Archivo de Psiquiatría

AZUL DE LUNA

Posted in Activismo desesperado, antipedagogía, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Desistematización with tags , , , , , , , , , , , on enero 29, 2022 by Pedro García Olivo

Destinos de la Fobia

1.

    Juega a estirarle cuidadoso los rizos del cabello, tan rubio, con sus enormes manos negras. Descubre el reflejo de su rostro en el verde cálido, y un poco asustado, de aquellos ojos. Acosador, se atreve aún a susurrarle unas palabras al oído. Ella responde con una sonrisa tímida pero inequívoca: “está dispuesta”. Besa su mano pequeña y clara, y contempla después cómo la mujer que tanto anhela se acerca para posar delicadamente la mejilla del rubor en la oscuridad de sus grandes labios.

     Las cosas se sumergen lentísimas en la noche, azul de luna. Palabras temblorosas que apenas sí se cruzan en la espesura del silencio más inquieto presagian la detención del tiempo y el despertar de los cuerpos. Entre la tierra extraña y el cielo crecen árboles, y solo árboles. Altísimos, unos. Otros, pequeños como deseos. Todos, nostálgicamente amigos.

    La intención de un beso sin final recuesta al cuerpo de mujer, como de aire, sobre el manto de hierbas. Se agita ahí, a ras del suelo, hasta sentirse recorrido por la fría humedad de la tierra -prohibida. Y ella abre sus brazos para acoger con prisa a su compañero de sueños, desnudo como en sueños…

    Una convulsión, un grito y un manantial de sangre sobre las finísimas sedas de su blusa pálida, sobre el rubio de sus cabellos y casi el verde sin fondo de sus ojos. Desde entonces, y como si se hubiera desplomado el cielo, todo transcurre entre tinieblas.

2.

     Mira ahora los cuatro ángulos rectos de su habitación. Casi los ha hecho obtusos, de tanto golpearlos… Junto a ella, siempre y se diría que desde siempre, una cama de cuerpo que cruje cuando por las noches se acuesta para no dormir, y una mesa redonda que solo utiliza cuando todos los días (salvo aquel sábado horrible de la lluvia), a las dos y media, le suben platos con comida. Los mismos platos, todavía con comida, que recogen a las tres. Y eso, todos los días -excepto el sábado de la lluvia.

     Puede asomarse por una ventana muy grande, con rejas, por donde entra un rato el sol al filo del mediodía y por donde salen sus gritos sin destino todas las noches azules de luna. Y hay también revistas de cosas de famosos por los suelos. Las habrá leído ya cien veces por lo menos, y en cada repaso descubre aún algo nuevo en ellas.

   Antes bajaba cada anochecer a pasear por el jardín, y se entretenía observando los altísimos árboles de los costados de las calles y los pequeños arbolitos (pequeños como tragedias) de los recuadros centrales. Pero desde el sábado de la lluvia se le viene prohibiendo salir sola, y ya únicamente se le permite pasear por los patios interiores.

     La acompaña ahora, en sus paseos castigados, un viejo medio tonto, envuelto en una bata sucia, maloliente, de un blanco mudado al amarillo, que muchas veces se la lleva a rincones sin luz y estrella sus manos, frías y arrugadas como la piel de un lagarto muerto, contra sus senos, contra sus piernas, contra su sexo… Ella al principio gritaba y se resistía hasta desfallecer, pero entonces le quitaban las revistas por tres días y el viejo le negaba la palabra. Por eso ahora ya no grita, ni le araña, ni le muerde, ni le escupe. Incluso, a menudo, ríe con picardía o se contornea incitantemente por su propia voluntad, sin necesidad de que se lo pida el tontucio de las manos frías…

    Una vez al mes llega un hombre joven sin bata que no quiere desnudarla. Con él habla y habla hasta que suena un timbre, y en ese momento debe retirarse para dejar paso a otra compañera. Ese hombre le cuenta cosas muy raras. También le asegura que pronto saldrá de allí. El sábado de la lluvia, sin embargo, se enfadó mucho con ella. Le dijo que le quitaría las revistas por una semana. Entonces ella empezó a desnudarse, y el hombre joven la abofeteó y la obligó a vestirse. Nunca comprenderá por qué la trató así esa mañana.

    Cuando por las tardes baja para conversar un poco con sus compañeras, escucha también cosas muy extrañas. Una mujer mayor que se pasa todo el día llorando y riendo casi a la vez le preguntó en una ocasión por qué había matado a su negro. Ella no halló el modo de responder. Lo ignoraba todo, a propósito. Ni siquiera sabía quién era su negro, si es que tenía o había tenido -en algún sentido- a un hombre de color. Cuando se lo comentó al hombre joven sin bata, este empezó a reír de una manera que le pareció exagerada. Le aconsejó, al oído, que no hiciera caso de aquella anciana. Le explicó asimismo que la pobre vieja estaba loca. Desde entonces, nunca se pone al lado suyo para conversar.

    Cada tres domingos viene gente a verla.  Primero llega su padre, ocultando seguramente el revólver, y le trae pasteles o cigarrillos. Luego sus hermanas, sus sobrinos, … Su madre hace tiempo que no acude. Antes se reunía con ella casi todos los fines de semana, o un fin de semana sí y otro no. Pero desde el sábado de la lluvia ha dejado de visitarla. Desde esa jornada, sus familiares se presentan vestidos de oscuro.

     Por las noches la colocan delante de un televisor para que vea dibujos animados. Ella odia los dibujos animados. Nunca se ríe con ellos. La verdad es que ya solo se ríe cuando el viejo lagarto la desnuda y la manosea.

     A medianoche se asoma por la ventana. A veces la noche está negra como un pozo. Otras veces se le antoja azul de luna. Esas noches son las peores. Cuando la noche está azul de luna, y no se oye nada, más que sus palabras muy flojas, siente como si jugaran con su cabello y le acariciaran la piel; nota como si los labios de la oscuridad besaran delicadamente sus mejillas y las negras manos de la ternura recorrieran con prisa su cuerpo recostado. Entonces ella abre los brazos, ebria de felicidad…, y grita frenéticamente hasta perder el sentido. No sabe por qué le pasa eso. El hombre joven que no quiere desnudarla dice que se le quitará con el tiempo, si se porta bien.

***

(Composición incluida en el proyecto “La queja azur”)

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana, Aldea Sesga

[Reproducción de un cuadro de Alfonso Santa-Olalla Lozano y fotografías de Roy Lingán Paredes]

¿Eres la noche?

Para perdidos y reinventados

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