Archivo de Policía

Historiografía policíaca

Posted in Activismo desesperado, antipedagogía, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Desistematización, Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , on enero 29, 2023 by Pedro García Olivo


Primeras páginas de mi colaboración en el libro «La Historia o las historias. Un debate en el seno del anarquismo», coordinado por Javier Encina, Sergio Higuera y Ainhoa Ezeiza, y publicado por Volapük Ediciones.
(Para leer el artículo completo: https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2023/01/wp-1675027016292.pdf)



LA POLICÍA DE LA HISTORIA CIENTÍFICA
Crítica del discurso historiográfico I


«Tengo en cadenas dos de los mayores enemigos del hombre:
la Esperanza y el Temor»
J. W. Goethe



I) LA voz DE LOS PODERES QUE NOS DOMAN
(Introducción)

«Defender una cultura que jamás salvó a un hombre
de la preocupación de vivir mejor
y no tener hambre
no me parece tan urgente como extraer
de la llamada “cultura”
ideas de una fuerza hiriente
idéntica a la del hambre»
A. Artaud

Durante demasiado tiempo, el historiador ha encontrado en el sepulturero su figura desplazada. Historiar era “enterrar”: sepultar el acaecer irruptivo del suceso (como diferencia) para conjurar así el efecto temible de su resonancia entre los vivos. La ciencia del historiador enseñaba a identificar las tumbas en la Paz del cementerio, adivinando bajo el misterio de la muerte la promesa de la redención. Para ello había que despojar al acontecimiento de toda su inquietante movilidad; pensarlo como pura identidad estática, reconstituible -en la unidad acabada de sus ser- de una vez y para siempre. Que nunca nadie sospechara en el suceso el escenario de una lucha por el poder, el teatro de un desenmascaramiento sin fin de la Verdad; que solo reapareciese (guiado por su Señor: el Sepulturero) con la calma de un fantasma al que se le ha prometido la veneración de los hombres de otro mundo -un mundo necesariamente mejor, enriquecido por el correr saludable y compasivo del Tiempo.

En el festín de la celebración y el reconocimiento (celebración por el presente de su bondad incontestada, al enterrar ritualmente el horror en el pasado y reconocerlo solo como pasado), el Sepulturero reclamará entonces la Autoridad y la Independencia: “autoridad” del Artífice Iluminado por la Ciencia e “independencia” del operador técnico distanciado tanto del suceso al que sustraerá la vida como del destino que le reservará un lugar en el museo de la historia o entre las semillas proféticas del mañana.

Precisamente contra ese entrecruzamiento de la metafísica y el positivismo deberá batirse la Crítica de la Historiografía -empeñada en liberar al suceso de su confinamiento «cósico» o teleológico y, por tanto, enfrentada a la moderna policía de la CIENTIFICIDAD.

… … …

La forma de historia que nos domina no responde al accidente, la casualidad o la inercia de hábitos fosilizados por la negligencia de los tiempos. En último término, despunta al filo del siglo XVIII, a la sombra del «proyecto moderno» fraguado por la Ilustración, y recubre el proceso de consolidación política e ideológica de la hegemonía burguesa durante los dos últimos siglos. Como pensamiento de una fuerza social ascendente, forjado bajo las condiciones históricas que determinaron la irrupción y el fortalecimiento de aquel nuevo tipo de subjetividad, la filosofía de las Luces revistió un carácter inmediatamente desmitificador, subversivo en la medida en que acompañaba a la burguesía contestataria en su enfrentamiento con el orden coactivo del Viejo Mundo Feudal. Y la Ilustración desbloqueó así la crítica de diversos presupuestos metafísicos, arraigados en toda la historia del racionalismo occidental, agudizando la crisis de las anacrónicas legitimaciones feudales y preparando el surgimiento de nuevos saberes (entre ellos, la disciplina histórica en su forma moderna) atentos a requerimientos político-ideológicos también diferentes.

Sin embargo, de esta determinación histórica general del pensamiento de la Ilustración se sigue asimismo su «insuficiencia», su posterior fosilización como ideología de la burguesía consolidada: cuando se modifiquen las circunstancias históricas que aseguraban su “efectividad” política, cuando el sujeto social con el que había fundido su destino se constituya en clase dominante, cuando el desarrollo material de la sociedad suscite nuevos problemas -vinculados, p. ej., a la industrialización- a un sujeto histórico distinto (el proletariado, fundamentalmente)…, cuando, en definitiva, se agoten las condiciones, puramente contingentes, de su operatividad crítica, entonces lo que un día apareció como «fuerza emancipatoria» empezará a asumir funciones indisimulablemente legitimatorias, al servicio de las formas específicas de dominación instauradas con la sociedad burguesa.

Desde ese momento, la filosofía de las Luces obstruirá las vías de acceso a una crítica radical de las prácticas discursivas articuladas bajo el capitalismo, lastrando poderosamente la praxis del sujeto empírico de la protesta con la perdurabilidad heroica de sus conceptos aún logocéntricos. No solo alcanzará una posición hegemónica como instancia de reordenación ideológica del saber, sino que pretenderá hacer valer testarudamente su retórica tardohumanista (fortalecida ya en el «sentido común») desatendiendo aquella “temporalidad de los conceptos críticos» anotada, desde ángulos distintos, por K. Marx y F. Nietzsche. En adelante, combatir el trasfondo metafísico de los conceptos legados por la Ilustración (instalados en el corazón de las diversas “disciplinas científicas”, tal y como se modelan desde el siglo XIX) llevará también, como consecuencia lógica, a un definitivo ajuste de cuentas con un tipo determinado de práctica historiográfica: esa «historia de los historiadores» capturada perceptiblemente por el discurso de los ilustrados (y por su “extensión” matizada en los sistemas de Kant y Hegel) y deudora por tanto de una concepción metafísica de la Verdad, la Razón, la Ciencia, el Sujeto, el Progreso, etc.

Está por hacer la historia de esa “guerra de guerrillas” contra el discurso historiográfico moderno. Semejante empresa no suscitó el entusiasmo de los historiadores de oficio -tal vez por remitir al ámbito de la filosofía, supuestamente desatendible como marco de reflexión válido sobre los problemas de las disciplinas científicas. Parecía como si solo el historiador estuviese en condiciones de pensar «su» ciencia y como si, de hecho, el desarrollo de las investigaciones de «metodología de la historia» y de «crítica historiográfica» evidenciara, por sí mismo, la satisfacción cumplida de tal exigencia.

Desde una perspectiva transdisciplinaria, la situación no puede caracterizarse tan optimistamente: la historiografía se ha definido como práctica formal antes que como saber orientado hacia un objeto. A la indefinición del “objeto” se superpuso la desconsideración de su propio significado político y social. La crítica historiográfica, que debía haber planteado esa cuestión, se encaminó más hacia la canonización (por exclusión) de los métodos establecidos, conmemorando las gestas de una lenta aproximación a la Tierra Prometida de la cientificidad, que hacia la restitución de su auténtica «historicidad». En ese contexto, la posibilidad de examinar el secreto logocentrismo de los conceptos epistemológicos y filosóficos que fundaban, en última instancia, las premisas tácitas de la Historia Científica ni siquiera podía ser entrevista. La denuncia de los grilletes metafísicos que retenían a la Historia-Disciplina en los sótanos de la legitimación revistió, entonces, formas «exógenas», procediendo forzosamente por “extensión” o “derivación” de tesis referidas a problemas filosóficos generales.

… … ….

De ahí que todavía nos domine la vieja determinación decimonónica de la disciplina histórica. Su hegemonía universal, celebrada como éxtasis de la Cientificidad, del Método, del Rigor o de la Razón, recubre eficazmente el proceso de institucionalización que la consagra como «saber de legitimación». Toda una policía de la Historia Científica racionaliza la indignidad de las prácticas a través de un doble movimiento coercitivo: el discurso del método (momento de la prescripción, de la exigencia, de la norma) y la literatura de la crítica historiográfica (instancia de la proscripción, de la expulsión o del castigo).

Entre el taller de la «metodología de la historia» y la comisaría de la «crítica historiográfica» se articula esa Tecnología de la Exclusión que garantiza tanto la selección de los materiales y de las técnicas de forja del discurso historiográfico como la marginación de aquel relato irreverente extraviado del «paraíso» de la cientificidad.

Más adelante identificaremos, bajo la solemnidad de la «crítica historiográfica», la impostura de un discurso racionalizador del modo de operar de la historia académica, incorporado por tanto a la moderna empresa de legitimación de la democracia de clases. En negativo dibujaremos, con ello, el perfil de un Relato Crítico inspirado en “otra” tradición teórica, “perturbador” en cierto sentido, regido más por la voluntad de seguir al sujeto de la resistencia en su práctica social efectiva que por la veneración mística de las Exigencias Absolutas de la Cientificidad.

Como condición previa del “recorrido” que proponemos, y a fin de insertar nuestra intervención en la «tradición intelectual» que la respalda, vamos a recomponer a continuación la estratificación teórica de aquellas experiencias filosóficas que -persiguiendo a veces otros objetivos- arrojaron luz sobre la mítica de la Historia Científica, preparando el terreno de la futura deconstrucción. No nos interesa tanto, en este punto, exacerbar el rigor del puntillismo hermenéutico como someter los momentos decisivos de la crítica del logocentrismo occidental a una lectura transversal que resitúe constantemente en lugar de los aprioris historiográficos en la turbulencia general de la “crisis de la Razón”.

Información sobre el texto en:
https://desempoderamiento.blogspot.com/2023/01/libro-la-historia-o-las-historias-un.html

Fragmento extraído del siguiente artículo:
García Olivo, P. (2023). La policía de la historia científica. Crítica del discurso historiográfico I. En J. Encina, S. Higuera y A. Ezeiza (coord.), La historia o las historias. Un debate en el seno del anarquismo (pp.67-130). Guadalajara (España): Volapük Eds.

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Ese ídolo sin crepúsculo
Destinos de la Diferencia
Elegir el propio camino de perdición
Ni víctimas ni verdugos?

EL ANHELO DE LIBERTAD HA MUERTO

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No es ya que la libertad nos dé miedo; es que de ningún modo la queremos. Nos horroriza, y por eso hablamos y hablamos de ella sin procurar vivirla en ningún momento. Cuanto más se habla de una cosa, menos presente está en la vida de las personas: y hablamos de “libertad” cuando, en realidad, no queremos ser libres; y hablamos del “amor”, cuando solo se da excepcionalmente, acaso entre los niños, acaso entre los pobres, acaso entre los erráticos; y hablamos de “democracia”, para aceptar despotismos entre votaciones periódicas; y hablamos de “educación” mientras encerramos a los menores en escuelas diseñadas para acabar con su curiosidad natural y su deseo de saber.

Porque podríamos ser “libres” de los médicos, y lo que hacemos es suplicar más hospitales y más profesionistas de la “medicalización integral del cuerpo”, proceso que atenta, estrictamente, contra la libertad y contra la salud autogestionada. Lo sabemos, al menos, desde que I. Illich escribió Némesis médica.

Porque podríamos ser “libres” de los profesores, y lo que hacemos es demandar más escuelas y más agentes del adoctrinamiento político-ideológico y de la reforma moral de la infancia y de la juventud. Contra la libertad y contra la educación avanzan las escuelas y los docentes. Nos lo sugirió Nietzsche, en l870, en un librito titulado Sobre el porvenir de nuestras escuelas.

Porque podríamos ser “libres” de los jueces y de los abogados, y lo que hacemos es poner denuncias y pleitos cada vez que alguien nos falta o nos humilla. Que la Judicatura se inventó para acabar con la Justicia y con las formas comunitarias de arreglar los asuntos y hacer las paces. Los estudiosos del “derecho consuetudinario oral”, vigente todavía en reductos del mundo indígena, nómada y rural-marginal, nos lo viene recordando periódicamente. Y quiero mencionar aquí al grupo de profesores que trabajan el asunto de “La Paz Imperfecta” en la Universidad de Granada, a Carmen Cordero para los pueblos originarios de Mesoamérica, a S. Mbah para el “sistema de aldeas” en el África Negra, a F. Grande para los gitanos españoles…

Que podríamos ser “libres” de los medios de comunicación y lo que hacemos es perdernos todos los días en ellos, navegando a la deriva, para tener algo que opinar sin haber pensado antes. Que los media se hicieron para imponer la “doxa”, enemigos afilados del saber que brota de la propia experiencia y de la reflexión personal. No solo ya no pensamos, sino que ni siquiera “miramos” (la observación detenida y puntillosa de la realidad inmediata, no filtrada por las pantallas, es un hábito a punto de perderse), como le escuché decir en alguna ocasión a M. Delgado.

Que podríamos ser “libres” de las policías y de los ejércitos, y nos dedicamos más bien a reclamarle al Estado más seguridad en las calles y en el barrio, como si las gentes, vigilando y cooperando, no hubieran sabido tradicionalmente asegurarse la integridad colectiva sin tener que pagar mercenarios deplorables. Nunca olvidaré la tranquilidad con que dormí en los asentamientos ilegales de Guatemala (barrios piratas, ocupaciones viviendistas), mientras cooperé con la CONAPAMG, confiando plenamente en los muy eficaces dispositivos autónomos vecinales para la protección del grupo, que temía precisamente al ejército y a las policías.

Porque podríamos ser “libres” de la red estatal o privada de transporte ciudadano, y hemos permitido que la bicicleta se pudriera a la intemperie, olvidada y oxidada. Que los buses y los trenes sancionan la esclerosis de nuestro ser físico y la defunción del placer de tener un cuerpo y de usarlo para moverse. Hace ya años que A. Artaud señaló el punto de llegada de un tan cotidiano disparate: “El hombre común ignora hasta qué punto puede llegar el vicio de tener un cuerpo y servirse de ese cuerpo”.

Que podríamos ser “libres” de casi todo, pero en realidad no queremos ya serlo, que amamos las cadenas y nos horroriza la libertad al alcance… Mil veces he citado, a propósito, a K. Jaspers: “La vida es la ocasión para un experimento, pero el hombre moderno está obsesionado con liberarse de la libertad”.

Y sí, hablaremos todos los días contra la opresión y a favor de la libertad, nosotros los oprimidos a gusto y los alérgicos a la libertad concreta, inmediata, accesible.

El anhelo de libertad ha muerto. Hoy se lucha por la administración pública de grilletes y de venenos, como todos los “servicios” y todos los “bienestares” que nos brinda el Estado; hoy se clama por el entierro definitivo del organismo que nos había erigido en “animales humanos”.

La “ciudadanía” es el cementerio de la libertad…

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Pedro García Olivo

Buenos Aires, 8 de noviembre de 2018

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

¿Eres la noche?

Para perdidos y reinventados

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