LA POLICÍA DE LA HISTORIA CIENTÍFICA. Crítica del discurso historiográfico I

«Tengo en cadenas dos de los mayores enemigos del hombre:

la Esperanza y el Temor»

J. W. Goethe

I) LA voz DE LOS PODERES QUE NOS DOMAN

(Introducción)

«Defender una cultura que jamás salvó a un hombre

de la preocupación de vivir mejor

y no tener hambre

no me parece tan urgente como extraer

de la llamada “cultura”

ideas de una fuerza hiriente

idéntica a la del hambre»

A. Artaud

Durante demasiado tiempo, el historiador ha encontrado en el sepulturero su figura desplazada. Historiar era “enterrar”: sepultar el acaecer irruptivo del suceso (como diferencia) para conjurar así el efecto temible de su resonancia entre los vivos. La ciencia del historiador enseñaba a identificar las tumbas en la Paz del cementerio, adivinando bajo el misterio de la muete la promesa de la redención. Para ello había que despojar al acontecimiento de toda su inquietante movilidad; pensarlo como pura identidad estática, reconstituible -en la unidad acabada de sus ser- de una vez y para siempre. Que nunca nadie sospechara en el suceso el escenario de una lucha por el poder, el teatro de un desenmascaramiento sin fin de la Verdad; que solo reapareciese (guiado por su Señor: el Sepulturero) con la calma de un fantasma al que se le ha prometido la veneración de los hombres de otro mundo -un mundo necesariamente mejor, enriquecido por el correr saludable y compasivo del Tiempo.

En el festín de la celebración y el reconocimiento (celebración por el presente de su bondad incontestada, al enterrar ritualmente el horror en el pasado y reconocerlo solo como pasado), el Sepulturero reclamará entonces la Autoridad y la Independencia: “autoridad” del Artífice Iluminado por la Ciencia e “independencia” del operador técnico distanciado tanto del suceso al que sustraerá la vida como del destino que le reservará un lugar en el museo de la historia o entre las semillas proféticas del mañana.

Precisamente contra ese entrecruzamiento de la metafísica y el positivismo deberá batirse la Crítica de la Historiografía -empeñada en liberar al suceso de su confinamiento «cósico» o teleológico y, por tanto, enfrentada a la moderna policía de la CIENTIFICIDAD.

… … …

La forma de historia que nos domina no responde al accidente, la casualidad o la inercia de hábitos fosilizados por la negligencia de los tiempos. En último término, despunta al filo del siglo XVIII, a la sombra del «proyecto moderno» fraguado por la Ilustración, y recubre el proceso de consolidación política e ideológica de la hegemonía burguesa durante los dos últimos siglos (1). Como pensamiento de una fuerza social ascendente, forjado bajo las condiciones históricas que determinaron la irrupción y el fortalecimiento de aquel nuevo tipo de subjetividad, la filosofía de las Luces revistió un carácter inmediatamente desmitificador, subversivo en la medida en que acompañaba a la burguesía contestataria en su enfrentamiento con el orden coactivo del Viejo Mundo Feudal. Y la Ilustración desbloqueó así la crítica de diversos presupuestos metafísicos, arraigados en toda la historia del racionalismo occidental, agudizando la crisis de las anacrónicas legitimaciones feudales y preparando el surgimiento de nuevos saberes (entre ellos, la disciplina histórica en su forma moderna) atentos a requerimientos político-ideológicos tambien diferentes.

Sin embargo, de esta determinación histórica general del pensamiento de la Ilustración se sigue asimismo su «insufuciencia» (2), su posterior fosilización como ideología de la burguesía consolidada: cuando se modifiquen las circunstancias históricas que aseguraban su “efectividad” política (3), cuando el sujeto social con el que había fundido su destino se constituya en clase dominante, cuando el desarrollo material de la sociedad suscite nuevos problemas -vinculados, p. ej., a la industrialización- a un sujeto histórico distinto (el proletariado, fundamentalmente)…, cuando, en definitiva, se agoten las condiciones, puramente contingentes, de su operatividad crítica, entonces lo que un día apareció como «fuerza emancipatoria» empezará a asumir funciones indisimulablemente legitimatorias, al servicio de las formas específicas de dominación instauradas con la sociedad burguesa.

Desde ese momento, la filosofía de las Luces obstruirá las vías de acceso a una crítica radical de las prácticas discursivas articuladas bajo el capitalismo (4), lastrando poderosamente la praxis del sujeto empírico de la protesta con la perdurabilidad heroica de sus conceptos aún logocéntricos (5). No solo alcanzará una posición hegemónica como instancia de reordenación ideológica del saber, sino que pretenderá hacer valer testarudamente su retórica tardohumanista (fortalecida ya en el «sentido común») (6) desatendiendo aquella “temporalidad de los conceptos críticos» anotada, desde ángulos distintos, por K. Marx y F. Nietzsche (7). En adelante, combatir el transfondo metafísico de los conceptos legados por la Ilustración (instalados en el corazón de las diversas “disciplinas científicas”, tal y como se modelan desde el siglo XIX) llevará también, como consecuencia lógica, a un definitivo ajuste de cuentas con un tipo determinado de práctica historiográfica: esa «historia de los historiadores» capturada perceptiblemente por el discurso de los ilustrados (y por su “extensión” matizada en los sistemas de Kant y Hegel) y deudora por tanto de una concepción metafísica de la Verdad, la Razón, la Ciencia, el Sujeto, el Progreso, etc.

Está por hacer la historia de esa “guerra de guerrillas” contra el discurso historiográfico moderno. Semejante empresa no suscitó el entusiasmo de los historiadores de oficio -tal vez por remitir al ámbito de la filosofía, supuestamente desatendible como marco de reflexión válido sobre los problemas de las disciplinas científicas (8). Parecía como si solo el historiador estuviese en condiciones de pensar «su» ciencia y como si, de hecho, el desarrollo de las investigaciones de «metodología de la historia» y de «crítica historiográfica» evidenciara, por sí mismo, la satisfacción cumplida de tal exigencia.

Desde una perspectiva transdisciplinaria, la situación no puede caracterizarse tan optimistamente: la historiografía se ha definido como práctica formal antes que como «saber orientado hacia un “objeto”». A la indefinición del “objeto” se superpuso la desconsideración de su propio significado político y social. La crítica historiográfica, que debía haber planteado esa cuestión, se encaminó más hacia la canonización (por exclusión) de los métodos establecidos, conmemorando las gestas de una lenta aproximación a la Tierra Prometida de la cientificidad, que hacia la restitución de su auténtica «historicidad». En ese contexto, la posibilidad de examinar el secreto logocentrismo de los conceptos epistemológicos y filosóficos que fundaban, en última instancia, las premisas tácitas de la Historia Científica ni siquiera podía ser entrevista. La denuncia de los grilletes metafísicos que retenían a la Historia-Disciplina en los sótanos de la legitimación revistió, entonces, formas «exógenas», procediendo forzosamente por “extensión” o “derivación” de tesis referidas a problemas filosóficos generales.

… … ….

De ahí que todavía nos domine la vieja determinación decimonónica de la disciplina histórica. Su hegemonía universal, celebrada como éxtasis de la Cientificidad, del Método, del Rigor o de la Razón, recubre eficazmente el proceso de institucionalización que la consagra como «saber de legitimación» (9). Toda una policía de la Historia Científica racionaliza la indignidad de las prácticas a través de un doble movimiento coercitivo: el discurso del método (momento de la prescripción, de la exigencia, de la norma) y la literatura de la crítica historiográfica (instancia de la proscripción, de la expulsión o del castigo) (10).

Entre el taller de la «metodología de la historia» y la comisaría de la «crítica historiográfica» se articula esa Tecnología de la Exclusión que garantiza tanto la selección de los materiales y de las técnicas de forja del discurso historiográfico como la marginación de aquel relato irreverente extraviado del «paraíso» de la cientificidad (11).

Más adelante identificaremos, bajo la solemnidad de la «crítica historiográfica», la impostura de un discurso racionalizador del modo de operar de la historia académica, incorporado por tanto a la moderna empresa de legitimación de la democracia de clases. Sin embargo, con este trabajo procuraremos esencialmente hacernos cargo de su complemento funcional (la narrativa «metodológica»), con el objeto de sorprender, bajo los “presupuestos” teórico-filosóficos que tácitamente admite y más allá de la literalidad inmediata de sus recomendaciones procedimentales, los principios de organización de una Ortodoxia Disciplinaria devenida rejuvenecimiento de la metafísica y de un Imperativo del Rigor aún plagado de prejuicios positivistas. En negativo dibujaremos, con ello, el perfil de un Relato Crítico inspirado en “otra” tradición teórica, “perturbador” en cierto sentido, regido más por la voluntad de seguir al sujeto de la resistencia en su práctica social efectiva que por la veneración mística de las Exigencias Absolutas de la Cientificidad.

En la base de este proyecto “negativo”, necesariamente polémico, se situó la revisión de los terxtos fundamentales de la «metodología de la historia». Y, habida cuenta de que se imponía una determinada selección del material disponible -estrictamente “ilimitado”-, privilegiamos de algún modo el análisis de la corriente metodológica que, a pesar de su pretensión de criticismo y desmitificación, sancionó del modo más coherente y sistemático la consolidación de la historia como disciplina científica: la historiografía marxista renovadora -ejemplificada en las figuras “directivas” de P. Vilar, E. P. Thompson y J. Fontana. A través de sus trabajos toma cuerpo, q uizás, la tentativa más consistente de fundar una «ciencia de la historia» evadida de la órbita de la legitimación. Y, desde nuestro punto de vista, por la magnitud de su fracaso, se convierten en los mejores “exponentes” del problema global que hemos definido: la contribución de la Historia Científica a la racionalización de las estructuras vigentes de poder, en función de su profunda, y ya casi ancestral, fundamentación logocéntrica. De ahí que, aunque a la hora de ilustrar ciertas denuncias remitamos masivamente (si bien nunca de forma exclusiva) a sus trabajos, nuestras conclusiones trasciendan los límites de la opción metodológica por ellos representada y alcancen a la generalidad de la práctica historiográfica moderna.

Como condición previa del “recorrido” que proponemos, y a fin de insertar nuestra intervención en la «tradición intelectual» que la respalda, vamos a recomponer a continuación la estratificación teórica de aquellas experiencias filosóficas que -persiguiendo a veces otros objetivos- arrojaron luz sobre la mítica de la Historia Científica, preparando el terreno de la futura deconstrucción. No nos interesa tamto, en este punto, exacerbar el rigor del puntillismo hermenéutico como someter los momentos decisivos de la crítica del logocentrismo occidental a una lectura transversal que resitúe constantemente en lugar de los aprioris historiográficos en la turbulencia general de la “crisis de la Razón” (12).

II) RAZÓN SUTIL, QUE SE AGOTA Y DOMINA

(Genealogía de la «crítica del discurso historiográfico»)

«Sin luna y sin estrellas…

¿Dónde hallarán refugio los que erraron la senda?

Ch. Baudelaire

… … …

Para continuar leyendo la primera parte de «La policía de la historia científica. Crítica del discurso historiográfico»: https://wp.me/a31gHO-tL

[«La policía…» constituyó mi Tesis Doctoral, redactada en 1985 y defendida en 1991]

Falsificaciones fotográficas al servicio de interpretaciones historiográficas legitimatorias…

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