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DOCILIDAD

Posted in Activismo desesperado, antipedagogía, Archivos de video y de audio de las charlas, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Desistematización with tags , , , , , , , , , , , , on mayo 26, 2023 by Pedro García Olivo

Para escuchar en «Discursos Peligrosos»:

https://podcasters.spotify.com/pod/show/pedro-garcia-olivo/episodes/Docilidad-e24ng0q

Presento el texto base del podcast:

LOS CIUDADANOS “DÓCILES”: ASPIRANTES TAIMADOS A LA DIGNIDAD DE MONSTRUOS

1)

Dado el conflicto, el disturbio, la insurgencia, los historiadores (y el resto de los científicos sociales) inmediatamente se disponen a investigar las “causas”, a polemizar sobre los motivos, a buscar explicaciones, a interpretar lo que se percibe como una alteración en el pulso regular de la Normalidad. Causas de los ‘furores’ campesinos medievales (Mousnier), causas de las ‘revoluciones burguesas’ del siglo XIX (Hobsbawn), causas de las ‘revoluciones de terciopelo’ de 1989 en el Este socialista,… Sin embargo, la ausencia de conflictos en condiciones particularmente lacerantes, que hubieran debido movilizar a la población; los extraños períodos de paz social en medio de la penuria o de la opresión; la misteriosa docilidad de una ciudadanía habitualmente explotada y sojuzgada, etc.; no provocan de igual modo el ‘entusiasmo’ de los analistas, la ‘fiebre’ de los estudios, la proliferación de los debates académicos en torno a sus causas, sus razones…

Se diría que la docilidad de la población en contextos histórico-sociales objetivamente explosivos, bajo parámetros de sufrimiento, injusticia y arbitrariedad a todas luces ‘insoportables’, es un fenómeno recurrente a lo largo de la historia de la humanidad y, en su paradoja, uno de los rasgos más llamativos de las sociedades democráticas contemporáneas. Aparece, a la vez, como un objeto de análisis tercamente excluido por nuestras disciplinas científicas, una empresa de investigación que nuestros doctores parecen tener ‘contraindicada’. ¿Por qué?

2)

Wilhem Reich, en Psicología de masas del fascismo, llamó la atención sobre este hecho: lo extraño, lo misterioso, lo enigmático, no es que los individuos se subleven cuando hay razones para ello (una situación de explotación material que se torna insufrible en la coyuntura de una crisis económica, de la intensificación de la opresión política y de la brutalidad represiva, del germinar de nuevas ideas contestatarias,…), sino que no se rebelen cuando tienen todos los motivos del mundo para hacerlo. Esta era la “pregunta inversa” de Wilhem Reich: ¿Por qué las gentes se hunden en el conformismo, en el asentimiento, en la docilidad, cuando tantos indicadores económicos, sociales, políticos, ideológicos, etc., invitan a la movilización y a la lucha?

Trasplantando su pregunta a nuestro tiempo, grávido de peligros y amenazas de todo tipo (ecológicas, socio-económicas, demográficas, político-militares, etc.), con tantos hombres y mujeres viviendo en situaciones límite -no solo “sin futuro”, sino también “sin presente”- y con un reconocimiento generalizado de la base de injusticia, arbitrariedad, servidumbre y coacción sobre la que descansa nuestra sociedad, podríamos plantearnos lo siguiente: ¿Cómo se nos ha convertido en personas tan increíblemente dóciles? ¿Qué nos ha conducido hasta esta enigmática docilidad, una docilidad casi absoluta, incomprensible, solo comparable -en su iniquidad- a la de algunos animales domésticos y, lo que es peor, a la de los “funcionarios”?

3)

Isaac Babel, corresponsal de guerra soviético, cronista de la campaña polaca desplegada por el Ejército Rojo en torno a 1920, contempla atónito las matanzas gratuitas llevadas a cabo en nombre de la Revolución. Cuarenta soldados polacos han sido detenidos. Los reclutas cosacos preguntan a Apanassenko, su general, qué hacen con los prisioneros, si pueden disparar contra ellos de una vez. Apanassenko, educado en el internacionalismo proletario y en la universalización de la Revolución, responde: “No malgastéis los cartuchos, matad con arma blanca; degollad a la enfermera, degollad a los polacos”. Babel se estremece y mira hacia otro lado. Esa noche escribirá en su diario algo que no será ajeno a su posterior encarcelación y a su fusilamiento acusado de actividades antisoviéticas: “La forma en que llevamos la libertad es horrible”.

Días después se repite la escena, pero ya sin necesidad de que los soldados cosacos pierdan el tiempo preguntando qué deben hacer a su general: degüellan a una veintena de polacos, mujeres y niños entre ellos, y les roban sus escasas pertenencias. A cierta distancia, Apanassenko, que se ha ahorrado la orden, los premia con un gesto de aprobación y de reconocimiento. Babel mira a los cosacos, sonrientes después de la matanza; los mira como se mira algo extraño, indescifrable, algo misterioso en su horror, algo terrible y, sobre todo, enigmático: “¿Qué hay detrás de sus rostros; qué enigma de la banalidad, de la insignificancia, de la docilidad?”, anota, al caer la tarde, en su Diario de 1920.

Yo me pregunto lo mismo, me interrogo por este “enigma de la docilidad” que nos aboca, todos los días, a la infamia de una obediencia insensata y culpable. He mirado a mis ex-compañeros de trabajo, profesores, cosacos de la educación, como se mira algo extraño, indescifrable, algo misterioso en su horror (horror, por ejemplo, de haber suspendido al noventa por ciento de la clase; de haber firmado un acta de evaluación, con todo lo que eso significa: ¿cómo se puede firmar un acta de evaluación, aunque nos lo pida el Apanassenko de turno –“matad con arma blanca”?). Ante las pequeñas ‘unidades’ de profesores, avezadas en ese degüelle simbólico del “examen”, me he preguntado siempre lo mismo: “¿Qué hay detrás de sus rostros; qué enigma de la banalidad, de la insignificancia, de la docilidad?”. Docilidad también del resto de los funcionarios, de tantísimos estudiantes, de los trabajadores, de los pobres…

4)

Recientemente, Daniel J. Goldhagen, en Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto, ha subrayado, de un modo intempestivo, la culpabilidad de la sociedad alemana en su conjunto ante la persecución y el exterminio de los judíos; ha remarcado la participación de los alemanes ‘corrientes’, afables padres de familia y buenos vecinos por lo demás, gentes completamente normales (como reza el título de un libro de Christopher R. Browning), en todo lo que desbrozó el camino a Auschwitz.

Estos alemanes corrientes, lo mismo que los cosacos de Apanassenko, torturaron y mataron a sangre fría, sin que nadie los obligara a ello, sin necesitar ya el empujoncito de una orden, deliberadamente, en un gesto supremo, y horroroso, de docilidad -seguían, sin más, la moda de los tiempos, se dejaban llevar por las opiniones dominantes, calcaban los comportamientos en boga, se apegaban blandamente a lo establecido… No es ya, como solía decirse para disculpar su aquiescencia, que ‘cerraran los ojos’ o ‘miraran hacia otra parte’ -eso lo hizo, mientras pudo, Babel-: abrían los ojos de par en par, miraban fijamente a los judíos que tenían delante, y los asesinaban. Es un hecho ya demostrado, por Goldhagen, Browning y otros, que estos homicidas no simpatizaban necesariamente con la ideología nazi, no eran siempre funcionarios del Estado (policías, militares,…), no cumplían órdenes, no alegaban ‘obediencia debida’: eran alemanes corrientes, de todos los oficios, todas las edades y todas las categorías sociales, hombres de lo más normal, tan corrientes y normales como nosotros; gentes, eso sí, que tenían un rasgo en común, un rasgo que muchos de nosotros compartimos con ellos, que nos hermana a ellos en el consentimiento del horror e incluso en la cooperación con el horror: eran personas dóciles, misteriosa y espantosamente dóciles. Toda docilidad es potencialmente homicida…

Aquellos jóvenes que, en un movimiento incauto de su obediencia, se dejaron reclutar y no se negaron a realizar el Servicio Militar, cuando la “objeción” estaba a su alcance, sabían, ya que no cabe presuponerles un idiotismo absoluto, que, al dar ese paso, al erigirse en “soldados”, en razón de su docilidad, podían verse en situación de disparar a matar (en cualquier ‘misión de paz’, por ejemplo), podían matar de hecho, convertirse en asesinos, qué importa si con la aprobación y el aplauso de un Estado. La docilidad mata con la conciencia tranquila y el beneplácito de las Instituciones. Goldhagen lo ha atestiguado para el caso del genocidio… En general, puede concluirse, parafraseando a Cioran, que la docilidad hace de los ciudadanos unos “aspirantes taimados a la dignidad de monstruos”.

5)

Sostengo que este enigmático género de docilidad es un atributo muy extendido entre los hombres de las sociedades democráticas contemporáneas -nuestras sociedades. En la forja, y reproducción, de esa docilidad interviene, por supuesto, la Escuela, al lado de las restantes instituciones de la sociedad civil, de todos los aparatos del Estado. Me parece, además, que esa docilidad potencialmente asesina y capaz de convertirnos en monstruos, se ha extendido ya por casi todas las capas sociales, de arriba a abajo, y caracteriza tanto a los opresores como a los oprimidos, tanto a los poseedores como a los desposeídos. No resultando inaudita entre los primeros (empleados del Estado, propietarios, hombres de las empresas,…; gentes -como es sabido- con madera de monstruos), se me antoja inexplicable, sobrecogedora, entre los segundos: docilidad de los trabajadores, docilidad de los estudiantes, docilidad de los pobres,…

Trabajadores, estudiantes y pobres que se identifican, excepciones aparte, con la misma figura, apuntada por Nietzsche: la figura de la víctima culpable. “Víctimas” por la posición subalterna que ocupan en el orden social -posición dominada, a expensas de una u otra modalidad del poder, siempre en la explotación o en la dependencia económica. Pero también “culpables”: culpables por actuar como actúan, justamente en virtud de su docilidad, de su aquiescencia, de su conformidad con lo dado, de su escasa resistencia. Culpables por las consecuencias objetivas de su docilidad…

Docilidad de nuestros trabajadores, encuadrados en sindicatos que reflejan y refuerzan su sometimiento. Desde los extramuros del Empleo, las voces de esos hombres que huyen del salario han expresado, polémicamente, la imposibilidad de simpatizar con el obrero-tipo de nuestro tiempo: “Es más digno ‘pedir’ que ‘trabajar’; pero es más edificante ‘robar’ que ‘pedir’”, anotó un célebre ex-delincuente…

Docilidad de nuestros estudiantes, cada vez más dispuestos a dejarse atrapar en el modelo del “autoprofesor”, del alumno participativo, activo, que lleva las riendas de la clase, que interviene en la confección de los temarios y en la gestión ‘democrática’ de los Centros, que tienta incluso la autocalificación; joven sumiso ante la nueva lógica de la Educación reformada, tendente a arrinconar la figura anacrónica del profesor autoritario clásico y a erigir al alumnado en sujeto-objeto de la práctica pedagógica. Estudiantes capaces de reclamar, como corroboran algunas encuestas, un robustecimiento de la disciplina escolar, una fortificación del Orden en las aulas…

Docilidad de unos pobres que se limitan hoy a solicitar la compasión de los privilegiadoscomo privilegio de la compasión, y en cuyo comportamiento social no habita ya el menor peligro. Indigentes que nos ofrecen el lastimoso espectáculo de una agonía amable, sin cuestionamiento del orden social general; y que se mueren poco a poco -o no tan poco a poco-, delante de nuestros ojos, sin acusarnos ni agredirnos, aferrados a la raquítica esperanza de que alguien les dulcifique sus próximos cuartos de hora…

6)

De todos modos, se diría que no es sangre lo que corre por las venas de la docilidad del hombre contemporáneo. Se trata, en efecto, de una docilidad enclenque, enfermiza, que no supone afirmación de la bondad de lo dado, que no se nutre de un vigoroso convencimiento, de un asentimiento consciente, de una creencia abigarrada en las virtudes del Sistema; una docilidad que no implica defensa decidida del estado de las cosas.

Nos hallamos, más bien, ante una aceptación desapasionada, casi una entrega, una suspensión del juicio, una obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer. El hombre dócil de nuestra época es prácticamente incapaz de “afirmar” o de “negar” (Dante lo ubicaría en la antesala del Infierno, al lado de aquellos que, no pudiendo ser fieles a Dios, tampoco quisieron ser sus enemigos; aquellos que no tuvieron la dicha de ‘creer’ de corazón ni el coraje de ‘descreer’ valerosamente, tan ineptos para la Plegaria como para la Blasfemia); acata la Norma sin hacerse preguntas sobre su origen o finalidad, y ni ensalza ni denigra la Democracia. Es un ser inerte, al que casi no ha sido necesario “adoctrinar” -su sometimiento es de orden animal, sin conciencia, sin ideas, sin militancia en el frente de la Conservación.

Los cosacos dóciles de Babel no ejecutaban a los polacos movidos por una determinación ideológica, una convicción política, un sistema de creencias (jamás hablaban del “comunismo”; era notorio que nunca pensaban en él, que en absoluto influía sobre su comportamiento); sino solo porque en alguna ocasión se lo habían mandado, por un espeluznante instinto de obediencia, por el encasquillamiento de un acto consentido y hasta aplaudido por la Autoridad. Goldhagen ha demostrado que muchos alemanes ‘corrientes’ participaron en el genocidio (destruyeron, torturaron, mataron) sin compartir el credo nacional-socialista, sin creer en las fábulas hitlerianas; simplemente, se sumergían en una línea de conducta lo mismo que nosotros nos sumergimos en la moda…

7)

Ningún colectivo como el de los funcionarios para ejemplificar esta suerte de docilidad sin convencimiento, docilidad exánime, animal, diría que meramente alimenticia: escudándose en su sentido del deber, en la obediencia debida o en la ética profesional, estos hombres, a lo largo de la historia reciente, han mentido, secuestrado, torturado, asesinado,… Se ha hablado, a este respecto, de una funcionarización de la violencia, de una funcionarización de la ignominia

Significativamente, estos profesionales que no retroceden ante la abyección, capaces de todo crimen, rara vez aparecen como fanáticos de una determinada ideología oficial, creyentes irretractables en la filantropía de su oficio o adoradores encendidos del Estado… Son, solo, hombres que obedecen… Yo he podido comprobarlo en el dominio de la Educación: se siguen las normas “porque sí”; se acepta la Institución sin pensarla (sin leer, valga el ejemplo, las críticas que ha merecido casi desde su nacimiento); se abraza el profesor al “sentido común docente” sin desconfiar de sus apriorismos, de sus callados presupuestos ideológicos; y, en general, se actúa del mismo modo que el resto de los ‘compañeros’, evitando desmarques y desencuentros.

Esta “docilidad de los funcionarios” se asemeja llamativamente a la de nuestros perros: el Estado los mantiene ‘bien’ (comida, bebida, tiempo de suelta,…) y ellos, en pago, obedecen. Igual que nuestro perro condiciona su fidelidad al trato que recibe y probablemente no nos considera el mejor amo del mundo, el funcionario no necesita creer que su Institución, el Estado y el Sistema participan de una incolumidad destellante: mientras se le dé buena vida, obedecerá ladino… Y encontramos, por doquier, funcionarios escépticos, antiautoritarios, críticos del Estado, anticapitalistas, anarquistas,…, obedeciendo todos los días a su Enemigo solo porque este les proporciona rancho y techo, limpia su rincón, los saca a pasear… Me parece que la docilidad de nuestros días, en general, y ya no solo la docilidad funcionaria, acusa esta índole perruna

8)

Desde el campo de la sicología -sicología social, sicología de la paz, sicología clínica,…- se han aportado algunos conceptos, elusivos y tambaleantes, con la intención de esclarecer este “enigma de la docilidad”, abordado como enigma de la parálisis (no-reacción, ausencia de respuesta, ante el peligro, la amenaza o incluso la agresión).

Partiendo de las tesis de Norbert Elias, que interpreta la civilización de los individuos como formación y desarrollo gradual de un aparato de auto-coerción (un aparato de auto-represión que lleva a los sujetos a no exteriorizar sus emociones, a no desatar sus instintos, a no manifestar su singularidad, a sacrificar su espontaneidad y casi a desistir de expresarse), Hans Peter Dreitzel ha defendido la idea de que “en los países industriales los individuos se encuentran doblemente ‘paralizados’ como consecuencia de la fuerza del aparato de auto-coerción y de la extremada complejidad de las cadenas de acción”. El “hombre civilizado”, vale decir el “hombre de Occidente”, es, desde esta perspectiva, un ser que se auto-reprime incesantemente, de modo que en él, y por ese hábito de la autoconstricción, de la autovigilancia, “la energía para huir o para oponerse está paralizada”(P. Goodman). Esta “parálisis”, esta “falta de energía para huir o para oponerse”, se resuelve al fin en aquella docilidad estulta y casi suicida de los hombres de las sociedades democráticas contemporáneas. En Retrato del hombre civilizado, Emil M. Cioran abundó, por cierto, en esa visión de la Civilización como degeneración, como retroceso, como alejamiento de la base natural, biológica, del ser humano -olvido de nuestra espontaneidad y de nuestra animalidad.

Para Dreitzel, como para Goodman o para Cioran, habría algo terrífico en el “proceso de civilización”; algo siniestro y no-dicho que acudiría justamente por el lado de aquel aparato de autocoerción, por el lado de la parálisis que origina y de la docilidad a que aboca; algo que nos erigiría, como he anotado, en aprendices desapercibidos de monstruos; algo, en fin, que echó a andar en Auschwitz y que aún no se ha detenido -un horror que nos persigue desde el futuro. En palabras de Dreitzel: “Hasta ahora solo se han tomado en consideración las, aún así dudosas, ganancias humanitarias del proceso de civilización; y no sus pavorosos ‘costes humanos’ (…). En este país, Alemania, la cuestión se plantea con toda brutalidad: ¿Es Auschwitz un retroceso momentáneo en el proceso de civilización, o no será más bien la cara oscura del nivel de civilización ya alcanzado? ¿Cuánta coerción internalizada debe haber acumulado un hombre para poder soportar la idea, y no digamos ya la praxis, de Auschwitz?”. La interrogación es perfectamente retórica: Auschwitz solo fue posible -y así lo considera Dreitzel- en el seno de una sociedad altamente civilizada; devino como un fruto necesario de la Civilización Occidental, un hijo predilecto de nuestra Cultura; se desprendió por su propio peso de este árbol de la auto-represión y de la docilidad que llamamos “Capitalismo Liberal”. Auschwitz es la verdad de nuestras democracias, el resumen y el destino de las mismas…

Goldhagen ha hablado de la “responsabilidad individual” de todos y cada uno de los alemanes de ayer en el genocidio (por participación o por pasividad). Karl Otto Apel ha añadido la idea de una “responsabilidad heredada”, como alemán, en todo lo que su pueblo ha podido hacer (“Soy hijo de este pueblo y pertenezco a la tradición socio-cultural e histórica de este pueblo… No puedo negar que soy corresponsable de lo que este pueblo haya podido hacer”). Dando un paso más, y acaso también para no satanizar en exceso a los alemanes (el Diablo no tiene patria: ya se ha globalizado), yo me permito apuntar la corresponsabilidad de todos nosotros, en tanto hombres dóciles, en el Auschwitz que ya conocemos y en los que tendremos ocasión de conocer. En la medida en que consintamos que la docilidad acampe a sus anchas en nuestro corazón y en nuestro cerebro, seremos los padres morales y los artífices difusos de todos los Holocaustos venideros…

9)

Otros psicólogos, como Harry Stuck Sullivan o el americano Ralph K.White, han intentado concretar un poco más los mecanismos psíquicos que acompañan y casi definen la mencionada parálisis del hombre contemporáneo. Y han aludido, por ejemplo, a la autoanestesia psíquica y a la desatención selectiva.

La autoanestesia psíquica permite al ‘hombre civilizado’, que ya ha interiorizado unos umbrales estremecedores de contención, hacerse insensible al dolor derivado de la percepción del peligro, de la constatación de la amenaza -dolor de una comprensión de la iniquidad de lo real-, y al padecimiento complementario de la conciencia de su esclerosis (reconocimiento de aquella “falta de energía” para huir o para oponerse). Autoanestesiado, todo lo acepta: la insidia de lo de ‘afuera’ y la vergüenza de lo de ‘adentro’; las miserias de lo social y su propia miseria de ser casi vegetal, casi mineral, monstruosamente dócil. Todo se admite, a todo se insensibiliza uno, como mucho con una “ligera mezcla de resignación, miedo, impotencia y fastidio” (Lifton).

Por su parte, la desatención selectiva, un mirar a otro lado, desconectar interesada y oportunamente, pretensión de no-ver, no-sentir y no-percibir a pesar de todo lo que se sabe, quisiera “lavar las manos” de la parálisis y de la docilidad cuando el sujeto se enfrenta por fin a las consecuencias de su no-movilización: la atención se concentra en otro objeto, cambiamos de canal perceptivo, hacemos ‘zapping’ con nuestra conciencia. Desatención selectiva por no querer “asumir” a dónde lleva la docilidad… White señala que la desatención selectiva se estabiliza en algunos individuos, ampliando su campo, haciéndose casi general, a través de una sobreatención compensatoria (una atención focalizada obsesivamente sobre un único objeto, o sobre unos pocos objetos), sobreatención de índole histérico-paranoide.

En el caso de los profesores, hombres normalmente dóciles, paralizados, extremadamente civilizados (es decir, auto-reprimidos), cabe observar, en efecto, cómo la desatención selectiva que les lleva a ‘desconectar’, a no querer saber, de su propio oficio (“el tema de la enseñanza no me interesa nada”, me han dicho a menudo), se complementa con una sobreatención histérico-paranoide, un centramiento desaforado y enfermizo, devorador, en algo no-escolar, extraescolar, algo que de ningún modo remite o recuerda a la Escuela: sobreatención a algún ‘hobby’, a algún proyecto (construcción de una casa, preparación de un viaje, estudio de una operación económica,…), a algún interés (afectivo, o sexual, o intelectual, o…), a alguna cuestión de imagen (la línea, el cuerpo, el vestir, los signos de ostentación,…), etc. Como la autoanestesia psíquica no es muy efectiva en el caso de la docencia -el sujeto se expone casi a diario, y durante varias horas, a la fuente de su dolor-, la desatención selectiva (desinterés por la problemática escolar, en sus dimensiones sociológicas, políticas, genealógicas, ideológicas, filosóficas,…) y la sobreatención histérico-paranoide paralela quedan como los únicos recursos para procurar ‘sobrellevar’ la mentira de una tarea envilecedora y la conciencia de que nada se le opone, nada se trama contra ella.

10)

Desde un campo muy distinto, y con unos intereses divergentes, Marcel Gauchet, analista y comentarista de ese otro enigma, ese otro absoluto desconocido (está entre nosotros, pero no sabemos con qué intenciones), que llamamos Democracia Liberal -ya he adelantado que, en mi opinión, los regímenes liberales conducen a una modalidad nueva, inédita, original, de “fascismo”-, ha pretendido asimismo arrojar alguna luz sobre este desasosegante misterio de la docilidad contemporánea.

Gauchet parte precisamente de lo que podemos conceptuar como docilidad de la ciudadanía ante la forma política de la democracia liberal -una docilidad que no significa respaldo firme y convencido, sino mera tolerancia, aceptación desapasionada y descreída. Detecta, incluso, “un movimiento de deserción cívica de la democracia que la abstención electoral y el rechazo hacia el personal político en ejercicio está lejos de medir suficientemente”. En el momento en que el régimen demo-liberal se queda sin antagonistas de peso (por la cancelación del experimento socialista en la Europa del Este), parece también que no convence a la población y que simplemente se ‘soporta’. Gauchet habla de una “formidable pérdida de sustancia de la democracia, entendida como poder de la colectividad sobre sí misma, que explica la atonía, o la depresión, que esta sufre en medio de la victoria”. El aliento que mantiene viva la democracia no es otro que el aliento de la docilidad: como fórmula vigente, consolidada, que de todos modos “está ahí”, se admite por docilidad; pero ya no despierta ilusiones, ya no genera entusiasmo, no suscita verdaderas adhesiones, resueltas militancias. “Si está ahí, y parece que no tiene recambio, que siga estando; pero que no espere mucho de nosotros”: esto le dice el hombre dócil, todos los días, al sistema democrático… Curiosamente, la hegemonía de la cultura democrática se ha acompañado de una despolitización sin precedentes de la población.

Incapaz de amar o de odiar el sistema político imperante, inepta para afirmar o negar una fórmula de la que deserta sin acritud -o que acepta sin convicción-, la ciudadanía de las sociedades democráticas se hunde hoy en una apatía difícil de explicar. Marcel Gauchet busca esa explicación en un terreno equidistante entre lo social y lo psicológico. Consumido en inextinguibles conflictos interiores, corroído por innumerables dilemas íntimos, atravesado por flagrantes contradicciones, el hombre de las democracias -sugiere Gauchet- ya no puede cuestionar nada sin cuestionarse, no puede combatir nada sin combatirse, no puede negar sin negarse. “Lo que combato, yo también lo soy (o lo seré, o lo he sido)”. De mil maneras diversas el hombre contemporáneo se ha involucrado en la reproducción del Sistema; y obstaculizar o torpedear esa reproducción equivale a obstaculizar o torpedear su propia subsistencia. Gauchet menciona el atascamiento, la inmovilización, que se sigue de esos imposibles arbitrajes internos, de esas perplejidades desorientadoras, de esos torturantes dilemas de cada sujeto consigo mismo.

Entre estas contradicciones paralizantes encontramos, por ejemplo, la de aquellos críticos del Estado y del autoritarismo que se ganan la vida como funcionarios o insertos en un aparato o en una institución de estructura autoritaria; la de los enemigos del Mercado y del Consumo que se aficionan a los “mercados alternativos” y a un consumo de élites, de privilegiados (artículos ‘bio’, o ‘eco’, o ‘artesanales’, o de ‘comercio justo’, o…); la de los padres de familia ‘antifamiliaristas’; la de los defensores de la libertad de las mujeres enfermos de celos cuando sus mujeres quieren hacer uso de esa libertad ‘con otros’; la de los antirracistas que no terminan de ‘fiarse’ de los gitanos; etc., etc., etc. La lista es interminable, y ninguno de nosotros deja de aparecer entre los afectados…

Solo se puede luchar de verdad desde una cierta coherencia, desde una relativa pureza; si se consigue que nos instalemos en la inconsecuencia y en la culpabilidad, se nos habrá desarmado como luchadores, se nos habrá desacreditado ante los demás y ante nosotros mismos, se habrá dejado caer sobre nuestra praxis el anatema de la impostura, de la doblez, de la falsía. Por otro lado, “asumidas” dos o tres contradicciones, se pueden asumir todas; cerrados los ojos a dos o tres pequeñas miserias íntimas, se pueden cerrar a la miseria total que nos constituye. La docilidad del hombre contemporáneo se alimenta, sin duda, de este juego paralizador de las contradicciones personales, de este astillamiento del ser a golpes de complicidad y culpabilidad. El individuo que se sabe culpable, cómplice, apoyo y resorte de la iniquidad o de la opresión, dócil por no poder rebelarse contra nada sin rebelarse contra sí mismo, no encuentra para sus conflictos interiores otra salida que la seudo-solución del “cinismo” (percibir la incoherencia y seguir adelante) o la huida hacia ninguna parte de la “negativa a pensar”, del vitalismo ciego, amargo, del sensualismo desesperado… No sé si con estas observaciones de Gauchet, sumadas a las de Dreitzel y otros, el “enigma de la docilidad” se hace un poco menos opaco, un poco menos abstruso. Desde luego, no son suficientes…

11)

Algunos autores asumen esta docilidad de la ciudadanía contemporánea como un hecho incontestable, un factor siempre operante; una realidad casi material que han de incorporar a sus análisis, pero sin ser analizada en sí misma; evidencia que ayuda a explicar muchas cosas, aunque permaneciendo de algún modo inexplicada (¿inexplicable?); cifra de no pocos procesos actuales, que no se sabe muy bien de dónde procede o a qué responde. Calvo Ortega, abordando cuestiones de educación, subraya, en esa línea, el “enorme automatismo del comportamiento social”; y M. Ilardi ha apuntado el “fin de lo social” como cancelación de toda forma de apertura insubordinada al Sistema…

Yo, que tampoco hallo muchas explicaciones a esta faceta dócil del hombre de las democracias, y que me resisto a esquivar el problema mediante la apelación a “conceptos-fetiche” (el concepto de alienación, por ejemplo), quiero remarcar no obstante la responsabilidad de la Escuela en la forja y reproducción de esa rara aquiescencia. Estimo que se está diseñando una “nueva” Escuela para reasegurar la mencionada docilidad, hacerla compatible con un exterminio global de la Diferencia y sentar las bases de una forma política inédita que convertirá a cada hombre en un policía de sí mismo (“neofascismo” o “posdemocracia”). Junto a la docilidad de las gentes, la disolución de la “diferencia” en irrelevante “diversidad” prepara el camino de ese Sistema. Y la Escuela está ya allanando las vías…

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Compuse este texto en 2005, e hizo parte de “El enigma de la docilidad”, obra publicada por Virus en España, Abecedario en Colombia, No ediciones en Chile y Nautilus en Italia, entre otras editoriales.

Tras la pandemia, sometí esas ideas a cierta corrección, señalando el tránsito del Policía de Sí Mismo posdemocrático al Ciudadano Robot contemporáneo, característico del Capitalismo vírico y bélico, necrófilo y necrófago.

El podcast que comparto danza entre esas dos figuras, enlazando las problemáticas abordadas en “El enigma…” con los asuntos de que me ocupé en “La Forja del Ciudadano Robot”, ensayo breve en vías de publicación, en el que se incluye el siguiente fragmento:

Demofascismo optimizado, bajo la rentabilización socio-política de la pandemia

Uno controla a todos (dictadura clásica): desde la cúpula del Gobierno se nos da la orden del confinamiento y la obedecemos.

Todos controlan a uno (vigilancia de la colectividad sobre el individuo): surge la llamada «policía de los balcones» y, de entre los sumisos, muchos denuncian a quienes transgreden la norma.

Uno se controla a sí mismo (auto-coerción, auto-dominación, fin del anhelo de libertad): y cada cual sale de casa sujeto a franjas horarias, a medidas, a plazos, a reglamentos; sale como un robot, algo más que un policía de sí mismo.

Durante mucho tiempo me equivoqué y consideré que estos tres modelos de dominio y opresión eran sucesivos, como por fases, y ahora estábamos en la última, en la del auto-policía.

Hablé del «modelo del autobús» que leí en Calvo Ortega y López Petit: en los autobuses antiguos un empleado picaba el billete de todos los pasajeros (uno los controlaba a todos, dictadura directa); pasó el tiempo y se colocó una máquina para que cada usuario picara el billete por sí mismo, pero bajo la mirada de todos los presentes, por quienes era observado y podía ser denunciado (todos controlaban a uno, coerción comunitaria); por último, se alcanzó el momento en que uno subía a un autobús vacío y, sin presión externa, sin testigos, picaba «libremente» su billete (uno se controla a sí mismo, sujeción demofascista).

Pero hoy se está dando la suma de las tres fases, como si ya no fueran «etapas» sino superposiciones: el Estado que decreta, la ciudadanía que obedece y señala a los disidentes, los individuos que se auto-reprimen y consienten su robotización integral.

Se pudo sacar a los perros; y mucha gente se prodigó en ese paseo fiscalizado, en el que se manifestaba una suerte de ambigüedad civilizatoria: ¿cómo explicar la relación entre un animal doméstico, el ser humano, y otro, el ser canino?, ¿qué puede brotar de la relación entre estas dos servidumbres?

Se pudo sacar a los niños como si fueran perros, y surge una pregunta derivada: ¿qué puede surgir de un paseo conjunto del domesticador y del domesticable?

Ahora, cada persona puede sacarse a pasear a sí misma, en el cumplimiento forzoso de normas, de franjas (¿deberíamos decir «fajas», porque oprimen, molestan y ocultan supuestas fealdades?), de limitaciones sociales y geográficas; y la interrogante es clamorosa: ¿cabe esperar algo de esta suerte de robot, absolutamente programado, aparte de que, ojalá, desaparezca junto al virus del Capital y del Estado?

Durante más de un mes, las gentes de muchas pequeñas localidades se privaron de salir, de pasear, de ir a los campos para recoger sus alimentos (podían, eso sí, ir a la tienda, porque lo primero y lo último sigue siendo el mercado). Y a las autoridades políticas, confiscadoras de libertades, les daba igual que en esas zonas no hubiera contagiados, no hubiera enfermos. A día de hoy, les dicen que ya pueden salir, y entonce salen.

Esto me recuerda una imagen desalentadora, que me asaltó en la ciudad de Alta, en pleno círculo polar noruego… Unas cuantas personas tenían que cruzar una carretera, pero el semáforo para los peatones estaba en rojo. Yo miro a la derecha y a la izquierda, y la vista casi se me desvanece en una llanura tan inmensa: no hay ningún vehículo por ningún lado y es verdad que, en toda la mañana, apenas habían aparecido por allí dos o tres autos. Me dispongo a cruzar, pues, tan tranquilo; y las gentes me chillan, me recriminan, se enfadan conmigo. Regreso entonces al puesto de espera y cruzo con ellas, tras disculparme, cuando el semáforo de los peatones se pone en verde. «Obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer», escribí entonces. Y es lo que está pasando ahora: se nos insta a la obediencia no tanto para superar una crisis sanitaria como para sancionar el auto-aniquilamiento de nuestra autonomía y de nuestra libertad.

Optimización del demofascismo.

Cuando desaparezca el virus, quedará algo peor que toda enfermedad: el Ciudadano Robot.

Pedro García Olivo

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

La Era del Agradecimiento

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La gratitud de las víctimas

Gracias, Administración, por salvarnos de la Peste contemporánea, la de ese virus.
Da igual que unos pocos locos digan que la Peste es usted y que le abrió las puertas a la enfermedad para robustecerse.
Gracias!

Gracias, Administración, por enseñarnos a ser más cívicos, empáticos, resilientes, pro-activos, patrióticos, humanitarios.
Da igual que unos pocos locos digan que el Monstruo es usted y que, mediante sus hipócritas palabras, anhela robotizar por completo a la población.
Gracias!

Gracias, Administración, por reparar en los pobres, los vulnerables, los precarizados; y asistirlos con subsidios, rentas básicas, oficinas de protección, subidas mínimas del salario mínimo.
Da igual que unos pocos locos digan que usted es el brazo izquierdo de la explotación y labora para un perfeccionamiento en dulce de la opresión capitalista.
Gracias!

Gracias, Administración, y sobre todo, por los tratamientos, la farmacopea y los sanitarios (expresión que designa, al mismo tiempo, a los retretes y a los médicos: la más sincera de las palabras).
Da igual que unos pocos locos señalen a la Medicina Científica como la enemiga mayúscula de la Salud y, al lado de usted y de sus correccionales (perdón, quería decir «escuelas»), también como la adversaria de fondo de la vida humana.
Gracias!

Vivimos en la Era del Agradecimiento. Y ya hemos sido vacunados contra la rebeldía. Es el siglo del Ciudadano Robot.

https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2021/03/la-forja-del-ciudadano-robot.pdf

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Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz

LOS «NEGACIONISTAS» SON LAS BRUJAS DEL FASCISMO DEMOCRÁTICO

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La Inquisición Médico-Estatal se desata conta la crítica y contra la disensión

Una nueva etiqueta descalificadora cunde por las redes, por las radios, por las televisiones: «negacionista». Y se encienden hogueras… Que el Pensamiento Único es una Inquisición que no cesa, siendo diverso en sí mismo, pues alberga tanto opciones liberales como socialistas. Si brota una discrepancia, una objeción, una resistencia, esta modalidad tan «democrática» inventa una etiqueta, encierra ahí a un montón de gentes y pone en marcha la máquina de los suplicios.

No estoy a favor de la mascarilla, para nada. No soy partidario de los confinamientos, en absoluto. Detesto las vacunas. No creo en este despotismo médico-estatal que recorta sin cesar nuestras libertades bajo la excusa de una crisis sanitaria. Y saco cuenta de lo que todos estos batallones de fusilamiento del libre pensamiento y de la posiblidad de decidir sobre la propia vida nos quieren hacer olvidar…

Que nos olvidemos de toda esa crítica de las disciplinas científicas, entre ellas la medicina profesional, que cundió desde los años sesenta y que se nutría tanto de la opinión de no pocos filósofos como de las denuncias de un sinnúmero de especialistas: cientos de obras contra la pretensión de verdad de las ciencias académicas, la mayor parte de ellas concebidas por científicos académicos «negacionistas». Se denunciaba su inconsistencia epistemológica, su reclutamiento ideológico, su servilismo político, su contribución a la reproducción de la Opresión. Son tantos los nombres… Rememoro solo a unos pocos: Braunstein para la Psicología, Basaglia para la Psiquiatría, Heller para la Antropología, Castell para la Sociología, Di Siena para la Biología y la Etología, Lévy-Leblond para la Física, Viñas para la Matemática, etcétera, etcétera, etcétera…

Que se borre de nuestra consciencia todas aquellas obras que nos alertaban sobre las calamidades inducidas por la llamada «cultura de los expertos», por la «ideología del especialista», por el ascenso de la «tecnocracia», por el crédito tan insensato que las poblaciones tendían a otorgar a unas camarillas de gentes ambiciosas prestigiadas por títulos universitarios y por otras «medallas» culturales meretricias. Un sinfín de estudios, enmarcados en las tradiciones marxistas, libertarias y nihilistas…

Sobre todo, que nos pongamos de rodillas ante los «decretos» de los médicos y ante las leyes de esos políticos armados hasta los dientes de informaciones procedentes de la «ciencia de los venenos». Como si no hubiese existido Iván Illich y no se hubiera publicado «Némesis médica»; como si nuestro «sentido común sanitario» no hubiera sido desacreditado, desde hace décadas, si no siglos, por las culturas que se procuraban la salud de otra forma, bebiendo de saberes comunitarios, de las propiedades curativas de las plantas, de la auto-gestión colectiva del bienestar físico y psíquico.

El Despotismo Médico-Estatal ha conseguido anular el anhelo de libertad de las ciudadanías; las ha doblegado y violado de una manera perfectamente «patriarcal»; ha suscitado una suerte de «Síndrome de Estocolmo», por el cual los damnificados y humillados le dan las gracias por las torturas y tormentos que padecen cada día… Así son los Fundamentalismos; y vivimos bajo esta forma de Religión intransigente, por este Credo homicida del Pensamiento Único Occidental, ora vestido de Neoliberalismo, ora ataviado de Estado Social Bienestarista.

Así que me declaro «negacionista». Y hasta algo peor: «re-negacionista». Renegado, siempre renegado. Que no cuenten conmigo para esta reproducción morbosa, necrófila, del Capitalismo. Asistimos a unas auto-devastaciones controladas del Sistema, que se sirven hoy de un virus como antaño se servían de las denominadas «guerras mundiales».

Señores de los poderes y de los comercios, inquisidores optimizados, soy una bruja por cazar, «negacionista» hasta la médula…

(Para una fundamentación de esta nota, reenvío a «La forja del Ciudadano Robot», disponible en este blog)

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Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz, Valencia, 18 de agosto de 2020. Subido a esta página un año después.

CUOTA DE «LIBERTAD» EN EL OCIO PARA REFORZAR LA JAULA ESCOLAR Y LABORAL

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TE CONCEDEMOS UNA CUOTA DE «LIBERTAD» EN EL OCIO PARA DEJARTE LUEGO, DESAHOGADO, EN LA REFORZADA JAULA ESCOLAR Y LABORAL

El «policía de sí mismo» característico de las sociedades democrático-fascistas está dejando paso al Ciudadano-Robot. El policía de sí se reprimía sin cesar desde la base se su consciencia, que era fabricada de una forma biopolítica ya antigua.

El Robot contemporáneo obedece a una biopolítica actualizada: sigue a su consciencia, pero esta salta constantemente de un término a otro. Ahora las mascarillas aún no, ahora sí y siempre, ahora estos cierres y ahora estas aperturas, ahora así tienes que vivir en tu localidad y esto es lo que pudes hacer, después de ahora tienes que vivir de otro modo en tu
pueblo y son otras las cosas que se te permiten…

El Policía de Sí Mismo tenía una constancia en su obediencia, y eso lo hacía menos temible. Porque el Robot carece ya de esa regularidad: se codifica, se descodifica y se recodifica; se programa, se desprograma y se reprograma. No tiene un ancla en su ser, aunque aparece como una apoteosis de la aquiescencia.

El Capitalismo Vírico está propiciando este tránsito desde el Plicía de Sí Mismo al Ciudadano-Robot. Por miedo a un virus al que se le abrieron las puertas, útil para el Capitalismo Necrófago en la medida en que lo libraba de estorbosos ancianos, indigentes, inmigrantes precarios, etc., las poblaciones terminaron aceptando su robotización metódica.

Y la Escuela se ha sumado con entusiasmo a este programa socio-eutanásico y robotizador. Siempre exhibió una gran capacidad para reproducir el Sistema Capitalista en cada una de sus fases de desarrollo… Ahora coadyuva a la forja del Ciudadano-Robot mediante su transfiguración telemática, virtual, digital.

De esto quiero hablar el día 15 de mayo, en Barcelona, en el seno del Festival organizado por Basket Beat: «Reinvenciones perversas de la Escuela. Reformismo pedagógico progresista y paulatina robotización de la sociedad».

Se ha iniciado una ofensiva para robar a los disidentes la palabra «libertad». Ahora resulta que son libres aquellos a los que un amo astuto les alarga la cuerda del ocio. Y disfrutan y disfrutan, un poco antes de retornar a sus jaulas escolares y laborales, que quedaron reforzadas. «No porque se le dé más cuerda al perro, deja este de estar atado», dice un refrán popular aragonés. Fuera de las meditadas intoxicaciones léxicas y de los reclutamientos demo-despóticos del lenguaje, «libertad», en mi opinión, quiere decir «estar a salvo del trabajo en dependencia y de todas las liturgias del voto». Los pocos «libres» que en el mundo son ni trabajan para otro ni votan. Esa bella insubordinación contra el principio de realidad de la sociedad mercantil-estatal se da aún en los márgenes.

https://t.co/EjT7QQ26bS https://t.co/RQNct4yvpm
(https://twitter.com/fabraicoats_fic/status/1384478766643044354?s=03)

Alto Juliana, Aldea Sesga, donde los árboles, las plantas y la fauna

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LA MÁQUINA EN EL CORAZÓN

Posted in Uncategorized with tags , , , , , , on marzo 2, 2021 by Pedro García Olivo

Trabajar, cobrar, criar y morir

Pequeño ensayo absolutamente liberado, ofrecido para cualquier uso (copia, recreación, difusión o edición)

Sí, robaron la tierras,

que nunca deberían tener dueño.

Sí, mataron la cultura

porque no coincidía con la dictada.

Sí, impusieron leyes represoras

contra costumbres

y contra anhelos.

Secuestraron también el tiempo

y la sociedad se maquinizó

hasta extremos impensables.

Luego, para absolutizar el dominio,

abrieron la puerta a enfermedades

y las gestionaron.

Quedó el Ciudadano-Robot,

que nos rodea por todas partes

y que fecundó nuestro corazón

y nuestro cerebro.

Sin tierra,

sin cultura,

sin costumbres

y sin anhelos,

sin tiempo,

acaso enfermo,

el Ciudadano-Robot,

que me asusta,

es el Macho Alfa

de la sensiblería comercial

y del Pensamiento Unificado

Trabaja, cobra, cría y muere,

tal toda la gente

de vida mecanizada.

En Arroyo Cerezo, bella aldea del entorno rural-marginal, ya no quedan pastores. Ni casi pobladores. Murió mi queridísimo amigo Luis el Chamorro, que no comía nada que no procediera de su propio huerto y no hubiera sido cocinado por él. Murió Vicenta la del Bar, cuyo negocio era un no-negocio abierto a la conversación espontánea y al juego de los vecinos. Murió Antonino, el pastor antiguo que vivía con su ganado de día y de noche. Murió Petra, la bruja, la curandera, la sabia, la “mujer de respeto”, lider natural de una comunidad matrística.

En Sesga, preciosa localidad marginal, murió Fermín el Cestero, magnífico artesano que inventaba útiles a partir de las plantas de la zona. Murió Erminio el Exterminio, cazador furtivo de subsistencia, maestro en la ciencia noble de conocer a los animales y terrible por su destreza a la hora de cazarlos. Murió Juanico, agricultor verdadero que, sin vender su fuerza de trabajo, lograba aprovisionarse de todo lo necesario para la sobrevivencia familiar: pan, fruta, verdura, aceite, carne, vino y licores… Antes, había muerto Presentación, líder espiritual, mujer dignísima siempre al frente de este matriarcado local.

Todos murieron, y con ellos fue muriendo el mundo que los engendró… Personas increibles, dotadas de un poderoso espíritu de libertad, ineptas para trabajar para otro o para una organización, nos fueron dejando. Eran capaces de vivir al margen de los mercados y de las autoridades, como los indígenas de los Andes o de Mesoamérica antes de la llegada de los imperialistas de la región y, luego, de Europa; como los nómadas cuando todavía caminar de día por cualquier parte y dormir de noche en cualquier lado era una opción de la libertad, individual o grupal. Vivían al margen como los llamados “hombres-basura” de las ciudades, que rebuscan sus alimentos precisamente en la basura.

Y, con ellos, murió también el mundo de la libertad posible, de la individualidad respetuosa y de la comunidad soberana, que era reducido. Quedan, ahora, los robots, que no morirán nunca. Son eternos. Usan mascarillas para la boca, encima de una mordaza que se ve menos. Y llevan una máquina en el lugar del corazón. Cuando desaparece uno, es reemplazado por cientos. En este sentido, son ciudadanos eternos…

GUERRA MUNDIAL DE LOS ESTADOS CONTRA LAS GENTES

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Capitalismo vírico: el Coronavirus en tanto cifra de una nueva forma de reproducción de la sociedad mercantil

¿Es la hora del apretón de manos, del abrazo y del beso como forma de resistencia?

1. La inteligencia del Capital comprendió de una vez que el «crecimiento indefinido» de la economía no era tolerado por la Biosfera: supo que era preciso detener esa carrera frenética que abocaba al «fin de todo» y preparó episodios de destrucción-regeneración para que el sistema capitalista se perpetuara de un modo nuevo.

Se requieren intermitentes «destrucciones», «devastaciones», «crisis agudas» que originen quiebra de muchas empresas y surgimiento de otras, naufragio de bastantes negocios y emergencia de otros, declive de formas tradicionales de obtener beneficios y ascenso de nuevas maneras para el enriquecimiento… Una «salutífera» destrucción-renovación de la economía, como la que conoció Europa tras las dos Guerras Mundiales, como la que experimentó Alemania tras la frustración del sueño nazi: este es el caso de la actual «conflagración mundial contra la sociedad» que se sirve del coronavirus para reproducir el Capitalismo de un nuevo modo traumático.

2. Este «rejuvenecimiento» del Capitalismo, esta higiene profunda del sistema establecido, que exige la extirpación de buena parte de sus tejidos enfermos o seniles, va a presentar una factura: la pagarán los más pobres, los vulnerables, los desposeídos, los más explotados y oprimidos. Porque el coronavirus tiene dos vertientes beneficiosas para el sistema: su lado «destructor», que aniquila para regenerar, que «borra para escribir», que mata para alumbrar; y su lado «conservador», que ratifica la fractura social, la división en la comunidad, y hunde todavía más a «los de abajo» para que permanezcan en lo alto o sigan ascendiendo «los de arriba».

3. Se siguió el modelo del «campo de concentración», pero con una salvedad… Las gentes estuvieron confinadas y solo pudieron salir para trabajar o para comer (comprar alimentos), lo mismo que en Auschwitz. Mientras dura el encierro y ya solo se sale para trabajar o alimentarse, muchos mueren… Y esta es la salvedad: nadie, en los campos de trabajo y de exterminio, estaba de acuerdo con la clausura, con la reclusión, mientras nosotros agradecemos este «arresto domiciliario» y nos reprimimos a nosotros mismos para cumplir con las ordenanzas que emana el Estado. Somos auto-policías y albergamos Auschwitz en nuestro corazón y en nuestro deseo.

4. Es evidente que están ocurriendo dos cosas distintas: una lucha legítima contra la enfermedad y, lo más importante, un aprovechamiento de la coyuntura sanitaria para reforzar de una vez modalidades de sumisión absoluta (de la comunidad y del individuo) a los designios del Estado y del Capital. Bajo la sobre-actuación de los aparatos represivos del Estado (policía, ejército), que estuvo aconteciendo todos los días -y de la que fueron víctimas los sin-techo, los vagamundos, los simples ciudadanos que quisieron dar un paseo o sentarse en el banco de un parque para respirar un rato el aire libre, los despistados que sintieron que tenían que salir y recibieron una multa, los amigos que quisieron encontrarse para conversar o pasar el túnel del encierro juntos y fueron castigados, etcétera-, se dejó ver otra cosa: que, de una vez y para siempre, la ciudadanía, asustada, mediáticamente aterrorizada, «consentía» esa vigilancia, ese despliegue de poder, esa presencia ofensiva del custodio, esa saturación de las calles y de las plazas por uniformes y por armas, por botas militares y por porras policíacas…Y que no solo lo consentía; que lo agradecía y hasta lo demandaba. Policías de nosotros mismos…

Eugenesia ciudadanista: por fin se obtiene el Hombre Nuevo, ese elaborado psicológico que aceptó y aceptará ya en lo sucesivo el «confinamiento», que toleró la reglamentación exhaustiva de su cotidianidad, que depositó una confianza verdaderamente homicida en sus gobernantes y en sus médicos, en sus polito-epidemiólogos y en su polito-virólogos. El hombre nuevo es un robot, algo más y algo menos que un esclavo.

La Escuela se irá preparando para olvidarse de sus paredes físicas, de su tipología clásica de encierro de los jóvenes en un edificio, para admitir nuevos muros virtuales, con un secuestro horario de los alumnos delante de la pantalla de un ordenador. La posición autoritaria del Profesor no se verá afectada, antes al contrario; la Pedagogía seguirá rigiendo todo el proceso, para la “adaptación social” de los menores, vale decir, para su poda y su doma. El Aula, ese arbitrariedad tan infanticida, será en lo sucesivo cada vez más «virtual». Solo eso.

5. Ha llegado el momento de la «desobediencia civil» para hacer frente a esta perversa estrategia regeneradora del Capitalismo: dejar de pensar que el Estado, con su policía y su ejército, nos está «haciendo un favor», para empezar a hacérnoslo nosotros mismos. Y juntarnos, sí, y organizarnos, y actuar, para cooperar, por ejemplo, con las personas que a día de hoy están padeciendo en primer lugar tal estrategia, los más desacomodados en el sistema, los precarizados, los marginados y también los marginales, los elegidos como «cebo» de la anulación psíquica y de la indigencia venideras.

«Desobediencia civil» y «objeción de conciencia» para recuperar los deteriorados valores del apoyo mutuo, del don recíproco, de la auto-regulación comunitaria e individual. «Desobediencia civil»: no hacer caso de esa «separación de metro y medio entre las personas» que pretende ultra-individualizarnos, que quisiera erigirnos en una suerte de egotistas combatiendo airadamente por el alejamiento de todos los demás, solipsistas encerrados en un mundo tan propio como sucio. Es la hora del apretón de manos y del abrazo como forma de resistencia. Y del beso, que amenaza convertirse en asunto de privilegiados existenciales.

Hora de desobedecer, pero no para el mero disfrute personal o el hedonismo mal entendido, sino para inventar o reinventar redes de ayuda comunitaria, texturas insumisas de colaboración individual y trans-individual, maneras de neutralizar esta «guerra mundial de los Estados contra la sociedad».

Que la enfermedad deje de ser una excusa para aherrojarnos, para apretar todavía más los grilletes que nos aplicaron la administración y el mercado. Y algo más: recuperar el derecho de las comunidades a subsistir y resplandecer al margen e incluso en contra de los Estados avasalladores. Esgrimir el anhelo personal y colectivo de vivir en libertad.

(Fragmento, reiterado, de “La forja del ciudadano robot”, ensayo en fase de reelaboración que pronto compartiremos)

Audios relacionados: https://alegrialibertaria.org/wp/ciudadano-robot-de-pedro-garcia-olivo/

Pedro García Olivo

Buenos Aires, 8 de febrero de 2021

EL ARTE DE RENEGAR

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EL ARTE DE RENEGAR

1)

LOS «NEGACIONISTAS» SON LAS BRUJAS DEL FASCISMO DEMOCRÁTICO
(La Inquisición Médico-Estatal se desata conta la crítica y contra la disensión)

Una nueva etiqueta descalificadora cunde por las redes, por las radios, por las televisiones: «negacionista». Y se encienden hogueras… Que el Pensamiento Único es una Inquisición que no cesa, siendo diverso en sí mismo, pues alberga tanto opciones liberales como socialistas. Si brota una discrepancia, una objeción, una resistencia, esta modalidad tan «democrática» inventa una etiqueta, encierra ahí a un montón de gentes y pone en marcha la máquina de los suplicios.

No estoy a favor de la mascarilla, para nada. No soy partidario de los confinamientos, en absoluto. Detesto las vacunas. No creo en este despotismo médico-estatal que recorta sin cesar nuestras libertades bajo la excusa de una crisis sanitaria. Y saco cuenta de lo que todos estos batallones de fusilamiento del libre pensamiento y de la posiblidad de decidir sobre la propia vida nos quieren hacer olvidar…

Que nos olvidemos de toda esa crítica de las disciplinas científicas, entre ellas la medicina profesional, que cundió desde los años sesenta y que se nutría tanto de la opinión de no pocos filósofos como de las denuncias de un sinnúmero de especialistas: cientos de obras contra la pretensión de verdad de las ciencias académicas, la mayor parte de ellas concebidas por científicos académicos «negacionistas». Se denunciaba su inconsistencia epistemológica, su reclutamiento ideológico, su servilismo político, su contribución a la reproducción de la Opresión. Son tantos los nombres… Rememoro solo a unos pocos: Braunstein para la Psicología, Basaglia para la Psiquiatría, Heller para la Antropología, Castell para la Sociología, Di Siena para la Biología y la Etología, Lévy-Leblond para la Física, Viñas para la Matemática, etcétera, etcétera, etcétera…

Que se borre de nuestra consciencia todas aquellas obras que nos alertaban sobre las calamidades inducidas por la llamada «cultura de los expertos», por la «ideología del especialista», por el ascenso de la «tecnocracia», por el crédito tan insensato que las poblaciones tendían a otorgar a unas camarillas de gentes ambiciosas prestigiadas por títulos universitarios y por otras «medallas» culturales meretricias. Un sinfín de estudios, enmarcados en las tradiciones marxistas, libertarias y nihilistas…

Sobre todo, que nos pongamos de rodillas ante los «decretos» de los médicos y ante las leyes de esos políticos armados hasta los dientes de informaciones procedentes de la «ciencia de los venenos». Como si no hubiese existido Iván Illich y no se hubiera publicado «Némesis médica»; como si nuestro «sentido común sanitario» no hubiera sido desacreditado, desde hace décadas, si no siglos, por las culturas que se procuraban la salud de otra forma, bebiendo de saberes comunitarios, de las propiedades curativas de las plantas, de la auto-gestión colectiva del bienestar físico y psíquico.

El Despotismo Médico-Estatal ha conseguido anular el anhelo de libertad de las ciudadanías; las ha doblegado y violado de una manera perfectamente «patriarcal»; ha suscitado una suerte de «Síndrome de Estocolmo», por el cual los damnificados y humillados le dan las gracias por las torturas y tormentos que padecen cada día… Así son los Fundamentalismos; y vivimos bajo esta forma de Religión intransigente, por este Credo homicida del Pensamiento Único Occidental, ora vestido de Neoliberalismo, ora ataviado de Estado Social Bienestarista.

Así que me declaro «negacionista». Y hasta algo peor: «re-negacionista». Renegado, siempre renegado. Que no cuenten conmigo para esta reproducción morbosa, necrófila, del Capitalismo. Asistimos a unas auto-devastaciones controladas del Sistema, que se sirven hoy de un virus como antaño se servían de las denominadas «guerras mundiales».

Señores de los poderes y de los comercios, inquisidores optimizados, soy una bruja por cazar, «negacionista» hasta la médula…

[Para una fundamentación de esta nota, reenvío al borrador de mi último ensayo, «La forja del ciudadano-robot»: https://pedrogarciaolivo.wordpress.com/…/es-la-hora-del-ap…/%5D

2)

«AFIRMACIONISTAS» GENOCIDAS
(Es la hora de un NO! mayúsculo)

Nada más conocido y homicida que el «afirmacionismo».

«Afirmacionistas» fueron los alemanes que sostuvieron el nazismo. Los españoles que consintieron a Franco, los rusos que siguieron a Stalin…

«Afirmacionistas» son hoy las poblaciones que dan crédito a sus Gobiernos y «cumplen órdenes» en su vida cotidiana, bajo la excusa de una enfermedad.

Es la hora de un NO! gigantesco. Por amor a la vida, por respeto a la gente, por sensibilidad ante el dolor ajeno, ha llegado el tiempo de una Divergencia Infinita.

Porque decir que «sí», acatar normas, aceptar y obedecer, replegarse ante los dictámenes gubernamentales, creer de forma religiosa en la medicina y la investigación políticas, nos convierte en algo peor que los fascistas antiguos: nos erige en «afirmacionistas» demofascistas.

El «Sí» mata, como siempre mató.

3)

EL ARTE DE RENEGAR

Cuando Philipp Mainländer consigue su objetivo, por el que tanto se había esforzado, y ve publicada por fin su obra, «Filosofía de la Redención», apila los ejemplares que le hicieron llegar como derechos de autor y, encaramándose a ese pódium, tras echarse al cuello una soga basta y vieja, se ahorca. Renegó de la vida.

Friedrich Nietzsche, que tanto plagió a Mainländer, y esta es una de las cosas más feas que se pueden decir de ese escritor genial, abandonó su plaza de profesor en Basilea y se lanzó a una vida sin reglas. Renegó de su posición privilegiada, de su rango universitario, de la docencia y de la investigación académica.

Harold Pinter, en el discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura, lanzó una intempestiva denuncia del imperialismo occidental y de la Guerra de Irak, pidiendo que se encausara a los presidentes de EEUU, de Reino Unido y de España por «crímenes contra la Humanidad». En cierto sentido, renegó de la distinción.

Lévy-Leblond, físico ultra-galardonado, «Caballero de las Artes y de las Ciencias» por su contribución al progreso del conocimiento, publicó no obstante «Auto-crítica de las Ciencias», verdadero hito en la revuelta de los especialistas contra sus propias disciplinas. Renegó, con todo fundamento, de la Física.

Pierre Clastres, tan vinculado a la suerte de los guaraníes amazónicos, cuando regresa a la zona, tras unos años de estadía en Europa, y observa lo que ha cambiado en ellos, bajo la presión del Capitalismo occidental, se desmoraliza y, de nuevo en Francia, acaso por su depresión, se suicida. Podemos leer su muerte voluntaria como un renegar de la antropología y de la cultura altericida europea.

Masanobu Fukuoka remueve todos los cimientos de la agricultura convencional, renegando del interés comercial que la había degradado.

Aquel campesino beocio del mundo antiguo que, dando un paseo por el bosque, se encuentra un tesoro y resuelve cagar sobre él y salir corriendo, renegó de todo cuanto podía suponer un peligro para la tradicional e igualitaria vida de su comunidad.

Cuando ve cernirse sobre la Universidad el monstruo del nazismo, Karl Jaspers la abandona, dejando como despedida unas palabras terribles: «Es cierto que Hitler quiere acabar con la Universidad, pero también es verdad que esta Institución está podrida desde hace mucho tiempo». Renegó de la «Universitas», no como Martin Heidegger, que permaneció en su puesto y llegó a alcanzar el rango de Rector nazi.

Marcel Proust desconcertó a medio mundo con aquel texto que se tituló «Sobre la lectura» y que hubiera podido nombrarse mejor «Contra la lectura», en la que renegaba, en cierto modo, de su condición de lector y de escritor.

George Steiner, ese liberal, ese conservador, cuando se jubila como docente, arroja al mundo, en «Lecciones de los maestros», un interrogante ingrato, con el que, en mi opinión, reniega de la Pedagogía: «¿Qué faculta a una persona para pretender educar a las demás?».

En un texto bellísimo, que hace parte de «Cartas a Theo», Vicent Van Gogh reniega de la pintura, si no de la creación en su conjunto: «A veces tengo la sensación de no hallarme en la verdadera vida; y el pensar que más valdría trabajar en la carne misma y no en el yeso o en el lienzo».

Renegando de su actividad compositora, Franz Kafka se propuso quemar toda su producción escrita.

Paul Gauguin abandonó a su familia, dejó su negocio como agente de bolsa y renunció a sus propiedades, cancelando su existencia cómoda y perfectamente aburguesada en París, para renegar de la vida «civilizada» y buscar quién sabe qué en lejanos mundos indígenas.

Etcétera, etcétera, etcétera…

Partiendo de los «gestos» de estas y otras personas, en «El Arte de Renegar» iré abordando, desde una perspectiva crítica, tentativamente disidente, diversos aspectos de la cultura y de la organización de la vida en las sociedades democráticas occidentales. Vindico así lo que se ha denominado «pensamiento negativo» y su legitimidad en tiempos de crisis y de estancamiento socio-político.

Bajo este Capitalismo consolidado que padecemos queda descartada la posibilidad de un Pensamiento Nuevo, inédito, original, reluctante, que exigiría, para poder brotar, un suelo histórico también diferente. No cabe soñar con un Nuevo Paradigma si el mundo sigue siendo el de siempre en lo sustancial, igual a sí mismo en lo determinante: el Viejo Mundo de la sociedad mercantil, el Reino del Capital y del Estado.

Pero esto no implica renunciar a la reflexión, solo que esta habrá de refugiarse, si no quiere ser reclutada por el Pensamiento Único, en el espacio de la negatividad. Negar, Denegar y Renegar… Así se contribuye a agrandar fisuras, a profundizar grietas, en la pared del Relato Hegemónico; así se deshilvana el tejido de la verdad oficial, del «sentido común» administrado, del «verosímil crítico» de nuestras sociedades, en expresión de Roland Barthes.

Es como un trabajo de la erosión que exige «ira y estudio», como decía Francis Bacon. Vicent Van Gogh, el «suicidado de la sociedad», acertó a expresar, con toda la sencillez y toda la elocuencia del mundo, la naturaleza de esta práctica contestataria, enfrentada al Muro de lo real: «No sirve para nada golpearlo con fuerza; debemos minar ese muro y atravesarlo con la lima, lentamente y con paciencia, a mi entender».

«El Arte de Renegar» va a motivar un doble ejercicio creativo: textos cortos sobre la índole de los personajes que me sirven de inspiración, casi constituyentes de una insólita «galería de renegados», composiciones que iré publicando en «Entre los invitados, profesores todos, tomó asiento un asesino»; y audios concebidos para Radio Alegría Libertaria y que se albergarán asimismo en «Discursos Peligrosos», mi podcast de antipedagogía y desistematización.

Negar y Denegar no se antoja difícil, pues son procesos que tienden a resolverse como actos de palabra, de mera teoría. Renegar, tal y como lo entiendo, supone dar un paso más: llevar el pensamiento a la vida, convertir la teoría en acción, «encarnar» dramáticamente la disidencia… Renegar coincide objetivamente con el «pathos» de la desistematización.

Remito desde aquí al primer audio de la serie, una suerte de «presentación»:
https://anchor.fm/pedro-garcia-…/…/El-Arte-de-Renegar-eidc7n

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

¿EL FIN DE TODO?

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Ciudadanía robotizada

El pesimismo, ilustrado o no, realista o no tanto, casi parece una broma de niño, una sombra chinesca, una sonrisa sardónica, al lado de lo que nos está aconteciendo y de lo que ya se ha implantando en nuestro interior.

Es insuficiente hablar hoy de «esclavitud», porque solo hay esclavos identificables donde hay amos relativamente libres; y, en este tiempo insuperablemente oscuro, tanto los dominadores como los dominados, lo mismo los verdugos que las víctimas, empresarios y trabajadores al unísono, padecen el mismo mal, que cancela toda ilusión de autonomía y de libertad: la robotización integral del espíritu, del corazón, de la inteligencia, de la imaginación, del deseo, del comportamiento, de la lucha incluso…

Como me resisto a usar términos tan elitistas como «alienación», «enajenación», etcétera, lo que supondría admitir una Consciencia Lúcida que enuncia la Verdad permaneciendo milagrosamente a salvo de esa ceguera sufrida por todos los demás; una Mirada Privilegiada por Clarividente y a cubierto del modo masivo de «error» y de «perdición» de unas gentes estimadas medio ignorantes y mayormente manipuladas; como anhelo evadirme de esos vicios intelectualistas y demagogo-despóticos, prefiero recurrir a una metáfora nada aristocrática, de raíz antipedagógica y desistematizadora: la de «ciudadano-robot».

Adjunto unos audios que envié a los compañeros de «Mugre de urbe», en Argentina, y de «Radio Alegría», en la Península Ibérica. Breve el primero y más demorado el segundo, pero hablando de lo mismo.

Discutibles punto por punto, señalan una senda de reflexión que quiero caminar a partir de la herida psíquica y de la remodelación de la subjetividad desencadenadas por el uso socio-político de la presente crisis sanitario-económica.

Ciudadano-robot 1. Breve

Ciudadano-robot 1. Versión dilatada

(Fotografía: Dibujo de Alicia Pérez, niña chiapaneca, que refiere el ataque del ejército a su comunidad indígena, mientras, con su madre, daba de comer a las gallinas. Como no eran todavía robots, como se resistían tercamente a la obediencia y obstruían proyectos estatal-capitalistas, se optó por el exterminio…)

(Aforismos desde los no lugares)

Pedro García Olivo, Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz, Valencia, 21 de mayo de 2020

Alicia Pérez

UN ARCO DE LITERATURA ESCÉPTICA («¡Para qué queremos hablar, si ya no podemos engañarnos?»)

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De Canguilhem a Cioran, un arco de literatura escéptica, diríamos que «negativa», refuerza cierta tradición de textos intempestivos, de escrituras desasosegantes, disparando dardos envenenados contra nuestras seguridades teóricas y nuestros acomodos existenciales… Lo comparto con vosotros y sumo una flecha.

1. «¿QUÉ ES LA PSICOLOGÍA», de Georges Canguilhem,

En solo diez páginas, Canguilhem, maestro de Focucault, desnuda la supuesta «ciencia» psicológica y la terrible práctica de los psicólogos. Recomendado para todas las víctimas y todos los odiadores de la psicología.

Destaco unas palabras, del principio y del final de este bello artículo:

«En realidad, ante muchos trabajos de psicología, extraemos la impresión de que mezclan:

1. Una filosofía sin rigor.

2. Una ética sin exigencia.

3. Y una medicina sin control».

«Muy vulgarmente entonces, la filosofía le pregunta a la psicología: «¿Dime hacia qué tiendes para que yo sepa qué cosa eres»? Pero al filósofo le cabe también dirigirse al psicólogo -por una vez puede pasar- bajo la forma de un consejo de orientación, y decir: Cuando se sale de la Sorbona por la rúe Saint Jacques, se puede ir calle arriba o calle abajo; si se va hacia arriba, nos acercamos al Panteón, que es el conservatorio de algunos grandes hombres, pero si vamos hacia abajo, nos dirigimos directamente a la Prefectura de Policía».

Para descarga libre e inmediata de este texto: «¿Qué es la psicología?»

https://www.facebook.com/pg/desistematizacion/posts/?ref=page_internal

2. «RETRATO DEL HOMBRE CIVILIZADO», de E. M. Cioran.

¿Por qué hemos concedido tan fácilmente que la civilización es «preferible» a la barbarie? ¿Quién supuso que las sociedades subsumidas en el proceso histórico, como las nuestras, son de algún modo «superiores» a aquellas otras que escaparon del tiempo, se burlaron del Progreso y quisieron congelarse en una formación primitiva? La provocación-Cioran, retratándonos magistralmente, suscita estas y otras preguntas.

Para descargar libre del texto: «Retrato del hombre civilizado»

https://www.facebook.com/pg/desistematizacion/posts/?ref=page_internal

3. «¡QUE SE FUERAN PARA SIEMPRE!»

Después de casi 30.000 muertos, tienen que irse de una vez. Me gustaría borrar de mi memoria la imagen de un tal Sánchez, hormiguita de la auto-validación, de ese Iglesias, catedral del narcisismo, de toda la derecha española, histriónica y patética. ¡Tras 30.000 muertos, 0 políticos! Incluso antes de la pandemia, sobraban todos los políticos.

Me gustaría que se fueran de una vez todos esos empresarios que se alaban a sí mismos por crear «puestos de trabajo» cuando lo que originan son «posiciones de esclavitud».

Que se fueran los comerciantes todos, los mercaderes sin excepción, pues se enriquecen en el aprovechamiento de la necesidad humana de subsistir o en la rentabilización de «necesidades fabricadas». Quien vende se vende y su precio como mercancía debería ser la desaparición.

Que se fueran los profesores, los maestros, los educadores, los asistentes sociales, los terapeutas, los psicólogos y los psiquiatras, las ONGentes, etcétera, personas que padecen la más horrenda de las adiciones: «Parasitar el sufrimiento ajeno y construir una imagen digna de sí mismas cuando solo están sirviendo al más homicida y etnocida de los sistemas conocidos, el Capitalismo Occidental».

Que nos vayamos también todos nosotros, pues seguimos una vida con «instrucciones de uso» y somos menos libres que el conejo en su conejera. Que nos vayamos de una vez, pues no hay espejo veraz que soporte nuestra fealdad social e histórica sin hacerse añicos. Espejos falsos los compramos todos los días, desde la sonrisa del Jefe o del Patrón hasta el beso emponzoñador del compañero emponzoñado.

Que se fueran todos y que nos vayamos todos!

(Aforismos desde los no-lugares)

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Pedro García Olivo, Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz, Valencia, 15 de mayo de 2020

AUTO-DEVASTACIONES CONTROLADAS (Virus, Capitalismo y optimización del Fascismo Democrático)

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1. SOBRE LA REINVENCIÓN PERVERSA DEL CAPITALISMO
(En defensa de la desobediencia civil y de la organización antagonista comunitaria)

Bajo la amonestación agria que le suministró la Biosfera, el Capitalismo se «reinventó» e introdujo en su lógica de reproducción la auto-devastación calculada. Como «crecer sin límite» llevaba a los países y a las empresas capitalistas exactamente al «fin de todo», empezó a valorar la utilidad de una auto-demolición programada. En nuestros días, se ha servido de un virus…

Rasgos de esta reinvención necrófila y necrófaga, estrictamente morbosa, de la sociedad mercantil:

1) Si ya sabíamos que toda medicina es «política» por definición, como tanto recalcó Iván Illich; si muchos de nosotros ya habíamos sufrido esta político-sanidad, en los ámbitos de la psiquiatría por ejemplo; ahora la identificación se sublima. Aparecerán los «rastreadores», una especie de detectives contratados para descubrir los «contactos» de cualquier enfermo; se procurará establecer «geo-localizadores», para seguir la pista integral de la población con la excusa de salvaguardar su salud; en el horizonte, acaso lejano, pero que no cabe descartar, está la pretensión de insertar en el organismo de cada ser humano un «micro-chip» que permita el registro inmediato de todo su desenvolvimiento físico, sanitario y político.

2) «Higiene social». Un porcentaje grande de los no-productivos será eliminado. Aquellas personas «poco útiles», y que hasta suponen un gasto social considerable, están expuestas a morir, bajo esta pandemia o bajo las siguientes. Una guillotina pende, desde ahora y para siempre, sobre las cabezas de los ancianos, de los emigrantes pobres, de la ciudadanía precarizada o vulnerable, de los sin-techo…

3) Renovación de los modelos de empresa y de negocio. Muchas empresas se van a hundir, originando paro y problemas financieros, muchos negocios se van a ir a pique; pero emergerán otros estilos de emprendimiento, otras fórmulas para la producción, otras estructuras de contratación y de comercio. Muchas de estas nuevas empresas y de estos nuevos negocios se acogerán a la etiqueta «tele», pues se basarán en el aprovechamiento crematístico de los dispositivos digitales, cibernéticos, virtuales.

4) La Escuela se irá preparando para olvidarse de sus paredes físicas, de su tipología clásica de encierro de los jóvenes en un edificio, para admitir nuevos muros virtuales, con un secuestro horario de los alumnos delante de la pantalla de un ordenador. La posición autoritaria del Profesor no se verá afectada, antes al contrario; la Pedagogía seguirá rigiendo todo el proceso, para la «adaptación social» de los menores, vale decir, para su poda y su doma. El Aula, ese arbitrariedad tan infanticida, será en lo sucesivo cada vez más «virtual». Solo eso.

5) Eugenesia ciudadanista. Por fin se obtiene el Hombre Nuevo, ese elaborado psicológico que aceptó y aceptará ya en lo sucesivo el «confinamiento», que toleró la reglamentación exhaustiva de su cotidianidad, que depositó una confianza verdaderamente homicida en sus gobernantes y en sus médicos, en sus polito-epidemiólogos y en su polito-virólogos. El hombre nuevo es un robot, algo más y algo menos que un esclavo.

Desde el día 23 de marzo, vengo escribiendo en defensa de la desobediencia civil y de la auto-organización comunitaria.

Si el «civismo» pretende robotizarnos, no hay nada más humano que el «incivismo», consciente o instintivo que eso importa poco.

2. CUANDO DESAPAREZCA EL VIRUS, QUEDARÁ ALGO PEOR QUE TODA ENFERMEDAD: EL CIUDADANO-ROBOT
Uno controla a todos, muchos controlan a uno, uno se controla a sí mismo
(Demofascismo optimizado, bajo la rentabilización socio-política de la pandemia)

Uno controla a todos (dictadura clásica): desde la Presidencia del Gobierno se nos da la orden del confinamiento y obedecemos.

Todos controlan a uno (vigilancia de la colectividad sobre el individuo): surge la llamada «policía del balcón» y, de entre los sumisos, muchos denuncian a los transgresores.

Uno se controla a sí mismo (auto-coerción, auto-dominación, fin del anhelo de libertad): y sale cada cual, sujeto a franjas horarias, a medidas, a plazos, a reglamentos; sale como un robot, como un policía de sí mismo.

Durante mucho tiempo me equivoqué y consideré que estos tres modelos de dominio y opresión eran sucesivos, como por fases, y ahora estábamos en la última, en la del auto-policía.

Hablé del «modelo del autobús» que leí en Calvo Ortega y López Petit: en los autobuses antiguos un empleado picaba el billete de todos los pasajeros (uno los controlaba a todos, dictadura directa); pasó el tiempo y se colocó una máquina para que cada usuario picara el billete por sí mismo, pero bajo la mirada de todos los presentes, por quienes era observado y podía ser denunciado (todos controlaban a uno, coerción comunitaria); por último, se alcanzó el momento en que uno subía a un autobus vacío y, sin presión externa, sin testigos, picaba «libremente» su billete (uno se controla a sí mismo, sujeción demofascista).

Pero hoy se está dando la suma de las tres fases, como si ya no fueran «etapas» sino superposiciones: el Estado que decreta, la ciudadanía que obedece y señala a los disidentes, los individuos que se auto-reprimen y consienten su robotización integral.

Se pudo sacar a los perros; y mucha gente se prodigó en ese paseo fiscalizado, en el que se manifestaba una suerte de ambigüedad civilizatoria: ¿cómo explicar la relación entre un animal doméstico, el ser humano, y otro, el ser canino?, ¿qué puede brotar de la relación entre estas dos servidumbres?

Se pudo sacar a los niños como si fueran perros, y surge una pregunta derivada: ¿qué puede surgir de un paseo conjunto del domesticador y del domesticable?

Ahora, cada persona puede sacarse a pasear a sí misma, en el cumplimiento forzoso de normas, de franjas (¿deberíamos decir «fajas», porque oprimen, molestan y ocultan supuestas fealdades?), de limitaciones sociales y geográficas; y la interrogante es clamorosa: ¿cabe esperar algo de esta suerte de robot, absolutamente programado, aparte de que, ojalá, desaparezca junto al virus del Capital y del Estado?

Durante más de un mes, las gentes de muchas pequeñas localidades se privaron de salir, de pasear, de ir a los campos para recoger sus alimentos (podían, eso sí, ir al supermercado, porque lo primero y lo último sigue siendo el mercado, el negocio). Y a las autoridades políticas, encarceladoras, les daba igual que en esas zonas no hubiera contagiados, no hubiera enfermos. A día de hoy, les dicen que ya pueden salir, y entonce salen.

Esto me recuerda una imagen desalentadora, que me asaltó en la ciudad de Alta, en pleno círculo polar noruego… Unas cuantas personas tenían que cruzar una carretera, pero el semáforo para los peatones estaba en rojo. Yo miro a la derecha y a la izquierda, y la vista casi se me desvanece en una llanura tan inmensa: no hay ningún vehículo por ningún lado y es verdad que, en toda la mañana, apenas habían aparecido por allí dos o tres autos. Me dispongo a cruzar, pues, tan tranquilo; y las gentes mi chillan, me recriminan, se enfadan conmigo. Regreso entonces al puesto de espera y cruzo con ellas, tras disculparme, cuando el semáforo de los peatones se pone en verde. «Obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer», escribí entonces. Y es lo que está pasando ahora: se nos insta a la obediencia no tanto para superar una crisis sanitaria como para sancionar el auto-aniquilamiento de nuestra autonomía y de nuestra libertad.

Optimización del demofascismo.

Cuando desapareza el virus, quedará algo peor que toda enfermedad: el ciudadano-robot.

Más que mirar a la llamada «mayoría social», tan nauseabunda, reparo en las plantas humildes: a pesar de todo, el romero, la aliaga y el tomillo están en flor…

3. PAREDÓN DE FUSILAMIENTO O PUPITRE ESCOLAR: LA DOBLE FAZ DE LA GESTIÓN POLÍTICA DEL CORONAVIRUS

¡Carguen armas! ¡Apunten! ¡Disparen!

Penetró el virus en los confines del capitalismo occidental. Y caen los indígenas de la Amazonía, de la Guajira, de muchas comunidades de los pueblos originarios. Portavoces de esas ONGs que viven de jugar a «ayudarles» lo denuncian con una tranquilidad espantosa: «Van a desaparecer muchas etnias; morirán, sin remedio, miles, cientos de miles de indígenas». No es posible evitar esta culminación del etnocidio: los que sobrevivieron a las balas y a las Escuelas del neo-imperialismo, los que no sucumbieron a los altericidas programas «interculturales» para la «integración», se verán ahora asaltados por la enfermedad y morirán en masa.

Eran, a menudo, un estorbo, por las riquezas naturales, por las materias primas estratégicas, por la tan aprovechable bio-diversidad, por las oportunidades para los negocios eco-turísticos, etcétera, descubiertas en sus territorios. Y, donde perseveraban en sus usos y costumbres tradicionales, hostiles al liberalismo y a la globalización, esgrimiendo su «democracia comunitaria», su educación informal ancestral, su derecho consuetudinario oral, su comunalismo económico, su localismo trascendente, su cosmovisión holística y las formas abigarradas de la ayuda mutua y del don recíproco que saturaban su cotidianidad, eran sentidos, además, por la cultura hegemónica, como un «mal ejemplo», como una molesta «resistencia», como una «diferencia» enojosa.

Caen también los nómadas de casi todo el mundo, afectados por la restricción de esa movilidad de la cual dependía su estilo de vida y su cultura toda. Según algunas estadísticas, el 70 por ciento de los gitanos españoles, descendientes de nómadas irredimibles, se ganan la vida como «feriantes», en el comercio irregular, en el mercado ambulante, como «recoberos» o vendedores a domicilio. Se mantenían así titilantemente fieles a su condición, manifestando su aversión al salario, a la venta de su fuerza de trabajo, y su amor por la autonomía, por los caminos y por la intemperie. Bajo el confinamiento, perdieron sus fuentes de ingresos, quedando particularmente expuestos a todos los cuchillos, sanitarios y económicos, de esta crisis.

Caen los emigrantes, muchos en la Península y otros procurando regresar a África en precarias barcazas. Arriesgaron sus vidas para alcanzar Europa y ahora las vuelven a arriesgar para huir de Europa. El Mediterráneo, esa «tumba de los otros», se volverá a tragar a demasiados…

Y están cayendo los mayores, en Residencias de Ancianos que empezaron a funcionar como «crematorios», con una eficiencia que recuerda a Auschwitz. Estan cayendo los presos, los indigentes, los sin-techo, los marginales…

Para este sector de la población, que no servía o servía muy poco al capitalismo occidental, que más bien le suponía un gasto o un perjuicio, la gestión política del coronavirus se tradujo en paredones de fusilamiento: ¡Carguen armas! ¡Apunten! ¡Disparen!

Para los demás, para los productivos, y como apunté en una nota anterior, se refuerza la Pedagogía: «Por nuestro propio bien, y al margen de nuestra opinión o nuestro deseo, al igual que se nos conminó a encerrarnos, ahora se nos invita a salir siguiendo pautas, normas, criterios, reglamentaciones». Nos sentaron en el pupitre de los escolares y la autoridad política, asesorada por la casta científica, bajo los dogmas de la llamada «ideología del experto», empezó a intervenir más que nunca en nuestra sensibilidad y en nuestro pensamiento, corrigiendo nuestros caracteres hasta extremos nunca imaginados: que hayamos aceptado el encierro y que, según todos los sondeos, estemos dispuestos a aceptar nuevos confinamientos, dispositivos de geo-localización y los más diversos sistemas de control médico-político es una prueba del crédito que hemos otorgado a estos Super-Educadores y de lo «bien» que están realizando su trabajo adoctrinador y subjetivizador. ¡Fantásticos ingenieros de la personalidad!

4. «GUERRA MUNDIAL DEL ESTADO CONTRA LA SOCIEDAD»
(Ya no quiero hablar más de ti, «dispositivo vírico-administrativo para la reedición tanatológica del Capitalismo»)

Me deformaron, primero en la Escuela y luego en la Universidad, hasta convertirme en historiador y en filósofo. En este proceso de aplastamiento de todo lo que yo hubiera podido ser y hacer, tuvieron mucha culpa los libros, pues creo de verdad que la lectura va en detrimento de la vida. Me parece, por mi experiencia, que los que leen bastante viven un poco menos y cuantos escriben mucho ya apenas viven.

Ya construido, como historiador del mundo contemporáneo, filósofo y escritor tan narcisista como compulsivo, ya conformado, a pesar de todos mis intentos de des-hacerme y re-hacerme, de extraviarme y reinventarme, me asaltó este travestismo integral del Capitalismo, que no me esperaba, que sembraba cadáveres lo mismo que vendía cervezas, que encerraba a la gente al igual que se libraba de ancianos estorbosos, de pobres molestos, de personas poco o nada productivas.

Fiel a mi condición de analista, que reconozco turbia, fea, despreciable, y entre lágrima y lágrima, todavía redacté fragmentos que hoy he reunido en un pequeño ensayo. Lo titulé «Guerra mundial del Estado contra la Sociedad». Su subtítulo es este: «El Coronavirus en tanto cifra de una nueva forma de reproducción del Capitalismo». Lo suelto donde puedo, en las redes, y me olvido ya de un tema que me ha estado sumiendo en un dolor casi irrebasable. Queda para cualquier uso, como todo lo que hago.

Quiero pensar en otras cosas; y quiero dejar de sufrir, como me ha estado pasando cada vez que me ponía a redactar.

5. LA VIDA SE DA MEJOR EN AUSENCIA DE LA HUMANIDAD

Delante de la puerta de mi cabaña,

a veces hay flores,

nieves antes y después.

Nunca hay órdenes.

Brotan almendros cada año.

Quise «ayudar» a algunos a crecer,

con una poda tan mínima como mi esperanza,

y se secaron.

Los que no toqué

viven frondosos.

Miseria de los expertos,

calamidad de los botánicos.

Como en la película de Tarkowski,

en la que un padre acaso loco y un niño mudo

plantan un árbol frente al mar,

y lo riegan todos los días,

yo quise tener un huerto en la colina.

Inenarrable, el esfuerzo que le consagré,

subiendo agua desde la fuente del valle

hasta la cima,

que era también la cima de mi vida.

En el film, que se llama «El sacrificio»,

el árbol florece un poco;

y yo conseguí una cosecha raquítica

de ajos pequeños,

disminuídos como mi ilusión.

Incapaz de consumirlos, por respeto,

adornan y adornarán mi refugio.

En el mundo montaraz sobran los agricultores.

En la ausencia de la voluntad humana,

la vida se da mejor.

La vida

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Pedro García Olivo, Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz, Valencia, 10 de mayo de 2020

 

DESTRUIR PARA RECONSTRUIR: SOBRE LA REINVENCIÓN MORBOSA DEL CAPITALISMO

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En defensa de la desobediencia civil y de la organización antagonista comunitaria

Bajo la amonestación agria que le suministró la Biosfera, el Capitalismo se «reinventó» e introdujo en su lógica de reproducción la auto-devastación calculada. Como «crecer sin límite» llevaba a los países y a las empresas capitalistas exactamente al «fin de todo», empezó a valorar la utilidad de una auto-demolición programada. En nuestros días, se ha servido de un virus…

Rasgos de esta reinvención necrófila y necrófaga, estrictamente morbosa, de la sociedad mercantil:

1) Si ya sabíamos que toda medicina es «política» por definición, como tanto recalcó Iván Illich; si muchos de nosotros ya habíamos sufrido esta político-sanidad, en los ámbitos de la psiquiatría por ejemplo; ahora la identificación se sublima. Aparecerán los «rastreadores», una especie de detectives contratados para descubir los «contactos» de cualquier enfermo; se procurará establecer «geo-localizadores», para seguir la pista integral de la población con la excusa de salvaguardar su salud; en el horizonte, acaso lejano, pero que no cabe descartar, está la pretensión de insertar en el organismo de cada ser humano un «micro-chip» que permita el registro inmediato de todo su desenvolvimiento físico, sanitario y político.

2) «Higiene social». Un porcentaje grande de los no-productivos será eliminado. Aquellas personas «poco útiles», y que hasta suponen un gasto social considerable, están expuestas a morir, bajo esta pandemia o bajo las siguientes. Una guillotina pende, desde ahora y para siempre, sobre las cabezas de los ancianos, de los emigrantes pobres, de la ciudadanía precarizada o vulnerable, de los sin-techo…

3) Renovación de los modelos de empresa y de negocio. Muchas empresas se van a hundir, originando paro y problemas financieros, muchos negocios se van a ir a pique; pero emergerán otros estilos de emprendimiento, otras fórmulas para la producción, otras estructuras de contratación y de comercio. Muchas de estas nuevas empresas y de estos nuevos negocios se acogerán a la etiqueta «tele», pues se basarán en el aprovechamiento crematístico de los dispositivos digitales, cibernéticos, virtuales.

4) La Escuela se irá preparando para olvidarse de sus paredes físicas, de su tipología clásica de encierro de los jóvenes en un edificio, para admitir nuevos muros virtuales, con un secuestro horario de los alumnos delante de la pantalla de un ordenador. La posición autoritaria del Profesor no se verá afectada, antes al contrario; la Pedagogía seguirá rigiendo todo el proceso, para «la adaptación social» de los menores, vale decir, para su poda y su doma. El Aula, ese arbitrariedad tan infanticida, será en lo sucesivo cada vez más «virtual». Solo eso.

5) Eugenesia ciudadanista. Por fin se obtiene el Hombre Nuevo, ese elaborado psicológico que aceptó y aceptará ya en lo sucesivo el «confinamiento», que toleró la reglamentación exhaustiva de su cotidianidad, que depositó una confianza verdaderamente homicida en sus gobernantes y en sus médicos, en sus polito-epidemiólogos y en su polito-virólogos. El hombre nuevo es un robot, algo más y algo menos que un esclavo.

Desde el día 23 de marzo, vengo escribiendo en defensa de la desobediencia civil y de la auto-organización comunitaria.

Si el «civismo» pretende robotizarnos, no hay nada más humano que el «incivismo», consciente o instintivo que eso importa poco.

(Aforismos desde los no-lugares)

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@desistematizacion

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Pedro García Olivo, Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz, Valencia, 6 de abril de 2020

CUANDO DESAPAREZCA EL VIRUS, QUEDARÁ ALGO PEOR QUE TODA ENFERMEDAD: EL CIUDADANO-ROBOT

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Demofascismo optimizado, bajo la rentabilización socio-política de la pandemia: uno controla a todos, muchos controlan a uno, uno se controla a sí mismo

Uno controla a todos (dictadura clásica): desde la Presidencia del Gobierno se nos da la orden del confinamiento y obedecemos.

Todos controlan a uno (vigilancia de la colectividad sobre el individuo): surge la llamada «policía del balcón» y, de entre los sumisos, muchos denuncian a los transgresores.

Uno se controla a sí mismo (auto-coerción, auto-dominación, fin del anhelo de libertad): y sale cada cual, sujeto a franjas horarias, a medidas, a plazos, a reglamentos; sale como un robot, como un policía de sí mismo.

Durante mucho tiempo me equivoqué y consideré que estos tres modelos de dominio y opresión eran sucesivos, como por fases, y ahora estábamos en la última, en la del auto-policía.

Hablé del «modelo del autobús» que leí en Calvo Ortega y López Petit: en los autobuses antiguos un empleado picaba el billete de todos los pasajeros (uno los controlaba a todos, dictadura directa); pasó el tiempo y se colocó una máquina para que cada usuario picara el billete por sí mismo, pero bajo la mirada de todos los presentes, por quienes era observado y podía ser denunciado (todos controlaban a uno, coerción comunitaria); por último, se alcanzó el momento en que uno subía a un autobus vacío y, sin presión externa, sin testigos, picaba «libremente» su billete (uno se controla a sí mismo, sujeción demofascista).

Pero hoy se está dando la suma de las tres fases, como si ya no fueran «etapas» sino superposiciones: el Estado que decreta, la ciudadanía que obedece y señala a los disidentes, los individuos que se auto-reprimen y consienten su robotización integral.

Se pudo sacar a los perros; y mucha gente se prodigó en ese paseo fiscalizado, en el que se manifestaba una suerte de ambigüedad civilizatoria: ¿cómo explicar la relación entre un animal doméstico, el ser humano, y otro, el ser canino?, ¿qué puede brotar de la relación entre estas dos servidumbres?

Se pudo sacar a los niños como si fueran perros, y surge una pregunta derivada: ¿qué puede surgir de un paseo conjunto del domesticador y del domesticable?

Ahora, cada persona puede sacarse a pasear a sí misma, en el cumplimiento forzoso de normas, de franjas (¿deberíamos decir «fajas», porque oprimen, molestan y ocultan supuestas fealdades?), de limitaciones sociales y geográficas; y la interrogante es clamorosa: ¿cabe esperar algo de esta suerte de robot, absolutamente programado, aparte de que, ojalá, desaparezca junto al virus del Capital y del Estado?

Durante más de un mes, las gentes de muchas pequeñas localidades se privaron de salir, de pasear, de ir a los campos para recoger sus alimentos (podían, eso sí, ir al supermercado, porque lo primero y lo último sigue siendo el mercado, el negocio). Y a las autoridades políticas, encarceladoras, les daba igual que en esas zonas no hubiera contagiados, no hubiera enfermos. A día de hoy, les dicen que ya pueden salir, y entonce salen.

Esto me recuerda una imagen desalentadora, que me asaltó en la ciudad de Alta, en pleno círculo polar noruego… Unas cuantas personas tenían que cruzar una carretera, pero el semáforo para los peatones estaba en rojo. Yo miro a la derecha y a la izquierda, y la vista casi se me desvanece en una llanura tan inmensa: no hay ningún vehículo por ningún lado y es verdad que, en toda la mañana, apenas habían aparecido por allí dos o tres autos. Me dispongo a cruzar, pues, tan tranquilo; y las gentes mi chillan, me recriminan, se enfadan conmigo. Regreso entonces al puesto de espera y cruzo con ellas, tras disculparme, cuando el semáforo de los peatones se pone en verde. «Obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer», escribí entonces. Y es lo que está pasando ahora: se nos insta a la obediencia no tanto para superar una crisis sanitaria como para sancionar el auto-aniquilamiento de nuestra autonomía y de nuestra libertad.

Optimización del demofascismo.

Cuando desapareza el virus, quedará algo peor que toda enfermedad: el ciudadano-robot.

Más que mirar a la llamada «mayoría social», tan nauseabunda, reparo en las flores humildes…

(Aforismos desde los no-lugares)

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Pedro García Olivo
Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz, Valencia, 2 de mayo de 2020

PARA UNA CIUDADANÍA DE EX-PRESIDIARIOS

Posted in Activismo desesperado, antipedagogía, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Desistematización, Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on abril 23, 2020 by Pedro García Olivo

1. CUANDO TODO EL PAÍS SE CONVIRTIÓ, EN CIERTO SENTIDO, EN UNA CÁRCEL Y, EN TODOS LOS SENTIDOS, EN UNA ESCUELA
(La euforia de la pedagogía y de la sistematización)

«Por nuestro propio bien», los políticos, los científicos, los médicos y demás «expertos» decretaron que debíamos convertir nuestras viviendas en una suerte de cárceles. Y la población, mayoritariamente, dándole el «place», se confinó sin necesidad de candados, rejas, perros guardianes, custodios de oficio, como en aquellos relatos desesperanzadores de Kafka. Las casas, bajo este encierro consentido de la ciudadanía, empezaron a parecer de verdad «hogares», en el sentido etimológico de la expresión: lugares en los que algo arde, se quema, se consume. Y de la libertad solo quedaron cenizas. En un segundo momento, devinieron escuelas…

La euforia de la escuela constituye la euforia de la pedagogía y de la sistematización. Disposición pedagógica es la que caracteriza a aquella persona que interviene deliberadamente, conscientemente, en la subjetividad del otro, en su consciencia y sensiblidad, para transformarla, «corregirla», reformarla, alegando siempre que lo hace «por su propio bien», como decía el subtítulo de una obra anti-ecolar de Alice Miller. «Pedagogo» es, por definición, el profesor, ese lamentable «educador mercenario». Y nuestras casas se han convertido en «escuelas» porque, desde su seno, escuchamos (tal escolares perpetuos) a nuestros domesticadores socio-políticos, tomamos nota diligentemente de sus «lecciones» y los obedecemos para obtener una buena calificación ante la opinión pública, vale decir ante la «policía social anónima», como gustaba escribir M. Horkheimer. Seguimos acríticamente las pautas y recomendaciones de nuestros opresores y hasta suponemos que fueron establecidas «por nuestro propio bien». Vivimos, pues, en cárceles «educativas».

«Sistematización» quiere decir conversión de cada persona en un reproductor optimizado del Capital y del Estado. Esta reproducción se puede efectuar desde el empleo, desde la función social, desde la posición aceptada en el mercado y en la cadena de la autoridad. Pero se hace, sobre todo, desde la propia vida cotidiana, desde el propio ser, desde la propia carne. De ahí que consideremos que todo «ciudadano ejemplar» es Capitalismo encarnado, «Sistema» hecho cuerpo, nervios, sangre. En Occidente, casi todas las gentes son Capitalismo andante, Sistema corporeizado. Tras la asunción popular del confinamiento, la «sistematización» ha llegado a su éxtasis, a su júbilo absoluto.

Para mí, que convertí precisamente la pedagogía y la sistematización en el objeto de mi crítica, de mi impugnación, de mi escritura negativa y de la mayor parte de mis decisiones vitales, el panorama no puede resultar más desolador.

Y corro entonces a refugiarme en los brazos de mis viejos inspiradores, de mi familia intelectual, que es pequeña pero cálida. Y me quedo con Tom Waits para la música, con Van Gogh para la pintura, con Nietzsche para la escritura, con los libertarios de la primera hora para la filosofía… Me quedo hoy con Bakunin, un hombre que pensaba la vida y que vivía su pensamiento, como, bajo los estragos de la pedagogía y de la sistematización galopantes, ya apenas ocurre:

«Rechazamos toda legislación, toda autoridad y toda influencia privilegiadas, patentadas, oficiales y legales, aunque salgan del sufragio universal, convencidos de que no podrán actuar sino en provecho de una minoría dominadora y explotadora, contra los intereses de la inmensa mayoría sometida. He aquí en qué sentido somos realmente anarquistas (…).

Porque el Estado, y esto constituye su rasgo característico y fundamental, todo Estado, como toda teología, supone al hombre esencialmente malvado, malo. [A él incumbiría] hacerlo bueno, es decir, transformar el hombre natural en ciudadano (…). Toda teoría consecuente y sincera del Estado está esencialmente fundada en el principio de «autoridad», esto es, en esa idea eminentemente teológica, metafísica, política, de que las masas, siempre incapaces de gobernarse, deberán sufrir en todo momento el yugo bienhechor de una sabiduría y una justicia que, de una manera o de otra, les será impuesta desde arriba (…).

Henos aquí de nuevo en la Iglesia y en el Estado. Es verdad que en esa organización nueva (…), la Iglesia no se llamará ya Iglesia, se llamará Escuela. Pero sobre los bancos de esa Escuela no se sentarán solamente los niños; estará el «menor eterno», el escolar reconocido incapaz para siempre de superar sus exámenes, de elevarse a la ciencia de sus maestros y de pasarse sin su disciplina: el pueblo. El Estado no se llamará ya monarquía, se llamará república, pero no dejará de ser Estado, es decir una tutela oficial y regularmente establecida por una minoría de hombres competentes, de «hombres de genio o de talento», virtuosos, para vigilar y para dirigir la conducta de ese gran incorregible y niño terrible: el pueblo. Los profesores de la escuela y los funcionarios del Estado se llamarán republicanos, pero no serán menos tutores, pastores, y el pueblo permanecerá siendo lo que ha sido permanentemente hasta hoy: un rebaño. Cuidado entonces con los esquiladores, porque allí donde hay un rebaño, habrá necesariamente también esquiladores y aprovechadores del rebaño (…). El pueblo, en ese sistema, será el escolar y el pupilo eterno. A pesar de su soberanía completamente ficticia, continuará sirviendo de instrumento a pensamientos y a voluntades, y por consiguiente también a intereses, que no serán los suyos. Entre esta situación y la que llamamos de libertad, de verdadera libertad, hay un abismo. Tendremos, bajo formas nuevas, la antigua opresión y la antigua esclavitud (…).

A estos [los políticos] le es absolutamente necesario un Estado-Providencia, un Estado- Director de la vida social, dispensador de la justicia y regulador del orden público. Es decir, se lo confiesen o no a sí mismos, y aún cuando se llamen republicanos, demócratas o también socialistas, les hace falta siempre un pueblo más o menos ignorante, menor de edad, incapaz (…), para tener asimismo siempre la ocasión de consagrarse a la cosa pública, y de que, fuertes en su abnegación virtuosa y en su inteligencia exclusiva, guardianes privilegiados del rebaño humano, impulsándolo por su bien y conduciéndolo a la salvación, puedan asimismo esquilmarlo un poco».

2. «CREAR, PEDIR, ACASO ROBAR, NUNCA TRABAJAR»

Cuando nos suelten, que no nos esperen con ramos de flores para nuestros carceleros, para nuestros explotadores y dominadores. Cuando nos den permiso para salir, que se atengan a las consecuencias: llevamos un puñal en el bolsillo, aunque sea el puñal de la palabra.

Recupero hoy un escrito de hace tres años, en el que late mi esencia de antagonista, gran odiador, boca enemiga. Empieza la llamada «desescalada»: nos adocenaron, nos humillaron, nos violaron psíquica y simbólicamente, dejaron morir administrativamente a muchos de nuestros mayores, a montones de pobres y de indigentes, a inmigrantes, a un sinnúmero de «desechables», de «improductivos», de vulnerables y de precarizados…

Poco a poco nos irán dejando sueltos. Si no podemos hacer otra cosa, que se preparen por lo menos para la palabra indómita.

«El trabajo libera», decía en la puerta de entrada de Auschwitz, campo de exterminio. Allí encerraban a la gente para que trabajara y para que muriera. Pronto nos liberarán, suspenderán el confinamiento, para que volvamos a trabajar, para que volvamos a consumir, para que sigamos obedeciendo…

CREAR, PEDIR, ACASO ROBAR, NUNCA TRABAJAR
Quinismo del siglo XXI

“Con un poco de pan de cebada y agua
se puede ser tan feliz como Júpiter”
Diógenes de Sinope, alias “El perro”

1. Diógenes el Perro
(De espaldas al Poder y al Mercado)

Recreo una anécdota de Diógenes el Perro, transcrita por Diógenes Laercio en «Vidas de los filósofos cínicos»:

Diógenes tomaba el sol en el ágora, rascándose la barriga -señal de bienestar. A su alrededor, se repetía el trajín de todos los días, jaleo de gentes “instaladas” que compran o venden, que salen de sus casas o van a sus casas, que hablan de negocios o de política, que distribuyen su tiempo entre las innúmeras tareas marcadas para la jornada -pues, ya por aquel entonces, “el tiempo era oro”. Diógenes los ve pasar, como abejas atareadas, como hormigas en desfile; y se rasca la barriga, mientras disfruta del sol. Es un mendigo; y come de lo que le dan, poco o mucho, a cambio de nada, a cambio de ser él mismo, de sus palabras afiladas y de sus escenificaciones ofensivas. Mientras los demás trafican y mienten, él se rasca la barriga.

Quiere la leyenda que aparezca entonces Alejandro Magno. Yo le llamo Alejandro-el Estado… Y Alejandro reconoce a Diógenes, el filósofo desvergonzado, con la tripa al sol. Se acerca y le declara su admiración: “Diógenes, yo te admiro. Ya sé que somos enemigos; ya sé que eres un veneno o una plaga para el Imperio; ya sé que, si todos fueran como tú, mi poder no se sostendría ni un día; ya sé que me desprecias; ya sé que te burlas de mí. Pero te admiro… Te admiro por tu honestidad y tu integridad; te admiro por tu coherencia. Te admiro porque haces lo que ya nadie hace: pensar la vida y vivir el pensamiento. Te admiro porque eres el único, en todo el Estado, que no está en venta. Y porque te puedes declarar sencillamente “libre” en un mundo de ciudadanos/esclavos y esclavos/no-ciudadanos. Por eso, porque te admiro, deseo concederte el don que tú quieras. Pide cualquier cosa y te será otorgada. Pide lo que quieras y lo haré tuyo. Pídeme a mí, el Estado, cualquier clase de Bienestar, todos los bienestares que te apetezcan, y te los concederé. Si quieres el Bienestar del Estado, seré para ti un Estado del Bienestar. Pide cualquier cosa y tu palabra será ley”.

Decía Mishima que “la altura de un hombre se mide por la de sus enemigos”, y Alejandro debía considerarse “muy alto” al elegir a Diógenes como adversario. Pero Diógenes no estaba dispuesto a reconocerle “tanta altura”…
– ¿De verdad me darás lo que te pida? -pregunta el quínico insolente, peligroso, con lengua de serpiente y astucia de zorro? ¿Se cumplirá sin más mi deseo?
Alejandro se ruboriza. Procura, sin conseguirlo, disimular el temor que le embarga. Padece casi un acceso de pánico -con un quínico nunca se sabe, con Diógenes jamás está dicha la última palabra… Pero, cautivo de su propia iniciativa, rodeado de curiosos, no tiene más remedio que seguir adelante, aún con terror, con dudas…
– Pídeme lo que quieres y te será concedido, excepto si lo que pides atenta contra mi propia auto-conservación, por supuesto.
Diógenes, que ha percibido la angustia en las palabras de Alejandro, “su temor y su temblor”, como diría Kierkegaard, sonríe tal una hiena y prosigue con su escenificación.
– Te lo pregunto por última vez: ¿Me concederás lo que te pida, sea lo que fuere, si eso que deseo no atenta contra tu propia auto-conservación?
– Así es, Diógenes. En prueba de mi reconocimiento de tu dignidad, reconocimiento de tu talla humana, aún siendo el enemigo más temible que cabe concebir sobre la faz del Imperio, te concederé lo que desees.
Y Diógenes deja de rascarse la tripa, se incorpora un poco, las manos sobre las piedras del suelo y los ojos entornados por la claridad cegadora de la mañana:
– Esto es lo que quiero, “Alex”. Que te apartes un poco porque me tapas el sol.
Y Alejandro-el Estado se retira, humillado, con todos sus bienestares a cuestas, en medio de las sonrisas sarcásticas de la muchedumbre y bajo el gesto triunfal de Diógenes, que se tumba de nuevo, con la panza al sol.

Esta anécdota, que he reelaborado, incluida también en el libro «La Secta del Perro», de C. García Gual, se ha interpretado muchas veces en clave exclusivamente política: el quínico da la espalda a la autoridad, al poder, desiste en lo posible de padecerlo y siempre de ejercerlo. Por eso, “se va al margen”. Diógenes no quiere nada, absolutamente nada, del Estado, de la Administración, de las Instituciones. Le basta con mantener alejada a la Autoridad, con que no se cruce en su camino…

Pero la anécdota admite también una interpretación económica, lectura que me interesa subrayar aquí: como casi nadie hoy día, Diógenes da la espalda asimismo al Mercado. Da la espalda al dinero, al valor de cambio, a la propiedad, al salario,… Por eso no le pide a Alejandro una fortuna, una posición, una casa, unas tierras, unos esclavos, un negocio… Le basta con su “tinaja” para dormir por las noches y con lo que la gente le dé por sus diatribas y sus provocaciones, que se suscitan de forma espontánea, sin público establecido, sin “circo” o “teatro”, en cualquier lugar y a cualquier hora, ante muchos o ante pocos.

2. Trabajar, Pedir, Robar
(Discrepando de Baudelaire y de Genet)

Trabajar, Pedir, Robar… Estos tres conceptos, en torno a lo cuales cabe organizar la vida, estructuralmente desemejantes, aunque no independientes (pedimos trabajo, lo mendigamos, para que nos roben, para que nos sustraigan la plusvalía: el trabajdor pide que le roben), componen un tríptico diabólico. Trabajar (para otro o para una institución) es lo más triste y lo más bajo que cabe hacer con los días, como bien saben los trabajadores. Pero, ¿qué es preferible, “pedir” o “robar”?

Jean Genet, aquel criminal prostituido, confidente de la policía para obtener medios y delator de sus compañeros mientras estuvo en prisión, aquel escritor a-moral que se regodeaba en lo más vil, en la violación, en el asesinato y, sobre todo, en la traición; y que pudo, al final, en parte gracias a ello, a ese gusto suyo por revolcarse en la infamia, ganarse los más altos honores académicos en Francia, la estima absoluta en el mundo de las letras, premios y distinciones otorgados por Autoridades, por Ministros, por Eminencias…; Genet, decía, sostuvo en Milagro de la Rosa, una tesis discutible:

“Es más digno pedir que trabajar,
pero es más edificante robar que pedir”.

Hacía suya, así, la perspectiva de Baudelaire en «Pequeños poemas en prosa». El poeta y gentilhombre sale de su mansión y se encuentra con un mendigo que le implora, entre rezos, unas migajas… Lo agarra de la pechera y le propina un tremendo puñetazo, por cobarde, por miserable, por suplicante, por humillarse de ese modo ante los poderosos, con sus oraciones y su carita de víctima infinita e inofensiva… Y el mendigo, revolviéndose, se lanza sobre Baudelaire, le dobla la cintura y le hace caer, se monta sobre su vientre y le abofetea sin pausa, le aferra el cuello y casi procura ahogarle. Con un hilillo de voz, pero aún así sonriente, casi feliz, Baudelaire le dice que ahí tiene su bolsa, toda la bolsa, y no solo una limosna, que ahí tiene todo su dinero porque se lo ha ganado; le ruega que le descargue un último puntapié en la boca y le robe la bolsa de una vez.

Ese día, Baudelaire había hecho una “buena obra”, apostillaría sin duda Genet: casi como un “educador”, había re-dignificado a un ser humano, separándolo de la inmundicia de la mendicidad para encumbrarlo hasta la cima esplendorosa del robo.

Ante el Capital y el Estado se abre, pues, un abanico de opciones, de “respuestas”: cabe trabajar para uno u otro, cabe “mendigar” (bienestares, por ejemplo) a uno u otro, cabe robarles… Y, en este punto, Diógenes no estaría de acuerdo con Genet, ni tampoco con Baudelaire. El Filósofo Perro no simpatizaría con el a-moralismo sádico de Genet (no existe otra Causa que yo mismo; y, más allá del bien y del mal, puedo permitirme, si así lo deseo, robar, violar, matar, incluso a una víctima, a un subalterno, a un desdichado), ni con la aristocrática pose “educativa” de Baudelaire (yo, un Señor, te enseño a ti, un miserable, a luchar de verdad, a recobrar la auto-estima).

Diógenes de Sinope aparece como una figura ética (al igual que los libertarios clásicos, son muchas las cosas que se prohíbe: ejercer la autoridad, acumular propiedades, dominar a otro, etc.); se construye como un sujeto moral que, en nombre de la libertad personal, rehuye posiciones de servidumbre, de sometimiento, de esclavitud física o simbólica. “A nosotros también nos gustan los pasteles, pero no estamos dispuestos a pagar su precio en servidumbre”: así habla la austeridad quínica, que se distancia de la ética estoica y cristiana.

En tanto figura ética y sujeto en auto-construcción, que concibe la vida verdaderamente como “obra”, como “la ocasión para un experimento”, Diógenes impugna los términos de Genet y de Baudelaire; y, de hecho, no siente la menor necesidad de “elegir” entre pedir o robar. Como mendigo consciente, voluntario, deliberado, esgrime la dignidad del pidientero ante la humillación inconmensurable del trabajador.

En su mendicidad hay un punto innegable de insubordinación, de insumisión, de arrogancia. Vive en lucha, de sol a sol, disgregando y disolviendo valores, actitudes canónicas, morales públicas, comportamientos reglados. Su existencia misma es un desacato, un insulto al sentido común y a la idea de razón; un canto enloquecido a la libertad posible. Y sus palabras, sus gestos, sus escenificaciones, no sé si hoy se diría “performances”, son perfectas bombas de relojería, atentados completos contra el principio mismo de realidad de su (nuestro) tiempo. Por ello Diógenes, abominando el Trabajar, no desiste de Pedir ni condena el Robar.

3. Un pedo en su cara
(Dedicatoria, al final)

Esta breve composición es un homenaje a los “busca-vidas”, a las “ratas” de ciudad y a los que se fugaron al campo, a los “supervivientes urbanos” y a los recreadores de la ruralidad, a los individuos que se enfrentan cada día al existir sin un horario laboral por delante y, sobre todo, sin la voluntad (ni siquiera el deseo) de trabajar para otro o para un organismo; un canto a los quínicos del siglo XXI, entre los que anhelo poder contarme.

Dedico este poema, este humorismo, a todos los que, todavía hoy, no dan sin más la espalda a la Institución, no dan meramente la espalda al Mercado; al Mercado y a la Institución le dan, más exactamente, el culo y procuran, cuando pueden, soltar un pedo en su cara.

Pedro García Olivo, Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz, Valencia, 23 de abril de 2020

CIVILIZACIÓN DESTRUCTIVA A LA QUE LA BIOSFERA LE PASA FACTURA Y ROBOTIZACIÓN ACABADA DE LA HUMANIDAD OCCIDENTAL

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1. El coronavirus como un fenómeno natural, manifestación de una vida no-humana que se desarrolla sin tener que pedir permiso y que está siendo socio-políticamente rentabilizada

La soberbia, la arrogancia, la prepotencia y la voluntad de avasallamiento son rasgos históricos de la civilización occidental. «Castilla miserable,/ ayer dominadora,/ envuelta en sus andrajos/ desprecia cuanto ignora», dijo el poeta y se quedó corto: Castilla, como Europa, como Occidente, combate aquello que ni conoce ni desea conocer y procura aniquilar o absorber (la «integración» es solo la forma hipócrita del exterminio) toda otredad.

Así trató a lo que llamó «Naturaleza», así se comportó ante las otras culturas, así se evidenció frente a las divergencias y diferencias que cundieron en su propio seno (habilitó, ante lo distinto y lo discrepante, persecuciones de herejes y de brujas, hogueras, inquisiciones, campos de concentración, cámaras de gas, campañas de alfabetización y de escolarización, programas de rehabilitación social, de inclusión social, de inserción social, de protección social, de «integración» en un sistema destructivo, a fin de cuentas).

A día de hoy, Occidente parece haber ganado la batalla ante la alteridad cultural, pues borró de la superficie de la Tierra, o está a punto de hacerlo, todas las culturas de la oralidad, todas las civilizaciones que se resistían al despotismo, el individualismo y la beligerancia inducidos por el alfabeto y por la escritura, como sabemos desde Luria, Havelock, Ong e Illich, entre muchos otros. Se encarnizó contra el hombre oral, armado hasta los dientes de Escuela y de Ilustración, y acabó con él, reduciendo de forma estrepitosa la antropo-diversidad. Nadie hizo luto por este gigantesco etnocidio, desoyendo a Cioran: «Habrá que vestir luto por el hombre el día en que desaparezca el último iletrado».

A día de hoy, Occidente puede considerarse vencedor en la guerra contra las subculturas y las subjetividades que, dentro de su propia área civilizatoria, apuntaban en otras direcciones y disentían abiertamente: le fue bien el invento de las escuelas tradicionales, de las «cárceles» y de los manicomios, y le irá todavía mejor el plus-invento de las escuelas «alternativas» y la tele-educación, los «módulos de respeto» y la muy «humanitaria» graduación y relajación del encierro en los «centros de readaptación social», la cura de los supuestos enfermos mentales en sus propios hogares mediante ingesta de barbitúricos…

A día de hoy, y a pesar de los «avisos» que le llegaban desde el clima trastornado, desde la desforestación imparable, desde la contaminación agudizada de las aguas y del aire, desde el enponzoñamiento de los víveres surtidos por la industria de la alimentación, etcétera, Occidente creía haber ganado también la batalla contra una «Naturaleza» que concibió siempre y solo como «objeto»: objeto de conocimiento y objeto de explotación. Sin llegar nunca a conocerla, la explotó sin remilgos y casi sin límites.

Pero ahora ha acontecido un fenómeno también «natural», una manifestación de la vida que no necesita pedir permiso para desarrollarse y que, en términos retóricos, metafóricos, podría valorarse como una factura que nos pasa la Biosfera: el Coronavirus, primer exponente de un virismo planetario que nos visitará y revisitará, que acompañará a la especie humana en su aventura sobre la Tierra.

Todo lo alteramos y corrompimos sin escrúpulos, arrasamos ecosistemas buscando solo el beneficio económico, dimos más importancia a la gestión política de los seres (coerción, dominación, explotación) que al principio de convivencia y de coexistencia pacífica. Sembramos destrucción y ahora cosechamos muerte… En cierto sentido, ya habíamos sido «amonestados», ya habíamos padecido esas «catástrofes de advertencia que funcionan como advertencia de la Catástrofe», en términos de Sloterdijk, pero hicimos oídos sordos, pues pertenece a la condición de nuestros dirigentes y de nuestros expertos no escuchar, no ver y no sentir. Solo hablan y hablan…

Por debajo de este error civilizatorio, de esta torpeza cultural, hemos observado que los sistemas políticos y económicos establecidos aprovecharon la crisis sanitaria para optimizar precisamente el Capitalismo, para librarle de inconvenientes y de molestias (ancianos, enfermos crónicos, pobres, sin-techo, grupos sociales «no productivos», poblaciones precarizadas de los países periféricos…) y para convertir la auto-devastación controlada en un expediente para la regeneración necrófila del Mercado y del Estado.

En términos maquiavélicos, la estrategia es correcta: el virus pasará y la gente, habiendo soportado un confinamiento demencial, estará más que nunca a merced de la Administración y de los Negocios. Arrasados todos los vestigios de la comunidad, aniquilado el instinto de «ayuda mutua», los ciudadanos se comportarán ante el Estado y en la vida económica como auténticos «robots», máquinas humanas privadas de toda autonomía, de todo sentido crítico, de todo apetito de libertad.

Casi de un golpe, a medidos del siglo XIX, se encerró en locales insalubres, luego llamados «escuelas», a toda una franja de edad (la «infancia» y la «juventud»). Este enclaustramiento brutal de los menores constituye un hito, no suficientemente subrayado, en toda la historia de la humanidad occidental y occidentalizada. De un golpe, a principios del siglo XXI, se confinó, bajo pretexto médico, a toda la ciudadanía y la ciudadanía más bien lo agradeció: es este un acontecimiento que marcará para siempre todo el desenvolvimiento futuro de los humanos, quienes se han revelado de nuevo muy por debajo del resto de los seres vivos. «El hombre es un animal fracasado», dijo hace años un filósofo… Hoy cabe sostener otra cosa: «Los seres humanos ya no son animales, que se convirtieron en máquinas».

La máquina de obediencia podrá protestar de un modo regulado, previsto, canalizado, «domesticado», en un gesto de sumisión absoluta al orden vigente. Y habrá otra vez manifestaciones, cambios políticos, ascensos y descensos en las formaciones partidarias electoralistas, implementación de medidas de protección social y de programas «bienestaristas», etcétera. La humanidad robotizada tendrá un «modo trabajo», un «modo disfrute» y un «modo protesta» perfectamente definidos…

2. «Prefiero morir de rodillas»
La administración de la muerte: el Virus, el Capital y el Estado son solidarios
(Pero están en flor el romero, la aliaga y el tomillo, que no fueron «educados» para obedecer)

Hacer que enfermen los sobrantes, matarlos, confinarlos, que enfermen más, seguir matándolos, prolongar el confinamiento: la lógica del Capitalismo Vírico.

Y aceptación de algo inaudito, incomprensible, verdaderamente deprimiente. Porque la ciudadanía se puso de rodillas.

Cuando Dios abandonó su trono, no fue el Demonio quien lo sustituyó, sino «el más frío de los monstruos», como anotó aquel filósofo cálido y un poco monstruoso: el Estado, que se hizo valer mediante la gestión de la fuerza y del Miedo.

Un personaje histórico al que le guardo las distancias, sin amarlo y sin odiarlo, dijo un día: «Prefiero vivir de pie a morir arrodillado». Lo que hoy se dice es otra cosa: «Prefiero morir de rodillas».

Insisto en que, siendo horrible la mortalidad acontecida, y todos los días se me saltan las lágrimas al pensarla, al sentirla, al vivirla, van a ser peores las consecuencias de este confinamiento aceptado, admitido y aplaudido.

Casi mentalmente inconcebible que vayan a morir en España, por una enfermedad, cerca de 100.000 personas. Pero, para mí, que solo tengo uno de mis pies en esta tierra, el otro lo perdí no sé dónde ni cuándo, lo horroroso es que cerca de 37 millones de personas hayan obedecido al Capital y al Estado, encerrándose sin más, sancionando el final de todo anhelo de libertad, de toda esperanza «transformadora».

Ya somos robots, ya somos cuerpos arreglados para una sumisión reeditada, completa y definitiva.

Después de este presidio tolerado, solo cabe «esperar» una cosa, si apreciamos la vida y aún nos emociona la libertad: el final de esta especie animal, tan destructivamente soberbia, tan neciamente «racional», tan amiga de las explotaciones sociales, de las opresiones gubernativas, de la guerras «humanitarias» y de las paces mortíferas, de los destrozos medioambientales y, lo que faltaba por constatar, de los cautiverios consentidos.

Pero la aliaga, el romero y el tomillo están en flor…

3. Hacia la robotización integral del ser humano
(En conserva, todo se pudre)

En conserva, el afecto no puede respirar; se enmohece, se entibia, se descompone. Bajo el arresto domiciliario que estamos padeciendo, muchos amores, muchas estimas, muchos vínculos sentimentales se van a deshacer como castillos de arena bajo la ola que inunda la playa. Se pudrirán afectos de pareja, cariños filiales, fraternidades… Porque falta tanto el oxígeno, la ventana social, el desahogo del exterior, como la posibilidad del silencio y de la auto-comtemplación, el resguardo íntimo. Privados de soledad y de compañía aleatoria, nos convertimos en enemigos de todos y de nosotros mismos, como sugirió Dostoievski. Bajo el estado de alarma, los afectos serán diezmados.

En conserva, la comunicación se agota; se limita, se constriñe, se vuelve rutinaria, insípida, tediosa, casi forzada. El mundo del que se puede hablar es, cada día más, el mundo estrecho en que la vida ha quedado encerrada. Bajo el estado de alarma, la comunicación deviene rictus, gesticulación irrelevante.

En conserva, el pensamiento se degrada; se obsesiona con lo inmediato, se concentra en lo privado, se restringe a lo particular y casi a lo egoista. Bajo el estado de alarma, pensar es casi lo mismo que no pensar.

En conserva, el sentimiento doloroso devora al ser como un cáncer; crece hora a hora, alimentado por lo real-social, por lo subjetivo maltrecho y hasta por lo imaginario enclaustrado. Bajo el estado de alarma, el sufrimiento ya no es un ojo, ya no es una oportunidad para la lucidez, sino que deviene oscuridad infranqueable, invitación a la desaparición, garantía de muerte.

En conserva, la risa únicamente puede ya reírse de sí misma, pues carece de motivos, y la alegría se convierte en un espectro amenazador, en una pose sardónica, irónica o cínica. Bajo el estado de alarma, se evapora todo contento.

En conserva, la crítica se corrompe y lo cuestiona todo salvo el arredilamiento colectivo, se consagra a todo lo supérfluo y a todo lo secundario, se subordina a todos los poderes y a todos los mercados. Bajo el estado de alarma, los críticos son como esas sardinas enlatadas, todas casi iguales y todas muy juntas, que se venden en los supermercados.

En cuarentena, en confinamiento, en conserva, ayunos de afecto saludable, ventilado; de comunicación valiosa y estimulante; de pensamiento altruista o desinteresado; de sentimiento no doloroso; de ocasiones para la risa franca y para la alegría límpida; de disposición crítica insobornable, etcétera, las personas se desprenden de su condición humana, e incluso animal, para robotizarse absolutamente.

Como robots van a obedecer todo el tiempo, gacha la cabeza ante la autoridad política; van a «creer» en los ingenieros que los diseñaron, particularmente en los educadores, los políticos, los médicos y los expertos; van a ser tan predecibles y tan útiles como todas las máquinas…

En unos meses, el Covid-19 habrá matado a muchos y, de la mano de la sumisión político-policial que propicia, robotizado a casi todos.

Pedro García Olivo, Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz, Valencia, 20 de abril de 2020

Cuadro de Alfonso Santa-Olaya Lozano

BIENESTARISMO DE URGENCIA Y MIEDO ADMINISTRADO

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1. «Bienestarismo de urgencia»: golpe asestado por el Coronavirus a la mística neoliberal y beso que ofrece al cinismo socialista

Ante la muerte, ante el dolor, ante la enfermedad, caen algunas máscaras: estamos corroborando que «Estado del Bienestar» y «Estado mínimo Neoliberal» son solo dos alternativas funcionales del Capitalismo, dos cartas que la Administración y los Negocios pueden poner encima de la mesa para seguir ganando, al modo de los ventajistas, su partida contra la población.

El Fondo Monetario Internacional acaba de hacer pública su recomendación, impregnada de «bienestarismo»: incremento del gasto público a fin de paliar las consecuencias sociales (desempleo, precariedad, pobreza) de la crisis económica venidera, reforzamiento de los sistemas de salud, apoyo económico a los sectores poblacionales más vulnerables, sensibilidad «social» en la Administración e intervención decidida del Estado con el objeto de aminorar el sufrimiento de la ciudadanía… A diferencia de hace unos años, el FMI casi adopta un lenguaje «socialdemócrata», «populista», afín al Estado Social de Derecho, dando la espalda a la mística neoliberal.

Turmp, en nombre del «bien común», obliga a la General Motors a reorganizar su actividad productiva, de modo que sirva al combate contra la enfermedad y ya no a la mera ganancia capitalista; «rescata» a las principales aerolíneas y deja una parte de sus acciones bajo el control del Estado, al modo de todas las iniciativas «nacionalizadoras» y «socializantes». Su intervención indisimulada en la actividad económica constituye un escarnio, una burla, para los principios neoliberales que parecía encarnar: de hecho, le está cavando una tumba a la «libertad» económica, al «libre» mercado y a la «libre» competencia.

Personalidades tan destacadas en la derecha política y económica española como Luis de Guindos, vicepresidente del Banco Central Europeo, suscriben la idea de una «renta básica» para la población, proclama-enseña del radicalismo socialista y bienestarista occidental.

Se sabe que el Coronavirus constituye solo la primera fase de una regeneración necrófila del Capitalismo, exigida en parte por la Biosfera, que ya no podía soportar más una lógica de crecimiento económico indefinido. Gran destrucción para un nuevo nacimiento. «Solo hay renacimiento donde hay tumbas», anotó Nietzsche. Ya tenemos las tumbas… La segunda fase de esta perpetuación del Capital y del Estado mediante auto-devastaciones controladas se iniciará a continuación, y se identificará con un «crisis económica de grandes dimensiones».

La inteligencia del Sistema ya prevé un alza considerable de la conflictividad social y no se equivoca en relación con el sentido de las inminentes reivindicaciones: compromiso «social» del Gobierno, ayuda a los más afectados, apuesta decidida por el sector público, inversión en salud y en educación, planes concretos para aliviar el sufrimiento empírico de la ciudadanía, fiscalidad verdaderamente «redistributiva», atención privilegiada a los grupos sociales particularmente precarizados o vulnerables, etcétera. Se dará, pues, un descontento y una beligerancia social en pro del «Estado del Bienestar»: luchas populares para obtener de la Administración aquello que, siguiendo recomendaciones de las principales agencias capitalistas internacionales, esta ya ha decidido implementar. Se luchará por el mismo bienestarismo que el poder desea instaurar. Si los Estados se adelantan, y ponen en obra proyectos «sociales», el conflicto será menor y se dará un ahorro en balas y en sangre, en críticas y des-legitimaciones. Por ahí van los tiros, que siguen a las tumbas.

Y no me engaño sobre la realidad del tan anhelado «Estado del Bienestar», que supone y exige el «malestar» de muchos, que sigue sustentándose en la opresión económica y política, y que nunca se ha dado sin su propia cuota de indigentes, pobres, discriminados, excluidos e incluidos a punta de pistola… Solo digo que esta conocida engañifa nos va a re-visitar, con una imagen novedosa.

Nos espera un «bienestarismo de urgencia» y un retroceso acusado de la cantinela neo-liberal. Cuando se supere la crisis, sanitaria y económica, de nuevo se alzará la mítica del Libre Mercado y de la Libre Competencia, y podrá darse un giro en el signo político de los gobiernos. Llevamos ya así mucho tiempo; y es desalentador que tantas personas sigan creyendo en ese juego, en ese «turno pacífico» de dos modalidades complementarias de gestión de la sociedad, dos expedientes para la reproducción del Capitalismo y del Estado.

No se va a luchar contra el Sistema en sí, contra toda forma de Estado, contra el Capital, contra la explotación económica y la fractura social. No se va a luchar por ninguna «emancipación» digna de su nombre, no se va a vindicar la libertad política y la verdadera libertad económica, que exigirían la cancelación de la administración y del mercado. Habrá gentes aporreadas, maltratadas, asesinadas también, judicializadas, encarceladas, etcétera, por exigir aquello que sus opresores ya han decidio concederles.

A esto he llamado «protesta domesticada»; y es lo que nos aguarda cuando las gentes, pudiendo salir por fin de sus casas físicas, de sus residencias, donde fueron confinadas por la fuerza, regresen de buen gusto, libremente, a sus casas políticas e ideológicas, donde decidieron confinarse por la cultura.

«Estamos a punto de morir de tanto Hogar», leí una vez, me parece, en una obra de Beckett. Hoy creo que este escritor era, de todos modos, un «optimista», pues nos presupone espiritualmente «vivos» y eso hace tiempo ya que dejó de estar claro.

2. Miedo saludable y miedo administrado
(Ante esta crisis sanitaria, me asusta lo que van a hacer con ella y con nosotros el Mercado y el Estado)

Y el niño se inventó un juguete, con su imaginación y con sus propias manos, una cosa rara que se parecía un poco a un camión o a un bólido. Lo hizo con su vida y lo defendió como a su vida: lo escondió en un rincón del armario, para que ningún menor o ningún mayor lo estropeara. Miedo saludable.

Y el mayor por fín se sintió libre, qué más da si por su insumisión triunfante o por su jubilación cabizbaja; pero se sintió libre, y recordó unos versos del Fausto: «Poder decirle a un instante: ¡Detente, eres tan bello!». Y empezó enseguida a temer que un cambio en la legislación o la llegada de cualquier virus lo arrancara de su alegría quizás tardía. Miedo saludable.

Y la mujer que por fin pudo salvarse de la tutela moral y económica del marido o del compañero sintió una felicidad inenarrable el día en que consiguió un empleo y se reconoció capaz de alimentarse y de alimentar a sus hijos sin ceder a los caprichos de un déspota. Sintió luego algo semejante al pánico cuando le hablaron de una crisis económica venidera, que originaría un escalada del paro. Miedo saludable.

Y el convicto al que le llegó el día de su retorno a la vida extra-carcelaria, dichoso de respirar el aire libre y de caminar por las calles con un punto casi olvidado de orgullo y de dignidad, sintió de repente un escalofrío: ¿se le encerrará de nuevo, pues parece que todo está reglado, sujeto a normas y leyes, y él no las conoce y puede resbalar? Miedo saludable.

Y al emigrante que se arriesgó a atravesar un mar para procurar vivir mejor en medio del mal, y acabó empleado en la agricultura bajo riesgo de contagio, se le acercó una duda: ¿querrán que acabe conmigo el trabajo, como no pudo el Mediterráneo? ¿Me van a eliminar, gracias al contrato, por haber intuido que, entre la malaria y el coronavirus, África sería poblacionalmente diezmada y era preciso huir de ahí? Miedo saludable.

Y hay amantes que, no pudiendo discernir por qué se aman, pero sintiendo en verdad un afecto que bulle por encima o por debajo de todas las palabras, sabiéndose asimismo inmersos en un mundo tan poco estimable, tan insufrible, tan horroroso, temen que esa fealdad de la realidad social e histórica contamine o hasta acabe con su vínculo, una relación y un apego que, en cierto sentido, «no eran de este mundo». Miedo saludable.

Porque se da un miedo bueno que actúa como una alarma y una defensa para las personas dominadas y precarizadas Un miedo en cuyo seno palpita la disconformidad, la denegación, la protección tentativa del sujeto social amenazado.

Pero llegó un tiempo en el que todos fueron encerrados, en el que la policía los multaba si se atrevían a desobedecer y salían a la calle, en que morían y morían las gentes que el Sistema desde siempre había desechado o anhelaba desechar (ancianos, pobres, emigrantes, indigentes, chabolistas, sin-techo…). Y muchos tuvieron miedo a enfermar. Miedo a disentir. Miedo a no aplaudir a las ocho de la tarde. Miedo a no respetarse a sí mismos como garantes autónomos de su propia salud y de su libertad de movimientos. MIEDO ADMINISTRADO.

Asusta lo que el Mercado y Estado están haciendo con esta crisis sanitaria y con nosotros; inquieta y alarma esta administación capitalista de los pánicos populares. No me da tanto miedo el virus como la gestión policial y gubernativa, moral e ideológica, de la nueva enfermedad. Me aterran las consecuencias psíquicas, éticas, existenciales y políticas, del MIEDO ADMINISTRADO.

(Aforismos desde los no-lugares)

Pedro García Olivo, Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz, 16 de abril de 2020

ABSOLUTAMENTE HOSTIL A TODO ENCIERRO

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Los confitados sobre y contra los confinados
(Población cocida a fuego lento: efectos psico-sociales y políticos de un apresamiento general consentido)

Estoy en contra de todo encierro. En contra de todas las cárceles, por tanto. En contra también del apresamiento de la población entera bajo el pretexto de una crisis sanitaria.

En EEUU están muriendo sobre todo los negros, los afro-descendientes, los latinos, los pobres y los sin-techo, pronto también los presos: óptima «higiene social», enterramientos masivos y fosas comunes para cuantos ya no eran tan «productivos» y más bien estaban suponiendo o exigiendo un gasto social público, una molestia para el Capitalismo.

En Europa nos vamos a librar de un montón de ancianos, esos «insolidarios» que solo querían vivir y vivir, ya como casi «zombies», como muertos vivientes, y cuya pretensión de semi-eternidad tan cara le resultaba al Estado. Las residencias de ancianos son la reedición «democrática» de las cámaras de gas nazis. Exactamente eso: las cifras lo demuestran.

Pronto vaciaremos África, y también nos libraremos de esos pesadísimos «emigrantes» que tanto lloran ante nuestras puertas y que, por desgracia, no se ahogaron en el Mediterráneo. Los CIEs y el «Mare Nostrum» constituyen las dos caras de un arma de destrucción masiva contra la pobreza y la indigencia devenida por el imperialismo occidental.

Los «confitados», casi aptos para disfrutar del encierro, ya que les sobran los medios y pueden vivir bien en sus casas, se han alzado al modo fascista contra los «confinados», gentes que están muriendo en vida en sus «hogares» precarios y que pueden morir de verdad debido a su subordinación social y a su vulnerabilidad económica.

Todo bien, casi ya realizada la «Utopía del Capital». Y las gentes sometidas a los decretos del Estado, en un signo de esclavitud absoluta. Población cocida al fuego lento del encierro, que luego será servida en la mesa de un banquete para caníbales, para esos devoradores de carne humana encumbrados por la economía y por la política.

Que no cuenten conmigo para aplaudir ningún confinamiento. Ni siquiera me vi nunca inclinado a «disculpar» el confinamiento de los jóvenes en las aulas escolares… Contra la corriente mediática y contra el «sentido común» fabricado, insisto en señalar que el daño moral, psico-sociológico y político de esta estrategia para el apresamiento incondicional de toda la ciudadanía, un arrestamiento socialmente tolerado, es inmenso y está muy por encima de la mortalidad que puede originar un virus.

Más importante que morir, punto al que llegaremos todos, es «vivir con dignidad». Cuando pase esta pesadilla sanitaria, la cifra de enfermos y de fallecidos físicos estará muy por debajo del número de aplastados, destruidos, enloquecidos, neutralizados, borrados para el pensamiento divergente y para la sana disensión, originado por el confinamiento y por el resto de las medidas impuestas por un Administración vampiresca.

Pasarán los años y, quizás, algún día podamos medir, sin temor a ser considerados «enemigos del pueblo», «agitadores», «paranoicos», «demagogos», «irresponsables», etcétera, el efecto real del confinamiento como receta contra la expansión de un virus que, al igual que todos los virus, tiene un ciclo que cumplir, una vida que vivir, con un principio y con un final.

Que, a mi parecer, el encierro de toda la población, una clausura demencialmente «admitida», no responde tanto a una dudosa propedéutica sanitaria global como a un expediente certero de aniquilación casi definitva de la autonomía, de la crítica, de la resistencia y de la pequeña libertad concreta y aún posible.

Jaulas

(Aforismos desde los no-lugares)

Pedro García Olivo, Alto Juliana, Rincón de Ademuz, Valencia, 13 de abril de 2020

EL VIRISMO GLOBAL COMO INSTANCIA DE DOMESTICACIÓN

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Apuntes contra la corriente mediática y político-policial del demofascismo

1. TRES ETAPAS PARA LA DOMESTICACIÓN CASI ABSOLUTA DE LOS ESPECÍMENES HUMANOS EUROPEOS: MIEDO AL COMUNISMO, AL TERRORISMO INTERNACIONAL Y AL VIRISMO PLANETARIO

Lo peor siempre ocurre en un segundo plano. Se da en lo latente, y no en lo patente; en lo implícito, y ya no en lo explícito; en lo oculto más que en lo manifiesto.

Por debajo de la crisis sanitaria y de las medidas que los gobiernos adoptan para combatirla, está ocurriendo algo terrible, que debería ser atendido en primer lugar: a pasos agigantados, mediante el reforzamiento de la confianza en los políticos, en los policías, en los médicos, en los funcionarios en general, en el Estado mismo, se culmina la domesticación integral de la especie humana.

Por miedo, todo lo permitimos, todo lo consentimos…

Por un miedo inducido, toleramos el crecimiento cancerígeno de una muy sangrienta industria armamentística, ya que había que «defenderse» de los rojos, de la URSS, del socialismo real. Cayó el comunismo y seguimos vendiendo armas, a quien sea, porque lo requiere ese negocio.

Por miedo fabricado, toleramos en Europa restricciones de las libertades individuales, cancelación de muy importantes derechos ciudadanos, suspensiones temporarias del Estado de Derecho, pues había un Enemigo mayúsculo, que se se llamaba Islam o Terrorismo Internacional.

Por miedo, casi por pánico, hemos aceptado el confinamiento riguroso de toda la población, pues se nos dice que estamos en guerra, que seguimos en guerra, ya no contra el comunismo, tampoco contra el terrorismo, sino contra un virus que puede irse y luego volver, que puede desaparecer por la misma puerta por la que entrarán otros.

En el segundo plano de la actualidad, más allá de la cuestión sanitaria, que es deprimiente, encontramos una avanzadilla poderosísima de la sujeción demofascita. No se trata solo de que las poblaciones hayan aceptado el encierro, el control policial, el despotismo médico-político, el sometimiento a los criterios de los «expertos» y de los gobernantes. No se trata solo de eso, que ya es triste de por sí.

Se está produciendo algo peor: la predisposición a aplaudir y homenajear a nuestros dominadores y explotadores.

En España, cada día, a las ocho de la tarde, la gente aplaude a los sanitarios y a los policías. Como si no se supiera lo que es la medicina administrada, medicina definitivamente «mercantil», inserta en una biopolítica general, estatalista y capitalista, productora y gestora sistemática de enfermedades. Como si se ignorara lo que son las policías modernas y la cantidad de muertos y heridos que les cabe en gracia desde su origen. Como si no supiéramos que siguen agrediendo y maltratando hoy mismo.

No es tanto que, por el miedo, admitamos restricciones drásticas de nuestros supuestos derechos y de nuestras proclamadas libertades. Lo alarmante está un poco más allá; y es que estamos a punto de felicitar a nuestros déspotas, de ofrecer flores a nuestros opresores históricos, de abrazar a nuestos verdugos.

Sube en EEUU la popularidad de Trump y el reconocimieto de su política. También se disparan los índices de aceptación de los dirigentes chinos. La presidenta de Alemania obtiene un rédito de estima en medio de la pandemia. Miles de cadáveres, que llegan a colapsar los crematorios, que quedan a veces en las residencias de ancianos o en las casas, están sirviendo para que regalemos flores a nuestros explotadores y dominadores. Esta es la esencia del demofascismo.

No es verdad que, en adelante, vayan a estar nuestras calles llenas de gendarmes y de militares. No es cierto que nos espere un escenario de super-vigilancia y omnipresencia policial. Lo que parece que va a ocurrir, si atendemos a este segundo plano de la crisis, es que se nos habrá preparado para la obediencia incondicional y para el asentimiento acrítico. Sin necesidad de polizontes o de cámaras, nos portaremos «bien», nos auto-reprimiremos y auto-domesticaremos. Casi van a sobrar los «educadores»…

2. LA MATEMATIZACIÓN DE LA VIDA
(Suscripción del Capitalismo Vírico a la deshumanización de la humanidad)

Se nos dice que debemos empezar a tranquilizarnos, pues la tasa de crecimiento de la epidemia en nuestro país se estabiliza y, aunque mueran más de setecientas personas todos los días, no crece la ratio de aumento diario de cadáveres.

Se matematiza la muerte, sujeta a estadísticas, curvas, picos, mesetas de desenvolvimiento numérico.

Se matematiza la vida, desde hace tiempo, en todos los niveles, y hay cifras y más cifras de accidentes, transgresiones, obediencias, resignaciones…

La matemática, que nunca ha sido «neutra», persigue en Occidente una completa des-humanización de la existencia. Apegada a la Administración, oculta el sufrimiento concreto del individuo empírico, de la comunidad real, de la gente de carne y hueso. Somos números, cifras, estadísticas, gráficos…; y se nos controla, se nos maneja, desde los criterios de la razón instrumental, estratégica, económico-burocrática.

Sigo sosteniendo que, bajo la capa de una lucha legítima contra le enfermedad, se están implementando procedimientos nuevos, o re-editados, de sujeción bio-psico-política de la ciudadanía. Y que este aspecto no se está atendiendo como debía…

Dije un día que, según mi intución, en España iban a morir, por el coronavirus, unas cien miel personas. Más de cuarenta millones de españoles seguirán vivos. En relación con esos más de cuarenta millones de españoles no eliminados por el virus, ¿cuántos habrán sido afectados, al nivel de la subjetividad, del pensamiento y de la sensibilidad, de un modo rotundo, grave, por la gestión política, mediática y policial de la epidemia, que incluye el confinamiento, las multas y apresamientos de los discrepantes, la brutalidad circunstancial de los «agentes del orden», el martilleo incesante de la radio y de la televisión?

Para este asunto no habrá estadísticas, no habrá números, no habrá cifras, no habrá gráficos… O los habrá, pero no publicitados, no divulgados, registrados básicamente para la gestión matemático-estadística de las poblaciones. Que la vida se está matematizando para la justificación de lo establecido, y no para su impugnación.

Lo que está aconteciendo hoy en el planeta no tiene precedentes en la historia: se da una sumisión absoluta de las gentes a los criterios de los políticos y de los expertos, a las decisiones de los burócratas y de los científicos. ¡Como si no se supiera, desde hace décadas, qué es un «político» y cuál es su catadura moral; qué es un experto o un científico y para qué labora, quién le paga, cómo fue alquilada su consciencia!

Cuando acabe la epidemia, y se tengan cifras de su mortalidad física, se habrá reforzado hasta extremos casi insuperables el orden capitalista que tan bien la está rentabilizando. No habrá tantas cifras para su daño psíquico, existencial, para su contribución al sometimiento y al asentimiento casi absoluto de las poblaciones.

Y creo que ya hay cadáveres en los hogares, como los ha habido en las residencias de ancianos; y me parece que están siendo muchas las personas agredidas o maltratadas por sus parejas en cada casa; y presiento que un montón de niños han recibido ya golpes o están siendo aplastados por castigos psíquicos o simbólicos; y me temo que para toda esta gente, asesinada o dañada, no habrá tan pronto registro matemático y, cuando lo haya, será para asestarles el «tiro de gracia» y usar su dolor en beneficio de la perpetuación del capitalismo antropocida.

Creo, de verdad, que la epidemia es en buena parte un asunto demagógico-publicitario, y no descarto uno o dos millones de víctimas físicas sobre la tierra. Algo terrible, completamente detestable. Pero subrayo que se podrían contar por cientos de millones, por miles de millones, si las matemáticas no estuvieran siempre del lado del poder, los masacrados, destruidos, confundidos, des-humanizados, por la inteligencia del Capital y su modo de llevar las riendas de esta crisis sanitaira.

A mí me cuesta poco desobedecer, pues vivo en un corral de cabras de la media montaña valenciana, con una aldea despoblada cerca, y todos los días paseo por el monte con mis perros hasta que me canso de andar y regreso al refugio. Hago lo que siempre hacía aquí, y no hay mérito en mi estilo de vida.

Pero simpatizo visceralmente con los pocos erráticos que se están proponiendo desobedecer e infringir en las ciudades, transgredir las normas y los confinamientos, reanudar lazos comunitarios, agruparse, hablar y pensar con otros, movilizarse hasta donde sea posible y decirle al Estado que, como es sabido, no se dio nunca para cuidar a la gente, sino para oprimirla y controlarla, y que aún cabe soñar con un protagonismo de la comunidad en su contra y para su derrocamiento. Y en el olvido de las matemáticas…

3. ME QUITO EL SOMBRERO ANTE LA ASTUCIA, SUPREMA Y MORBOSA, DEL CAPITALISMO
(Sobre un virus deseado)

Le salió muy bien al sistema esta expansión, desde el principio tolerada y creo que también deseada, de un virus que eliminara a la mayor parte de las gentes «desechables» del planeta: ancianos, pobres, etnias marginales o marginadas…

En los países ricos, el envejecimiento de la población era un problema. Gracias al coronavirus, el problema se atenúa, pues van a morir muchísimos ancianos.

Los pobres de África y de otros continentes, tentandos a menudo por la emigración, aunque fuera ilegal, dejarán de ser un inconveniente tan grave para los países ricos, pues morirán en sus Estados, fallidos o no. Antes, en cierto sentido, los matábamos en el mar, en el Mediterráneo, cuando sus embarcaciones naufragaban, o en nuestros desalmados CIEs.

En todas partes, en el Norte como en el Sur, en el Centro Capitalista como en su Periferia, en los Países Desarrollados como en los Subdesarrollados o en Vías de Desarrollo, la autoridad política y su brazo armado policial-militar salen reforzados.

Bajo un pánico inducido, las poblaciones desistieron de ejercer la crítica y el sano instinto de desobediencia para plegarse a normas, instrucciones, confinamientos, etcétera, «decretados» directamente por sus dominadores, por sus educadores, por sus domesticadores.

Éxito absoluto, el del Estado y el Capital, que se sentirán para siempre en deuda con la mortalidad del Covid-19. Dieron jaque mate a muchas cosas.

Jaque mate a la comunidad, allí donde, malherida, todavía respiraba: ahora lo dejamos todo en manos de nuestros opresores y vemos en cada vecino, en cada hermano, casi un peligro para nuestra salud, poco menos que un enemigo.

Jaque mate a la resistencia individual, a la denegación personal de las órdenes que nos caen desde arriba y que, en el fondo, con la excusa de salvarnos la vida, nos aherrojan definitivamente.

Jaque mate a la crítica, pues ya nos contentamos apenas con censurar a los desobedientes y a los insumisos, presentados demagógicamente como «enemigos del pueblo».

Y a aplaudir a las gentes de la salud administrada, pues estamos todos invitados a congeniar con esos médicos y enfermeros que siguen trabajando, en su mayoría, porque no podrían vivir sin sus honorarios. Antes se les llamaba «mata-sanos», ahora son presentados como «super-héroes». Dependen de la nómina, la verdad.

Y a aplaudir a esos policías que se ven respaldados, más que nunca, en su vocación de aporrear a la gente, lo que siempre hicieron y siempre harán.

Y a aplaudir a los profesores que, desde la tele-educación, siguen metiendo impúdicamente las manos en el cerebro y en el corazón de sus «presos de docencia».

Y a aplaudir a esos políticos que manejan cifras de infectados y de muertos lo mismo que de expectativas de voto.

Me quito el sombrero… Jugada perfecta del morbo-capitalismo neofascista.

Un escritor al que he leído mucho, huyendo del nazismo y ante la sola expectativa de ser acogido por la democracia necrófila estadounidense, se quitó también el sombrero. Y luego se voló la tapa de los sesos.

Bajo el vicio de vivir, yo solo me quito el sombrero.

4. NADA QUE TEMER DE LA CÁRCEL NI DE LA HUELGA GENERAL: NOS LO ENSEÑÓ EL CORONAVIRUS

¿Quién le va a tener miedo a la cárcel después de haber pasado tanto tiempo confinado? Y más si las cárceles que está diseñando el Reformismo Penitenciario Occidental siguen presentándose como «centros de reeducación» en los cuales los internos deben llevar una vida digna. Muchas de las casas de nuestro tiempo, donde se ha encerrado a las familias, tienen peores condiciones y se antojan más temibles.

¿Quién va a seguir considerando que la «huelga general» puede ser nociva para el sistema e incluso alentar propósitos revolucionarios si, hoy mismo, el propio Estado ha decretado la suspensión de todas las actividades económicas, parando el trabajo casi por completo?

Se acabó el miedo a la cárcel y también se esfumó la aureola de «peligrosidad» que rodeaba a la huelga. El coronavirus colocó en el mismo saco a los legisladores, a los jueces y a los funcionarios de prisiones, de una parte, y a los sindicalistas, a los «obreros conscientes» y a los políticos «transformadores», de otra. La cárcel y la huelga se han dado la mano, y sus sustentadores se guiñan un ojo. Lo estamos viendo todos los días…

Si no fuera porque van a morir «los que sobran» (ancianos, pobres, marginales…), y para eso se propició y toleró esta epidemia, el coronavirus, por su potencia desmitificadora, casi parecería un anarcovirus.

Pero es la nueva forma del Capitalismo, vírica y necrófila, apta para la cárcel incruenta y para la huelga cívica, la que en este tiempo echó a andar.

Pedro García Olivo
Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz. Valencia

LA FORJA DEL CIUDADANO-ROBOT: VIRUS, CAPITALISMO NECRÓFAGO Y OPTIMIZACIÓN DEL FASCISMO DEMOCRÁTICO

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Ensayo absolutamente liberado, disponible para cualquier uso (reproducción, copia, edición, etcétera). Queda en las manos de todos. Para descargar en PDF: https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2021/03/la-forja-del-ciudadano-robot.pdf

La sociedad, no por razones de ternura,

sino debido a sus extrañas necesidades,

había cuidado de los dos hombres,

prohibiéndoles todo pensamiento independiente,

toda iniciativa,

toda desviación de la rutina;

y se lo había prohibido bajo pena de muerte.

Solo podían seguir viviendo a condición

de ser como máquinas”

J. Conrad, “Una avanzada del progreso”

I) INTRODUCCIÓN: GUERRA MUNDIAL DEL ESTADO CONTRA LA SOCIEDAD

(El Coronavirus en tanto cifra de una nueva forma de reproducción de la sociedad mercantil)

¿Es la hora del apretón de manos, del abrazo y del beso como forma de resistencia?

1. La inteligencia del Capital comprendió de una vez que el «crecimiento indefinido» de la economía no era tolerado por la Biosfera: supo que era preciso detener esa carrera frenética que abocaba al «fin de todo» y preparó episodios de destrucción-regeneración para que el sistema capitalista se perpetuara de un modo nuevo.

Se requieren intermitentes «destrucciones», «devastaciones», «crisis agudas» que originen quiebra de muchas empresas y surgimiento de otras, naufragio de bastantes negocios y emergencia de otros, declive de formas tradicionales de obtener beneficios y ascenso de nuevas maneras para el enriquecimiento… Una «salutífera» destrucción-renovación de la economía, como la que conoció Europa tras las dos Guerras Mundiales, como la que experimentó Alemania tras la frustración del sueño nazi: este es el caso de la actual «conflagración mundial contra la sociedad» que se sirve del coronavirus para reproducir el Capitalismo de un nuevo modo traumático.

2. Este «rejuvenecimiento» del Capitalismo, esta higiene profunda del sistema establecido, que exige la extirpación de buena parte de sus tejidos enfermos o seniles, va a presentar una factura: la pagarán los más pobres, los vulnerables, los desposeídos, los más explotados y oprimidos. Porque el coronavirus tiene dos vertientes beneficiosas para el sistema: su lado «destructor», que aniquila para regenerar, que «borra para escribir», que mata para alumbrar; y su lado «conservador», que ratifica la fractura social, la división en la comunidad, y hunde todavía más a «los de abajo» para que permanezcan en lo alto o sigan ascendiendo «los de arriba».

3. Se siguió el modelo del «campo de concentración», pero con una salvedad… Las gentes estuvieron confinadas y solo pudieron salir para trabajar o para comer (comprar alimentos), lo mismo que en Auschwitz. Mientras dura el encierro y ya solo se sale para trabajar o alimentarse, muchos mueren… Y esta es la salvedad: nadie, en los campos de trabajo y de exterminio, estaba de acuerdo con la clausura, con la reclusión, mientras nosotros agradecemos este «arresto domiciliario» y nos reprimimos a nosotros mismos para cumplir con las ordenanzas que emana el Estado. Somos auto-policías y albergamos Auschwitz en nuestro corazón y en nuestro deseo.

4. Es evidente que están ocurriendo dos cosas distintas: una lucha legítima contra la enfermedad y, lo más importante, un aprovechamiento de la coyuntura sanitaria para reforzar de una vez modalidades de sumisión absoluta (de la comunidad y del individuo) a los designios del Estado y del Capital. Bajo la sobre-actuación de los aparatos represivos del Estado (policía, ejército), que estuvo aconteciendo todos los días -y de la que fueron víctimas los sin-techo, los vagamundos, los simples ciudadanos que quisieron dar un paseo o sentarse en el banco de un parque para respirar un rato el aire libre, los despistados que sintieron que tenían que salir y recibieron una multa, los amigos que quisieron encontrarse para conversar o pasar el túnel del encierro juntos y fueron castigados, etcétera-, se dejó ver otra cosa: que, de una vez y para siempre, la ciudadanía, asustada, mediáticamente aterrorizada, «consentía» esa vigilancia, ese despliegue de poder, esa presencia ofensiva del custodio, esa saturación de las calles y de las plazas por uniformes y por armas, por botas militares y por porras policíacas…Y que no solo lo consentía; que lo agradecía y hasta lo demandaba. Policías de nosotros mismos…

5. Ha llegado el momento de la «desobediencia civil» para hacer frente a esta perversa estrategia regeneradora del Capitalismo: dejar de pensar que el Estado, con su policía y su ejército, nos está «haciendo un favor», para empezar a hacérnoslo nosotros mismos. Y juntarnos, sí, y organizarnos, y actuar, para cooperar, por ejemplo, con las personas que a día de hoy están padeciendo en primer lugar tal estrategia, los más desacomodados en el sistema, los precarizados, los marginados y también los marginales, los elegidos como «cebo» de la anulación psíquica y de la indigencia venideras.

«Desobediencia civil» y «objeción de conciencia» para recuperar los deteriorados valores del apoyo mutuo, del don recíproco, de la auto-regulación comunitaria e individual. «Desobediencia civil»: no hacer caso de esa «separación de metro y medio entre las personas» que pretende ultra-individualizarnos, que quisiera erigirnos en una suerte de egotistas combatiendo airadamente por el alejamiento de todos los demás, solipsistas encerrados en un mundo tan propio como sucio. Es la hora del apretón de manos y del abrazo como forma de resistencia. Y del beso, que amenaza convertirse en asunto de privilegiados existenciales.

Hora de desobedecer, pero no para el mero disfrute personal o el hedonismo mal entendido, sino para inventar o reinventar redes de ayuda comunitaria, texturas insumisas de colaboración individual y trans-individual, maneras de neutralizar esta «guerra mundial de los Estados contra la sociedad».

Que la enfermedad deje de ser una excusa para aherrojarnos, para apretar todavía más los grilletes que nos aplicaron la administración y el mercado. Y algo más: recuperar el derecho de las comunidades a subsistir y resplandecer al margen e incluso en contra de los Estados avasalladores. Esgrimir el anhelo personal y colectivo de vivir en libertad.

II) RETAZOS: DISCURSOS INTERRUMPIDOS

1. CAPITALISMO MÉDICO Y REPRODUCCIÓN MORBOSA DE LA SOCIEDAD MERCANTIL

(Fragmentos en torno a un «estado de excepción» global)

1. Antropocidio: el Coronavirus como prueba piloto para la regeneración necrófila del Capitalismo

Prohibición, en el medio rural, de salir de las casas para acudir a solas a los huertos a fin de cosechar las patatas, bajo amenaza de multa; y permiso para correr al supermercado y comprarlas, con gasto de combustible y teniendo que pagar por lo que ya tienes pero no te dejan recoger y bajo el riesgo de contagiarte. Corona-ataque contra la autonomía residual, contra los restos de la soberanía alimentaria rural-marginal. Gana el Mercado.

Gentes multadas, de hecho, por ir al campo, por descansar un rato en un parque si llevaban un fardo pesado con la compra para toda la semana, por pasear a su perrito hasta ese punto en que ya depusiera de una vez y que al corona-poli le pareció excesivo, por atreverse a correr en una alameda desierta y porque sus músculos ya no podían soportar más entumecimiento, por acercarse al piso de un amigo ante un inminente ataque de ansiedad debido a la reclusión indefinida, etcétera. Corona-ataque contra el instinto básico de sobrevivencia anímica y exhibición de una inflexibilidad y de una rigidez «legalista» militar-policial característica de todos los fascismos, de los autoritarismos capitalistas pasados y de los actuales. Gana el Poder.

Cantantes sobornados o sobornables que ponen su voz y su música al servicio de la enseña más necrófila: «¡Quédate en casa!». Pensadores que hacen lo mismo. Escritores, capaces o no de pensar, que siguen ese camino. Filósofos acomodaticios, como la inmensa mayoría, que se dejaron encuadrar bajo ese rótulo hediento de «amigos del saber» y que más parecen «amigos del dinero y de las influencias». Científicos miopes que laburan sin excepción para el mercado destructor o para el poder dulcificado.

Antropocidio capitalista, de la mano del coronavirus: eliminación de ancianos, que eran una carga para el sistema en el Primer Mundo; eliminación de pobres y marginados, al estilo del Brasil bajo Bolsonaro y de los Estados Unidos con Trump, que eran un escollo para el «crecimiento»; eliminación, en todas partes, de los restos de la auto-suficiencia, de la auto-organización factible, de esa soberanía local que aún vivía alegremente de espaldas a los dictados de Leviatán…

Después de esta «limpieza» antropológica, el Capitalismo, auto-reinventado, alzará de nuevo su vuelo. Me da igual que acaso ya no se nombre así, que invente un nuevo rótulo para seguir siendo, en lo sustancial, igual a sí mismo.

Pero estamos siendo testigos, mudos o enmudecidos, de un antropocidio, de una eliminación masiva de seres humanos «desechables», de «gentes basura» estorbosas para la lógica del mercado y del demofascismo establecido.

No creo en las teorías llamadas «conspiranoicas», pero me parece que a esta invasión vírica se la vio venir, que se midió su alcance, y que se la dejó llegar y expandirse en beneficio de una regeneración morbosa del Capitalismo. ¿Cómo que la tan celebrada Ciencia no percibió el peligro? ¿Cómo que los políticos, armados hasta los dientes de informes, de estadísticas y de consultores, no se dieron cuenta de lo que venía? ¿Cómo que los pensadores, tan agudos y tan críticos se dice, no nos advirtieron de la Catástrofe? ¿Cómo que los escritores, ese nuevos «gurus» de Occidente, no compusieron alguna novela mercantil, algún poema venal, algún libro con derechos de autor, para señalar lo que se avecinaba? La respuesta es sencilla: estaban todos en el mismo ajo, un ajo que se llama perpetuación antropocida del Capital y del Estado.

Sigo apelando, entonces, allí donde sea posible, a la «desobediencia civil», en el sentido de Thoreau; al restablecimiento del derecho de objeción y a la prioridad de la propia consciencia. Porque el Coronavirus, como enfermedad, matará a muchos, me temo que a cerca de 100.000 personas solo en España; pero el Covid-19, como estrategia necrófila para la regeneración del Capitalismo, amenaza con matarnos, en un plano psíquico o espiritual, a todos; a los que ya murieron, a los que moriremos algún día y hasta a los que están por nacer.

2. Contribución del Coronavirus al desvelamiento de la mentira occidental

Nos «educaron» en el respeto a los mayores, en el reconocimiento de la dignidad de los ancianos; y ahora están muriendo, en masa, en «nuestras» residencias. Portavoces del escalafón médico e incluso de la administración nos contaron que, teniendo que elegir, iban a atender primero a los jóvenes. Realismo descarnado, cinismo desnudo… Y habrá una limpieza de ancianos en Europa, con una modificación significativa de la pirámide de edades.

Nos hablaron de la solidaridad del Primer Mundo, de su combate «humanístico» contra la pobreza; y, dentro de poco, África se va a vaciar de pobres: sus «muertos de hambre» van a morir esta vez de verdad…

Cantaron a las excelencias de una escolarización que limaba desigualdades y que fomentaba la equidad; y nos encontramos hoy ante la evidencia, reconocida oficialmente, de que cerca de un 25 % de los escolares españoles carecen de recursos técnicos o económicos para incorporarse a la tele-educación recién instaurada.

Todo el tiempo se colgaron las medallas de la «libertad», llegando a acuñar una expresión falaz, la de «Mundo Libre»; y tuvieron a sus ciudadanos confinados en casa, siguiendo el modelo de Auschwitz: prohibición de salir de las celdas salvo para trabajar o comer (comprar víveres), mientras cada día morían cientos de personas.

Presumieron de «ecumenismo», de «ciudadanía universal», de constitución de entidades supra-nacionales, tal la Unión Europea; y, de un día para otro, volvieron las fronteras, el ensimismamiento particularista del Estado-Nación, la lucha feroz de unos países contra otros. Los Estado menos opulentos no serán socorridos…

Los neoliberales alabaron las excelencias del Mercado «reparador»; y ahora comprobamos que proliferan los especuladores y el alza crematística de productos imprescindibles, tal las mascarillas o los respiradores, por lo que la Libre Competencia se resuelve en Ley de la Selva. Trump, uno de los leones, casi nacionaliza la General Motors…

Los defensores del Estado del Bienestar se llenaron la boca con proclamas «sociales», «igualitarias», «redistributivas», denigrando como «populismos» las experiencias que no cabían en su dogmatismo eurocéntrico; y, ante la crisis, han empezado a atender primero a las Empresas y a la Banca, dejando en «lista de espera» a los más necesitados. Sánchez, en España, comunicó enseguida que el Estado cubriría, de algún modo, a las empresas que tengan que solicitar créditos para subsistir; pero tardó en resolver lo mínimo en relación con la demanda de una «renta básica de emergencia» que permita sobrevivir a los más pobres…

Es tan grande la distancia abierta entre los proclamados «valores» de la cultura occidental y la práctica real, concreta, de las personas que viven en tal área (separación evidenciada por el Covid-19), que casi comprendo a los adolescentes que se revuelven contra todo, se des-moralizan y, vivenciando la contradicción galopante entre los criterios éticos divulgados por sus progenitores y sus profesores, por un lado, y la realidad desalmada de unos comportamientos sociales y políticos que avanzan en sentido contrario, por otro, son capaces de cualquier fechoría, de todo crimen, como pretendió reflejar Haneke en «El vídeo de Benny» y Mishima en «El marinero que perdió la gracia del mar». Nuestros adolescentes son el espejo roto de una civilización necrófila.

Cuando pase el virus, dejando un planeta sembrado de cadáveres, continuará en pie Occidente, sembrador optimizado de cadáveres.

3. Privación de soledad y policía social anónima

Cuando se encierra a una persona, cuando se la encarcela, por ser socialmente peligrosa o para preservarla de peligros sociales, el más dañino de los castigos se llama «privación de soledad». Lo confesó Dostoievski, tras su confinamiento en Siberia, en «El sepulcro de los vivos».

Bajo emergencia sanitaria, se nos priva del derecho a la soledad. Confinados en nuestros hogares, rodeados de gentes, se extingue la ocasión para una verdadera soledad, aunque sea transitoria.

Sin soledades elegidas, sin momentos en el día para la ausencia de todos los demás, sin concentración del individuo en sí mismo, se seca la flor de la auto-indagación, de la navegación privada por nuestros océanos íntimos, del pensamiento que procede del ser íntegro y no de las teorías; flor de la crítica encarnada y, por eso, honesta, atendible.

El Capitalismo nos convirtió en marionetas tragicómicas del tiempo, en individuos enfebrecidos que corrían de una obligación a otra, de un interés a otro, de tal a cual proyecto inmediato, insertos ambos, este y aquel, en la lista de los proyectos mediatos; seres dominados por las prisas, por la rentabilización de las horas, por el afán de una insaciable productividad de cada jornada, de cada día.

El Capitalismo, y particularmente el capitalismo mediático, inició con éxito su batalla contra la soledad. Soledad que no quiere decir aborrecimiento de la comunidad, renuncia a la cooperación y a lo colectivo, neutralización del ser en un individualismo paralizador. Al contrario: «soledad» como condición de la reflexión, de la detención de los torbellinos sociales inducidos y casi diseñados; soledad como principio para una intervención con sentido en los afanes del grupo, de la hermandad, de la familia, de la comunidad…

Se encierra para privar de soledad, anotó Dostoievski; y es lo que ahora está pasando, bajo la administración estatal del pánico originado por un virus. Cada hogar es, en adelante, y mientras dure esta circunstancia, realmente un «hogar», un espacio en el que algo arde y se consume, en el que muchas cosas se queman, se hacen cenizas, desaparecen…

Privados de soledad, bajo la prohibición de los lugares y de los tiempos en los que uno podía «buscarse», como decía el cante flamenco antiguo; ayunos de cualquier oportunidad para «aislarnos» y luego salir de nosotros mismos con el anhelo de aportar algo valioso a los demás, nos convertimos, rodeados de gentes, de seres queridos, de seres no tan queridos y de seres ya no queridos, en rictus sepulcrales del pensamiento y de la crítica, en sombras chinescas de la praxis auto-conformadora y transformadora.

Y una persona quiso salir de La Casa, llena de cuerpos, unos amados, otros tolerados, quizá también algunos temidos, para respirar un rato bajo el cielo estrellado, en un parque desierto, y poder así, en soledad, pensar de verdad. Pero fue multada.

Y una chica agarró su bicicleta para pasear por una alameda recóndita, a fin de dar rienda suelta a sus pensamientos, como hacía cada tarde mientras pedaleaba. Fue sancionada.

Y un hombre se atrevió a vestirse de deportista para correr por un campo lejano, en el que casi nunca había nadie, porque esa era su forma de reflexionar en soledad. Fue detenido.

Y un campesino, en una aldea despoblada del interior montañoso, se dirigió como todos los días a su huerto, para quitar las malas hierbas y ver cómo se estaba dando la cosecha, labor que hacía siempre en compañía de su pensamiento solitario. Una pareja de la Guardia Civil rural que, por casualidad, deambulaba por allí, lo amonestó gravemente.

Privación de soledad como el más nocivo de los efectos del confinamiento. Y «policía social anónima», en términos de Horkheimer, que denuncia a cada transgresor del estado de excepción, al «insensato» que, sin poner en riesgo a la comunidad, y por amor a la reflexión, al pensar, al sentir, al mirarse, quiso vivenciar un poco su derecho existencial a estar consigo mismo y solo consigo mismo, lejos de los ojos y de las lenguas de los demás.

En tiempos de crisis como los actuales, la «colaboración ciudadana con la policía», que nos erige en «kapos» de estos contemporáneos campos de concentración, horroriza a cualquier persona empeñada todavía en defender la belleza de una «colaboración personal con la comunidad», dignidad de un «atender las necesidades reales de los compañeros y hermanos por fuera y al margen de los cuerpos represivos del Estado».

Es la hora de un corte de mangas radical y de un humanísimo sacar la lengua a esos lobos del ejército y de las “agencias del orden” que los más irreflexivos de los confinados, privados de la soledad que demanda el pensamiento, todavía se representan como corderos y hasta como ángeles bienhechores.

Temo más a esa «policía social anónima» desplegada por tantos vecinos que a los profesionales embrutecidos y embrutecedores de los llamados «cuerpos de seguridad». Porque el «policía de sí mismo» coetáneo es también un «policía de todos los demás»…

Y yo amo las flores salvajes.

4. El amor en los tiempos del capitalismo vírico y coronado

(Sobre la dictadura de la razón instrumental, de índole burocrática y económica)

Me lo dijo una anciana y nunca lo olvidaré: «Cuando se juntas dos personas, se vinculan cuatro mundos: el mundo de ella, el mundo de él, el mundo de los dos y el mundo de afuera, que no es de ninguno de los dos ni de su relación».

Bajo los arrestos domiciliarios impuestos por el corona-ataque capitalista, orientado a una «limpieza» demográfica global, con eliminación de los ancianos, de los pobres, de los marginales, etcétera, que resultaban molestos o estorbosos, el mundo de afuera deja de existir para las personas que vivían en amor. También el mundo de ella y de él se reduce dolorosamente. Casi solo queda «el mundo de los dos», confinado de hecho entre paredes.

Para subsistir, el amor quiere tanto la proximidad como la distancia. Y ahora se están cancelando las distancias. Me alarma pensar en esas parejas obligadas a estar juntas a pesar de las denuncias de las mujeres por maltrato de sus compañeros, y viceversa en los casos en que se dé; me alarma pensar en las parejas en desafecto ahora expuestas a una situación crítica que impide su separación; me alarma pensar en las parejas en construcción, que se nutrían de los mundos de ella y de él y del mundo de afuera, y que ahora correrán el riesgo de perecer por falta de ventanas y de oxígeno.

Me alarma pensar en los adolescentes, que requieren existencialmente el afuera y la sociabilidad no condicionada, obligados a vivir ahora ante seres que, a menudo, sienten como sus opresores.

Porque lo que se instala, detrás del «estado de alarma», que se parece más a un «estado de sitio» o «de guerra», es la dictadura, y no ya la hegemonía, de la razón instrumental o estratégica: racionalidad de índole burocrática y económica que la población admite sin apenas resistencia.

Tras la ofensiva de la enfermedad, y los miles de muertos que originará, llegará la ofensiva de la economía, con el desempleo, la pobreza y la muerte que también acarraerá. Desde los Gobiernos, desde las Universidades, desde las Policías y las Administraciones de Justicia, desde los Periódicos y desde las Escuelas, se nos hablará de la «reconstrucción del tejido económico», como quiere la razón estratégica.

Pero estará asimismo destruido el tejido amoroso, en sentido amplio, atacado por el Capitalismo vírico y coronado como también agredió a los ancianos, a los pobres, a los marginales… El Capitalismo necrófilo soñó con aplastar la auto-suficiencia comunera, la autarquía campesino-marginal o nómada, la soberanía alimentaria, el localismo indígena, la ayuda mutua entre los ciudadanos, el don recíproco, el gusto por la colaboración, el anhelo de libertad… También soñó con domesticar el amor, con liquidar la razón lúdica, con exterminar el orden del afecto, que no quiere saber nada de reglamentaciones administrativas o lógicas de los mercados.

La razón instrumental es enemiga del orden del sentimiento y procuró en toda circunstancia envenenar o reclutar las relaciones que no obedecían a sus parámetros y que satanizó como «irracionales», «absurdas», «infantiles», «pre-lógicas», «pasionales», «instintivas», «destructivas», etcétera. Por eso, la razón instrumental declaró la guerra al amor y al juego libre. De la mano del coronavirus capitalista, y dado que la gente se le somete bajo el pánico, pareciera que está a punto de ganar la partida.

Sigo apelando a la «desobediencia civil», lo mismo que a la «sublevación incívica». Todos los días nos dan las cifras de las personas que obedecen y mueren; por deducción, podemos calcular la magnitud de las gentes que obedecen y no mueren. No hay contabilidad para los amores destrozados, para las gentes violentadas en casa, para los que están enfermando de tanto encierro, para los niños a los que se les están cortando las alas y los adolescentes sofocados y malheridos por las paredes del hogar y la odiosa mirada paternal-maternal; no hay contabilidad para cuantos dejaron de guiarse por la reflexión y la crítica y se arrodillaron, llenos de miedo, ante los dictados del Estado, que se les presenta como el Gran Médico o el Sacerdote Supremo.

Llegados a este punto, morir ya no es lo peor: lo peor es subsistir siguiendo reglas que atentan contra el afecto, contra el amor y contra la vida misma.

5. ¡Quédate en casa, súbdito!

«¡Quédate en Casa!», nos dicen los Gobiernos. Pero, ¿en cuántas Casas quieren que me quede? Ya me quedé en la Casa de mi Civilización; y, por quedarme en Casa, los míos, los europeos, aniquilaron o absorbieron a las otras culturas. Porque nos quedamos en casa se produjo el etnocidio, un altericidio múltiple. Miles de cadáveres, físicos y mentales…

Ya me quedé en la Casa de mi Pensamiento, que era Revolucionario por marxista o por anarquista doctrinario; y, por quedarme en Casa, los míos, mis compañeros «comprometidos», desembocaron en formas nuevas del Gulag, de Siberia, de las ejecuciones sumarias.

Ya me quedé en la Casa de mi País, de mi Territorio, de mi Comunidad Autónoma; y, por quedarme en Casa, mis vecinos de rincón regional empezaron a discutir con otros, a agredir a otros, a soñar con Patrias avasalladoras.

Ya me quedé en la Casa de mi familia; y, por quedarme en Casa, los familiarizados como yo se prodigaron en maltratos a la infancia, infanticidios, agresión a las mujeres, femicidios, pugnas fraticidas y toda suerte de violencias físicas o simbólicas.

Ya me quedé en la Casa de mí mismo, la más horrible de todas, pues soy un europeo de mentalidad alfabetizada, habilitado para dar clases y enseñar en las aulas que la Casa es lo más importante y que debemos quedarnos en Casa.

Porque nos vamos a quedar en Casa se va a producir esta «eugenesia» del Capitalismo, que supone también la «eutanasia» de todos los que sobraban o estorbaban para la nueva fase del sistema.

Etapa de una economía robotizada y una población que se explota más por el consumo que por el trabajo, pero a la que hay que mantener. Y morirán indigentes, sin-techo, ancianos, negros, pobres, indígenas, presos, psiquiatrizados, precarizados, etc. Los que se queden en Casa estarán a salvo… El virus se habrá llevado a muchos, perfectamente contabilizados; y, luego, la crisis, la recesión económica y el modo que tienen los Gobiernos de afrontar estas circunstancias, se llevarán a muchos más, que ya no encontrarán tanto espacio en las estadísticas.

Pero no. ¡No! Estamos a punto de perecer de tanto Hogar. Se requiere salir de todas las Casas, prender fuego a la Casa, y recuperar el gusto por la intemperie, por los caminos, por la ausencia de coacciones y por la libertad.

Cuando, en razón de una emergencia sanitaria, se nos dice «¡Quédate en casa!», aparte de legitimar una dudosa propedéutica médica, también se nos está diciendo: «¡Quédate en lo que eres, un ciudadano occidental u occidentalizado, genocida y etnocida; y quédate en lo que tienes, tus bienes y tu Estado!» «¡Quédate en tu condición servil admitida, mi muy cuidado Súbdito!».

«Quédate en Casa, la puta que te parió», se dice en Argentina, con lo que el horror ya no puede ser más horroroso.

Por eso, yo no me quedo en Casa, aunque, si viviera en una ciudad, probablemente no saldría del domicilio. Por eso me invade un dolor inexplicable, que se hace máximo al escribir esta nota.

Cada vez que escucho «¡Quédate en Casa!», me erizo de adentro a afuera, de abajo a arriba, del sentir al pensar; y casi me dan ganas de que el Coronavirus me libre de tanta infamia.

6. La lágrima fácil

Todos llorando al compás, como si siguiéramos una partitura, concebida desde el poder. Llorando por un virus que ha propiciado este «estado de excepción», reproductor óptimo del sistema establecido. Menos ancianos, menos pobres, menos marginales… Ahorro para el Estado y alas para el libre mercado de los productos y de los productores.

Ya nadie llora por las cientos de miles de personas que murieron para que hoy publicitáramos con éxito nuestra tristeza. Miles de niños muertos, sacando coltan, para que pudiéramos llorar fácil desde un celular. Cientos de miles de personas fallecidas en Yemen, en Sudán y en todos esos territorios del mundo que no conocemos y que apenas nos interesan.

La «lágrima fácil» responde a una gestión demofascista de nuestras emociones. Pon la tele, la radio, el ordenador, y verás cómo se nos invita a llorar adecuadamente, gregariamente, reproductivamente, llorar bajo aplausos.

Yo lloro todos los días; y las lágrimas que emanan de mis ojos, que no las entiendo y no las puedo traducir a la gramática, son difíciles. ¡Pero que no me recluten para aplaudir y para llorar, como está solicitando el Estado!

La lágrima fácil está teñida de sangre.

2. APRESAMIENTO GENERAL CONSENTIDO, MIEDO ADMINISTRADO Y BIENESTARISMO DE URGENCIA

1. Absolutamente hostil a todo encierro

Los confitados sobre y contra los confinados

(Población cocida a fuego lento: efectos psico-sociales y políticos de un apresamiento general consentido)

Estoy en contra de todo encierro. En contra de todas las cárceles, por tanto. En contra también del apresamiento de la población entera bajo el pretexto de una crisis sanitaria.

En EEUU están muriendo sobre todo los negros, los afro-descendientes, los latinos, los pobres y los sin-techo, pronto también los presos: óptima «higiene social», enterramientos masivos y fosas comunes para cuantos ya no eran tan «productivos» y más bien estaban suponiendo o exigiendo un gasto social público, una molestia para el Capitalismo.

En Europa nos vamos a librar de un montón de ancianos, esos «insolidarios» que solo querían vivir y vivir, ya como casi «zombies», como muertos vivientes, y cuya pretensión de semi-eternidad tan cara le resultaba al Estado. Las residencias de ancianos son la reedición «democrática» de las cámaras de gas nazis. Exactamente eso: las cifras lo demuestran.

Pronto vaciaremos África, y también nos libraremos de esos pesadísimos «emigrantes» que tanto lloran ante nuestras puertas y que, por desgracia, no se ahogaron en el Mediterráneo. Los CIEs y el «Mare Nostrum» constituyen las dos caras de un arma de destrucción masiva contra la pobreza y la indigencia devenida por el imperialismo occidental.

Los «confitados», casi aptos para disfrutar del encierro, ya que les sobran los medios y pueden vivir bien en sus casas, se han alzado al modo fascista contra los «confinados», gentes que están muriendo en vida en sus «hogares» precarios y que pueden morir de verdad debido a su subordinación social y a su vulnerabilidad económica.

Todo bien, casi ya realizada la «Utopía del Capital». Y las gentes sometidas a los decretos del Estado, en un signo de esclavitud absoluta. Población cocida al fuego lento del encierro, que luego será servida en la mesa de un banquete para caníbales, para esos devoradores de carne humana encumbrados por la economía y por la política.

Que no cuenten conmigo para aplaudir ningún confinamiento. Ni siquiera me vi nunca inclinado a «disculpar» el confinamiento de los jóvenes en las aulas escolares… Contra la corriente mediática y contra el «sentido común» fabricado, insisto en señalar que el daño moral, psico-sociológico y político de esta estrategia para el apresamiento incondicional de toda la ciudadanía, un arresto socialmente tolerado, es inmenso y está muy por encima de la mortalidad que puede originar un virus.

Más importante que morir, punto al que llegaremos todos, es «vivir con dignidad». Cuando pase esta pesadilla sanitaria, la cifra de enfermos y de fallecidos físicos estará muy por debajo del número de aplastados, destruidos, enloquecidos, neutralizados, borrados para el pensamiento divergente y para la sana disensión, originado por el confinamiento y por el resto de las medidas impuestas por un Administración vampiresca.

Pasarán los años y quizás algún día podamos medir, sin temor a ser considerados «enemigos del pueblo», «agitadores», «paranoicos», «demagogos», «irresponsables», etcétera, el efecto real del confinamiento como receta contra la expansión de un virus que, al igual que todos los virus, tiene un ciclo que cumplir, una vida que vivir, con un principio y con un final.

Que, a mi parecer, el encierro de toda la población, una clausura demencialmente «admitida», no responde tanto a una dudosa profilaxis sanitaria global como a un expediente certero de aniquilación casi definitiva de la autonomía, de la crítica, de la resistencia y de la pequeña y concreta libertad aún posible.

2. “Bienestarismo de urgencia”

(Golpe asestado por el Coronavirus a la mística neoliberal y beso que ofrece al cinismo socialista)

Ante la muerte, ante el dolor, ante la enfermedad, caen algunas máscaras: estamos corroborando que «Estado del Bienestar» y «Estado mínimo Neoliberal» son solo dos alternativas funcionales del Capitalismo, dos cartas que la Administración y los Negocios pueden poner encima de la mesa para seguir ganando, al modo de los ventajistas, su partida contra la población.

El Fondo Monetario Internacional acaba de hacer pública su recomendación, impregnada de «bienestarismo»: incremento del gasto público a fin de paliar las consecuencias sociales (desempleo, precariedad, pobreza) de la crisis económica venidera, reforzamiento de los sistemas de salud, apoyo económico a los sectores poblacionales más vulnerables, sensibilidad «social» en la Administración e intervención decidida del Estado con el objeto de aminorar el sufrimiento de la ciudadanía… A diferencia de hace unos años, el FMI casi adopta un lenguaje «socialdemócrata», «populista», afín al Estado Social de Derecho, dando la espalda a la mística neoliberal.

Trump, en nombre del «bien común», obliga a la General Motors a reorganizar su actividad productiva, de modo que sirva al combate contra la enfermedad y ya no a la mera ganancia capitalista; «rescata» a las principales aerolíneas y deja una parte de sus acciones bajo el control del Estado, al modo de todas las iniciativas «nacionalizadoras» y «socializantes». Su intervención indisimulada en la actividad económica constituye un escarnio, una burla, para los principios neoliberales que parecía encarnar: de hecho, le está cavando una tumba a la «libertad» económica, al «libre» mercado y a la «libre» competencia.

Personalidades tan destacadas en la derecha política y económica española como Luis de Guindos, vicepresidente del Banco Central Europeo, suscribieron la idea de una «renta básica» para la población, proclama-enseña del radicalismo socialista y bienestarista occidental.

Se sabe que el Coronavirus constituye solo la primera fase de una regeneración necrófila del Capitalismo, exigida en parte por la Biosfera, que ya no podía soportar más una lógica de crecimiento económico indefinido. Gran destrucción para un nuevo nacimiento. «Solo hay renacimientos donde hay tumbas», anotó Nietzsche. Ya tenemos las tumbas… La segunda fase de esta perpetuación del Capital y del Estado mediante auto-devastaciones controladas se iniciará a continuación, y se identificará con un «crisis económica de grandes dimensiones».

La inteligencia del Sistema ya prevé un alza considerable de la conflictividad social y no se equivoca en relación con el sentido de las inminentes reivindicaciones: compromiso «social» del Gobierno, ayuda a los más afectados, apuesta decidida por el sector público, inversión en salud y en educación, planes concretos para aliviar el sufrimiento empírico de la ciudadanía, fiscalidad verdaderamente «redistributiva», atención privilegiada a los grupos sociales particularmente precarizados o vulnerables, etcétera. Se dará, pues, un descontento y una beligerancia social en pro del «Estado del Bienestar»: luchas populares para obtener de la Administración aquello que, siguiendo recomendaciones de las principales agencias capitalistas internacionales, esta ya ha decidido implementar. Se luchará por el mismo bienestarismo que el poder desea instaurar. Si los Estados se adelantan, y ponen en obra proyectos «sociales», el conflicto será menor y se dará un ahorro en balas y en sangre, en críticas y des-legitimaciones. Por ahí van los tiros, que siguen a las tumbas.

Y no me engaño sobre la realidad del tan anhelado «Estado del Bienestar», que supone y exige el «malestar» de muchos, que sigue sustentándose en la opresión económica y política, y que nunca se ha dado sin su propia cuota de indigentes, pobres, discriminados, excluidos e incluidos bajo coacción… Solo digo que esta conocida engañifa nos va a re-visitar, con una imagen novedosa.

Nos espera un «bienestarismo de urgencia» y un retroceso acusado de la cantinela neo-liberal. Cuando se supere la crisis, sanitaria y económica, de nuevo se alzará la mítica del Libre Mercado y de la Libre Competencia, y podrá darse un giro en el signo político de los gobiernos. Llevamos ya así mucho tiempo; y es desalentador que tantas personas sigan creyendo en ese juego, en ese «turno pacífico» de dos modalidades complementarias de gestión de la sociedad, dos expedientes para la reproducción del Capitalismo y del Estado.

No se va a luchar contra el Sistema en sí, contra toda forma de Estado, contra el Capital, contra la explotación económica y la fractura social. No se va a luchar por ninguna «emancipación» digna de su nombre, no se va a vindicar la libertad política y la verdadera libertad económica, que exigirían la cancelación de la administración y del mercado. Habrá gentes aporreadas, maltratadas, asesinadas también, judicializadas, encarceladas, etcétera, por exigir aquello que sus opresores ya han decidido concederles.

A esto he llamado «protesta domesticada»; y es lo que nos aguarda cuando las gentes, pudiendo salir por fin de sus casas físicas, de sus residencias, donde fueron confinadas por la fuerza, regresen de buen gusto, libremente, a sus casas políticas e ideológicas, donde decidieron confinarse por la cultura.

«Estamos a punto de morir de tanto Hogar», leí una vez, me parece, en una obra de Beckett. Hoy creo que este escritor era, de todos modos, un «optimista», pues nos presupone espiritualmente «vivos» y eso hace tiempo ya que dejó de estar claro.

3. Miedo saludable y miedo administrado

(Ante esta crisis sanitaria, me asusta lo que van a hacer con ella y con nosotros el Mercado y el Estado)

Y el niño se inventó un juguete, con su imaginación y con sus propias manos, una cosa rara que se parecía un poco a un camión o a un bólido. Lo hizo con su vida y lo defendió como a su vida: lo escondió en un rincón del armario, para que ningún menor o ningún mayor lo estropeara. Miedo saludable.

Y el mayor por fin se sintió libre, qué más da si por su insumisión triunfante o por su jubilación cabizbaja; pero se sintió libre, y recordó unos versos del Fausto: «Poder decirle a un instante: ¡Detente, eres tan bello!». Y empezó enseguida a temer que un cambio en la legislación o la llegada de cualquier virus lo arrancara de su alegría quizás tardía. Miedo saludable.

Y la mujer que por fin pudo salvarse de la tutela moral y económica del marido o del compañero sintió una felicidad inenarrable el día en que consiguió un empleo y se reconoció capaz de alimentarse y de alimentar a sus hijos sin ceder a los caprichos de un déspota. Sintió luego algo semejante al pánico cuando le hablaron de una crisis económica venidera, que originaría un escalada del paro. Miedo saludable.

Y el convicto al que le llegó el día de su retorno a la vida extra-carcelaria, dichoso de respirar el aire libre y de caminar por las calles con un punto casi olvidado de orgullo y de dignidad, sintió de repente un escalofrío: ¿se le encerrará de nuevo, pues parece que todo está reglado, sujeto a normas y leyes, y él no las conoce y puede resbalar? Miedo saludable.

Y al emigrante que se arriesgó a atravesar un mar para procurar vivir mejor en medio del mal, y acabó empleado en la agricultura bajo riesgo de contagio, se le acercó una duda: ¿querrán que acabe conmigo el trabajo, como no pudo el Mediterráneo? ¿Me van a eliminar, gracias al contrato, por haber intuido que, entre la malaria y el Coronavirus, África sería poblacionalmente diezmada y era preciso huir de ahí? Miedo saludable.

Y hay amantes que, no pudiendo discernir por qué se aman, pero sintiendo en verdad un afecto que bulle por encima o por debajo de todas las palabras, sabiéndose asimismo inmersos en un mundo tan poco estimable, tan insufrible, tan horroroso, temen que esa fealdad de la realidad social e histórica contamine o hasta acabe con su vínculo, una relación y un apego que, en cierto sentido, «no eran de este mundo». Miedo saludable.

Porque se da un miedo bueno que actúa como una alarma y una defensa para las personas dominadas y precarizadas Un miedo en cuyo seno palpita la disconformidad, la denegación, la protección tentativa del sujeto social amenazado.

Pero llegó un tiempo en el que todos fueron encerrados, en el que la policía los multaba si se atrevían a desobedecer y salían a la calle, en que morían y morían las gentes que el Sistema desde siempre había desechado o anhelaba desechar (ancianos, pobres, emigrantes, indigentes, chabolistas, sin-techo…). Y muchos tuvieron miedo a enfermar. Miedo a disentir. Miedo a no aplaudir a las ocho de la tarde. Miedo por no respetarse a sí mismos como garantes autónomos de su propia salud y de su libertad de movimientos. Miedo administrado.

Asusta lo que el Mercado y Estado están haciendo con esta crisis sanitaria y con nosotros; inquieta y alarma esta administación capitalista de los pánicos populares. No me da tanto miedo el virus como la gestión policial y gubernativa, moral e ideológica, de la nueva enfermedad. Me aterran las consecuencias psíquicas, éticas, existenciales y políticas, del miedo administrado.

3. CIVILIZACIÓN DESTRUCTIVA A LA QUE LA BIOSFERA LE PASA FACTURA Y PROYECTO DE ROBOTIZACIÓN DE LOS SERES HUMANOS

1. El Coronavirus como un fenómeno natural, manifestación de una vida no-humana que se desarrolla sin tener que pedir permiso y que está siendo socio-políticamente rentabilizada

La soberbia, la arrogancia, la prepotencia y la voluntad de avasallamiento son rasgos históricos de la civilización occidental. «Castilla miserable,/ ayer dominadora,/ envuelta en sus andrajos/ desprecia cuanto ignora», dijo el poeta y se quedó corto: Castilla, como Europa, como Occidente, combate aquello que ni conoce ni desea conocer y procura aniquilar o absorber (la «integración» es solo la forma hipócrita del exterminio) toda otredad.

Así trató a lo que llamó «Naturaleza», así se comportó ante las otras culturas, así se evidenció frente a las divergencias y diferencias que cundieron en su propio seno (habilitó, ante lo distinto y lo discrepante, persecuciones de herejes y de brujas, hogueras, inquisiciones, campos de concentración, cámaras de gas, campañas de alfabetización y de escolarización, programas de rehabilitación social, de inclusión social, de inserción social, de protección social, de «integración» en un sistema destructivo, a fin de cuentas).

A día de hoy, Occidente parece haber ganado la batalla ante la alteridad cultural, pues borró de la superficie de la Tierra, o está a punto de hacerlo, todas las culturas de la oralidad, todas las civilizaciones que se resistían al despotismo, el individualismo y la beligerancia inducidos por el alfabeto y por la escritura, como sabemos desde Luria, Havelock, Ong e Illich, entre muchos otros. Se encarnizó contra el hombre oral, armado hasta los dientes de Escuela y de Ilustración, y acabó con él, reduciendo de forma estrepitosa la antropo-diversidad. Nadie hizo luto por este gigantesco etnocidio, desoyendo a Cioran: «Habrá que vestir luto por el hombre el día en que desaparezca el último iletrado».

A día de hoy, Occidente puede considerarse vencedor en la guerra contra las subculturas y las subjetividades que, dentro de su propia área civilizatoria, apuntaban en otras direcciones y disentían abiertamente: le fue bien el invento de las escuelas tradicionales, de las «cárceles» y de los manicomios, y le irá todavía mejor el plus-invento de las escuelas «alternativas» y la tele-educación, los «módulos de respeto» y la muy «humanitaria» graduación y relajación del encierro en los «centros de readaptación social», la cura de los supuestos enfermos mentales en sus propios hogares mediante ingesta de barbitúricos…

A día de hoy, y a pesar de los «avisos» que le llegaban desde el clima trastornado, desde la desforestación imparable, desde la contaminación agudizada de las aguas y del aire, desde el emponzoñamiento de los víveres surtidos por la industria de la alimentación, etcétera, Occidente creía haber ganado también la batalla contra una «Naturaleza» que concibió siempre y solo como «objeto»: objeto de conocimiento y objeto de explotación. Sin llegar nunca a conocerla, la explotó sin remilgos y casi sin límites.

Pero ahora ha acontecido un fenómeno también «natural», una manifestación de la vida que no necesita pedir permiso para desarrollarse y que, en términos retóricos, metafóricos, podría valorarse como una factura que nos pasa la Biosfera: el Coronavirus, primer exponente de un virismo planetario que nos visitará y revisitará, que acompañará a la especie humana en su aventura sobre la Tierra.

Todo lo alteramos y corrompimos sin escrúpulos, arrasamos ecosistemas buscando solo el beneficio económico, dimos más importancia a la gestión política de los seres (coerción, dominación, explotación) que al principio de convivencia y de coexistencia pacífica. Sembramos destrucción y ahora cosechamos muerte… En cierto sentido, ya habíamos sido «amonestados», ya habíamos padecido esas «catástrofes de advertencia que funcionan como advertencia de la Catástrofe», en términos de Sloterdijk, pero hicimos oídos sordos, pues pertenece a la condición de nuestros dirigentes y de nuestros expertos no escuchar, no ver y no sentir. Solo hablan y hablan…

Por debajo de este error civilizatorio, de esta torpeza cultural, hemos observado que los sistemas políticos y económicos establecidos aprovecharon la crisis sanitaria para optimizar precisamente el Capitalismo, para librarle de inconvenientes y de molestias (ancianos, enfermos crónicos, pobres, sin-techo, grupos sociales «no productivos», poblaciones precarizadas de los países periféricos…) y para convertir la auto-devastación controlada en un expediente para la regeneración necrófila del Mercado y del Estado.

En términos maquiavélicos, la estrategia es correcta: el virus pasará y la gente, habiendo soportado un confinamiento demencial, estará más que nunca a merced de la Administración y de los Negocios. Arrasados todos los vestigios de la comunidad, aniquilado el instinto de «ayuda mutua», los ciudadanos se comportarán ante el Estado y en la vida económica como auténticos «robots», máquinas humanas privadas de toda autonomía, de todo sentido crítico, de todo apetito de libertad.

Casi de un golpe, a medidos del siglo XIX, se encerró en locales insalubres, luego llamados «escuelas», a toda una franja de edad (la «infancia» y la «juventud»). Este enclaustramiento brutal de los menores constituye un hito, no suficientemente subrayado, en toda la historia de la humanidad occidental y occidentalizada. De un golpe, a principios del siglo XXI, se confinó, bajo pretexto médico, a toda la ciudadanía y la ciudadanía más bien lo agradeció: es este un acontecimiento que marcará para siempre todo el desenvolvimiento futuro de los humanos, quienes se han revelado de nuevo muy por debajo del resto de los seres vivos. «El hombre es un animal fracasado», dijo hace años un filósofo… Hoy cabe sostener otra cosa: «Los seres humanos ya no son animales, que se convirtieron en máquinas».

La máquina de obediencia podrá protestar de un modo regulado, previsto, canalizado, «domesticado», en un gesto de sumisión absoluta al orden vigente. Y habrá otra vez manifestaciones, cambios políticos, ascensos y descensos en las formaciones partidarias electoralistas, implementación de medidas de protección social y de programas «bienestaristas», etcétera. La humanidad robotizada tendrá un «modo trabajo», un «modo disfrute» y un «modo protesta» perfectamente definidos…

2. «Prefiero morir de rodillas»

La administración de la muerte: el Virus, el Capital y el Estado son solidarios

(Pero están en flor el romero, la aliaga y el tomillo, que no fueron «educados» para obedecer)

Hacer que enfermen los sobrantes, matarlos, confinarlos, que enfermen más, seguir matándolos, prolongar el confinamiento: la lógica del Capitalismo Vírico.

Y aceptación de algo inaudito, incomprensible, verdaderamente deprimente. Porque la ciudadanía se puso de rodillas.

Cuando Dios abandonó su trono, no fue el Demonio quien lo sustituyó, sino «el más frío de los monstruos», como anotó aquel filósofo cálido y un poco monstruoso: a Dios lo sustituyó el Estado, que se hizo valer mediante la gestión de la Fuerza y del Miedo.

Un personaje histórico al que le guardo las distancias, sin amarlo y sin odiarlo, dijo un día: «Prefiero vivir de pie a morir arrodillado». Lo que hoy se dice es otra cosa: «Prefiero morir de rodillas».

Insisto en que, siendo horrible la mortalidad acontecida, y todos los días se me saltan las lágrimas al pensarla, al sentirla, al vivirla, van a ser peores las consecuencias de este confinamiento aceptado, admitido y aplaudido.

Casi mentalmente inconcebible que vayan a morir en España, por una enfermedad, cerca de 100.000 personas. Pero, para mí, que solo tengo uno de mis pies en esta tierra, el otro lo perdí no sé dónde ni cuándo, lo horroroso es que cerca de 37 millones de personas hayan obedecido al Capital y al Estado, encerrándose sin más, sancionando el final de todo anhelo de libertad, de toda esperanza «transformadora».

Ya somos robots, ya somos cuerpos arreglados para una sumisión reeditada, completa y definitiva.

Después de este presidio tolerado, solo cabe «esperar» una cosa, si apreciamos la vida y aún nos emociona la libertad: el final de esta especie animal, tan destructivamente soberbia, tan neciamente «racional», tan amiga de las explotaciones sociales, de las opresiones gubernativas, de la guerras «humanitarias» y de las paces mortíferas, de los destrozos medioambientales y, lo que faltaba por constatar, de los cautiverios consentidos.

Pero la aliaga, el romero y el tomillo están en flor…

3. Hacia la robotización integral del ser humano

(En conserva, todo se pudre)

En conserva, el afecto no puede respirar; se entibia, se enmohece, se descompone. Bajo el arresto domiciliario que estamos padeciendo, muchos amores, muchas estimas, muchos vínculos sentimentales se van a deshacer como castillos de arena bajo la ola que inunda la playa. Se pudrirán afectos de pareja, cariños filiales, fraternidades… Porque falta tanto el oxígeno, la ventana social, el desahogo del exterior, como la posibilidad del silencio y de la auto-comtemplación, el resguardo íntimo. Privados de soledad y de compañía aleatoria, nos convertimos en enemigos de todos y de nosotros mismos, como sugirió Dostoievski. Bajo el estado de alarma, los afectos serán diezmados.

En conserva, la comunicación se limita, se constriñe, se agota; se vuelve rutinaria, insípida, tediosa, casi forzada. El mundo del que se puede hablar es, cada día más, el mundo estrecho en que la vida ha quedado encerrada. Bajo el estado de alarma, la comunicación deviene rictus, gesticulación irrelevante.

En conserva, el pensamiento se degrada; se obsesiona con lo inmediato, se concentra en lo privado, se restringe a lo particular y casi a lo egoísta. Bajo el estado de alarma, pensar es casi lo mismo que no pensar.

En conserva, el sentimiento doloroso devora al ser como un cáncer; crece hora a hora, alimentado por lo real-social, por lo subjetivo maltrecho y hasta por lo imaginario lastrado. Bajo el estado de alarma, el sufrimiento ya no es un ojo, ya no es una oportunidad para la lucidez, sino que deviene oscuridad infranqueable, invitación a la desaparición, garantía de muerte.

En conserva, la risa únicamente puede ya reírse de sí misma, pues carece de motivos; y la alegría se convierte en un espectro amenazador, en una pose sardónica, irónica o cínica. Bajo el estado de alarma, se evapora todo contento.

En conserva, la crítica se corrompe y lo cuestiona todo salvo el arredilamiento colectivo; se consagra a todo lo superfluo y a todo lo secundario, se subordina a todos los poderes y a todos los mercados. Bajo el estado de alarma, los críticos son como esas sardinas enlatadas, todas casi iguales y todas muy juntas, que se venden en las tiendas.

En cuarentena, en confinamiento, en conserva (ayunos de afecto saludable, ventilado; de comunicación valiosa y estimulante; de pensamiento altruista o desinteresado; de sentimiento no doloroso; de ocasiones para la risa franca y para la alegría límpida; de disposición crítica insobornable), las personas se desprenden de su condición humana, e incluso animal, para robotizarse absolutamente.

Como robots van a obedecer todo el tiempo, gacha la cabeza ante la autoridad política; van a «creer» en los ingenieros que los diseñaron, particularmente en los educadores, los políticos, los médicos y los expertos; van a ser tan predecibles y tan útiles como todas las máquinas…

En unos meses, el Covid-19 habrá matado a muchos y, de la mano de la sumisión político-policial que propicia, robotizado a casi todos.

4. CIUDADANÍA DE EX-PRESIDIARIOS

1. ¡Ciudadano, este es el camino que se te trazó!

(Una mutación antropológica: de la obediencia al sometimiento)

Era todavía un niño cuando comprendí que se había trazado un camino para mi vida: procurar ser «buen hijo», «buen estudiante», «buen trabajador», «buen esposo», «buen padre» y un «buen difunto», habiéndome hecho cargo con anticipación de los gastos de mi sepultura.

Ahora que soy mayor, constato una novedad, pues se pide algo más: «ser un buen confinado», «ser un buen paseador de los niños como si fueran perros», «ser un buen convicto, ajustado a los permisos penitenciarios y en pos de un acceso gradual a la libertad condicional».

En la medida en que la población ha consentido este tránsito, asintiendo de un modo que contemplo como un escarnio a la supuesta dignidad humana, concluyo que está aconteciendo una «mutación antropológica»: el camino que se ha trazado para la gente incluye la aceptación voluntaria del grillete, de la cadena, de la mazmorra. Y algo más: los nuevos dispositivos que idearán los gobernantes, los financieros y los empresarios, respaldados por los gobernados, los financiados y los contratados, parten de la necesidad «popular» de doblegarse, de arrodillarse, de auto-encarcelarse.

¿Para esto murió Dios, que decía Nietzsche? ¿Para la santificación del Estado? ¿Para la divinización de la Ciencia? ¿Para el fundamentalismo de la Democracia? ¿Para el sometimiento global de las poblaciones? ¿Para la proliferación indefinida de los «policías de sí mismos», los más detestables de todos los gendarmes?

Sí, acontece una mutación antropológica. Las personas que irán saliendo, poco a poco, del encierro, y sus hijos, que también lo han padecido, que fueron tratados como canes cuando se les permitió pasear una hora por las calles, ya son distintos. Se pasó de la obediencia, que siempre soporta puntos de fuga, ocasiones para la transgresión, motivos para la burla o la ironía, al sometimiento, que se expresa hoy en esta fórmula: «Por miedo a enfermar, enfermé de miedo y quemé todas las naves de la soberanía sobre mí mismo».

Nada que salvar.

2. Sacar a tu hijo como sacas a tu perro

(La niñez victimada)

Y el niño ya tenía miedo, pues lo arrancaron bruscamente de su cotidianidad existencial. Lo encerraron en su casa, con sus padres también encerrados. Sufrió esa «anormalidad» como una amenaza, como un tambalear de sus seguridades: ya no había calle, ya no había escuela, ya no había amigos…

Y muchos niños, confinados y en un universo saturado de malas noticias, de cifras e imágenes de enfermedad y de muerte, empezaron a padecer ansiedad, nerviosismo creciente, histerias diversas, angustias, fobias y malestares. Algunos, bajo el secuestro domiciliario impuesto por un Estado demofascista, se deprimieron…

Y ahora se les permite salir como siempre se les permitió a los perros: casi atados a su progenitor, con una lista larga de cosas que sí pueden hacer y que no pueden hacer, bajo toda clase de limitaciones, en la evitación del contacto con otros niños, en la cancelación de su espontaneidad… «Pasear» así se le antoja una forma engañosa del encierro, un modo disimulado de atarlo y re-atarlo.

Y el niño siente entonces todavía más miedo: está tan reglado y es tan peligroso «salir», que casi prefiere quedarse en su casa, donde se daba el mismo confinamiento, pero con menos hipocresía; donde era, a pesar de todo, mayor la sensación de seguridad. En la casa podía volverse un poco loco; en la calle, bajo esas medidas, puede enloquecer del todo.

¡Gracias, déspotas del Estado y de la Ciencia médica! Los ancianos mueren, los niños enferman y la «población útil», bajo el miedo administrado, entierra para siempre las armas de su autonomía y de su resistencia.

La ciudadanía, igual que no podrá acudir al Circo, vale decir al fútbol y a los demás espectáculos, tampoco tendrá asegurado el Pan, a pesar del bienestarismo de urgencia que se implementará para consolarla y controlarla. Como cabe imaginar, por un tiempo se le prohibirá también el onanismo de las manifestaciones legalizadas, con itinerario prescrito.

Y el niño todavía no sabe que, habiendo padecido este confinamiento inhumano y dictatorial, consentido por las poblaciones en un signo de docilidad absoluta e irreparable, hay algo todavía más horroroso que la Casa que lo enclaustra y que la Calle por donde puede pasear como pasean los perros: la vida que se está diseñando para su mañana, el futuro que le regalarán los adultos, esos “domesticadores domesticados” vacunados ya para soportar todo terror y toda miseria histórica.

Adiós a la niñez como adiós a la libertad.

3. Para una ciudadanía de ex-presidiarios: «Crear, pedir, acaso robar, nunca trabajar»

Cuando nos suelten, que no nos esperen con ramos de flores para nuestros carceleros, para nuestros explotadores y dominadores. Cuando nos den permiso para salir, que se atengan a las consecuencias: llevamos un puñal en el bolsillo, aunque sea el puñal de la palabra.

Recupero hoy un escrito de hace tres años, en el que late mi esencia de antagonista, gran odiador, boca enemiga. Empieza la llamada «desescalada»: nos adocenaron, nos humillaron, nos violaron psíquica y simbólicamente, dejaron morir administrativamente a muchos de nuestros mayores, a montones de pobres y de indigentes, a inmigrantes, a un sinnúmero de «desechables», de «improductivos», de vulnerables y de precarizados…

Poco a poco nos irán dejando sueltos. Si no podemos hacer otra cosa, que se preparen por lo menos para la palabra indómita.

«El trabajo libera», decía en la puerta de entrada de Auschwitz, campo de exterminio. Allí encerraban a la gente para que trabajara y para que muriera. Pronto nos liberarán, suspenderán el confinamiento, para que volvamos a trabajar, para que volvamos a consumir, para que sigamos obedeciendo…

CREAR, PEDIR, ACASO ROBAR, NUNCA TRABAJAR

Quinismo del siglo XXI

Con un poco de pan de cebada y agua

se puede ser tan feliz como Júpiter”

Diógenes de Sinope, alias “El perro”

1. Diógenes el Perro

(De espaldas al Poder y al Mercado)

Recreo una anécdota de Diógenes el Perro, transcrita por Diógenes Laercio en “Vidas de los filósofos cínicos”:

Diógenes tomaba el sol en el ágora, rascándose la barriga -señal de bienestar. A su alrededor, se repetía el trajín de todos los días; jaleo de gentes “instaladas” que compran o venden, que salen de sus casas o van a sus casas, que hablan de negocios o de política, que distribuyen sus horas entre las innúmeras tareas marcadas para la jornada, pues ya por aquel entonces “el tiempo era oro”. Diógenes los ve pasar, como abejas atareadas, como hormigas en desfile; y se rasca la barriga, mientras disfruta del sol. Es un mendigo; y come de lo que le dan, poco o mucho, a cambio de nada, a cambio de ser él mismo, de sus palabras afiladas y de sus escenificaciones ofensivas. Mientras los demás trafican y mienten, él se rasca la barriga.

Quiere la leyenda que aparezca entonces Alejandro Magno. Yo le llamo Alejandro-el Estado… Y Alejandro reconoce a Diógenes, el filósofo desvergonzado, con la tripa al sol. Se acerca y le declara su admiración: “Diógenes, yo te admiro. Ya sé que somos enemigos; ya sé que eres un veneno o una plaga para el Imperio; ya sé que, si todos fueran como tú, mi poder no se sostendría ni un día; ya sé que me desprecias; ya sé que te burlas de mí. Pero te admiro… Te admiro por tu honestidad y tu integridad; te admiro por tu coherencia. Te admiro porque haces lo que ya nadie hace: pensar la vida y vivir el pensamiento. Te admiro porque eres el único, en todo el Estado, que no está en venta. Y porque te puedes declarar sencillamente “libre” en un mundo de ciudadanos/esclavos y esclavos/no-ciudadanos. Por eso, porque te admiro, deseo concederte el don que tú quieras. Pide cualquier cosa y te será otorgada. Pide lo que quieras y lo haré tuyo. Pídeme a mí, el Estado, cualquier clase de Bienestar, todos los bienestares que te apetezcan, y te los concederé. Si quieres el Bienestar del Estado, seré para ti un Estado del Bienestar. Pide cualquier cosa y tu palabra será ley”.

Decía Mishima que “la altura de un hombre se mide por la de sus enemigos”, y Alejandro debía considerarse “muy alto” al elegir a Diógenes como adversario. Pero Diógenes no estaba dispuesto a reconocerle “tanta altura”…

¿De verdad me darás lo que te pida? -pregunta el quínico insolente, peligroso, con lengua de serpiente y astucia de zorro. ¿Se cumplirá sin más mi deseo?

Alejandro se ruboriza. Procura, sin conseguirlo, disimular el temor que le embarga. Padece casi un acceso de pánico -con un quínico nunca se sabe, con Diógenes jamás está dicha la última palabra… Pero, cautivo de su propia iniciativa, rodeado de curiosos, no tiene más remedio que seguir adelante, aún con terror, con dudas…

Pídeme lo que quieres y te será concedido, excepto si lo que pides atenta contra mi propia auto-conservación, por supuesto.

Diógenes, que ha percibido la angustia en las palabras de Alejandro, “su temor y su temblor”, como diría Kierkegaard, sonríe tal una hiena y prosigue con su escenificación.

Te lo pregunto por última vez: ¿Me concederás lo que te pida, sea lo que fuere, si eso que deseo no atenta contra tu propia auto-conservación?

Así es, Diógenes. En prueba de mi reconocimiento de tu dignidad, reconocimiento de tu talla humana, aún siendo el enemigo más temible que cabe concebir sobre la faz del Imperio, te concederé lo que desees.

Y Diógenes deja de rascarse la tripa, se incorpora un poco, las manos sobre las piedras del suelo y los ojos entornados por la claridad cegadora de la mañana:

Esto es lo que quiero, “Alex”. Que te apartes un poco porque me tapas el sol.

Y Alejandro-el Estado se retira, humillado, con todos sus bienestares a cuestas, en medio de las sonrisas sarcásticas de la muchedumbre y bajo el gesto triunfal de Diógenes, que se tumba de nuevo, con la panza al sol.

Esta anécdota, que he reelaborado, incluida también en el libro “La Secta del Perro”, de C. García Gual, se ha interpretado muchas veces en clave exclusivamente política: el quínico da la espalda a la autoridad, al poder, desiste en lo posible de padecerlo y siempre de ejercerlo. Por eso, “se va al margen”. Diógenes no quiere nada, absolutamente nada, del Estado, de la Administración, de las Instituciones. Le basta con mantener alejada a la Autoridad, con que no se cruce en su camino…

Pero la anécdota admite también una interpretación económica, lectura que me interesa subrayar aquí: como casi nadie hoy día, Diógenes da la espalda asimismo al Mercado. Da la espalda al dinero, al valor de cambio, a la propiedad, al salario,… Por eso no le pide a Alejandro una fortuna, una posición, una casa, unas tierras, unos esclavos, un negocio… Le basta con su “tinaja” para dormir por las noches y con lo que la gente le dé por sus diatribas y sus provocaciones, que se suscitan de forma espontánea, sin público establecido, sin “circo” o “teatro”, en cualquier lugar y a cualquier hora, ante muchos o ante pocos.

2. Trabajar, Pedir, Robar

(Discrepando de Baudelaire y de Genet)

Trabajar, Pedir, Robar… Estos tres conceptos, en torno a lo cuales cabe organizar la vida, estructuralmente desemejantes, aunque no independientes (pedimos trabajo, lo mendigamos, para que nos roben, para que nos sustraigan la plusvalía: el trabajador pide que le roben), componen un tríptico diabólico. Trabajar (para otro o para una institución) es lo más triste y lo más bajo que cabe hacer con los días, como bien saben los trabajadores. Pero, ¿qué es preferible, “pedir” o “robar”?

Jean Genet, aquel criminal prostituido, confidente de la policía para obtener medios y delator de sus compañeros mientras estuvo en prisión, aquel escritor a-moral que se regodeaba en lo más vil, en la violación, en el asesinato y, sobre todo, en la traición; y que pudo, al final, en parte gracias a ello, a ese gusto suyo por revolcarse en la infamia, ganarse los más altos honores académicos en Francia, la estima absoluta en el mundo de las letras, premios y distinciones otorgados por Autoridades, por Ministros, por Eminencias…; Genet, decía, sostuvo en “Milagro de la Rosa”, una tesis discutible:

Es más digno pedir que trabajar,

pero es más edificante robar que pedir”.

Hacía suya, así, la perspectiva de Baudelaire en “Pequeños poemas en prosa”. El poeta y gentilhombre sale de su mansión y se encuentra con un mendigo que le implora, entre rezos, unas migajas… Lo agarra de la pechera y le propina un tremendo puñetazo, por cobarde, por miserable, por suplicante, por humillarse de ese modo ante los poderosos, con sus oraciones y su carita de víctima infinita e inofensiva… Y el mendigo, revolviéndose, se lanza sobre Baudelaire, le dobla la cintura y le hace caer, se monta sobre su vientre y le abofetea sin pausa, le aferra el cuello y casi procura ahogarle. Con un hilillo de voz, pero aún así sonriente, casi feliz, Baudelaire le dice que ahí tiene su bolsa, toda la bolsa, y no solo una limosna, que ahí tiene todo su dinero porque se lo ha ganado; le ruega que le descargue un último puntapié en la boca y le robe la bolsa de una vez.

Ese día, Baudelaire había hecho una “buena obra”, apostillaría sin duda Genet: casi como un “educador”, había re-dignificado a un ser humano, separándolo de la inmundicia de la mendicidad para encumbrarlo hasta la cima esplendorosa del robo.

Ante el Capital y el Estado se abre, pues, un abanico de opciones, de “respuestas”: cabe trabajar para uno u otro, cabe “mendigar” (bienestares, por ejemplo) a uno u otro, cabe robarles… Y, en este punto, Diógenes no estaría de acuerdo con Genet, ni tampoco con Baudelaire. El Filósofo Perro no simpatizaría con el a-moralismo sádico de Genet (no existe otra Causa que yo mismo; y, más allá del bien y del mal, puedo permitirme, si así lo deseo, robar, violar, matar, incluso a una víctima, a un subalterno, a un desdichado), ni con la aristocrática pose “educativa” de Baudelaire (yo, un Señor, te enseño a ti, un miserable, a luchar de verdad, a recobrar la auto-estima).

Diógenes de Sínope aparece como una figura ética (al igual que los libertarios clásicos, son muchas las cosas que se prohíbe: ejercer la autoridad, acumular propiedades, dominar a otro, etc.); se construye como un sujeto moral que, en nombre de la libertad personal, rehuye posiciones de servidumbre, de sometimiento, de esclavitud física o simbólica. “A nosotros también nos gustan los pasteles, pero no estamos dispuestos a pagar su precio en servidumbre”: así habla la austeridad quínica, que se distancia de la ética estoica y cristiana.

En tanto figura ética y sujeto en auto-construcción, que concibe la vida verdaderamente como “obra”, como “la ocasión para un experimento”, Diógenes impugna los términos de Genet y de Baudelaire; y, de hecho, no siente la menor necesidad de “elegir” entre pedir o robar. Como mendigo consciente, voluntario, deliberado, esgrime la dignidad del pidientero ante la humillación inconmensurable del trabajador.

En su mendicidad hay un punto innegable de insubordinación, de insumisión, de arrogancia. Vive en lucha, de sol a sol, disgregando y disolviendo valores, actitudes canónicas, morales públicas, comportamientos reglados. Su existencia misma es un desacato, un insulto al sentido común y a la idea de razón; un canto enloquecido a la libertad posible. Y sus palabras, sus gestos, sus escenificaciones, no sé si hoy se diría “performances”, son perfectas bombas de relojería, atentados completos contra el principio mismo de realidad de su (nuestro) tiempo. Por ello Diógenes, abominando el Trabajar, no desiste de Pedir ni condena el Robar.

3. Un pedo en su cara

(Dedicatoria, al final)

Esta breve composición es un homenaje a los “busca-vidas”, a las “ratas” de ciudad y a los que se fugaron al campo, a los “supervivientes urbanos” y a los recreadores de la ruralidad, a los individuos que se enfrentan cada día al existir sin un horario laboral por delante y, sobre todo, sin la voluntad (ni siquiera el deseo) de trabajar para otro o para un organismo; un canto a los quínicos del siglo XXI, entre los que anhelo poder contarme.

Dedico este poema, este humorismo, a todos los que, todavía hoy, no dan sin más la espalda a la Institución, no dan meramente la espalda al Mercado; al Mercado y a la Institución le dan, más exactamente, el culo y procuran, cuando pueden, soltar un pedo en su cara.

4. Cuando todo el país se convirtió, en cierto sentido, en una cárcel y, en todos los sentidos, en una escuela

(La euforia de la pedagogía y de la sistematización)

«Por nuestro propio bien», los políticos, los científicos, los médicos y demás «expertos» decretaron que debíamos convertir nuestras viviendas en una suerte de cárceles. Y la población, mayoritariamente, dándole el «place», se confinó sin necesidad de candados, rejas, perros guardianes, custodios de oficio, como en aquellos relatos desesperanzadores de Kafka. Las casas, bajo este encierro consentido de la ciudadanía, empezaron a parecer de verdad «hogares», en el sentido etimológico de la expresión: lugares en los que algo arde, se quema, se consume. Y de la libertad solo quedaron cenizas. En un segundo momento, devinieron escuelas…

La euforia de la escuela constituye la euforia de la pedagogía y de la sistematización. Disposición pedagógica es la que caracteriza a aquella persona que interviene deliberadamente, conscientemente, en la subjetividad del otro, en su consciencia y sensiblidad, para transformarla, «corregirla», reformarla, alegando siempre que lo hace «por su propio bien», como decía el subtítulo de una obra anti-ecolar de Alice Miller. «Pedagogo» es, por definición, el profesor, ese lamentable «educador mercenario». Y nuestras casas se han convertido en «escuelas» porque, desde su seno, escuchamos (tal escolares perpetuos) a nuestros domesticadores socio-políticos, tomamos nota diligentemente de sus «lecciones» y los obedecemos para obtener una buena calificación ante la opinión pública, vale decir ante la «policía social anónima», como gustaba escribir M. Horkheimer. Seguimos acríticamente las pautas y recomendaciones de nuestros opresores y hasta suponemos que fueron establecidas «por nuestro propio bien». Vivimos, pues, en cárceles «educativas».

«Sistematización» quiere decir conversión de cada persona en un reproductor optimizado del Capital y del Estado. Esta reproducción se puede efectuar desde el empleo, desde la función social, desde la posición aceptada en el mercado y en la cadena de la autoridad. Pero se hace, sobre todo, desde la propia vida cotidiana, desde el propio ser, desde la propia carne. De ahí que consideremos que todo «ciudadano ejemplar» es Capitalismo encarnado, «Sistema» hecho cuerpo, nervios, sangre. En Occidente, casi todas las gentes son Capitalismo andante, Sistema corporeizado. Tras la asunción popular del confinamiento, la «sistematización» ha llegado a su éxtasis, a su júbilo absoluto.

Para mí, que convertí precisamente la pedagogía y la sistematización en el objeto de mi crítica, de mi impugnación, de mi escritura negativa y de la mayor parte de mis decisiones vitales, el panorama no puede resultar más desolador.

Y corro entonces a refugiarme en los brazos de mis viejos inspiradores, de mi familia intelectual, que es pequeña pero cálida. Y me quedo con Tom Waits para la música, con Van Gogh para la pintura, con Nietzsche para la escritura, con los libertarios de la primera hora para la filosofía… Me quedo hoy con Bakunin, un hombre que pensaba la vida y que vivía su pensamiento, como, bajo los estragos de la pedagogía y de la sistematización galopantes, ya apenas ocurre:

«Rechazamos toda legislación, toda autoridad y toda influencia privilegiadas, patentadas, oficiales y legales, aunque salgan del sufragio universal, convencidos de que no podrán actuar sino en provecho de una minoría dominadora y explotadora, contra los intereses de la inmensa mayoría sometida. He aquí en qué sentido somos realmente anarquistas (…).

Porque el Estado, y esto constituye su rasgo característico y fundamental, todo Estado, como toda teología, supone al hombre esencialmente malvado, malo. [A él incumbiría] hacerlo bueno, es decir, transformar el hombre natural en ciudadano (…). Toda teoría consecuente y sincera del Estado está esencialmente fundada en el principio de «autoridad», esto es, en esa idea eminentemente teológica, metafísica, política, de que las masas, siempre incapaces de gobernarse, deberán sufrir en todo momento el yugo bienhechor de una sabiduría y una justicia que, de una manera o de otra, les será impuesta desde arriba (…).

Henos aquí de nuevo en la Iglesia y en el Estado. Es verdad que en esa organización nueva (…), la Iglesia no se llamará ya Iglesia, se llamará Escuela. Pero sobre los bancos de esa Escuela no se sentarán solamente los niños; estará el «menor eterno», el escolar reconocido incapaz para siempre de superar sus exámenes, de elevarse a la ciencia de sus maestros y de pasarse sin su disciplina: el pueblo. El Estado no se llamará ya monarquía, se llamará república, pero no dejará de ser Estado, es decir una tutela oficial y regularmente establecida por una minoría de hombres competentes, de «hombres de genio o de talento», virtuosos, para vigilar y para dirigir la conducta de ese gran incorregible y niño terrible: el pueblo. Los profesores de la escuela y los funcionarios del Estado se llamarán republicanos, pero no serán menos tutores, pastores, y el pueblo permanecerá siendo lo que ha sido permanentemente hasta hoy: un rebaño. Cuidado entonces con los esquiladores, porque allí donde hay un rebaño, habrá necesariamente también esquiladores y aprovechadores del rebaño (…). El pueblo, en ese sistema, será el escolar y el pupilo eterno. A pesar de su soberanía completamente ficticia, continuará sirviendo de instrumento a pensamientos y a voluntades, y por consiguiente también a intereses, que no serán los suyos. Entre esta situación y la que llamamos de libertad, de verdadera libertad, hay un abismo. Tendremos, bajo formas nuevas, la antigua opresión y la antigua esclavitud (…).

A estos [los políticos] le es absolutamente necesario un Estado-Providencia, un Estado- Director de la vida social, dispensador de la justicia y regulador del orden público. Es decir, se lo confiesen o no a sí mismos, y aún cuando se llamen republicanos, demócratas o también socialistas, les hace falta siempre un pueblo más o menos ignorante, menor de edad, incapaz (…), para tener asimismo siempre la ocasión de consagrarse a la cosa pública, y de que, fuertes en su abnegación virtuosa y en su inteligencia exclusiva, guardianes privilegiados del rebaño humano, impulsándolo por su bien y conduciéndolo a la salvación, puedan asimismo esquilmarlo un poco».

III) CONCLUSIÓN FRAGMENTARIA: DESPEDIDA,CIERRE Y APERTURA

1. AUTO-DEVASTACIONES CONTROLADAS

1. Sobre la reinvención perversa del Capitalismo

(En defensa de la desobediencia civil y de la organización antagonista comunitaria)

Bajo la amonestación agria que le suministró la Biosfera, el Capitalismo se «reinventó» e introdujo en su lógica de reproducción la auto-devastación calculada. Como «crecer sin límite» llevaba a los países y a las empresas capitalistas exactamente al «fin de todo», empezó a valorar la utilidad de una auto-demolición programada. En nuestros días, se ha servido de un virus…

Rasgos de esta reinvención necrófila y necrófaga, estrictamente morbosa, de la sociedad mercantil:

1) Si ya sabíamos que toda medicina es «política» por definición, como tanto recalcó Iván Illich; si muchos de nosotros ya habíamos sufrido esta político-sanidad, en los ámbitos de la psiquiatría por ejemplo; ahora la identificación se sublima. Aparecerán los «rastreadores», una especie de detectives contratados para descubrir los «contactos» de cualquier enfermo; se procurará establecer «geo-localizadores», para seguir la pista integral de la población con la excusa de salvaguardar su salud; en el horizonte, acaso lejano, pero que no cabe descartar, está la pretensión de insertar en el organismo de cada ser humano un «micro-chip» que permita el registro inmediato de todo su desenvolvimiento físico, sanitario y político.

2) «Higiene social». Un porcentaje grande de los no-productivos será eliminado. Aquellas personas «poco útiles», y que hasta suponen un gasto social considerable, están expuestas a morir, bajo esta pandemia o bajo las siguientes. Una guillotina pende, desde ahora y para siempre, sobre las cabezas de los ancianos, de los emigrantes pobres, de la ciudadanía precarizada o vulnerable, de los sin-techo…

3) Renovación de los modelos de empresa y de negocio. Muchas empresas se van a hundir, originando paro y problemas financieros, muchos negocios se van a ir a pique; pero emergerán otros estilos de emprendimiento, otras fórmulas para la producción, otras estructuras de contratación y de comercio. Muchas de estas nuevas empresas y de estos nuevos negocios se acogerán a la etiqueta «tele», pues se basarán en el aprovechamiento crematístico de los dispositivos digitales, cibernéticos, virtuales.

4) La Escuela se irá preparando para olvidarse de sus paredes físicas, de su tipología clásica de encierro de los jóvenes en un edificio, para admitir nuevos muros virtuales, con un secuestro horario de los alumnos delante de la pantalla de un ordenador. La posición autoritaria del Profesor no se verá afectada, antes al contrario; la Pedagogía seguirá rigiendo todo el proceso, para la “adaptación social” de los menores, vale decir, para su poda y su doma. El Aula, ese arbitrariedad tan infanticida, será en lo sucesivo cada vez más «virtual». Solo eso.

5) Eugenesia ciudadanista. Por fin se obtiene el Hombre Nuevo, ese elaborado psicológico que aceptó y aceptará ya en lo sucesivo el «confinamiento», que toleró la reglamentación exhaustiva de su cotidianidad, que depositó una confianza verdaderamente homicida en sus gobernantes y en sus médicos, en sus polito-epidemiólogos y en su polito-virólogos. El hombre nuevo es un robot, algo más y algo menos que un esclavo.

Desde el día 23 de marzo, vengo escribiendo en defensa de la desobediencia civil y de la auto-organización comunitaria.

Si el «civismo» pretende robotizarnos, no hay nada más humano que el «incivismo», consciente o instintivo que eso importa poco.

2. Cuando desaparezca el virus, quedará algo peor que toda enfermedad: el ciudadano-robot

Uno controla a todos, muchos controlan a uno, uno se controla a sí mismo

(Demofascismo optimizado, bajo la rentabilización socio-política de la pandemia)

Uno controla a todos (dictadura clásica): desde la Presidencia del Gobierno se nos da la orden del confinamiento y obedecemos.

Todos controlan a uno (vigilancia de la colectividad sobre el individuo): surge la llamada «policía del balcón» y, de entre los sumisos, muchos denuncian a los transgresores.

Uno se controla a sí mismo (auto-coerción, auto-dominación, fin del anhelo de libertad): y sale cada cual, sujeto a franjas horarias, a medidas, a plazos, a reglamentos; sale como un robot, como un policía de sí mismo.

Durante mucho tiempo me equivoqué y consideré que estos tres modelos de dominio y opresión eran sucesivos, como por fases, y ahora estábamos en la última, en la del auto-policía.

Hablé del «modelo del autobús» que leí en Calvo Ortega y López Petit: en los autobuses antiguos un empleado picaba el billete de todos los pasajeros (uno los controlaba a todos, dictadura directa); pasó el tiempo y se colocó una máquina para que cada usuario picara el billete por sí mismo, pero bajo la mirada de todos los presentes, por quienes era observado y podía ser denunciado (todos controlaban a uno, coerción comunitaria); por último, se alcanzó el momento en que uno subía a un autobús vacío y, sin presión externa, sin testigos, picaba «libremente» su billete (uno se controla a sí mismo, sujeción demofascista).

Pero hoy se está dando la suma de las tres fases, como si ya no fueran «etapas» sino superposiciones: el Estado que decreta, la ciudadanía que obedece y señala a los disidentes, los individuos que se auto-reprimen y consienten su robotización integral.

Se pudo sacar a los perros; y mucha gente se prodigó en ese paseo fiscalizado, en el que se manifestaba una suerte de ambigüedad civilizatoria: ¿cómo explicar la relación entre un animal doméstico, el ser humano, y otro, el ser canino?, ¿qué puede brotar de la relación entre estas dos servidumbres?

Se pudo sacar a los niños como si fueran perros, y surge una pregunta derivada: ¿qué puede surgir de un paseo conjunto del domesticador y del domesticable?

Ahora, cada persona puede sacarse a pasear a sí misma, en el cumplimiento forzoso de normas, de franjas (¿deberíamos decir «fajas», porque oprimen, molestan y ocultan supuestas fealdades?), de limitaciones sociales y geográficas; y la interrogante es clamorosa: ¿cabe esperar algo de esta suerte de robot, absolutamente programado, aparte de que, ojalá, desaparezca junto al virus del Capital y del Estado?

Durante más de un mes, las gentes de muchas pequeñas localidades se privaron de salir, de pasear, de ir a los campos para recoger sus alimentos (podían, eso sí, ir al supermercado, porque lo primero y lo último sigue siendo el mercado, el negocio). Y a las autoridades políticas, encarceladoras, les daba igual que en esas zonas no hubiera contagiados, no hubiera enfermos. A día de hoy, les dicen que ya pueden salir, y entonce salen.

Esto me recuerda una imagen desalentadora, que me asaltó en la ciudad de Alta, en pleno círculo polar noruego… Unas cuantas personas tenían que cruzar una carretera, pero el semáforo para los peatones estaba en rojo. Yo miro a la derecha y a la izquierda, y la vista casi se me desvanece en una llanura tan inmensa: no hay ningún vehículo por ningún lado y es verdad que, en toda la mañana, apenas habían aparecido por allí dos o tres autos. Me dispongo a cruzar, pues, tan tranquilo; y las gentes mi chillan, me recriminan, se enfadan conmigo. Regreso entonces al puesto de espera y cruzo con ellas, tras disculparme, cuando el semáforo de los peatones se pone en verde. «Obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer», escribí entonces. Y es lo que está pasando ahora: se nos insta a la obediencia no tanto para superar una crisis sanitaria como para sancionar el auto-aniquilamiento de nuestra autonomía y de nuestra libertad.

Optimización del demofascismo.

Cuando desaparezca el virus, quedará algo peor que toda enfermedad: el ciudadano-robot.

Más que mirar a la llamada «mayoría social», tan nauseabunda, reparo en las plantas humildes: a pesar de todo, como decía, el romero, la aliaga y el tomillo están en flor…

3. Paredón de fusilamiento o pupitre escolar: la doble faz de la gestión política del Coronavirus

¡Carguen armas! ¡Apunten! ¡Disparen!

Penetró el virus en los confines del capitalismo occidental. Y caen los indígenas de la Amazonía, de la Guajira, de muchas comunidades de los pueblos originarios. Portavoces de esas ONGs que viven de jugar a «ayudarles» lo denuncian con una tranquilidad espantosa: «Van a desaparecer muchas etnias; morirán, sin remedio, miles, cientos de miles de indígenas». No es posible evitar esta culminación del etnocidio: los que sobrevivieron a las balas y a las Escuelas del neo-imperialismo, los que no sucumbieron a los altericidas programas «interculturales» para la «integración», se verán ahora asaltados por la enfermedad y morirán en masa.

Eran, a menudo, un estorbo, por las riquezas naturales, por las materias primas estratégicas, por la tan aprovechable bio-diversidad, por las oportunidades para los negocios eco-turísticos, etcétera, descubiertas en sus territorios. Y, donde perseveraban en sus usos y costumbres tradicionales, hostiles al liberalismo y a la globalización, esgrimiendo su «democracia comunitaria», su educación informal ancestral, su derecho consuetudinario oral, su comunalismo económico, su localismo trascendente, su cosmovisión holística y las formas abigarradas de la ayuda mutua y del don recíproco que saturaban su cotidianidad, eran sentidos, además, por la cultura hegemónica, como un «mal ejemplo», como una molesta «resistencia», como una «diferencia» enojosa.

Caen también los nómadas de casi todo el mundo, afectados por la restricción de esa movilidad de la cual dependía su estilo de vida y su cultura toda. Según algunas estadísticas, el 70 por ciento de los gitanos españoles, descendientes de nómadas irredimibles, se ganan la vida como «feriantes», en el comercio irregular, en el mercado ambulante, como «recoberos» o vendedores a domicilio. Se mantenían así titilantemente fieles a su condición, manifestando su aversión al salario, a la venta de su fuerza de trabajo, y su amor por la autonomía, por los caminos y por la intemperie. Bajo el confinamiento, perdieron sus fuentes de ingresos, quedando particularmente expuestos a todos los cuchillos, sanitarios y económicos, de esta crisis.

Caen los emigrantes, muchos en la Península y otros procurando regresar a África en precarias barcazas. Arriesgaron sus vidas para alcanzar Europa y ahora las vuelven a arriesgar para huir de Europa. El Mediterráneo, esa «tumba de los otros», se volverá a tragar a demasiados…

Y están cayendo los mayores, en Residencias de Ancianos que empezaron a funcionar como «crematorios», con una eficiencia que recuerda a Auschwitz. Estan cayendo los presos, los indigentes, los sin-techo, los marginales…

Para este sector de la población, que no servía o servía muy poco al capitalismo occidental, que más bien le suponía un gasto o un perjuicio, la gestión política del coronavirus se tradujo en paredones de fusilamiento: ¡Carguen armas! ¡Apunten! ¡Disparen!

Para los demás, para los productivos, y como apunté en una nota anterior, se refuerza la Pedagogía: «Por nuestro propio bien, y al margen de nuestra opinión o nuestro deseo, al igual que se nos conminó a encerrarnos, ahora se nos invita a salir siguiendo pautas, normas, criterios, reglamentaciones». Nos sentaron en el pupitre de los escolares y la autoridad política, asesorada por la casta científica, bajo los dogmas de la llamada «ideología del experto», empezó a intervenir más que nunca en nuestra sensibilidad y en nuestro pensamiento, corrigiendo nuestros caracteres hasta extremos nunca imaginados: que hayamos aceptado el encierro y que, según todos los sondeos, estemos dispuestos a aceptar nuevos confinamientos, dispositivos de geo-localización y los más diversos sistemas de control médico-político es una prueba del crédito que hemos otorgado a estos Super-Educadores y de lo «bien» que están realizando su trabajo adoctrinador y subjetivizador. ¡Fantásticos ingenieros de la personalidad!

4. “Guerra mundial del Estado contra la Sociedad”

(Ya no quiero hablar más de ti, «dispositivo vírico-administrativo para la reedición tanatológica del Capitalismo»)

Me deformaron, primero en la Escuela y luego en la Universidad, hasta convertirme en historiador y en filósofo. En este proceso de aplastamiento de todo lo que yo hubiera podido ser y hacer, tuvieron mucha culpa los libros, pues creo de verdad que la lectura va en detrimento de la vida. Me parece, por mi experiencia, que los que leen bastante viven un poco menos y cuantos escriben mucho ya apenas viven.

Ya construido (como historiador del mundo contemporáneo, filósofo y escritor no menos narcisista que compulsivo), ya conformado, a pesar de todos mis intentos de des-hacerme y re-hacerme, de extraviarme y reinventarme, me asaltó este travestismo integral del Capitalismo, que no me esperaba, que sembraba cadáveres lo mismo que vendía cervezas, que encerraba a la gente al igual que se libraba de ancianos estorbosos, de pobres molestos, de personas poco o nada productivas.

Fiel a mi condición de analista, que reconozco turbia, fea, despreciable, y entre lágrima y lágrima, todavía redacté, por los días del confinamiento domiciliario y la llamada “desescalada”, fragmentos que hoy he reunido en un pequeño ensayo. Lo titulé, en un principio, «Guerra mundial del Estado contra la Sociedad». Su subtítulo era este: «El Coronavirus en tanto cifra de una nueva forma de reproducción del Capitalismo». Lo suelto donde puedo, en las redes, y me olvido ya de un tema que me ha estado sumiendo en un dolor casi irrebasable. Queda para cualquier uso, como todo lo que hago.

Quiero pensar en otras cosas; y quiero dejar de sufrir, como me ha estado pasando cada vez que me ponía a redactar.

5. La vida se da mejor en ausencia de la humanidad

Delante de la puerta de mi cabaña,

a veces hay flores,

nieves antes y después.

Nunca hay órdenes.

Brotan almendros cada año.

Quise «ayudar» a algunos a crecer,

con una poda tan mínima como mi esperanza,

y se secaron.

Los que no toqué

viven frondosos.

Miseria de los expertos,

calamidad de los botánicos.

Como en la película de Tarkowski,

en la que un padre acaso loco y un niño mudo

plantan un árbol frente al mar,

y lo riegan todos los días,

yo quise tener un huerto en la colina.

Inenarrable, el esfuerzo que le consagré,

subiendo agua desde la fuente del valle

hasta la cima,

que era también la cima de mi vida.

En el film, que se llama «El sacrificio»,

el árbol florece un poco;

y yo conseguí una cosecha raquítica

de ajos pequeños,

disminuidos como mi ilusión.

Incapaz de consumirlos, por respeto,

adornan y adornarán mi refugio.

En el mundo montaraz sobran los agricultores.

En la ausencia de la voluntad humana,

la vida se da mejor.

2. LOS «NEGACIONISTAS» SON LAS BRUJAS DEL FASCISMO DEMOCRÁTICO

(La Inquisición Médico-Estatal se desata contra la crítica y contra la disensión)

Una nueva etiqueta descalificadora cunde por las redes, por las radios, por las televisiones: «negacionista». Y se encienden hogueras… Que el Pensamiento Único es una Inquisición que no cesa, siendo diverso en sí mismo, pues alberga tanto opciones liberales como socialistas. Si brota una discrepancia, una objeción, una resistencia, esta modalidad tan «democrática» inventa una etiqueta, encierra ahí a un montón de gentes y pone en marcha la máquina de los suplicios.

No estoy a favor de la mascarilla, para nada. No soy partidario de los confinamientos, en absoluto. Detesto las vacunas. No creo en este despotismo médico-estatal que recorta sin cesar nuestras libertades bajo la excusa de una crisis sanitaria. Y saco cuenta de lo que todos estos batallones de fusilamiento del libre pensamiento y de la posibilidad de decidir sobre la propia vida nos quieren hacer olvidar…

Que nos olvidemos de toda esa crítica de las disciplinas científicas, entre ellas la medicina profesional, que cundió desde los años sesenta y que se nutría tanto de la opinión de no pocos filósofos como de las denuncias de un sinnúmero de especialistas: cientos de obras contra la pretensión de verdad de las ciencias académicas, la mayor parte de ellas concebidas por científicos académicos «negacionistas». Se denunciaba su inconsistencia epistemológica, su reclutamiento ideológico, su servilismo político, su contribución a la reproducción de la Opresión. Son tantos los nombres… Rememoro solo a unos pocos: Braunstein para la Psicología, Basaglia para la Psiquiatría, Heller para la Antropología, Castell para la Sociología, Di Siena para la Biología y la Etología, Lévy-Leblond para la Física, Viñas para la Matemática, etcétera, etcétera, etcétera…

Que se borre de nuestra consciencia todas aquellas obras que nos alertaban sobre las calamidades inducidas por la llamada «cultura de los expertos», por la «ideología del especialista», por el ascenso de la «tecnocracia», por el crédito tan insensato que las poblaciones tendían a otorgar a unas camarillas de gentes ambiciosas prestigiadas por títulos universitarios y por otras «medallas» culturales meretricias. Un sinfín de estudios, enmarcados en las tradiciones marxistas, libertarias y nihilistas…

Sobre todo, que nos pongamos de rodillas ante los «decretos» de los médicos y ante las leyes de esos políticos armados hasta los dientes de informaciones procedentes de la «ciencia de los venenos». Como si no hubiese existido Iván Illich y no se hubiera publicado «Némesis médica»; como si nuestro «sentido común sanitario» no hubiera sido desacreditado, desde hace décadas, si no siglos, por las culturas que se procuraban la salud de otra forma, bebiendo de saberes comunitarios, de las propiedades curativas de las plantas, de la auto-gestión colectiva del bienestar físico y psíquico.

El Despotismo Médico-Estatal ha conseguido anular el anhelo de libertad de las ciudadanías; las ha doblegado y violado de una manera perfectamente «patriarcal»; ha suscitado una suerte de «Síndrome de Estocolmo», por el cual los damnificados y humillados le dan las gracias por las torturas y tormentos que padecen cada día… Así son los Fundamentalismos; y vivimos bajo esta forma de Religión intransigente, por este Credo homicida del Pensamiento Único Occidental, ora vestido de Neoliberalismo, ora ataviado de Estado Social Bienestarista.

Así que me declaro «negacionista». Y hasta algo peor: «re-negacionista». Renegado, siempre renegado. Que no cuenten conmigo para esta reproducción morbosa, necrófila, del Capitalismo. Asistimos a unas auto-devastaciones controladas del Sistema, que se sirven hoy de un virus como antaño se servían de las denominadas «guerras mundiales».

Señores de los poderes y de los comercios, inquisidores optimizados, soy una bruja por cazar, «negacionista» hasta la médula…

3. FRÍO HISTÓRICO

Los niños encerrados

en los hogares,

donde algo se quema siempre;

y en las escuelas,

antros en los que todo se consume,

salvo el poder

y la voluntad de poder.

Los jóvenes

sencillamente

sin juventud.

Los adultos

sosteniendo todos los días

está verdadera glaciación

de la comunidad

y de la libertad.

Nuestra gente grande

muriendo en residencias,

en hospitales

y en casas.

Y, en medio de este frío histórico,

de esta congelación

de la belleza y de la dignidad,

de esta mortandad que no cesa,

como si nada estuviera pasando,

los negociantes siguen con sus negocios,

incrementando la desigualdad,

los políticos con sus mentiras

de pata quebrada,

los filósofos con sus tan críticas

adulaciones de lo establecido,

los jueces entronando

la legalidad en contra de la justicia,

los profesores enseñando obediencia,

domesticando a sueldo,

y demasiada ciudadanía

lamiendo

lúbricamente

sus propias cadenas.

Corro fuera del tiempo histórico helador.

Y salgo con mis canes compañeros

para perderme en el monte,

lejos de la humanidad

envilecida

y más cerca de la libertad

de los venados,

los jabalíes,

las liebres,

los pájaros sin excepción,

las ardillas

y, en general, todos los animales

sin gobierno.

Es mi vacuna…

Mi vacuna contra el mal

del Proyecto Hombre,

programa de la cultura occidental

exterminista.

Pedro García Olivo

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

@desistematización

Alto Juliana, 10 de mayo de 2020

Reelaborado en Buenos Aires, 14 de febrero de 2021

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¿Eres la noche?

Para perdidos y reinventados

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