En torno a la humanidad económica”

PARA VIVENCIAR LOS MÁRGENES. La fuga como arma

Posted in Activismo desesperado, antipedagogía, Archivos de video y de audio de las charlas, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Desistematización, Indigenismo, Proyectos y últimos trabajos with tags , , , , , , , , , , , , , , on marzo 6, 2021 by Pedro García Olivo

Vivo con dramatismo esta carrera contemporánea de la mayoría práctica de la Humanidad hacia el centro del sistema capitalista.

Minorías muy estrictas miran al margen, que existe realmente si bien más allá de las acomodaticias “periferias”. Entre los “maestros” de esta fuga siempre posible, de este rechazo de la centralidad del sistema, están los indígenas de todos los continentes, en la medida en que pudieron resguardarse de la apisonadora capitalista; los pocos nómadas que no sacrificaron su idiosincrasia en una vivienda, un oficio y una escuela para sus hijos; las gentes del medio rural-marginal que persistieron en su autarquía económica y en su indiferencia política; los habitantes de las barriadas, de los suburbios, de las “villas miseria” que nunca aspiraron a homologar su asentamiento con una “localidad-bien”, con un pueblo legal y regular.

El centro existencial del capitalismo es el lugar de los empresarios, de los políticos, de los funcionarios, de los “profesionales” y de una capa de los empleados: la alcantarilla dorada.El margen es fuga; y sobre ella escribió muy bien un hombre que solo se fugó el día de su suicidio: “A los que dicen que huir no es valeroso, él responde: ¿Quién no es fuga? El valor radica en aceptar el huir antes que vivir quieta e hipócritamente en falsos refugios. Es posible que yo huya, pero a lo largo de toda mi huida busco un arma”.

«Para vivenciar los márgenes. La fuga como arma” fue una charla en la que, como pocas veces, vacié mi ser. O, mejor dicho, mi “querer-ser”, porque la vida (me gusta pensar que la vida es mi preferencia y casi mi especialidad) me arrastró en ocasiones cerca del Centro. He aquí el vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=rYe1AM4CltQ

LA EXISTENCIA COMO LASTRE Y EL CONTRATIEMPO DE LA CRÍTICA

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on febrero 13, 2019 by Pedro García Olivo

Bajo la modernidad occidental, la existencia de las gentes queda definitivamente aherrojada bajo una forma doble de racionalidad estratégica; y nos desvivimos entre una lógica material depravada que nos lleva a comportarnos como meros «seres económicos» y una lógica insensata de la obediencia política que nos erige en lamentables «ciudadanos».

Pero no ha sido necesariamente así en todo lugar y en todo tiempo; y no siempre han actuado de esa manera casi todos los hombres y casi todas las mujeres.

Porque, contra la razón instrumental, se ha levantado en cualquier parte y en cualquier época, aunque ciertamente ayer más que hoy y allá más que aquí, una disposición negadora y festiva, dichosa e imprudente, aficionada a practicar la crítica como el último contratiempo y a combatir sin descanso esa vida ordenada que se padece como un lastre; una disposición, antiautoritaria por antipedagógica y libertaria por desistematizadora, que nombramos «lúdica» y sobre la que es casi imposible escribir sin una sonrisa entre los labios.

De ella saben los niños, las gentes que no se nos parecen, tantos locos hermosos, los marginales voluntarios, los perdedores esforzados y deliberados, los extraviados a consciencia…

Presento «En defensa de la razón lúdica», ensayo que forma parte de mi último libro («Antipedagogía. La vida como lastre y el contratiempo de la crítica»), obra en fase de revisión formal.

https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2019/02/en-defensa-1.pdf

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 13 de febrero de 2019
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

PONIENDO EN CIRCULACIÓN MONEDA FALSA: DESÓRDENES EN EL LENGUAJE

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Proyectos y últimos trabajos with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , on mayo 8, 2018 by Pedro García Olivo

1.Desistematización no es des-alienación, crítica de la ideología o “conscienciación”

Decía Roland Barthes que nada es tan importante para una sociedad como mantener en orden sus palabras. Trastocarlas, invertirlas, desnaturalizarlas, oponerles vocablos nuevos… constituye casi un suerte de revolución. “Antipedagogía», “demofascismo» y “desistematización» se suman a esa insurgencia del lenguaje contra el orden que él mismo ha instaurado. Nietzsche entendía esta suerte de contaminación del léxico como un “poner en circulación moneda falsa»; y se ha podido hablar, a propósito, de la “criminalidad lingüística» de Illich, un gran generador de expresiones perturbadoras.

Ante la crisis del Relato de la Emancipación, y de la forma de racionalidad política en que se insertaba, sentimos la necesidad de cambiar de vocabulario, de inventar conceptos “preventivos” que nos pongan a salvo de los horrores suscitados por las categorías aún hegemónicas. Y hablamos de “desistematización”, expresión que se opone frontalmente a las series discursivas alentadas por conceptos como “alienación”, “falsa consciencia”, “distorsión ideológica”, “vanguardia consciente”, “minoría consciente”, “labor de ilustración-conscienciación”, “disciplina consciente”, “trabajo político consciente”, “obrero consciente”, “maduración de la consciencia de los trabajadores”, “consciencia (asignada) de clase”…

La desistematización deja en paz al otro y no mete las manos en su consciencia: ahí evidencia su matriz antipedagógica. Para ella, nadie puede discernir lo que va mal en el otro y nada hay que nos incumba rectificar en su subjetividad: la alienación, por ejemplo, o no existe o afecta también al campo del denunciante, por lo que no puede ser señalada y curada desde un fantasmal “afuera”.

Hiede a elitismo la rancia suposición de que la población está “alienada”, de que nos rodean meros “hombres-masa», “individuos-promedio», “seres unidimensionales» que decía Marcuse, y de que, no obstante, contamos con profesores universitarios, educadores, dirigentes políticos o sindicales, autoridades morales, escritores y otros individuos lúcidos capacitados para sacarlos de ese pozo y, siempre con la ayuda de algún Texto Canónico (El Capital o la Declaración de los Derechos Humanos, en nuestros días), llevarlos a la superficie de la Verdad y de la Consciencia. Las gentes son tal y como las vemos, y es absurdo pensar que su verdadera condición es otra y que nos necesitan para reencontrarse con ese ser profundo que ha quedado soterrado por las ideologías, las manipulaciones y otras maldades del Capital o del Estado, nos sugiere Baudrillard.

También la llamada “crítica de la ideología» ha quedado en las mallas de la antigua racionalidad política. En “Crítica de la razón cínica», Sloterdijk denunciaba el círculo vicioso en que ese proceder, meramente “teorético», se movía sin cesar. Siempre criticamos la ideología adversa desde una ideología personal, propia, que no reconocemos como tal y que postulamos como “la verdad» o “la realidad». De ese modo, la crítica de la posición intelectual del otro deviene mero “comentario» o “glosa» de nuestra posición particular. Cada vez que los críticos socialistas o comunistas, por ejemplo, emprendían la denegación de las llamadas “ideologías burguesas» no hacían, en lo implícito, más que “recitar» y “reiterar» el texto marxista. En “El Orden del Discurso», Foucault acuñó una “moneda falsa» para designar ese método: el “principio del comentario». Y se refirió a esos relatos que no cesan de “comentarse» a sí mismos, de decirse una y otra vez, de cantarse y de celebrarse, aprovechando ese viaje por el texto del otro que nombramos “crítica de la ideología».

Volviendo la vista a la escuela quínica y a los modos de polemizar de Diógenes el Perro, Sloterdijk ha propuesto otra forma de entender la crítica. En ella, ya no se separaría al autor de su obra, al pensador de su pensamiento, a la persona de sus palabras. “Señalaría con el dedo», al gusto de Nietzsche, y practicaría, de modo descarado, la llamada “crítica ad hominen». Dando la espalda al teoricismo plomizo, a la asfixiante “argumentación lógica», a la estéril y esterilizante “búsqueda de contradicciones», este nuevo ejercicio crítico se solidarizaría con motivos que, hasta ahora, han gozado más bien de mala prensa: la ironía, el sarcasmo, la parodia, la burla, la sátira… Ilustrando su propia propuesta, Sloterdijk, en el capítulo que dedicara a la “crítica» de Althusser y del estructuralismo marxista, parte de la siguiente circunstancia, a la que da un papel central en su reflexión: el afamado filósofo y profesor comunista, que quiso enseñarnos a “leer El Capital», asesinó a Hélène, su compañera. Un femicida pretendía “des-alienarnos», “conscienciarnos» y contribuir, de ese modo, escribiendo libros y dando clases, al advenimiento del “Reino de la Libertad»…

Pertenece a la racionalidad política clásica el prejuicio de que la lucha política pasa por la “conversión” y “movilización” del otro, de un ciudadano afectado por alguna tara, por este o aquel “déficit”, por ciertos “velos”, siempre resueltos o superados, desde lo externo, por minorías ilustradas. La desistematización, fiel a su inspiración antipedagógica, parte, por el contrario, de la crítica de Bakunin, el ateólogo: no se requieren “yugos bienhechores” que nos caigan “desde arriba”, porque los hombres no son “menores de edad perpetuos” necesitados de esclarecimiento y de conducción eclesiástica, escolar o estatal.

2. Doble sentido de la expresión

De forma inmediata, el término sugiere que “somos el Sistema”, por lo que nuestra capacidad de crítica no debe dirigirse solo y siempre a entidades “externas” ya sobradamente desacreditadas (la Oligarquía, los Ricos, los de Arriba, la Burguesía,…). Somos el Sistema en cada acto de compra, de venta, de mando, de obediencia, de trabajo… Por eso, la lucha contra el Capital y el Estado puede empezar, precisamente, por nosotros mismos, que somos su territorio biológico: localizar y extirpar los puntos en los que el Sistema se encarnó en nosotros, se enquistó en nuestro corazón y en nuestro cerebro, se hizo hábito y rutina, se transmutó en deseo. Estamos “sistematizados” porque nos hemos convertido en la cifra “corporal” del Capitalismo: para saber en qué consiste basta con observarnos a lo largo del día.

En segundo lugar, estamos sistematizados porque nuestra vida cotidiana se resuelve en un “saltar de sistema en sistema”: sistema residencial, sistema de transporte, sistema escolar, sistema laboral, sistema comercial, sistema de salud, sistema de seguridad, sistema del ocio…

Cada sistema es un lugar de consumo casi inevitable y una instancia de supresión de nuestra autonomía. Porque se han dado experiencias históricas y sociales en las que las gentes, con la asistencia de la comunidad, se bastaban por sí mismas para construir sus viviendas, desplazarse de un lugar a otro, aprender, proveerse los medios de subsistencia, intercambiar bienes y favores, evitar la enfermedad, preservar la tranquilidad en el poblado, divertirse…

Cada sistema justifica y reproduce las “profesiones tiránicas” que hay detrás de él y a los técnicos y legisladores, todos pedagogizados, que lo diseñan y reforman. En los sistemas muere la libertad, porque es el hombre el que debe adaptarse a sus lógicas, horarios, dinámicas, productos, reglamentos… Nuestros días quedan definidos, en lo empírico, por la sucesión y combinación de ámbitos sistematizados que debemos transitar para cumplir cualquier objetivo. Es pues el Estado, con sus burocracias del bienestar social, el que ha diseñado nuestras jornadas, evaluando el impacto de los diferentes sistemas en nuestra subjetividad pesquisada.

Por ello, “desistematización” quiere decir, por un lado, confrontación con los aspectos del Capital y del Estado que, por habitar en nosotros, casi nos constituyen; evitación o reducción de las maneras en que nuestra cotidianidad reproduce el Capitalismo; supresión o atenuación del impulso a comprar-vender-mandar-obedecer-trabajar… Y, en su segunda acepción, sugiere una recuperación, individual y colectiva, de parcelas de nuestra autonomía, de nuestra libertad, que nos fueron robadas y regladas por la Administración: vivienda, educación, salud, movilidad, seguridad…

[Fragmento de un borrador. Materiales previos para el ensayo que estamos concibiendo en la actualidad: “En los tiempos de la protesta domesticada”. Fotografías tomadas en la comunidad “San José El Alsinat”, Guatemala. Territorios invadidos por familias sin-techo y asentamiento “viviendista” que lucha por su legalización. Desórdenes en las imágenes]

Pedro García Olivo
www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 8 de mayo de 2018

Fuga, Margem e Desespero (Fuga, Margen y Desesperación)

Posted in Crítica de las sociedades democráticas occidentales with tags , , , , , , , , , on octubre 18, 2015 by Pedro García Olivo

Ha aparecido, en la revista portuguesa Flauta de Luz, la entrevista que nos propusiera Pedro Morais en torno a la reedición de «Desesperar» en Lisboa. Recogemos aquí «Fuga, Margem e Desespero. Um encontro com Pedro García Olivo», en su versión española:

Margen y desesperación 1

FUGA, MARGEN Y DESESPERACIÓN
Pedro Morais conversando con Pedro García Olivo

“Me hace compañía saber que no viviré siempre”
Un pastor de Arroyo Cerezo

Olá Pedro, como tens passado desde a tua visita a Lisboa? Estiveste por cá recentemente a apresentar o livro Desesperar, livro editado no estado espanhol pela Iralka em 2003 e reeditado no princípio do corrente ano pelo CSA La Revuelta, e editado em português no passado mês de Abril pela Textos Subterrâneos. Entre a vária correspondência que fomos tendo desde que a primeira edição deste livro me apareceu nas mãos, disseste-me que foi um livro “escrito a sangue”. Qual a razão dessa afirmação?
Lo estoy pasando bien, como cada día desde el diecisiete de octubre de 2010, fecha en que dejé de trabajar y dejé de obedecer. Dedico en la actualidad mis jornadas a un ensayo sobre el etnocidio del pueblo gitano operado, de forma casi invisible, a partir de la segunda mitad del siglo XX. Se ha tratado, como denunció B. Leblon, de un exterminio discreto de las comunidades romaníes “por la vía pacífica de la integración”, basado en la eficacia asimiladora de la escolarización y del trabajo social. De esta investigación, iniciada hace un año (desde que fui convocado por la Universidad Internacional de Andalucía para impartir un Curso de Verano en torno a “La Escuela frente a la diferencia gitana: la integración como etnocidio”), se va ha desprender un libro, titulado Si alguien te pregunta por nuestra ausencia (No más gitanos), cuya publicación será propuesta a la editorial Cul de Sac, interesada por el proyecto.
“Escribir con sangre” señala una metáfora de la autenticidad, pero también de la voluntad de daño. Redactar como si uno se desangrara, en un ejercicio radical de desvelamiento, de vaciamiento. Mostrar, al componer, la sustancia misma que me constituye: un hombre con un lápiz, en medio del monte, guiando un pequeño rebaño de cabras, “desnuda” al hombre que, en medio del monte, mientras conduce su hato de cabras, gasta la mina del mismo lápiz describiendo el modo en que la Modernidad toda, nuestra Razón ilustrada, la suma del Occidente capitalista, se derrumban, como castillos de naipes, ante las escasas palabras y los innumerables actos de Basilio y otros pastores antiguos. “Escribir con sangre” sería volver los ojos hacia adentro para percibir mejor el afuera; construirse al componer, dejarse constituir por la escritura, trenzar un “biotexto”.
Pero también “esgrimir” las palabras y el estilo de vida que merodean; “blandir” los hechos y las opiniones de los hombres rural-marginales contra la soberbia solipsista de los urbanos aburguesados de Europa. Aspirar al peligro: “¡Lector, quien quiera que seas, defiéndete; pues voy a lanzar contra ti la honda de una terrible acusación!”, anotó Lautréamont “alertando” de su Maldoror. Yo he pretendido lo mismo, desde Un trozo de hueco: “Allí donde, en el cerebro del lector, todo se pacifica y sosiega como ante un inmenso mar calmo, esta obra quisiera poner un pequeño infatigable erizo; y que ahí se remueva, y que clave sus púas en la conciencia”. De Nietzsche a Cioran, pasando por Baudelaire, por Bataille, por Artaud, por Genet y por tanto otros, divisas demasiado parecidas se repiten sin descanso, marcando un anhelo riesgoso de la palabra, un activismo inmediato de la escritura: “Un libro ha de ser realmente una herida; debe trastornar, de un modo u otro, la vida del lector”; “Escribo para azotar a alguien”; “Mi propósito era crear, por los medios de la palabra y la puesta en escena, un profundo malestar en la sala”; “Devolver al lenguaje su capacidad de estremecer y de manifestar verdaderamente algo, retrotraerlo a sus orígenes de bestia acosada”, etcétera. Mucho más que redundar simplemente en aquella “instancia crítica, negativa” que, según Adorno, debía distinguir, contra la Administración, a todo documento de cultura; volver a plantear la interrogación, perfectamente retórica, del viejo Diógenes, el quínico insumiso, ante la verbosidad incontenible de Platón: “¿Qué puede ofrecernos un hombre cuyas palabras jamás han inquietado a nadie?”. La respuesta es “nada”; y Desesperar, escrito con sangre, quisiera, por el contrario, ofrecer acaso demasiado: desatar, desde la autenticidad de unos hombres arraigados en el margen, la mayor de las perturbaciones posibles.
Este livro marca uma etapa da tua vida, em que largaste o ensino para te dedicares ao pastoreio e à vida de montanha. Por que sentiste esse ímpeto de deixar a comodidade de um emprego estável como professor para te dedicares à vida agreste de pastor serrano?
He tardado mucho tiempo en encontrar una respuesta satisfactoria, completa, para esa cuestión… Abandoné la instalación, la vida acomodada, como por un dictak del organismo, que, casi por fuera de las palabras, con independencia de las razones y de los argumentos, encendió la señal de alarma y me forzó a huir de la existencia pequeñoburguesa, de la feligresía de la clase media. Me consumía en la centralidad del Sistema, o en su periferia descontentadiza; me auto-devastaba como profesor, funcionario, poseedor, etcétera. Y emprendí la “fuga”, dejándome acompañar por la palabras de Deleuze, autor que había leído con placer: “A los que dicen que huir no es valeroso, responde: ¿Quien no es fuga? El valor radica en aceptar el huir antes que vivir quieta e hipócritamente en falsos refugios. Es posible que yo huya; pero, a lo largo de toda mi huida, busco un arma”.
Huía, me dije entonces, de los lugares de complicidad con lo establecido, de las posiciones de solidaridad con el opresor. Hoy leo del mismo modo aquella fuga inicial, aunque uso otras palabras: corría hacia el margen, dando la espalda a las instituciones y a la lógica del Capital, persuadido de que solo en el extrarradio del Sistema podría desatar el proceso de auto-construcción ética y estética que mi organismo en pleno demandaba. No se trató de la retirada hippie o crasamente hedonista; sino de un repliegue en el margen para descodificarme, para deconstruirme, para arrancarme metódicamente las incrustaciones del Sistema en mi ser, en mi cuerpo, en mi forma de vida. Y para atacar, desde ese gesto y desde ese proceso, la centralidad misma de lo dado.
Al contrario de lo que soñaba Bakunin, la rebeldía no pertenece a la esencia genérica del hombre: debe ser deseada. Stirner lo comprendió muy bien: uno ha de querer construirse como luchador. Bajo ese anhelo, en el ámbito rural-marginal hallé los pertrechos que necesitaba para re-hacerme y profundizar mi resistencia: oralidad, laborofobia, sentimiento comunitario, ayuda mutua, anti-productivismo, aversión a las lógicas políticas del Estado, etcétera.
Tive há bem pouco tempo o prazer de te visitar na montanha que é agora a tua casa e de constatar a forma como te despojaste de quase todo o conforto que o mais comum dos urbanitas consideraria básico. Como é que essa experiência, que tu próprio defines como heterotópica, mudou a tua percepção do mundo que deixaste para trás e que armas te deu para o puderes criticar? Consideras que a experiência heterotópica implica, necessariamente, um abandono da urbe e a fuga para o meio rural?
En esta carrera hacia el margen a la que he aludido lo primero que adquirí fue, por así decirlo, “un aliento quínico”. Comprendí perfectamente la divisa de la Secta del Perro, y la hice mía: “A nosotros también nos gustan los pasteles, pero no estamos dispuestos a pagar su precio en servidumbre”. Desatado, habiendo roto la tenaza laboral-residencial, el concepto de “libertad” se me hizo insuperablemente “concreto”: ser libre era, sin más, disponer por entero del propio tiempo. “Solo soy rico en tiempo, pero soy muy rico en tiempo”, solía decir… Sentir que era el dueño absoluto e incondicionado de mis jornadas, desde el alba hasta el anochecer, me proporcionaba la sensación de libertad por la que tanto me había debatido a lo largo de toda mi vida. Las amenazas que se cernían sobre esa certidumbre de emancipación estaban claras: el consumo y el acomodo. Tanto uno como otro llevaban a la exigencia de la subordinación laboral, reenviaban al empleo o al mercado… Era preciso conjurarlas.
Como para los quínicos, como para los estoicos, incluso como para los epicúreos, el método era uno y siempre el mismo: “endurecerse”, tanto a nivel físico como espiritual; aprender a vivir con cada vez menos, con muy poco, con cada vez menos que muy poco; nada de regodearse en la limitación y en la auto-mortificación al modo ascético vulgar, pero sí llegar a disfrutar de aquella “dulce pobreza”, de aquel “humilde bienestar”, a los que cantara Hölderlin y que fundan la posibilidad de una reconquista de la soberanía sobre uno mismo y sobre la propia vida. En la práctica, todo ello se traducía en un ascenso lento y gradual por la escala de la simplificación de la existencia, de la evitación de lo fútil, superfluo, innecesario. Era, asimismo, la escala de un anti-consumismo beligerante y de un despojamiento sistemático que saldaba la precarización inevitable del subsistir con la recompensa de la libertad entendida como autonomía.
Dando un paso más en la concreción… No resido en una “casa”, en uno de esos “pequeños ataúdes con ventanas” que deploraba Baudelaire, sino en una barraca sita en pleno monte público (“un refugio en el paisaje”, en el decir de A. Gide): un “dispositivo para la sobrevivencia” que no existe de hecho para la Administración, que no se halla regularizado, catastrado, contabilizado, más cercano a la lógica de la cueva que a la necro-lógica de la vivienda, por decirlo de esta manera. Carezco de cuarto de aseo, de agua corriente, de suministro eléctrico (salvo la energía que me proporcionan unas pequeñas placas solares), de frigorífico, de lavadora, etcétera. Como vendí también el coche, no pago ningún “recibo”; y puedo subsistir sin otro gasto que el de la alimentación, dejando a un lado la tarifa mínima temporal de telefonía móvil. Para reducirlo, dispongo de los huertos que cabe cultivar tras la roturación personal del monte público y de otras parcelas ocupadas en el valle; y del aporte de las recolecciones, del auxilio de las conservas, etc.
En esta aspiración a la autarquía, que no es posible de modo absoluto, pero sí queda siempre como horizonte, cuento con la ayuda mutua que practicamos los moradores de este entorno (al pie de mi refugio hay una aldea donde viven nueve personas). A día de hoy, he conseguido reducir el presupuesto mensual en alimentación a unos 30 euros, y espero seguir bajándolo. Vendí lo que tenía (en primer lugar, el automóvil); y de ahí obtuve los medios para sufragar las compras imprescindibles (aceite, sal, pan tostado,…). Aparte de ello, me declaré “autor mendicante” y empecé a aceptar sin vergüenza las pequeñas aportaciones que me llegaban desde compañeros o amigos agradecidos por la liberación completa de todas mis obras y de otras producciones ajenas, cuya descarga gratis por internet aseguré. Muy de vez en cuando, alguna Universidad me contrata para hablar “contra” ella, para dictar alguna conferencia anti-pedagógica; y yo corro gustoso, dispuesto a infamarla, a execrar concienzudamente a los profesores y llevarme enseguida, como un ladrón, mis honorarios. Hay quien dice: “Al Enemigo, ni agua”. Para estos casos, yo sostengo más bien: “Al Enemigo, veneno”. Y eso es todo…
He hablado de “experiencia demoníaca de la extinción en libertad” para expresar la índole de mi proyecto de acabamiento personal desde la autonomía; y por rescatar aquella percepción goethiana de “lo demoníaco” como actitud insumisa y atentatoria. Y, desde esta práctica del renunciamiento y de la indigencia militantes, he podido profundizar mi crítica del “productivismo occidental”, con toda su cadena de categorías y de procedimientos: mercado, óptica del beneficio, salario, estudio de la rentabilidad, trabajo alienado, racionalidad estratégica, pulsión consumista, materialismo disecador, monetarización de las relaciones personales, “explotación” de la naturaleza, hegemonía del valor de cambio, dependencia de las instituciones y de los resortes del Estado, etcétera. Por fin estoy logrando adelantar una crítica fiel a la consigna clásica de la filosofía: “Pensar la vida, vivir el pensamiento”. Y nada de ello me sería viable sin haber encarnado aquel “espíritu de la desesperación”, concebida como “ausencia de toda engañifa”, que me transfundieron los pastores antiguos de esta media montaña marginal valenciana. Como substrato de mi “extinción en la libertad” reconozco los ocho años que consagré al pastoreo, viviendo el monte (viviendo monte) con un pequeño rebaño de cabras, redactando y experienciando Desesperar.
Pero en absoluto sostengo la “exigencia” de un abandono de la ciudad y de una instalación en el medio rural. El “margen”, como ámbito para la autoconstrucción ético-estética, se lo labra cada cual, de forma diversa y en espacios distintos: se puede dar la espalda a la centralidad del Sistema, emprendiendo la carrera hacia el extrarradio de lo instituido, en la propia ciudad (pensemos, por ejemplo, en esos “supervivientes urbanos” que, contrarios al trabajo alienado y al domicilio en propiedad, subsisten mediante el aprovechamiento de lo que otros tiran, reciclajes varios, pequeñas expropiaciones, ocupaciones sistemáticas, apoyo mutuo,…, un poco al modo de los “espigadores” de Agnes Varda). Y puede uno labrarse su “margen” en el seno de otra cultura, fuera del ámbito de nuestra civilización; o arraigando en subculturas occidentales amenazadas y amenazadoras, o incorporándose a este o aquel grupo nómada,… Se puede correr hacia el margen en áreas concretas, como la educación, retirando a los hijos de las escuelas y forjando espacios educativos comunitarios no-escolares; como la política local, exigiendo esferas de auto-gestión municipal en la invalidación de las fórmulas de la democracia representativa (tal está sucediendo en Brasil, Guatemala, México,…); etcétera, etcétera, etcétera.
Um dos teus livros tem o título O educador mercenário e grande parte dos teus livros centra-se numa crítica à instituição escolar e aos processos de escolarização. Por que razão vês o professor como um mercenário e a escola como instituição fulcral nesse processo de homogeneização cultural?
Si partimos de que, en cualquiera de sus acepciones (como difusión de la cultura, trasmisión del saber, moralización de las costumbres, socialización de la población o proceso de subjetivización), la educación, sencillamente, “pasa”, “ocurre”, “acontece”; si admitimos que nunca falta a las citas de la interacción humana, de la sociabilidad, que sucede de hecho en cada encuentro, en cada intercambio de palabras, en cada lazo comunicativo; habremos de concluir que el Profesor, sin duda, es también un “educador”. Pero un educador entre otros… Porque conocemos los educadores “naturales”, tal los padres; los educadores “electivos”, como esos amigos que erigimos en nuestros “maestros” para tareas o saberes particulares; los educadores “fortuitos”, que se cruzan en el camino de nuestra vida y cambian inesperadamente la dirección de nuestros pasos,… Porque existe la auto-educación, la educación comunitaria, etcétera. “Educador entre otros”, el Profesor se singulariza por una índole exclusiva: su condición mercenaria.
“Mercenario” en sentido riguroso, denotativo, lejos de toda metáfora y de todo panfleto. Mercenario en lo económico porque, como anotó G. Steiner, proclama consagrarse a la causa más noble, más justa, más digna, de la Humanidad y, a continuación, “pasa factura”. Solo él cobra por educar… Y mercenario en lo político porque, como nos recordaba Cortázar, su lema sería este: “Mandar para obedecer, obedecer para mandar”. Es decir, está inscrito en el engranaje de la servidumbre, aparece como un eslabón en la cadena de la autoridad.
Reclutados para la reproducción ético-psico-ideológica del Sistema, los profesores procuran, todos los días, neutralizar y restringir la incidencia de los restantes vectores, menos controlables, de educación. En este sentido, Illich denunció el carácter “contra-educacional” de la escolarización; y A. Querrien sostuvo que una de las metas de la educación administrada consistía en erigir la Escuela, justamente, en “anti-calle”.
Fórmula educativa oficial de las sociedades capitalistas de Occidente, la Escuela se globaliza hoy, culminando la secuencia iniciada con la colonización y sustentada por el neo-imperialismo; y tiende a desmantelar todas aquellas modalidades educacionales que correspondían a las otras culturas (educación comunitaria indígena, educación clánica de los pueblos nómadas, educación tradicional de los entornos rural-marginales, educaciones no regladas de las subculturas urbanas, etc.). En la medida en que suprime la “diferencia” educativa a escala mundial, y desestructura las culturas-otras correspondientes, la Escuela se revela también como un factor de occidentalización acelerada. No solo promueve la homogeneización cultural, la homologación ético-jurídica en torno a los usos e instituciones del capitalismo occidental, sino que fomenta el avance definitivo de lo que hemos llamado la Subjetividad Única: una forma planetaria de conciencia, un mismo tipo de hombre (igual a sí mismo en lo fundamental) especificado sin descanso a lo largo de los cinco continentes. Baste con la meta declarada de la Escuela universal, preconizada por E. Morin en Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, libro de referencia auspiciado por la UNESCO a modo de manual para los innovadores pedagógicos y legisladores escolares de todo el orbe: “una reforma planetaria de las mentalidades”…
Desesperar e muitos dos teus escritos são ataques cerrados à cultura hegemónica ocidental que defines como altericida e homogeneizadora. Como caracterizas essa cultura e por que a razão a defines dessa forma?
Así como “El Sistema” aparece muy a menudo como una entelequia, una abstracción, un elaborado fantasmal diseñado a la medida de nuestras necesidades de ex-culpación y des-responsabilización (el Mal es general, “externo”, casi ambiental; y yo soy una mera víctima del mismo, un inocente avasallado y forzado a vivir como no quisiera), ocultando la circunstancia “desesperanzadora” de que “el Sistema somos nosotros”, todos nosotros, cada uno de nosotros, en todos y cada uno de nuestros actos de compra, de venta, de obediencia, de mando, de trabajo o de búsqueda de trabajo,…; “Occidente”, por el contrario, deviene como una noción absolutamente nítida, perfectamente definible en su estructura conceptual y en su área geográfica…
Llamamos “Occidente” a una forma cultural, a una realización civilizatoria, cuyos momentos fuertes (pero no exclusivos) de constitución se hallan en la Antigüedad griega y romana, en el cristianismo y en la Ilustración. Su ámbito geográfico originario fue Europa, desde donde inició un proceso inacabado de mundialización, de universalización. Estados Unidos fue una de sus primeras estaciones de paso… Hoy “Occidente” se extiende por los cinco continentes, habiendo aprovechado la superioridad económica y militar de las potencias del Norte, tal y como se manifestó en el colonialismo, en el neo-imperialismo y en el proceso reciente de globalización capitalista.
Dada su incapacidad congénita para “dialogar” con el Otro, para admitir y tolerar la Diferencia (que recluyó desde el principio en nominaciones denigratorias cuales “primitivismo”, “barbarie”, “salvajismo”, “incivilización”, etc., resemantizadas hoy como “irracionalismo”, “fundamentalismo”, “reaccionarismo”, “arcaísmo”, “déficit democrático”, “ausencia de Estado de Derecho” , “vulneración de los Derechos Humanos”,…), Occidente, afectado de expansionismo crónico, generador incesante de Imperio, solo puede propender la homologación planetaria, el isomorfismo socio-económico, político-jurídico e ideológico. A ello se referían, sin pudor, los apóstoles del “fin de la historia” y de la “muerte de las ideologías”, con Fukuyama y Bell en avanzadilla…
Existen, desde luego, “resistencias” a este proceso de homogeneización, de totalización de la forma económica, socio-política y cultural de Occidente (y las he abordado en algunos estudios: fracciones sublevadas de las civilizaciones-otras, comunidades indígenas, pueblos nómadas, entornos rural-marginales, subculturas urbanas,…); pero no cabe alimentar demasiados optimismos sobre la suerte final del combate. Occidente, “moribundo que mata”, monstruo en estertores, está convirtiendo su agonía en la agonía de todo, su fin en el Final sin más.
A nivel epistemológico-filosófico, estos serían los rasgos definidores de lo que denominamos “Occidente”, compartidos por sus tres principales concreciones históricas: fascismo, comunismo y liberalismo:
.- Culto a la abstracción, a los trascendentalismos, a las cláusulas idealistas, a las peticiones de principio y a las incondicionalidades.

.-Presuposición de una razón histórica objetiva, de un “telos”, de un “sentido” del devenir (línea teleológica de Progreso que se resolvería en la supremacía de la excelencia racial-genética para el fascismo, en aquel Reino de la Libertad redentor de la Humanidad toda soñado por el comunismo y en el “fin de la historia” democrático-liberal).
Como ha recordado Subirats, este concepto de razón histórica se halla incardinado en nuestra tradición cultural y encuentra en Kant un momento decisivo de reelaboración, traspasándose incólume a Hegel y a Marx.

.- Universalismo que odia la Diferencia y los localismos/particularismos.
¿Quién, si no el Occidente liberal, “decreta” hoy la lista y el sentido de los Derechos Humanos, postulándolos “universales”? ¿Quien, si no el democratismo occidental, fija los supuestos Intereses Generales de la Humanidad y el muy arbitrario Bien Común Planetario? ¿Y no apelaba Marx a los “Proletarios del Mundo” en un momento en que la Clase Trabajadora solo aparecía por unos pocos rincones de Europa? ¿Cabe, por otra parte, mayor atentado contra la Diferencia (judía, gitana, homosexual,…) que su exterminio en campos de concentración?

.- Institución del “individuo” como entidad sociológica, axiológica y epistemológica central.
En otras formaciones culturales, el ser particular es percibido, no ya como “individuo”, sino como “fibra de comunidad”. Parafraseando a A. Gide: “Aquello que nunca sabremos es el tiempo que ha necesitado el hombre para elaborar al individuo”.

.- Concepto “cósico” de la Verdad, que confiere a determinadas Minorías Esclarecidas una labor de Misionerismo Social (elitismo intelectual y moral, encarnado en las camarillas de Hitler, los cuadros del Partido Comunista y los “expertos” de nuestras Universidades).
Esta concepción de la verdad, contra la que se batiera Nietzsche (en Sobre Verdad y Mentira en sentido extramoral), deriva de la todavía vigente “teoría clásica del conocimiento”, también denominada “Teoría del Reflejo” o “Epistemología de la Presencia” (Derrida). Atrincherada en el “sentido común” no menos que en las cavernas del “cientificismo”, está viendo cómo, frente a ella, contra ella, se constituye un nuevo paradigma, antagonista, que se ha nombrado “epistemología de la praxis”. Debe a K. Korsch su prefiguración histórica: el criterio de verdad del análisis no dependerá ya de los controles técnicos del método, sino de su implicación en la praxis concreta del sujeto de la contestación.

.- Fines sublimes que justifican cualquier medio (Nación Aria, Paraíso Comunista y Estado de Derecho).
“Patria y Raza”, “Reino de la Libertad” y “Democracia Representativa”: fines sublimes que no son más que “abstracciones” y que acarrearon las masacres que se temía Bakunin, “farsas sangrientas” en la acepción de France y Cioran. La “abstracción” se convierte en “ideal” y el ideal en “fin sublime”: ante esta secuencia, consagrada en nuestra tradición cultural, los “medios” no son dignos de tener en cuenta -así lo establece la racionalidad instrumental, estratégica, en la que se halla larvado el principio de Auschwitz.

.- Utopía eugenista del Hombre Nuevo (Ario nazi, Obrero Consciente y “ciudadano ejemplar”).
La crítica de ese “utopismo eugenista” ha atravesado toda la historia cultural de la modernidad, desde Nietzsche y Bakunin hasta Baudrillard o Lefebvre; y, no obstante, sigue entronizado en nuestras prácticas pedagógicas y políticas. Iglesia, Escuela y Estado han alimentado y siguen alimentando un mismo prejuicio. ¿Qué prejuicio, qué “dogma teológico”, comparten la Iglesia, la Escuela y el Estado a la hora de percibir al Hombre y determinar qué hacer con él, qué hacer de él? La respuesta de Bakunin sienta una de las bases de la crítica contemporánea del autoritarismo intelectual, del elitismo moral, de la ideología del experto y de la función “demiúrgica” de los educadores: en los tres casos, se estima que el hombre es genéricamente “malo”, constitucionalmente malvado, defectuoso al menos, y que se requiere por tanto una labor refundadora de la subjetividad, una intervención pedagógica en la conciencia de la gente, una tarea “moldeadora” del carácter, encaminada a una reforma moral de la población… Sacerdotes, profesores y funcionarios se aplicarán, en turbia solidaridad, a la reinvención del ser humano, en un proyecto estrictamente “eugenésico”, regido por aquella ética de la doma y de la cría denunciada por Nietzsche.

.- Reificación de la población (como raza, como clase y como ciudadanía).
La reificación de la población alcanza en Occidente cotas de verdadera obsesión, de “monomanía”. Se forja una categoría, un esquema, un concepto; y, a continuación, se “encierra” en él a un sector de la comunidad, segregándolo del resto y fijándolo a una identidad artificial, postulada. Y tenemos entonces “niños” (Illich), “clase trabajadora” (Baudrillard), géneros definidos con validez universal, razas cristalizadas en una pureza inmune a la historia, “ciudadanos” sin corporeidad en los que se anudan derechos y deberes, “terroristas” que es lícito ejecutar extrajudicialmente, “primitivos” y “salvajes” que deben ser “civilizados”, etc. Por elaborar “razas”, “clases” y “ciudadanos”, negando a los hombres reales, de carne y hueso, a los animales humanos; por asignar a tales nociones, a tales “emblemas” o “puntos vacíos”, una misión histórica, un cometido providencial que exigiría siempre la eliminación del individuo empírico enclaustrado a su vez en la categoría complementaria (raza inferior, clase enemiga, sujeto “incívico”), nuestra civilización ha terminado arraigando en el “horror de la muerte administrada” (Carrión Castro).

.- Desconsideración del dolor empírico del sujeto, del sufrimiento ostensible, que deja de valorarse como circunstancia relevante, como referente político o jurídico (Auschwitz, los “gulags” y Guantánamo).
La noción del “dolor” en Kant resulta paradigmática de esta omisión homicida. En palabras de E. Subirats: “La filosofía kantiana de la historia legitima este dolor cultural e histórico del individuo, que soporta el imperativo de la razón universal y abstracta, como un mal menor (…). La teoría de la cultura de Kant, con su desprecio de la muerte, del dolor y de la desesperanza del individuo (…) justifica de antemano el avasallamiento de este mismo individuo empírico al paso del progreso histórico de la razón”.

.- Antropocentrismo y representación de la Naturaleza como “objeto” (de conocimiento y de explotación), de alguna manera “separada” del hombre-sujeto, “al otro lado” de la conciencia y casi como reverso de la cultura –percepción sobre la que descansa la lógica productivista (la “empresa” nazi del exterminio, el estajanovismo soviético y la sacralización liberal del crecimiento).
Para el nómada histórico, como en cierta medida también para el rural-marginal y de forma muy neta para el indígena, el medio ambiente y el hombre no son realidades separadas, aquel al servicio de este, investigado y explotado por este; no “existen” como entidades definibles, sino que se funden en una totalidad eco-social expresada en la Comunidad (A. Paoli).

Y podríamos añadir, a otro nivel, para reforzar la afinidad entre los tres sistemas y completar la caracterización de Occidente, unas cuantas notas más: consumismo, mercantilización, reducción de todas las realidades al valor de cambio; racionalidad técnica, pragmatista, de dominante económico-burocrática; “logicismo” y formalización abusiva en la argumentación; etcétera.

A edição portuguesa do Desesperar culmina com um texto chamado O mau cheiro da utopia em que apontas para o facto de a ideia utópica ter sido sempre utilizada como meio de manipulação de massas, como falsa promessa. Como sentes que a ideia de desespero, enquanto ausência de engano, pode levar a uma descrença total no estado de coisas e levar a um niilismo insurrecto? Não poderá esse desespero levar à mais pura apatia?
“La Utopía ha perdido su inocencia”: se ha dicho, recordando a Sloterdijk… Hubo probablemente un tiempo en que las masas aún podían creer en la eventualidad de una gran transformación social, de una ruptura revolucionaria con lo dado. Pero esos ya no son nuestros días, y lo sabemos… Esgrimir todavía hoy el discurso de la Utopía, en el contexto de la docilidad absoluta de las poblaciones, del Demofascismo consolidado y popularmente defendido, de una Tercera Guerra Mundial prolongada contra la que no hacemos ni haremos nada, con una Biosfera que, harta de agresiones, se está planteando “seguir sin nosotros”, etcétera, resulta ya francamente “cínico”. “Se me perdonará mi oficio mercenario y mi estilo burgués de vida porque proclamo creer en la Utopía”: esa es la aspiración secreta de los tardo-modernos aferrados hipócritamente al proyecto de la Ilustración…
En el decurso de la Revolución Francesa, Antonelle, alcalde de Arlés, “patriota”, “revolucionario”, polemizaba con Babeuf, el “tribuno del pueblo”, precursor del comunismo, su amigo, sosteniendo lo siguiente: “Hemos llegado un poco tarde, tanto el uno como el otro, si hemos venido al mundo con la misión de desengañar a los hombres sobre el derecho de propiedad. Las raíces de esta institución fatal son demasiado profundas y dominan todo; ya no se pueden extirpar en los grandes y viejos pueblos… La eventual posibilidad del retorno a ese orden de cosas tan simple y tan bueno (el estado de comunidad) quizá no es más que un sueño… Todo lo más que cabría esperar sería un grado soportable de desigualdad en las fortunas…”. Marcaba así, con toda sencillez, el horizonte programático real de la posterior socialdemocracia, pero también el punto y momento en que empezaba a encallar el Relato de la Emancipación: habría de quedarse sin “sujeto”, sin “portador”, pues vindicaba lo que, desde el fondo de su corazón, el pueblo no sentía como deseo. Elaborado por intelectuales, por filósofos, por “pensadores”, por representantes de las clases altas o en ascenso, por “privilegiados” a fin de cuentas, el discurso de la Liberación expresaba meramente los sueños e ilusiones de esas minorías ilustradas. Danton, film del polaco A. Wajda, arroja sobre esta cuestión más luz que no pocos libros…
Andando el tiempo, la fisura se hizo insalvable: por un lado, unas palabras (las de la Utopía) mediante las cuales unos cuantos prohombres “críticos” lavaban su mala consciencia de integración, de instalación en el seno de la sociedad que decían detestar; y, por otro, unos hechos que desmentían a cada paso la vigencia de tal relato y certificaban la desaparición del “sujeto” que hubiera debido esgrimirlo, en la praxis, contra lo establecido. Ni en los trabajadores, ni en los estudiantes, ni en los marginados, ni en los pueblos del Sur, ni en las “multitudes”, ni en…, encontramos ya al “sujeto” que la Utopía demandaba para no devenir, de una parte, y en la boca de los poderosos, simple patraña auto-justificadora, y, de otra, como apuntabas en tu pregunta, instancia de control social, de gestión política de la desobediencia, de administración del descontento (fomento y canalización del ilegalismo útil, de la conflictividad conservadora).
Frente a la cháchara maloliente de la Utopía, la “desesperación” apunta, en efecto, a un nihilismo insurrecto, a una insumisión desengañada, a una batalla de fondo por la caída de todas las máscaras y el fin de todos los disfraces. El trabajo “negativo” de la desesperación, entendida, decía antes, como “ausencia de toda engañifa”, como “dejar de creer, dejar de esperar”, puede valorarse, malévolamente, como una invitación a la renuncia y casi a la rendición. Habrá quien quiera leer así el libro… Yo, particularmente, no lo interpreto de ese modo; y no lo escribí con tales fines. Con esa obra me batía, desde el margen rural, contra las realizaciones de una Modernidad capitalista que había asimilado, absorbido, de una manera casi nutricia, el discurso tradicional de la izquierda. El “Estado del Bienestar” señala inequívocamente uno de los lugares de tal metabolización: cabe entenderlo como un retoño disminuido de la Utopía, un hijo enfermizo y orgánicamente degenerado del Relato de la Emancipación.
Ejercicio de desmitificación y de desnudamiento (exterior e interior), la “desesperación” alienta, más bien, aquella “carrera hacia el margen” a la que me referí en el inicio de esta entrevista y el proceso de auto-construcción ética y estética para la lucha por el que abogó, desde un primer momento, el anarquismo histórico -de una forma más clara en sus exponentes “individualistas”, de Stirner a Armand, pero también en Bakunin, en Kropotkin, etcétera. La crítica contemporánea de la biopolítica, con la contribución del último Foucault a la cabeza; la narrativa anti-productivista de la Escuela de Grenoble (Baudrillard, Maffesoli, Girardin,…); las emanaciones intermitentes de la llamada “epistemología de la praxis” (Korsch en la lejanía, Benjamin, Subirats,…); los zarpazos denegatorios de individualidades tildadas con frecuencia de “nihilistas”, tal Cioran; y los posicionamientos que confrontan la Modernidad cínica y destructiva, recuperando el viejo aliento quínico de Diógenes, Antístenes y otros, con Bergfleth, Sloterdijk y Onfray como representantes destacados, no se hallan demasiado lejos, en tanto tradiciones críticas radicales, del espíritu de Desesperar: de alguna manera, pueden concebirse como “actualizaciones” de la ética libertaria, y late en ellas lo que Christian Ferrer designó como “el principio básico de la ontología ácrata”, esto es, “la fe en la capacidad auto-creativa, auto-regenerativa, del hombre y de la sociedad”.
O teu último livro, editado este Verão no estado espanhol pela Bardo ediciones, tem um título curioso, Doce Leviatã; críticos, vítimas e antagonistas do Estado social. Por que razão entendes que o monstro estatal teve essa necessidade histórica de se mostrar mais aprazível nas sociedades ocidentais vestindo o seu fato de gala democrático e social?
“Estado Social de Derecho” (o del Bienestar) y “Estado Mercantil de Derecho” (o Estado Mínimo Neoliberal) son las dos opciones de que dispone el Capitalismo tardío para reproducirse según la “relación de fuerzas” de cada coyuntura histórica. En mi opinión, el Estado del Bienestar se aviene mejor con la logística ternaria del Demofascismo vigente, que, primero, posterga la violencia física (desplegada por los Aparatos Represivos, tal la policía y el ejército) en beneficio de una sobreutilización de la violencia simbólica (ejercida por los Aparatos Ideológicos, como las Escuelas y Universidades, los Medios de Comunicación, los Partidos y Sindicatos, etc.); después, dulcifica las posiciones de poder y autoridad (empresarios “obreristas”, carceleros “pisco-terapeutas”, policías “de proximidad”, profesores “alumnistas”,…); y, finalmente, procura convertir al objeto de la dominación, a la “víctima”, en sujeto de la misma, en “verdugo”, haciendo posible, por una trasferencia de prerrogativas, la “auto-coerción”, la “auto-represión”, simbolizada en la figura del “policía de sí mismo” (obreros que obtienen acciones y otros favores de la empresa-familia, de la empresa-hogar, y se sienten “patronos de sí”, “auto-capataces”; presos que ejercen de “carceleros de sí mismos” en los llamados “módulos de respeto”; colaboración ciudadana con la policía, que nos erige en gendarmes de nosotros mismos y de la comunidad; alumnos que actúan como “auto-profesores”, “profesores de sí mismos”, en las nuevas dinámicas “activas”, “participativas”, tentando incluso la auto-gestión escolar,…).
El Demofascismo recurre a las metodologías represivas “blancas”, basadas más en la previsión y diseño de los escenarios del conflicto y en la intervención pedagógica sobre la conciencia de los actores que en el mero bloqueo del sujeto peligroso. Optimiza el control social al invisibilizarlo; y prefiere una ciudadanía sobreprotegida, “cohesionada”, “integrada”, con sus necesidades básicas satisfechas por la instancia estatal, “cuidada” al modo paternal. Sobre esas poblaciones, en las que se cancela la posibilidad de una verdadera auto-organización del individuo y de la comunidad y se genera aquella “toxicomanía” de la protección estatal denunciada por Illich (dependencia, debilidad psicológica, invalidación del hombre particular y del grupo como entidades capaces de auto-satisfacer sus propias necesidades), las tecnologías demofascistas tendentes a la auto-coerción encuentran un caldo de cultivo óptimo. Por todo esto, Dulce Leviatán, crítica del Estado del Bienestar, constituye casi la segunda parte de El enigma de la docilidad, donde se presenta la teoría del Demofascismo…
En los tres rasgos mencionados (preferencia por las estrategias simbólicas de represión, dulcificación de las figuras de autoridad y transferencia a la víctima de la dominación de una parte de las prerrogativas del sujeto dominador), el Demofascismo se distingue de los fascismos históricos, alemán e italiano, y casi busca el horizonte del Estado del Bienestar para realizarse plenamente. Pero también en los caracteres que comparte con el paleo-fascismo (docilidad de las poblaciones, expansionismo militar y aversión a la Diferencia) parece querer tender puentes hacia el Estado Social.
En efecto, para asegurar la docilidad absoluta de la ciudadanía nada mejor que la terapia socialdemócrata, una “escuela de conformismo” en expresión de W. Benjamin. El “bienestar” aparente (garantía estatal, en el límite, de educación, salud, vivienda, trabajo, etc.; subsidios diversos y renta básica; progresismo ético-jurídico; defensa de las libertades individuales y de los llamados “derechos humanos”,…) actúa a modo de “soborno” que lleva a tolerar, a aceptar, la insalvable fractura social, la dominación de clase, la acumulación privada de capital y la reclusión perpetua en el trabajo alienado. El Estado Social logra, al fin, que las clases explotadas en lo económico y sojuzgadas en lo político se avengan a su propia servidumbre y se contenten con una instalación subordinada en el Capitalismo. En segundo lugar, para sostener el nivel de vida que se promete a las poblaciones, las potencias del Norte y los países ricos en general han de re-asegurarse el control de la mayor parte de los recursos estratégicos, fuentes de energía, materias primas y nichos de negocio del mundo. Asistimos a una re-colonización integral del planeta, enmascarada bajo el término “globalización”. Como en los episodios anteriores de imperialismo, se ha de recurrir, a tal fin, a la presencia militar, al expansionismo, a la escalada bélica… En este sentido, cabe anotar que el publicitado “bienestar” del Centro capitalista, no siendo un “bienestar de todos” en el ámbito de las naciones desarrolladas, se funda en el “malestar de casi todos” en el área de los países dependientes, en la periferia del Sistema (expolio, pobreza y guerra). En tercer lugar, el modo demofascista de enfrentar la Diferencia (en lugar de “extirparla” o “aplastarla” al gusto nazi, diluirla en “diversidad” inocua mediante una corrección de sus caracteres inquietantes y una homologación en lo conocido-tranquilizador) se sirve perfectamente de la ideología “intercultural” y de los procedimientos de “discriminación positiva”, “legislación protectora de las minorías” e “intervención reparadora del Estado” que caracterizan al integracionismo bienestarista. Por todo ello, me atrevo a concluir que, en el Estado Social de Derecho, el Demofascismo contemporáneo halla su mejor versión, si no su expresión definitiva.
El Estado del Bienestar es, ciertamente, un cuento de hadas monstruoso.
Para terminar, como foi para ti apresentar o Desesperar na Mostra de Edições Subversivas em Lisboa e que impressões levaste daqui?
Estimo sobremanera la labor de todos los dispositivos culturales no-oficiales (ateneos, colectivos, centros sociales, bibliotecas alternativas, editoriales anticomerciales, etc.) que perturban la hegemonía de la educación administrada, escolar y universitaria, oponiendo resistencia al proyecto psico-ideológico de los aparatos del Estado y del Capital transnacional. Es para mí una necesidad, más que un deseo, tener que ver con ellos e involucrarme en su praxis. De algún modo, esta colaboración juega un papel muy importante en mi proceso personal de “rehabilitación para el antagonismo”. Y agradezco a los organizadores de la Mostra haber reparado en mi libro, posibilitando la prolongación de mi tentativo combate contra el orden vigente del saber/poder.
A pesar de las dificultades de comprensión que, por las peculiaridades de las dos lenguas, restringieron las posibilidades de profundizar en los debates o coloquios, estoy seguro de que la Mostra ha valido la pena; y es para Desesperar un motivo de orgullo haberse contado entre las obras que se presentaron en el encuentro lisboeta.

Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com [“¿Eres la Noche?”]
pedrogarciaolivo@gmail.com
Paraje Alto Juliana, en la solana de la Madre Puta. Aldea Sesga, Ademuz-46140. Valencia (España).

 

Semana de las Educaciones Alternativas, Bogotá

Posted in Crítica de las sociedades democráticas occidentales with tags , , , , , , , , , , , on agosto 10, 2015 by Pedro García Olivo

Desde el día 23 de agosto, se celebra en Bogotá (Colombia) la Semana de las Educaciones Alternativas, a la que ha sido invitado Pedro García Olivo.

¿Qué ocurre cuando un líquido tropieza con un sólido? ¿En qué escenario andamos cuando la Periferia sabe del Margen y el Margen comprende en qué consiste la Periferia?

«Crítica antipedagógica y teoría del Demofascismo» y «Socialdemocracia, educación y altericidio» son las dos charlas que se proferirán desde el Margen, contra la Periferia y contra lo Líquido.

http://seabogota.org/

Inquietante

Vídeo «Para vivenciar los márgenes. La fuga como arma»

Posted in Archivos de video y de audio de las charlas with tags , , , , , , , , , on octubre 30, 2014 by Pedro García Olivo

Video de la charla «Para vivenciar los márgenes. La fuga como arma»

Esta charla tuvo lugar en el festival de la Kabriola, en Olba, en el verano de 2014. Puede verse en:

¿Eres la noche?

Para perdidos y reinventados

¿Eres la noche?

Para perdidos y reinventados