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El Ciudadano-Robot como ratificación y sublimación del Policía de Sí Mismo

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En el Ciudadano-Robot se ratifica y sublima el Policía de Sí Mismo

https://youtu.be/AZ6NKH7hTA0?si=huojwTRq0tO-M2zc

Hace décadas que murió el anhelo de libertad, sustituido por reclamos de un «bienestar», fundado en la producción y en el consumo, que administra el Estado.

La desobediencia de fondo, «vivida», se percibe como una extravagancia, una rareza que brota de mentes trastornadas. Decir NO, en lo sociopolítico y en lo cultural, ya casi despierta sospechas.

Pasajes de un conversatorio que se desarrolló en el local de la CNT de Málaga, el día 26 de este mes. Lo elaboró Ediciones Fantasma a partir de la presentación de «La forja del Ciudadano-Robot. Virus, Capitalismo necrófago y optimización del Fascismo Democrático».

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

RAZÓN LÚDICA CONTRA EL IMPERATIVO ECONÓMICO-POLÍTICO

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EN DEFENSA DE LA RAZÓN LÚDICA

Para resignificar el «juego libre»

«No es ya el sueño de la Razón el que engendra monstruos,

sino la Razón misma, insomne y vigilante»

G. Deleuze

1. UNA LUCHA «EN» EL LENGUAJE: RE-SEMANTIZAR PARA DE-SEMANTIZAR

1. El lenguaje es uno de los principales campos actuales de lucha, pues se desveló su solidaridad profunda con la opresión en las sociedades democráticas occidentales. Lleva la mácula de todo aquello que reproducimos: clasismo, sexismo, especismo, belicismo, productivismo… Para fines antagonistas, esto significa que estamos en conflicto con las palabras, que no las usamos ya de un modo automático o pasivo, que hay conceptos que nos hieren, que de algún modo nos vigilamos al hablar… En la modernidad, correspondió a F. Nietzsche afianzar la denuncia: «Me temo que nunca nos desembarazaremos de Dios, pues todavía creemos en la Gramática». En un sentido muy determinado, «somos hablados por el lenguaje». A un nivel epistemológico, «fundacional», pues, queda desvelada la maldad congénita del lenguaje, su absoluta ausencia de inocencia. Y la «mancha» no recaería ya solo en la semántica, donde ciertamente se ha hecho más notoria: toda la sintaxis, la gramática en pleno, el léxico en su conjunto sabrían constitutivamente de los estigmas sobre los que descansa la forma de coerción de nuestra civilización.

2. A un nivel más inmediato, M. Foucault, en un bello opúsculo (El orden del discurso), señaló el modo en que los poderes instituidos, en su concreción histórica, a través de las instancias públicas y privadas, de las entidades y de las prácticas, encabalgándose sobre la malevolencia histórica de las palabras, las inventaban y reinventaban con fines reproductivos, «actualizando», por así decirlo, su infamia y su perversidad: más aún, inscribían esas palabras, el lenguaje de lleno, en una axiomática, una forma de «legalidad», un orden destinado a conjurar los peligros de su materialización. Así se expresó:

«El deseo dice: No querría tener que entrar yo mismo en este orden azaroso del discurso; no querría tener relación con cuanto hay en él de tajante y decisivo; querría que me rodeara como una transparencia apacible, profunda, indefinidamente abierta, en la que otros responderían a mi espera, y de la que brotarían las verdades, una a una; yo no tendría más que dejarme arrastrar, en él y por él, como algo abandonado, flotante y dichoso. Y la institución responde: No hay por qué tener miedo de empezar; todos estamos aquí para mostrarte que el discurso está en el orden de las leyes, que desde hace mucho tiempo se vela por su aparición; que se le ha preparado un lugar que le honra pero que le desarma, y que, si consigue algún poder, es de nosotros y únicamente de nosotros de quien lo obtiene».

Mirando menos a la Institución que a los detentadores del poder, F. Nietzsche había concluido algo semejante: que las palabras siempre habían sido inventadas por las clases dirigentes… «En todo tiempo estuvo entre las prerrogativas del Señor la de poner nombre a las cosas». En este sentido, «las palabras no desvelan un significado, imponen una interpretación».

En recapitulación de M. Foucault: «En toda sociedad la producción del discurso esta a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad (…). [Porque] el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual, se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse».

3. Partiendo de estas denuncias, e insistiendo en el control político (en sentido amplio) del lenguaje, se ha subrayado la apropiación «conservadora» de conceptos críticos, el modo en que las instituciones, los poderes políticos y económicos, incluso también las instancias del saber, re-significan términos y expresiones del universo antagonista o contestatario para llevarlos a los lugares conocidos de la reproducción del sistema. Esta «hemorragia de conceptos críticos» (R. Barthes) habría afectado a nociones como las de «revolución», «clase social», «ideología», «transformación social», «lucha de clases», «proletariado», «plusvalor», «compromiso», «resistencia», etcétera. Expuestos inevitablemente a la erosión del devenir, sujetos a aquella estricta contingencia (temporalidad) de todas las acuñaciones de la crítica, de todos los conceptos y de todas las teorías de la historia y de la sociedad (K. Marx), recayó también, sobre los universos terminológicos disidentes, la nueva asechanza de los «media», intrínsecamente vinculada al mercado y a la gobernabilidad. Y quedó desangrado el corpus discursivo anticapitalista…

4. Pero quedó desangrado en el marco de la misma constelación económica, política y cultural que denegaba: el Capitalismo vampirizó al anti-capitalismo, robándole sus palabras, sus símbolos, sus emblemas. Y «revolucionario», por ejemplo, es hoy también una marca de cerveza y de ropa; y un término que aparece en el nombre de un partido conservador, con un proyecto político «reaccionario» en opinión de muchos, asentado en el gobierno durante años y años (el Partido Revolucionario Institucional, en México). Y podemos comprar camisetas estampadas con el rostro del Che en El Corte Inglés. Y existe un periódico que se llama «Liberación». Y «Emancipados» puede estar en el logotipo de una boutique de lujo. Y no hay político, periodista o profesor que no cante a la igualdad, a la libertad y a la fraternidad. Y se desconoce organización política pro-capitalista, en el límite «humanizadora» del sistema establecido, bienestarista en tal caso, que no incluya el ecologismo, el feminismo y el pacifismo entre sus credenciales propagandísticas…

El antagonismo se quedó sin palabras en un marco histórico que impide la emergencia absoluta, repentina, de un Nuevo Pensamiento. Si no cambia sustancialmente el mundo, esto es sabido, no puede surgir una Novedad Radical en la reflexión o en la teoría, pues todos los conceptos, todos los frutos de la inteligencia humana (ya sean para la conservación, ya para la transformación), son productos histórico-sociales y la imaginación crítica, incluso subversiva, tiene un límite marcado por la época. Estamos obligados a batallar, pues, de momento, en el territorio lexicológico del enemigo, en el universo conceptual de un capitalismo que nos robó las armas del lenguaje y adulteró las palabras con las que lo denegábamos. ¿Cómo hacerlo?

5. Cabe pagar al Sistema con su misma moneda, «re-significando» conceptos que utilizaba apaciblemente en aras de su propia justificación; cabe «re-semantizar» todos esos términos por los que siempre se sentía halagado, legitimado. Cabe introducir un principio de discordia, de conflicto, de inseguridad y de inquietud en el campo lexicológico del Capitalismo. Podemos «hurtarle» sus palabras para devolvérselas envenenadas, destempladas, enloquecidas… Es lo que pretendo hacer, en los últimos tiempos, con estas tres expresiones: «juego», «territorio» y «recreación». Estas tres nociones, tan queridas por el status quo, tan gastadas por la intelectualidad reclutada, por los funcionarios mohosos y por los agentes culturales del capitalismo, pueden ser «leídas» de otro modo (o, mejor, pueden «darse a leer» bajo otro aspecto); pueden re-vestirse de un nuevo y desafiante sentido, en la línea de la hermenéutica crítica o de la deconstrucción, estrategia epistémica que ya no procura exhumar «significados primeros» o «verdades ocultas», sino que opera rescates selectivos, re-creaciones y actos de producción discursiva disidentes… Hablamos de «deconstrucción» en el sentido de J. Derrida:

«Las relaciones entre deconstrucción y hermenéutica son también complejas. Lo que se llama en general hermenéutica designa una tradición de exégesis religiosa que pasa por Schleiermacher y la teología alemana hasta Gadamer entre otras fuentes, y supone que la interpretación de los textos debe descubrir su querer decir verdadero y oculto. La deconstrucción no tiene que ver con esa tradición; por el contrario, pone en duda la idea de que la lectura debe finalmente descubrir la presencia de un sentido o una verdad oculta en el texto. Pero hay otra manera de pensar la hermenéutica, que se percibe en Nietzsche o en Heidegger, donde la interpretación no consiste en buscar la última instancia de un sentido oculto sino en una lectura activa y productiva: una lectura que transforma el texto poniendo en juego una multiplicidad de significaciones diferentes y conflictuales. Esa acepción nietzscheana de la interpretación es mucho más cercana a la deconstrucción, tal y como es la mención de Heidegger a la «hermeneuin» que no busca descifrar ni revelar el sentido depositado en el texto sino producirlo a través de un acto poético, de una fuerza de lectura-escritura».

Como apunté en otra parte (breve ensayo en el que se situaba a E. Zuleta entre los inspiradores de esta forma distinta de entender la «interpretación»), fue también perfectamente «poético», «lecto-escritural», hermenéutico o deconstructivo, el acercamiento de A. Artaud a la obra/vida de V. Van Gogh…

La dirección de mi «rescate selectivo», de la «lectura productiva» que propongo, es clara: llevo el juego, la recreación y el territorio a la arena de la crítica antipedagógica y desistematizadora…

6. Vinculada a este asunto, corre una cuestión crucial, magistralmente esbozada por R. Barthes en Crítica y Verdad: ¿De qué voy a hablar cuando trate del «territorio», del «juego» y de la «recreación»? ¿Cómo hablaré, en calidad de qué? ¿Desde qué especialidad, disciplina o «prisma» lanzaré mis tesis? Responderé ahora concisamente y recuperaré a continuación las palabras del autor francés… Hablaré de palabras, trataré del lenguaje; y no de un fantasmal «en sí» del juego, del territorio o de la recreación. Hablaré de lo que esas palabras pretenden designar y de lo que están connotando de hecho; y sugeriré lo que aún podrían llegar a referir. Y hablaré como «escritor» sin más; no como historiador, sociólogo, «ludólogo», psicólogo, etnólogo o filósofo. En palabras de R. Barthes:

«Lo que no se tolera es que el lenguaje pueda hablar del lenguaje. La palabra desdoblada es objeto de una especial vigilancia por parte de las instituciones, que la mantienen por lo común sometida a un estrecho código: en el Estado literario, la crítica debe ser tan disciplinada como una policía; liberar aquella no sería menos peligroso que popularizar a esta —sería poner en tela de juicio el poder del poder, el lenguaje del lenguaje. Hacer una segunda escritura con la primera escritura de la obra es en efecto abrir el camino a márgenes imprevisibles, suscitar el juego infinito de los espejos, y es este desvío lo sospechoso. Mientras la crítica tuvo por función tradicional el juzgar, solo podía ser conformista, es decir conforme a los intereses de los jueces. Sin embargo, la verdadera crítica de las instituciones y de los lenguajes no consiste en juzgarlos, sino en distinguirlos, en separarlos, en desdoblarlos. Para ser subversiva, la crítica no necesita juzgar: le basta hablar del lenguaje, en vez de servirse de él. Lo que hoy se reprocha a la nueva crítica no es tanto el ser nueva: es el ser plenamente una crítica, es el redistribuir los papeles del autor y del comentador y de atentar, mediante ello, al orden de los lenguajes (…).

Nada es más esencial para una sociedad que la clasificación de sus lenguajes. Cambiar esa clasificación, desplazar la palabra, es hacer una revolución. Durante dos siglos, el clasicismo francés se ha definido por la separación, la jerarquía y la estabilidad de sus escrituras; y la revolución romántica se ha considerado a sí misma como un desorden de la clasificación. Ahora bien, desde hace cerca de cien años, desde Mallarmé sin duda, está en curso una reforma importante de los lugares de nuestra literatura: lo que se intercambia, se penetra y se unifica es la doble función, poética y crítica, de la escritura. No basta decir que los escritores mismos hacen crítica: su obra, a menudo, enuncia las condiciones de su nacimiento (Proust) o incluso de su ausencia (Blanchot); un mismo lenguaje tiende a circular por doquier en la literatura; el libro es así atacado de flanco y por la retaguardia por el que lo hizo; no hay ya poetas, ni novelistas: no hay más que una escritura».

7. Pudiera considerarse que esta literatura de la lucha «en» y «por» el lenguaje se desentiende del horizonte «real» de la conflictividad, del ámbito material de la reivindicación, con sus «causas», sus «sujetos», sus «motores». Cabría estimar que no constituye más que una huida «culturalista», una «sofisticación» de la teoría crítica, casi una embriaguez del escrúpulo político-ideológico. Pero nada más alejado de la verdad: en el contexto de la crisis definitiva del Relato de la Emancipación, postrados el Sujeto, la Causa y la Revolución, el horizonte de la cultura asume un protagonismo sustitutorio como ámbito del antagonismo objetivo. Más aún: desde el momento en que los instrumentos y los procedimientos de la racionalidad política clásica quedan absorbidos como formas de la desobediencia inducida, del ilegalismo útil o de la conflictividad conservadora, y su esfera ya no es otra que la de la «protesta domesticada», la lucha recupera al individuo, a la cotidianidad y a la propia vida (investidos o revestidos por el lenguaje) como escenarios privilegiados del antagonismo. El propósito de la «auto-construcción ética y estética para la lucha», paralelo a la desistematización de la existencia, se hace perfectamente conciliable con esta vigilancia de las palabra que proferimos, de los lenguajes que utilizamos, de las escrituras que practicamos. Y, a la inversa, en absoluto basta con un «compromiso» que permanezca sin más en el dominio de la comunicación. Se precisa tratar la propia vida del mismo modo que tratamos las palabras: «resignificando», deconstruyendo, reinventando. Erigir nuestros días en objeto de la crítica y de la escritura, «poetizarlos». Como parte de la existencia particular, el lenguaje que usamos se convierte en asunto de la desistematización…

8. Pero, si dejamos a un lado el proyectismo utopista (el ideal aquí, aunque mañana) y nos abrazamos al realismo heterotópico (la belleza hoy, aún hoy, si bien en otra parte), la labor de re-significación tenderá a disolverse en una de-significación terminal. Porque el objetivo último no es alterar los vocablos y devolvérselos indefinidamente al poder: quisiéramos establecer las condiciones, primero subjetivas y luego objetivas, de una «desaparición» de tales términos… Borrar palabras, diluir las separaciones arbitrarias y las cosificaciones interesadas, reventar los conceptos «como pompas de jabón», que decía F. Nietzsche…

Porque ha correspondido a la civilización occidental, desde Platón si damos credibilidad a P. Sloterdijk, estimar que «pensar» consistía en «dividir». Y llegaron los dualismos, las tesis y las antítesis, los opuestos, las contradicciones entre dos términos, las trinidades (santas o no santas), la dialéctica… Pensar era «dividir»; y «pensar bien», subdividir y subdividir. Las ciencias, bajo ese paradigma, se convirtieron en sistemas de clasificación, de ordenamiento, de distinción y de definición, aquejadas de una «taxonomomanía» insuperable. La filosofía se resolvió académicamente como una silogística de los conceptos (conceptos-madre, conceptos filiales, conceptos adyacentes…), configurando mallas o redes discursivas por anudamiento de entidades abstractas separadas, asimismo jerarquizadas, distribuidas lógicamente, obedeciendo a una sintaxis de agregación.

El pensador occidental, se dedicara a la engañifa que se dedicara, actuaba como un leñador enajenado en medio de un río, dando hachazos para dividir el agua fluyente. Y tenemos, al fin, la sociología, la antropología, la etnología, la historia, la psicología…; y tenemos la política, la economía, el derecho, la cultura…; y tenemos la Edad Antigua o el esclavismo, la Edad Media o el feudalismo, la Edad Moderna y Contemporánea o el capitalismo; y tenemos el Arte, la Ciencia, la Filosofía; y tenemos la ética y la estética, la crítica y la poesía; y tenemos…

Pero no todas las culturas han sucumbido a semejante furor segregacionista, divisionista. Considerando que «lo correcto» era lo nuestro, y casi cediendo a la conmiseración, denominamos «holísticas» a las civilizaciones que no escindían… Y coincide hoy que los mayores grados de libertad y de autonomía entre las gentes se dan allí donde menos progresó el virus de la separación. Se diría que, a más «división», más opresión, más envilecimiento, más dolor…

Escolasticismos y neo-escolasticismos, funcionalismos de una u otra índole, estructuralismos diversos, «pensamientos leves» o «complejos», etcétera, no constituyen más que vástagos de la separación y de la división, de la segregación y de la cosificación. He ahí el estigma de los pensadores y científicos occidentales. «Nada ha salido con vida de sus manos», decía el «viejo martillo»: todo lo disecan, todo lo convierten en «momias conceptuales».

Cabe agregar que, al parcelar y re-parcelar, se desarmó y reclutó el pensamiento. Y se esterilizó la filosofía. Y se malbarató la ciencia. Y se emponzoñó la vida toda… Al escapársenos el principio de la totalidad, al desatender la indivisibilidad de lo real, fue también la unicidad de la libertad lo que perdimos; y la historia de la humanidad occidental se convirtió en un navegar amargo de seres fracturados y fracturantes…

Pero no les sucedió lo mismo a todos los pueblos, decía. El «holismo» indígena no distingue etapas en el tiempo, campos en el saber, sectores en la organización de la vida, heterogeneidades sustantivas en los móviles, grados en la satisfacción… «Comunitario», su aliento jamás tendió a establecer fisuras, fronteras, grietas, demarcaciones. Cuando las gentes del poblado se reúnen bajo un techo enorme para resolver un problema o reflexionar colectivamente sobre un asunto, ¿a qué tipo de acto estamos asistiento? ¿A un acto estrictamente «político», en la línea de la denominada «democracia india»? ¿«Religioso», ya que queda envuelto en ritos, ceremoniales y simbolismos, reteniendo el aura de lo sagrado? ¿«Cultural», pues es toda la cosmovisión indígena la que se concita y excita ante cada asunto particular? ¿«Educativo», ya que los niños acuden y escuchan, intervienen y aprenden? ¿«Lúdico», puesto que no faltan las risas, las bromas, las conversaciones animadas, el café y las tortillas, los refrescos…?

Cuando por la mañana, con toda la dignidad del mundo, serias y casi solemnes, esas mismas gentes parten hacia la milpa, los huertos, el cafetal o el bosque, ¿a qué actividad se entregan? ¿A una labor económica, de signo agrario? ¿Espiritual, ya que acontece el reencuentro con la Madre Tierra? ¿De conocimiento y enseñanza, puesto que de esos terrenos brota buena parte del saber tradicional y allí se congregan todos los días los menores? ¿Lúdica, pues en tales escenarios se desata y realiza el principio de placer? Si, al atardecer, se reúnen en una iglesia,o en una casa comunitaria o particular, y conversan con interés y sin prisa, ¿a qué móviles obedecen? ¿Amistosos? ¿De ocio? ¿Comunicativos? ¿Recreativos? ¿Intelectuales? ¿Políticos? ¿Rituales? La modalidad de don recíproco que recibe el nombre de «guelaguetza» en los entornos mayas, y que parte de una atención constante a las necesidades de los demás, ¿que «funcionalidad» asume, si le cabe ese término? ¿Material, económica y redistributiva? ¿Asistencial, cooperativa y solidaria? ¿Ética y hasta religiosa? ¿Estética y gestual? ¿Filosófica? ¿Amorosa?…

El llamado «holismo» de los indígenas, de los nómadas y de los pastores tradicionales choca sin remedio con el «hacha» occidental; y ese conflicto impide que comprendamos de verdad el sentido de unas prácticas ante las que naufragan nuestros conceptos y nuestras herramientas cognoscitivas. Por añadidura, en ese universo unitario se da la libertad de la que nosotros carecemos y por la que tanto creemos haber luchado, una libertad concreta, tangible, efectiva…

9. Regresando a nuestro asunto, «desemantizar» el juego, la recreación y el territorio significa devolver esos tres conceptos a un universo epistémico en el que no existían como tales, pero del cual, en algún sentido, fueron arrancados; un ámbito de conocimiento y de vida en el que la igualdad y la libertad, el sentimiento comunitario y el particularismo trascendente evitaron los estragos de un pensamiento de la separación y la delimitación… «Re-significados», bajo una lectura crítica por libertaria, volvemos esos tres conceptos contra el sistema. «De-semantizados», desde el prisma de una mirada heterotópica, nos permitimos soñar con mundos en los que ya no es necesaria esta «lucha en el lenguaje»…

Cuando los zapotecos de Juquila Vijanos se engalanan para reecontrarse con sus huertos o con la milpa, a menudo en compañía de los niños, no van a «trabajar», a «aprender» o a «jugar». Pero sí hacen algo en lo cual esas tres expresiones están fundidas, en su sentido más noble: una labor que convoca al cuerpo y a lo que no es el cuerpo, un acto de aprendizaje-enseñanza sin cesar reanudado (aprendizaje comunitario y enseñanza destinada a los menores) y un desencadenamiento de la alegría, del contento, del comportamiento placentero. Cuando J. M. Montoya nos cuenta que «el niño gitano aprende jugando en el trabajo», nos sugiere lo mismo. En ese acto «holístico» está sucediendo algo que no es trabajar, jugar o aprender, ni la mera suma de las tres acciones. Es la vida misma la que discurre, sin admitir recortes conceptuales. Por último, si preguntamos a un pastor tradicional, ágrafo y desescolarizado, cómo aprendió lo que sabe y cómo enseñó a sus hijos, nos contará tranquilamente «toda» la vida que hace, el croquis detallado de sus días, la existencia completa de los rural-marginales en su discurrir cotidiano.

Porque, donde se da la igualdad y la libertad, ni existe el trabajo, ni existe la escuela, ni se da el ocio o la recreación. Por contra, donde la coerción y la inequidad son la norma, el pensamiento separa y cosifica, en primer término. Y, en un segundo movimiento, de modo demagógico, cuando no cínico, propone una «recomposición» meramente aditiva de lo parcelado. Primero creamos «ciencias», «disciplinas», «especialidades», «subdisciplinas», etc.; y luego apostamos por estrategias «interdisciplinares» o «transdisciplinarias» para adosar cosméticamente fragmentos del conjunto despiezado. Pero se pierde la totalidad, que hubiera exigido, como advirtió K. Marx, un saber unitario, «una» ciencia (que podríamos denominar «de la sociedad», «del hombre» o «de la historia») abarcadora e indivisible… Siguiendo la misma lógica, Occidente separa el trabajo, el aprendizaje y el juego, estableciendo espacios distintos para cada actividad, formando a menudo técnicos o «profesionales» para el desempeño en los sectores «cercados», creando incluso saberes o disciplinas específicas; y, acto seguido, con la mayor hipocresía, proyecta «adiciones»: llevar, por ejemplo, el juego a la escuela o al puesto de trabajo; introducir el trabajo en la enseñanza; diseñar «juguetes educativos», «mobiliarios educativos» (la Bauhaus); concebir «trabajos lúdicos»; convertir la fábrica asimismo en un «escenario del aprendizaje» (la URSS), etcétera.

He aquí el mapa conceptual de mi intervención: re-significar el territorio, el juego y la recreación para poetizar escenarios de su de-semantización…

2. TURBIEDAD POLÍTICA DE LA NOCIÓN CONVENCIONAL DE «JUEGO»

El lenguaje, ciertamente, «nos habla»… Cuando proferimos la palabra «juego» somos llevados inmediatamente a un ámbito de reflexión y de conversación ya acotado, delimitado de antemano, sin que se nos conceda la posibilidad de cuestionarlo o de idear otro. Y es que aceptamos acríticamente la noción convencional de «juego», sin reparar en los intereses que acompañaron su génesis: ¿Por qué reunir bajo ese concepto actividades y disposiciones tan heterogéneas? ¿Por qué decimos que esto sí entra en la categoría de «juego» y aquello no, aunque desde algún punto de vista se le asemeje? ¿Por qué decimos que esto y aquello son «juegos» a pesar de todo cuanto los separa y distingue? Evidentemente toda selección, lo mismo que toda clasificación, es en cierto sentido «arbitraria», socio-culturalmente determinada y, respondiendo a estrategias tácitas o manifiestas, induce efectos de poder…

Asumiendo de alguna forma la noción común de «juego», J. Huizinga advirtió, no obstante, que cada lengua organizaba a su modo los objetos del espacio lúdico; y había unos idiomas que establecían distinciones lexicológicas desconsideradas por otros, incluyendo estos bajo los alcances del término «juego» realidades que aquellos excluían… Para mí, ese apunte es muy pertinente, pues quiero denunciar la calculada «heterogeneidad» de los elementos que nuestra lógica lingüística aglutina en la categoría única e indiscutida de «juego». Ello me obligará a resignificar un concepto, a inventar un recurso terminológico que dibuje una línea de demarcación en el interesado «cajón de sastre» de los juegos: es la noción de «juego antipedagógico y desistematizador» o, desplazando los acentos, «juego libre»…

Obviamente, una cosa es «jugar» al ajedrez contra un rival, en esa apoteosis de la competencia y bajo el mandato de reglas muy estrictas; y otra construir de forma espontánea un castillo de arena a la orilla del mar, cooperando con un amiguito… Una cosa es dramatizar siguiendo papeles dictados, memorizados, bajo la mirada inquisitiva de un «director»; y otra jugar a los personajes, improvisando roles, sin supervisión de nadie… Una cosa es «jugar» con el auto teledirigido comprado por Navidad; y otra «jugar» a inventarse coches con botellas de plástico, palos y tapones a fin de regalarlos… Son tan grandes las diferencias estructurales entre unos llamados «juegos» y otros que cabe sospechar un fallo o un fraude en el proceso de génesis del concepto. Se hubiera podido esperar dos o tres acuñaciones terminológicas distintas, ya que las actividades reunidas se contraponen en aspectos decisivos. Pero, como todo acabó encerrado en una misma y única vasija conceptual, el motivo de una tan llamativa heterogeneidad fenomenológica deberá buscarse en el campo de la reproducción socio-política. En pocas palabras: se ha querido «diluir» (en el conjunto, en la amalgama) la especificidad de un tipo de juego potencialmente «subversivo», «crítico», «desestabilizador» —lo que llamo «juego libre»… Ubicándolo al lado de los juegos de obediencia, de los juegos reglados, de los juegos competitivos y «adaptativos», de los juegos sujetos a una mirada adulta o a una planificación institucional, se ha logrado que su bella irreverencia pase desapercibida a no pocos analistas; se ha conseguido desviar, de su obstinada disidencia y de su alegre rebeldía, el foco de atención…

Llamo «juego libre» a aquel que acontece sin normativa identificadora, sin «reglas» formales, sin competencia, sin triunfo y sin derrota, sin rédito material o simbólico, preferiblemente sin exigir un «juguete» adquirido en el mercado, desconocedor de todo ámbito institucional, sin dirección o supervisión externa, abierto a la espontaneidad, a la creatividad, a la cooperación entre los participantes… Así enunciado, parece muy exigente; sin embargo, esta clase de juego aflora constantemente, cuando el niño está solo y cuando se reúne con sus amigos. Es el tipo de juego al que el menor se entrega primero, desde su más temprana edad y antes de que los adultos pretendan «redireccionar» su actividad espontánea.

Hasta donde he podido comprobar, los investigadores «científicos» de la actividad lúdica (psicólogos, sociólogos, pedagogos,…) pocas veces han cuestionado, con el necesario punto de radicalismo, aquella interesada y calculada «heterogeneidad» introducida en la categoría de «juego» por las agencias socio-político-culturales; pocas veces han subrayado la «diferencia» que asiste al juego libre y la turbiedad ideológica inherente al gesto de malbaratarlo en cajones de sastre anuladores.

3. RASGOS DEL «JUEGO LIBRE»

Las manifestaciones empíricas del juego libre son infinitas. Y empiezan en los primeros años, cuando los infantes están todavía a salvo de la forma de servidumbre inducida por la lógica del «juguete» y excitada por el conocimiento de los juegos tradicionales, de los juegos ya dados. Entonces, el niño juega con cualquier cosa y juega de cualquier manera. A cubierto del juguete y del juego instituido, históricamente forjado, tampoco puede afectarle la figura del «supervisor» o «conductor» de la actividad lúdica. Ayuno de reglas, de patrones, de instrucciones, sin «asesores» o «ayudantes» que lo distraigan y condicionen, el niño, bajo la mirada complaciente de su propia libertad, no cesa de jugar…

Cuando una persona se entrega al juego libre, no sabemos muy bien qué es lo que está haciendo. Pero sí comprendemos lo que «no» hace, por lo que podemos caracterizar esa actividad en términos negativos: desinteresado en grado extremo, el jugador no persigue una rentabilidad material o simbólica. Deja a un lado, pues, toda la órbita de la racionalidad económica, que tiene que ver con la ganancia, los trabajos, el mercado… Por otra parte, en gran medida aislado de la normatividad y de sus escenarios, al practicante del juego libre no se le exige obediencia o comportamiento aquiescente y aprobador; y tampoco se le suministran incentivos para sojuzgar a nadie, para influir deliberadamente en la conducta de los otros. De este modo, escapa asimismo de la vieja razón política. Ya que su proceder no responde a la racionalidad estratégica, bajo ninguna de sus modalidades, cabría suponerle una índole a-racional o deberíamos elaborar, a propósito, la noción deconstructiva y paradojal de una «racionalidad lúdica». Por último, y también en función de ese carácter no instrumental, dota al protagonista del juego de una coraza anti-pedagógica y de-sistematizadora. Se trata, pues, de un juego que respeta al máximo la iniciativa personal del sujeto y en el que este puede manifestar ampliamente su espontaneidad, su creatividad, su imaginación, su fantasía…

Sobre la disposición «insumisa» del niño, que tiende de un modo natural al juego libre, pronto caerán agentes restrictores, unos vinculados a la ludo-industria, cuyos elaborados mercantiles someterán al menor a sus lógicas de funcionamiento (todo comercio de juguetes es un comercio de cadenas), otros asociados al instinto «pedagogista» de los progenitores, que pronto procurarán reconducir tales iniciativas «caprichosas» hacia el logro de determinados objetivos «educativos» o «formativos», incorporando sin remedio cláusulas de reprehensión y de violencia.

Fuera de los marcos de la infancia, cabe extender la esfera de influencia del juego libre, como estoy sugiriendo, por los escenarios desolados de la vida adulta, implementando ahí, en tales pasadizos y en tales laberintos, su virtualidad impugnadora. Por su carácter a-racional, o por su racionalidad lúdica, por su relación de contigüidad con instancias como la poesía, el absurdo, la locura, lo gratuito, el don recíproco, etcétera, terminaría erigiéndose en una poderosa herramienta para la reinvención combativa de la vida, sumándose al proceso de auto-construcción ética y estética para la lucha. De su mano, cabe reducir los alcances de la sistematización moderna de la existencia…

Ya que el juego libre, en cierto sentido, «no se ve» (vemos, eso sí, personas en una muy concreta interacción), pues carece de «estructura», de «forma», de «regularidad», situándose en las antípodas de los juegos reglados y de las dramatizaciones con guion, casi podríamos concebirlo como la plasmación de una «actitud»: actitud no-productiva, anti-política, creativa, insubordinada… Correspondería también a esa «actitud», circunstancia no menor, abocar a la cooperación, a la «fraternidad», a la ayuda mutua y a la colaboración entre iguales. Se distingue así, diametralmente, de los «juegos deportivos» modernos, cuya crítica pionera fue desarrollada por J. Ellul, entre otros: individualismo competitivo que contempla al «partenaire» como mero rival, máximo sometimiento a reglas, dependencia absoluta de la institución y atención preferente al mercado, asunción de una ética heterónoma y postergación de la creatividad personal…

Identifica también a la «actitud lúdica» su natural festivo, alegre, gozoso; su inclinación hedonista. Este «placer» del juego libre está asociado en ocasiones a lo indeterminado de su curso, a la ausencia de cauces, a la incertidumbre que gravita sobre su desarrollo —un «no saberlo todo» y, no obstante, «tener que decidir los pasos futuros». Es el placer de la iniciativa sin cálculo, aventurera y riesgosa; el goce de enfrentarse a enigmas no fatales. Recuerda, de algún modo, la «felicidad» de los nómadas ante la imposibilidad del proyecto y la emocionante variabilidad de un mañana que preocupa pero no se teme; y evoca también la serenidad jubilosa del campesino antiguo ante las mil pequeñas novedades que debe afrontar cada día en su labor, habituado a navegar accidentes e imprevistos. Bajo esa alegría y esa forma de contento, el jugador puede dar la apariencia de «estar trabajando» (cuando, por ejemplo, imita a un artesano o a un obrero; o reproduce de hecho, y en el plano del juego, su labor física) y también de «estar aprendiendo» (si orienta el juego hacia el conocimiento o la investigación); pero no cabe duda de que de encuentra fuera de la lógica «económica» o «pedagógica», y la confirmación de ello radica precisamente en la atmósfera risueña, animada, dichosa, bajo la que se desenvuelve la actividad…

De la mano de J. Huizinga, historiador que anega el juego libre en el conjunto indistinto de las actividades lúdicas, sin remarcar su singularidad y sus implicaciones, podemos recapitular, en estos términos, sus rasgos más visibles: actividad libre, que puede resolverse a modo de «representación» improvisada (juegos «como si»); que se desarrolla bajo una inapelable «seriedad» (tensión, concentración, apasionamiento), pero también, y al mismo tiempo, en un ambiente festivo, placentero, lleno de motivos para la satisfacción y la alegría; que manifiesta un muy neto «desinterés» y una finalidad intrínseca, centrada sobre sí misma; que expresa una consciencia nítida de constituir una «fuga» o una «huida» de la «vida corriente» y de la «realidad establecida» (un paréntesis, una interrupción en el tedioso discurrir de la cotidianidad organizada); que tiende a crear vínculos y camaraderías entre los participantes, sabedores de que comparten una experiencia imprescindible, «necesaria», de extrema importancia, casi sagrada; y que queda envuelta siempre en una aureola de «misterio», de «enigma», de indeterminación…

Separándome, en este punto, de J. Huzinga, quiero hablar ahora de los aspectos menos visibles del «juego libre», rasgos que, en mi opinión, apuntan a la anti-pedagogía y a la desistematización…

4. ¿ES LA «RAZÓN LÚDICA» LO PRIMERO?

Cabe la posibilidad de que la disposición lúdica sea la actitud inmediata del ser humano, allí donde no se han establecido relaciones de coerción política y de subordinación económica. Las gentes, cuando no están inscritas en órdenes de dominación política o en ámbitos de subalternidad económica, impelidas a dejarse oprimir y explotar para asegurar su subsistencia, en ese ambiente que puede antojársenos «ideal», solo tienen una cosa que hacer, más allá de garantizar la autoconservación: entregarse al «juego libre», en el sentido en el que lo estoy determinando. Es eso lo que hacen los niños aún antes de alcanzar su primer año de edad; es lo que harán después, desde que se despierten en la mañana…

El jugar, entonces, no es una opción, como sí lo es el buscar empleo o el trabajar para otro; el jugar en libertad es el plano subyacente, es el marco, es «lo que hay», es lo real, es lo que ocurre, mientras no se instauren, recortando y recortándose sobre ese telón de fondo, las figuras del trabajo alienado, del empleo, por una parte, y, por otra, de la obediencia, de la servidumbre política. El juego libre es lo que habría de darse siempre, el transfondo de todo.

Ni siquiera ante la exigencia de la auto-conservación personal y comunitaria, la disposición lúdica ha permitido fácilmente que otras actitudes ocupen su lugar. La entronización de la razón económica puede verse como el punto de llegada de un largo e irregular proceso civilizatorio, culminado con el ascenso y la consolidación del Capitalismo. El afianzamiento de la propiedad privada y del trabajo en dependencia, ciertamente, le dio alas; pero nosotros suscribimos la tesis de esos investigadores que ubican la irrupción del «hombre económico» en el corazón mismo de la contemporaneidad, en nuestro tiempo. Donde la coerción económica y la fractura social no se conocían, y mientras nada hacía presagiar la generalización de «homo aeconomicus» como forma hegemónica de subjetividad, de mil maneras se evidenció esa disposición lúdica de las personas incluso a la hora de buscarse las fuentes de subsistencia. P. Clastres lo ilustró para el caso de algunas etnias llamadas «primitivas» del subcontinente americano: pasaron del nomadismo y la recolección a la vida sedentaria y a la agricultura, pero, cuando comprobaron que, por cambios decisivos en las circunstancias de la región, podían vivir invirtiendo menos tiempo en la consecución de los alimentos, sorteando los esfuerzos requeridos por la agricultura (es decir, cuando comprendieron que de nuevo les cabía subsistir a la antigua usanza, al modo de sus antepasados), ante esa certeza afortunada y bajo un consenso absoluto, regresaron dichosos a la vida errante y a la actividad recolectora, abandonando las casas y los campos de cultivo. Bajo la recolección y el nomadismo, la disposición lúdica brilla especialmente… También en esa línea se explica el tenaz desinterés de determinadas comunidades indígenas por la acumulación, por el excedente y por el comercio: se contentan con cosechar lo que necesitan para alimentarse. Y es proverbial el gusto de los pueblos nómadas por «la vida al día», sin cálculo, previsión ni atesoramiento. Por último, está en el talante de muchos individuos contemporáneos una suerte de incapacidad caracteriológica para arrinconar la disposición lúdica y, por ejemplo, dejarse sepultar en un empleo, comportándose como meros «hombres económicos» (pensando, entonces, en el salario, el ahorro, el consumo, la inversión, la ganancia…). Estos seres las más de las veces hollarán la sugerente senda del «trabajo mínimo», o buscarán otras vías, sin duda arriesgadas, para escapar del salario y desatar su potencial de existencia lúdica. También yo llevo toda la vida recorriendo ese camino, que me abocó finalmente a la agricultura de subsistencia y, después del final, pues todo final es un nuevo comienzo, a la recolección sistemática y rigurosa: en nombre de la razón lúdica, lo crucial para mí era no dejarme explotar y no tener que obedecer…

En todos estos casos se manifiesta la prevalencia de la disposición lúdica: se buscan los medios de subsistencia de una manera alegre, positiva, optimista… Pero como, a pesar de todo, en esa labor cabe la fatiga, el cansancio, que no siempre es muy «feliz», uno busca la manera de castigarse lo menos posible; y entonces amplía conscientemente, de forma paralela, el tiempo y el margen para el resto de las ocupaciones, tareas que no merecen vincularse a la palabra «ocio» sino que se aprehenden mejor bajo el rango de «actividades plenamente humanas» —en las que el juego, lo lúdico, y aquí quería llegar, acampa por completo de nuevo.

Estamos tan intoxicados por la racionalidad estratégica, que nos dejamos embaucar por la demagogia política más extendida, de raíz decimonónica, y terminamos aceptando una patraña: que la economía y el poder manifiesto, la producción y la gobernabilidad, son los verdaderos pilares de la existencia humana… A lo sumo, para los “huecos”, para los “intersticios” que se abrían entre los tiempos de la servidumbre laboral y de la obediencia política, admitimos el campo (menor, secundario, accesorio) del “juego”. La responsabilidad del marxismo en esta idolatría de la Producción y del Estado es inmensa, como denunciara en su día J. Baudrillard (El espejo de la Producción o la ilusión crítica del materialismo histórico). Pero cabe invertir, exactamente, los datos del problema: sobre el suelo de la potencialidad lúdica del ser humano, mediante la violencia y la coacción, se implantó el infierno de la racionalidad productivista y burocrática.

“El niño gitano aprende jugando en el trabajo”, decía J. M. Montoya; y me ha gustado recordarlo cientos de veces. Quería decir que hay en su pueblo, o que había, una forma de jugar que está mezclada con el aprender sin escuela y con el trabajo no alienado, el trabajo autónomo. Lo que quería significar, y esto vale para todas las formaciones socio-culturales que mejor se han resguardado del Capitalismo, es que el juego está en todas partes y que lo lúdico es, en algún sentido, enemigo de aquello que no es el trabajo libre (sino que aparece como trabajo esclavo, en dependencia) y enemigo del aprendizaje que no es el aprendizaje natural, informal, comunitario (porque deviene aprendizaje en la Escuela). Cabría admitir, entonces, que en lo lúdico late una instancia negadora del empleo y de las aulas, un principio de derrocamiento de la majestad del salario y de la soberbia de la educación administrada…

He podido percibir esa secuencia en los entornos rural-marginales que habité y, en la medida en que se me permitió acercarme, en los ámbitos indígenas menos mixtificados por la globalización capitalista. Es la sensación de que, allí donde la autoconservación no supone extracción de la plusvalía y donde la educación no murió en la Escuela, y tanto aquella labor como este aprender pasan naturalmente, por así decirlo, a los pulmones, el juego también se “respira”; y, de un modo completamente espontáneo, no reglado, se disuelve en esas esferas. Y entonces vemos niños que se supone que están trabajando; pero no están trabajando, que están jugando. Que se supone que están jugando y no están solo jugando, porque están aprendiendo.

Esta fusión del juego con áreas que podemos considerar “libres” se pierde en el Occidente capitalista. Y ahora, una vez que la asociación se truncó, en parte porque volvimos a utilizar esa “hacha” epistemológica que segmenta y parcela, que divide para pensar, queremos re-insertarlos, re-fundirlos; y llevamos un juego desnaturalizado y no-libre a las escuelas (donde la educación tampoco se da en libertad), y llevamos el juego servil al cautiverio del empleo, donde la labor nunca es autónoma, para hacerlo más “soportable”, más “tolerables”, más “humano”. Y llevamos un juego risible y tontorrón, romo y adaptativo, a los hospitales, a los psiquiátricos, a las cárceles, a todas partes… Y se recompone así cierta nefasta armonía: juego no-libre, reglado y supervisado, para un trabajo de esclavos y para un aprendizaje de prisioneros a tiempo parcial.

No era la rebeldía, como soñó M. Bakunin, lo que, en cierto modo, habría estado en la supuesta esencia de la especie humana. No, no era la insumisión. Cerca del ser de las gentes, y que se me perdone este “naturalismo” retórico, hubo otra cosa, más difusa, inconcreta, poco complaciente: lo que quizás sí dio la impresión de rondar en algún momento la genericidad de los seres humanos fue el juego libre. Cada vez más maniatado, menos orgulloso, encogido y hasta avergonzado de sí, el juego sigue estando en el quehacer de casi todos los hombres y casi todas las mujeres sobre la Tierra; y continúa instalado en el centro de la cotidianidad de todos los niños. Pero este juego en parte sofocado, en parte reprimido, ¿alcanza a ser tan peligroso como la rebeldía? Respondo que sí. Que más peligroso todavía… Porque la rebeldía no está dada; “debe ser deseada”, como decía M. Stirner. Y el juego libre sí parece estar dado, como confirman nuestros niños todos los días…

Y el juego libre es peligroso porque, de alguna forma, da la espalda a todo aquello que nos mueve a nosotros, los inoperantes, inactivos, desactivados, reproductivos “ciudadanos”, meros artífices carnales del Capitalismo. Da la espalda a la razón económica, en la que nosotros nos desvivimos (“¡Trae dinero a casa para comprar! ¡Trabaja y déjate explotar para traer dinero a casa!”). Saca también la lengua a la razón política, esa que, inversamente, nos desvive (“¡Cree! ¡Vota! ¡Milita! ¡Organízate!”). Porque en el juego libre no entra la economía, ni la política; y porque esa disposición no congenia con la “razón instrumental”, pues se repliega sobre algo distinto y distante, que nos atrevemos a designar “razón lúdica”.

Cabe todavía concebir la vida como la oportunidad para el juego en libertad… Orientar la vida hacia el juego libre quiere decir procurar inventar un devenir biográfico que no obedezca, o que obedezca menos, a la Ratio, a la lógica, a la gramática, al lenguaje; quiere decir aspirar a forjarse un universo propio, con significado, con sentido. Y, desde ese devenir y ese universo, capacitarse para denegar el orden temible, universal, global, de un Capitalismo que se presume definitivo.

Solo que, así como malbaratamos la “economía”, en el sentido, si cabe, “noble” de la palabra (autoconservación personal y comunitaria); y así como degradamos la “política”, igualmente en la acepción “digna” de la expresión, que suena casi a anti-política (gestión comunitaria de los asuntos públicos), y para “auto-gobernarnos” tuvimos que votar y esperar a votar; también del mismo modo hemos corrompido el juego y, para jugar, tenemos cada vez más que comprar, adquirir juguetes, caer en el espacio del ocio, de la recreación, hundirnos en las redes del mercado y del Estado… Economía, política y juego fueron envenenados por el Capitalismo hasta un punto en el que el retorno es difícil. Nada que esperar de la economía, nada que esperar de la política; todavía un poco que anhelar por el lado subversivo de la razón lúdica…

Lado subversivo que linda desde luego con la poesía, pero con la poesía que no se comercializa y dejando a un lado a todos los poetas; que linda con la locura, pero no con esa demencia que se cura en el manicomio o con ingesta de barbitúricos, sino con aquel maravilloso extravío que no se cura nunca y que nos regala una forma superior de vida; que linda con el arte, pero no con el arte de las exposiciones, de los museos, de los artistas, narcisistas y mitificados, sino con el arte combativo de retomar de verdad las riendas de nuestra existencia, decidiendo hacia dónde y de qué manera avanzamos. Todavía un poco que anhelar… Y defensa adolorida de la Razón lúdica.

5. JUEGO Y CAPITALISMO

5.1. La “ofensiva” contra el juego libre: mercado, poder y ciencia

¿Por qué hablo de “defensa” de una Razón lúdica sustancialmente subversiva? Porque hay fuerzas que operan en sentido contrario y quisieran llevar lo lúdico al lugar de la reproducción social, a los enclaves de la perpetuación del Capitalismo. Son el mercado, el poder y la ciencia; y, por debajo de estas tres instancia, la pedagogía: pedagogía de mercado, pedagogía para la adaptación y la inclusión socio-políticas, pedagogía avalada por la ciencia más acomodaticia…

Siendo difícil y acaso innecesario “definir” el juego (“toda definición es una cárcel”, se ha dicho), sí cabe, tras caracterizarlo, denunciar qué es lo que se hace con él. En concreto, denunciar los mencionados tres avances sobre el juego: el mercado arrastró el juego al terreno del “juguete”, y creó una industria alrededor; el poder se acercó al juego para utilizarlo en función de intereses concretos, ya fueran conservadores o transformadores, y generó juegos fascistas, juegos comunistas, juegos democráticos; la ciencia empezó a hablar del juego para instalar también esa actividad, esa afición, ese proceso, en su campo específico —la “investigación”, ideológicamente orientada y bajo regulación política—, auto-glorificándose de paso y legitimando, como acostumbra, el status quo.

El resultado de esta triple acometida ha sido, o está siendo, una reducción progresiva de las ocasiones para el juego libre, que se verá literalmente “arrinconado”; una producción masiva de juegos y juguetes estrictamente “reclutados”, adaptativos, justificadores de los modelos sociales y de las formas políticas establecidas (pensemos, por ejemplo, en la difusión mundial del “Monopoly” o en el éxito incontenible de los actuales videojuegos competitivos o agonales); y una cancelación del protagonismo tradicional del jugador en la dinámica lúdica, pues, de un tiempo a esta parte, el papel determinante recaerá en el ingeniero, en el diseñador, en el político, en el legislador, en el educador, en el animador y, en la base de todo, en el pedagogo.

Especializada en la reforma moral de la infancia y de la juventud, poderoso agente subjetivizador, la pedagogía, sirviendo al mercado, al poder y a la ciencia, encerrará el juego en su esfera propia, que es por un lado el niño y por otro la educación administrada. Tomará la palabra sin descanso, pues sabido es que del juego no hablan nunca los jugadores, no hablan los niños. Sobre el juego hablan, en primer lugar, aquellos “profesionales” que han encontrado ahí un medio de vida, personas que se dedican a “hacer jugar”, a reeditar el juego, a inculcarle valores “educativos”, etcétera. Del juego hablan, ante todo, los pedagogos… Y a nadie escapa la iniquidad de sus fines: adoctrinamiento difuso, diseño de la personalidad de los ciudadanos…

Mención especial merece, en este punto, el llamado “juguete educativo”. En él se mezclan y confunden las dos instancias principales de corrupción del juego libre: el mercado, puesto que este juguete se compra y exige por tanto la venta de la capacidad de trabajo del adquiriente, y el poder, ya que lleva incorporada precisamente la pedagogía como un medio de domesticación social, de inculcación de determinados valores. Y ha habido juguetes que educaban en el cristianismo, otros que formaban para el fascismo, algunos ideados para “conscienciar” al estilo comunista, muchísimos hoy para la propagación de la democracia y el ciudadanismo universal… Recuerdo, a propósito, un “pequeño poema en prosa” de J. Baudelaire, titulado “El juguete del pobre”. Me permito recrearlo… Un niño encuentra una rata, quizás enferma. Se apiada de ella. Le prepara una jaula. Le pone comida, le pone agua y la lleva consigo a todas partes. Juega con ella, la acaricia, la toca, la mueve, la estimula… Se para un día, con su mascota, ante la verja de la casa de un niño rico, que debe tener muchos juguetes de esos que se compran, de esos que se dicen “educativos”. Y el niño rico se queda asombrado ante el juguete del pobre: “¿Qué es eso? ¿Cómo lo conseguiste? ¿Me lo dejas?”. Y el niño pobre sonríe porque sabe que el rico nunca podrá acceder a ese género de juguetes… La rata es aquí “el juguete del pobre”, porque los niños pueden jugar con cualquier cosa, todo puede ser en su imaginación una herramienta para lo lúdico. Pero el “juguete educativo” constituye una perversión lanzada por los adultos sobre el mundo de los menores…

El Capitalismo sorprendió un peligro, una fuente de inquietud, en el juego genuino, indomable; y lo atacó con todas sus fuerzas. Porque persistía el juego libre, se daba un componente lúdico en las maneras en que las gentes se procuraban los medios de subsistencia, ya mediante sus parcelas familiares, ya recurriendo al cultivo cooperativo, ya a través de la recolección… Era lúdica la disposición con que se afrontaba dicha tarea, que no se sentía como molestia ni como oprobio y de la que dependía la reproducción del grupo familiar, del clan, de la tribu. Nada parecido a lo que ocurriría más tarde con la generalización del salario…

El Capitalismo prácticamente universalizó la propiedad privada y el trabajo remunerado; y, desde entonces ya no hay alegría, no hay disfrute, en la forma que tienen los obreros de acercarse a la fábrica o los campesinos de acudir a la finca donde laburan a cambio de un jornal. A partir de ahí, la labor de la sobrevivencia, que incluye todo lo necesario para mantenerse y para conservar la salud, deja de ser placentera, deja de ser lúdica.

Donde aún quedaba una actitud lúdica vinculada a la reproducción social, el Capitalismo la atacó: quiso llevar el juego al mismo terreno que llevó la tierra. Y así como llevó esta al mercado, creando “propiedades privadas”, y también a la política, instituyendo circunscripciones, jurisdicciones, Estados; del mismo modo arrastró el juego al mercado (generando la industria de los juguetes, la industria del ocio, la industria de la recreación) y, paralelamente, a la política, donde, armado de pedagogía, será utilizado para fines de gestión de las poblaciones. La “historia del juguete” ilustra perfectamente este aspecto, registrando una suerte de “pulso” entre los juguetes artesanales y populares, confeccionados muy a menudo por los propios niños, que escapaban admirablemente de las garras del comercio y que acompañaron a la razón lúdica a lo largo de todos los tiempos, y esos otros juguetes más sofisticados, dotados de elementos mecánicos en ocasiones, que circulan por ambientes aristocráticos y no son inmunes a las mordidas del mercado. A partir de la Revolución Industrial, el pulso se decide en el sentido más nefasto, con la invasión de los juguetes industriales, primero de hojalata, luego eléctricos, después de plástico y hoy de índole telemática y digital. Masificados, testimonian también su apresamiento político-pedagógico bajo el Capitalismo con la explosión de los “juguetes educativos”…

Y es que el juego libre, el juego genuino, siempre fue sentido por el Capital como un enemigo: para nada le servía la estampa de un gitano cantando mientras recolecta, o la labor de una campesina que se engalana, se arregla, se pinta, se pone sus mejores ropas para ir al huerto o a la milpa, donde la espera la Madre Tierra… La racionalidad lúdica que asiste a esas dos escenas atenta contra la esencia misma de la formación social capitalista…

5.2. Juego servil y demofascismo bienestarista

El juego, como la educación, “pasa”, “ocurre”, “acontece”. Los niños, pero no solo los niños, juegan y juegan. El juego es ambivalente; puede tender a soldar o a des-soldar, a adaptar o a des-adaptar, a reproducir o a resistir. En este sentido, ahí no veo mayor problema… El problema aparece cuando entran en escena los “profesionales” que hablan y viven del juego. Como “burocracias del bienestar social”, actuarán a modo de publicistas y catequistas del Estado, difundiendo y profundizando ese fundamentalismo de la Administración que tan bien se disfraza de laicismo. Como “agentes bienestaristas”, pasarán el juego por la criba del Estado Social de Derecho y utilizarán la selección resultante para “dulcificar”, en sentido demofascista, la Escuela, el Hospital, la Fábrica, la Cárcel, el Cuartel,…

El interés por “ludificar” esas instituciones es, en efecto, un interés característicamente “demofascista”, tendente a hacer más soportable la dominación, tolerables las estructuras de encierro, admisibles el despotismo y la jerarquía, hegemónica la razón burocrática. La introducción del juego allí donde se registran “estados de dominación” (en los “aparatos del Estado”, que decía L. Althusser, o en las “instituciones de la sociedad civil”, en expresión de A. Gramsci) contribuye a que el ejercicio del poder se torne menos cruento y a que la autoridad se invisibilice; y, por ello, el Estado ha reclutado a estos “técnicos de la recreación”, a fin de que diseminen una cierta adulteración del principio lúdico (afín a lo que denominamos “juego servil”) por todas sus agencias. Simple tecnología de la subrepción, si bien no meramente “cosmética”, la dulcificación-ludificación de las instituciones y de las prácticas socio-políticas optimiza la reproducción del sistema capitalista y coadyuva a la domesticación integral de la protesta.

Pero he escrito “demofascismo bienestarista”… Si, para alcanzar una visión más completa de la teoría del demofascismo, remito a mi ensayo El enigma de la docilidad, para denunciar el aprovechamiento “bienestarista” de los beneficios del juego cabe recuperar las tesis de I. Illich en torno a la gestión política de las “necesidades”. La “necesidad originaria” de jugar, sentida por todos y en especial por los menores, “tratada” por el Estado Social, nos es devuelta como “pseudo-necesidad” de consumir elaborados lúdicos institucionales o mercantiles, siempre serviles, siempre adaptativos y reproductivos (juguetes educativos, ludotecas, animadores socio-culturales, programas recreativos,…); y lo que podría estimarse “derecho al ocio” deviene “restricción de la libertad de jugar”: al mismo tiempo que los niños son “encuadrados” metodológicamente para jugar y “socializarse jugando”, bajo una regulación institucional, se restringen a consciencia las posibilidades del juego libre, espontáneo, auto-motivado —pérdida de la calle, prolongación del encierro escolar, inspección y vigilancia “legal” de los juguetes, reglamentación de las actividades recreativas, etcétera.

Mediante estos dos pasos (de la necesidad a la pseudo-necesidad y del derecho a la restricción de la libertad), lo que se sanciona es el control administrativo de la esfera lúdica, con una persecución-exclusión del “juego libre” y una sobre-producción y sobre-difusión del “juego servil”, del juego reglado, pedagogizado, institucionalizado, mercantilizado. Como en los casos de la educación, de la salud, de la vivienda, del transporte, de la seguridad, del empleo, etc., esta profunda intromisión del Estado en el ámbito de las necesidades humanas genera la cancelación de la comunidad como enclave de autonomía y de auto-organización y la máxima postración del individuo ante los servicios de la Administración, alcanzándose una dependencia y un desvalimiento absolutos, una inhabilitación clamorosa y casi una toxicomanía de la protección gubernamental.

Ineptos para gestionar nuestra salud sin caer en las redes de la medicina envenenadora, para educarnos sin padecer el encierro adoctrinador, para movernos sin avalar sistemas de transporte que aseguran la ruina de nuestros cuerpos, para garantizar la tranquilidad en nuestros barrios sin arrodillarnos antes una policía peligrosa, etcétera, ya casi tampoco somos capaces de jugar sin comprar, sin obedecer, sin dejarnos bombardear por mensajes adaptativos subliminales, sin reforzar nuestra dependencia de las instituciones y nuestros lazos oprobiosos con el Estado.

Herida de muerte, la razón lúdica nada quiere saber de un bienestar cuyo precio se fija en docilidad y en trabajo asalariado. Porque los servicios y la tutela del Estado se pagan con la moneda de la libertad.

6. MÁS ALLÁ DEL “JUEGO REPRODUCTOR”: TOPOLOGÍA DE UNA RAZÓN LÚDICA SUBVERSIVA

6. 1. Juego reproductor

1. Para identificar, con toda precisión, el tipo de juego que cabe caracterizar como “reproductivo”, sobra con ojear la producción científica en torno al asunto. En las obras de los psicólogos, de los sociólogos, de los historiadores, de los investigadores académicos en general, se dibuja una interpretación del juego y de sus “bondades” que subraya su funcionalidad de cara a la adaptación social satisfactoria de los menores. El juego sería como una “herramienta” imprescindible para el desarrollo psicológico, cognoscitivo y socio-cultural de los niños… Propendería, de algún modo, la aceptación del mundo que le sirve de contexto, la asunción del orden social bajo el que se despliega. A este respecto, cabría retomar la crítica de J. Ellul a los planteamientos de M. Montessori: ¿Qué hay de “positivo” en una instancia (la Escuela, lo mismo que la actividad lúdica reproductiva) encaminada a facilitar la “integración” de la población, procurando hacer más dichosas, más felices, a unas gentes que, si atendemos a los rasgos objetivos de la sociedad en que se desenvuelven (injusta, opresiva, destructora), deberían sufrir intensamente, hundiéndose en el desasosiego y en la negatividad?

No solo se asiste a un “avance” de la ciencia contra el “juego libre”, procurando limar sus aristas críticas; también se invita a los adultos, a los terapeutas, a los padres, a los hermanos mayores en ocasiones, a intervenir en la esfera lúdica reglada, siguiendo las pautas de los científicos…

En razón de esta connivencia profunda, y como señalara en su día J. Huizinga, las sucesivas interpretaciones sobre el juego, emanadas desde el campo científico, pueden perfectamente sumarse las unas a las otras, insertándose en una lectura superior abarcadora. Cada autor subraya un aspecto, desarrolla una cuestión, aporta este o aquel matiz, pero siempre en la aceptación del terreno de juego establecido, sin cambiar el tablero y apenas moviendo piezas secundarias, por expresarlo de esta forma.

Esta índole complementaria de las aproximaciones académicas a la dimensión lúdica queda muy bien reflejada en la panorámica que nos ofrece A. Cabrera Angulo. No solo cabe conciliar perfectamente las distintas perspectivas, sino que, en determinados aspectos, llegan a solaparse, a superponerse:

“El foco de atención se ha centrado en cuatro funciones del juego: 1) las intrapersonales (capacitación personal para el desenvolvimiento social, desarrollo cognoscitivo de la propia individualidad, ejercitación de las facultades de exploración y compresión del mundo, adiestramiento en el dominio de conflictos, satisfacción de deseos…); 2) las biológicas (desarrollar habilidades básicas necesarias, liberar energía excesiva, relajarse, estimulación cinestética, ejercitar físicamente el organismo); 3) las interpersonales (desarrollo de las habilidades sociales y separación e individuación ante los grupos); 4) las socioculturales (imitación de papeles sociales, asunción de roles, reproducción de los caracteres sociales dominantes)”.

Y las teorías psicoanalíticas, desde S. Freud, enfatizarán el papel del juego en el desarrollo emocional del niño. Nos hablarán de su “función catártica” (exteriorización de sentimientos negativos, asociados a eventos traumáticos), del modo en que permite al menor asimilar y superar experiencias desagradables, confrontar frustraciones de su vida social, etcétera. El juego aparecerá siempre como un “medio de expresión”, ya de necesidades, ya de instintos, ya de deseos inconscientes, ya de conflictos emocionales. Obedeciendo al “principio del placer”, y desde la asunción por el niño de su “irrealidad” (suspensión de lo real a fin de propiciar una resolución simbólica de los problemas), el juego actuará como una herramienta casi “reparadora” de crisis e inestabilidades psíquicas, al tiempo que suscita una aproximación experimental al orden social vigente.

Esta orientación, con gran predicamento en la década de los ochenta (investigaciones de Neubauer, Moran, Arlow, Cohen, Gavshon, Ostow, Solnit, Laub, etcétera), suele resolverse en un conjunto de “recomendaciones” a los padres, a quienes se asigna un cometido doble: la “mediación” en los juegos y el establecimiento de “límites” —restricciones estimadas imprescindibles para el desarrollo de las capacidades adaptativas de los niños. Y se les instará entonces a incrementar su receptividad y buena disposición ante las actividades lúdicas de sus hijos; a estimular sistemáticamente los juegos en los que se expresan fantasías, facilitando así un desarrollo armónico de las nacientes estructuras psíquicas antes de que se establezca la “barrera de la represión”; a conciliar la exigencia de la “supervisión” con la manifestación de sentimientos de complicidad y de placer en la interacción lúdica, etcétera.

Dentro de esta corriente, R. Eifermam, en 1987, analizó los “juegos con reglas”, sujetos a procesos de transmisión y de recreación análogos a los de los mitos y cuentos de hadas. Para este autor, en tales juegos se “expresan” las fantasías, los impulsos creativos y los conflictos del niño ante los sitemas de pautas. En el caso de los niños mayores, y más allá de ese papel “expresivo” remarcado por toda la tradición psicoanalítica, el juego reglado puede servir también para el ocultamiento de los dilemas, angustias y ansiedades desencadenados por el conjunto de las normas y de las convenciones imperantes.

Desde la teoría de la comunicación, G. Batenson, a mitad de siglo, recalcará la índole “paradójica” del juego: los niños elaboran primero los marcos y contextos del juego, para evidenciar que los participantes ingresan en un mundo “no real”, en el que solo serán admitidas determinadas conductas; a partir de ahí, se esfuerzan por “hacer creer”, por conferir verosimilitud a cuanto acontece, en un acto de comunicación a varios niveles que les permite descubrir y vigilar sus propias identidades, acceder a los caracteres de los otros jugadores, comprender el significado real de los objetos y de los actos involucrados en la ficción lúdica. Desde 1955, y en parte por la influencia de los escritos de Batenson, ha ido creciendo el interés por los aspectos comunicativos y metacomunicativos del juego.

Corresponderá a la perspectiva neoconductista, en el marco de una atención prioritaria a las utilidades del juego para el desarrollo social, apelar directamente al papel de los padres, de los maestros, de los adultos en general, en el estímulo y en la expansión de las tan “benéficas” actividades lúdicas. Como, desde este punto de vista, el juego enseña a los niños habilidades sociales necesarias y les proporciona competencias y conocimientos sociales asimismo imprescindibles; como las actitudes y capacidades requeridas y desarrolladas por el juego —no menos que los roles que en él asumen los participantes— se erigen en “facilitadores” del desarrollo social; toda una hueste de investigadores nos hablará sin descanso de los modos y ventajas de aquella aplicación de los adultos (madres, padres, hermanos mayores, familiares, amigos, maestros) en la esfera lúdica. Esta “intervención”, reclamada y casi normatizada, será entendida como estímulo, “influencia” y, a fin de cuentas, “conducción”… Autores como Radke-Yarrow, Bandura, Skinner, Hoffman, Copple, Siegel y Saunders, etcétera, nos propondrán que, a través de “reforzamientos” (“positivos”, como la atención, la aprobación y el afecto; y “negativos”, tal el castigo), “moldeamientos” (servir de “modelos”, suministrar referencias dignas de imitar) e “instrucciones” (concretadas en métodos diversos, entre los que se halla el “distanciamiento”, que ubica al menor en un horizonte hipotético, separándolo de su realidad concreta, de su “aquí y ahora”, y la “explicación”, adaptada a su nivel de desarrollo social y cognitivo), nos impliquemos, activa y conscientemente, en el universo lúdico de los niños, de lo que se seguiría un bien para los menores y un impulso al desarrollo social.

Muy considerable ha sido la influencia de las teorías cognoscitivas a la hora de interpretar el juego. J. Piaget, por un lado, y L. S. Vygotski, por otro, aparecen como autores de referencia en esta línea de investigación.

Para Piaget, los niños atraviesan diferentes etapas cognoscitivas hasta alcanzar los procesos de pensamiento propios de los adultos. A cada nivel de desarrollo corresponde un tipo de juego, de experiencia lúdica, por lo que tendríamos tres clases de juego asociadas a tres fases evolutivas del pensamiento: el juego como simple ejercicio, el juego simbólico y el juego reglado. En la “etapa senso-motriz” (desde el nacimiento a los dos años) el niño aprende a través de la actividad, la exploración y la manipulación constante. En esta fase, los menores se ven envueltos solo en “juegos de práctica o de ejercicio”, que consisten fundamentalmente en la repetición de movimientos físicos, no pudiendo participar en juegos de simulación o dramatización. En la “etapa pre-operativa” (de los dos a los seis años), el niño representa el mundo a su manera y actúa sobre tales representaciones como si creyera en ellas; es la fase de inicio del “juego simbólico”, en la que el menor se prodiga en imágenes, expresiones y dibujos fantásticos. En la “etapa operativa o concreta” (desde los seis o siete hasta los doce), la comprensión todavía depende de experiencias inmediatas con hechos y objetos y, aunque ya se han asumido ciertos procesos lógicos elementales, no se vincula a ideas abstractas o hipotéticas. A partir de los doce años, se entra en la “etapa del pensamiento operativo formal”, en la que el niño ya es capaz de razonar de manera lógica y gusta de formular y someter a prueba tipos diversos de hipótesis y de abstracciones. En esta fase, el “juego reglado” alcanza su máxima expresión.

Con este esquema evolutivo, J. Piaget inserta el asunto del juego en su teoría general. Para él, los actos biológicos son procesos de adaptación al ambiente físico y a las organizaciones del medio. Como, en su opinión, la mente y el cuerpo no funcionan de forma independiente, la actividad mental estaría sujete a las mismas leyes que rigen, en general, la actividad biológica. Por ello, los actos cognoscitivos pueden contemplarse como actos de organización y adaptación al medio; y es en este contexto en el que cobra importancia el juego. Pero el niño no aprendería nuevas habilidades cuando juega: estaría, más bien, practicando y consolidando las habilidades recién adquiridas. Es decir, en el juego no dominaría el proceso de la “acomodación” (modificación de esquemas como resultado de nuevas experiencias), sino el de la “asimilación” (ubicación de nuevos objetos y experiencias dentro de esquemas pre-existentes). Concibiéndose el desarrollo como una interacción entre la madurez física (organización de los cambios anatómicos y fisiológicos) y la experiencia, la acción y la resolución autodirigida de problemas se hallaría en el centro del aprendizaje y de la evolución; y ahí, como un balance o desequilibrio entre los procesos de “acomodación” y “asimilación”, volcándose sobre los segundos, aparece, con toda su importancia, el juego, imprescindible para la consolidación de las habilidades que se van adquiriendo progresivamente.

Sin romper de un modo rotundo con la teoría general de J. Piaget, la llamada “escuela soviética”, con L. S. Vygotski en primera línea, sí introduce algunas correcciones y matizaciones decisivas. El juego se percibe como un fenómeno de tipo social, cuya comprensión debe rebasar el ámbito de los instintos y de las pulsiones internas e individuales. Al lado de la línea evolutiva biológica (preservación y reproducción de la especie), el ser humano se ve constituido también por una línea evolutiva socio-cultural (organización propia de una cultura y de un grupo social). A través del juego, entonces, el niño no solo actúa sobre su entorno concreto, en un dinámica absorbida por su mero ser individual: al contrario, así como interacciona con otras personas, adquiriendo roles o papeles sociales, lo hace con la cultura en su conjunto.

Desde esta posición, que subraya los aspectos afectivos, motivacionales y circunstanciales del sujeto, cabe reprochar a J. Piaget un cierto “reduccionismo”, un relativo encierro en lo meramente cognitivo… Frente a su “teoría psicogenética”, y admitiendo la ampliación del enfoque propuesta por L. S. Vygotski, un conjunto de autores han cultivado la teoría cognoscitiva desde una visión netamente histórico-cultural. Se centran en aspectos concretos o ponen de relieve circunstancias particulares, sin alterar los marcos de esta variante histórica, social y cultural del “constructivismo” cognoscitivo. Y Bruner destaca que el juego promueve la creatividad y la flexibilidad, ya que en él los niños no se obsesionan con lograr una meta definida. De este modo, se capacitarían para afrontar y resolver problemas imprevistos en la vida real. Y Dansky se interesa especialmente por los juegos de “hacer creer”, capaces de incrementar la creatividad y la divergencia en el pensamiento. Y también Sutton-Smith valora muy positivamente las transformaciones simbólicas vinculadas al “como si” de todos los juegos de “hacer creer”: flexibilizan el pensamiento del niño y lo resguardan de tópicos y asociaciones mentales convencionales. Y Pellegrini y Wolfgang ensalzan todavía más estos juegos, sosteniendo que incrementan la capacidad lingüística, la habilidad lecto-escritora e incluso la comprensión de la historia. Etcétera.

Alrededor de estas cuatro grandes corrientes interpretativas del juego (psicoanalítica, comunicativa, neoconductista y cognoscitiva), que, como hemos visto, se complementan en muchos aspectos y resultan hasta cierto punto conciliables, encontramos un sinfín de teorías mixtas y algunos planteamientos en cierto sentido “singulares”, cuya revisión acentúa aquella sensación de un gran consenso de fondo, de un gran acuerdo en la dirección de un concepto “reproductivo” de la actividad lúdica. De una forma un tanto desordenada, saltando en el tiempo hacia adelante y hacia atrás, podemos cerrar esta reseña de la aproximación “cientificista” al juego recordando algunos nombres…

Siguiendo los postulados de Darwin, Karl Groos (1902) atendió al juego como preparación para la vida adulta y la supervivencia. Su “tesis de la anticipación funcional” ve en el juego un “pre-ejercicio” de funciones necesarias para etapas posteriores de la vida. De ese “pre-ejercicio” nace el símbolo, muy importante para el desarrollo de la capacidad de abstracción del menor. En 1855, Spencer relaciona el juego con el “exceso de energía”: como las necesidades de los niños son satisfechas por otros, estos requieren de un medio para liberar y dar rienda suelta a la energía acumulada. En 1904, Hall propuso una curiosa teoría “evolucionista”: el niño, desde que nace, va realizando a través de sus juegos una suerte de “recapitulación” de la historia natural de la especie humana (un animal, al principio; luego, un salvaje; un civilizado, finalmente). En 1935, Buytendijk contradice a Groos y se representa el juego como una plasmación de características propias y distintivas de la infancia, muy diferentes de las que se manifiestan en la edad adulta —entre estos rasgos específicos de la niñez se hallaría el deseo de autonomía. Un año antes, Claparede remite la diversidad del juego a la forma de interactuar de cada persona concreta, tal una actitud de cada organismo dado ante la realidad. Por las mismas fechas, Bühler sitúa en el placer la esencia del juego. En 1980, Elkonin, representante de la “escuela soviética”, remarca que en la acción lúdica el niño pretende resolver deseos insatisfechos mediante la creación de una situación fingida. En el juego, actividad fundamentalmente social, el niño se conoce a sí mismo y a los demás. Un año después, Smith y Robert presentan la “teoría de la enculturación”: los valores de la cultura se expresan en los juegos de los niños y mediante ellos se internalizan. Bronfenbrenner, con su “teoría ecológica”, describe los diferentes niveles ambientales o sistemas que condicionan el juego. Winnicott nos habla de la “seriedad” de los niños al jugar, de los “objetos transicionales” vinculados al juego que permiten reconciliar la realidad con el mundo interno, de cómo mediante la actividad lúdica el niño se va separando de la madre y adquiriendo conciencia de su propia capacidad de creación autónoma y de control de la realidad. G. Mead analiza el juego como una de las condiciones sociales en las que emerge el “Sé” y empieza asimismo a definirse el concepto del “Otro”. Etcétera.

2. Un caso paradigmático de la neutralización teórico-política del juego lo constituye “Homo ludens”, de J. Huizinga. Este reclutamiento “reproductor” de la actividad lúdica no es incompatible con la circunstancia de conferirle un protagonismo inmenso en la esfera de la cultura y hasta la más soberbia de las centralidades en una postulada “esencia” de lo humano. La definición de “juego” propuesta por este autor, que pretende incluir todas las modalidades de lo lúdico, se halla interesadamente volcada sobre el juego reglado, el menos libre de los juegos; y puede por ello privilegiar la “competencia” como uno de sus rasgos fundamentales. En Huizinga, el juego es a-lógico, a-económico y a-político, en cierto sentido; pero, a pesar de ello, ya no conserva ningún aspecto inquietante, denegador, subversivo: antes al contrario, estando en la base de la cultura, se halla también vinculado, por ejemplo, al derecho, a la guerra, a la ciencia, a lo sacro, al arte… En su proceder analítico hay una suerte de “trampa” determinante: una definición “estratégica” de juego, con rasgos elegidos arbitrariamente (carácter reglado, encierro espacial y temporal, competencia entre los participantes, etc.) que parten del “acto de jugar” y que asimismo se dan en las restantes esferas de la cultura o de la actividad humana. Cuando alguno de los rasgos del juego, así entendido, se presenta también en otro ámbito o dimensión (“tensión”, “regla”, “misterio”, “como si”…), se considera que, más allá de la mera coincidencia o analogía, es el juego mismo el que, de algún modo, está incidiendo o está actuando, dejando su impronta, en la correspondiente esfera. De ahí que se magnifique e hiperbolice lo lúdico casi como motor o sustancia de la humanidad toda…

Para esto, fue necesario que Huizinga prácticamente desconsiderara el tipo de juego que a mí más me interesa: el juego sin reglas, cooperativo, en el que varias personas disfrutan juntas, “creando” y no siguiendo instrucciones, “inventando” y no obedeciendo, colaborando y no compitiendo…

He aquí los rasgos que el historiador y filósofo atribuye al juego, decisivos para su “hipervaloración reproductiva” de la actividad lúdica: libertad, “como si”, seriedad, desinterés, carácter “imprescindible”, índole “sagrada”, limitación o encierro espacial y temporal, repetición, orden, “tensión”, regla, asociación, misterio, faceta representativa o agonal (lucha), aspecto no-instintivo, “cósmico”, festivo,… De estos rasgos, yo acepto, pensando en el juego no-servil, la libertad, un circunstancial “como si”, el carácter eventualmente representativo, la seriedad, el desinterés, la tensión y la proyección cósmica. Y desestimo con fuerza su índole necesariamente “reglada”, “ordenada y ordenadora”, “limitada espacial y temporalmente”, “agonal”, “competitiva”…

El propio Huizinga, en el trance de resumir su caracterización del juego, para proponer una definición escueta, recapituladora, realiza una suerte de “selección” de los rasgos que, a lo largo de las páginas de Homo ludens, ha ido anotando. Requiere esa “selección” para avanzar en el sentido contrario al mío: el juego ya no va “contra” la sociedad y “contra” la cultura, sino que está en su esencia, en su fundamento, en su base —en el lenguaje, en el derecho, en la ciencia, en al arte, en la poesía, en la guerra… Como un “pantocrátor”, se halla en todas partes… He aquí su “definición”: “El juego es una acción u ocupación libre, que se desarrolla dentro de unos límites temporales y espaciales determinados, según reglas absolutamente obligatorias, aunque libremente aceptadas, acción que tiene su fin en sí misma y va acompañada de un sentimiento de tensión y alegría y de la consciencia de ser “de otro modo” que la vida corriente”. Pero si el juego, como yo lo percibo, es más una “actitud” que un mero “acto”, esos límites espaciales y temporales no existen, como tampoco las reglas; y solo así se entiende la posibilidad de una “disolución” del acto de jugar en una esfera más amplia e indefinida que contemple también el acto de trabajar y el acto de aprender…

En otro pasaje, Huizinga apunta: “El juego, en su aspecto, formal, es una acción libre ejecutada “como si” y sentida como situada fuera de la vida corriente, pero que, a pesar de todo, puede absorber por completo al jugador, sin que haya en ella ningún interés material ni se obtenga de ella provecho alguno, que se ejecuta dentro de un determinado tiempo y determinado espacio, que se desarrolla en un orden sometido a reglas y que da origen a asociaciones que propenden a rodearse de misterios o a disfrazarse para destacarse del mundo habitual”. ¡Para nada el juego genuino, no avasallado por el poder o el capital, se desarrolla en un “orden sometido a reglas”, para nada se halla “limitado” o crea “asociaciones misteriosas propensas al disfraz!

3. Más allá del caso de J. Huizinga, hay una dificultad, estimo que insalvable, en todas las teorizaciones psicológicas, sociológicas, biológico-cognitivas, en torno al juego. Ya que proceden de ciencias experimentales, orgullosas de sus basamentos empíricos y de sus ortodoxias metodológicas, cabe preguntarse si su “campo de observación” ha sido suficientemente amplio, lo bastante “completo”; si las “muestras” a partir de las cuales alcanza sus conclusiones validan afirmaciones tan “genéricas”, con presunción de “universalidad”. Por ejemplo: J. Piaget, para alumbrar su psicología evolutiva del niño, con tantas fases y etapas, con tantos procesos de transición y de discontinuidad, etcétera, ¿incluyó en su “mesa de pruebas”, en su “banco de datos”, en su “territorio de análisis”, los comportamientos y las actitudes de los niños de los grupos sociales subalternos; de los menores de los colectivos “marginales”, que no se dejan interrogar ni mucho menos “estudiar”; de los infantes de los grupos nómadas, perfectamente ágrafos; de los niños de las otras culturas (orientales, islámica, del África Negra, de los pueblos originarios latinoamericanos…)? Me temo que no; me hallo persuadido de que esos estudios se han centrado mayoritariamente en el niño blanco occidental, e incluso en el niño de clase media occidental, por lo que no pueden “proyectar” o “extrapolar” sus conclusiones.

A esta primera dificultad se añade una segunda, complementaria. Imaginemos que J. Piaget, o L. S. Vigotsky, o cualquier otro, hubiera partido de una “muestra” de menores bien completa, extensa y rigurosa, con exponentes de todos los grupos sociales y de todas las culturas. Imaginemos que, a partir de ahí, obtiene sus tablas, sus periodizaciones, sus tesis… Imaginemos que tales conclusiones llegan a parecer “irrebatibles”, coincidentes con las sensaciones de la mayor parte de las personas, que su “efecto de verdad” es poderosísimo… En ese hipotético (y raro) caso, ¿las tesis sobre las etapas y la evolución psíquica del niño, en relación con el tema del juego, tienen que derivar irremisiblemente de un “en sí” de la infancia, de una suerte de genericidad o esencia, de una determinación establecida biológicamente, genéticamente, de un sustrato inscrito por necesidad en el “ser” de los menores, de todos los menores, al margen de las formaciones socio-culturales en las que se desenvuelven y de su distinto devenir en el tiempo? Porque, aunque admitiéramos que tales procesos son ciertos, incuestionables, siempre cabría suponer que no responden a cuestiones físico-biológico-psíquicas, constituyentes de una especie de “naturaleza” de los niños, sino que son fruto de las condiciones sociales, culturales, históricas que están afectando, en el marco de la globalización civilizatoria occidental, a casi todo infante sobre la Tierra.

Expuestos a una biopolítica global, que incluye una escolarización global, a unas tipologías de familia globales, a una interacción reglada global, a una ética global, a unos peligros globales y a unos engaños globales, los niños de todas las culturas se parecen cada día más y tienen unos desarrollos bio-psíquicos, unas estructuras caracteriológicas y unas mutaciones de la personalidad crecientemente convergentes, de alguna forma “dictados” por esas instancias socio-políticas comunes que se ciernen sobre sus vidas. No habría nada de “natural”, de “genético”, de “psico-inmanente” en los procesos de juego de los niños; y sí un resultado de las estrategias socializadoras del capitalismo mundializado. Las teorías tipo-Piaget podrían considerarse, entonces, etnocéntricas, “innatistas”, naturalistas…

4. “El saber es poder”, se dice sin cesar… Y, desde su refundación moderna, la Ciencia se ha plegado a los objetivos de la política. Hasta tal punto es así, que hoy nos hallamos literalmente saturados por una sobreproducción científico-política tendente a optimizar el rendimiento psicológico e ideológico del “juego reproductor”. Toda una publicística entusiástica se está dedicando a “cantar” las excelencias del juego (reglado, competitivo, servil, en la mayoría de los casos) y sus magníficos aportes a la “seguridad democrática”, a la “convivencia nacional”, a la “salud de las sociedades”, al “proyecto revolucionario”, etcétera. Aunque esta apologética burda del juego esclavo y esclavizante puede orientar su afán legitimador en muy diversas direcciones (desde el fascismo hasta el comunismo, pasando por todas las variantes cosméticas del liberalismo), se percibe hoy cierta hegemonía de las tendencias de filiación socialdemócrata, “reformistas” o “progresistas”, en la línea del Estado Social de Derecho. Como botón de muestra, podemos citar “Dimensión política del deporte y la recreación”, artículo de A. Córdoba Obando. Para este autor, “el deporte y la recreación son dispositivos que contribuyen a la consolidación de la seguridad democrática”. Elaborado desde la perspectiva de la gestión pública municipal (es decir, desde la Administración), el texto constituye casi una compilación de los “conceptos-fetiche”, de los eslóganes, de los eufemismos enmascaradores y de los tecnicismos ideológicos sobre los que se levanta la mitificación “social-reformista” del juego no-libre: “seguridad democrática”, “participación ciudadana”, “convivencia”, “progreso”, “diálogo interdisciplinar”, “DDHH”, “gasto público social”, “responsabilidad del Estado”, “equidad”, “inclusión social”, “desarrollo humano integral”, “poblaciones en condiciones de vulnerabilidad”, “universalidad de los derechos”, “incorporación de la población”, “soberanía popular”, “cumplimiento de una función pública”, “ejercicio de ciudadanía emancipada”, “recuperación y resignificación del espacio público”, “identificación y análisis de los actores sociales”, “diseño de estrategias comunitarias y pedagógicas”, “formación de ciudadanía”, “comunicación pública”, “corresponsabilidad”, “transparencia”, “control social”, “cultura democrática”, “empoderamiento ciudadano”, “fortalecimiento del tejido social”, “gobernabilidad democrática”, “formación ética del profesional para la gestión”, “la Universidad como productora de conocimiento y como formadora de agentes transformadores sociales”, “valores humanos”, “sociedad compleja y en crisis”, “interinstitucionalidad”, “intersectorialidad”,… Articulando todos esos engendros terminológicos, al modo estándar del ciudadanismo bienestarista, el autor alcanza la conclusión más tópica: el deporte y la recreación representan “una inmensa riqueza para la salud de las sociedades, para la sobrevivencia de la especie humana, para la sostenibilidad, para la equidad y para la paz mundial”. Particularmente, se insiste en que contribuirían a “disminuir los niveles de inequidad y exclusión social en nuestra sociedad”. El juego, pues, al servicio de la democracia liberal…

Pero no es muy distinto el estilo de las racionalizaciones socialistas del juego servil. A la lumbre del proyecto bolivariano, autores como A. Reyes debaten para convertir la recreación, valorada en tanto “patrimonio cultural universal e intangible”, en herramienta para la concienciación política, la profundización de la democracia y la transformación social. Admiten que el juego ha sido mercantilizado, objeto de planificación y programación política represiva, pero solo quieren ver ahí “la huella de la neocolonialidad”. Y surge así una esfera lúdica tentativamente al servicio de una modalidad latinoamericana del “Estado del Bienestar”… Véase, por ejemplo, “Cultura de la Recreación, Democracia y Consciencia Política”, del mencionado autor.

En la misma línea, hallamos en Brasil, Colombia o Argentina exponentes de esta parasitación científico-política del juego, puesto inmediatamente al servicio de propuestas o programas de pretendida “transformación” social. En Argentina, tales estudios se prodigaron al abrigo del kirchnerismo, con títulos así de reveladores: “El juego recreativo y el deporte social como política de derecho. Su relación con la infancia en condiciones de vulnerabilidad” (de I. Tuñón, F. Laiño y H. Castro). Y, de algún modo bajo la estela del Relato de la Emancipación, pero tocando de todos modos a las puertas del Estado Social de Derecho, hallamos trabajos con rótulos tan “utopistas” como el siguiente: “Fundamentos conceptuales del ocio crítico desde una perspectiva latinoamericana” (H. C. Duque Buitrago, S. A. Franco Betancur y A. Escobar Chavarriaga).

5. Como una barricada contra la intromisión de los investigadores y de los especialistas en el ámbito de lo lúdico, el juego antipedagógico y desistematizador (vale decir, el juego libre) esgrime una negatividad específica: desautoriza a toda esa capa de tecnócratas, de profesionales, de empleados, que caen sobre los niños, de un modo particular pero no exclusivo, intentando de alguna forma “hacerles jugar”, “llevarlos al juego”, “educarlos a través del juego”, “re-crearlos”, administrar sus tiempos de ocio, etcétera. Porque este tipo de juego se da en la “exclusión de un tercero”: hay dos o más de dos, pero no hay un agregado externo. Están los que juegan y no puede haber nadie por encima de ellos, ni siquiera al lado de ellos. No cabe un espectador, un vigía; no cabe un “director”, un “tercero”. El juego espontáneo, no-servil, excluye por completo la posibilidad de un “profesional del juego”, del ocio o de la recreación —de un burócrata del bienestar social.

6. 2. A propósito del “juego combativo”

1. Había una dualidad en la definición griega de “juego”, en la percepción antigua de “lo lúdico”, del ludos. Por un lado, señalaba una evidencia, reconocida hoy por todo el mundo: que el juego es algo placentero, agradable, tal una fuente de satisfacción. “Positivo” y enriquecedor, inseparable de la vida humana, merecería todos los aplausos y todas las congratulaciones. Pero, por otra parte, daba cabida a un aspecto que en ocasiones tiende a olvidarse: que es también una actividad en cierto sentido “negativa” de la vida social o que, por lo menos, no respeta necesariamente las reglas de la cultura. El juego tendría la capacidad (no la obligación, pero sí la capacidad) de “salirse” de lo social y culturalmente establecido…

De modo que podría haber, al lado de aquel aspecto benéfico, saludable, del juego, una dimensión del mismo que no nos satisface, que no sabe “satisfacer”, que no solo desatiende los requerimientos del mercado, del poder, de la pedagogía o de la ciencia, sino que también iría en contra de nuestros principios más arraigados; dimensión que pondría encima de la mesa aspectos inquietantes, que nos cuestionan.

Hay una inmensa literatura, una “factoría” cultural indetenible, que no cesa de redundar (insistir, profundizar) en aquellos avances del comercio, la política y el saber organizado sobre el juego. Cada día se publican artículos, ensayos, libros que hablan de la “dimensión educativa” del juego; que pontifican sobre el juego y la escuela, sobre el juego y la política transformadora, sobre los juguetes adecuados a cada fase del desarrollo del niño, sobre cómo incentivar los aspectos lúdicos del trabajo, etcétera. Sin embargo, también se han dado históricamente reflexiones sobre el juego que apuntaban en sentido contrario y que todavía cabe recuperar. Y este puede ser, y no mucho más, el sentido de mi aporte: retomar algunas tradiciones que pensaron lo lúdico de otra manera, muchas veces desde ámbitos del discurso sobre los que se colgaron etiquetas como “irracionalista”, “existencialista”, “literario”, “poético”. Y ver entonces qué dijeron del juego voces que no estaban interesadas en ponerlo al servicio ni de la democracia, ni de la escuela, ni del trabajo, ni de un proyecto político determinado; y que merodearon aquel lado “inefable” del juego, aquel lado perturbador, asociándolo a “lo demoníaco” (en la acepción de Goethe), a la fantasía, a lo no-racional, a lo no-consciente, a veces a lo destructivo —pensemos en los defensores del ludismo…

Avanzaríamos así hacia un concepto desistematizador de “juego”: el sistema capitalista se basa en una doble forma de racionalidad, económica y burocrática, contra la que el juego retiene la virtualidad de atentar. De espaldas al productivismo y al estatalismo, es decir a la racionalidad estratégica, el juego presta al “individuo” que somos la posibilidad, el vislumbre, de una praxis para la denegación de lo existente y para la reinvención personal, en la fuga o suspensión provisoria del Sistema que nos oprime y nos constituye. Sin atender a los requerimientos del cálculo económico o a los dictados de la organización, el juego que observamos en los niños mientras no se da la intromisión de los adultos, el juego puro y espontáneo, no reglado y no dirigido, no sometido a las “instrucciones de uso” del juguete industrial, los preserva de las fuerzas que pretenden “socializarlos”, alistarlos para la mera reproducción de lo dado. Deviene instancia de “resistencia”, de “protección”, de “deconstrucción” y de “desistematización”. En su naturaleza anti-económica y anti-política, este juego “libre” aspira a establecer vínculos entre las personas, incluso a restablecer tentativamente formas perdidas de comunidad.

Históricamente, el “juego subversivo” ha tenido apariciones sociales de gran envergadura. Y ya no eran necesariamente los niños los que se entregaban a la actividad lúdica trastocadora: también los adultos, como si sacaran la lengua a la muy honorable lógica económico-política, mezclaron el juego con otras prácticas y, de su mano, se resistieron a procesos objetivos de dominación o de explotación. Probablemente, el caso más espectacular lo constituya el ludismo…

Más arriba hablé del pasaje de una disposición lúdica a la hora de afrontar las tareas de la conservación personal y familiar (actitud que todavía se conserva en determinados espacios indígenas, rural-marginales, lumpen-urbanos o nómadas) a una disposición sumisa, estoica, resignada, en ocasiones incluso adolorida, que es la que se consolida con el mundo del trabajo en dependencia, del empleo. Esa transición no fue fácil, y solo pudo darse con lentitud, de un modo gradual. Y siempre los “peores” trabajadores fueron conscientes de lo que estaban perdiendo, de lo que se habría de perder irremisiblemente. De ahí su reacción virulenta, destructiva, contra las máquinas; de ahí el ludismo. En el ludismo hay un componente lúdico y también uno de conocimiento: “romper máquinas” era, desde luego, un acto “festivo”, desbordante de alegría encorajinada, una forma diabólica de “juego”; pero respondía también a un alcance de la sabiduría popular (la máquina era la enemiga de la capacidad que conservaba la persona de buscarse los medios de subsistencia sin depender de un artefacto tecnológico complejo y, a su través, de otra persona, de un patrón, de un empresario). Todo el andamiaje político del capitalismo, que no solo contempla el circo de las elecciones, de los partidos, de los gobiernos, sino que incluye también, como mano izquierda (pero mano izquierda de la represión), los sindicatos y las organizaciones supuestamente “revolucionarias”, todo ese aparato político, en el que tienen cabida las agrupaciones que se proclaman “transformadoras”, empieza enseguida a combatir el componente lúdico de la protesta obrera. Por eso, como anotó L. Maffesoli, se “satanizó” el ludismo, sobre el que cayeron las más diversas etiquetas descalificadoras (“infantilismo”, “irracionalismo”, “lucha instintiva pre-consciente”, etcétera); y todo lo que respondía a un “principio del placer” en la revuelta de los trabajadores fue “condenado”, “denigrado”, “dialectizado” por esa conjunción siniestra que se estableció entre el movimiento obrero organizado y la teoría marxista. En ese punto, el marxismo, en la medida en que no se previno contra las marejadas dogmáticas de sus propios conceptos (“vanguardia”, “disciplina consciente”, “consciencia de clase”, “formación política de los trabajadores”, “partido obrero”, “Hombre Nuevo”…), se constituyó en un enemigo de la actitud lúdica, un adversario de la disposición para el juego…

Se dijo del ludismo “que no conducía a ninguna parte”, que no era más que una “manifestación de enojo”, una “reacción visceral irreflexiva”, una “señal de descontento carente de significado político y de coherencia teórica”. J. Baudrillard, en El espejo de la producción, nos ha recordado a qué parte condujeron, a dónde nos llevaron, las luchas obreras organizadas, sujetas a la crítica y a la teoría marxista: a la coerción estalinista, la impostura socialdemócrata y el empirismo reformista más vulgar… En el contexto de la sujeción demofascista, un reverdecer de las prácticas ludistas, desatadas en todos los campos y ya no solo en los gulags de las fábricas, asociadas al principio de placer y a la voluntad de juego combativo, mantendría vivo el anhelo de libertad.

En los últimos años se ha venido llamando la atención sobre determinadas circunstancias y determinados movimientos, relacionados también con lo lúdico, que concurrieron en la llamada “Edad Media”. Esa pretendida “Edad Oscura”, dialectizada también y esquematizada por el materialismo histórico hasta extremos de burda caricatura, albergó secuencias psico-ideológicas, epistémicas y existenciales que atentaban contra la línea central de constitución y desarrollo de la civilización occidental. Para definirse tal y como lo conocemos hoy, Occidente tuvo que desplegar una sistemática persecución de todo aquello que, en su propia área territorial, se distanciaba de su racionalismo constituyente y hasta lo confrontaba. Contra la Ratio, surgieron o subsistieron aquellos islotes de libertad que, entusiasmado, describió P. Kropotkin en su opúsculo El Estado. Contra el frío racionalismo enquistado en la centralidad de la cultura occidental, se prodigaron propuestas y prácticas de muy distinto signo, que compartieron no obstante, casi como “leit motiv”, un acoger y un estimular la dimensión lúdica de la actividad humana. El juego libre, subversivo, late en el quehacer cotidiano de las denominadas “brujas”, de los frailes sectarios, de los asistentes a los aquelarres, de los libertinos y herejes de todo pelaje, de los campesinos cuando se saben a salvo de la mirada del Señor, de los vagabundos y de los nómadas, etcétera. En el ámbito de la lengua castellana, esta cuestión ha sido esclarecida por autores como J. C. Carrión Castro, interesados por la índole festiva, insolente, cuestionadora y desaforadamente “lúdica” a la vez, de movimientos tal el de los goliardos. Y sabemos que estas tradiciones divergentes, que de ninguna manera apuntaban al telos de la razón moderna, debordan hacia atrás y hacia adelante los marcos temporales del Medioevo.

Y, muy cerca del punto de arranque de Occidente, hallamos lo que hubiera podido constituir también el principal punto de fuga: los quínicos antiguos, con la Secta del Perro al frente. No se trató del único movimiento cultural enfrentado a la especie de “doxa” que se estaba afirmando en las escuelas de filosofía más reputadas y en la labor de los pensadores canónicos, de Platón a Sócrates; pero hay en su contestación aspectos que lindan con lo lúdico y hasta lo excitan (el papel de la oralidad, la importancia concedida a lo escenográfico, la búsqueda incesante de la transgresión y de la provocación, la vindicación del desacato y de la desobediencia, aquella bella exigencia de vivir el pensamiento, el apetito de huida y de margen, una placentera admisión de todos los recursos y todas las implicaciones del humor, etcétera). A juego, a subversión lúdica, saben, en efecto, todas y cada una de las intervenciones, de las “performances”, de las teatralizaciones protagonizadas por Diógenes de Sínope y los demás quínicos, que nos han llegado a modo de “anécdotas”, gracias a la labor compiladora de Diógenes Laercio, y que parecen partir del lado sensitivo del humor para desembocar en su lado intelectual. La crítica irreverente, la parodia anti-metafísica, el pensamiento negativo y el juego como corrosión tramaban, en tales actuaciones, un verdadero contubernio contra la pretensión de seriedad y de rigor que animaba por entonces a la razón clásica. Los estudios de C. García Gual, P. Sloterdijk y M. Onfray nos han dejado jugosas páginas a propósito.

En mi opinión, la razón lúdica subsiste en la contemporaneidad, siempre cerca de los márgenes; y se halla más cómoda en los suburbios que en los centros de las ciudades o en los barrios residenciales, más a gusto entre las personalidades irregulares que entre las gentes sensatas, más amiga de los supuestos “perdedores” que de los “triunfadores” en la vida, más fecunda cuanto menor es la incidencia de la cultura occidental, con sus universidades y sus escuelas, sus propiedades privadas y sus empleos, sus autoridades y su democracia… En el plano intelectual, la razón lúdica ha bailado y sigue bailando del brazo de los románticos, de los “malditos”, de los anarquistas no-doctrinarios, de los “nihilistas”, de los “irracionalistas”, de los “heterodoxos”, de los “inclasificables”, etcétera. Pero es en la destrucción de máquinas, en los escaparates rotos y en las escuelas quemadas donde esta racionalidad juguetona, dulcemente cruel, se enamora demoníacamente de sí misma.

2. Si hubiera que establecer una topografía de la razón lúdica subversiva, dos serían los puntos mayores del mapa: el territorio, entendido de un modo divergente, y la recreación, también bajo un concepto desplazado…

Cabe la tentación de pensar el “territorio” como algo necesariamente relacionado con el Estado, con la Nación, con un espacio “administrado” que tiene fronteras, subdivisiones y particularidades jurídicas distintivas. Pero esa no es la noción de “territorio” que me interesa. También cabe la tentación de pensarlo en relación con la “propiedad privada”, con una posesión, una mercancía, un “medio de producción” a fin de cuentas. Y decimos que se compran y se venden tierras, terrenos, territorios… Es esa una acepción que, de hecho, me interesa aún menos… Rompiendo relaciones terminológicas con el Estado y la propiedad privada, con el gobierno y el acaparamiento individual de un recurso estratégico, gentes que querían constituir discursos “críticos” volvieron la vista a la llamada “Naturaleza”, denunciando su explotación y como bajo el anhelo de “protegerla”. La idea de territorio tenía que ver, de algún modo, con una “naturaleza” poblacionalmente sectorializada, con distintos “medios ambientes” delimitados por grupos homogéneos de personas que habitaban en ellos. Esta tercera opción provoca, a mi parecer, un desplazamiento insuficiente. Y es que, desde esa perspectiva, el territorio devendría como exterioridad que se nos impone y que casi nos ignora, que desatiende nuestra muy móvil y asociativa corporeidad real.

El territorio que esgrimo solo puede darse, más bien, en la desconsideración del Estado y de la propiedad privada. Como no me gusta “dividir” para pensar, como no llevo siempre un hacha en el cerebro, el territorio que poetizo no se contempla fuera del propio cuerpo. Más aún: no se contempla “fuera”. Todavía un poco más: no se “contempla”. Somos territorio y somos el territorio que pisamos mientras, al caminar, nos caminamos el plural es aquí muy importante. La sabiduría de los pueblos originarios lo sintió siempre así; y por eso jamás admitió la idea de Estado, apropiación privada de la tierra y “Naturaleza” —en tanto objeto “exterior”, imaginable “al otro lado” de un sujeto y de un pensamiento recortados, de una cultura recortada, casi como externalidad magnífica que habría que explotar sin destruir.

El concepto de “territorio” se ha mantenido históricamente en una muy interesante ambigüedad. Es nebuloso y casi excesivo. Se superpone, pero excediéndolos, a otros conceptos que parecían próximos o conexos; les añade un “plus”, un “algo más”, que los traspasa y hasta transgrede. Se superpone y excede a “paisaje”, “región”, “comarca”, “localidad”, “espacio geográfico”, “lugar”…

Así como el “factor humano” contribuyó a librar a la Geografía, en su conjunto, del hieratismo y la cosificación a la que parecía abocarla la llamada “geografía física”, ha sido el “factor comunitario”, e incluso el “factor contestatario”, el que ha dinamizado la reflexión en torno a lo que sea el territorio. Y entonces este concepto se desvinculó de aquella materia “determinista”, “objetivista”, que casi parecía más próxima a las “ciencias naturales” que a las “ciencias sociales” (la geografía física, con sus elementos del relieve, sus climas, sus topografías…); y pasó, por así decirlo, a la geografía humana o social, a la sociología, a la historia, a la antropología, a la filosofía, entendiéndose de un modo más complejo y también menos nítido. De manera casi hegemónica, el territorio se categorizó como “producto social”…

Entendido como “producto social”, la discusión podía estabilizarse, estancarse en la arena académica otra vez: el territorio sería “una construcción humana a partir de distintos agentes que operan en diversas escalas y que de distintas maneras ejercen o intentan ejercer poder sobre un espacio concreto” (J. E. Serrano Besil). En esta línea podemos citar también a Montañez y Delgado: “La actividad espacial de los actores es diferencial; y, por lo tanto, su capacidad real y potencial de crear, recrear y apropiar territorio es desigual”. Y cabe entonces “analizar”, con los métodos consagrados de las disciplinas académicas, esos “distintos agentes”, esas “diversas escalas” y esas “diferentes maneras”…

En tanto “producto social”, el territorio se seguía concibiendo, no obstante, como algo “externo” a la persona concreta, casi como una “materia separada”, un campo de incidencia de lo social-humano: era “producido” por la gente, desde sus relaciones sociales, pero “sobre” un espacio que estaba de algún modo “ahí” y “sobre” el que se quiere ejercer poder, “sobre” el que los agentes despliegan su actividad. Distinto es el concepto que propongo, tomado de los pueblos originarios de América Latina; un concepto que no separa, no escinde, no “objetiviza”…

Porque toda aquella problematización del territorio deriva, por así decirlo, del materialismo histórico; y centra su atención en lo “social”, en la mediación y producción social, incorporando reflexiones posteriores en torno al poder, en la línea por ejemplo de M. Foucault. Frente a ella, poco a poco, se va levantando otro discurso, que incide en lo comunitario y hasta en lo antagónico, capaz de vincularse con el orden de cuestiones que engloba la razón lúdica. Sería la “comunidad” la clave del territorio, en el sentido de un localismo trascendente. Y la “defensa del territorio” sería “defensa de la comunidad” (que integra también a todo lo que no es humano). El antagonismo aparecería como una reacción frente a los poderes bio-etnocidas que la acosan: si se ha de perder la comunidad, se perderá el territorio… Allí donde, maltrecha, subsiste la comunidad, o es muy fuerte el deseo de restablecerla, se abre un campo para la lucha “heterotópica”: forjar territorio allí donde prácticamente ya no hay comunidad es un modo de “correr al margen”, de deconstruirse y de auto-construirse. Cuando, en ese empeño, se echan por la borda el cálculo económico y los dictados de la administración, ingresamos plenamente en el dominio del juego libre y de la racionalidad no-estratégica, subversiva.

Cabe tentar esa experiencia en el campo o en la ciudad. Se trataría de evitar la “cosificación” del espacio, la “separación” de la naturaleza, mediante un ensayo de re-fusión que, admitiendo siempre sus límites y su radical insuficiencia, puede resultar satisfactorio y disidente: volver a vivir la tierra, el poblado, el grupo, el paisaje como “parte de uno mismo”, sintiendo que “uno mismo” también está en las otras partes y en el todo. Este es el sentido de lo “comunitario-antagónico”, adherido a una razón que se predica lúdica por su aversión a lo instrumental. Se ha dado entre los originarios y los nómadas, por ejemplo…

Con este desplazamiento teórico, me aproximo a percepciones del territorio que enfatizan la determinación del aspecto comunal-social y de la vivencia local, como la propuesta por la llamada “geosemántica social”. El territorio, desde esta perspectiva, se da “en la intersección entre lugar y sentido”. Y la producción del sentido es comunitaria, vivencial, local, de manera que el territorio sería validado como tal por una masa de personas, que lo sienten y lo viven y lo crean y lo recrean. En cierto sentido, el “territorio”, así concebido, aparece como el lugar natural del juego libre…

Me distancio, no obstante, de posicionamientos como los de D. Cerda Seguel (“Más allá del sentido del lugar. Geosemántica social, ciencia del territorio”), que sobredimensionan el papel de los medios digitales, de las tecnologías informáticas, de las redes virtuales y de los programas y aplicaciones telemáticos para sugerir la idea de un territorio en constante reformulación, creado cotidianamente por la interrelación e interacción de comunidades de usuarios, internautas, gentes “conectadas” que usan también aplicaciones de índole geográfica o local, etcétera. De tan vago y fluctuante, el territorio pierde entonces su materialidad, se “digitaliza”, se va “a las nubes”…

El asunto de la razón lúdica lleva al tema del territorio de forma lógica, porque “el juego se emplaza”. La actividad del juego, la actitud lúdica, tiene siempre un marco (físico, pero no solo físico; geográfico, pero no meramente geográfico), un escenario, un “territorio”. Pero este territorio no es nada parecido a una “propiedad” que pertenece al que juega, o una circunscripción política que dé reglas a los jugadores. Era el territorio, por ejemplo, de las comunidades; era el territorio de los que no tenían tierras, sino solo caminos; era el territorio de las pequeñas aldeas… Era el territorio que respondía a un localismo o particularismo trascendente, filosófico, de manera que las gentes se hallaban intrínsecamente vinculadas, cabría decir soldadas, a ese ambiente y no lo explotaban sino que vivían “con él”.

Este “territorio” (muy bien caracterizado en las páginas de G. Lapierre o de A. Paoli) es el escenario del juego genuino, del juego indomable, no domesticado… Sobre el territorio operan las dos fuerzas de siempre, el Capital y el Estado. Y resulta entonces la propiedad privada, que en mi acepción no es ya territorio; y tenemos así el municipio, la provincia, el departamento, que tampoco constituyen territorio, pues son, estos como aquella, estrictamente, “tierras mercantilizadas y politizadas”. Al mismo tiempo, la ofensiva se centró en el juego… Y deviene el juego que responde a la “industria del ocio”, juego reglado, juego que se compra, juego que se vende, que ya no es “juego libre”; y hallamos el juego que se lleva a las escuelas, a las cárceles, a los hospitales, por recomendaciones administrativas, juego “pedagógico”, juego “político”, juego “demagógico”, que tampoco es juego genuino.

Para el indígena, para el pastor, para el campesino antiguo, para el nómada, para el habitante de la villa suburbial, el “territorio” no era algo que se debía “explotar” o que podía acapararse, no era una “fuente de recursos”, no era el objeto de un negocio, no era un espacio regulado bajo normas por satisfacer o por cumplir. El territorio era, en un sentido muy concreto, el ambiente de la pulsión lúdica: estas gentes jugaban con el territorio, hallaban en él su “partenaire”, su compañero. Esto quiere decir que desplegaban disposiciones para la relación desinteresada, para la cooperación, para la coexistencia alegre. Estaban las gentes y estaban las cosas, las personas y los árboles, los vecinos y el río, estaban los caminos y estaban las casas; y ahí, unos y otros, unos al lado de otros e incluso unos “en” otros, jugaban: jugaban a crear, a inventar los instantes, a envolverse en el día de forma placentera. No “uno” teniendo que utilizar al “otro”, debiendo servirse de él, sino los dos, los tres, todos juntos, fundidos, demorándose en un presente eterno.

El territorio es para el niño, para la mujer y para el hombre el mejor de sus compañeros de juego. En este sentido, la relación que establece la gente “libre” con el territorio “libre” es una relación lúdica: no se juega “con” el territorio en el sentido de jugar “sobre” un espacio o de erigir el territorio en una suerte de juguete, sino que el territorio y las personas, en una especie de conversación o de cooperación, forjan decursos lúdico-existenciales y lúdico-históricos. Es como si el juego englobara lo humano y lo no-humano; absorbiera el territorio que hacemos, el territorio que nos hace y el territorio que somos.

Como apunté más arriba, probablemente la actitud lúdica sea la actitud natural del hombre allí donde no se han establecido relaciones de opresión política y de explotación económica. En ese marco, el jugar ya no es una opción: es el telón de fondo, lo que se da siempre, lo concreto y lo real; y la razón o es lúdica o desaparece afortunada y gozosamente…

Juego, territorio y recreación configuran un trípode conceptual que cabe disponer contra la pretensión de eternidad del Capitalismo. En torno al juego y al territorio, se abrieron vastos campos de discusión y de matización. Menos polémicas y menos disquisiciones político-terminológicas ha suscitado, hasta ahora, la expresión “recreación”. Se asocia, casi sin más, a la “diversión”, al “entretenimiento”, a la “relajación”, a la “distracción” y hasta a la “terapia”. Se relaciona con el “uso del tiempo libre”, con el “ejercicio del cuerpo y de la mente”… Sería algo bonancible, diáfano, positivo. En este estudio, se propone una re-semantización nada complaciente…

Partiendo de la definición de la Real Academia Española de la Lengua (“diversión para alivio del trabajo”) y del concepto de “recreo” escolar, vinculamos la “recreación” al dolor empírico del sujeto, al sufrimiento ostensible del individuo, necesitado de una suerte de “tregua” para seguir soportando un orden infernal desahogo, calmante, compensación… Por otro lado, llevamos la expresión a la teoría del margen: “re-creación” como posibilidad de re-hacernos, re-fundarnos, re-inventarnos…

Como decía al principio, nos han robado muchas palabras. Transformación, Revolución, Emancipación, Crisis… Muchos términos nos hurtaron, y no solo para fines de reproducción social o integración. En este contexto, yo me permito asimismo ese gesto, que decía Illich, de la “criminalidad lingüística”, para sustraerle palabras al opresor. Y entonces hablo de “re-creación”. Y puedo decir que, así como creo en el “territorio” (bajo otra noción) y en el “juego libre” (re-significado), también creo en la “recreación” (entendida de otra manera). Y aquí recurro a su doble sentido: “re-crear”, “recrear”.

Por un lado, el término sugiere la idea escolar de “recreo”, que es hermosa: trance en el que los niños por fin abandonan las aulas y se van al patio a jugar. Es un “descanso”, un “alivio”, una “tregua”. La palabra “recreo” quiere recordarnos que estamos siendo castigados, y que necesitamos un tiempo para sobreponernos a tal calamidad… Nos alivia, por ejemplo, del trabajo, tortura indecible. En su segunda acepción, deriva de “crear”: “re-crear”, volver a crear, rehacer, reinventar. Y cabe entonces utilizarlo en el sentido de una “construcción” de la propia vida bajo la razón lúdica, en este caso.

“Recrear” quiere decir, pues, “darse una tregua”, escapar del horror económico y político bajo el que vivimos, “respirar”; y, en segundo lugar, en ese marco, en ese escenario de “interrupción”, hallar los modos para una reinvención personal, para una re-creación de nuestra existencia. En este sentido, hablo de “recreación” en tanto ventana que lo lúdico nos abre para la deconstrucción personal y la re-construcción como sujetos de la lucha. Ya no se trataría de un mero “pasar el rato”, un “descanso” irrelevante, una suerte de “intermedio”. Se abraza al territorio en reinvención y al juego dislocador; y termina siendo una suerte rara de placer en el drama, en la tragedia, en el ocaso. La recreación es un acaso en el ocaso: funda la posibilidad de la auto-construcción en el seno de la decadencia social y civilizatoria, y lo hace para resistir.

[Este ensayo hace parte de «La Peste Pedagógica», obra publicada en Chile y susceptible de descarga libre y gratuita desde este blog, en la entrada «Protocolo»]

Pedro García Olivo

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Aldea Sesga de Ademuz

INFAMIA DE LA DOCENCIA

Posted in Activismo desesperado, antipedagogía, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Desistematización, Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , , , on febrero 10, 2024 by Pedro García Olivo

INFAMIA DE LA DOCENCIA. PRESENTACIÓN DE LA ANTIPEDAGOGÍA

“Oximora”, revista científica internacional de ética y política, de la Universidad de Barcelona, ha publicado este artículo, en el que condenso casi toda una vida de investigación y de experiencia en torno a la educación.

Facilito aquí la descarga del ensayo breve (26 páginas) y sus primeros desarrollos.

Resumen:

Para superar el reduccionismo didáctico y pedagógico desde el que se aborda a menudo la cuestión escolar, es preciso situar la educación en su marco histórico-sociológico, cultural, epistemológico y filosófico general. Cabe entonces denunciar la doble función destructiva de la Escuela: hacia el interior de nuestra civilización deviene instancia implacable de domesticación social y control psíquico; hacia el exterior se ha manifestado como el mayor poder etnocida de Occidente.

https://revistes.ub.edu/index.php/oximora/article/view/45171

Para descargar “Infamia de la docencia” en PDF:

https://revistes.ub.edu/…/oximora/article/view/45171/41130

INFAMIA DE LA DOCENCIA

I) LA ESCUELA. PRESENTACIÓN DE LA ANTIPEDAGOGÍA

“¡Qué terrible aventura es sentarse junto a un hombre

que se ha pasado toda su vida queriendo educar a los demás!

¡Qué espantosa es esa ignorancia! (…)

¡Qué limitado parece el espíritu de semejante ser!

¡Cómo nos cansa y cómo debe cansarse a sí mismo

con sus interminables repeticiones y sus insípidas reiteraciones!

¡Cómo carece de todo elemento de progreso intelectual!

¡En qué círculo vicioso se mueve sin cesar!

Pero el tipo del cual el maestro de escuela

deviene como un mero representante (y de ínfima importancia),

paréceme que domina realmente nuestras vidas;

y así como el filántropo es el azote de la esfera ética,

el azote de la esfera intelectual es el hombre ocupado siempre en la educación de los demás”

Oscar Wilde, “El crítico artista”

1) GENEALOGÍA DE LA ESCUELA

La Escuela (general, obligatoria) surge en Europa, en el siglo XIX, para resolver un problema de gestión del espacio social. Responde a una suerte de complot político-empresarial, tendente a una reforma moral de la juventud —forja del “buen obrero” y del “ciudadano ejemplar”.

En Trabajos elementales sobre la Escuela Primaria, A. Querrien, aplicando la perspectiva genealógica sugerida por M. Foucault, desvela el nacimiento de la Escuela (moderna, regulada, estatal) en el Occidente decimonónico. En el contexto de una sociedad industrial capitalista enfrentada a dificultades de orden público y de inadecuación del material humano para las exigencias de la fábrica y de la democracia liberal, va tomando cuerpo el plan de un enclaustramiento masivo de la infancia y de la juventud, alimentado por el cruce de correspondencia entre patronos, políticos y filósofos, entre empresarios, gobernantes e intelectuales. Se requería una transformación de las costumbres y de los caracteres; y se eligió el modelo de un encierro sistemático —adoctrinador y moralizador— en espacios que imitaron la estructura y la lógica de las cárceles, de los cuarteles y de las factorías (A. Querrien, 1979).

Se constituye entonces el “trípode” de la educación administrada occidental, cuyos soportes serán el Aula, el Profesor y la Pedagogía; y sobre el cual descansa una suerte de ametralladora simbólica, a la que incumbirá acabar con la imaginación, con la fantasía, con la creatividad, con la crítica profunda, con el pensamiento libre…

A) El Aula

Supone una ruptura absoluta, un hiato insondable, en la historia de los procedimientos de transmisión cultural: en pocas décadas, se generaliza la reclusión “educativa” de toda una franja de edad (niños, jóvenes). A este respecto, I. Illich ha hablado de la invención de la niñez:

“Olvidamos que nuestro actual concepto de «niñez» solo se desarrolló recientemente en Europa occidental (…). La niñez pertenece a la burguesía. El hijo del obrero, el del campesino y el del noble vestían todos como lo hacían sus padres, jugaban como estos, y eran ahorcados igual que ellos (…). Solo con el advenimiento de la sociedad industrial la producción en masa de la «niñez» comenzó a ser factible (…). Si no existiese una institución de aprendizaje obligatorio y para una edad determinada, la «niñez» dejaría de fabricarse (…). Solo a «niños» se les puede enseñar en la escuela. Solo segregando a los seres humanos en la categoría de la niñez podremos someterlos alguna vez a la autoridad de un maestro de escuela” (1985, p. 17-8).

Desde entonces, el estudiante se define como un “prisionero a tiempo parcial”. Forzada a clausura intermitente, la subjetividad de los jóvenes empieza a reproducir los rasgos de todos los seres aherrojados, sujetos a custodia institucional. Son sorprendentes las analogías que cabe establecer entre los comportamientos de nuestros menores en las escuelas y las actitudes de los compañeros presos de F. Dostoievski, descritas en su obra El sepulcro de los vivos (1974). Entre los factores que explican tal paralelismo, el escritor ruso señala una circunstancia que a menudo pasa desapercibida a los críticos de las estructuras de confinamiento: “la privación de soledad”.

Pero para educar no es preciso encerrar: la educación “sucede”, “ocurre”, “acontece”, en todos los momentos y en todos los espacios de la sociabilidad humana. Ni siquiera es susceptible de deconstrucción. Así como podemos deconstruir el Derecho, pero no la justicia, cabe someter a deconstrucción la Escuela, aunque no la educación. “Solo se deconstruye lo que está dado institucionalmente”, nos decía J. Derrida en “Una filosofía deconstructiva” (1997, p. 7).

En realidad, se encierra para:

1) Asegurar a la Escuela una ventaja decisiva frente a las restantes instancias de socialización, menos controlables. Como ha comprobado A. Querrien, precisamente para fiscalizar (y neutralizar) los inquietantes procesos populares de auto-educación —en las familias, en las tabernas, en las plazas,…—, los patronos y los gobernantes de los albores del Capitalismo tramaron el Gran Plan de un internamiento formativo de la juventud (1979, cap. 1).

2) Proporcionar, a la intervención pedagógica sobre la conciencia, la duración y la intensidad requeridas a fin de solidificar habitus y conformar las “estructuras de la personalidad” necesarias para la reproducción del sistema económico y político (P. Bourdieu y J. C. Passeron, 1977).

3) Sancionar la primacía absoluta del Estado, que rapta todos los días a los menores y obliga a los padres, bajo amenaza de sanción administrativa, a cooperar en tal secuestro, como nos recuerda J. Donzelot en La policía de las familias (1979). El autor se refiere en dicho estudio, no a la familia como un poder policial, sino, contrariamente, al modo en que se vigila y se modela la institución del hogar. Entre los dispositivos encargados de ese “gobierno de la familia”, de ese control de la intimidad doméstica, se halla la Escuela, con sus apósitos socio-psico-terapéuticos (psicólogos escolares, servicios sociales, mediadores comunitarios, etc.).

B) El Profesor

Se trata, en efecto, de un educador; pero de un educador entre otros (educadores “naturales”, como los padres; educadores elegidos para asuntos concretos, o “maestros”; educadores fortuitos, tal esas personas que se cruzan inesperadamente en nuestras vidas y, por un lance del destino, nos marcan en profundidad; actores de la “educación comunitaria”; todos y cada uno de nosotros, en tanto auto-educadores; etcétera). Lo que define al Profesor, recortándolo de ese abigarrado cuadro, es su índole “mercenaria”.

Mercenario en lo económico, pues aparece como el único educador que proclama consagrarse a la más noble de las tareas y, acto seguido, pasa factura, cobra. “Si el Maestro es esencialmente un portador y comunicador de verdades que mejoran la vida, un ser inspirado por una visión y una vocación que no son en modo alguno corrientes, ¿cómo es posible que presente una factura”? (Steiner, 2011, p. 10-1). Mercenario en lo político, porque se halla forzosamente inserto en la cadena de la autoridad; opera, siempre y en todo lugar, como un eslabón en el engranaje de la servidumbre. Su lema sería: “Mandar para obedecer, obedecer para mandar” (J. Cortázar, 1993).

Desde la antipedagogía se execra particularmente su auto-asignada función demiúrgica (“demiurgo”: hacedor de hombres, principio activo del mundo, divinidad forjadora), solidaria de una “ética de la doma y de la cría” (F. Nietzsche). Asistido de un verdadero poder pastoral (M. Foucault), ejerciendo a la vez de Custodio, Predicador y Terapeuta (I. Illich), el Profesor despliega una operación pedagógica sobre la conciencia de los jóvenes, labor de escrutinio y de corrección del carácter tendente a un cierto “diseño industrial de la personalidad”. Tal una aristocracia del saber, tal una élite moral domesticadora, los profesores se aplicarían al muy turbio Proyecto Eugenésico Occidental, siempre en pos de un Hombre Nuevo —programa trazado de alguna manera por Platón en El Político, aderezado por el cristianismo y reelaborado metódicamente por la Ilustración. Bajo esa determinación histórico-filosófica, el Profesor trata al joven como a un bonsái: le corta las raíces, le poda las ramas y le hace crecer siguiendo un canon de mutilación. “Por su propio bien”, alega la ideología profesional de los docentes… (A. Miller).

C) La Pedagogía

Disciplina que suministra al docente la dosis de autoengaño, o “mentira vital” (F. Nietzsche), imprescindible para atenuar su mala conciencia de agresor. Narcotizado por un saber justificativo, podrá violentar todos los días a los niños, arbitrario en su poder, sufriendo menos… Los oficios viles esconden la infamia de su origen y de su función con una “ideología laboral” que sirve de disfraz y de anestésico a los profesionales: “Estos disfraces no son supuestos. Crecen en las gentes a medida que viven, así como crece la piel, y sobre la piel el vello. Hay máscaras para los comerciantes así como para los profesores” (Nietzsche, 1984, p. 133).

Como “artificio para domar” (Ferrer Guardia, 1976, p. 180), la pedagogía se encarga también de readaptar el dispositivo escolar a las sucesivas necesidades de la máquina económica y política, en las distintas fases de su conformación histórica. Podrá así perseverar en su objetivo explícito (“una reforma planetaria de las mentalidades”, en palabras de E. Morin, suscritas y difundidas sin escatimar medios por la UNESCO), modelando la subjetividad de la población según las exigencias temporales del aparato productivo y de la organización estatal.

A grandes rasgos, ha generado tres modalidades de intervención sobre la psicología de los jóvenes: la pedagogía negra, inmediatamente autoritaria, al gusto de los despotismos arcaicos, que instrumentaliza el castigo y se desenvuelve bajo el miedo de los escolares, hoy casi enterrada; la pedagogía gris, preferida del progresismo liberal, en la que el profesorado demócrata, jugando la carta de la simpatía y del alumnismo, persuade al estudiante-amigo de la necesidad de aceptar una subalternidad pasajera, una subordinación transitoria, para el logro de sus propios objetivos sociolaborales; y la pedagogía blanca, en la vanguardia del Reformismo Pedagógico contemporáneo, invisibilizadora de la coerción docente, que confiere el mayor protagonismo a los estudiantes, incluso cuotas engañosas de poder, simulando espacios educativos “libres”.

En El enigma de la docilidad, valoramos desabridamente el ascenso irreversible de las pedagogías blancas (2005, p. 21):

“Por el juego de todos estos deslizamientos puntuales, algo sustancial se está alterando en la Escuela bajo la Democracia: aquel dualismo nítido profesor-alumno tiende a difuminarse, adquiriendo progresivamente el aspecto de una asociación o de un enmarañamiento.

Se produce, fundamentalmente, una «delegación» en el alumno de determinadas incumbencias tradicionales del profesor; un trasvase de funciones que convierte al estudiante en sujeto/objeto de la práctica pedagógica… Habiendo intervenido, de un modo u otro, en la rectificación del temario, ahora habrá de padecerlo.

Erigiéndose en el protagonista de las clases re-activadas, en adelante se co-responsabilizará del fracaso inevitable de las mismas y del aburrimiento que volverá por sus fueros conforme el factor rutina erosione la capa de novedad de las dinámicas participativas. Involucrándose en los procesos evaluadores, no sabrá ya contra quién revolverse cuando sufra las consecuencias de la calificación discriminatoria y jerarquizadora. Aparentemente al mando de la nave escolar, ¿a quién echará las culpas de su naufragio? Y, si no naufraga, ¿de quién esperará un motín cuando descubra que lleva a un mal puerto?

En pocas palabras: por la vía del Reformismo Pedagógico, la Democracia confiará al estudiante las tareas cardinales de su propia coerción. De aquí se sigue una invisibilización del educador como agente de la agresión escolar y un ocultamiento de los procedimientos de dominio que definen la lógica interna de la Institución.

Cada día un poco más, la Escuela de la Democracia es, como diría Cortázar, una «Escuela de noche». La parte visible de su funcionamiento coactivo aminora y aminora. Sostenía Arnheim que, en pintura como en música, «la buena obra no se nota» –apenas hiere nuestros sentidos. Me temo que este es también el caso de la buena represión: no se ve, no se nota. Hay algo que está muriendo de paz en nuestras escuelas; algo que sabía de la resistencia, de la crítica. El estudiante ejemplar de nuestro tiempo es una figura del horror: se le ha implantado el corazón de un profesor y se da a sí mismo escuela todos los días. Horror dentro del horror, el de un autoritarismo intensificado que a duras penas sabremos percibir. Horror de un cotidiano trabajo de poda sobre la conciencia. «¡Dios mío, qué están haciendo con las cabezas de nuestros hijos!», pudo todavía exclamar una madre alemana en las vísperas de Auschwitz.

Yo llevo todas las mañanas a mi crío al colegio para que su cerebro sea maltratado y confundido por un hatajo de educadores, y ya casi no exclamo nada. ¿Qué puede el discurso contra la Escuela? ¿Qué pueden estas páginas contra la Democracia? ¿Y para qué escribir tanto, si todo lo que he querido decir a propósito de la Escuela de la Democracia cabe en un verso, en un solo verso, de Rimbaud:

«Tiene una mano que es invisible, y que mata»”.

Frente a la tradición del Reformismo Pedagógico (movimiento de las Escuelas Nuevas, vinculado a las ideas de J. Dewey en EEUU, M. Montessori en Italia, J. H. Pestalozzi en Suiza, O. Decroly en Bélgica, A. Ferrière en Francia, etc.; irrupción de las Escuelas Activas, asociadas a las propuestas de C. Freinet, J. Piaget, P. Freire,…; tentativa de las Escuelas Modernas, con F. Ferrer Guardia al frente; eclosión de las Escuelas Libres y otros proyectos antiautoritarios, como Summerhill en Reino Unido, Paideia en España, la “pedagogía institucional” de M. Lobrot, F. Oury y A. Vásquez en América Latina o los centros educativos inspirados en la psicoterapia de C. R. Rogers en Norteamérica; y la articulación de la Escuela Socialista, desde A. Makarenko hasta B. Suchodolski, bajo el comunismo), no existe, en rigor, una tradición contrapuesta, de índole antipedagógica.

La antipedagogía no aparece como una corriente homogénea, discernible, con autores que remiten unos a otros, que parten unos de otros. Deviene, más bien, como “intertexto”, en un sentido próximo al que este término conoce en los trabajos de J. Kristeva: conjunto heterogéneo de discursos, que avanzan en direcciones diversas y derivan de premisas también variadas, respondiendo a intereses intelectuales de muy distinto rango (literarios, filosóficos, cinematográficos, técnicos,…), pero que comparten un mismo “modo torvo” de contemplar la Escuela, una antipatía radical ante el engendro del praesidium formativo, sus agentes profesionales y sus sustentadores teóricos. Ubicamos aquí miríadas de autores que nos han dejado sus impresiones negativas, sus críticas, a veces sus denuncias, sin sentir necesariamente por ello la obligación de dedicar, al aparato escolar o al asunto de la educación, un corpus teórico riguroso o una gran obra. Al lado de unos pocos estudios estructurados, de algunas vastas realizaciones artísticas, encontramos, así, un sinfín de artículos, poemas, cuentos, escenas, imágenes, parágrafos o incluso simples frases, apuntando siempre, por vías disímiles, a la denegación de la Escuela, del Profesor y de la Pedagogía.

En este intertexto antipedagógico cabe situar, de una parte, poetas románticos y no románticos, escritores más o menos “malditos” y, por lo común, creadores poco “sistematizados”, como el Conde de Lautréamont (que llamó a la Escuela “Mansión del Embrutecimiento”), F. Hölderlin (“Ojalá no hubiera pisado nunca ese centro”), O. Wilde (“El azote de la esfera intelectual es el hombre empeñado en educar siempre a los demás”), Ch. Baudelaire (“Es sin duda el Diablo quien inspira la pluma y el verbo de los pedagogos”), A. Artaud (“Ese magma purulento de los educadores”), J. Cortázar (La escuela de noche), J. M. Arguedas (Los escoleros), Th. Bernhard (Maestros antiguos), J. Vigo (Cero en conducta), etc., etc., etc. De otra parte, podemos enmarcar ahí a unos cuantos teóricos, filósofos y pensadores ocasionales de la educación, como M. Bakunin, F. Nietzsche, P. Blonskij (desarrollando la perspectiva de K. Marx), F. Ferrer Guardia en su vertiente “negativa”, I. Illich y E. Reimer, M. Foucault, A. Miller, P. Sloterdijk, J. T. Gatto, J. Larrosa con intermitencias, J. C. Carrión Castro,…

En nuestros días, la antipedagogía más concreta, perfectamente identificable, se expresa en los padres que retiran a sus hijos del sistema de enseñanza oficial, pública o privada; en las experiencias educativas comunitarias que asumen la desescolarización como meta (Olea en Castellón, Bizi Toki en Iparralde,…); en las organizaciones defensivas y propaladoras antiescolares (Asociación para la Libre Educación, por ejemplo) y en el activismo cultural que manifiesta su disidencia teórico-práctica en redes sociales y mediante blogs (Caso Omiso, Crecer en Libertad,…).

2) MODALIDADES EDUCATIVAS REFRACTARIAS A LA OPCIÓN SOCIALIZADORA OCCIDENTAL

La Escuela es solo una “opción cultural” (P. Liégeois), el hábito educativo reciente de apenas un puñado de hombres sobre la tierra. Se mundializará, no obstante, pues acompaña al Capitalismo en su proceso etnocida de globalización…

En un doloroso mientras tanto, otras modalidades educativas, que excluyen el mencionado trípode escolar, pugnan hoy por subsistir, padeciendo el acoso altericida de los aparatos culturales estatales y para-estatales: educación tradicional de los entornos rural-marginales (objeto de nuestro ensayo libre Desesperar), educación comunitaria indígena (que analizamos en La bala y la escuela), educación clánica de los pueblos nómadas (donde se incluye la educación gitana), educación alternativa no-institucional (labor de innumerables centros sociales, ateneos, bibliotecas populares, etc.), auto-educación…

Enunciar la otredad educativa es la manera antipedagógica de confrontar ese discurso mixtificador que, cosificando la Escuela (desgajándola de la historia, para presentarla como un fenómeno natural, universal), la fetichiza a conciencia (es decir, la contempla deliberadamente al margen de las relaciones sociales, de signo capitalista, en cuyo seno nace y que tiene por objeto reproducir) y, finalmente, la mitifica (erigiéndola, por ende, en un ídolo sin crepúsculo, “vaca sagrada” en expresión de I. Illich).

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana de Aldea Sesga, Rincón de Ademuz

SE PUBLICÓ «LA FORJA DEL CIUDADANO-ROBOT»

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Fragmentos de “La Forja del Ciudadano-Robot”, ensayo libre publicado recientemente por Ediciones Fantasma. Lo compuse en los tiempos del Covid, presintiendo el ascenso de una nueva facies del Capitalismo, vírica y bélica.

LA FORJA DEL CIUDADANO-ROBOT

(VIRUS, CAPITALISMO NECRÓFAGO Y OPTIMIZACIÓN DEL FASCISMO DEMOCRÁTICO)

La sociedad, no por razones de ternura,

sino debido a sus extrañas necesidades,

había cuidado de los dos hombres,

prohibiéndoles todo pensamiento independiente,

toda iniciativa,

toda desviación de la rutina;

y se lo había prohibido bajo pena de muerte.

Solo podían seguir viviendo a condición

de ser como máquinas”

J. Conrad, “Una avanzada del progreso”

I) INTRODUCCIÓN: GUERRA MUNDIAL DEL ESTADO CONTRA LA SOCIEDAD

(El Coronavirus en tanto cifra de una nueva forma de reproducción de la sociedad mercantil)

Es la hora del apretón de manos, del abrazo y del beso como forma de resistencia

1. La inteligencia del Capital comprendió de una vez que el «crecimiento indefinido» de la economía no era tolerado por la Biosfera: supo que era preciso detener esa carrera frenética que abocaba al «fin de todo» y preparó episodios de destrucción-regeneración para que el sistema capitalista se perpetuara de un modo nuevo.

Se requieren intermitentes «destrucciones», «devastaciones», «crisis agudas» que originen quiebra de muchas empresas y surgimiento de otras, naufragio de bastantes negocios y emergencia de otros, declive de formas tradicionales de obtener beneficios y ascenso de nuevas maneras para el enriquecimiento… Una «salutífera» destrucción-renovación de la economía, como la que conoció Europa tras las dos guerras mundiales, como la que experimentó Alemania tras la frustración del sueño nazi: este es el caso de la actual «conflagración mundial del Estado contra la sociedad» que se sirve del coronavirus para reproducir el Capitalismo de un nuevo modo traumático.

2. Este «rejuvenecimiento» del Capitalismo, esta higiene profunda del sistema establecido, que exige la extirpación de buena parte de sus tejidos enfermos o seniles, va a presentar una factura: la pagarán los más pobres, los vulnerables, los más explotados y oprimidos. Porque el coronavirus tiene dos vertientes beneficiosas para el sistema: su lado «destructor», que aniquila para regenerar, que «borra para escribir», que mata para alumbrar; y su lado «conservador», que ratifica la fractura social, la división en la comunidad, y hunde todavía más a «los de abajo» para que permanezcan en lo alto o sigan ascendiendo «los de arriba».

3. Se siguió el modelo del «campo de concentración», pero con una salvedad. Las gentes estuvieron confinadas y solo pudieron salir para trabajar o para comer (comprar alimentos), lo mismo que en Auschwitz. Y esta es la salvedad: nadie, en los campos de trabajo y de exterminio, estaba de acuerdo con la clausura, con la reclusión, mientras nosotros agradecemos este «arresto domiciliario» y nos reprimimos a nosotros mismos para cumplir con las ordenanzas que emanan del Estado. Somos auto-policías y albergamos Auschwitz en nuestro corazón y en nuestro cerebro.

4. Es evidente que están ocurriendo dos cosas distintas: una lucha legítima contra la enfermedad y, lo más importante, un aprovechamiento de la coyuntura sanitaria para implementar de una vez modalidades de sumisión absoluta del individuo y de la comunidad, definitivamente atados a los designios de la Administración y del Capital.

Bajo la sobreactuación de los aparatos represivos del Estado (policía, ejército), que estuvo aconteciendo tantos días -y de la que fueron víctimas los sin-techo, los vagamundos, los simples ciudadanos que quisieron dar un paseo o sentarse en el banco de un parque para respirar un rato al aire libre, los despistados que sintieron que tenían que salir y recibieron una multa, los amigos que acordaron encontrarse para conversar o pasar el túnel del encierro juntos y fueron castigados, etcétera-, se dejó ver otra cosa, un aspecto conmocionante de dimensiones acaso antropológicas: se percibió con claridad que, desde ahora y para siempre, la ciudadanía, asustada, mediáticamente aterrorizada, «consentía» esa vigilancia, ese despliegue de poder, esa presencia ofensiva del custodio, esa saturación de las calles y de las plazas por uniformes y por armas, por botas militares y por porras policíacas…Y que no solo lo consentía, sino que lo agradecía y hasta lo demandaba. Policías de nosotros mismos…

5. Ha llegado el momento de la «desobediencia civil» para hacer frente a esta perversa estrategia regeneradora del Capitalismo: dejar de pensar que el Estado, con sus aparatos coactivos e ideológicos, nos está «haciendo un favor», para empezar a hacérnoslo nosotros mismos. Y juntarnos, sí, y organizarnos, y actuar, para cooperar, por ejemplo, con las personas que hoy en día están padeciendo en primer lugar tal añagaza, los más desacomodados en el sistema, los precarizados, los marginados y también los marginales, los elegidos como «cebo» de la anulación psíquica y de la indigencia venideras.

«Desobediencia civil» y «objeción de conciencia» para recuperar los deteriorados valores del apoyo mutuo, del don recíproco, de la auto-regulación comunitaria e individual. «Desobediencia civil»: no hacer caso de esa «separación de metro y medio entre las personas» que pretende ultra-individualizarnos, que quisiera erigirnos en una suerte de egotistas combatiendo airadamente por el alejamiento de todos los demás. Es la hora del apretón de manos y del abrazo como forma de resistencia. Y del beso, que amenaza convertirse en asunto de privilegiados existenciales.

Hora de desobedecer, pero no para el mero disfrute personal o el hedonismo mal entendido, sino para inventar o reinventar redes de ayuda comunitaria, texturas insumisas de colaboración individual y trans-individual, maneras de neutralizar esta «guerra mundial de los Estados contra la sociedad».

Que la enfermedad deje de ser una excusa para aherrojarnos, para apretar todavía más los grilletes que nos aplicaron la administración y el mercado. Y algo más: recuperar el derecho de las comunidades a subsistir y resplandecer al margen e incluso en contra de los Estados avasalladores. Esgrimir el anhelo personal y colectivo de vivir en libertad.

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Cuando desaparezca el virus, quedará algo peor que toda enfermedad: el ciudadano-robot

Uno controla a todos, muchos controlan a uno, uno se controla a sí mismo

(Demofascismo optimizado, bajo la rentabilización socio-política de la pandemia)

Uno controla a todos (dictadura clásica): desde la Presidencia del Gobierno se nos da la orden del confinamiento y obedecemos.

Todos controlan a uno (vigilancia de la colectividad sobre el individuo): surge la llamada «policía del balcón» y, de entre los sumisos, muchos denuncian a los transgresores.

Uno se controla a sí mismo (auto-coerción, auto-dominación, fin del anhelo de libertad): y sale cada cual, sujeto a franjas horarias, a medidas, a plazos, a reglamentos; sale como un robot, como un policía de sí mismo.

Durante mucho tiempo me equivoqué y consideré que estos tres modelos de dominio y opresión eran sucesivos, como por fases, y ahora estábamos en la última, en la del auto-policía.

Hablé del «modelo del autobús» que leí en Calvo Ortega y López Petit: en los autobuses antiguos un empleado picaba el billete de todos los pasajeros (uno los controlaba a todos, dictadura directa); pasó el tiempo y se colocó una máquina para que cada usuario picara el billete por sí mismo, pero bajo la mirada de todos los presentes, por quienes era observado y podía ser denunciado (todos controlaban a uno, coerción comunitaria); por último, se alcanzó el momento en que uno subía a un autobús vacío y, sin presión externa, sin testigos, picaba «libremente» su billete (uno se controla a sí mismo, sujeción demofascista).

Pero hoy se está dando la suma de las tres fases, como si ya no fueran «etapas» sino superposiciones: el Estado que decreta, la ciudadanía que obedece y señala a los disidentes, los individuos que se auto-reprimen y consienten su robotización integral.

Se pudo sacar a los perros; y mucha gente se prodigó en ese paseo fiscalizado, en el que se manifestaba una suerte de ambigüedad civilizatoria: ¿cómo explicar la relación entre un animal doméstico, el ser humano, y otro, el ser canino?, ¿qué puede brotar de la relación entre estas dos servidumbres?

Se pudo sacar a los niños como si fueran perros, y surge una pregunta derivada: ¿qué puede surgir de un paseo conjunto del domesticador y del domesticable?

Ahora, cada persona puede sacarse a pasear a sí misma, en el cumplimiento forzoso de normas, de franjas (¿deberíamos decir «fajas», porque oprimen, molestan y ocultan supuestas fealdades?), de limitaciones sociales y geográficas; y la interrogante es clamorosa: ¿cabe esperar algo de esta suerte de robot, absolutamente programado, aparte de que, ojalá, desaparezca junto al virus del Capital y del Estado?

Durante más de un mes, las gentes de muchas pequeñas localidades se privaron de salir, de pasear, de ir a los campos para recoger sus alimentos (podían, eso sí, ir al supermercado, porque lo primero y lo último sigue siendo el mercado, el negocio). Y a las autoridades políticas, encarceladoras, les daba igual que en esas zonas no hubiera contagiados, no hubiera enfermos. A día de hoy, les dicen que ya pueden salir, y entonce salen.

Esto me recuerda una imagen desalentadora, que me asaltó en la ciudad de Alta, en pleno círculo polar noruego… Unas cuantas personas tenían que cruzar una carretera, pero el semáforo para los peatones estaba en rojo. Yo miro a la derecha y a la izquierda, y la vista casi se me desvanece en una llanura tan inmensa: no hay ningún vehículo por ningún lado y es verdad que, en toda la mañana, apenas habían aparecido por allí dos o tres autos. Me dispongo a cruzar, pues, tan tranquilo; y las gentes mi chillan, me recriminan, se enfadan conmigo. Regreso entonces al puesto de espera y cruzo con ellas, tras disculparme, cuando el semáforo de los peatones se pone en verde. «Obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer», escribí entonces. Y es lo que está pasando ahora: se nos insta a la obediencia no tanto para superar una crisis sanitaria como para sancionar el auto-aniquilamiento de nuestra autonomía y de nuestra libertad.

Optimización del demofascismo.

Cuando desaparezca el virus, quedará algo peor que toda enfermedad: el ciudadano-robot.

Más que mirar a la llamada «mayoría social», tan nauseabunda, reparo en las plantas humildes: a pesar de todo, como decía, el romero, la aliaga y el tomillo están en flor…

Pedro García Olivo

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana de Sesga, en el Rincón de Ademuz

(Ya disponible a través de las distribuidoras Traficantes de sueños y El local Cambalache en librerías de toda España o, directamente, a través de este e-mail (sin gastos de envío en el Estado Español): edicionesfantasma@gmail.com)

Ediciones FANTASMA

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SENSUALIDAD Y CREACIÓN

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“Yo, Antonin Artaud, que tengo cojones en el coño, os los puedo decir: con copular no basta”. He aquí una frase condenada a perseguirme a través de los años, destinada a acompañarme (si es verdad que la persecución no se conjura más que como compañía) de país en país, de lenguaje en lenguaje, de costumbre en costumbre, como de misterio en misterio e incluso de caída en caída, hasta el desmayo inconcebible de la voluntad de saber.

Y, junto a ella, el recuerdo de lo que un día llegó a escribir el viejo, muy viejo, Van Gogh: “Queda siempre la sospecha de no encontrarse en la verdadera vida, y el pensar que más valdría trabajar en la carne misma que en el yeso o en el lienzo”.

Sensualidad y creación: las dos riberas de un único río, profundo como el horror; las dos orillas de una poderosa corriente que apenas sabemos nombrar y mucho menos describir. Y, de una costa a otra, como el abrazo impensable de las playas, un puente precario desde el que siempre es posible arrojarse de cabeza.

Toda la vida corriendo de un extremo a otro, sintiendo en cada margen la nostalgia de la opuesta y hasta su necesidad. Y, de vez en cuando, tentando lo prohibido, detenerse en medio del puente, pensar que desde allí se participa del auxilio de las dos riberas y que se está más cerca del enigma de las aguas. Sentir entonces que la posesión de los dos extremos en nada se distingue de su pérdida; y que cuando se apacigua la guerra de las pasiones queda en el aire no sé qué extraño olor a muerte, una muy temible invitación a la renuncia y a la asfixia…

Volver a correr de nuevo, de orilla a orilla, sin descanso ni esperanza, hasta la noche estrellada en que, bajo la paz de la luna, se desplome el puente como se yergue un ciprés y, en la misma caída, se reconcilien —de una vez y para nunca— todos los contrarios.

Creación y sensualidad.

(De «El Espíritu de la Fuga», libro para descarga libre y gratuita desde mi blog)

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana

«SE HUNDE VERTIGINOSAMENTE ANTE UNOS OJOS ESCRUTADORES POR PRIMERA VEZ SIN DUEÑO Y UNA MANO, FIEL CRONISTA, QUE YA NO PUEDE ASEGURAR QUÉ VOLUNTAD LA MUEVE NI PARA QUIÉN ESCRIBE»

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(La leyenda del Sujeto-Agente)

E. Subirats ha constatado la inadecuación de toda perspectiva “humanista” ante la situación real del individuo en el capitalismo consolidado, celebrando como mérito del estructuralismo la demolición integral de la mítica del Sujeto-Agente:

“La filosofía de la historia del estructuralismo concibe a esta como el proceso de un desarrollo objetivo susceptible de reconstruir como sistema o estructura por parte de un sujeto del conocimiento, pero no constituido por este. Antes bien, el sujeto no existe en el proceso objetivo de la historia sino como constituido o determinado. Asume, a este respecto, la teoría marxiana de la sociedad mercantil, así como la crítica nietzscheana del kantismo y del idealismo en general. De algún modo, la concepción estructuralista coincide con la experiencia de cada cual. Nadie es nada como sujeto empírico, y todo lo que es lo es como miembro y como objeto de las distintas esferas institucionales que componen el todo de una sociedad y ejercen un poder total… La confrontación más o menos explícita del estructuralismo con la tradición cultural moderna del pensamiento clásico ha tendido a poner de manifiesto la falacia del sujeto trascendental en tanto figura de la subjetividad moderna, y asociarla con la tarea histórica de la dominación de la naturaleza y de la sociedad”.

Y en el punto de arranque de esta tradición crítica hallamos, como viene sucediendo en cada apartado, el trabajo en cierto sentido complementario de Marx y Nietzsche: el primero anegando metódicamente al Hombre-Sujeto en el espesor de lo social y de lo histórico; y el segundo pasando a cuchillo la fundamentación filosófica (idealista) de tal fetichización del ser humano. “El ser humano no es ninguna abstracción inherente al individuo particular. En su realidad, es el conjunto de las circunstancias sociales”, anotó Marx en las Tesis…; y, en La ideología alemana, precisó aún más el sentido de su desacuerdo con la filosofía clásica: “La suma de fuerzas de producción, capitales y formas de intercambio social con que cada individuo y cada generación se encuentran como algo dado es el fundamento real de lo que los filósofos se representan como la sustancia y la esencia del hombre”. Y, como si por tortuosos caminos El ocaso de los ídolos corriera al encuentro de la “crítica de la economía política”, Nietzsche acometió en estos términos el derribo del Sujeto-Agente:

“La psicología más antigua y más largo tiempo vigente era la que imponía la pauta aquí: para ella, todo acontecimiento era un acto, y todo acto el efecto de una voluntad; el mundo era visto por dicha psicología como una pluralidad de agentes y a todo acontecimiento se le asignaba uno de ellos (un sujeto)… Se suponía que, en el acto de la voluntad, la causa era el sujeto; igualmente, tampoco se dudaba de que se debía buscar todos los antecedentes de un acto, sus causas, en la conciencia… Nada ha tenido hasta hoy un poder de convicción más nocivo que este error relativo al ser. Cuenta a su favor con cada palabra, con cada frase que pronunciamos”.

El Hombre, que, al diluirse en la necesidad y en el todo, pierde así su condición de Sujeto de la Historia (“el individuo es, de los pies a la cabeza, un fragmento de destino, una ley y una necesidad para todo lo que está por venir… Somos necesarios, un pedazo de fatalidad, formamos parte del todo, somos en el todo; no hay nada que pueda juzgar, medir, comparar y condenar nuestra existencia”), se desvanece también, mediante la impugnación del menor residuo kantiano, como Sujeto (trascendental) del Conocimiento: “A partir de ahora, señores filósofos, evitemos, pues, esa peligrosa y antigua farsa conceptual que ha inventado un sujeto puro del conocimiento, el cual es ajeno a la voluntad, al dolor y al tiempo; guardémonos de los tentáculos de conceptos contradictorios del estilo de razón pura, espíritu absoluto y conocimiento en sí” (F. Nietzsche).

Una tal recomendación, recogida por buena parte de la filosofía crítica posterior, sería relegada al olvido por la metodología académica de la historia. E iguales destinos conocerían las reelaboraciones de tales ideas en el seno de la tradición marxista -Lukács y Gramsci, p. ej.- o entre los acólitos de la “negación” nietzscheana (de Foucault a Baudrillard). Parafraseando a Engels, podríamos sostener que el peculiar modo histórico-científico de pensar “atendiendo a las cosas pierde su conexión, atendiendo al ser pierde su devenir y su perecer, atendiendo al reposo se olvida del movimiento”.

En polémica con P. Vilar, preso aún de la tradición humanista moderna, A. Akoun explicó así el alcance de la intervención estructuralista contra la filosofía del Sujeto: “Lo que Althusser ha demostrado en su lectura de Marx es que no se puede hablar de una filosofía del sujeto en el interior del marxismo: ser hombre, en un análisis marxista, no quiere decir nada; se es burgués o se es proletario, se es siervo o se es señor; se es, así, pura y simplemente, una puesta en escena de la estructura de las relaciones de producción… El Hombre no es el sujeto de la historia; son las relaciones de producción las que ponen en escena al hombre”.

Bien sea, pues, en la dirección de una desublimación radical del hombre-actor como mero “objeto”, determinado en su comportamiento social hasta un punto en el que ya no le cabe la dignidad del Sujeto Transformador de la Historia (la Escuela Francesa, a partir de Nietzsche), bien en el sentido de un desplazamiento del protagonismo histórico desde el individuo en tanto “ser humano” hasta la clase social como producto de las relaciones de producción y del juego complejo de las estructuras (Althusser y sus discípulos, a partir de una peculiar lectura de Marx), la tradición idealista del Sujeto-Agente se ve hoy impugnada desde la filosofía crítica con un vigor que ha hecho hablar, a propósito, de la “muerte del hombre”. Mientras tanto, los metodólogos ortodoxos de la Historia Científica continúan ubicando su disciplina entre las llamadas “ciencias humanas”, con una convicción espantosamente ingenua.

La insostenibilidad actual de la Filosofía del Sujeto, bajo cualquiera de sus formas, se nutre precisamente de la incongruencia detectable entre la realidad fáctica de los individuos concretos, por una parte (que ya se auto-perciben y representan como simples portadores de procesos sociales, como meros objetos de las prácticas institucionales), y su horizonte cultural, por otra -remitente a los paradigmas de la edad clásica moderna y todavía grávido de conceptos hoy tan irrisorios como los de autonomía, libertad, responsabilidad, fidelidad, virtud… La consciencia de esta desproporción, de esta escisión radical entre los conceptos culturales hegemónicos y la realidad sensible que les corresponde bajo los sistemas de poder y dominación del capitalismo finisecular, ha hecho escribir a Foucault una página extraña y sugerente:

“A todos aquellos que quieren hablar aún del hombre, de su reino o de su liberación, a todos aquellos que plantean aún preguntas sobre lo que es el hombre en su esencia, a todos aquellos que quieren partir de él para tener acceso a la verdad, a todos aquellos que en cambio conducen de nuevo todo conocimiento a las verdades del hombre mismo, a todos aquellos que no quieren formalizar sin antropologizar, que no quieren mitologizar sin desmitificar, que no quieren pensar sin pensar a la vez que es el hombre el que piensa, a todas estas formas de reflexión torpes y desviadas no se puede oponer otra cosa que una risa filosófica -es decir, en cierta forma, silenciosa”.

Como manifestación de la Crisis de la Razón, este hombre impotente, derrotado y desterrado de sí mismo, inerme como nunca en su historia, apenas sí puede identificar al fantasma que hoy ocupa lo que un día fue su trono. Sugiere Foucault que la nueva divinidad se llama “lenguaje”, pero no sostienen lo mismo los modernos adoradores de la Mecánica Estructural. En cualquier caso, el hombre, en su caída, sucumbiendo con la Razón en la que ayer soñó encontrar sus alas y que hoy, fardo inclemente, ni siquiera le sirve ya de ancla, se hunde vertiginosamente ante unos ojos escrutadores por primera vez sin dueño y una mano, fiel cronista, que ya no puede asegurar qué voluntad la mueve ni para quién escribe. “El edificio mismo de la Razón, tras un instante de valor insensato, ve disiparse su majestad; lo que subsiste, pese a todo, como un lienzo de pared resquebrajado, acrecienta, no calma, el sentimiento vertiginoso”.

Debe quedar claro, no obstante, que el cuestionamiento radical de la Filosofía del Sujeto -y de su asimilación cientificista- no propende un “rendicionismo” de nuevo cuño, descreído, ante los avatares de la dominación social y la eficacia multiplicada de los poderes coactivos. Antes al contrario, precisamente en la medida en que desilusiona al científico social respecto a las virtualidades emancipatorias de su saber “humanista”, llamando la atención sobre las condiciones históricas en las que formula su pretensión de compromiso a través de la práctica disciplinaria -como nuevo sujeto histórico que resuelve la transformación de la realidad social en la banal acumulatoria de los “conocimientos objetivos”-, justamente en esa medida, desbloquea el camino de un nuevo engarce con la praxis real del sujeto empírico de la resistencia, menos atenta, en la coyuntura actual de la hegemonía capitalista, a la mítica de la Revolución que a la tecnología de la subversión local y fragmentaria y, en cualquier caso, absolutamente vuelta contra la hipocresía del reformismo y de la liberación por la ciencia autónoma, metodológicamente definida.

Como último y más seguro refugio de la Filosofía del Sujeto, el humanismo marxista se atrinchera en la crítica logocéntrica de la metafísica del Hombre-Agente. Manteniendo un sustrato indisimulablemente “antropologista”, la concepción humanista de la historia, suscrita y desarrollada por A. Heller en nuestros días, exigiría, como fundamento último, la creencia en ciertos valores genéricos del ser humano, susceptibles de represión o realización histórica. El Sujeto, idéntico a lo largo del tiempo, se iría determinando antropológicamente por la síntesis de los “valores” realizados o conquistados en cada etapa histórica. Como final del proceso, incluso, según las exégesis marxistas, la constitución histórica de “necesidades radicales”, difícilmente neutralizables por el sistema social, mantendría en pie la posibilidad de la emancipación… Frente al naturalismo subrepticio de semejante construcción, J. Baudrillard ha sostenido la imagen, perfectamente antitética, de una indefinida “génesis ideológica de las necesidades”: incluso “instintos” tan venerados como la pulsión de supervivencia será remitidos, inflexiblemente, al arsenal de las técnicas de reproducción del sistema social. Con ello, efectivamente, se destierra del análisis toda tentación esencialista; pero, simultáneamente, se incurre en cierto idealismo negativo no menos reñido con la historia: frente al optimismo desmadejado de las “necesidades radicales” (apuntadas por Heller en Para cambiar la vida y por Marcuse en El final de la utopía), necesariamente apoyado en cierto naturalismo recatado e incluso en un teleologismo latente que apenas se insinúa por detrás del postulado de la unicidad de la consciencia, tendríamos ahora un pesimismo apocalíptico (sobre todo en La génesis…) socorrido puntualmente por una fetichización del Sistema y una concepción adialéctica del carácter -o estructura de la personalidad- y de las formas dominantes de subjetivización.

Tan lejos de uno como de otro extremo, encontramos la consideración de las “necesidades” como productos intrínsecamente histórico-sociales, sujetos inevitablemente todas las estrategias de canalización y reconducción política reproductiva, pero, en virtud de su fundamental ambivalencia, suscitadores de demandas y reivindicaciones no siempre integrables, rectoras de la praxis y de la resistencia. De ahí la repulsa nietzscheana de aquella “moral de la doma y de la cría” obsesionada en la rectificación (doma) de los individuos y en su proliferación táctica (cría) como condición de la transformación social; de ahí también la propuesta de un “pensamiento afirmativo”, que no condene los comportamientos y las actitudes por su impureza política, sino que refuerce y exprese sin descanso las demandas efectivamente presentes, extremando su poder de perturbación y su eventual -también contingente- peligrosidad política.

Frente al modelo de la “consciencia transhistórica” -substrato inalterable de los planteamientos que acabamos de revisar-, consagrado por cierta tradición marxista y determinante asimismo de las teorías humanistas de la “alienación” y de la “ideología como falsa consciencia”, M. Foucault propuso, contrariando convicciones firmemente arraigadas en la fragua de la Historia Científica, la alternativa genealógica de la “emergencia” sucesiva de diferentes tipos históricos de subjetividad. De esta forma, p. ej., la transición al capitalismo, en el siglo XIX, ya no supondría un nuevo “avance” en el desarrollo genérico del Hombre, o la conquista por la consciencia humana de nuevas cotas de libertad y conocimiento, sino más bien la simple irrupción de un “nuevo tipo de subjetividad histórica”, contemporáneo de la reordenación del saber conforme a las exigencias de las nuevas formas de dominación y de poder (concretado, por lo demás, en el abanico de las “ciencias humanas” burguesas) . Como anunció en La Verdad y las Formas Jurídicas:

“Me propongo mostrar cómo es que las prácticas sociales pueden llegar a engendrar dominios de saber que no solo hacen que aparezcan nuevos objetos, conceptos y técnicas, sino que hacen nacer además formas totalmente nuevas de sujetos y sujetos de conocimiento”.

De este modo, Foucault se situaba en las antípodas de la teoría marxista de la “ideología como falsa consciencia” y concretaba teoréticamente una de las exigencias formuladas por la tradición antilogocéntrica moderna: instalar la discontinuidad en el corazón mismo del Sujeto. Complementariamente, y en lo concerniente a la relación con el Objeto, el señuelo de la unidad, de la identidad y de la síntesis se veía suspendido sin ambages:

“Es preciso concebir una doble disociación: la de un sujeto central y fundador al que sucederían, de una vez para siempre, acontecimientos, mientras que desplegaría a su alrededor significaciones; y la de un objeto que sería el foco y el lugar de convergencia de las formas reconocidas y de los atributos afirmados… Es preciso concebir, no el sujeto sintetizante-sintetizado, sino esa insuperable fisura. Fisura del Yo y serie de los puntos significantes no forman la unidad que permitiría que el pensamiento fuese a la vez sujeto y objeto; sino que son ellos mismos el acontecimiento del pensamiento y lo incorporal de lo pensado, lo pensado como problema (multiplicidad de puntos dispersos) y el pensamiento como mimo (repetición sin modelo)”.

Y aunque, según algunas opiniones, las posiciones de Foucault, tanto en lo relativo a la teoría de la historia y de la sociedad como en lo que atañe a la concepción puramente epistemológica, no están exentas de graves problemas y (más allá de sus puntos de inacabamiento, de sus blancos y de sus necesarias aporías) rozan eventualmente lo inadmisible, lo insuficiente, lo pre-crítico, es forzoso reconocer la fertilidad teórica de la tradición en que se inserta. Sucede, pues, con la Escuela Francesa lo contrario que con el althusserismo: si aquella, a pesar de sus deficiencias, “produce” teoría, desarrolla la crítica; este, incluso cuando se arroga la magnanimidad de la Ciencia, no cesa de dar vueltas alrededor de sí mismo, obstruyendo la deconstrucción y vedando la innovación teórica.

De la doble impugnación de la Filosofía del Sujeto se han seguido, pues, dispares consecuencias; y la sensación inicial de convergencia crítica se ha desvanecido ante la evidencia de la incomunicabilidad de los resultados… La corriente estructuralista marxista recaería en un “cientificismo” todavía irreprochablemente religioso y sustituiría el reinado del Hombre en la Historia por el despotismo del Juego de las Estructuras -proceso sin sujeto-, mientras que la tradición antilogocéntrica francesa, recalcando la contingencia implacable de las formaciones científicas modernas, suspendería la primacía incontestada del Hombre y, en su lugar, no dejaría más que un extraño “hueco”, un vacío inquietante y testimonial, rondado por el Lenguaje pero no meramente reductible a él. En la práctica, la Teoría Francesa desarrollaría diversos modelos teoréticos, proponiendo formas en parte compatibles y en partes antinómicas de conjurar el efecto desmembrador de un tal agujero. No resulta arriesgado concluir, sin embargo, que la empresa, lejos de arrojar resultados satisfactorios y a pesar de sus perseverantes acometidas, tiende actualmente a revelar su propio fracaso ante un límite infranqueable, un punto de clausura de la teorización, histórica y conceptualmente determinado -manifestación local de la imposibilidad, ya mencionada, de trascender en nuestros días, de forma absoluta, el paradigma clásico.

En cualquier caso, la terrenalización del hombre, al margen de las perplejidades teóricas que suscite, con independencia de las paradojas críticas en que nos hunda, figura como una conquista irrenunciable del pensamiento antimetafísico contemporáneo y ha sido incorporada como presupuesto de partida, como condición de respetabilidad, a los campos filosóficos regionales del psicoanálisis (J. Lacan), la teoría de la escritura (J. Derrida), la problemática política del deseo (G. Deleuze) o el replanteamiento del viejo, e indispensable, asunto de la ideología (de W. Reich a M. Maffesoli).

Sorprende, pues, que la metodología académica de la historia, contraviniendo un punto innegable de consenso crítico contemporáneo (a saber, la negación del Hombre, abstracto y eterno, en tanto Sujeto de la Historia y del Conocimiento), extraiga todavía sus conceptos nucleares del “dominio de juego” de la Filosofía del Sujeto.

(Capítulo completo de «La Policía de la Historia Científica. Crítica del discurso historiográfico», mi tesis doctoral)

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Alto Juliana de Sesga

“HOY SABEMOS QUE AQUEL REINO DE LA RAZÓN NO ERA MÁS QUE EL REINO DE LA BURGUESÍA”

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(El mito de la Cientificidad)

Distanciándose de una tan pertinaz sujeción al Trascendentalismo (mística de la Verdad, fetiche de la Ciencia, “presencia” del Objeto, idealidad y permanencia del Concepto…), F. Nietzsche porfió por la modificación de la perspectiva:

“El origen del lenguaje no sigue un proceso lógico; y todo el material sobre el que, y a partir del cual, trabaja y construye el hombre de la verdad, el investigador, el filósofo, procede, si no de las nubes, en ningún caso de la esencia de las cosas…

La omisión de lo individual y de lo real nos proporciona el “concepto” del mismo modo que también nos proporciona la forma, mientras que la naturaleza no conoce formas ni conceptos, así como tampoco ningún tipo de géneros, sino solamente una “X” que es para nosotros inaccesible e indefinible… Cabe admirar en este caso al hombre como poderoso genio constructor, que acierta a levantar sobre cimientos inestables y, por así decirlo, sobre agua en movimiento, una catedral de conceptos infinitamente complejos…

Entre dos esferas absolutamente distintas, como lo son el sujeto y el objeto, no existe ninguna causalidad, ninguna exactitud, ninguna expresión, sino, a lo sumo, un extrapolar abusivo, un traducir balbuciente a un lenguaje completamente extraño…”.

Y, de la misma manera, si bien con herramientas críticas diferentes, K. Marx se aplicó a la demolición de ese “paradigma clásico” todavía hoy sostenido por la concepción dominante de Ciencia:

“La pregunta de si una verdad efectiva llega al pensamiento humano no es una pregunta de la teoría, sino de la práctica. El hombre ha de comprobar en la práctica la verdad, es decir, la realidad y el poder, la temporalidad de su pensamiento. La polémica sobre la realidad o no realidad de un pensamiento, fuera de la práctica, es una pura pregunta escolástica…

La vida social es práctica en esencia. Todos los misterios que inducen la teoría al misticismo tienen su solución radical en la práctica humana, en la comprensión de esta práctica”.

Frente al “misticismo” de la Teoría del Conocimiento, se sentaban así las bases de un par de tradiciones críticas: la Arqueología del Saber y la Epistemología de la Praxis. La Historia Académica, sin embargo, se permitió desconsiderarlas de forma casi absoluta, como si nunca nadie hubiera dudado bajo ningún concepto de la fiabilidad de sus presupuestos rectores o jamás hubiera sido puesta en tela de juicio la “terrenalidad” de sus premisas de fondo… Peor aún: en la medida en que los más venerados “metodólogos” marxistas -a quienes, en tanto superadores indiscutidos del positivismo conservador, se les presumía una superior “formación teórica”- sintieron la tentación de examinar el sentido de las nuevas corrientes antilogocéntricas, solo consiguieron evidenciar las estremecedoras lagunas intelectuales que los confirmaban como “historiadores de oficio”, levantando sucesivas empalizadas mitificadoras con que salvaguardar a la disciplina histórica de los amenazadores vientos del “relativismo”, el “irracionalismo” o la -pretendida- “reacción” filosófica.

En un pequeño opúsculo, y casi glosando una de las más sugerentes “intuiciones” nietzscheanas, M. Foucault caracterizó así el punto de partida de todo “proyecto arqueológico”:

“No hay nada absolutamente primario que interpretar, porque en el fondo ya todo es interpretación; cada signo es en sí mismo no la cosa que se ofrece a la interpretación, sino la interpretación de otros signos. En efecto, la interpretación no aclara una materia que con el fin de ser desvelada se ofrece pasivamente; ella necesita apoderarse, y violentamente, de una interpretación que está ya allí, que debe trastocar, revolver y romper a golpes de martillo…

Es también en este sentido en el que Nietzsche dice que las palabras fueron siempre inventadas por las clases superiores; no indican un significado, “imponen” una interpretación… No se interpreta en realidad lo que hay en el significado, sino que se interpreta “quién” ha propuesto la interpretación. El principio de interpretación no es otra cosa más que el intérprete, y este es tal vez el sentido que Nietzsche dio a la palabra “psicología”.

Como se observará, desde esta óptica, determinada por Nietzsche, Freud y Marx para objetos diferentes, asumida por Foucault entre otros, toda la problemática de la “teoría del reflejo” (o teoría del conocimiento) aparece como reminiscencia de una epistemología absolutamente anacrónica.

La “epistemología de la praxis” opera un desplazamiento análogo desde el dominio logocéntrico del Objeto (como presencia, como sustancia que exige un Sujeto fundador y un acto original de “constitución”, como entidad emancipada de la historia que hace valer su permanencia e identidad a lo largo del tiempo) hasta el terreno inmediato de la Praxis -pura contingencia, variabilidad y transformación sin límite, actuación sin norma, diferencia en perpetuo movimiento. El criterio de validez del saber ya no se solidarizaría con los motivos metafísicos de la “fidelidad”, la “objetividad”, la “exactitud”, la “verdad”…, sino con los temas, necesariamente políticos, de la “resistencia”, la “modificación”, la “fertilidad práctica”, la “operatividad movilizadora”… Con ello, se vivifica el saber, abandona aquella “mímica de sepulturero” con que torturaba al sujeto de la protesta; y se identifica con ese sujeto y con su lucha hasta el punto de desaparecer como coacción externa, luz autónoma o tradición independiente. Y, solo en virtud de esa fusión, los portadores de los nuevos discursos se hallarían enteramente a salvo de la certera imprecación que Marx lanzara sobre los filósofos neo-hegelianos: “Solo luchan contra frases. A estas frases por ellos combatidas no saben oponer más que otras frases, y no combaten en modo alguno el mundo real existente”.

Por muchas dificultades que encuentre el proyecto del mutuo acercamiento de estas dos tradiciones críticas, por trabajoso que resulte pensar sus articulaciones, hay algo en la Teoría del Reflejo, en el paradigma clásico, que, al desairarlas simultáneamente, establece el fundamento de una convergencia “en la huida”… A ese algo escandaloso (a saber, la neutralización del concepto de cultura) sigue apegada, sin embargo, la historia académica -incluso, o sobre todo, en su modernización marxista.

Debemos a Th. W. Adorno una temprana aproximación al origen y alcance de dicha “neutralización”, así como una toma reactiva de posición filosófica ante la ignominia de la Razón Instrumental que, a partir de ese desarme, dominará los discursos y las prácticas de la Modernidad:

“Algo esencial ha cambiado en la relación entre lo cultural y el poder organizado. La cultura, como aquello que apunta más allá del sistema de la conservación de la especie, incluye un momento de crítica frente a todo lo existente, frente a todas las instituciones. Sin embargo, el concepto de cultura se ha neutralizado en gran medida gracias a la emancipación de los procesos vitales que había recorrido con la ascensión de la burguesía y de la Ilustración: se había embotado su filo ante lo existente… El proceso de neutralización, la metamorfosis de la cultura en una cosa independiente, que ha renunciado a toda relación con la praxis posible, permite entonces adaptarse sin contradicciones y sin peligro a la organización de lo que se purifica incansablemente. Y cabe leer algo de tal neutralización de lo cultural, así como de la compatibilidad de lo neutralizado y la administración, en el hecho de que actualmente puedan fomentarse y presentarse por instituciones oficiales manifestaciones artísticas extremosas, e incluso que deban hacerlo así si es que estas han de despuntar, no obstante que denuncien lo institucional, lo oficial. Mientras el concepto de cultura sacrifica su relación posible con la praxis, se convierte en un momento de la organización”.

Como corolario de esta “integración” del concepto de cultura, todo el área de la cientificidad, con sus prácticas específicas y sus instituciones productoras, cae bajo el maleficio de la cosificación, encajándose en lo existente y contribuyendo a la reproducción de los órdenes políticos establecidos. En palabras de M. Horkheimer:

“Actualmente el acento descansa en lo instrumental; la totalidad de una ciencia forma parte de una herramienta social, todo hombre amenaza en convertirse en una herramienta… Más también en esta evolución actúa, subyacente, la Ilustración. La exigencia de educar a los estudiantes en la fidelidad frente a los hechos -en lo cual reside hoy el pathos de la formación académica- tiene también un sentido humano: han de desvanecerse las quimeras, los seudo-saberes, las supersticiones… Pero, si la imparcialidad abstracta se transmuta en un concentrarse testarudamente en lo dado en cada caso, entonces la fidelidad frente a los hechos se muda en limitación por medio de los hechos -y la limitación es lo contrario de la libertad.

El triunfo de la ciencia natural y de la técnica, desde hace cien años, ha ocultado la opresiva circunstancia de que la universitas no ha sido capaz de resistir suficientemente a esta fuerza dialéctica… La Universidad se encajaba en lo existente con docilidad, y cuanto más machaconamente alardeaba de autonomía e independencia tanto más acomodaticia a lo establecido se mostraba”.

No debe extrañarnos, entonces, que las tradiciones críticas enfrentadas al momento epistemológico de la comentada neutralización de la cultura (es decir, la teoría clásica del conocimiento, degradada aún en “teoría de la ciencia” por el positivismo moderno) tiendan de algún modo a converger, y afiancen esa proclividad al re-encuentro en la remisión, matizada pero inevitable, a las posiciones de Adorno y Horkheimer. Como ha señalado J. Habermas:

“Existen muchas similitudes entre la dialéctica negativa y los procedimientos de deconstrucción -entre la crítica de la razón instrumental y los análisis de las formaciones del discurso y del poder.

El componente lúdico-subversivo de una crítica de la razón que es consciente de su propia autorreferencialidad paradójica y la explotación de las posibilidades empíricas que fueron reveladas en un primer momento por la estética de la vanguardia: ambos aspectos caracterizan un pensamiento y una presentación de corte nietzscheano, que establece la afinidad espiritual de Adorno con Derrida, por un lado, y con Foucault, por otro. Lo que separa a Adorno de estos dos pensadores, como de Nietzsche mismo -y esto me parece políticamente decisivo-, es lo siguiente: Adorno no se desprende meramente del contradiscurso que ha ocupado la modernidad desde sus comienzos; más bien, en su desesperada adhesión al procedimiento de la negación determinada, permanece fiel a la idea de que no hay más cura para las heridas de la Ilustración que la radicalización de la Ilustración misma”.

Y, si la relación de la Arqueología del Saber (proyecto deconstructor, genealogía del poder) con el criticismo de la Escuela de Frankfürt apenas requiere tales matizaciones, aún más perceptible resulta la “continuidad” de los intereses teóricos de Adorno y Horkheimer en los representantes de la llamada Epistemología de la Praxis -que busca igualmente apoyo fundamentador en las tesis de K. Korsch y A. Gramsci.

Por último, y como muestra de la mencionada “convergencia” (testimonio, además, de las inquietudes proscritas en la forja de la Historia Científica), podemos recoger un texto sobradamente esclarecedor, consigna teórica de la denominada Teoría Francesa:

“Quisiera sugerir una manera distinta de avanzar hacia una nueva comprensión de las relaciones de poder que sea a la vez más empírica, más directamente ligada a nuestra situación presente y que implique además relaciones entre la teoría y la práctica. Este nuevo modo de investigación consiste en tomar como punto de partida la forma de resistencia a cada uno de los diferentes tipos de poder…”.

Bastaría con desplazar ligeramente los acentos para que esta sugerencia de Foucault se reconociera, como ante un espejo, en las prescripciones más características de los enfatizadores radicales de la praxis. Uno de ellos, E. Subirats, ha escrito, por ejemplo, lo siguiente:

“El ataque a esta Razón, que históricamente coincide con el logos de la dominación, es la primera tarea que ha de afrontar la filosofía crítica. Esta, en la medida en que asume la defensa del individuo determinado ante los poderes establecidos y hace suya la causa de la conservación del sujeto empírico que el progreso capitalista amenaza y destruye efectivamente, tiene que identificarse también con el protagonista de la protesta y las formas más radicales de resistencia frente a estos poderes… Su solidaridad con el individuo social, para el que pretende ser un medio de su defensa, solo se concreta allí donde su crítica y las categorías teóricas que emplea se articulan de una manera transparente con formas de resistencia colectiva”.

Las nociones de Ciencia, Razón, Objetividad -o, simplemente, Verdad- asumidas por la narrativa de la “metodología de la historia” se sitúan, sin embargo, muy lejos de lo que acabamos de presentar como Arqueología del Saber y Epistemología de la Praxis. En todos los casos, la consagración logocéntrica de los conceptos fundamentales de la prescriptiva metodológica requirió, significativamente, una cancelación de la historia y de la política como instancias temporalizadoras, y articuló sustitutivamente un universo del discurso pretendidamente a salvo de la erosión del devenir y de la implicación en las luchas sociales. Se podría aplicar así a los metodólogos de la historia aquello que F. Nietzsche escribió a propósito de los filósofos:

“¿Qué es lo que pertenece a la idiosincrasia del filósofo? Pues, p. ej., su carencia de sentido histórico, su odio a la idea misma de devenir, su afán de estaticismo egipcio. Los filósofos creen que honran algo cuando lo sacan de la historia, cuando lo conciben desde la óptica de lo eterno, cuando lo convierten en una momia… Todo lo que han utilizado los filósofos desde hace miles de años no son más que momias conceptuales; nada real ha salido con vida de sus manos. Cuando esos idólatras adoran algo, lo matan y lo disecan…”.

Al eternizar sus recomendaciones procedimentales y hacerlas derivar indefinidamente de una concepción pétrea, cósica, ahistórica, de la Razón y de la Ciencia, estos metodólogos olvidaron además, a pesar de su ocasional presunción de progresismo, una de las más importantes observaciones marxianas: “Los hombres, al establecer las relaciones sociales con arreglo al desarrollo de su producción material, crean también los principios, las ideas y las categorías conforme a sus relaciones sociales. Por tanto, estas ideas, estas categorías, son tan poco eternas como las relaciones sociales a las que sirven de expresión. Son productos históricos y transitorios”. Y, en este sentido, de igual modo que, en el decir de F. Engels, “hoy sabemos que aquel Reino de la Razón no era más que el Reino de la Burguesía”, tampoco nos cabe ya duda de que el Imperativo del Rigor en el que se fundaba la mítica de la Objetividad Científica no era otra cosa que el Imperativo de la Legitimación que sostenía, al nivel de las superestructuras, las formas establecidas de subjetivización y reproducción capitalistas.

Como vimos, el mayor interés -para nuestros propósitos- de la Teoría de la Posmodernidad radicaba en su contribución, somera y hasta tardía, al establecimiento de los parámetros históricos del Proyecto Moderno y de la cadena conceptual en que habría de fosilizarse: Objetividad, Disciplina, Ciencia, Verdad, Razón… En otra parte, nos referimos asimismo a las principales obras comprometidas en esta “historización” de la Ciencia Moderna. Interesa ahora destacar que la literatura de la metodología de la historia, reconocible o no bajo tal título, se ha desatendido por completo de dicha tarea; y no tanto por desidia o por cierta jerarquía extravagante de los intereses como por el escaso “sentido histórico” de sus realizaciones: la “historia de la ciencia histórica” ha sido resuelta como un difícil ascenso a la cima del rigor, sin que en ningún momento se planteara la determinación histórico-social de eso que celebraba como “método científico”.

Al abordar la historia del saber historiográfico como “progreso” o evolución meramente técnico-procedimental, al superponer simplemente a ese núcleo positivista cierta panorámica diacrónica de los temas más tratados, de las teorías sociales e históricas asumidas en cada momento y, como mucho, de la efectividad legitimatoria coyuntural de las sucesivas “tendencias”, la crítica historiográfica académica se condena, a su vez, a la racionalización de los modos imperantes, a la justificación de la forma hegemónica de discurso histórico (regido aún, como señalamos, por la ordenación “burguesa” del saber).

Como alternativa, solo un replanteamiento de la problemática gnoseológica -“política” en un determinado sentido- de la Historia Científica, especialmente atento a los aprioris históricos de cada “episteme”, convencido de la fatal contingencia de todos los conceptos, interesado también por las condiciones materiales de la producción del saber y las relaciones entre las prácticas discursivas y las restantes prácticas sociales, puede devolver a la “crítica de la historiografía” aquella perspectiva histórica que F. Nietzsche echaba de menos en la “historia de los historiadores” y nosotros, concretamente, en el “discurso del método”.

Y, como condición primera de tal rectificación, habrá que liberar al más general de los conceptos, el de Razón, del yugo de la “teoría del conocimiento”, devolviéndolo, sin compasión ni acritud, a la infamia de sus orígenes. Un desplazamiento análogo deberán conocer las nociones dependientes (subordinadas) de Verdad y Objetividad. Preparando el terreno de esta desacralización, E. Subirats anotó lo siguiente:

“En Kant, la separación entre la conservación del individuo empírico y los intereses de la razón alcanza una forma ejemplar que va a ser definitiva para toda la época moderna. La razón en Kant ya no trabaja en modo alguno para satisfacer las necesidades o reproducir la existencia de los individuos concretos, es decir, históricos, determinados, de carne y hueso, que actúan y viven en una sociedad dada. La razón kantiana, y su muy penoso trabajo, solo se cumple en favor de un sujeto vacío (el sujeto trascendental) que es puro poder, pura potencia de dominación, y nada más: un sujeto lógico y, según la misma formulación de Kant, un punto vacío… Este punto vacío, portador de la razón y de sus intereses, coincide históricamente y define concretamente al sujeto burgués”.

En la proporción en que ese trabajo crítico y deconstructivo arroje algún resultado, imponga sus conclusiones y conquiste cierta credibilidad, podrá afirmarse que, por una vez, nuestra ciencia ha dejado de estar “hecha por hombres en quienes el deseo de conocer ha muerto” o, dando un paso más (el paso decisivo), relegaremos al pasado la breve y radical observación nietzscheana: “La forma moderna de hacer ciencia embrutece”… Por ello, solo se trabaja en favor de esta “corrosión” programática desde los márgenes del saber institucionalizado -terreno de juego de una escritura inclasificable, insegura, ingrata y necesaria como la renuncia a la existencia ordenada en el capitalismo extensivo que la engendra y reprime. Y en este territorio, vasto como las superficies desiertas, se conserva (rara flor de invernadero) la vieja aspiración de Antonin Artaud:

“Insistir en esta idea de la cultura en acción y que llega a ser en nosotros como un nuevo órgano, una especie de segundo aliento”.

(De «La Policía de la Historia Científica», mi tesis doctoral, ensayo en proceso de digitalización)

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Alto Juliana

DOS DE LOS MAYORES ENEMIGOS DE LA HUMANIDAD: LA ESPERANZA Y EL TEMOR

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(A propósito de la reseña de “Desesperar” compuesta por Blas Valentín)

La Esperanza nos ata a un horizonte falaz que, como tal, nunca se alcanza. Ciertamente, nos parece que avanzamos hacia él; y que caminamos hacia adelante por lo menos. Pero, en nuestro mundo, cada paso que se da es un un paso en la servidumbre y en el adocenamiento. Dando la espalda a la Esperanza y desandando los caminos trazados, acaso respiraríamos mejor.

El temor también ata. Nos ata las manos, para que ya no podamos “hacer”; y ata nuestro cerebro, convirtiendo el pensar en repetir. El miedo ata las manos del cerebro…

Lo advirtió Goethe, lamentable estadista e importante escritor, en su “Fausto” y por medio de Mefistófeles: “Tengo en cadenas a dos de los mayores enemigos de la Humanidad: la Esperanza y el Temor”.

Presento la reseña de “Desesperar” que Blas Valentín ha compuesto para su blog. Me mostró dos borradores, señalando que el segundo era más crítico y hasta me podía molestar. Por supuesto, elegí el segundo, que no me importunó en absoluto y más viniendo de una amigo.

Escribí “Desesperar” en el mejor gabinete del mundo: el monte público. Me había separado de la sociedad y recorría los parajes de Arroyo Cerezo conduciendo un hato de cabras. Todas las mañanas, apenas amanecía, acompañaba a mi rebaño con un cuaderno y un lápiz en el morral. Cada día me proponía un tema de reflexión; y, a la noche, de vuelta al hogar ansiando tirarme a la alfombra para jugar con mi hijo, que era muy pequeño, ya contaba con un capítulo o un fragmento.

Reseña de “Desesperar”, por Blas Valentín:

https://blogsaverroes.juntadeandalucia.es/blablablas/desesperar/blogsaverroes.juntadeandalucia.es

RESEÑA DE «DESESPERAR», OBRA DE PEDRO GARCÍA OLIVO

Por Blas Valentín


Desesperar: género y estructura

Publicada en 2003, Desesperar es la novela de la mirada perdida, ventana rota que da a algún vacío. (nota 1 ‘Ventana rota’). 

La primera acepción en la RAE de ‘desesperar’ nos remite a ‘desesperanzar’ (quitar la esperanza, quedarse sin esperanza). ¿Qué mueve a la desesperanza a escribir o pontificar sobre ella misma sin una mínima brizna de esperanza? En principio, García Olivo no es creíble.

Entonces, ¿por qué escribe un texto sobre la desesperación? ¿Si todo es desesperar o desesperación, para qué escribir? ¿Cuál es entonces la razón de la escritura ya que no anuncia ninguna buena nueva, ni ayuda a nadie, ni contribuye con ella a un mundo mejor?  Afirma en su nota 2 ‘Superficies desiertas’:Estoy desesperado. Hasta el punto de iniciar de un modo tan huidizo un texto sobre la desesperación (…). Desesperar: haber dejado de aguardar… Dejar de esperar, y nada más.

Y en la nota 4 perfila esta definición:Antes pensaba que una novela -una novela mía, por lo menos- debía partir siempre de una cuestión trascendente. Y que le incumbía desarrollarse de un modo riguroso. Ahora observo que mis trabajos, en verdad, comienzan de cualquier modo y concluyen cuando quieren. De la trascendencia les queda solo un regusto, un toque de empalago. Así que han dejado de valer la pena.

La respuesta, no obstante, no se nos ofrece ni en la nota 2, ni en la 4, ni en ninguna parte. ¿Qué voluntad puede mover a la desesperación a escribir sobre ella misma si no la anima una miaja de esperanza?

García Olivo puede ser considerado un «novelista atípico» o incluso un “mal novelista” debido a la desviación de las convenciones habituales que definen la novela. En contraposición a lo que generalmente se entiende de manera vaga como ‘novela’, es decir, una narración estructurada con una trama más o menos evidente y enraizada en una poética de corte realista, ‘Desesperar’ se distancia de esta norma. Filosofa, poetiza dicha filosofía y se sirve únicamente de la narración, o de múltiples narraciones porque hay muchas y dispersas, para su filosofía de frontal oposición a todo. En una nota posterior (nota 8: ‘Pocilga literaria’), cuando García Olivo aborda el tema de la literatura, lo hace empleando los siguientes términos:No espero nada de la literatura -a ella tampoco le cabe esperar mucho de mí. Me considero inmune a toda esa engañifa de “la buena escritura”. La figura, clásica o moderna, del escritor de talento me parece odiosa (y, a la vez, cómica, con un deje de patetismo que forma casi parte de su gracia de bufón). Detesto el gran mundo corrompido de los autores de renombre casi tanto como el mundillo lastimero de los escritores en busca de prestigio. Me repele la idea de que pueda existir una crítica literaria que no mueva a risa y un mercado de la obra de arte que no atufe a pocilga. Sin embargo, ‘no’ escribo.

Su pretenciosa radicalidad trasciende la «descripción minuciosa y detallada de la realidad», lo cual hacen todos los autores de novela lírica o de filosofía rupturista, pero pretende ir más allá: ruptura total, sin paliativos, con cualquier germen de literatura: «Cuando concebí este trabajo, se me representó como una cala respetuosa en un mundo reo de marginalidad, objeto del más olvidadizo desconocimiento. Sin idealizaciones. Sin prejuicios. A salvo de la exaltación romántica en igual medida que del despreciativo despotismo urbano (…) Y vuelvo a entregarme a un hablar de mí mismo que no debe interesar a casi nadie. De hecho, a mí no me interesa. No espero nada de esta obra. No es lícito anhelar algo de ella. Ni siquiera sirve para perder el tiempo.»

¿Cómo se puede renunciar a las palabras utilizando las mismas palabras? ¿Cómo no le interesa hablar de sí mismo si no ceja de hablar de sí mismo? ¿Cómo no esperar nada de la obra si la plasma por escrito?

Destaca un aspecto de vital importancia: el enfoque filosófico del mundo a través de la internalización de la experiencia, una visión integral y sin diluciones, donde no existe espacio ni margen para componendas. Esta es una actitud plenamente romántica, y cuando las palabras entran en contradicción con la actitud conviene siempre atender esta última, así en la literatura como en la vida. 

En última instancia, «Desesperar» encarna una visión filosófica que pretende ser descorazonadamente absoluta. En ocasiones, he creído ver en esta obra una suerte de novela lírica, a la manera de Valle-Inclán, González-Ruano, Unamuno o Gabriel Miró, pero sería olvidar una poderosísima vertiente filosófica desengañada y en oposición al mundo. En esta oposición, en esta lucha perpetua de García Olivo encuentro su leitmotiv y razón de ser: una oposición al poder cualquiera que sea, vistiendo siempre los márgenes, la rebeldía. 

La desarticulación narrativa, característica inconfundible de este género, alcanza su punto máximo en «Desesperar»: el texto se presenta en forma de notas de longitud irregular y con una organización interna sumamente cambiante; la trama argumental parece casi rechazar lo que comúnmente se entiende como trama; los recuerdos se entremezclan con sus ideas radicales, con su visión del mundo y la aparición de Basilio, eje cuasivertebrador de todo su discurso: el personaje real de Basilio va un paso más allá en la filosofía de la desesperación: es un matarife, sabe matar con absoluta desesperación y, pese a ello «no descubre en el hombre las cualidades que atisba en el resto de animales, domésticos o salvajes (…) No conserva la menor esperanza en ese arreglar de una vez las averías de la especie humana. Debe su desesperación a la formidable enseñanza de la vida animal y a su propia experiencia de matarife desalmado». (nota 44).

El elemento central de la obra no se encuentra en Basilio, a pesar de ser el personaje principal, sino en la radicalidad del texto en sí, a la que aspira alcanzándola con mayor acierto que Fray Luis de León en su búsqueda de la vía unitiva con Dios. 

Pese a las referencias de George Bataille, y fundamentalmente de Artaud y Nietzsche, referentes que admira, creo ver una obra de orientación centrípeta, es decir, vuelta hacia sí misma. Pero ello no suele suscitar en su escritura un discurso vacío, donde únicamente resuenan las voces internas y los ecos de una intimidad inquieta. Al contrario, si algo resalta de la escritura de García Olivo, aparte de su visión filosófica desencantada, es precisamente aquello que rechaza y le repugna: la literatura o, más concretamente, la fluidez literaria.

Los recuerdos del narrador se objetivan en cuartos cerrados, pocilgas literarias, ventanas rotas, superficies desiertas, pequeños ataúdes con ventanas, conventos o a su patio de ‘mierdas secas’.

Uno de los textos que mejor revelan la concomitancia entre la fluidez narrativa del libro y su motriz argumental, se encuentra al final de la nota 60:Hemos esperado tanto del pensamiento, que ya no sabemos para qué sirve en realidad. Y ha sido tan profunda nuestra desilusión al descubrir la mezquindad de sus frutos que, separándolo de nuestras vidas efectivas, nos hemos convertido, todos, en mentirosos, hipócritas, horda de cínicos modernos. Si hubiera dejado en paz la esperanza al pensamiento, muy probablemente lo usaríamos como Basilio, para vivir cada día. Pero estamos envenenados de esperanza, perdidos de fe, enfermos de aguardar; la esperanza nos hace hombres “de nuestro tiempo”, parásitos y criminales…Basilio no es de esta época; pertenece a un futuro que no será el futuro del hombre. Habrá que vestir luto por nosotros cuando fallezca.

Además, el texto revela una interconexión temática sumamente precisa. Aunque las 90 notas que componen la novela parezcan estar yuxtapuestas, no deben malinterpretarse como una falta de cohesión, ya que subyace una profunda unidad que sostiene la integridad sin fisuras de esta obra. Todo este entramado se basa en última instancia en una visión desencantada del mundo:Solo la desesperación nos libera de la mentira interior; solo ella nos devuelve a la realidad árida, desnuda, casi cadáver, de una condición humana ajena al menor brillo y a la más nimia trascendencia. Instrumento de la liquidación sumaria de toda Quimera, podríamos definir la desesperación como un abrir los ojos sin cobardía ante el fantasma de lo que creemos que somos; un reconocimiento frío y sosegado de nuestra pequeñez de mugre, de nuestra insignificancia de ruido tenue en medio de una noche cualquiera, de nuestra impotencia de hojarasca mecida por los vientos más comunes.

‘Desesperar’ pretender erigirse, con cierta esperanza, como un evangelio de la desesperanza. Y la desesperanza, a salvo de toda engañifa en la teoría, lleva un germen de fiereza y de lucha en sus entrañas, aunque sea en el pozo más oscuro e invisible de sus trazos. En algunas ocasiones definí esta obra como un libro de antiayuda. Desea ser todo lo contrario a un canto de alegría y esperanza: aspira a la desnudez total, a arrancarse cualquier brizna de apariencia y falsedad, y para ello rechaza incluso las palabras y los conceptos como rémoras para llegar a ella:Blindado contra las palabras (quizás la libertad no sea más que una palabra, al igual que la desesperación o la lucha), Basilio no padece tormentos como los míos. No experimenta la necesidad de situarse en el campo de tiro de un concepto, como nosotros. Yo, que quiero inscribirme en la órbita de la libertad, de la desesperación y de la lucha, que quiero incrustarme en cada uno de esos tres territorios, me desgarro. Basilio, que no busca la sombra de las palabras, vive tranquilo bajo el sol de la desesperación.  

Bajo esta óptica, el autor guía su discurso hacia un abismo absoluto, hacia la negación y la deslegitimación de la realidad, apuntando al derrocamiento de todo valor establecido, especialmente aquellos que respaldan los cimientos de la apariencia, la literatura, la retribución laboral, la servidumbre, el capitalismo (valores personificados en el vendedor de piensos) y una variedad de engañifas, que para el autor, carecen de todo fundamento real. Muestras fehacientes de la apariencia y engaño de toda existencia robótica a la que García Olivo renuncia, con todo el desgarro que produce el abismo de la desesperanza.

Lo que comenzó como una ‘ventana rota’ (nota 1), amenazando a ‘punta de navaja’ los ojos que escrutan su lectura, sus páginas incitan a una honda reflexión sobre la nada y el vacío que son este mundo.

Hay una figura oscura que pretende «domesticarlo», aquella que pretende salvarlo de su camino de autodestrucción: la representante metafórica del evangelio de la esperanza, de la buena nueva, de la vida con instrucciones de uso:Si rompía, si emprendía la fuga, era porque algo ponía en peligro dicha sensación. (…) Ella tenía razón: yo no hacía nada a derechas, y se diría que por capricho. Me reprochaba además que, seducido por la Desesperación, me internara tan alegremente por la senda “autodestructiva”, abominando de la enseñanza, de la investigación, de la literatura, de mí mismo… (…)

Voces y estilo

En «Desesperar», una voz resuena casi en exclusividad: la del escritor. De manera excepcional, se cuela otra voz: la de Basilio, acompañada por algunas voces menores. Este texto se despliega como un extenso monólogo en el cual el autor dialoga consigo mismo, dirigiéndose hacia diversos posibles receptores de sus palabras y haciéndonos partícipes de sus contradicciones internas. García Olivo se enfrenta a un espejo y no oculta sus conflictos y sus visiones fatalistas.

A pesar de sus críticas en contra de la literatura, o más precisamente, en contra de las «apariencias de la falsa literatura», ‘Desesperar’ ostenta una prosa fluida. La pluma de García Olivo ha logrado crear un flujo continuo e incansable que lleva su identidad propia, intransferible, otorgándole un matiz singular. 

Resulta notable la estructura fragmentaria de la novela, con capítulos breves que encapsulan escenas autónomas, generando así una marcada sensación de ritmo intrínseco.

«Desesperar» pone en exhibición, de manera ejemplar y constante, muchas de las mejores cualidades que caracterizan la prosa garcíaoliviana. Brillante, intenso, maleable, vibrante, diverso y a veces profundo; este estilo ejerce un rol crucial en la consecución de la notable calidad que el libro ostenta. La organización en fragmentos breves, la ausencia de una trama en el sentido convencional del término, la orientación centrípeta e intransitiva y, especialmente, las ideas rupturistas y totémicas que lo sustentan confieren al estilo un papel de vital importancia. Pero en última instancia no es creíble. 

Apunte final

Mi amigo catalán Marco Antonio Gordillo Rojas, catedrático de literatura española, leyó la reseña de El Espíritu de la fuga y compró, a raíz de ello, el libro de García Olivo. Al cabo de un mes, me escribió un email del cual reproduzco estas palabras literales:«Cómo no agradecerte la lectura de El Espíritu de la fuga, ese juego de espejos de García Olivo en el que literatura y estilo, sensibilidad y sentido, pensamiento y convicción, se unen y, pese a las diferencias de opinión que uno pueda sentir que tiene con el autor, brindan una obra que cautiva y sacude. En la obra veo una calidad literaria de grandes dimensiones, más allá de la ideología e imbricada en ella. Además de ofrecer una antología de textos del mismo autor. Un regalo. Además la leí en comunicación con Los genios de Jaime Bayly, sobre los dos autores hispanoamericanos cuyas andanzas tenían ciertas asociaciones con los «latinos» de Budapest o las inquietudes sandinistas del narrador y autor (en este libro casi en coincidencia perfecta)».

Portada de la novela Desesperar, de Pedro García Olivo

Para descarga libre y gratuita de “Desesperar”:

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana

EL ASOMBRO (Causa, Tiempo, Progreso)

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“NO ES EN ABSOLUTO FILOSÓFICO EL ASOMBRO ACERCA DE QUE LAS COSAS QUE ESTAMOS VIVIENDO SEAN TODAVÍA POSIBLES EN EL SIGLO XX. NO ESTÁ AL COMIENZO DE NINGÚN CONOCIMIENTO A NO SER DE ESTE: QUE LA REPRESENTACIÓN DE LA HISTORIA DE QUE PROCEDE NO SE MANTIENE” (W. Benjamin)

“En la anatomía del hombre está la clave de la anatomía del mono”: con esta afirmación, Marx trastocaba la relación supuesta entre el conocimiento del pasado y la comprensión del presente, desvinculándose del prejuicio “historicista” arraigado en la historiografía ideal para proponer, implícitamente, un replanteamiento del problema de la causalidad más afín a la moderna epistemología de la praxis que a la metafísica de la teoría clásica del conocimiento. De hecho, como Althusser subrayó, K. Marx partió, en El Capital, de un análisis de la sociedad de su tiempo -determinado por el sentido perceptible de las luchas sociales que la atravesaban-, y solo después de establecer su dinámica funcional específica “interpretó” la historia general de la humanidad en los términos que la búsqueda de la congruencia parecía requerir. Sabido es que los teóricos nominalmente “marxistas” de la historia continúan apegados al mito historicista del Origen -condición primera de la pretensión que ya nos harta: conocer el Presente (y preparar el Futuro) a partir de una correcta comprensión del Pasado.

Hoy, sin embargo, si la literatura histórica conserva algún sentido, no será ya el de “guiar” la praxis en función de los resultados del análisis científico del Ayer, sino, inversamente, el de “reinterpretar” lo pretérito según las exigencias de la lucha actual contra los poderes coactivos y, justamente, como prolongación de esa lucha en un ámbito que aún se empeña en mantener la coartada de la autonomía. W. Benjamin desarrolló esta perspectiva en sus Tesis…: “El historicismo se contenta con establecer un nexo causal entre diversos momentos históricos. Pero ningún hecho es ya histórico por ser causa. Llegará a serlo póstumamente a través de datos que muy bien pueden estar separados de él por milenios”. “Datos”, en fin, que no hunden al historiador en las profundidades de su objeto, como tampoco lo elevan a la sobreterrenalidad del método científico; simplemente, se le ofrecen desde el “estado de excepción de su tiempo” con la secreta ilusión de que contribuya a crear el “verdadero estado de excepción”.

Análogo impulso “práctico” se aprecia en la formulación nietzscheana de la Historia Efectiva, que concibe la demolición del Origen como disociación, disgregación, des-enraizamiento de lo que se imaginaba “fijo” y “unido, y como ruptura (corrosión) del finalismo subyacente a la operación gnoseológica clásica. Nadie como M. Foucault para evaluar el alcance de la intervención de Nietzsche en este campo:

“El sentido histórico escapará a la metafísica para convertirse en instrumento privilegiado de la genealogía si no se posa sobre ningún absoluto. No debe ser más que esta agudeza de una mirada que distingue, reparte, dispersa, deja jugar las separaciones y los márgenes -una especie de mirada disociante capaz de disociarse a sí misma y de borrar la unidad de ese ser humano que se supone conducido soberanamente hacia su pasado…

Creemos que nuestro presente se apoya sobre intenciones profundas, necesidades estables; pedimos a los historiadores que nos convenzan de ello. Pero el verdadero sentido histórico reconoce que vivimos, sin referencia ni coordenadas originarias, en miríadas de sucesos perdidos…

La historia efectiva no teme ser un saber en perspectiva. Los historiadores buscan en la medida de lo posible borrar lo que puede traicionar, en su saber, el lugar desde el cual miran, el momento en el que están, el partido que toman -lo inapresable de su pasión. El sentido histórico, tal y como Nietzsche lo entiende, se sabe perspectiva y no rechaza el sistema de su propia injusticia”.

Podría sostenerse que este desplazamiento del punto de vista, con la redefinición del problema de la causalidad que propende, supone y exige, al anegar el “valor” del conocimiento en la irreductibilidad de la praxis, la mediación de un momento afectivo (un acto de voluntad o de deseo) justamente del lado del sujeto del saber. Con ser cierta, una tal “mediación” no conlleva forzosamente una recaída demasiado molesta en la viscosidad inaguantable de la Moral. Como ha apuntado Horkheimer en “Responsabilidad y Estudio”:

“Existe una conexión interna entre el culto de los hechos en la ciencia, precisamente en sus vástagos intelectuales, y la falta de resistencia con que las gentes -en primer lugar, las llamadas personas cultas– se dejan dominar. El pensar no tiene nada que ver con datos carentes de sentido que se ensamblan exteriormente, sino que los hechos son siempre de antemano momentos de una unidad conceptual en la que participa la naturaleza espiritual del sujeto… En toda teoría genuina se halla un momento afectivo; y, verdaderamente, en todo momento afectivo, uno intelectual”.

Y, en el peor de los casos, ese componente quizá teológico de la epistemología de la praxis, de la Historia Efectiva, no hará más que manifestar, en nuestro terreno, los límites conceptuales de la crítica teórica y la vigencia (indeseada, combatida, insuperable) de la metafísica: “No podemos, en efecto, evitar toparnos en determinado momento con los límites logocéntricos y etnocéntricos del modelo clásico”. Y esos límites, puntos de clausura histórica del discurso metafísico, son también (con independencia de toda voluntad de anti-clasicismo) los del propio proyecto deconstructor. Aplicando al materialismo histórico una observación que Engels anotara a propósito de “los pensadores del siglo XVIII”, W. Benjamin llegó a escribir -en relación con esta instancia trágica del pensamiento crítico- algo turbador y solo superficialmente desconcertante:

“Ha existido, según se dice, un autómata construido de tal manera que resultaba capaz de replicar a cada jugada de un ajedrecista con otra jugada contraria que le aseguraba ganar la partida… En realidad, se sentaba dentro un enano jorobado que era un maestro en el juego del ajedrez y que guiaba mediante hilos la mano del muñeco… Siempre tendrá que ganar este muñeco que llamamos Materialismo Histórico. Podrá habérselas sin más ni más con cualquiera, si toma a su servicio a la teología que, como es sabido, es hoy pequeña y fea y no debe dejarse ver en modo alguno”.

Es posible, en fin, que no se refiriera a otra cosa E. M. Cioran con la siguiente sentencia: “Quien quiera mantener su pensamiento en equilibrio intentará no tocar ciertas supersticiones fundamentales”.

Pero, si la denegación de la quimera del Origen conserva el poder de arrojarnos a estas regiones paradójicas en las que la Crítica, para sobrevivir, se ve forzada a guarecerse en cualquier refugio, digno o indigno, y a cubrirse con los más desgastados andrajos, la instalación en las comarcas amables de la teoría clásica del conocimiento tampoco está exenta de problemas. Lo han testimoniado las derivas del estructuralismo menos consciente de su propia empresa y los promotores teóricos de los diversos reduccionismos analíticos (politicismo, economicismo, sociologismo y productivismo, en escala de relativa admisibilidad). En esas dos direcciones, la pregunta por la causalidad histórica ha conocido respuestas entrelazables, insatisfactorias incluso para la boca que formulaba la cuestión, convergentes en su pretensión de arraigar en un suelo ideal de axiomática gnoseológica formalista.

Cabe representar la historia del “reduccionismo analítico” bajo la forma, en parte, de una contienda interminable, de una conflagración ininterrumpida, con el discurso de la totalidad, oscuro e invencible. Una contienda que, como en una parodia de la dialéctica, haría surgir al “enemigo del día siguiente” justo de entre los despojos del “derrotado de hoy”: así, de las ruinas del politicismo, edificio demasiado imponente para la precariedad de sus cimientos, emergería el economicismo, orgulloso del materialismo vulgar que le servía de daga y escudo; de entre los escombros del economicismo germinaría el sociologismo, mejor educado que su antecesor pero no menos ignorante -refinadamente inculto, como un viejo aristócrata-; y con los restos del sociologismo se forjaría el productivismo, sólido, bien armado y probablemente -hasta donde nuestra vista alcanza- indoblegable.

Siendo diversos en su superficie, todos los reduccionismos comparten un mismo proceder: la atribución de una Razón fija y somera, de una Lógica inmutable y esquemática, de un Motor unidimensional e indetenible, al devenir histórico, que ya contaría por tanto con una Causa última (o primera), una Causa de las causas, tal un remedo de la Creación. Y su antagonista, verdugo de las disciplinas y de los determinismos, pensamiento que jura hablar en nombre de la totalidad maltratada, no puede identificarse con precisión, no admite ningún nombre conocido. Hasta el día de hoy, en el que se enfrenta desesperadamente al Productivismo, se nutría incluso de los prófugos, de los desertores de todo calibre, de los prisioneros del ejército enemigo. Es cierto que se amparaba bajo la majestad de la Crítica, que decía combatir al servicio de opacas liberaciones y que detestaba las religiones, los dioses, los ídolos -tal vez por no soportar verse ensombrecido.

Y en las filas de la Victoria, entre los negadores de la reducción, se hallaba también un extraño, peligroso, innoble aliado, cuya arma esencial era la remisión a la combinatoria estructural, a la dinámica de los sistemas, al juego abstracto de los niveles interrelacionados -ambiguo aliado que, más que luchar en favor de la totalidad mutilada, soñaba aún con dominarla, tiranizarla, acapararla… En este caso, la instancia crítica se avenía en secreto con el objeto de la denuncia (la baja pasión reductora) y, a pesar de su rechazo explícito de la mítica del Origen, procuraba testarudamente confinar la causalidad en “lo conocido”, recluirla en “lo habitual” -si ya no en las zarpas de un factor o elemento sobredeterminante, sí en las redes abstrusas de una combinatoria más o menos compleja, de un sistema ideológico hasta cierto punto mecánico. Nietzsche, adelantándose a estas tendencias, advirtió el efecto de dicho proceder:

“La pregunta relativa a la causa no debe dar como respuesta, en la medida de lo posible, una causa cualquiera, sino un determinado tipo de causa: una causa que tranquilice, que libere y que alivie. La primera consecuencia de esa necesidad es que determinamos que la causa es algo que ya conocemos, que ya hemos vivido, que se encuentra grabado en nuestra memoria. Queda excluido como causa lo nuevo, lo no vivido, lo extraño. En consecuencia, lo que buscamos como causa no es solo un tipo de explicación, sino un tipo escogido y privilegiado de explicación: la que de un modo más rápido y frecuente elimine el sentimiento que produce lo extraño, lo nuevo, lo no vivido -es decir, las explicaciones más habituales…

La consecuencia es que cada vez va adquiriendo mayor preponderancia una forma de determinación de las causas, que se va concretando en un sistema y que finaliza destacando como dominante, es decir, que acaba excluyendo sin más otras causas y otras explicaciones”.

No consideramos arriesgado concluir que, en la medida (insignificante) en que la Disciplina Histórica ha sido capaz de conjurar el enguillotamiento reflexivo de los sucesivos reduccionismos, la “superación” de tal deficiencia ha conducido fatalmente a la pirotecnia inútil de cierta vulgarización del estructuralismo -por lo que la denuncia de la reducción ha trabajado al servicio de una ilusoria aprehensión del secreto de la causalidad. Y, bien de la mano de los determinismos -politicistas, economicistas, sociologistas, productivistas, estructuralistas…-, bien al regate del positivismo resurgente, la Historia Científica ha perseverado en su consustancial culto del Origen, hasta un punto en que atentar contra este pone en peligro la supervivencia de aquella.

Como desarrollo lógico del mito del Origen, aparece -sobre la superficie de la filosofía burguesa y de las disciplinas científicas académicas- la religión del Progreso.

Para W. Benjamin, “la representación de un progreso del género humano en la historia es inseparable de la representación de la prosecución de esta a lo largo de un tiempo homogéneo y vacío. Pero la historia es objeto de una construcción cuyo lugar no está constituido por el tiempo homogéneo y vacío, sino por un tiempo pleno, un tiempo-ahora”. A partir de ahí, las Tesis… expondrán los fundamentos de una concepción no-teleológica del Tiempo:

“La Antigua Roma fue para Robespierre un pasado cargado de tiempo-ahora que él hacía saltar del continuum de la historia… El mismo salto bajo el cielo despejado de la historia es el salto dialéctico -que así es como Marx entendió la revolución. La consciencia de estar haciendo saltar el continuum de la historia es peculiar de las clases revolucionarias en el momento de su acción. El materialismo histórico no puede renunciar al concepto de un presente que no es transición, sino que ha llegado a detenerse en el tiempo”.

Frente a la concepción metafísica de la historia en tanto “progreso” (del ser humano como naturaleza realizable, de la civilización como refinamiento de las costumbres, de la cultura como superación de la superstición, de la ciencia como negación del mito, de la economía como racionalización de la explotación de la naturaleza, de las prácticas judiciales o penales como cancelación de la crueldad y del desorden, de las necesidades como rebasamiento de lo biológico), férreamente instalada aún, como vimos, en la práctica historiográfica disciplinaria, W. Benjamin proponía una interpretación basada en la ruptura, en la irrupción (revolucionaria) de una “diferencia” que no se deja sojuzgar por la policía del modelo teleológico -y que, de hecho, solo a la postre aparece encerrada es la continuidad idel del tiempo por obra de la clase finalmente dominante… “Hacer saltar el continuum de la historia”: ese era el objeto de la clase revolucionaria en el momento de la lucha y hacia ello apuntaba la concepción marxiana de “dialéctica”. Por último, también en esa dirección debería orientar el historiador -no “historicista”- su práctica de la interpretación, a fin de rescatar el pasado de la “inocencia” en que la mirada de fin del mundo lo mantiene recluido e impregnarlo de “actualidad” como tiemplo pleno, como tiempo-ahora en el que el sujeto de la protesta reconoce la genealogía sin regla de su resistencia. Significativamente, la narrativa histórico-metodológica, en lugar de abolir el finalismo tradicional, disolviendo la “continuidad” en la mera “sucesión”, colabora generosamente con el proyecto logocéntrico en la tarea de redefinir el motor del “dinamismo social” en términos encumbradores del Presente (con sus “libertades”, su “ciencia” y su “historia por fin iluminadora”…).

Como anota F. Jarauta, “la historia continua solo es posible a partir de la función fundadora del Sujeto. En él reposa la certidumbre de que el tiempo no dispersará nada sin restituirlo en una unidad recompuesta bajo la forma de la conciencia histórica, que será la verdad del devenir histórico de la totalidad. Pero, ¿es posible sustentar este tipo de historia después de los descentramientos producidos desde el siglo XIX?”. Y aún más expresivas son las palabras de M. Foucault:

“Si la historia se mantuviera como enlace de las continuidades ininterrumpidas, si anudara sin cesar encadenamientos que ningún análisis podría deshacer sin abstracción, si tramara en torno a los hombres, de sus palabras y sus gestos, oscuras síntesis siempre prontas a reconstituirse…, en ese caso sería un refugio privilegiado para la consciencia… La historia continua es el correlato de la conciencia… Querer hacer del análisis histórico el discurso de lo continuo, y hacer de la conciencia humana el sujeto originario de todo saber y de toda práctica, son las dos caras de un mismo sistema de pensamiento. En él, el tiempo es concebido en términos de totalización, y la revolución nunca es más que una toma de conciencia”.

No nos parece infundado sostener, en fin, que la policía de la Historia Científica permanece atada a la metafísica de esa “historia continua”. Así lo vio también, con la anticipación que tanto sorprende, F. Nietzsche, para quien todo teleologismo del “progreso” convertiría a la práctica historiográfica en instancia de legitimación del presente (“historia demagógica”). No era necesario, para ello, que la serie “ideal” de los sucesos fatales culminara concretamente en la realidad vivida del historiador: instalando la meta de la historia en un Más Allá accesible, “prometido”, al alcance del Sujeto y de su lucha, podía conseguirse también una apologética del Presente como etapa última, preámbulo o antesala, momento profético y elegido para la redención de la Humanidad… Si la continuidad teleológica desemboca en el presente, la racionalización adquiere una especial trasparencia -ese fue el caso de la historiografía liberal-; si apunta hacia un futuro mesiánico, su eficacia se reviste de mayor complejidad: será la contigüidad temporal, la proximidad lógica, la que confiera al presente una especie de “superioridad radical” sobre los períodos precedentes. Desde este punto de vista, y en la medida en que la exuberancia del futuro se ofrece como desenlace fatal de la historia, la legitimación de los órdenes políticos y económicos venideros promueve una característica “detención” de la praxis (proscrita como romanticismo estéril o como afán innecesario), dificultando la constitución de un sujeto de la resistencia liberado del teleologismo dominante. Y ese sería el caso de buena parte de la teoría marxista, con su correlato historiográfico.

En cierto modo, podría considerarse el marxismo como tentativa no resuelta de instaurar un orden no-metafísico del discurso. De ahí que se hallen en él, a la vez, las herramientas metódicas apropiadas para profundizar la crítica del logocentrismo (deconstruirlo) y un inevitable poso residual de la metafísica contra la que se bate -resto necesario, insuprimible, de una conformación del discurso aún hegemónica en nuestros días. Obsérvese, p. ej., el finalismo explícito del siguiente párrafo de Marx: “El proceso entero de la historia es así la procreación real del comunismo, el parto de su existencia empírica; pero, además, en ese proceso la consciencia pensante del comunismo comprende conscientemente su génesis”. Con tales precedentes, no es de extrañar que la tradición marxista, multiforme y hasta contradictoria, produzca también consideraciones como estas: “El hombre puede conseguir el triunfo sobre las fuerzas de la enajenación… uniendo su esfuerzo al de sus compañeros con el fin de construir la sociedad del futuro en la que el hombre verdaderamente formará parte de su comunidad” (F. Pappenheim); “La transformación de la vida cotidiana es… el requisito previo para que el socialismo pueda cumplir su misión histórica” (A. Heller).

La negación de la Teleología no debe trabajar, bajo ningún concepto, al servicio de una nueva “asepsia objetivista”, forma degradada del materialismo adialéctico en torno al cual hoy se recrea, como ante un espejo, la ideología dominante. Por el contrario, el reciente desenmascaramiento de la barbarie íntima de todo finalismo, alejándonos de falsos combates y de horrorosas luchas apocalípticas, en lugar de suscitar un retorno a la “servidumbre de lo evidente”, nos aloja en el inapresable hueco de la desesperación. “No soporto a los cansados y acabados que se rodean de sabiduría y miran objetivamente; no aguanto a los agitadores que se presentan como héroes y ocultan su cabeza de espantapájaros bajo el yelmo mágico del ideal”. Esto escribió Nietzsche para desmarcarse de quienes, a un lado y a otro de la praxis ingobernable, se cobijan bajo un complementario ultraje del devenir (negado, ignorado, en el primer caso; y esclavizado, sojuzgado, en el segundo). Y Bataille, huyendo tanto de la “privación de historia” como del historicismo metafísico, consciente de que “ahora la suerte está echada, la partida perdida mil veces, el hombre definitivamente solo y sin poder decir nada (a menos que actúe: que decida)”, nos recordó la simplicidad de la alternativa:

“La desesperación es sencilla: es la ausencia de toda engañifa. Es el estado de las extensiones desiertas y -puedo imaginármelo- del sol”.

Pedro García Olivo

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

LA AUSENCIA DE TODA ENGAÑIFA

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“La desesperación es sencilla; es la ausencia de toda engañifa. El estado de las superficies desiertas y, puedo imaginármelo, del sol” (G. Bataille).

“El escritor desesperado, consciente de su patetismo, de su flojera, hace lo que puede con los medios de que dispone, y no pretende grandes cosas. Nada tiene que enseñar a nadie, nada que hacer por nadie. Ni alumbra verdades, ni reparte placeres. Tampoco se ama a sí mismo a través del supuesto valor de lo que escribe. De hecho, la cuestión del valor le interesa aún menos que las expectativas penosas de los lectores. Escribe por debilidad, por flaqueza, por no ser capaz de callar, acaso por alguna tara, alguna grave deficiencia de su carácter, por enfermedad, por propia miseria espiritual, por no tener nada mejor ni peor que hacer, por vicio, por estupidez, por cobardía. Y su escritura, que cuenta muy poco para él mismo, nada debe valer para el lector.

Como una piedra arrojada por una mano cualquiera, ahí están mis obras, perfectamente inútiles. Como un hombrecillo que trabaja para alimentar a su familia, y un día morirá y se acabará el hombrecillo, aunque no el trabajo ni la familia, aquí estoy yo, absolutamente irrelevante. Desesperado y feliz, sin nada que aportar a nadie, como un pastor en medio del monte contemplando sus ovejas, irrelevante e inútil, seguro de que no está en mi poder haceros daño, a salvo de influir sobre lectores aún más débiles que yo, incapaz de convenceros de nada, inservible, accidental como la circunstancia de haber nacido, vacío, ligero, hueco, hoja que arrastra el viento, con muy pocas mentiras a las que aferrarme, viviendo por instinto como los animales, hostil, odiador, enemigo”.

(De “Desesperar”, mi obra más franca y una de las más estilísticamente elaboradas)

Para descarga libre y gratuita de este ejercicio narrativo:

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana de Sesga (Ademuz)

LA MUERTE DEL HOMBRE Y DE SU RAZÓN

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La insostenibilidad actual de la Filosofía del Sujeto, bajo cualquiera de sus formas, se nutre precisamente de la incongruencia detectable entre la realidad fáctica de los individuos concretos, por una parte (que ya se auto-perciben y representan como simples portadores de procesos sociales, como meros objetos de las prácticas institucionales), y su horizonte cultural, por otra -remitente a los paradigmas de la edad clásica moderna y todavía grávido de conceptos hoy tan irrisorios como los de autonomía, libertad, responsabilidad, fidelidad, virtud… La consciencia de esta desproporción, de esta escisión radical entre los conceptos culturales hegemónicos y la realidad sensible que les corresponde bajo los sistemas de poder y dominación del capitalismo tardío, ha hecho escribir a un filósofo francés una página extraña y sugerente:

“A todos aquellos que quieren hablar aún del hombre, de su reino o de su liberación, a todos aquellos que plantean aún preguntas sobre lo que es el hombre en su esencia, a todos aquellos que quieren partir de él para tener acceso a la verdad, a todos aquellos que en cambio conducen de nuevo todo conocimiento a las verdades del hombre mismo, a todos aquellos que no quieren formalizar sin antropologizar, que no quieren mitologizar sin desmitificar, que no quieren pensar sin pensar a la vez que es el hombre el que piensa, a todas estas formas de reflexión torpes y desviadas no se puede oponer otra cosa que una risa filosófica -es decir, en cierta forma, silenciosa”.

Como manifestación de la Crisis de la Razón, este hombre impotente, derrotado y desterrado de sí mismo, inerme como nunca en su historia, apenas sí puede identificar al fantasma que hoy ocupa lo que un día fue su trono. Se ha sugerido que la nueva divinidad se llama “lenguaje”, pero no sostienen lo mismo los modernos adoradores de la Mecánica Estructural.

En cualquier caso, el hombre, en su caída, sucumbiendo con la Razón en la que ayer soñó encontrar sus alas y que hoy, fardo inclemente, ni siquiera le sirve ya de ancla, se hunde vertiginosamente ante unos ojos escrutadores por primera vez sin dueño y una mano, fiel cronista, que ya no puede asegurar qué voluntad la mueve ni para quién escribe. “El edificio mismo de la Razón, tras un instante de valor insensato, ve disiparse su majestad; lo que subsiste, pese a todo, como un lienzo de pared resquebrajado, acrecienta, no calma, el sentimiento vertiginoso”.

(De «La Policía de la Historia Científica», tesis doctoral que defendí en 1991 y que por estos días estoy digitalizando para su libre y gratuita descarga)

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana de Sesga, Ademuz

RESEÑA DE «EL ESPÍRITU DE LA FUGA»

Posted in Activismo desesperado, antipedagogía, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Desistematización, Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , , , , on junio 4, 2023 by Pedro García Olivo

Reseña de «El Espíritu de la Fuga»
BLAS / PEDRO GARCÍA OLIVO*

POR BLASVALENTINMORENO@GMAIL.COM · PUBLICADA 03/06/2023 · ACTUALIZADO 03/06/2023

(Blas Valentín es profesor de literatura, un gran escritor y mejor amigo)

“Repelencia de escribir una novela, lo mismo que de obedecer. La escritura es obediencia. Qué bien entiendo ahora a Artaud, incapaz de escribir; y a Bataille, incapaz de razonar. Qué bien me entiendo, incapaz de obedecer”. Pedro García Olivo, autor de El Espíritu de la Fuga.

Pedro García Olivo, “Desesperar”

Así en su novela como en su refugio
Adentrarme en la lectura de esta novela ha sido como visitar en su día su refugio en Sesga: que nadie espere una casa con jardín, con recibidor, como esas novelas ya estudias del mercado que hacen la vida más llevadera y fácil; no, al lado de este refugio de Pedro, cuya imagen aparece en la portada de su libro, hay un acantilado, un terraplén, un abismo donde en un descuido puedes dejar la vida, y en las páginas de Pedro se habla de suicidio…

No es un novelista al uso, como bien critica a Víctor Araya el implacable Figueroa, sino la obra de un filósofo poeta, con el espíritu huraño y contradictorio de un Artaud.

Nada de casa con dos plantas, nada de arquitectos; su novela es una desvencijada y destripada casa de una sola planta y con espacio reducidísimo, apenas una covacha, en lo alto de Alto Juliana, allá donde se equivoca el camino y el abismo se hace real.

Para acceder a esta novela hay que subir por enormes montañas, por las mismas que ascendí con Pedro García Olivo cuando me invitó a conocer su refugio: una vez llegas a la lectura de su novela está tan llena de telarañas como el techo de su casa: una maraña inmisericorde y negra donde las arañas no permiten que las moscas y otros insectos molestos perturben su paz. Cualquier lector moriría en sus palabras aristócratas y elevadas, en su densa e intrincada sintaxis, como lo haría cualquier insectillo en la espesa telaraña de su refugio.

Pero en su refugio, el real y no literario, habitáculo pequeño y solitario de una limpieza y sencillez abrumadoras, había una discreta biblioteca y un perro enorme y negro junto a ella que creí verlo orinar sobre los libros, alzando la pata e irrigando toda la cultura.

2. Espíritu de la fuga: espíritu libre

El espíritu de la fuga es una novela de un espíritu libre, que no busca complacer ni gustar a nadie, ni siquiera a sí mismo, blanco inmisericorde de las críticas más acerbas que se dedica a través de Figueroa. Pero es a través de su alter ego, Víctor Aranda, muy parecido al Pedro García Olivo de la vida real, que se exalta indirectamente con el espíritu romántico de los grandes ególatras.

Porque hay egos menesterosos, que buscan la aprobación, el aplauso del vulgo, el reconocimiento público con el que paliar su yo famélico y ruin; por eso Pedro, ego extraño, inquietante, que ha puesto patas arriba el manual de instrucciones de la vida, tiene derecho a crearse su propia estatua; una estatua, por cierto, continuamente bombardeada por sí mismo con disparos de mortero. ¿Qué daño podría hacerle la desaprobación ajena cuando nadie podría superar una autocrítica tan bestial?

Insisto: en su literatura palpita el espíritu romántico de los grandes ególatras, y también un barroquismo no conceptista sino directamente gongorino: tiene palabras tan sumamente doctas y difíciles que hasta él mismo Góngora podría quedar atrapado en la telaraña de su léxico. Yo mismo, que me jactaba de conocer todo el léxico castellano, tuve que echar mano del diccionario en varias ocasiones, anonadado por su ilustre vocabulario. Así palabras como feral, latescente, apriscar, arrecha, abarcia, serondo, torpor y hético, entre muchas otras palabras, ya forman parte de mi acervo gracias a esta inasible, oscurantista, autista, cerril y aristócrata obra.

Por si fuera poco, su sintaxis es copiosa en frases largas y pleonasmos, que mueven a confusión y reducen el seguidismo de la trama.

Góngora, el inmortal e intrincado Góngora, insisto, queda sencillito a su lado, queda parvulario. Con razón podemos decir: «Tras leer a Pedro García Olivo, Góngora no es para tanto. Es más, es poca cosa».

Pedro García Olivo no escribe para nadie, porque a nadie busca gustar, porque sus palabras no salvan de nada, ni ayudan a nada, ni contribuyen a una existencia más afín y esperanzada. Todo lo contrario: te hacen comprender que esta vida es mísera y lo mejor es huir, o luchar, o huir luchando, o luchar huyendo, pero nunca aceptar la realidad. Romanticismo al cuadrado. Creación de una vida al margen de las normas. Cuestionamiento de lo hasta ahora incuestionable, ya no en la forma, sino en el fondo.

No solo no escribe para nadie, sino que publica esta novela y no se hace la menor publicidad.

3. El espíritu de la fuga: un escupitajo en el ojo a la vida autómata con instrucciones de uso

Da igual por qué página abras El espíritu de la fuga: cada página es un escupitajo bacteriano en el ojo a nuestra vida de autómatas o un internamiento en sórdidos internados, hospedajes, estancias en países decadentes con personajes turbios y antihéroes de toda condición o luchas desarraigadas e inútiles. No hay lugar para la esperanza, sí para el suicidio.

Encuentro concomitancias con las vanguardias o con las postvanguardias, y sobre todo con el espíritu de Antoni Artaud, al que con razón menta en sus páginas. Es un Artaud ibérico, desesperado, desesperanzado y al tiempo esperanzado de desesperanza, caleidoscopio de desorden pero siempre guiado por la luz de su sensibilidad poética y un desprecio profundo a lo dado.

Fuera de su refugio había una jaula, regalada por su padre para que cazara conejos y no se muriera de hambre, y junto a la jaula un cuchillo de grandes dimensiones y rastros de pelo y sangre coagulada, auténticos cuajarones. No quise preguntar más… El cuchillo era tan enorme como espantoso. Daban ganas de salir corriendo.

Según nos cuenta Ernesto Figueroa en sus páginas a través de sus notas, Víctor Araya le remitió la obra “El espíritu de la fuga”, y con ella no buscaba persuadir a nadie ni granjearse simpatías. Resulta verosímil, es una escritura tan densa, tan desesperanzada, tan real y pesimista, que dan ganas de cerrar el libro y salir huyendo hacia libros bestseller de desarrollo personal y autoayuda que hagan la existencia más cómoda.

Víctor, así Pedro García Olivo, renuncia a su condición de funcionario y abandona su plaza de profesor. Sorprendente. ¿Quién renunciaría a ser funcionario? Es inmensa la cantidad de personas que cada año intentan conseguir una plaza fija. Y de pronto alguien es capaz de transgredir el mandamiento número 1 de la practicidad.

Víctor Araya, así Pedro García Olivo, se hace pastor de cabras, se sale del rebaño, de las instrucciones de uso, y huye de falsos refugios.

Avalle-Arce afirmó que el Quijotismo es la forma del heroísmo hispano: Del “yo soy yo y mis circunstancias” al “Yo soy yo a pesar de mis circunstancias”. El Quijote se va a morir sin haber vivido, arruinado, sin hijos, sin haber salido del pueblo, y decide inventarse una vida para poder vivir antes de morir sin haber vivido. Pedro García Olivo hace tiempo que se inventó una vida, y la vive literariamente.

Esto me remite a la novela de Leon Tolstoi La muerte de Iván Ilich. En su lecho de muerte Iván Ilich intenta analizar su pasado minuciosamente, tras lo cual le entra la duda de si el estilo de vida acomodado y superficial ha sido el correcto. Trata de justificarse ante su conciencia pero a medida que se acerca su muerte deja de justificarse y asume que, a excepción de su infancia, no ha vivido plenamente. ¿Somos libres o seguimos unas pautas ya marcadas?

4. Contradicciones El espíritu de la fuga

Pero en la contradicción de Pedro, encontramos una conciencia ernestofigueriana y punitiva, que así la expresa: por creer en la Fuga abandonó todo aquello que había conquistado. ¡De cuánto se desposeyó a sí mismo!, ¡de cuánto se privó!

Otra contradicción más: podría uno pensar que nuestro protagonista, Víctor Araya, se desentiende del mundo, es un eremita apartado del mundo, que ha construido un refugio en las montañas y habita los espíritus, la castidad, el desprendimiento de todo lo mundano, en la línea de un San Francisco de Asís o de las tres vías místicas de San Juan de la Cruz. Nada de eso, igual que desde su refugio, de una digna y sencilla pulcritud, se conectaba con el mundo a través de unas placas solares que le daban acceso al Internet, en su novela hay frecuentes alusiones eróticas y pornográficas, pero enunciadas con un lenguaje elevado. Víctor Araya, y su representante en la Tierra, Pedro, han tenido distintas mujeres: húngaras, españolas, hispanoamericanas… Si cada persona es un mundo, ellos han conocido bastantes.

Entre las páginas 93 a 102 hay unas disquisiciones filosóficas acerca del amor, de la posesión y de la fidelidad a través de unos personajes en ocasiones tan cuerdamente locos o tan inquietamente lúcidos como Pedro, que podrían compendiarse en estas frases: Trevor no creía en un amor libre de culpa, un amor puro, empíreo, sin mancha, ajeno a todo juego de dominación y a toda forma opresiva. (…) Como mi esclavitud ama a tu esclavitud, yo también te quiero por tus grilletes y te quiero en tus mazmorras.

Hay algunas contradicciones más, pero me limitaré a comentar el supermito de la desesperación: desmitifica para mitificar o desmitifica desde el supermito. Araya termina por sucumbir a la pasión mitificadora y construye un universo irreal, sublimado: el de los hombres-solo-hombres, seres a salvo de la patraña ideológica, “superhombres nietzscheanos”, por su apego a la tierra y que viven a espaldas de la mentira.

Tales hombres, a la manera de Diógenes el perro o los cínicos antiguos, no buscan ser mito de nada, viven desesperados, y la sublimación de Basilio es en sí una contradicción. Los protagonistas son conscientes…

5. Suicidios El espíritu de la fuga

Cerca del refugio de Pedro hay un abismo. Si uno mide mal sus pasos puede acabar reventándose en el vacío. Hay un terraplén inmisericorde a escasos metros de su chabola. Ese terraplén es, como las constantes alusiones del autor al suicidio, un erizo en el cerebro, un puñal en el fondo del despeñadero. Se contempla el vacío como lo haría una marioneta de hilos rotos y con los ojos abrumadoramente abiertos de espanto, o como diría el mismo Víctor Araya: «Como los ojos de un niño, desesperadamente abiertos ante el horror».

¿De dónde viene esa obsesión del protagonista por el suicidio? El suicidio ocupa una posición de privilegio en sus inquietudes. Cuando a lo largo de sus años de docencia atravesaba aquellas ondas negras, pensaba siempre en quitarse la vida.

Incluso sus personajes arrastran una vida frustrante, irregular, en una esperanza cifrada en un futuro que nunca llega, a través de sórdidos hospedajes, de vergüenzas y sinsabores.

6. La literatura en El espíritu de la fuga

Todo lo que he hecho a lo largo de mi vida ha sido perfectamente inútil; no espero otra cosa de mi escritura, afirma Araya en Desesperar. La mirada de Ernesto Figueroa califica su literatura de desierto y vacaciones de la inteligencia y la imaginación. Su novela la califica solo apta para consumo de minorías ilustradas decadentes, para una minoría autista o de lunáticos. Nadie normal puede acercarse a esta obra y leerla.

Porque Araya detesta tanto la arquitectura de los pomposos chalés tanto como el armazón de la novela clásica, se construyó una chabola en el monte de Sesga y escribió una novela sin esqueleto, hecha a retazos de desesperación.

7. El trabajo en El espíritu de la fuga

Como Albert Camus, a través de Sísifo y la metáfora del trabajo estéril, el trabajo es para Víctor Araya una villanía. Se degrada sin remedio la nobleza de un fugitivo en la villanía del Trabajo.

Igual que opina Camus, el trabajo es un humillante mimetismo de todos los días, una embrutecedora rotación semanal de las tareas y afanes.

Por mi condición de docente, presto especial atención a su nota número 13: EL ANTIPROFESOR, y una nota que merece ser reproducida por su extraordinaria lucidez: La Policía de la enseñanza no ha sido diseñada para manejar el hacha, sino para “administrar los sobornos”. No tiene por objeto aniquilar la sedición tanto como someterla a reglas segundas y convertir la desobediencia interna en factor de reproducción del Orden de la Escuela”.

“A los que dicen que huir no es valeroso, responde:

¿Quién no es fuga?

El valor radica, más bien, en aceptar el huir antes que vivir

quieta e hipócritamente en falsos refugios.

Es posible que yo huya,

pero a lo largo de toda mi huida

busco un arma».

Gilles Deleuze

{Blas Valentín Moreno} © . Todos los derechos reservados. Contacto: casteblas@gmail.com

Funciona con – Diseñado con el Tema Hueman

DOCILIDAD

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Para escuchar en «Discursos Peligrosos»:

Presento el texto base del podcast:

LOS CIUDADANOS “DÓCILES”: ASPIRANTES TAIMADOS A LA DIGNIDAD DE MONSTRUOS

1)

Dado el conflicto, el disturbio, la insurgencia, los historiadores (y el resto de los científicos sociales) inmediatamente se disponen a investigar las “causas”, a polemizar sobre los motivos, a buscar explicaciones, a interpretar lo que se percibe como una alteración en el pulso regular de la Normalidad. Causas de los ‘furores’ campesinos medievales (Mousnier), causas de las ‘revoluciones burguesas’ del siglo XIX (Hobsbawn), causas de las ‘revoluciones de terciopelo’ de 1989 en el Este socialista,… Sin embargo, la ausencia de conflictos en condiciones particularmente lacerantes, que hubieran debido movilizar a la población; los extraños períodos de paz social en medio de la penuria o de la opresión; la misteriosa docilidad de una ciudadanía habitualmente explotada y sojuzgada, etc.; no provocan de igual modo el ‘entusiasmo’ de los analistas, la ‘fiebre’ de los estudios, la proliferación de los debates académicos en torno a sus causas, sus razones…

Se diría que la docilidad de la población en contextos histórico-sociales objetivamente explosivos, bajo parámetros de sufrimiento, injusticia y arbitrariedad a todas luces ‘insoportables’, es un fenómeno recurrente a lo largo de la historia de la humanidad y, en su paradoja, uno de los rasgos más llamativos de las sociedades democráticas contemporáneas. Aparece, a la vez, como un objeto de análisis tercamente excluido por nuestras disciplinas científicas, una empresa de investigación que nuestros doctores parecen tener ‘contraindicada’. ¿Por qué?

2)

Wilhem Reich, en Psicología de masas del fascismo, llamó la atención sobre este hecho: lo extraño, lo misterioso, lo enigmático, no es que los individuos se subleven cuando hay razones para ello (una situación de explotación material que se torna insufrible en la coyuntura de una crisis económica, de la intensificación de la opresión política y de la brutalidad represiva, del germinar de nuevas ideas contestatarias,…), sino que no se rebelen cuando tienen todos los motivos del mundo para hacerlo. Esta era la “pregunta inversa” de Wilhem Reich: ¿Por qué las gentes se hunden en el conformismo, en el asentimiento, en la docilidad, cuando tantos indicadores económicos, sociales, políticos, ideológicos, etc., invitan a la movilización y a la lucha?

Trasplantando su pregunta a nuestro tiempo, grávido de peligros y amenazas de todo tipo (ecológicas, socio-económicas, demográficas, político-militares, etc.), con tantos hombres y mujeres viviendo en situaciones límite -no solo “sin futuro”, sino también “sin presente”- y con un reconocimiento generalizado de la base de injusticia, arbitrariedad, servidumbre y coacción sobre la que descansa nuestra sociedad, podríamos plantearnos lo siguiente: ¿Cómo se nos ha convertido en personas tan increíblemente dóciles? ¿Qué nos ha conducido hasta esta enigmática docilidad, una docilidad casi absoluta, incomprensible, solo comparable -en su iniquidad- a la de algunos animales domésticos y, lo que es peor, a la de los “funcionarios”?

3)

Isaac Babel, corresponsal de guerra soviético, cronista de la campaña polaca desplegada por el Ejército Rojo en torno a 1920, contempla atónito las matanzas gratuitas llevadas a cabo en nombre de la Revolución. Cuarenta soldados polacos han sido detenidos. Los reclutas cosacos preguntan a Apanassenko, su general, qué hacen con los prisioneros, si pueden disparar contra ellos de una vez. Apanassenko, educado en el internacionalismo proletario y en la universalización de la Revolución, responde: “No malgastéis los cartuchos, matad con arma blanca; degollad a la enfermera, degollad a los polacos”. Babel se estremece y mira hacia otro lado. Esa noche escribirá en su diario algo que no será ajeno a su posterior encarcelación y a su fusilamiento acusado de actividades antisoviéticas: “La forma en que llevamos la libertad es horrible”.

Días después se repite la escena, pero ya sin necesidad de que los soldados cosacos pierdan el tiempo preguntando qué deben hacer a su general: degüellan a una veintena de polacos, mujeres y niños entre ellos, y les roban sus escasas pertenencias. A cierta distancia, Apanassenko, que se ha ahorrado la orden, los premia con un gesto de aprobación y de reconocimiento. Babel mira a los cosacos, sonrientes después de la matanza; los mira como se mira algo extraño, indescifrable, algo misterioso en su horror, algo terrible y, sobre todo, enigmático: “¿Qué hay detrás de sus rostros; qué enigma de la banalidad, de la insignificancia, de la docilidad?”, anota, al caer la tarde, en su Diario de 1920.

Yo me pregunto lo mismo, me interrogo por este “enigma de la docilidad” que nos aboca, todos los días, a la infamia de una obediencia insensata y culpable. He mirado a mis ex-compañeros de trabajo, profesores, cosacos de la educación, como se mira algo extraño, indescifrable, algo misterioso en su horror (horror, por ejemplo, de haber suspendido al noventa por ciento de la clase; de haber firmado un acta de evaluación, con todo lo que eso significa: ¿cómo se puede firmar un acta de evaluación, aunque nos lo pida el Apanassenko de turno –“matad con arma blanca”?). Ante las pequeñas ‘unidades’ de profesores, avezadas en ese degüelle simbólico del “examen”, me he preguntado siempre lo mismo: “¿Qué hay detrás de sus rostros; qué enigma de la banalidad, de la insignificancia, de la docilidad?”. Docilidad también del resto de los funcionarios, de tantísimos estudiantes, de los trabajadores, de los pobres…

4)

Recientemente, Daniel J. Goldhagen, en Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto, ha subrayado, de un modo intempestivo, la culpabilidad de la sociedad alemana en su conjunto ante la persecución y el exterminio de los judíos; ha remarcado la participación de los alemanes ‘corrientes’, afables padres de familia y buenos vecinos por lo demás, gentes completamente normales (como reza el título de un libro de Christopher R. Browning), en todo lo que desbrozó el camino a Auschwitz.

Estos alemanes corrientes, lo mismo que los cosacos de Apanassenko, torturaron y mataron a sangre fría, sin que nadie los obligara a ello, sin necesitar ya el empujoncito de una orden, deliberadamente, en un gesto supremo, y horroroso, de docilidad -seguían, sin más, la moda de los tiempos, se dejaban llevar por las opiniones dominantes, calcaban los comportamientos en boga, se apegaban blandamente a lo establecido… No es ya, como solía decirse para disculpar su aquiescencia, que ‘cerraran los ojos’ o ‘miraran hacia otra parte’ -eso lo hizo, mientras pudo, Babel-: abrían los ojos de par en par, miraban fijamente a los judíos que tenían delante, y los asesinaban. Es un hecho ya demostrado, por Goldhagen, Browning y otros, que estos homicidas no simpatizaban necesariamente con la ideología nazi, no eran siempre funcionarios del Estado (policías, militares,…), no cumplían órdenes, no alegaban ‘obediencia debida’: eran alemanes corrientes, de todos los oficios, todas las edades y todas las categorías sociales, hombres de lo más normal, tan corrientes y normales como nosotros; gentes, eso sí, que tenían un rasgo en común, un rasgo que muchos de nosotros compartimos con ellos, que nos hermana a ellos en el consentimiento del horror e incluso en la cooperación con el horror: eran personas dóciles, misteriosa y espantosamente dóciles. Toda docilidad es potencialmente homicida…

Aquellos jóvenes que, en un movimiento incauto de su obediencia, se dejaron reclutar y no se negaron a realizar el Servicio Militar, cuando la “objeción” estaba a su alcance, sabían, ya que no cabe presuponerles un idiotismo absoluto, que, al dar ese paso, al erigirse en “soldados”, en razón de su docilidad, podían verse en situación de disparar a matar (en cualquier ‘misión de paz’, por ejemplo), podían matar de hecho, convertirse en asesinos, qué importa si con la aprobación y el aplauso de un Estado. La docilidad mata con la conciencia tranquila y el beneplácito de las Instituciones. Goldhagen lo ha atestiguado para el caso del genocidio… En general, puede concluirse, parafraseando a Cioran, que la docilidad hace de los ciudadanos unos “aspirantes taimados a la dignidad de monstruos”.

5)

Sostengo que este enigmático género de docilidad es un atributo muy extendido entre los hombres de las sociedades democráticas contemporáneas -nuestras sociedades. En la forja, y reproducción, de esa docilidad interviene, por supuesto, la Escuela, al lado de las restantes instituciones de la sociedad civil, de todos los aparatos del Estado. Me parece, además, que esa docilidad potencialmente asesina y capaz de convertirnos en monstruos, se ha extendido ya por casi todas las capas sociales, de arriba a abajo, y caracteriza tanto a los opresores como a los oprimidos, tanto a los poseedores como a los desposeídos. No resultando inaudita entre los primeros (empleados del Estado, propietarios, hombres de las empresas,…; gentes -como es sabido- con madera de monstruos), se me antoja inexplicable, sobrecogedora, entre los segundos: docilidad de los trabajadores, docilidad de los estudiantes, docilidad de los pobres,…

Trabajadores, estudiantes y pobres que se identifican, excepciones aparte, con la misma figura, apuntada por Nietzsche: la figura de la víctima culpable. “Víctimas” por la posición subalterna que ocupan en el orden social -posición dominada, a expensas de una u otra modalidad del poder, siempre en la explotación o en la dependencia económica. Pero también “culpables”: culpables por actuar como actúan, justamente en virtud de su docilidad, de su aquiescencia, de su conformidad con lo dado, de su escasa resistencia. Culpables por las consecuencias objetivas de su docilidad…

Docilidad de nuestros trabajadores, encuadrados en sindicatos que reflejan y refuerzan su sometimiento. Desde los extramuros del Empleo, las voces de esos hombres que huyen del salario han expresado, polémicamente, la imposibilidad de simpatizar con el obrero-tipo de nuestro tiempo: “Es más digno ‘pedir’ que ‘trabajar’; pero es más edificante ‘robar’ que ‘pedir’”, anotó un célebre ex-delincuente…

Docilidad de nuestros estudiantes, cada vez más dispuestos a dejarse atrapar en el modelo del “autoprofesor”, del alumno participativo, activo, que lleva las riendas de la clase, que interviene en la confección de los temarios y en la gestión ‘democrática’ de los Centros, que tienta incluso la autocalificación; joven sumiso ante la nueva lógica de la Educación reformada, tendente a arrinconar la figura anacrónica del profesor autoritario clásico y a erigir al alumnado en sujeto-objeto de la práctica pedagógica. Estudiantes capaces de reclamar, como corroboran algunas encuestas, un robustecimiento de la disciplina escolar, una fortificación del Orden en las aulas…

Docilidad de unos pobres que se limitan hoy a solicitar la compasión de los privilegiadoscomo privilegio de la compasión, y en cuyo comportamiento social no habita ya el menor peligro. Indigentes que nos ofrecen el lastimoso espectáculo de una agonía amable, sin cuestionamiento del orden social general; y que se mueren poco a poco -o no tan poco a poco-, delante de nuestros ojos, sin acusarnos ni agredirnos, aferrados a la raquítica esperanza de que alguien les dulcifique sus próximos cuartos de hora…

6)

De todos modos, se diría que no es sangre lo que corre por las venas de la docilidad del hombre contemporáneo. Se trata, en efecto, de una docilidad enclenque, enfermiza, que no supone afirmación de la bondad de lo dado, que no se nutre de un vigoroso convencimiento, de un asentimiento consciente, de una creencia abigarrada en las virtudes del Sistema; una docilidad que no implica defensa decidida del estado de las cosas.

Nos hallamos, más bien, ante una aceptación desapasionada, casi una entrega, una suspensión del juicio, una obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer. El hombre dócil de nuestra época es prácticamente incapaz de “afirmar” o de “negar” (Dante lo ubicaría en la antesala del Infierno, al lado de aquellos que, no pudiendo ser fieles a Dios, tampoco quisieron ser sus enemigos; aquellos que no tuvieron la dicha de ‘creer’ de corazón ni el coraje de ‘descreer’ valerosamente, tan ineptos para la Plegaria como para la Blasfemia); acata la Norma sin hacerse preguntas sobre su origen o finalidad, y ni ensalza ni denigra la Democracia. Es un ser inerte, al que casi no ha sido necesario “adoctrinar” -su sometimiento es de orden animal, sin conciencia, sin ideas, sin militancia en el frente de la Conservación.

Los cosacos dóciles de Babel no ejecutaban a los polacos movidos por una determinación ideológica, una convicción política, un sistema de creencias (jamás hablaban del “comunismo”; era notorio que nunca pensaban en él, que en absoluto influía sobre su comportamiento); sino solo porque en alguna ocasión se lo habían mandado, por un espeluznante instinto de obediencia, por el encasquillamiento de un acto consentido y hasta aplaudido por la Autoridad. Goldhagen ha demostrado que muchos alemanes ‘corrientes’ participaron en el genocidio (destruyeron, torturaron, mataron) sin compartir el credo nacional-socialista, sin creer en las fábulas hitlerianas; simplemente, se sumergían en una línea de conducta lo mismo que nosotros nos sumergimos en la moda…

7)

Ningún colectivo como el de los funcionarios para ejemplificar esta suerte de docilidad sin convencimiento, docilidad exánime, animal, diría que meramente alimenticia: escudándose en su sentido del deber, en la obediencia debida o en la ética profesional, estos hombres, a lo largo de la historia reciente, han mentido, secuestrado, torturado, asesinado,… Se ha hablado, a este respecto, de una funcionarización de la violencia, de una funcionarización de la ignominia

Significativamente, estos profesionales que no retroceden ante la abyección, capaces de todo crimen, rara vez aparecen como fanáticos de una determinada ideología oficial, creyentes irretractables en la filantropía de su oficio o adoradores encendidos del Estado… Son, solo, hombres que obedecen… Yo he podido comprobarlo en el dominio de la Educación: se siguen las normas “porque sí”; se acepta la Institución sin pensarla (sin leer, valga el ejemplo, las críticas que ha merecido casi desde su nacimiento); se abraza el profesor al “sentido común docente” sin desconfiar de sus apriorismos, de sus callados presupuestos ideológicos; y, en general, se actúa del mismo modo que el resto de los ‘compañeros’, evitando desmarques y desencuentros.

Esta “docilidad de los funcionarios” se asemeja llamativamente a la de nuestros perros: el Estado los mantiene ‘bien’ (comida, bebida, tiempo de suelta,…) y ellos, en pago, obedecen. Igual que nuestro perro condiciona su fidelidad al trato que recibe y probablemente no nos considera el mejor amo del mundo, el funcionario no necesita creer que su Institución, el Estado y el Sistema participan de una incolumidad destellante: mientras se le dé buena vida, obedecerá ladino… Y encontramos, por doquier, funcionarios escépticos, antiautoritarios, críticos del Estado, anticapitalistas, anarquistas,…, obedeciendo todos los días a su Enemigo solo porque este les proporciona rancho y techo, limpia su rincón, los saca a pasear… Me parece que la docilidad de nuestros días, en general, y ya no solo la docilidad funcionaria, acusa esta índole perruna

8)

Desde el campo de la sicología -sicología social, sicología de la paz, sicología clínica,…- se han aportado algunos conceptos, elusivos y tambaleantes, con la intención de esclarecer este “enigma de la docilidad”, abordado como enigma de la parálisis (no-reacción, ausencia de respuesta, ante el peligro, la amenaza o incluso la agresión).

Partiendo de las tesis de Norbert Elias, que interpreta la civilización de los individuos como formación y desarrollo gradual de un aparato de auto-coerción (un aparato de auto-represión que lleva a los sujetos a no exteriorizar sus emociones, a no desatar sus instintos, a no manifestar su singularidad, a sacrificar su espontaneidad y casi a desistir de expresarse), Hans Peter Dreitzel ha defendido la idea de que “en los países industriales los individuos se encuentran doblemente ‘paralizados’ como consecuencia de la fuerza del aparato de auto-coerción y de la extremada complejidad de las cadenas de acción”. El “hombre civilizado”, vale decir el “hombre de Occidente”, es, desde esta perspectiva, un ser que se auto-reprime incesantemente, de modo que en él, y por ese hábito de la autoconstricción, de la autovigilancia, “la energía para huir o para oponerse está paralizada”(P. Goodman). Esta “parálisis”, esta “falta de energía para huir o para oponerse”, se resuelve al fin en aquella docilidad estulta y casi suicida de los hombres de las sociedades democráticas contemporáneas. En Retrato del hombre civilizado, Emil M. Cioran abundó, por cierto, en esa visión de la Civilización como degeneración, como retroceso, como alejamiento de la base natural, biológica, del ser humano -olvido de nuestra espontaneidad y de nuestra animalidad.

Para Dreitzel, como para Goodman o para Cioran, habría algo terrífico en el “proceso de civilización”; algo siniestro y no-dicho que acudiría justamente por el lado de aquel aparato de autocoerción, por el lado de la parálisis que origina y de la docilidad a que aboca; algo que nos erigiría, como he anotado, en aprendices desapercibidos de monstruos; algo, en fin, que echó a andar en Auschwitz y que aún no se ha detenido -un horror que nos persigue desde el futuro. En palabras de Dreitzel: “Hasta ahora solo se han tomado en consideración las, aún así dudosas, ganancias humanitarias del proceso de civilización; y no sus pavorosos ‘costes humanos’ (…). En este país, Alemania, la cuestión se plantea con toda brutalidad: ¿Es Auschwitz un retroceso momentáneo en el proceso de civilización, o no será más bien la cara oscura del nivel de civilización ya alcanzado? ¿Cuánta coerción internalizada debe haber acumulado un hombre para poder soportar la idea, y no digamos ya la praxis, de Auschwitz?”. La interrogación es perfectamente retórica: Auschwitz solo fue posible -y así lo considera Dreitzel- en el seno de una sociedad altamente civilizada; devino como un fruto necesario de la Civilización Occidental, un hijo predilecto de nuestra Cultura; se desprendió por su propio peso de este árbol de la auto-represión y de la docilidad que llamamos “Capitalismo Liberal”. Auschwitz es la verdad de nuestras democracias, el resumen y el destino de las mismas…

Goldhagen ha hablado de la “responsabilidad individual” de todos y cada uno de los alemanes de ayer en el genocidio (por participación o por pasividad). Karl Otto Apel ha añadido la idea de una “responsabilidad heredada”, como alemán, en todo lo que su pueblo ha podido hacer (“Soy hijo de este pueblo y pertenezco a la tradición socio-cultural e histórica de este pueblo… No puedo negar que soy corresponsable de lo que este pueblo haya podido hacer”). Dando un paso más, y acaso también para no satanizar en exceso a los alemanes (el Diablo no tiene patria: ya se ha globalizado), yo me permito apuntar la corresponsabilidad de todos nosotros, en tanto hombres dóciles, en el Auschwitz que ya conocemos y en los que tendremos ocasión de conocer. En la medida en que consintamos que la docilidad acampe a sus anchas en nuestro corazón y en nuestro cerebro, seremos los padres morales y los artífices difusos de todos los Holocaustos venideros…

9)

Otros psicólogos, como Harry Stuck Sullivan o el americano Ralph K.White, han intentado concretar un poco más los mecanismos psíquicos que acompañan y casi definen la mencionada parálisis del hombre contemporáneo. Y han aludido, por ejemplo, a la autoanestesia psíquica y a la desatención selectiva.

La autoanestesia psíquica permite al ‘hombre civilizado’, que ya ha interiorizado unos umbrales estremecedores de contención, hacerse insensible al dolor derivado de la percepción del peligro, de la constatación de la amenaza -dolor de una comprensión de la iniquidad de lo real-, y al padecimiento complementario de la conciencia de su esclerosis (reconocimiento de aquella “falta de energía” para huir o para oponerse). Autoanestesiado, todo lo acepta: la insidia de lo de ‘afuera’ y la vergüenza de lo de ‘adentro’; las miserias de lo social y su propia miseria de ser casi vegetal, casi mineral, monstruosamente dócil. Todo se admite, a todo se insensibiliza uno, como mucho con una “ligera mezcla de resignación, miedo, impotencia y fastidio” (Lifton).

Por su parte, la desatención selectiva, un mirar a otro lado, desconectar interesada y oportunamente, pretensión de no-ver, no-sentir y no-percibir a pesar de todo lo que se sabe, quisiera “lavar las manos” de la parálisis y de la docilidad cuando el sujeto se enfrenta por fin a las consecuencias de su no-movilización: la atención se concentra en otro objeto, cambiamos de canal perceptivo, hacemos ‘zapping’ con nuestra conciencia. Desatención selectiva por no querer “asumir” a dónde lleva la docilidad… White señala que la desatención selectiva se estabiliza en algunos individuos, ampliando su campo, haciéndose casi general, a través de una sobreatención compensatoria (una atención focalizada obsesivamente sobre un único objeto, o sobre unos pocos objetos), sobreatención de índole histérico-paranoide.

En el caso de los profesores, hombres normalmente dóciles, paralizados, extremadamente civilizados (es decir, auto-reprimidos), cabe observar, en efecto, cómo la desatención selectiva que les lleva a ‘desconectar’, a no querer saber, de su propio oficio (“el tema de la enseñanza no me interesa nada”, me han dicho a menudo), se complementa con una sobreatención histérico-paranoide, un centramiento desaforado y enfermizo, devorador, en algo no-escolar, extraescolar, algo que de ningún modo remite o recuerda a la Escuela: sobreatención a algún ‘hobby’, a algún proyecto (construcción de una casa, preparación de un viaje, estudio de una operación económica,…), a algún interés (afectivo, o sexual, o intelectual, o…), a alguna cuestión de imagen (la línea, el cuerpo, el vestir, los signos de ostentación,…), etc. Como la autoanestesia psíquica no es muy efectiva en el caso de la docencia -el sujeto se expone casi a diario, y durante varias horas, a la fuente de su dolor-, la desatención selectiva (desinterés por la problemática escolar, en sus dimensiones sociológicas, políticas, genealógicas, ideológicas, filosóficas,…) y la sobreatención histérico-paranoide paralela quedan como los únicos recursos para procurar ‘sobrellevar’ la mentira de una tarea envilecedora y la conciencia de que nada se le opone, nada se trama contra ella.

10)

Desde un campo muy distinto, y con unos intereses divergentes, Marcel Gauchet, analista y comentarista de ese otro enigma, ese otro absoluto desconocido (está entre nosotros, pero no sabemos con qué intenciones), que llamamos Democracia Liberal -ya he adelantado que, en mi opinión, los regímenes liberales conducen a una modalidad nueva, inédita, original, de “fascismo”-, ha pretendido asimismo arrojar alguna luz sobre este desasosegante misterio de la docilidad contemporánea.

Gauchet parte precisamente de lo que podemos conceptuar como docilidad de la ciudadanía ante la forma política de la democracia liberal -una docilidad que no significa respaldo firme y convencido, sino mera tolerancia, aceptación desapasionada y descreída. Detecta, incluso, “un movimiento de deserción cívica de la democracia que la abstención electoral y el rechazo hacia el personal político en ejercicio está lejos de medir suficientemente”. En el momento en que el régimen demo-liberal se queda sin antagonistas de peso (por la cancelación del experimento socialista en la Europa del Este), parece también que no convence a la población y que simplemente se ‘soporta’. Gauchet habla de una “formidable pérdida de sustancia de la democracia, entendida como poder de la colectividad sobre sí misma, que explica la atonía, o la depresión, que esta sufre en medio de la victoria”. El aliento que mantiene viva la democracia no es otro que el aliento de la docilidad: como fórmula vigente, consolidada, que de todos modos “está ahí”, se admite por docilidad; pero ya no despierta ilusiones, ya no genera entusiasmo, no suscita verdaderas adhesiones, resueltas militancias. “Si está ahí, y parece que no tiene recambio, que siga estando; pero que no espere mucho de nosotros”: esto le dice el hombre dócil, todos los días, al sistema democrático… Curiosamente, la hegemonía de la cultura democrática se ha acompañado de una despolitización sin precedentes de la población.

Incapaz de amar o de odiar el sistema político imperante, inepta para afirmar o negar una fórmula de la que deserta sin acritud -o que acepta sin convicción-, la ciudadanía de las sociedades democráticas se hunde hoy en una apatía difícil de explicar. Marcel Gauchet busca esa explicación en un terreno equidistante entre lo social y lo psicológico. Consumido en inextinguibles conflictos interiores, corroído por innumerables dilemas íntimos, atravesado por flagrantes contradicciones, el hombre de las democracias -sugiere Gauchet- ya no puede cuestionar nada sin cuestionarse, no puede combatir nada sin combatirse, no puede negar sin negarse. “Lo que combato, yo también lo soy (o lo seré, o lo he sido)”. De mil maneras diversas el hombre contemporáneo se ha involucrado en la reproducción del Sistema; y obstaculizar o torpedear esa reproducción equivale a obstaculizar o torpedear su propia subsistencia. Gauchet menciona el atascamiento, la inmovilización, que se sigue de esos imposibles arbitrajes internos, de esas perplejidades desorientadoras, de esos torturantes dilemas de cada sujeto consigo mismo.

Entre estas contradicciones paralizantes encontramos, por ejemplo, la de aquellos críticos del Estado y del autoritarismo que se ganan la vida como funcionarios o insertos en un aparato o en una institución de estructura autoritaria; la de los enemigos del Mercado y del Consumo que se aficionan a los “mercados alternativos” y a un consumo de élites, de privilegiados (artículos ‘bio’, o ‘eco’, o ‘artesanales’, o de ‘comercio justo’, o…); la de los padres de familia ‘antifamiliaristas’; la de los defensores de la libertad de las mujeres enfermos de celos cuando sus mujeres quieren hacer uso de esa libertad ‘con otros’; la de los antirracistas que no terminan de ‘fiarse’ de los gitanos; etc., etc., etc. La lista es interminable, y ninguno de nosotros deja de aparecer entre los afectados…

Solo se puede luchar de verdad desde una cierta coherencia, desde una relativa pureza; si se consigue que nos instalemos en la inconsecuencia y en la culpabilidad, se nos habrá desarmado como luchadores, se nos habrá desacreditado ante los demás y ante nosotros mismos, se habrá dejado caer sobre nuestra praxis el anatema de la impostura, de la doblez, de la falsía. Por otro lado, “asumidas” dos o tres contradicciones, se pueden asumir todas; cerrados los ojos a dos o tres pequeñas miserias íntimas, se pueden cerrar a la miseria total que nos constituye. La docilidad del hombre contemporáneo se alimenta, sin duda, de este juego paralizador de las contradicciones personales, de este astillamiento del ser a golpes de complicidad y culpabilidad. El individuo que se sabe culpable, cómplice, apoyo y resorte de la iniquidad o de la opresión, dócil por no poder rebelarse contra nada sin rebelarse contra sí mismo, no encuentra para sus conflictos interiores otra salida que la seudo-solución del “cinismo” (percibir la incoherencia y seguir adelante) o la huida hacia ninguna parte de la “negativa a pensar”, del vitalismo ciego, amargo, del sensualismo desesperado… No sé si con estas observaciones de Gauchet, sumadas a las de Dreitzel y otros, el “enigma de la docilidad” se hace un poco menos opaco, un poco menos abstruso. Desde luego, no son suficientes…

11)

Algunos autores asumen esta docilidad de la ciudadanía contemporánea como un hecho incontestable, un factor siempre operante; una realidad casi material que han de incorporar a sus análisis, pero sin ser analizada en sí misma; evidencia que ayuda a explicar muchas cosas, aunque permaneciendo de algún modo inexplicada (¿inexplicable?); cifra de no pocos procesos actuales, que no se sabe muy bien de dónde procede o a qué responde. Calvo Ortega, abordando cuestiones de educación, subraya, en esa línea, el “enorme automatismo del comportamiento social”; y M. Ilardi ha apuntado el “fin de lo social” como cancelación de toda forma de apertura insubordinada al Sistema…

Yo, que tampoco hallo muchas explicaciones a esta faceta dócil del hombre de las democracias, y que me resisto a esquivar el problema mediante la apelación a “conceptos-fetiche” (el concepto de alienación, por ejemplo), quiero remarcar no obstante la responsabilidad de la Escuela en la forja y reproducción de esa rara aquiescencia. Estimo que se está diseñando una “nueva” Escuela para reasegurar la mencionada docilidad, hacerla compatible con un exterminio global de la Diferencia y sentar las bases de una forma política inédita que convertirá a cada hombre en un policía de sí mismo (“neofascismo” o “posdemocracia”). Junto a la docilidad de las gentes, la disolución de la “diferencia” en irrelevante “diversidad” prepara el camino de ese Sistema. Y la Escuela está ya allanando las vías…

*** *** *** *** *** ***

Compuse este texto en 2005, e hizo parte de “El enigma de la docilidad”, obra publicada por Virus en España, Abecedario en Colombia, No ediciones en Chile y Nautilus en Italia, entre otras editoriales.

Tras la pandemia, sometí esas ideas a cierta corrección, señalando el tránsito del Policía de Sí Mismo posdemocrático al Ciudadano Robot contemporáneo, característico del Capitalismo vírico y bélico, necrófilo y necrófago.

El podcast que comparto danza entre esas dos figuras, enlazando las problemáticas abordadas en “El enigma…” con los asuntos de que me ocupé en “La Forja del Ciudadano Robot”, ensayo breve en vías de publicación, en el que se incluye el siguiente fragmento:

Demofascismo optimizado, bajo la rentabilización socio-política de la pandemia

Uno controla a todos (dictadura clásica): desde la cúpula del Gobierno se nos da la orden del confinamiento y la obedecemos.

Todos controlan a uno (vigilancia de la colectividad sobre el individuo): surge la llamada «policía de los balcones» y, de entre los sumisos, muchos denuncian a quienes transgreden la norma.

Uno se controla a sí mismo (auto-coerción, auto-dominación, fin del anhelo de libertad): y cada cual sale de casa sujeto a franjas horarias, a medidas, a plazos, a reglamentos; sale como un robot, algo más que un policía de sí mismo.

Durante mucho tiempo me equivoqué y consideré que estos tres modelos de dominio y opresión eran sucesivos, como por fases, y ahora estábamos en la última, en la del auto-policía.

Hablé del «modelo del autobús» que leí en Calvo Ortega y López Petit: en los autobuses antiguos un empleado picaba el billete de todos los pasajeros (uno los controlaba a todos, dictadura directa); pasó el tiempo y se colocó una máquina para que cada usuario picara el billete por sí mismo, pero bajo la mirada de todos los presentes, por quienes era observado y podía ser denunciado (todos controlaban a uno, coerción comunitaria); por último, se alcanzó el momento en que uno subía a un autobús vacío y, sin presión externa, sin testigos, picaba «libremente» su billete (uno se controla a sí mismo, sujeción demofascista).

Pero hoy se está dando la suma de las tres fases, como si ya no fueran «etapas» sino superposiciones: el Estado que decreta, la ciudadanía que obedece y señala a los disidentes, los individuos que se auto-reprimen y consienten su robotización integral.

Se pudo sacar a los perros; y mucha gente se prodigó en ese paseo fiscalizado, en el que se manifestaba una suerte de ambigüedad civilizatoria: ¿cómo explicar la relación entre un animal doméstico, el ser humano, y otro, el ser canino?, ¿qué puede brotar de la relación entre estas dos servidumbres?

Se pudo sacar a los niños como si fueran perros, y surge una pregunta derivada: ¿qué puede surgir de un paseo conjunto del domesticador y del domesticable?

Ahora, cada persona puede sacarse a pasear a sí misma, en el cumplimiento forzoso de normas, de franjas (¿deberíamos decir «fajas», porque oprimen, molestan y ocultan supuestas fealdades?), de limitaciones sociales y geográficas; y la interrogante es clamorosa: ¿cabe esperar algo de esta suerte de robot, absolutamente programado, aparte de que, ojalá, desaparezca junto al virus del Capital y del Estado?

Durante más de un mes, las gentes de muchas pequeñas localidades se privaron de salir, de pasear, de ir a los campos para recoger sus alimentos (podían, eso sí, ir a la tienda, porque lo primero y lo último sigue siendo el mercado). Y a las autoridades políticas, confiscadoras de libertades, les daba igual que en esas zonas no hubiera contagiados, no hubiera enfermos. A día de hoy, les dicen que ya pueden salir, y entonce salen.

Esto me recuerda una imagen desalentadora, que me asaltó en la ciudad de Alta, en pleno círculo polar noruego… Unas cuantas personas tenían que cruzar una carretera, pero el semáforo para los peatones estaba en rojo. Yo miro a la derecha y a la izquierda, y la vista casi se me desvanece en una llanura tan inmensa: no hay ningún vehículo por ningún lado y es verdad que, en toda la mañana, apenas habían aparecido por allí dos o tres autos. Me dispongo a cruzar, pues, tan tranquilo; y las gentes me chillan, me recriminan, se enfadan conmigo. Regreso entonces al puesto de espera y cruzo con ellas, tras disculparme, cuando el semáforo de los peatones se pone en verde. «Obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer», escribí entonces. Y es lo que está pasando ahora: se nos insta a la obediencia no tanto para superar una crisis sanitaria como para sancionar el auto-aniquilamiento de nuestra autonomía y de nuestra libertad.

Optimización del demofascismo.

Cuando desaparezca el virus, quedará algo peor que toda enfermedad: el Ciudadano Robot.

Pedro García Olivo

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Historiografía policíaca

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Primeras páginas de mi colaboración en el libro «La Historia o las historias. Un debate en el seno del anarquismo», coordinado por Javier Encina, Sergio Higuera y Ainhoa Ezeiza, y publicado por Volapük Ediciones.
(Para leer el artículo completo: https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2023/01/wp-1675027016292.pdf)



LA POLICÍA DE LA HISTORIA CIENTÍFICA
Crítica del discurso historiográfico I


«Tengo en cadenas dos de los mayores enemigos del hombre:
la Esperanza y el Temor»
J. W. Goethe



I) LA voz DE LOS PODERES QUE NOS DOMAN
(Introducción)

«Defender una cultura que jamás salvó a un hombre
de la preocupación de vivir mejor
y no tener hambre
no me parece tan urgente como extraer
de la llamada “cultura”
ideas de una fuerza hiriente
idéntica a la del hambre»
A. Artaud

Durante demasiado tiempo, el historiador ha encontrado en el sepulturero su figura desplazada. Historiar era “enterrar”: sepultar el acaecer irruptivo del suceso (como diferencia) para conjurar así el efecto temible de su resonancia entre los vivos. La ciencia del historiador enseñaba a identificar las tumbas en la Paz del cementerio, adivinando bajo el misterio de la muerte la promesa de la redención. Para ello había que despojar al acontecimiento de toda su inquietante movilidad; pensarlo como pura identidad estática, reconstituible -en la unidad acabada de sus ser- de una vez y para siempre. Que nunca nadie sospechara en el suceso el escenario de una lucha por el poder, el teatro de un desenmascaramiento sin fin de la Verdad; que solo reapareciese (guiado por su Señor: el Sepulturero) con la calma de un fantasma al que se le ha prometido la veneración de los hombres de otro mundo -un mundo necesariamente mejor, enriquecido por el correr saludable y compasivo del Tiempo.

En el festín de la celebración y el reconocimiento (celebración por el presente de su bondad incontestada, al enterrar ritualmente el horror en el pasado y reconocerlo solo como pasado), el Sepulturero reclamará entonces la Autoridad y la Independencia: “autoridad” del Artífice Iluminado por la Ciencia e “independencia” del operador técnico distanciado tanto del suceso al que sustraerá la vida como del destino que le reservará un lugar en el museo de la historia o entre las semillas proféticas del mañana.

Precisamente contra ese entrecruzamiento de la metafísica y el positivismo deberá batirse la Crítica de la Historiografía -empeñada en liberar al suceso de su confinamiento «cósico» o teleológico y, por tanto, enfrentada a la moderna policía de la CIENTIFICIDAD.

… … …

La forma de historia que nos domina no responde al accidente, la casualidad o la inercia de hábitos fosilizados por la negligencia de los tiempos. En último término, despunta al filo del siglo XVIII, a la sombra del «proyecto moderno» fraguado por la Ilustración, y recubre el proceso de consolidación política e ideológica de la hegemonía burguesa durante los dos últimos siglos. Como pensamiento de una fuerza social ascendente, forjado bajo las condiciones históricas que determinaron la irrupción y el fortalecimiento de aquel nuevo tipo de subjetividad, la filosofía de las Luces revistió un carácter inmediatamente desmitificador, subversivo en la medida en que acompañaba a la burguesía contestataria en su enfrentamiento con el orden coactivo del Viejo Mundo Feudal. Y la Ilustración desbloqueó así la crítica de diversos presupuestos metafísicos, arraigados en toda la historia del racionalismo occidental, agudizando la crisis de las anacrónicas legitimaciones feudales y preparando el surgimiento de nuevos saberes (entre ellos, la disciplina histórica en su forma moderna) atentos a requerimientos político-ideológicos también diferentes.

Sin embargo, de esta determinación histórica general del pensamiento de la Ilustración se sigue asimismo su «insuficiencia», su posterior fosilización como ideología de la burguesía consolidada: cuando se modifiquen las circunstancias históricas que aseguraban su “efectividad” política, cuando el sujeto social con el que había fundido su destino se constituya en clase dominante, cuando el desarrollo material de la sociedad suscite nuevos problemas -vinculados, p. ej., a la industrialización- a un sujeto histórico distinto (el proletariado, fundamentalmente)…, cuando, en definitiva, se agoten las condiciones, puramente contingentes, de su operatividad crítica, entonces lo que un día apareció como «fuerza emancipatoria» empezará a asumir funciones indisimulablemente legitimatorias, al servicio de las formas específicas de dominación instauradas con la sociedad burguesa.

Desde ese momento, la filosofía de las Luces obstruirá las vías de acceso a una crítica radical de las prácticas discursivas articuladas bajo el capitalismo, lastrando poderosamente la praxis del sujeto empírico de la protesta con la perdurabilidad heroica de sus conceptos aún logocéntricos. No solo alcanzará una posición hegemónica como instancia de reordenación ideológica del saber, sino que pretenderá hacer valer testarudamente su retórica tardohumanista (fortalecida ya en el «sentido común») desatendiendo aquella “temporalidad de los conceptos críticos» anotada, desde ángulos distintos, por K. Marx y F. Nietzsche. En adelante, combatir el trasfondo metafísico de los conceptos legados por la Ilustración (instalados en el corazón de las diversas “disciplinas científicas”, tal y como se modelan desde el siglo XIX) llevará también, como consecuencia lógica, a un definitivo ajuste de cuentas con un tipo determinado de práctica historiográfica: esa «historia de los historiadores» capturada perceptiblemente por el discurso de los ilustrados (y por su “extensión” matizada en los sistemas de Kant y Hegel) y deudora por tanto de una concepción metafísica de la Verdad, la Razón, la Ciencia, el Sujeto, el Progreso, etc.

Está por hacer la historia de esa “guerra de guerrillas” contra el discurso historiográfico moderno. Semejante empresa no suscitó el entusiasmo de los historiadores de oficio -tal vez por remitir al ámbito de la filosofía, supuestamente desatendible como marco de reflexión válido sobre los problemas de las disciplinas científicas. Parecía como si solo el historiador estuviese en condiciones de pensar «su» ciencia y como si, de hecho, el desarrollo de las investigaciones de «metodología de la historia» y de «crítica historiográfica» evidenciara, por sí mismo, la satisfacción cumplida de tal exigencia.

Desde una perspectiva transdisciplinaria, la situación no puede caracterizarse tan optimistamente: la historiografía se ha definido como práctica formal antes que como saber orientado hacia un objeto. A la indefinición del “objeto” se superpuso la desconsideración de su propio significado político y social. La crítica historiográfica, que debía haber planteado esa cuestión, se encaminó más hacia la canonización (por exclusión) de los métodos establecidos, conmemorando las gestas de una lenta aproximación a la Tierra Prometida de la cientificidad, que hacia la restitución de su auténtica «historicidad». En ese contexto, la posibilidad de examinar el secreto logocentrismo de los conceptos epistemológicos y filosóficos que fundaban, en última instancia, las premisas tácitas de la Historia Científica ni siquiera podía ser entrevista. La denuncia de los grilletes metafísicos que retenían a la Historia-Disciplina en los sótanos de la legitimación revistió, entonces, formas «exógenas», procediendo forzosamente por “extensión” o “derivación” de tesis referidas a problemas filosóficos generales.

… … ….

De ahí que todavía nos domine la vieja determinación decimonónica de la disciplina histórica. Su hegemonía universal, celebrada como éxtasis de la Cientificidad, del Método, del Rigor o de la Razón, recubre eficazmente el proceso de institucionalización que la consagra como «saber de legitimación». Toda una policía de la Historia Científica racionaliza la indignidad de las prácticas a través de un doble movimiento coercitivo: el discurso del método (momento de la prescripción, de la exigencia, de la norma) y la literatura de la crítica historiográfica (instancia de la proscripción, de la expulsión o del castigo).

Entre el taller de la «metodología de la historia» y la comisaría de la «crítica historiográfica» se articula esa Tecnología de la Exclusión que garantiza tanto la selección de los materiales y de las técnicas de forja del discurso historiográfico como la marginación de aquel relato irreverente extraviado del «paraíso» de la cientificidad.

Más adelante identificaremos, bajo la solemnidad de la «crítica historiográfica», la impostura de un discurso racionalizador del modo de operar de la historia académica, incorporado por tanto a la moderna empresa de legitimación de la democracia de clases. En negativo dibujaremos, con ello, el perfil de un Relato Crítico inspirado en “otra” tradición teórica, “perturbador” en cierto sentido, regido más por la voluntad de seguir al sujeto de la resistencia en su práctica social efectiva que por la veneración mística de las Exigencias Absolutas de la Cientificidad.

Como condición previa del “recorrido” que proponemos, y a fin de insertar nuestra intervención en la «tradición intelectual» que la respalda, vamos a recomponer a continuación la estratificación teórica de aquellas experiencias filosóficas que -persiguiendo a veces otros objetivos- arrojaron luz sobre la mítica de la Historia Científica, preparando el terreno de la futura deconstrucción. No nos interesa tanto, en este punto, exacerbar el rigor del puntillismo hermenéutico como someter los momentos decisivos de la crítica del logocentrismo occidental a una lectura transversal que resitúe constantemente en lugar de los aprioris historiográficos en la turbulencia general de la “crisis de la Razón”.

Información sobre el texto en:
https://desempoderamiento.blogspot.com/2023/01/libro-la-historia-o-las-historias-un.html

Fragmento extraído del siguiente artículo:
García Olivo, P. (2023). La policía de la historia científica. Crítica del discurso historiográfico I. En J. Encina, S. Higuera y A. Ezeiza (coord.), La historia o las historias. Un debate en el seno del anarquismo (pp.67-130). Guadalajara (España): Volapük Eds.

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Ese ídolo sin crepúsculo
Destinos de la Diferencia
Elegir el propio camino de perdición
Ni víctimas ni verdugos?

ESCOLEROS, PERIFERIAS Y AUSENCIA DEL LIBRO

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(Prólogo, en tres pasos, para «Cartas al Docente», obra de Santiago Jurado)

ESCOLEROS

Un “escolero” no es un “escolar”, sino algo peor: es una persona que cree en la Escuela de un modo casi fundamentalista, incapaz de pensar la educación sin remitir una y otra vez al Aula, al Profesor y a la Pedagogía; un ser cuyo estilo de reflexión, modo de concebir el mundo y manera de vivir sus días responden, en términos de I. Illich, a una “mentalidad escolarizada”.

No pocos “escoleros” sentirán irritación ante este escrito de Santiago Jurado… Pero hubiera sido muy bien entendido por los “comuneros”, esas gentes que ya no quedan o están a un paso de la extinción, “hombres y mujeres libres en suelo libre”, como anhelaba Fausto en la obra de J. W. Goethe. Entre los “comuneros”, felices de desconocer la Escuela, la educación se respiraba, inseparable del trabajo y del juego, de la relación igualitaria y del amor. José María Arguedas reflejó de un modo soberbio este cisma entre los “escoleros” y los “comuneros”, este abismo que desgarró a los pueblos originarios de América Latina. Pero “comuneros” eran también muchísimas comunidades indígenas de todos los continentes, los nómadas verdaderos, los rural-marginales y hasta no pocos colectivos del mundo citadino-suburbial.

En todas partes, los “comuneros” fueron aplastados por los “escoleros”, vale decir por las fuerzas escolarizadas y escolarizantes del Capitalismo moderno. Y el tipo de Educación Administrada que estos pueblos y estas personas padecieron bajo las garras del colonialismo clásico y del neo-imperialismo posterior, que siguen sufriendo hoy por la globalización de la “sociedad mercantil” (K. Polanyi), coincide en lo sustancial con esa forma de Escuela que Santiago detesta y denuncia en sus Cartas.

Cierro este “primer paso” con tres escenas: un pasaje de Liberté, la película de T. Gatlif en torno los gitanos antiguos; un pensamiento que me regaló mi vecino Basilio, pastor analfabeto, el filósofo más profundo que se me ha dado conocer y una canción indígena del Perú, recogida por Arguedas, quizás el mejor relatador de esa existencia y esa cosmovisión “precolombinas” que cundieron entre los cerros y los ríos de los Andes.

1) Si alguien te pregunta por nuestra ausencia

Liberté, película de T. Gatlif, arroja luz sobre el modo en que el liberalismo, armado de escuelas incluso en sus formulaciones progresistas o izquierdistas (“sobre todo en ellas”, deberíamos decir), atenta contra aspectos esenciales de la idiosincrasia romaní.

Particularmente interesante nos parece la escena en la que la maestra habla con un menor gitano, intentando convencerle -no deja de ser una emisaria del Estado capitalista- de que acuda a la escuela.

La mujer se acerca y, con la arrogancia proverbial de Occidente, da órdenes: “¡Acércate!, ¡acércate!”. El muchacho suspira, en señal de desagrado; resignado y en guardia, le presta atención. “¿Cómo te llamas?”, inquiere la maestra. “¿Por qué?”, replica el chico, manifestando un rasgo de las culturas de la oralidad (respuesta consistente en una interrogación sobre el contexto, sobre el conjunto de las circunstancias en juego). “¿Sabes leer y escribir?”, insiste la educadora, manifestando su ignorancia acerca de la dimensión altericida de la alfabetización. “Eso no es para nosotros”: alegación irrefutable…

“Ha venido a robar a nuestros hombres”, exclama una gitana; y es muy significativo que no diga “niños” (la niñez es un “invento” de la sociedad burguesa). “Los niños [la maestra no ve “hombres”] deben ir a la escuela; tienen que aprender a leer y a escribir” —prueba añadida del etnocentrismo avasallador de esta educadora tan sensible. Y llega, por fin, la resolución comunitaria gitana, con un toque de ultra-realismo, y casi de insolencia, típicamente quínico: “¿Cuánto nos pagará por ello? (…). Si no nos da nada a cambio, los niños no irán. Se quedarán con nosotros. Siempre están con nosotros (…). Tienen cosas mejores que hacer”.

Los gitanos, pues, están dispuestos a cerrar un trato con la mujer paya bonachona que necesita “hacer el bien” al otro-inferior para colgarse la medalla de la conciencia humanitaria y progresista: “Si nos pagas, permitiremos que te ayudes a ti misma a ganarte el cielo de la filantropía de izquierdas” —así puede leerse el desenlace del encuentro.
(Extraído de La gitaneidad borrada)

2) Cargar De Cultura El Arma De Nuestra Vanidad

Basilio no cree en la Enseñanza. En su opinión, solo hay una maestra que no miente: la vida misma, la tierra, los trabajos, lo que se oye decir a los demás…

Conoció a un profesor desocupado que tenía mucho más que aprender que todo lo que él pudiera enseñar. “No sabía ni hacerse un guiso, confundía el nombre de los árboles, de las aves, de las labores… Era como si no tuviera manos, como si no le hubieran enseñado a hacer cosas con ellas, a trabajar, a nada importante”. Un vecino suyo estudió, luego se metió en guerras y al final murió en la cárcel. “Quería decirnos lo que teníamos que hacer. Menos mal que no le seguimos la corriente: estaríamos muertos”.

Ha oído que tampoco los estudiantes encuentran más tarde empleo, y por eso se pregunta: “¿Para qué los tendrán entonces tantas horas encerrados, para qué tanto corral?”. Responde, a su manera, con otra pregunta: “¿No será para atarlos mejor, para hacerlos tan inútiles como el maestro que conocí y tan infelices como el vecino que murió preso por estudiar demasiado y atenerse a lo que los libros decían? ¿No será para acostumbrarlos a levantar el carro de una manera y no de otra, como interese a quienes mandan en las escuelas?”.

Yo le doy la razón: en efecto, a la juventud se la obliga a estudia para controlarla mejor; para sujetarla; para hundirla un poco más en este pozo de estupidez, desdicha y servidumbre que es el mundo de los mayores, la vida adulta.

Y la juventud cae en la trampa ciega de esperanza: esperanza de conseguir un trabajo cómodo, disputándoselo, cuchillo entre los dientes, a todos los demás; esperanza de dominar un área de conocimiento y, a su través, dominar a un círculo de personas; esperanza, para los más ambiciosos, de cargar de cultura el arma de su vanidad y capacitarse así para persuadir al común de las gentes, arrastrando tras alguna interesada quimera, si hay fortuna, a un atajillo de crédulos.

“Leer no solo corrompe el escribir, también degrada el pensar”, anotó F. Nietzsche. El estudiante, máquina de leer y de repetir, adiestrado en la obediencia, desaprende en la escuela a pensar. Sobre la pizarra borrada de su carácter, escriben los funcionarios del consenso discursos de sumisión y adaptación. A través de su cerebro, el poder pensará, el capital hará negocios, la Razón matará.

Se estudia tal se deja uno explotar, como se funda una familia, igual que se acepta el engaño político…, solo por esperanza.
Esperanza de cosas turbias, sucia esperanza. Desesperados, Basilio y yo detestamos la educación. El pastor no fue a la escuela, y yo intimé lo justo con el monstruo para escupirle por sorpresa en la frente y echar a correr hacia ninguna parte.
(De Desesperar)

3) Esos hombres extraños darán media vuelta y te dejarán

Y J. M. Arguedas, ese gran escritor y antropólogo peruano que, habiendo decidido suicidarse, eligió a consciencia el día de su desaparición, para perjudicar lo menos posible a sus alumnos, teniendo en cuenta el desarrollo de las clases y la eventualidad de que quisieran asistir al sepelio, recogió, en su relato Escoleros, una hermosa canción tradicional indígena que cabe leer en clave antipedagógica.

No quieras, hija mía, a hombres de paso,
a esos viajeros que llegan de pueblos extraños.

Cuando tu corazón esté lleno de ternura,
cuando en tu pecho haya crecido el amor,
esos hombres extraños darán media vuelta y te dejarán.

Más bien ama al árbol del camino,
a la piedra que estira su sombra sobre la tierra.

Cuando el sol arda sobre tu cabeza,
cuando la lluvia bañe tu espalda,
el árbol te ha de dar su sombra dulce,
la piedra un lugar seco para tu cuerpo.

Sueño que los “hombres de paso”, los “viajeros procedentes de pueblos extraños”, hacen parte de la hueste pedagógica; y que, frente a ese inmenso artificio del Aula y del Profesor, no hay antídoto más efectivo que la naturaleza misma -el árbol, la piedra, el sol, la lluvia- y la comunidad de iguales, esas “maestras que nunca mienten”.
(Canción incluida en Cuentos escogidos)

PERIFERIAS

Todos conocemos el “centro” del Sistema, lugar de la administración, de los negocios, de la educación oficial, de los “profesionales” encumbrados (desde la judicatura hasta la medicina, pasando por los altos cargos del ejército, por las policías, por los gestores de los medios de comunicación mayoritarios…). Fuera del Centro quedan las periferias y los márgenes.

Las periferias son descontentadizas, “revoltosas”, esgrimen filos de criticismo amortiguado, dialogante; saben, por así expresarlo, a “progresismo”, a voluntad transformadora, a mejoramiento; y se asientan en una suerte de “corrección política” del antagonismo. Podría decirse que, lejos del Centro, miran hacia él y sienten su atracción. Danzan entre la Reforma y la Revolución, más atentas a la primera que a la segunda, pues consideran todo proyecto de Gran Ruptura como algo ya anacrónico o impracticable. Las periferias son líquidas…

Los márgenes se nos aparecen como lejanías sólidas, que dan definitivamente la espalda al “centro”, ubicándose más allá de las periferias, en aquellos lugares donde el Sistema, sin desaparecer, se nota menos y circunstancialmente casi desfallece.

Las periferias “pactan” con el Estado y el Mercado, dos instancias con las que más bien no simpatizan y menos bajo su forma actual. Preferirían siempre un Estado plenamente democrático, transparente, voz y brazo real de la ciudadanía, y un Mercado menos eco-destructor, rediseñado para no seguir agrandando las desigualdades sociales y territoriales -ambos, este y aquel, decididamente “sociales”. Dibujan, desde luego, ámbitos de protesta; pero, en mi opinión, de “protesta domesticada”.

Los márgenes reniegan del Estado y del Mercado “hasta el extremo de lo posible”, en términos de G. Bataille. Desobedecen: se esfuerzan en no acatar las leyes y en evitar las transacciones comerciales. Las gentes de los márgenes llevan, por ello, una existencia precaria, a menudo dramática, si no trágica. El margen es mi único hogar…

El texto de Santiago Jurado, a mi parecer, oscila entre la periferia y el margen. Y eso le confiere un gran interés. Ese baile entre la revuelta aceptable y la denuncia temeraria señala un escrito que aparece, en cierto sentido, como un organismo, como un ser vivo, tal una bullente manifestación de la “ausencia del Libro”. Desde mi marginalidad, departo -en este prólogo- con las bellas periferias de Cartas al docente.

Porque, cuando el Margen desiste de conversar con la Periferia, se convierte en una suerte de “autista” enmudecido y enmudecedor, un “trozo de hueco”, un “segmento de vacío”. Su desesperación, como la del desierto o la de los glaciales, no ayuda a la vida.

Y, cuando la Periferia evita relacionarse con el Margen, pareciera que ya no puede resistir la mencionada atracción del Centro, que avanza insidiosamente hacia él y que en él habrá de disolverse o extinguirse.

El diálogo de la Periferia (líquida) con el Margen (sólido) no es fácil ni acontece sin dolor: aquella se siente golpeada por una instancia endurecida, indestructible, casi como una piedra; y este padece el malestar de sentirse rodeado por una sustancia viscosa, igualmente invencible, que quisiera diluirlo, casi como el agua.

LA AUSENCIA DEL LIBRO

No estoy prologando un Libro, por fortuna. Amo las escrituras fragmentarias, discontinuas, irregulares, “interrumpidas”, como se dijo de algunos textos de W. Benjamin. Me desagrada esa idea teologal del Libro como discernible “unidad de sentido”, sólido en su estructura, lógico en su desarrollo, transparente en su “querer decir”. Contra el Libro, así entendido, se batieron, de modo implícito o manifiesto, poetas y escritores muy diversos, como Baudelaire, Mallarmé, Nietzsche, Blanchot, Barthes, Derrida, etcétera.

La obra de Santiago Jurado se evade de esa esfera sacralizada del Libro y vindica a su manera los valores de lo fragmentario. Sigue una técnica “impresionista”, en la que las pinceladas, sueltas pero coordinadas, los toques de expresión, las dejaciones y las redundancias, los saltos temáticos, las fugas y los reflujos, constituyen la materia del texto y se agolpan, tal orfebres, en el taller del significado. Y, como anoté, danza entre la Periferia y el Margen, sin renegar de las virtudes de la ambigüedad y de la contradicción. De ahí su fertilidad…

Decía E. Zuleta que “solo hay pensamiento donde hay contradicción”. Y es evidente: si no concurre la contradicción estamos simplemente ante un árido sistema de deducciones lógicas, un entorno más próximo al silogismo o incluso a la matemática que a la creatividad. Recuerdo también una observación de G. Bataille, en La experiencia interior: “El aparente relajamiento del rigor puede no expresar más que un rigor mayor, al que se debería responder en primer lugar”. Y, por último, para saldar esta cuestión de un modo expeditivo, remito a una observación crudelísima de X. Rubert de Ventós: “La búsqueda de contradicciones es la obsesión de las mentes tontas”.

Soy feliz, por todo ello, de las contradicciones contenidas en este pequeño preámbulo y en la obra que prologa…

Donde no se da el Libro, se da el texto. El escrito de Santiago aparece así, ya lo apunté, como una especie de “ser vivo”, un organismo palpitante capaz de suscitar muchas ideas, de abrir y de cerrar muchas puertas, de entablar tantos debates como concilios, de facilitar escuchas y de hacer también oídos sordos a no pocas chácharas oficiales.

En cierto sentido, lo que este autor piensa “verdaderamente” de la Escuela y de la docencia, el alcance “exacto” de su crítica y la definición “precisa” de su posicionamiento político-ideológico, son cuestiones que carecen relativamente de interés: “El texto lo hace el lector”, se ha reiterado; y Cartas al docente, este tan inspirador ramillete de palabras (palabras como dardos y también palabras como abrazos), ya pertenece a sus receptores.

Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

La Habana – Alto Juliana de Sesga

NO A LA ESCUELA

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Haz clic para acceder a wp-1670940994445.pdf



Significativamente, décadas y décadas de crítica antipedagógica han coincidido con una fiebre neo-escolarizadora sin precedentes, estrictamente terrorífica. Y el país se llenó de «escuelitas» y de proyectos educativos «alternativos» como de cadáveres un cebadero de buitres. El demofascismo occidental se abraza a estas tecnologías «dulces» de enseñanza, como es sabido.

Es como si la crítica radical de la educación administrada hubiera hablado en vano. Pero también en su acepción más amplia, que afecta a todas las burocracias del bienestar social y a todas las castas de los especialistas (médicos y enfermeros, jueces y abogados, reporteros y periodistas, asistentes sociales y policías, etc.), la antipedagía pareciera haber clamado en el desierto. La consolidación definitiva del Fundamentalismo Médico, a partir del aprovechamiento político-sanitario del Covid, lo atestigua.

Ediciones Fantasma reedita «No a la Escuela», transcripción de una charla que desplegué en Almería en 2007. Si por aquel entonces el tono y el contenido de la intervención se antojaban «destemplados», hoy, transcurridos quince años de furor escolarizante y plus-pedagógico, «No a la Escuela» deriva ya nítidamente hacia lo intempestivo.

https://www.instagram.com/edicionesfantasma/

Para leer el texto:

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La Habana – Alto Juliana de Sesga

CUANDO «LA DIFERENCIA» CANTA

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LA IDIOSINCRASIA GITANA TRADICIONAL EN EL CANTE FLAMENCO

Pedro García Olivo

“¡Buena ventura para los tuyos!

Si alguien te pregunta por nuestra ausencia,

dile que fuimos expulsados

desde el Cielo y desde la Luz.

Nosotros, los señores de este vasto Universo”.

Canción romaní, recogida en Korkoro (“Liberté”), filme de T. Gatlif

I)

DE LA ORALIDAD A LA ESCRITURA

“Habrá que vestir luto por el hombre

el día en que desaparezca

el último iletrado”

E. M. Cioran

Nos hallamos ante un aspecto capital, desde el que se rebate en nuestros días el privilegio otorgado a la escritura. La oralidad no señala una imperfección o una carencia, sino una modalidad particular, en absoluto inferior, de elaboración y transmisión cultural. Los gitanos, en este sentido, no son “á-grafos”, “an-alfabetos” (¿por qué definir la singularidad en términos de una ausencia?): vivencian una cultura de la oralidad, en expresión de A. R. Luria,E. A. Havelock, W. Ong y otros.

Se ha producido en los últimos años una revalorización de la obra de W. Ong(1997), desde diferentes intereses. Para nuestros fines, Oralidad y escritura se erige, por la amplitud y el rigor de la investigación subyacente, en un fortín argumental desde el que vindicar la dignidad de las culturas de la oralidad, tradicionalmente atendidas como sintomatología del déficit, de la reducción, del primitivismo, etc.

Si bien W. Ong sigue acusando achaques teleologistas, en la línea de las ideologías del Progreso (por lo que considera la aparición del “pensamiento caligráfico” —derivado de la escritura— y la irrupción del  “tipográfico” —vinculado a la imprenta— como avances en el desarrollo genérico del Hombre), la atención que presta a la especificidad y plenitud de las culturas orales, valoradas en cierto sentido como entidades “soberanas”, no dependientes, centradas sobre sí mismas, tal atención, decíamos, hace viable una utilización de sus tesis para propósitos que él no suscribiría: una crítica general de la alfabetización y de la escolarización como expedientes altericidas y uniformadores del paisaje humano.

A tal fin, interesan especialmente los capítulos III y IV, donde, aprovechando el trabajo de campo y los aportes empíricos de A. R. Luria, enuncia los rasgos identificativos del pensamiento y la expresión de los hombres de la oralidad:

  1. Acumulativos antes que subordinados y antes que analíticos (más deudores de la pragmática y de los contextos efectivos del habla que de la sintaxis o de los indicadores gramaticales).
  2. Redundantes o copiosos (a fin de retener en la memoria el objeto de la conversación, con argumentación cíclica o “en espiral”).
  3. Conservadores y tradicionalistas (preservadores del saber acumulado, aunque con formas propias de innovación).
  4. Concretos (próximos al “mundo humano vital”).
  5. Empáticos y participantes antes que objetivamente apartados (agrupadores, reforzadores del vínculo comunitario).
  6. Homeostáticos y presentistas (restauradores de la cohesión del conjunto, de la armonía entre las partes, con una reinvención continua de la imagen del pasado).
  7. Situacionales u operacionales (alejados de las categorías y de las abstracciones, lo mismo que de la lógica formal y de los silogismos).

Según W. Ong, la oralidad responde, pues, a una “psicodinámica” propia, distinta;genera estructuras de pensamiento, de expresión y de la personalidad también privativas; y se manifiesta en un estilo de vida peculiar (“verbomotor”, en expresión de M. Jousse) (1).

Marca, así, poderosamente —regresamos a nuestro objeto—, la idiosincrasia gitana, estableciendo reveladoras similitudes entre el pueblo Rom y otras colectividades humanas sin escritura: comunidades indígenas de América, África, Asia y los círculos polares; habitantes de los entornos rural-marginales occidentales; otros grupos nómadas africanos y euroasiáticos (2)… Subrayaremos, a continuación, algunos de sus aspectos fundamentales, que conciernen especialmente a la finalidad de nuestra investigación.

A) La condición oral fortalece, antes que nada, los lazos comunitarios (exige al otro, tanto en el acto del pensamiento como en el de la expresión) y cancela la preponderancia del “individuo”, con todas sus consecuencias sobre la organización social, el comportamiento político (o antipolítico) y la modalidad económica. Como subrayara W. Ong:

“En una cultura oral, la restricción de las palabras al sonido determina, no solo los modos de expresión, sino también los procesos de pensamiento (…). Con la ausencia de toda escritura, no hay nada fuera del pensador, ningún texto que le facilite producir el mismo curso de pensamiento otra vez, o aun verificar si lo ha realizado o no (…). ¿Cómo, de hecho, podría armarse inicialmente una extensa solución analítica? Un interlocutor resulta virtualmente esencial: es difícil hablar con uno mismo durante horas sin interrupción. En una cultura oral, el pensamiento sostenido está vinculado con la comunicación” (p. 4).

Y, más adelante, incide en la misma idea: “La oralidad primaria propicia estructuras de la personalidad que en ciertos aspectos son más comunitarias y exteriorizadas, y menos introspectivas de las comunes entre los escolarizados. La comunicación oral une a la gente en grupos. Escribir y leer son actividades solitarias que hacen a la psique concentrarse sobre sí misma” (p. 37, versión digital).

La prevalencia (ontológica, epistemológica, axiológica e incluso sociológica) del “individuo” en las sociedades occidentales deriva de una separación del Sujeto y del Objeto, de la interioridad humana y la exterioridad, del Yo y del Mundo, desencadenada —o, al menos, acelerada—, según E. A. Havelock y el propio W. Ong, por la aparición de la escritura y por la alfabetización sistemática de  las  poblaciones: “Más que cualquier otra invención particular, la escritura ha transformado la conciencia humana” (p. 4). “Mediante la separación del conocedor y lo conocido (Havelock, 1963), la escritura posibilita una introspección cada vez más articulada, lo cual abre la psique como nunca antes, no solo frente al mundo objetivo externo (bastante distinto de ella misma), sino también ante el yo interior, al cual se contrapone el mundo objetivo” (p. 70).

B) La oralidad determina, en segundo lugar, un pensamiento “operacional” y “situacional”, que restringe el uso de clasificaciones, divisiones, categorías, conceptos, … y no se aviene bien con la lógica pura, con los silogismos y las deducciones formales (A. R. Luria, J. Fernández),oponiendo así un dique a la expansión del pensamiento abstracto —del que tanto se enorgullece Occidente, a pesar de su terrible trastienda altericida… En nombre de una u otra abstracción (Dios, Patria, Revolución, Humanidad, Democracia, Progreso, Estado de Derecho, …) se han perpetrado todo tipo de masacres, genocidios, etnocidios —lo recordaba M. Bakunin(3). Entre abstracción, expansionismo y universalización hay unvínculo epistémico, inductor del belicismo, que las culturas de la oralidad, como la gitana, abrogan desde la singularidad de sus modos de reflexión y de representación —de ahí su pacifismo fundamental.

A. R. Luria realizó un extenso trabajo de campo con personas de cultura oral e individuos alfabetizados en las zonas más remotas de Uzbekistán y Kirghizia, en la Unión Soviética, durante los años 1931-32. Su estudio ha contribuido a una percepción menos prejuiciada de las culturas de la oralidad. Casi por las mismas fechas, en 1932, L. Mumford había lamentado así la postración del pensamiento oral: “Con el hábito de usar la imprenta y el papel el pensamiento perdió algo de su carácter fluyente, cuatridimensional, orgánico; y se convirtió en abstracto, categórico, estereotipado, contento con formulaciones puramente verbales y con dar verbales soluciones a problemas que jamás se presentarían ya en sus relaciones concretas” (1971, p. 95-6). La dignidad y el valor de los universos culturales orales se afirma, desde entonces, sobre el reconocimiento de su especificidad, de sus modos propios de elaboración y complejidad: “Las culturas orales pueden crear organizaciones de pensamiento y experiencia asombrosamente complejas, inteligentes y bellas” (insiste W. Ong, tras recordar la composición oral de La Odisea) (4).

Y, en efecto, entre los determinantes de la condición oral, contrapuestos a los que ratifican el pensamiento escritural (caligráfico o tipográfico), las investigaciones de A. R. Luria destacarían enérgicamente los siguientes: aversión a las tipologías, a las sistematizaciones, a las separaciones y agrupaciones terminológicas; denostación de lo conceptual y de lo abstracto; repudio de la lógica formal, de las deducciones silogísticas, de los lenguajes simbólicos artificiales; desinterés por la  definición de los objetos y renuncia casi absoluta al autoanálisis,…

Se dibujaba, pues, como característica de las culturas orales, una modalidad singular de pensamiento, altamente contextualista, decididamente pragmática, que resolvía la reflexión en la totalidad y actualidad de lo orgánico. La intelección, en cierto sentido, se desleía, complacedora, en el jugo de lo vital-práctico. Así lo consideró, ya en la década de los 80, J. Fernández, comentarista de los trabajos de M. Cole y S. Scribner en Liberia: de algún modo, los silogismos —valga el ejemplo que nos propone— están contenidos en sí mismos, con conclusiones que derivan solo de sus propias premisas, en el alejamiento y hasta en la omisión de las situaciones de la vida real, del entorno humano concreto, por lo que serán necesariamente incomprendidos, cuando no despreciados, por las personas de cultura oral. Frente a la frialdad sepulcral del silogismo, zombi exánime donde los haya, los hombres de la oralidad se reconocen en su pasión por el acertijo vivaz, por la terrenidad palpitante de la adivinanza

P. Romero, en “Una aproximación a la Paz Imperfecta: la Kriss Rromaní y la práctica intercultural del pueblo rrom —gitano— de Colombia”, procura llevar el derecho oral romaní al encuentro del paradigma teórico de la Paz Imperfecta —elaborado por el Instituto de la Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada (F. Muñoz, B. Molina, …). En el punto de convergencia entre el pensamiento operacional de las culturas orales (A. R. Luria, J. Fernández) y el sistema jurídico consuetudinario-transnacional del Pueblo Rom (J. C. Gamboa y C. P. Rojas), de índole asimismo situacional, encontramos un pacifismo constituyente, ilustrado por P. Romero con documentos emanados del propio proceso organizativo romaní:

Declaración

El pueblo Rom del mundo se manifiesta en contra de la guerra;

nuestro respeto por la tolerancia y por la diferencia no tiene límites.

Ello se debe a que nuestro Pueblo nunca ha participado en guerras

y, por tanto, no tiene héroes reconocidos ni odios heredados.

Si de algo nos enorgullecemos los Rom o Gitanos

es de nuestro alto sentido de convivencia pacífica

y nuestro repudio a la guerra,

lo que vale decir, nuestro amor a la vida.

Si los mundos se vieran desde la óptica propia del pueblo Rom

el mundo sentiría la verdadera paz,

porque nuestro territorio es este mundo,

 en donde pueden convivir muchos mundos” (2009, p. 15).

C) El pensamiento operacional, desafecto a la abstracción (y, por ende, reacio a los idealismos, proscriptor de toda metafísica), suscita, por último, una atención preferente a “lo más cercano” —lo tangible, lo inmediato. De ahí la riqueza y abigarramiento de las formas de ayuda mutua, de colaboración o cooperación, saturadoras de la vida cotidiana romaní y estigmatizadas por los vocablos payos opuestos a un tan intenso particularismo, como denunció M. Fernández Enguita en un escrito sobre la Escuela:

“La Escuela (…) pretende educar en reglas universalistas y abstractas, condenando como particularismo cualquier trato preferente a los más próximos (nepotismo, amiguismo, partidismo, favoritismo… son los distintos nombres, siempre condenatorios, para estas prácticas), mientras que la moral gitana es hoy, por esencia, particularista” (2005, p. 102-103).

Contra esta cultura de la oralidad, y los innegables valores que sustenta (auto-organización, rechazo del belicismo, apoyo mutuo, anhelo eco-homeostático,…), las sociedades mayoritarias dispusieron con diligencia programas de alfabetización en sí mismos altericidas: suprimen modalidades de expresión, estructuras de pensamiento, conformaciones de la subjetividad, estilos de vida, clases o tipos de hombre —antropodiversidad que, como apuntó W. Ong y lamentó E. M. Cioran, en modo alguno cabe ya restablecer. El hombre oral será eliminado escrupulosamente de la faz de la tierra, borrado para siempre del “paisaje de los homínidos” (5) —un paisaje uniformado y homogeneizado a conciencia y hasta la indecencia… Así iniciaba E. M. Cioran su Retrato del hombre civilizado:

“El encarnizamiento por borrar del paisaje humano lo irregular, lo imprevisto y lo diferente linda con la indecencia (…). Distinta en extremo me parece la situación de los analfabetos, considerable masa apegada a sus tradiciones y privaciones y a la que se castiga con una injustificable virulencia. Pues, a fin de cuentas, ¿es un mal no saber leer ni escribir? Francamente no lo creo. E incluso pienso que deberemos vestir luto por el hombre el día en que desaparezca el último iletrado” (1986, p. 29).

Acompañadas por violencias y coacciones (J. P. Clébert lo ha ilustrado fielmente para el Este de Europa) (6), tales campañas de alfabetización, asociadas normalmente a la defensa de la Escuela obligatoria, contribuyeron a la demolición de la educación clánica y a la desestructuración de la cultura gitana en general.

La evolución del cante en España refleja muy bien esta pérdida de la diferencia, con la asunción subsiguiente de estilos de reflexión y de expresión impropios del ser oral tradicional. 

En efecto, los primeros cantes de que tenemos registro, fechados de 1800 a 1850, responden a la lógica de la composición oral y nos recuerdan constantemente las pautas de pensamiento y de habla de una comunidad “verbomotora”.

Predomina la yuxtaposición de frases cortas, la adición de motivos, la redundancia, como en una técnica impresionista de acumulación de pinceladas sueltas; la subordinación brilla por su ausencia o no pasa de umbrales elementales; la sintaxis, simplificada, apenas proporciona un esqueleto sumario para la copla, etcétera. Paralelamente, escasean los conceptos, las categorías, las deducciones formales, en un ahuyentar definitivo de la abstracción y del razonamiento lógico.

El resultado suele ser lo que denominamos “estampa” o “escena”: una suerte de descripción máximamente concreta, situacional en grado sumo, cargada no obstante de connotaciones, rica en sugerencias de sentido —notable condensación/diseminación de significados desde una gran economía de significantes. Estas “inscripciones sonoras”, que en unas ocasiones remiten a la instantaneidad de la fotografía y en otras evocan la fugacidad de la secuencia cinematográfica, instituyentes de un muy atractivo minimalismo, tienden a perderse paulatinamente, desde la segunda mitad del siglo XIX y de manera acelerada a lo largo del siglo XX, conforme gana terreno la estructuración de la frase, la argumentación racional, el uso de nociones y esquemas, haciéndose más compleja la gramática —signos de la erradicación de la oralidad. En una de sus célebres conferencias, F. García Lorca, con un laconismo insuperable, lamentó esta evolución: “¡Cómo se nota en las coplas el ritmo seguro y feo del hombre que sabe gramáticas!” (1998, p. 114).

Podemos presentar como “estampas”, como elaboraciones orales, los siguientes cantes antiguos, concebidos en el siglo XIX:

 “¿De quién son esos machos,

con tanto rumbo?

Son de Pedro la Cambra,

van pa Bollullos”.

[“Estampa” de la opulencia paya y de la precariedad romaní: con la máxima economía de medios, se sugiere el asombro gitano ante unos mulos bien cebados, bien cuidados, propiedad de un hacendado rico, instalado en un pueblo, conocido de todos por su poder. Testigos del paso de los “machos”, los gitanos hacen valer su nomadismo humilde, su desinterés por la acumulación de bienes, la libertad que se desprende de su anti-política. De una soleá de Paquirri el Guanté, interpretada en nuestros días por Pericón de Cádiz, incluida en El cante flamenco…, 2004]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1gzs3r7OBWWfaiIncm9Bq6Dlf5QIS-kAS/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/osmqzlpnvkt01re/Esos%20machos.wav?dl=0

“Eres una y eres dos,

Eres tres y eres cincuenta,

eres tres y eres cincuenta.

Eres la Iglesia más Dios,

Donde toíto el mundo entra,

toíto el mundo menos yo”

[“Inscripción sonora” que refleja muy bien el aire a menudo “enigmático” de estas composiciones orales antiguas, entendidas inmediatamente por las gentes no alfabetizadas gitanas, pero extrañas y abstrusas en ocasiones para las personas de formación escritural occidental. Cante de La Niña de los Peines, recogido en el CD “Un siglo con duende”, 2002]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1DxaC9oH8j7RpxT4fjcXjoEU_xCvvi9G6/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/jvpjyufvfv086l8/Eres%20unas%20y%20eres%20dos.wav?dl=0

“A la orilla de un río

yo me voy solo.

Y aumento la corriente,

con lo que lloro;

porque mis penas,

desde que tú te fuiste,

no puedo con ellas”.

[Suerte de “escena”, que recurre a la muy característica hipérbole gitana para expresar el dolor por la separación del ser amado. De una soleá de Enrique el Mellizo, cantada también por Pericón, recogida en el mismo CD]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1ZUicCqYsRvxqslYs97GcUmYz9j-Rdwzs/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/kqay96v5kgld2ai/Me%20voy%20solo%20a%20llorar.wav?dl=0

“De noche me sargo al patio

y me jarto de llorá,

en ver que te quiero tanto

y tú no me quieres ná”.

[Composición análoga, ya en marco sedentario —sustitución del río por el patio—, transcrita por F. García Lorca, 1998, p. 45]

“Ovejitas eran blancas

y er praíto verde;

er pastorsito, mare, que las guarda

de ducas se muere”.

[Letra copiada por Demófilo, citada por Báez y Moreno, p. 32. Como sinónimos de “pena”, el cante utiliza las expresiones “duca”, “duquela”, “duquita”, “angustia”, “dolor” y “tormento”] 

“¡Ay!, en Arcos de la Frontera,

un rayo cayó,

ha mataito a mi hermano, mi alma

que de mi corazón”.

[“Estampa” de la vida insegura, a la intemperie, y del amor fraternal. Siguiriya de Arcos, casi perdida, recuperada por el Lebrijano para El cante flamenco…, 2004]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1xy0My5845JRywlrOQhDG3C13pz-Nx0RM/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/57e8trpr5040ez0/10%20Un%20Rayo%20Cayo.wav?dl=0

“Iba mi niña Ramona

por agua a la fundición.

Los guardias que la encontraron

le han quitado el honor”.

[“Escena” seleccionada por F. García Lorca, en la que la fatalidad histórica —indefensión calé, impunidad policial, gitanofobia— sustituye a la fatalidad natural, 1998, p. 48]

“¡Ay!, cuando me siento a la mesa

y en ti me pongo a pensar,

tiro el plato y la comida

de fatigas que a mí me das”.

[“Inscripción sonora”, “escena” del desamor —la silla, la mesa, el plato, la comida—. Soleá antigua recreada por Antonio Mairena, escogida para El cante flamenco…, 2004] Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1P3zuN9sDN9snlj4-PDGB4IsmSLNLJdY3/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/u1jw3lv15soepr0/Tiro%20el%20plato%20y%20la%20comida.wav?dl=0

“Yo tiro piedras por las calles

 y al que le dé que perdone;

tengo mi cabeza loca

de puras cavilaciones”.

[“Inscripción” o “estampa” del enloquecimiento bajo las dudas. Soleá decimonónicaversionada por Pericón, que forma parte del doble CD El cante flamenco…, 2004]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1fcswudEdzoKDzGEVlYE-Uuke3fxmrmjG/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/nj44a075559l7oz/16%20Tiro%20Piedras%20Por%20Las%20Calles.wav?dl=0

“Los gitanillos del Puerto

fueron los más desgraciaos,

que de las minas del azogue

se los llevan sentenciaos.

Y al otro día siguiente

les pusieron una gorra

 y con alpargatas de esparto,

que el sentimiento m’ ajoga.

Y al otro día siguiente

le pusieron con un maestro,

que a to el que no andaba listo

de un palo lo echaba al suelo

y así a palos, a palitos,

los dejaban muertos.

Los gitanos del puerto

fueron los más desgraciaos,

que se pueden comparar

con los que están enterraos”.

[Crónica sucinta de un episodio histórico de la persecución de los gitanos, bajo el “pogrom” del siglo XVIII. Romance popular del que tomó nota Demófilo en 1881. Ejecución, en trovos corridos, a cargo de Antonio Mairena, disponible en El cante flamenco…, 2004]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1F3gB_zGrzNIonvCuqpS5sm-BQcJQIYkD/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/j27mbw3odfd5cke/Los%20gitanos%20del%20Puerto.wav?dl=0

“Camino de Almería,

Venta del Negro:

allí mataron a mi hermano

los carabineros”.

[“Estampa” sumaria, desnuda, casi a modo de esquela, recogida por F. García Lorca, 1998, p. 48]

“Míralo por onde viene,

agobiao por er doló,

chorreando por la siene

gota e sangre y suor”.

[“Instantánea” en la que se funde lo real y lo simbólico —sudor y sangre—. Letra de una saeta tradicional copiada por D. Pohren, 1970, p. 124]

Y valga, como contraste, una composición contemporánea de Mercé, exponente ya de un pensamiento y una expresión definitivamente regidos por la escritura:

“El límite del bien y del mal

yo no sé dónde está;

y es que el deseo a mí me tiene desbocao (…).

Serenidad que busco y no la encuentro;

y viene la ansiedad, y con ella el miedo (…).

Un animal me siento a veces;

un humano llevo dentro y crece

en este mundo disfrazao.

La voluntad en varias direcciones,

la mente debatiendo las mejores.

Pesadilla real que acabe ya,

de forma que comprenda lo que soy”.

[Expresión, relativamente elaborada, de cierta división esquizoide en el gitano integrado, incorporado al mundo sedentario y escritural de la Ratio. Manifestación también de aquella auto-represión del deseo y de la animalidad originaria que N. Elias situaba en el eje del proceso occidental de civilización. Por último, anhelo doloroso de introspección, de búsqueda interior; voluntad de auto-análisis que, según A. R. Luria, nunca acechaba a los hombres de la oralidad, desinteresados por definir y aún más por auto-definirse. De su álbum Del Amanecer, 1998]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1zTQlgS5Qstg0j5BSqdB0WKiVNvTzHjPf/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/p9shaoshme0mqoi/El%20l%C3%ADmite.wav?dl=0

Con la supresión de la condición oral, y con la hegemonía de la littera y de las instituciones escolares, se propulsa, según P. Sloterdijk, el proyecto europeo de domesticación del hombre por el hombre (“no hay lecciones sin selecciones”, nos recuerda), en el marco de las antropotécnicas modernas. Tales “técnicas del hombre” indujeron fenómenos desconocidos en el universo gitano tradicional: jerarquía, elitismo, fractura social, subordinación económica, …  En sus palabras:

“La práctica de leer fue por cierto un poder de primer orden en la formación y domesticación del hombre, y lo sigue siendo hoy (…). Lecciones y selecciones tienen más que ver una con otra de lo que algunos historiadores de la cultura querían y eran capaces de pensar (…). La cultura escrituraria mostró agudos efectos selectivos. Hendió profundamente a las sociedades (…). Se podría definir a los hombres de tiempos históricos como animales, de los cuales unos saben leer y escribir y otros no. De aquí en adelante hay solo un paso –aunque de enormes consecuencias– hasta la tesis de que los hombres son animales, de los cuales unos crían y disciplinan a sus semejantes, mientras que los otros son criados: un pensamiento que, desde las reflexiones platónicas sobre la educación y el Estado, ya pertenece al folclore pastoral de los europeos” (2000 B, p. 7).

También el flamenco testimonió, a partir del siglo XX, esa deriva moderna, resuelta como adopción progresiva de las pautas y valores de las sociedades democráticas occidentales…

He aquí un cante terrible, que presagia la extinción de la alteridad gitana justamente allí donde esta parecía buscar refugio: en la esfera del amor. Y un par de coplas que, señalando asimismo la triste monetarización de la vida bajo el sistema capitalista, iluminan los dos ámbitos complementarios —el del trabajo alienado y el del sedentarismo forzoso— en que se desvanece la diferencia romaní:

“Si quieres que te quiera,

dame doblones, dame doblones.

Son monedas que alegran

los corazones”.

[La modalidad gitana del “amor-pasión” queda abolida ante el “amor-contable” mayoritario. Tango dela Niña de los Peines, en voz de Carmen Linares para su recopilatorio Antología. La mujer en el cante jondo, 1996]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/10MTJSH6HzogYc2MxUkDG7b0ScFRDocIx/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/fnyr58g23h5hmyq/Dame%20doblones.wav?dl=0

“Vengo de la viña andando,

y el dinero que yo gano

a mi madre se lo entrego

pa mantener a mis hermanos”.

Me crié de chavalito

en las tierras de Jerez;

y no se me pué olvidar

el tiempo que allí pasé, ¡ay!,

sin conocer la maldad”.

[Sedentarismo, laborización, atisbo de “cuestión social” y de orgullo local: signos de la dilución de la idiosincrasia romaní. Cante interpretado por Sordera, entre otros]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1ZJnBK8m5g1JBTWtMALS3iU9qatq0M4Kr/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/s3i4to2qz6ppvyx/Vengo%20de%20la%20vi%C3%B1a%20andando.wav?dl=0

“Bebe vino, compañero, ¡ay!,

que lo pienso pagar yo;

 quiero gastar los dineros,

que mi sudor a mí me costó,

¡ay!, y trabajando de minero”.

[Trabajo servil, que se impone a la tradicional desestima gitana del salario; y consumismo compensatorio (de la explotación económica y de la aculturación inducida) en beneficio de la industria paya del ocio. Minera, taranta de Linares, en recreación de Gabriel Morenopara El cante flamenco…, 2004]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1d0QBlNksc7YtTQwujChW07nDBhTb-Q0o/view?usp=sharing

o   https://www.dropbox.com/s/g3u9v13l3sb2wim/08%20Bebe%20Vino%20Companero.wav?dl=0

II)

RESTANTES ASPECTOS DE LA “DIFERENCIA” ROMANÍ EXPRESADOS EN EL CANTE

“En el fondo de mi alma,

mis raíces lloran sangre

por una causa perdida”

Del cantaor José Mercé, en el álbum Hondas raíces

A) NOMADISMO 

 Desde sus orígenes, el flamenco testimonia, en efecto, el orgullo nómada del gitano tradicional. Ya a principios del siglo XIX, una debla (enigmático cante básico, recreado por Tomás Pavón en 1940), interpretada en nuestro tiempo por Rafael Moreno, expresaba sin ambages la aversión a la fijación residencial:  

“Soy caló de nacimiento.

Yo no quiero ser de Jerez;

con ser caló estoy contento”.

[Incluido en el CD El cante flamenco. Antología histórica, 2004]

Una soleá de Alcalá, de la misma época, que recogiera Joaquín el de la Paula y canta hoy Fosforito, enlaza la vida errante con el amor como horizonte:

“A pesar de tanto tiempo

por tan distintos caminos,

en mi corazón me siento

que tú eres mi destino”.

[En el recopilatorio El cante flamenco…, 2004]

En la segunda mitad del siglo XIX, conforme avanza el proceso de sedentarización, el cante se ve marcado por la memoria exaltada de la felicidad nómada:

“Y queremos divertirnos:

¡Viva el Moro! ¡Viva Hungría!”.

[Fandango popular interpretado por Gabriel Moreno, recogido en la compilación El cante flamenco…, 2004]

Y, ya en la primera mitad del siglo XX, se funde la figura del buhonero o pequeño mercader ambulante con la del cantaor y trovador peregrino:

 “Fueron buenos cantaores,

Pajarito y el Morato.

Fueron buenos cantaores,

también trovaban un rato;

pero su vida, señores, ¡ay!,

fue la tartana y el trato”.

[Cante de las minas, en la voz de Antonio Piñana, seleccionado para El cante flamenco…, 2004]

En ocasiones, el nomadismo físico se asocia en el flamenco con el nomadismo espiritual, convirtiendo el primero en metáfora o imagen inmediata del segundo, como en la petenera que cantara la Niña de los Peines y que ha sido modificada ligeramente en coplas posteriores (anhelo de “un mundo nuevo” donde por fin se encuentre ora “más verdad”, ora “remedio para la pena”):

 “Quisiera yo renegar

de este mundo por entero;

volver de nuevo a habitar,

por ver si, en un mundo nuevo,

encontraba más verdad”.

[Inscrita en el proyecto musical Antología. La mujer en el cante jondo, 1996, a cargo de Carmen Linares].

Un cante muy comentado, que se ha interpretado en claves distintas (expresión del desinterés gitano por el paisaje local, en beneficio de temáticas profundamente humanas, sostenía, por ejemplo, F. García Lorca), puede leerse también como declaración implícita de amor al antiguo nomadismo y testimonio explícito de desafección a la moderna mudanza “doméstica”, siempre al interior de un mismo ámbito, entre lugares conocidos:

“A mí se me da mu poco

que er pájaro en la alamea

se múe de un arbo a otro”.

[De la colección de Demófilo, citado por F. García Lorca, 1998, p. 112]

Un tema contemporáneo, por último, compuesto por P. Ribera y M. Molina, cantado por Lole y Manuel, evoca admirablemente la existencia nómada de los gitanos tradicionales, una constante histórica que cubre toda la migración romaní hasta la segunda mitad del siglo XX:

“Los niños quisieran seguirle detrás

y por los caminos soñar;

los niños quisieran seguirle detrás,

pero los gitanos se van, se van, se van.

 Cabalgando van los gitanos,

van los gitanos, van los gitanos;

los hombres montan las yeguas,

 y las mujeres en los carros

a sus niños chiquetitos

dan sus pechos amamantando.

 Carmelilla, la mocita,

la que va en el primer carro,

dice que anoche la luna

le prometió un traje blanco

y un gitano de aceituna (…). /

Antes de llegar al río,

los gitanos han acampao.

 La tía Carmen, la más vieja,

la del pelo plateao,

hace flores de colores,

azules, rojas y blancas.

Carmen Montoya y la Negra

hacen canastas de caña,

sentaítas sobre una piedra.

Los gitanos se han dormío;

sus camas son el romero,

la amapola y la violeta;

y pa que no se despierten,

el agüilla del riachuelo

se queda de pronto quieta”.

[«Cabalgando», en el álbum Al alba con alegría, 1991]

B) LABOROFOBIA

En el plano positivo, la laborofobia gitana se expresa en un sinfín de canciones festivas, alegres, que destilan una suerte de orgullo motivado, una especie de salutación del romaní por la libertad y regocijo con que se entrega a sus tareas y ocupaciones autónomas. Como botones de muestra, hemos elegido los siguientes cantes populares:

“Salga usted a mi puesto, hermosa;

no se esconda usted, salero;

que vengo de Zaragoza,

yo traigo nueces y peras (…)

y orejones de Ronda,

y agua de la nieve”.     

[Cante versionado por el Chocolate. Incluido en el CD Un siglo con duende. Recopilatorio del mejor flamenco del siglo, 2002]

“Dijo un día Faraón:

Gitanilla, tú has de ser

quien sin mimbres

 hagas canastos

y trasquiles los borricos

con tijeras de papel”.

[Copla recordada por J. Ramírez-Heredia, 1971, p. 138-9]

“Mañanita, mañanita,

mañanita de San Juan;

mientras mi caballo bebe,

a la orillita del mar,

mientras mi caballo bebe,

 yo me ponía a cantar,

y águilas que van pasando

se paraban a escuchar”.

[Cante de Esperanza Fernández, disponible en la compilación Un siglo con duende…, 2002]

“Debajito del puente

sonaba el agua;

eran las lavanderas:

las panaeras ¡cómo lavaban!”.

[Por la Niña de los Peines. Tango sumado al recopilatorio Antología. La mujer en el cante, 1996]

“Pasa un encajero.

Mare, que me voy con él;

que tiene mucho salero”.

[De un tango de la Niña de los Peines, rescatado para el proyecto Antología…, 1996]

La desafección gitana hacia el empleo se manifiesta, de manera negativa, en los cantes mineros y en aquellos otros que abordan la congoja de trabajar al modo payo:

“Y sale el minero cantando.

Entra con pena en la mina,

 y sale el minero cantando:

porque ve la luz del día

y sus niños lo están esperando.

¡Ay!, y se emborrachan los mineros

to los días, to los días, to los días, ¡ay!”.

[Carmen Linares, recreando un cante popular dramático. En Un siglo con duende…, 2002]

“¡Ay!, desgraciaíto de aquel

que come pan de la mano,

 siempre mirando a la cara:

si la ponen mala o buena”.

[El obrero ante/bajo el empresario; a su merced, pues “come pan de la mano” … En la voz del Diamante Negro. Tema incluido en Un siglo con duende…, 2002]

“Por una estrecha y oscura galería

un minero va cantando;

y en su cantar va diciendo

que cómo estará la prenda mía,

que me la dejé durmiendo”.

[Aflicción por la separación diaria de los amantes, que no se daba en la vida gitana tradicional. Taranta minera dela Niña de Linares, recogida en Antología. La mujer en el cante, 1996]

“¡Muchachas del Molinete,

preparad bien los moñeros!

Que viene la Méndez-Núñez

con doscientos marineros.

¡Muchachas del Molinete!”.

[Taranta de la Antequerana, incorporada al álbum Antología…, 1996]

C) SENTIMIENTO COMUNITARIO

A partir de los argumentos esgrimidos por I. Illichen La lengua vernácula, y en otras obras, ha tomado cuerpo una denuncia que afecta a determinados sectores del feminismo occidental: la posibilidad de que una cultura erigida sobre la dualidad y el conflicto (Civilización/Barbarie, Bien/Mal, Capital/Trabajo, Hombre/Mujer, Adulto/Niño, Razón/Locura, Salud/Enfermedad, etcétera) se halle epistemológicamente vedada para comprehender “relaciones de complementariedad”, sustantivamente no-conflictuales, que distinguieran a otras formaciones culturales. Ver en todas partes, en la otredad civilizatoria, y, antes que nada, relaciones de dominación de la mujer por el hombre (o de los niños por los adultos, valga el ejemplo), podría considerarse, entonces, como una manifestación más del pertinaz etnocentrismo occidental. Una gitana nómada, madre soltera, con hijos no escolarizados, líder “natural” de su clan, casi como en una reminiscencia del antiguo matriarcado, en situación de búsqueda y captura policial por todo ello y por otras cosas, lo sostuvo, con rigor y con pasión, en un encuentro organizado en 2012 en Vigo, en la Cova dos Ratos. Y no es difícil encontrar, en el cante, letras que subrayan la ascendencia de la mujer en el grupo gitano y su relación altiva, de igual a igual, con el hombre, en los asuntos del amor y de la pareja:

“Pase por lo que tú quieras;

yo he repasaíto mis libros:

cuenta me tiene el dejarte”.

[Cantiña elegida por Carmen Linarespara completar elrecopilatorio Antología…, 1996]

“Al pasar por tu casita un día,

al pasar por donde tú vivías,

me acordaba yo de aquellos ratitos

que yo contigo tenía”.

[De un tango de la Niña de los Peines,en la misma antología]

“Presumes que eres la ciencia,

y yo no lo comprendo así.

¿Por qué siendo tú la ciencia,

no me has comprendido a mí?”.

[De una soleá dela Serneta, recreada por Carmen Linarespara el CD en torno a la mujer]

 “Dios mío, dame paciencia;

pa bregar con este gitano

me falta la resistencia”.

[De un tango dela Repompa, en la compilación de Carmen Linares]

“Yo le di un duro al barquero,

por pasar el Ebro a verte:

los amores de Navarra

son caros pero mu buenos”.

[De una alegría de la Niña de los Peines, en la antología sobre el cante femenino]

“De quererte yo a ti tanto,

a mí me estaba dando pena;

y a mi verita ya no te puedo tener,

y esos sí que son quebrantos”.

“Firme te he sido,

pero la culpa de que yo ya no te quiera

tú mismo la habías tenido”.

[De unas bulerías por soleá de María la Moreno, grabadas para el compendio Antología…, 1996]

“Anda y no me llores más;

que, detrás de una tormenta,

viene una serenidad”.

[De una solea de la Jilica de Marchena, recuperada para Antología…, 1996]

“Compañero mío,

¿qué has hecho de mí,

que me has metido por una veredita

que no puedo salir?”.

[De un cante de María Borrico, insertado por Carmen Linares en Antología…, 1996]

“Y yo hice juramento:

borrar de mi pensamiento

amor que a mí me ofendió”.

[De una milonga de Pepa Oro, en el proyecto Antología. La mujer en el cante, 1996]

“¿Qué quieres conmigo,

si no te quiero?

Ya tengo en mi casa

género nuevo”.

[De una bulería de la Niña de los Peines, integrada en Antología…, 1996]

En todos estos cantes de mujer, reunidos por Carmen Linares, se refleja una disposición orgullosa, lúcida, casi soberbia, de las gitanas ante sus compañeros o amantes; una abierta liberalidad y una clara sugerencia de igualdad y simetría. No se percibe sumisión, y están ausentes la humillación y el miedo. Tal y como sugiere una bella copla de la Niña de los Peines, recogida en el álbum Un siglo con duende (2002),estamos tentados de ver, en esos cantes femeninos antiguos, reminiscencias de un orden socio-afectivo construido sobre relaciones temporales de complementariedadorden desvencijado por la irrefrenable integración gitana en la sociedad patriarcal mayoritaria:

 Eres palmera y yo dátil;

tú eres zarza y yo me enredo;

eres la rosa fragante

del jardín de mis deseos;

eres madera y yo lápiz”.

Liberalidad y simetría sugeridas también por la copla que recogiera M. Cervantes en “La gitanilla”: “Por un morenico de color verde, / ¿quién es la fogosa que no se pierde? (p. 134). Y por no pocas de las letras compiladas por Demófilo, estas dos entre ellas:

“Con er jaleo y er olé,

las muchachas de hoy en día

se lo isen a los hombres”.

[Citado por Báez y Moreno, p. 7]

“Ya no quieres ni mirarme;

y yo ya me he enterao

que tú has mandao que laven

mi ropita aparte”.

[Recogido por Demófilo, citado por F. García Lorca, 1998, p. 47. Murmurio de un “muchacho enfermo y enamoradísimo”, en palabras del poeta]

A. Álvarez Caballero, en el texto-prólogo de La mujer en el cante jondo,  recoge aquello que una de las primeras cantaoras flamencas, la Andonda, le dijo, llena de altivez, a el Fillo, que había sido su amante, como despedida, tras la ruptura sentimental: “¡Anda y vete, pollo ronco, a cantarle a los chiquillos!”. Demófilo documentó en el cante, por otro lado, el temor del gitano a provocar la infelicidad de su amada: “Siempre en los rincones / te encuentro llorando; / mala puñalada me den, compañera, / si es porque te doy mal pago” (1975,p. 126).  Una bulería muy interesante de Antonia Pozo, incluida en Antología…, nos trae, además, como un aroma del viejo matriarcado —la madre da el amor y el padre no la luz, sino una buena sombra:

“Ni mujer como María,

 no hay hombre como Dios,

ni amor como el de una madre,

ni luz como la del día

y sombra la de un buen padre”.

Por último, es interminable la serie de cantes consagrados a ensalzar el amor materno. La madre se presenta en ellos como la más valiosa garantía de afecto, como un ser al que nunca se debe contrariar ni ofender, casi sagrado; también como un inagotable surtidor de consejo y sabiduría, una instancia asesora y moralizadora:

“Como eran dos días muy señalaítos,

de Santiago y Santa Ana,

yo le rogué a mi Dios                                                                                                                           

que le aliviara las duquelas a la mare mía

de mi corazón”.

[Siguiriya decimonónica de Curro Durse, popularizada por Manuel Torre y recreada por Manolo Caracol. Se inscribe en el CD Una historia del cante flamenco, 1985]

“¡Ay!, con grandes fatigas

yo le imploro a Dios

que le alivie a mi madre

la cruz que lleva

de su corazón”.

[Siguiriya de Jerez, del siglo XIX, versionada por el Tío Borrico, incidiendo en el mismo asunto, con gran predicamento en los cantes antiguos: implorar a Dios por el término o la disminución del sufrimiento materno. Seleccionada para El cante flamenco…, 2004]

“Nunca pasé yo una pena,

mientras mi mare vivía”.

[Letra copiada por Demófilo, citada por Báez y Moreno, p. 21]

“Ya te he dicho que a mi madre

la tienes que venerar,

como a la Virgen del Carmen,

 que está puesta en el altar”.

[Cante popular, rememorado por Manolo Vargas. Inserto en Un siglo con duende…, 2002]

“Comparito mío, Curro,

dirle usté a mi mare

que me’stoy muriendo

en esta casapuertita

revorcao en sangre”.

[En L. Suárez Ávila, 2008, p. 20. El último pensamiento y la última voluntad son para la madre]

La figura de la gitana que se desenvuelve con libertad en la esfera sentimental, sin aceptar la clausura en la sexualidad del marido, ha encontrado a su vez remedos en la producción artística paya: en Kismet, R. M. Rilke nos seduce con la inteligencia alegre de una romaní danzando ante las pasiones que despierta en varios hombres, mientras su niño se remueve en la cuna. Y, como hemos visto, en Los cíngaros, A. Pushkin celebra el perfil de Mariula y de su hija Zemfira, capaces de mantener relaciones extraconyugales, sin ocultar nada ni engañar a nadie, y sin tolerar, tampoco, una prohibición o una supervisión ejercida por sus maridos. La comunidad romaní antigua —nos sugieren estas obras— asumía tales relaciones con naturalidad y descartaba la posibilidad de que, bajo la locura de los celos, un hermano dañara a otro hermano. En un pasaje del poema de A. Pushkin se contrapone, precisamente, la visión comprensiva (bajo la primacía ética y ontológica de la comunidad) del anciano cíngaro abandonado por su mujer a la posesividad machista de Aleko, individualista ruso inepto para admitir relaciones de equidad y respeto intergenéricas:

«Anciano: A mí, joven y apuesto, y a nuestra hija,

abandonó Marihula.

Yo estaba durmiendo plácidamente; brillaba el alba;

¡y me quedé sin novia! (…).

Lloraba Zemfira y empecé yo también a llorar.

Desde entonces rehuí a todas las vírgenes del mundo;

no puse en ellas mis ojos, no quise con ellas amistad.

Y me quedé libre y solo,

sin compartir mi vida con nadie.

Aleko: Pero, ¿cómo pudo no apresurarse

a buscar a la ingrata

y a los depredadores traicioneros,

y hundir la daga en los corazones desalmados?

Anciano: ¿Para qué? La juventud es un pájaro libre.

¿Quién es capaz de mantener el amor?

La muerte no da a todos la alegría.

Aleko: No me gusta eso.

No, no hablo en vano.

No renunciaré a mis derechos;

o, por lo menos, disfrutaré de la venganza.

 ¡Oh, no!”.

El amor-pasión gitano queda muy lejos de esa voluntad de apropiación de Aleko, que le lleva a hablar de “derechos”, de “traición” y de “venganza”. Mídase tal distancia en los siguientes cantes de hombres enamorados:

“Le ije a la luna

del artito sielo

que me llevara siquiera por horas

con mi compañera”.

[Copla que se cantaba a fines del siglo XIX y de la que se hizo eco A. Machado y Álvarez (Demófilo) en su Colección de cantes flamencos, 1975, p. 126)]

“Romerita mi romera,

 me la llevé a un romeral;

y ni la ropa de su cuerpo

yo le he querío tocar”.

[Cante al que prestó voz Antonio Mairena, citado por Josephs y Caballero, p. 244]

“Ya va pa tres lunas,

 contaítas las llevo,

que no diquelo a mi compañera

y de ducas muero”.

[Del libro de Demófilo, en cita de Báez y Moreno, p. 31]

“Llorar, llorar, ojos míos,

llorar si tenéis por qué,

que no es vergüenza de un hombre

llorar por una mujer”.

[Cante traído a una de sus conferencias por F. García Lorca, 1998, p. 117]

“Si acaso muero,

 mira qué te encargo:

que con las trenzas de tu pelo negro

me ates las manos”.

[Letra en la que repara F. García Lorca, 1998, p. 119. Esta enigmática petición del hombre en peligro a la mujer que ama constituye un motivo recurrente en el cante]

Desprendido ante sus compañeros, generoso en los favores, dispuesto a dar casi todo lo que tiene: así se auto-representa el “buen gitano” en el cante:

“Mira si soy buen gitano,

que cuatro reales te doy

de cuatro y medio que gano”.

“Maresita mía, que güena gitana,

de un peasito e pan que tenía

la mitad me daba”.

[Del compendio de Demófilo, en referencia de Báez y Moreno, p. 10]

D) DERECHO CONSUETUDINARIO GITANO (LA KRISS ROMANÍ)

Como el indígena, el gitano no cree en los códigos de justicia de la sociedad mayoritaria y no recurre a sus aparatos judiciales. En ambos casos, está mal visto por la colectividad que un miembro apele a las instancias exteriores (comisarios, jueces, tribunales, …), pues el grupo dispone casi desde siempre de su propio sistema jurídico, de su propia forma de derecho. Este aspecto queda muy bien reflejado en el cante: el gitano encarcelado no se arrepiente de nada, no se considera culpable, no reconoce la legitimidad de los poderes que lo apresan y juzgan. Sintiéndose más bien víctima de la sociedad o de las circunstancias, se abruma, adolorido, por la consciencia de las dificultades y de la aflicción que su ausencia provoca en la comunidad toda… En ocasiones, el cante transfunde incluso cierta admiración por la figura del bandido, del hombre que quebranta con orgullo la ley de una sociedad hostil:

“Por la Sierra Morena,

va una partía.

Al capitán le llaman,

José María, ¡ay!,

que no va preso,

mientras su jaca torda, ¡ay!,

 tenga pescuezo”.

[“Estampa” que connota simpatía, en ausencia de toda argumentación lógica o racional, como caracteriza a las culturas de la oralidad. Cante popular, recreado por Pepe de la Matronay añadido al recopilatorio Un siglo con duende…, 2002]

“Por una cosita leve,

jice de mi ropa un lío

por lo que sobreviniera”.

[Copiado por Demófilo, citado por Suárez Ávila, p. 5. Demófilo anota: “Hay criminales que llaman una cosita leve a darle a un hombre una puñalada y dejarle muerto en el sitio. Hacer un lío por lo que sobreviniere significa aquí prepararse a huir de la acción de la justicia”]

“Yo entré en la Sala del Crimen

y hablé con el Presidente:

Si el quererte es un delito,

que me sentencien la muerte”.

[Cante popular interpretado por la Perla de Cádiz, inscrito en Un siglo con duende…, 2002]

“A la luna le pido,

la del alto cielo,

cómo le pido que saque a mi padre

de onde está preso”.

[Copla de El Planeta, cantaor de fines del s. XVIII, recogida por R. Molina y A. Mairena, p. 185]

“Esquinas de Andalucía,

donde alumbran los faroles,

decirle, ¡ay!, a la gente mía

que he salío de prisiones.

¡Ay!, no me duelen las cadenas;

que me dolía a mí el pensar

que tú pases tantas penas,

 ¡ay!, por buscar mi libertad”.

[Martinete incluido por el Cigala en su proyecto discográfico Undebel, 1998]

La “firmeza” gitana viene a designar un obrar correcto, ético, plegado sobre la coherencia, la franqueza, la adecuación de la vida al pensamiento y sobre una cierta solidez (estabilidad, continuidad) en el decir y en el actuar. Lo contrario de esta firmeza sería la mentira, la hipocresía, el pensar mudable y la vida no sujeta a criterio moral —“no tener ley”. Ambos aspectos han quedado registrados en el cante:

“Firme me mantengo,

firme hasta la muerte.

Confirmo y afirmo

 que no he de cambiar (…).

Cuando muera dirán siempre:

murió, pero firme fue”.

[CantedeMenese, en José Menese con Enrique Melchor en el Albéniz, 1995]

“Aunque cien años yo dure,

yo seré como la mimbre,

que la bambolea el aire,

pero se mantiene firme”.

[De un cante de Camarón, retomado por E. Morente y otros. Incluido en Camarón nuestro, 1994]

“Fragua, yunque y martillo

rompen los metales.

Er juramento que yo a ti te jecho

no lo rompe naide”.

[Siguiriya del siglo XIX, que versionó el Viejo de la Isla, acreditada por Demófilo, p. 123]

“Cositas que no puen ser:

de la noche a la mañana

cambiaste de parecer”.

[Deun fandango alosnero cantadoporCarmenLinares. En su proyecto Antología. La mujer en el cante, 1996]

“El agua pasajera

no mueve ningún molino”.

[Deuna bulería por soleá deMaríalaMoreno, recuperada para la miscelánea Antología…, 1996]

“Mala puñalá te peguen

que te den los Sacramentos,

porque no le tienes ley

ni a la camisa e tu cuerpo”.

[Cante del siglo XIX referido por Demófilo, en cita de L. Suárez Ávila, 2008, p. 4]

Entre los valores interiorizados por el ser comunitario romaní, ligados a la idea de “firmeza”, destaca, en todo momento, la sinceridad, el apego a la verdad, como refleja este tema de J. M. Flores y M. Molina Jiménez, cantado por Lole y Manuel(grabación disponible en el álbum Al alba con alegría, 1991):

“Dime

si has mentido alguna vez;

y dime si, cuando lo hiciste,

sentiste vergüenza de ser embustero.

Dime, dime, dime,

si has odiado alguna vez

a quien hiciste creer

un cariño de verdad (…).

Dime

si de verdad crees en Dios

 como crees en el fuego cuando te quemas.

Dime, dime, dime,

si es el cielo tu ilusión

o es la verdad en la tierra.

Dime

a cada cosa sí o no;

y entonces sabré yo

si eres mi sueño”.

Esa necesidad de arraigar en el prestigio, de granjearse y preservar el buen crédito —cuando no la admiración— entre los parientes y los compañeros, origina en el romaní un miedo exagerado a la maledicencia, a los rumores, chismes y bulos, en una extrema susceptibilidad al “qué dirán”. El gitano tradicional presta una atención casi obsesiva a las vicisitudes de su imagen pública; y el cante se ha hecho eco, una y mil veces, de tal circunstancia:

“Por aonde quiera que voy

la gente me mira mucho:

mis obras dirán quién soy”.

[Letra rescatada por Demófilo, citada por Báez y Moreno, p. 12]

“Más mata una mala lengua

que las manos der verdugo;

que er verdugo mata un hombre

y la mala lengua a muchos”.

[Báez y Moreno, p. 6. A partir de la obra de Demófilo]

“¿De qué me vienes culpando?

 La culpa yo no la tengo,

si de ti habla la gente”.

[En Homenaje flamenco a Miguel Hernández. Por Enrique Morente, 1971]

“¡Ay!, Dios mío, líbrame;

¿Cómo me libras de una mala, malita lengua

 y de un mal incurable? (…).

¡Ay!, ¿Por qué me pregonas mal,

 tú, muy mal, y a la luz?

¿Por qué me pregonas?”.

[De una siguiriya de Jerez, de la Piriñaca, en voz de Carmen Linarespara Antología…, 1996]

“Miran lo que andan hablando;

 sin comerlo ni beberlo,

te lo andan criticando”.

[De una cantiña antigua, recreada por Carmen Linares para el mencionado recopilatorio]

“¿Para qué vienes ahora

a redoblar mis tormentos?

Dirá la gente que estoy

falta de conocimiento

si mi palabra te doy”.

[De un fandango alosnero de la Conejilla, en cante de Carmen Linares para Antología, 1996]

“¡Chiquilla!

Valientemente dejaste tú mi queré

por er desí de la gente”.

[Letra integrada en la colección de Demófilo, citada por Báez y Moreno, p. 11]

“Que andan hablando…

Sin tener nada contigo,

el crédito me andan quitando”.

[De una soleá de la Jilica de Marchena, rehabilitada por Carmen Linarespara el proyecto musical Antología…, 1996]

Qué cuidaíto se me daba a mí 

que de mí formaran historias;

si yo estoy comiendo y bebiendo,

y estoy viviendo en la gloria”.

[Actitud “defensiva” de la persona herida por las habladurías, que se refugia en un ultra-realismo material (comer, beber) para simular que no le afecta la opinión de sus hermanos. De una soleá de principios del siglo XIX, en ejecución de la Piriñaca para el álbum Antología…, 1996]

  En el final de Los cíngaros, A. Pushkin nos ofrece una maravillosa evocación de un acto de la Kriss. No existía aún el concepto de un derecho consuetudinario romaní, no se había constituido la materia de estudio, ningún especialista había reparado en semejante modalidad jurídica transnacional; y, sin embargo, las prácticas de la Kriss eran cotidianas e incesantes entre los gitanos y no se escondían de la mirada paya. Los muy ajustados versos de A. Pushkin ilustran las principales características de este inveterado derecho oral, tal y como se despliega ante el doble asesinato:

. -1) No busca el castigo o el dolor de Aleko, que ha matado por celos. Aspira más bien a resolver comunitariamente un problema intersubjetivo (el ruso no está hecho para la vida gitana, y es incapaz de superar los estigmas de su propia cultura); adversidad en relación con la cual, en cierto sentido, no hay culpa individual, pero que todos padecen y de cuya emergencia la tribu en su conjunto es responsable: Aleko fue admitido en el clan, agregado, aceptado como un hermano.

. -2) Expresa su determinación (la expulsión del homicida) a través de la palabra de un Anciano —autoridad moral, hombre de prestigio—, quien recoge meramente la opinión colectiva, el sentir unánime de las familias: Aleko tiene un carácter orgulloso, atormentado, impositivo y violento, que contrasta con el de los gitanos, gentes humildes, sencillas, tolerantes y pacíficas. Y este portavoz enuncia la resolución consensual (deseo de que el asesino, alejado, pueda vivir en paz) con respeto y casi pena:

“¡Déjanos, hombre orgulloso!

Somos salvajes,

y no tenemos leyes;

nosotros no torturamos,

no castigamos,

no necesitamos sangre

 ni gritos de dolor.

Pero no queremos vivir con un asesino…

Tú no has nacido para ser vida salvaje (…).

Somos almas tímidas y amables,

mientras que tú estás siempre enojado

y te envalentonas:

¡déjanos ya mismo!

Lo sentimos;

que la paz sea contigo”.

Esta forma consuetudinaria de derecho caracteriza a las llamadas “sociedades sin Estado”, entre las que se incluye la gitana tradicional: “pueblos sin gobernantes” o “anarquías organizadas” que motivaron los estudios de M. Fortesy E. E. Evans-Pritchard, C. Lévi-Strauss, P. Clastres, H. Barclay, J. Middleton y D. Tait,  S. Mbah e I. E. Igariwey,…,

Sea como fuere, la desmesura emocional gitana es inocultable; y ha dado lugar, en el cante, a una modalidad muy bella de hipérbole:

“En una piedra yo me acosté,

porque venía falto de sueño;

y cuando me desperté,

de luto vestía la piedra

de verme padecer”.

[Cante interpretado por El Rubio, incluido en el álbum Fandangos Gitanos, 1969. Tema popularizado asimismo por Camarón]

“La silla onde me siento

se l’ha caío la anea

de pena y de sentimiento”.

[Letra de la colección de Demófilo, citada por Báez y Moreno, p. 20]

“Los ojos de mi morena

son del color de la noche

de tanto mirar mis penas”.

[De una cantiña del siglo XIX, recreada por Fosforito y recogida en El cante flamenco…, 2004]

“Ni con to el agüita del río,

ni con to el agüita del mar,

podréis apagar el fuego

de un corazón encendido”.

[De una alegría decimonónica, versionada por Fosforito para El cante flamenco…, 2004]

“Si se m’ajuma er pescao

y desembaino er flamenco,

con cuarenta puñalás

se iba a rematá er cuento”.

[Letra copiada por F. Rodríguez Marín, acompañante eventual de Demófilo en las veladas flamencas del café de Silverio. Según nota de F. Rodríguez, “ajumársele a uno er pescao” significa “acabársele a uno la paciencia con que venía soportando insultos o amenazas”. En Cantos populares españoles, 1883, p. 413]

“Ar campo fui yo y a un arbo

a contarle mi sentí.

Y al arbo de oír mi pena,

¡soleá y más soleá!,

y al árbo de oír mi pena

se le secó la raís”.

[Cante transcrito por Demófilo, en cita de Báez y Moreno, p. 20]

“Nunca el agua de los ríos

podrá endulzar el mar,

igual que el corazón mío,

consuelo nunca tendrá”.

[De un fandango del siglo XIX, en voz de Gabriel Moreno. Aparece en El cante flamenco…, 2004]

“Miro el dinero mil veces,

porque aquél que está queriendo

hasta el dinero aborrece.

Te quiero más que a Dios;

¡Jesús, qué palabra he dicho, 

que yo merezco la Inquisición!”.

[De una soleá de principios del siglo XIX, retomada por Antonio Mairena y escogida para el recopilatorio El cante flamenco. Antología histórica, 2004]

“Aquel que tenga la culpa de nuestra separación,

to el que la culpa ha tenido de nuestra separación,

a pedazos se le caigan las alas del corazón,

se le caigan a cachitos las alas del corazón.

El que no sepa distinguir, que no sepa ni distinguir,

que la cabeza le corten y me la traigan a mí”.

[Soleá de la primera mitad del siglo XIX, cantada por Pericón de Cádiz.Disponible en El cante flamenco…, 2004]

“Si esto que me pasa a mí,

le pasara a otro…

Tengo momentos en la noche

de volverme loco”.

[De un cante de Tomás el Nitri, a la manera antigua de cantar en Jerez, a principios del siglo XIX, la siguiriya. Recuperado por Sernita de Jereze integrado en el álbum El cante flamenco…, 2004]

“¡Ay!, que te quiero,

¡ay!, por lo mucho que te quiero

de noche no duermo en cama;

me acuesto con el sentío,

¡ay!, a ver si a la puerta llamas,

y ni aún dormido yo te olvido, ¡ay!”.

[Cante de Enrique el Mellizo, en ejecución de Sordera. Sumado a la compilación Un siglo con duende…, 2002]

E) EDUCACIÓN CLÁNICA GITANA

Frente a la pertinencia absoluta de la educación clánica gitana, la Escuela, aunque se predique intercultural, despliega unos currículos que muy poco tienen que ver con el modo de vida y los intereses espirituales de la comunidad romaní. El cante refleja esta circunstancia, señalando la inutilidad práctica (operacional y situacional, diríaA. R. Luria) del saber escolar o académico —al que denomina con ironía “ciencia”—, particularmente en el ámbito de los sentimientos:

“¡Ay!, soy la Ciencia en el saber,

¡ay!, en el saber;

y digo yo,

y digo yo, ¡ay!, con sentimiento:

¡ay!, que juego con quien no sabe,

 y siempre salgo perdiendo”.

[De un cante de Porrinas de Badajoz, inscrito en Un siglo con duende…, 2002]

“Soy la Ciencia en el saber, ¡ay!,

favor que le debo al cielo;

pero cuando hablo contigo,

toíto mi saber lo pierdo”.

[De una caña del siglo XIX, recuperada por Jacinto Almadény elegida para El cante flamenco…, 2004]

“¿De qué sirve la experiencia

y de qué sirve el saber,

si luego toíto se olvida

apenas llega el querer?”.

[De una cantiña decimonónica, popularizada por Fosforitoy añadida a El cante flamenco…, 2004]

“Pensamiento…

Qué grande es mi pensamiento, ¡ay! (…),

que voy por la calle muerto de amor

y no me puedo valer”.

[De una malagueña de principios del siglo XX, en versión de Manolo Caracol. Forma parte de El cante flamenco…, 2004]

“Saber lo que yo sé,

que la fatiga y el tiempo

me lo han hechito a mí comprender,

los siete sabios de la Iglesia,

no saben lo que yo sé”.

[De una soleá compuesta en torno a 1800, difundida por Antonio Mairena. En El cante flamenco…, 2004]

F) ANTI-PRODUCTIVISMO

Nótese, en los cantes siguientes (García Lorca, 1998, p. 44), esa concepción espiritual de la naturaleza, diametralmente opuesta a la occidental productivista:

 “Todas las mañanas voy

a preguntarle al romero

si el mal de amor tiene cura,

porque yo me estoy muriendo”.

“El aire lloró,

al ver las penas

 tan grandes

de mi corazón”.

“Subía a la muralla

y me dijo el viento:

¿para qué son tantos suspiros,

 si ya no hay remedio?”.

“Una característica particular [del pueblo gitano] es su «ahistoricidad» (…), porque el tiempo que se tiene, que se vive y que no se puede perder es el «aquí y ahora»” (P. Romero, p. 16). Frente a la lógica occidental de “cumplir objetivos”, que asume el pasado para construir el futuro, tendríamos la “lógica gitana de no-planificación”, desentendida del ayer (p. 25).

Una copla de principios del siglo XX, interpretada en nuestros días por Gabriel Moreno, incluida en El cante flamenco…, señala bellamente esa inutilidad, para el gitano tradicional, de volver la vista atrás:

 Y al laíto me ponía

de la tumba de mi padre,

y al laíto me ponía

y escuché un eco del viento;

llorando a mí me decía:

«No te responden los muertos»

En el flamenco, ese rechazo romaní de los presupuestos y las realizaciones de la economía política se ha expresado de una forma particularmente sugerente, desconcertante a primera vista, con coplas teñidas de enigma antiguo. A modo de ilustración, valga con esta pequeña colección de fragmentos de cantes: 

“Sentaíto en la escalera,

sentaíto en la escalera,

esperando el porvenir

 y el porvenir nunca llega”.

[“Estampa”, “inscripción sonora”, que sugiere la máxima im-productividad, el mayor a-logicismo, una perfecta in-utilidad, como en un desacato insuperable, un corte de mangas infinito, al orden de la Ratio, que quiere actividades productivas, comportamientos lógicos, esfuerzos útiles… Nos recuerda no pocos pasajes de La experiencia interior, donde G. Batailletransfundía una suerte de amor a lo gratuito, caprichoso, errátil, absurdo si se quiere. Cante popular interpretado por Esperanza Fernández y recogido en Un siglo con duende…, 2002]

“Un usurero muere rico y vive pobre,

 porque ha sido un usurero;

y es para que luego le sobre

pa pagar al sepulturero

lo poco que vale un hombre”.

[Elocuente descrédito de la mentalidad del ahorro, de la libido acumuladora, extraña a la voluntad de vivir incondicionalmente el presente.  Cante anónimo versionado por Antonio el Sevillano. Integrado en el recopilatorio Un siglo con duende…, 2002]

“En aquel pozito inmediato,

donde beben mil palomas,

yo voy y me siento un rato

pa ver el agüita que toman”.

[Sugerencia de una disponibilidad grande de tiempo, de libertad por tanto, que permite al personaje detenerse, sentarse y mirar sin prisa algo aparentemente tan nimio como unas palomas bebiendo reverso de la dictadura del reloj, de la celeridad y del tiempo malbaratado en los penales del empleo. Cante popular recreado por Manolo Vargas. Se incluyó en Un siglo con duende…, 2002]

“Como yo no tengo ná,

me basta con los luceros

que tiene la madrugá”.

[Suficiencia del hombre que no atesora, huérfano de propiedades. Delálbum Al alba con alegría, 1991. Tango en voz deLole y Manuel]

“Aquel que tiene tres viñas,

¡ay!, tres viñas,

 y el tiempo,

y el tiempo le quita dos,

que se conforme con una,

¡ay!, con una,

y le dé gracias,

y le dé gracias, a Dios”.

[Caña popular, rescatada por Rafael Romero y añadida a la compilación El cante flamenco, 2004, que connota desinterés por el acaparamiento y, en el límite, por la riqueza misma]

G) AVERSIÓN AL ESTADO Y A SUS LÓGICAS POLÍTICAS

El desinterés gitano por la llamada “cosa pública” es máximo; y los romaníes no sintieron, por tanto, la necesidad de erigirla en objeto del cante. Hemos encontrado, no obstante, una composición en la que la referencia a la autoridad política se inviste de mito, consolador si se quiere, recreando o inventando el pasado al estilo de los pueblos orales y en consonancia con su ahistoricidad característica:

“En los tiempos del rey Faraón,

ese padrecito de la raza mía,

celebraron su coronación

cuatro gitanitos que él tanto quería (…),

este padrecito tan bueno y tan santo,

este padrecito de tós los calés”.

[De una bulería de la Repompa, en grabación de Carmen Linares para el CD Antología. La mujer en el cante, 1996]

Sí son abundantes, empero, las coplas en las que se evidencia la antigua y acendrada reticencia del romaní ante las instituciones estatales, ante las burocracias sociales, a las que recurría, o bien al modo astuto de un superviviente aprovechado, o bien en última instancia, para casos excepcionales, como las urgencias sanitarias. Al hospital, por ejemplo, los gitanos acudían normalmente en situaciones límite (hábito corriente aún hoy entre los indígenas menos integrados y los rural-marginales recalcitrantes), tal reflejan estos dos cantes análogos:

“Me faltan las fuerzas,

ya no pueo más;

de fatigas que tiene mi cuerpo,

se va al hospital”.

“Dame la mano, hermana,

que no pueo más;

que, de fatigas que mi cuerpo tiene,

se va al hospital”.

[Letras rescatadas por Demófilo, citadas por Báez y Moreno, p. 29]

APÉNDICE: ANIQUILACIÓN DE LA DIFERENCIA GITANA

El Pogrom ha dejado una honda huella en el cante, en ocasiones como crónica de persecuciones concretas (tal el “Romance de los gitanos del puerto”, que ya hemos recogido) y a menudo a modo de estampa del hombre acosado, de escena de dolor romaní. Baste con una pequeña selección de letras, empezando por la de una copla que interesara a Demófilo, F. García Lorca, R. Molina y A. Mairena, referida al hostigamiento que, hacia 1800, sufrieron los gitanos del barrio de Triana:

“Los gerés por las ventanas,

con faroles y velón:

si arcaso er no s’entregara,

tiraslé que era caló”.

[Letra registrada por Demófilo, en cita de Báez y Moreno, p. 10. “Geré” es un sinónimo de “gaché” o “payo”]

“Los gerés por las esquinas,

con velones y farol,

en voz alta se decían:

mararlos que es calorró”.

[Variante recogida por R. Molina y A. Mairena, 1963, p. 163. “Mararlos” quiere decir “matarlos”, y “calorró” designa al gitano]

“Yo vengo juyendo…

¿Aónde me entraré?

Que me persiguen, mare, los sibiles;

me quieren prendé.

Ya se m’cabaron

ías y venías,

y los suspiros que daba por verte,

compañera mía”.

[De un cante rescatado por Demófilo, p. 140]

“Ya viene la requisa,

ya se oyen las llaves.

Cómo me llora siempre mi corazoncito

gotas de sangre”.

[Transcripción de F. García Lorca, 1998, p. 47]

“Hermanita, no más penas,

que sueño con tu queré;

y el hombre que está en prisiones

se sueña con Lusifé”.

[De la compilación de Demófilo, en referencia de Báez y Moreno, p. 22]

“Nos sacaron los hierros,

nos llevan por las murallas;

las mujeres y los niños

de sentimiento lloraban”.

[García Lorca, 1998, p. 48]

“Toos los hombres más guapos,

toítos se güerven chiquillos

cuando, ensima del yunque,

se les remacha los grillos”.

[Báez y Moreno, p. 6, partiendo de la Colección… de Demófilo]

“Y a siento sincuenta hombres

nos llevan a la Carrasca.

Nos llevan a currelá,

a sacar pieras d’er agua”.

[Báez y Moreno, p. 7]

“A la rejita de la carse,

llamó Curro y vino Pepe;

¡qué fatiguitas serán

las fatigas de la muerte!”.

[Báez y Moreno, p. 28]

El creciente protagonismo de la “cuestión social” en las letras del cante, debidas a compositores gitanos, pero también payos, diluye la especificidad de la queja romaní en el malestar clásico obrero o jornalero. El origen de las letras puede ser no-gitano, aunque las interprete un calé, y también cabe encontrar a un payo cantando temas de composición cíngara, en un exponente de la promiscuidad socio-etno-existencial originada por la absorción (inducida, casi programática) de una fracción no desdeñable del pueblo Rom a lo largo del siglo XX. Hemos seleccionado, como ilustración de este asunto, dos cantes, por no reiterar las mineras, algunas estremecedoras, que recogimos páginas atrás:

“Sin la fatiga y la miseria de un probe,

no podrá un rico vivir”.

[Del álbum José Menese con Enrique Melchor en el Albéniz, 1995]

“Fatiga de jornaleros,

¡ay!, sacando el fruto a la tierra,

el pobre de enero a enero (…).

Lo llevo escrito en las manos:

me llamo el que siempre pierde,

y de profesión el campo”.

[De un tema deJosé Mercé. En el proyecto discográfico Cuerpo y alma, 2001]

La identificación apasionada con una localidad, como el orgullo regionalista, testimonian el proceso de sedentarización del pueblo gitano que, bajo el peso de coacciones diversas, se va despidiendo de su ancestral vida errante:

“Qué bonita está Triana

cuando le ponen al puente

las banderitas gitanas”.

[Citado por Josephs y Caballero, p. 244]

“Cariño le tengo yo

a Linares, que es mi pueblo,

mi gente que tanto quiero (…),

cuna de cantes mineros”.

[Cante popular, en voz de Carmen Linares. Inscrito en Un siglo con duende…, 2002]

“¡Ay!, al horizonte,

sobre la mar de Levante,

un balcón al horizonte,

lo tiene mi Cartagena,

tierra de minas y de cante

y orgullo de España entera».

[De una copla de Gabriel Moreno, seleccionada para Un siglo con duende…, 2002]

“La rabia del que se va

del sitio donde ha nacío,

de la tierra donde ha nacío,

es como la tortolita

que la arrancan de su nío”.

[Del disco José Menese con Enrique Melchor en el Albéniz, 1995]

“Bandera de Andalucía:

 en la blancura del pueblo,

la libertad verdecía”.

[Cante de José Mercé, perteneciente al proyecto discográfico Cuerpo y alma, 2001]

“A mi Málaga natal

siempre estoy añorando (…).

Paraíso terrenal”.

[De una malagueña centenaria, recreada por Fosforitopara El cante flamenco…, 2004]

“Tierra de Andalucía,

tierra que canta;

tierra de hombres que tienen

nobleza y rabia”.

[De “Tierra que canta”, canción del CD Al alba con alegría, 1991. P. Ribera y M. Molinafueron sus compositores]

El cante registra, además, junto a la insistencia en un tema ya tradicional —la mendicidad—, quejas y lamentos por las nuevas condiciones de vida en ámbitos sedentarios: pobreza, desunión o separación en las familias, impotencia material y psicológica, …

“¡Dios mío!, qué vergüenza más grande:

pedir limosna de puerta en puerta

para poder comer”.

[De una siguiriya de Jerez, versionada por el Terremoto. Hace parte de El cante flamenco…, 2004]

“Que al que pide se le sale

el corazón por la boca”.

[En José Menese con Enrique Melchor…, 1995]

“Pensaste tener alegría,

y estás viviendo er mundo

de la gente aborresía”.

[Báez y Moreno, p. 12. El “mundo de la gente aborrecida” es, precisamente, el orden sedentario, urbano, en el que el gitano se ve empujado a integrarse]

“Y yo me estoy muriendo

por tu causita,

sin calor de nadie,

loquito perdío,

en el hospital”.

[Recogido por F. García Lorca, 1998, p. 47. Soledad y abandono incluso en la enfermedad, tras la descomposición de los vínculos clánicos]

“Busca a un rico que te dé;

y cuando el rico no tenga,

ven aquí y yo te daré”.

[De una bulería de la Repompa, retomada por Carmen Linares para Antología…, 1996]

“Las manos a mí me duelen, ¡ay!,

de tanto llamar”.

[De una siguiriya de Triana, que se sumó a El cante flamenco…, 2004. Por Antonio Mairena]

“Ni donde sentarme;

en mi casa ya no quedan

ni sillas donde sentarme:

pa qué, si ya no me dejan

ni el derecho de cansarme,

ni nadie escucha mis penas”.

[Cante popular, en voz de Antonio el Sevillano, escogido para Un siglo con duende…, 2002]

“El corasón de pena

tengo traspasao,

porque no tengo ar batito de mi arma

sentaíto a mi lao”.

[Báez y Moreno, p. 21. Dolor por la separación del hijo]

“Esta noche va a llover,

que tiene cerco la luna:

mi pozo cogerá agua,

que no le queda ninguna”.

[De un fandango de Camarón, “Quisiera volverme pulga”, inserto en Un siglo con duende…, 2002]

Conforme el pueblo romaní se laboriza y sedentariza, relajándose paulatinamente la ligazón clánica o de tribu, dispersándose también las familias desde el punto de vista domiciliario (las administraciones centrales y locales procuran evitar la concentración gitana, estigmatizándola como segregación o auto-segregación), las formas tradicionales de ayuda mutua, los modos de la cooperación y de la solidaridad étnica, tienden a debilitarse; y el dolor individual ya no puede enjuagarse como antaño en el regazo de la comunidad. Se pierde el auxilio y el consuelo del grupo, por lo que las penas —lo deplora una y otra vez el cante— dejan de ser escuchadas, quedan “sin recoger”, se pierden “en el aire”. Asimismo, la naturaleza de la aflicción gitana se modifica, rebasando el ámbito clásico del amor/desamor; y se amplían los motivos de la amargura, tanto como las maneras de su manifestación:

“Si yo muero antes que tú,

mis niños tú no me los abandones.

Pero te voy a encargar, ¡ay!,

que, si otra mare tú les pones,

los mire con caridad”.

[Copla anónima, en cante de Fernanda de Utrera para Un siglo con duende…, 2002]

“¡Ay! ¿Por qué le pegas tú, mal gitano, a mi pare?

¿Por qué le pegas tú a mi pare,

si mi pare es un pobre viejo

que no se mete con nadie?”.

[Cante popular, interpretado por el Diamante Negro y recogido en Un siglo con duende…, 2002]

“Existen ciertas mujeres

 que son rosas con espinas;

que hasta acariciando hieren, 

y te buscan la ruina

diciéndote que te quieren”.

[Antonio el Sevillano, recreando un cante popular.  En Un siglo con duende…, 2002]

“Le pedí que me ayudara,

y no me negó favores:

ese fue el punto y la hora

en que empezaron mis dolores”.

[Cante de Menese, registrado en Rito y Geografía del Cante, 1971-1973]

“Mis penas las llevo yo (…)

que cada uno siente su duelo;

pa qué las voy a publicar,

si nadie siente lo ajeno”.

[De un cante deMenese, certificando la soledad en el dolor del individuo arrancado de la comunidad. En Rito y Geografía del Cante, 1971-1973]

“Ya mi mare no s’acuerda

e los güesos de mi cuerpo:

los tengo apolillaítos

de pasar puros tormentos”.

[Citado por Baéz y Moreno, p. 30. La indiferencia de la madre ante la aflicción del hijo resultaba insólita en la vida gitana tradicional]

“Ni una palabra,

¡ay!, la sabiduría de los hombres que no hablan.

Y en el silencio,

llegará la amarga pena

de mis sentimientos”.

[Diego el Cigala, “Tientos del limón”, en Corren tiempos de alegría + Teatro Real, 2004]

“¡Ay!, pobrecita de mí,

que doy suspiros al aire,

y el aire se me los lleva,

y no los recoge nadie”.

[De una granaína de Tía Marina Habichuela, en ejecución de Carmen Linares, 1996]

“Yo creía que en la vida

toíto era verdad;

qué equivocación la mía:

tan solo veo maldad

y to es hipocresía”.

[De un fandango de Huelva añadido a El cante flamenco…, 2004. Por Paco Toronjo]

“Hermanito mío,

¡por Dios no me llores!,

que las fatigas grandes que yo paso,

no me las redobles”.

[En la Colección…, de Demófilo, citado por Báez y Moreno, p. 28. Tema y estructura que, con variantes, se reiteran insistentemente en el cante: incapacidad, como “individuo” desbordado por sus propios problemas y aflicciones, de prestar ayuda personal al hermano en apuros —signo del ocaso de la comunidad, del desmayo del apoyo mutuo, acontecidos en los tiempos del Programa]

“Borracho me acosté anoche,

borracho me levanté:

¿Será castigo de Dios

que siempre borracho esté?”.

[De un cante de ida y vuelta, en grabación de Jacinto Almadén para El cante flamenco…, 2004]

“Tan solamente a la Tierra

le cuento lo que me pasa,

porque en el mundo no encuentro

persona e mi confianza”.

[Transcrito por F. García Lorca, 1998, p. 44]

“Una cartita me escribiste

y casi no la entendí,

porque las lágrimas mías

me estorbaban pa leer

las cosas que me decías”.

[Hipérbole gitana que expresa, a modo de “estampa”, el dolor de la separación en los tiempos de la escritura y del aislamiento residencial, una vez arrasadas la comunidad (clan, tribu) y la oralidad. De un fandango del siglo XX, en versión de Dolores de Córdoba, agregado a El cante…, 2004]

“No tengo na que envidiarte,

tampoco que agradecerte;

Si me entero yo de tu muerte,

¡ay!, que yo diré: “que en paz descanse”;

¡ay!, y si vives: “buena suerte””.

[Frente a los cantes tradicionales de amor y de odio, empiezan a prodigar los de indiferencia, propios del individuo occidental urbano y casi inauditos en los entornos comunitarios de las demás culturas. De un cante de las minas, en voz de Fosforito, incluido en El cante flamenco…, 2004]

“¿Dónde m’arrimaré yo,

si no hay pecho en el mundo

que quiera darme caló”.

[Báez y Moreno, p. 12]

“Qué cuidao se me da a mí

cuando pasas y no me hablas;

si yo no como ni bebo

con buenos días de nadie,

con los tuyos menos”.

[Repliegue defensivo, orgulloso, super-realista (comer, beber), que delata no obstante la herida por la retirada de palabra, una de las mayores afrentas concebibles en los entornos comunitarios orales y una circunstancia frecuente en el contexto del individualismo occidental. De un fandango alosnero de Juana María, rescatado por Carmen Linares para Antología…, 1996]

“Pare cura, mi marío

me quiere pisar el pié; (…)

déjate que te lo pise,

si te da bien de comer”.

[Carmen Linares, a partir de una bulería de Juana Cruz. En su Antología…, 1996]

Aunque nos ha dejado coplas festivas, es cierto que, en el mundo de los gitanos tradicionales, más que la alegría, el dolor canta. Demófilo copió, a este respecto, una letra elocuente (Baéz y Moreno, p. 24):

“Er que quiera cantar bien,

cante cuando tenga pena:

la misma pena le jase,

¡Niña de mi corazón!,

cantar bien aunque no quiera”.

Nuestra intelección de la palabra gitana antigua, cuando refiere el estilo de vida y la cosmovisión de este pueblo nómada oral, tropieza con obstáculos de índole semejante; de ahí la sensación de rareza, de misterio, que desprenden muchos cantes, pese a la simplicidad de su lenguaje. Vamos a presentar aquí algunas de esas coplas extrañas, cuyo sentido no logramos atrapar de modo satisfactorio:

“Maresita mía,

yo no sé por dónde

al espejito donde me miraba

se le fue el azogue”.

[Recogido por Demófilo, en cita de F. García Lorca, 1988, p. 188-9]

“Hay en la mitá er mar

una piera negra

en donde se sienta

 la mi compañera

a contarle sus penas”.

[De la colección de Demófilo, extraído por Báez y Moreno, p. 24]

“Pare mío Jesús,

daros por contento,

que no le quéan a este cuerpo mío

no más que los huesos”.

[Cante transcrito por L. Suárez Ávila, p. 20. Siguirilla cantada por Luis el Viejo del Cepillo a las puertas de la muerte, en su agonía, con voz estertórea, como recuerdan sus hijos]

Tengo una pena conmigo

que a nadie se la diré;

daré martirio a mi cuerpo,

¡Soleá y más soleá!,/

por darle gusto ar queré”.

[Citado por Báez y Moreno, p. 23]

“Yo me enamoré del aire,

del aire de una mujer;

como la mujer es aire,

en el aire me quedé”.

[F. García Lorca, 1998, p. 116]

No te metas con la Lola;/

la Lola tiene un cuchillo/

pa defender su persona.

“No te metas con la Nena;

la Nena tiene un cuchillo/

pa er que se meta con ella”

[Cante antiguo, recogido por Demófilo]

NOTAS

(1) En palabras de W. Ong, que toma la expresión de un estudio de M. Jousse —fundador de la “antropología del gesto”—, publicado en 1925, a propósito de las antiguas culturas orales hebrea y aranea:

  “[Cabe hablar de] culturas verbomotoras, es decir, culturas en las cuales, por contraste con las de alta tecnología, las vías de acción y las actitudes hacia distintos asuntos dependen mucho más del uso efectivo de las palabras y por lo tanto de la interacción humana; y mucho menos del estímulo no verbal (por lo regular, de tipo predominantemente visual), del mundo «objetivo» de las cosas (…). Dan la impresión al hombre tecnológico de conceder demasiada importancia al habla misma, de sobrevalorar la retórica e indudablemente de practicarla en exceso” (p. 36, versión digital).

(2) Para América Latina, véase especialmente La sociedad contra el Estado (P. Clastres, 1978), La paz blanca (R. Jaulin, 1973), Pueblos originarios en América (A. Cruz, 2010),El derecho consuetudinario indígena en Oaxaca (C. Cordero, 2001) y El mito de la Razón (G. Lapierre, 2003). Para el continente africano, proponemos La muerte en los Sara (también de R. Jaulin, 1985) y África Rebelde (S. Mbah y E. Igariwey, 2000). En relación con el mundo rural-marginal, remitimos a Comunidades sin Estado en la Montaña Vasca (S. Santos e I. Madina, 2012) y a Desesperar (P. García Olivo, 2003). Para los pueblos nómadas, por último, repárese en “El nomadismo en los Estudios saharianos de Julio Caro Baroja”, de C. Junquera Rubio (2007); y en el propio libro de J. Caro Baroja (2008).

(3) En sus palabras: “Hasta el presente, toda la historia humana no ha sido más que una inmolación perpetua y sangrienta de millones de pobres seres humanos en aras de una abstracción despiadada cualquiera: dios, patria, poder de Estado, honor nacional, derechos históricos, derechos jurídicos, libertad política, bien público” (2008, p. 55). En nuestro tiempo, podríamos añadir “Democracia”, “Estado de Derecho”, “Imperio de la Ley”, “Derechos Humanos”, …

(4) Para nuestro caso, adviértase la belleza de estos cantes, celebrados por Demófilo y F. García Lorca, entre otros:

“Acaba, penita, acaba,

dame muerte de una ves;

que con er morí se acaba,

¡soleá, triste de mí!,

la pena y er padeser”.

[Recogido por Demófilo, citado por Báez y Moreno, p. 23]

“Échame, niña bonita,

lágrimas en mi pañuelo,

que las llevaré corriendo

que las engarce un platero”.

“Si mi corazón tuviera

vidrieritas de cristar,

te asomaras y lo vieras

gotas de sangre llorá”.

[Referidos, ambos, por F. García Lorca, 1998, p. 45 y 46, respectivamente] 

(5) Repárese en estas aseveraciones de W. Ong: “Solo se requiere un cierto grado de conocimiento de la escritura para obrar una asombrosa transformación en los procesos de pensamiento” (p. 20). “Las personas que han interiorizado la escritura no solo escriben, sino que hablan bajo la influencia de ella” (p. 26). “Lord descubrió que aprender a leer y escribir incapacita al poeta oral: introduce en su mente el concepto de un texto que gobierna la narración y por tanto interfiere en los procesos orales de composición” (p. 28, siempre de la versión digital).

(6) Desde 1761, María Teresa, reina de Hungría y de Bohemia, inicia una política de sedentarización y de alfabetización-escolarización de los gitanos. “Empezó por bautizarlos con el nombre de «neo-húngaros» o «neo-colonos», considerando el calificativo de «gitano» insultante. Les prohíbe dormir bajo sus tiendas, ejercer ciertos oficios que les eran familiares, como el de traficantes en caballerías, elegir sus propios jefes, utilizar su idioma y casarse si no podían mantener una familia. Los hombres fueron obligados a cumplir el servicio militar, y los niños a frecuentar las escuelas (…). Una inteligente viajera que recorrió la Europa central del siglo XIX nos ha dejado, en su Viaje a Hungría, imágenes lastimosas respecto a la aplicación de esta política:

«Fue un día espantoso para esta raza y que ellos aún recuerdan con horror. Carretas escoltadas por piquetes de soldados aparecieron por todos los puntos de Hungría en los que había gitanos; les arrebataron a los hijos, desde los que acababan de ser destetados hasta las jóvenes parejas recién casadas, ataviadas todavía con trajes de boda. La desesperación de esta desgraciada población apenas sí puede ser descrita: los padres se arrastraban por el suelo delante de los soldados, y se agarraban a los coches que se llevaban a sus hijos. Rechazados a bastonazos y a culatazos, no pudieron seguir a los carros (…). Algunos se suicidaron inmediatamente»” (Clébert, p. 80).  

REFERENCIAS BIBLIOGRÁGICAS Y FONOGRÁFICAS DEL PRIMER APARTADO (“De la oralidad a la escritura”)

Referencias bibliográficas

Báez, V. y Moreno, M., (1983) “Hombre, gitano y dolor en la colección de cantes flamencos recogidos y anotados por Antonio Machado y Álvarez (Demófilo)”, Zaragoza, Archivo de Filología Aragonesa XXXIV-XXXV.

Bakunin, M., (2008) Dios y el Estado, La Plata (Argentina), Terramar. [1ª edición en 1882]

Disponible en www.miguelbakunin.files.wordpress.com/2008/06/dios_y_el_estado.pdf

Caro Baroja, J., (1965) “Los gitanos en la literatura española”, prólogo a Clébert, J. P., Los gitanos, Barcelona, Aymá. Disponible en http://es.scribd.com/doc/70956792/Clebert-J-P-Los-Gitanos

— (2008) Estudios Saharianos, Madrid, Calamar ediciones.[1ª edición en 1952]

Cioran, E, M., (1986) La caída en el tiempo, Barcelona, Planeta-De Agostini.

Disponible “Retrato del hombre civilizado”, una de las composiciones que lo integran, en https://www.dropbox.com/s/xkc3nh3mo96tkay/retrato.pdf

Clastres, P., (1978) La sociedad contra el Estado, Caracas, Monte Ávila Editores.

Disponible en http://www.viruseditorial.net/pdf/la%20sociedad%20contra%20el%20estado-intro.pdf

Clébert, J. P., (1965) Los gitanos, Barcelona,  Aymá.

Disponible en http://es.scribd.com/doc/70956792/Clebert-J-P-Los-Gitanos

Cordero, C., (2001) El derecho consuetudinario indígena en Oaxaca, Oaxaca, Instituto Electoral Estatal.

Disponible en http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/1/195/6.pdf

Cruz, A., (2010) Pueblos originarios en América, Pamplona, Aldea Alternatiba Desarrollo.

Fernández Enguita, M., (2005) “¡Con la Escuela habéis topado, amigos gitanos!”, en Memoria de Papel 2, Valencia, Asociación de Enseñantes con Gitanos.

Disponible en http://aecgit.pangea.org/memoria/pdf/Mariano%20Fernandez.pdf

García Lorca, F., (1998) “Arquitectura del Cante Jondo”, en Conferencias (1922-1928), Barcelona, RBA.

García Olivo, P., (2003) Desesperar, San Sebastián, Iralka Editorial (reeditado en 2014, Zaragoza, La Revuelta Ediciones).

Disponible en https://www.dropbox.com/s/5rkzr9sp130ic4b/Microsoft%20Word%20-%20DESESPERAR.pdf

Jaulin, R., (1973) La paz blanca, Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo.

— (1985) La muerte en los Sara, Barcelona, Mitre.

Junquera Rubio, C., (2007) “El nomadismo en los Estudios saharianos de Julio Caro Baroja”, en la revista Observatorio Medioambiental, Madrid, Universidad Complutense, vol. II, p. 261-277.

Disponible en http://revistas.ucm.es/index.php/OBMD/article/viewFile/OBMD0808110261A/21318

Lapierre. G., (2003) El mito de la Razón, Barcelona, Alikornio Ediciones.

Machado y Álvarez, A. (Demófilo), (1975) Colección de cantes flamencos, Madrid, Ediciones Demófilo. [1ª edición en 1881]

Mbah, S. y Igariwey, E., (2000) África Rebelde, Barcelona, Alikornio Ediciones.

Mumford, L., (1971) Técnica y Civilización, Madrid, Alianza. [1ª edición en 1934]

Ong, W. J., (1997) Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, México, Fondo de Cultura Económica.

Parcialmente disponible en http://www.catedras.fsoc.uba.ar/reale/oralidad-escritura_3y4.pdf

Pohren, D., (1970) El arte flamenco, Morón de la Frontera, Sociedad de Estudios Españoles.

Referencias fonográficas:

Antología. La mujer en el cante, (1996) PolyGram Ibérica, Madrid. [Selección e interpretación de Carmen Linares]

Del amanecer, (1998) Virgen Records, Londres. [Interpretado por José Mercé]

Un siglo con duende. Recopilatorio del mejor flamenco del siglo, (2002) EMI-Odeon, Barcelona. [Varios intérpretes]

El Cante flamenco. Antología histórica, (2004) Universal Music Spain, Madrid. [Dirección y selección de J. Blas Vega. Varios intérpretes]

Verde junco/Hondas raíces (2011) Universal Music Spain, Madrid. [Interpretado por José Mercé]

Romero Sánchez, P., (2009) “Una aproximación a la Paz Imperfecta: la Kriss Rromaní y la práctica intercultural del pueblo rrom —gitano— de Colombia”, en la revista Derecho y cambio social, Lima (Perú), núm. 18.

Disponible en http://www.derechoycambiosocial.com/revista018/gitanos.pdf

Santos, S. y Madina, I., (2012) Comunidades sin Estado en la Montaña Vasca, Ansoáin, Editorial Hagin.

Sloterdijk, P., (2000 B) “Reglas para el parque humano”, en http://www.dropbox.com.

Disponible en https://www.dropbox.com/s/oguqevkz3lysfuk/reglas.pdf

REFERENCIAS FONOGRÁFICAS DEL SEGUNDO APARTADO (“Restantes aspectos de la Diferencia romaní expresados en el cante”)

Fandangos Gitanos, (1969) Hispavox, Madrid. [Interpretado por El Rubio]

Homenaje flamenco a Miguel Hernández, (1971) Hispavox, Madrid. [Interpretado por Enrique Morente]

Rito y Geografía del Cante, 1971-1973, TVE, Madrid. [Varios intérpretes]

Una historia del cante flamenco, (1985) Hispavox, Madrid. [Selección e interpretación de Manolo Caracol]

Al alba con alegría, (1991) Sony, Nueva York. [Interpretado por Lole y Manuel]

Camarón nuestro, (1994) PolyGram, Madrid. [Interpretado por Camarón de la Isla]

José Menese con Enrique Melchor en el Albéniz, (1995) Fonomusic, Madrid. [Interpretado por José Menese]

Antología. La mujer en el cante, (1996) PolyGram Ibérica, Madrid. [Selección e interpretación de Carmen Linares]

Del amanecer, (1998) Virgen Records, Londres. [Interpretado por José Mercé]

Undebel, (1998) Parlaphone Music Spain, Madrid. [Interpretado por Diego el Cigala]

Cuerpo y alma, (2001) Fonomusic, Madrid. [Interpretado por José Mercé]

Un siglo con duende. Recopilatorio del mejor flamenco del siglo, (2002) EMI-Odeon, Barcelona. [Varios intérpretes]

Corren tiempos de alegría + Teatro Real, (2004) BMG, Berlín. [Interpretado por Diego el Cigala]

El Cante flamenco. Antología histórica, (2004) Universal Music Spain, Madrid. [Dirección y selección de J. Blas Vega. Varios intérpretes]

Verde junco/Hondas raíces (2011) Universal Music Spain, Madrid. [Interpretado por José Mercé]

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana – La Habana

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CUANDO LA DIFERENCIA ES UNA FORMA DE LA ALEGRÍA

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CUANDO LA DIFERENCIA ES UNA FORMA DE LA ALEGRÍA

Nomadismo, oralidad y laborofobia

(El exponente romaní)

Fragmento de “La Gitaneidad Borrada. Si alguien te pregunta por nuestra ausencia”, ensayo de Pedro García Olivo

Para leer en PDF:

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1) IDIOSINCRASIA

Existe una especificidad gitana, una diferencia, que puede estar a punto de diluirse… La desesperada apuesta de Occidente por un mestizaje que, no habiendo podido evitar, erige hoy en objeto de administración, adherida a la voluntad de ocultar su responsabilidad en sucesivos etnocidios, incita a muchos investigadores, bajo recompensa económica y de prestigio, a negar la idiosincrasia de las culturas (vigorosas o moribundas), los rasgos de fondo civilizatorios resistentes a la erosión del devenir. Hiperbolizando las mutaciones de superficie, las evoluciones reales o aparentes, llevan a cuchillo las raíces, las velan; y, por un gesto complementario, disuelven a los portadores empíricos de la otredad cultural en el magma de la diversidad sin patrón, de la heterogeneidad irreductible, de la casuística individual. “Cada gitano, un mundo”, se nos dirá. Y se repetirá, con indiciosa satisfacción, que “la gitaneidad es hoy múltiple, fragmentada y hasta contradictoria” … Con esta falsificación parcial se atiende a una demanda mayor del discurso liberal dominante, etnocéntrico y tardocolonialista. Propende la homogeneización —algo más que la mera homologación— en un pseudo-mestizaje de cuño occidental.

Pero es evidente que el pueblo gitano ha defendido desde tiempo inmemorial unas peculiaridades socioculturales que lo hicieron reconocible como tal, determinaciones de hondura hoy a un paso del desvanecimiento. Se ha dado, a través de las épocas —Europa empezó a percibirlo desde la baja Edad Media—, un testarudo retorno de determinadas características, prácticamente inmutables en lo esencial (cristalizaciones históricas duraderas), que se dejaban no obstante afectar en lo secundario, moldear por los distintos contextos sociales e ideológicos en que hubieron de desenvolverse los colectivos calés. Existe una “materia prima” gitana, en sí misma histórico-social (no hablamos de una esencia, de una naturaleza, de nada parecido a una excepcionalidad genética constituyente); y, a partir de ahí, se obtuvieron diversos “elaborados”, según los tiempos y los países…

Sabemos, pues, de una singularidad gitana que, desde mediados del siglo XX, tiende a difuminarse precipitadamente. Esa alteridad, unmodo romaní de “ser otro”, deviene como proceso y producto civilizatorio, como condición psíquico-cultural estabilizada durante siglos, y no debe confundirse con la etnicidad en sentido estricto, física o anatómica: de hecho, el gitano “perceptible” contemporáneo no reproduce ya, en su expresión mayoritaria, ese núcleo de la discrepancia, ese perfil humano particular, por lo que cabe atenderlo como mera manifestación “diversa” de la Subjetividad Única occidental.

En las páginas siguientes, procuraremos aproximarnos a los rasgos fundamentales de la idiosincrasia histórica (o tradicional) romaní.

A) Nomadismo

En nuestra opinión, uno de los rasgos básicos definidores de la gitaneidad histórica es el nomadismo. De ahí se derivan otras características y ahí se asienta, en parte, la unicidad, lo inaudito, de este pueblo sin patria.

La potencia “matriz” de la condición nómada quedó señalada, de alguna forma, en las primeras teorizaciones críticas del Estado: tanto para P. Kropotkin(El Estado) como para F. Engels(El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado), la sedentarización, induciendo determinadas relaciones económicas en las aldeas y entre los pueblos, se erige en premisa de la propiedad privada, de la escisión en clases, de la dominación social y del establecimiento de entidades burocráticas y gubernativas que contienen el germen de la organización estatal. Cancelando esa secuencia, los pueblos nómadas (como también los primeros asentamientos precarios) desarrollarían modelos de convivencia basados en la ausencia de apropiación y acumulación particular de los recursos, en el consiguiente igualitarismo social, en la intensificación de la ayuda mutua y de la solidaridad interna, en un derecho consuetudinario homeostático, y en la autogestión demoslógica en tanto comunidades libres.

Invirtiendo el sentido de la causalidad (opresión política previa que produciría la fractura social y la explotación económica), los estudios antropológicos de P. Clastres abonan asimismo la idea de una sobredeterminación general de la condición nómada, de un inmenso “poder de constitución” (sobre la subjetividad, la sociabilidad y la cultura) de la existencia no-sedentaria (1). Buena parte de los rasgos que a continuación presentaremos como configuradores de la otredad romaní (oralidad, laborofobia, educación clánica, anti-productivismo, aversión a los procesos políticos estatales) se desprenden precisamente de esta índole errante del pueblo gitano tradicional.    

Hay autores que han pretendido deslavar dicha originalidad, relativizarla —domarla, en cierto sentido—; y han presentado a los gitanos como etnia obligada a huir, forzada a peregrinar, en una suerte de “vida ambulante por obstrucción del asentamiento”, por coacción… El romaní habría sido nómada a su pesar, por las políticas y prácticas de exclusión y hostigamiento desatadas contra él. Desde una extrapolación abusiva de las dinámicas registradas en el Este de Europa (en Rumanía, especialmente), F. Kempfha arremetido contra el concepto de “nomadismo gitano”:

“[Los gitanos] no pueden participar en la vida de la sociedad mayoritaria y, por consiguiente, no pueden tener los sentimientos de pertenencia a una colectividad enraizada en un territorio y con una historia común. Este débil sentimiento de pertenencia es una de las causas que pueden explicar los movimientos migratorios de la comunidad romaní del Este hacia la Unión Europea durante los últimos años (…). Estos movimientos nada tienen que ver con el nomadismo y son fenómenos complejos.  Sin embargo, el hecho de que grandes comunidades, no siempre las más vulnerables (estas no tienen ni los medios para emigrar), se hayan mostrado dispuestas a venderlo todo y emigrar (…) es el resultado flagrante del rechazo hacia la comunidad romaní y de la voluntad, por parte de las sociedades mayoritarias, de no querer vivir cerca de ella” (2003, p. 293-304).

J. López Bustamante, que fuera director de Unión Romaní, gitano perfectamente asentado, escolarizado, “laborizado” —integrado—, miembro del millar de oro formado en nuestras(muy payas) Universidades, suscribe esa perspectiva, en un gesto inequívocamente malinchista:

“A pesar de que muchas veces se recurre al tópico de la proverbial inclinación gitana a la romántica vida errante, las motivaciones a las que obedece la decisión de emigrar son bien distintas” (en “Las pateras del asfalto. Algunas consideraciones sobre la inmigración de los gitanos rumanos”, texto absolutamente recomendable) (2005, p. 140).

Pero cabe invertir la argumentación y sostener que, tras el fin del experimento socialista en la Europa del Este (experiencia socio-política que “sujetó” a los romaníes, sedentarizándolos e inscribiéndolos por la fuerza en el orden de la dependencia económica y del salario, como pudimos comprobar personalmente, pues vivíamos por aquel entonces en Hungría), en el ambiente de la recién restaurada libertad de movimientos, se reanimó la vocación nómada de los gitanos del área, que volvieron en masa a los caminos, manifestando su vieja —y nunca arruinada del todo— predilección por la vida ambulante.

Otro gitano del millar brillante, asimilado hasta el punto de alcanzar la condición de parlamentario, presidente también de Unión Romaní, abogado y periodista, apóstol de la participación gitana en la política paya, de la escolarización absoluta, etc., reconoce, no obstante, la pervivencia del “nomadismo consciente” en una parte (residual, por desgracia) del pueblo calé:

“Tratándose de una comunidad tan dispersa como la nuestra, con importantísimos núcleos de población que practican el nomadismo, se tendría que distinguir entre el sentimiento de pertenencia a un país concreto de quienes son sedentarios y el de quienes por su carácter itinerante tienen mayor consciencia de ser, por encima de todo, ciudadanos del mundo” (Ramírez-Heredia, 2005, p. 41).

Desde nuestra perspectiva, el nomadismo aparece como un rasgo definidor de la idiosincrasia romaní —siempre combatido por los poderes del registro, avecindadores y escolarizadores—, motivo invariable y recurrente (“ausencia de domicilio conocido”, “vagabundeo”, “vida de bohemios”, “errancia”, …) de las medidas históricas de persecución de este pueblo, encaminadas a su expulsión, fijación residencial obligatoria y hasta esclavización (A. Gómez Alfaro) (2). Así lo han considerado estudiosos de la talla de B. Leblon o F. Grande: “[Avanzado el siglo XV], la luna de miel entre dos culturas tradicionalmente antagónicas (una cultura sedentaria y una cultura nómada) había de concluir” (Grande, 2005, p. 118). También A. Tabucchi señala el nomadismo como rasgo constituyente de la gitaneidad, al lado de la agrafía: “Los gitanos jamás han contado su historia: siempre la han contado otros. Nunca se han relatado a sí mismos: han sido relatados. Los motivos son evidentes: el nomadismo, una cultura oral, el escaso, y a menudo imposible, acceso (…) a la escritura” (2005, p. 131). Y así lo ha reflejado desde siempre la música flamenca (canciones populares y composiciones firmadas con temáticas “caravanescas”, por ejemplo), poniendo de manifiesto y hasta acentuando las trazas del viaje en la lengua —términos como “andarríos”, “gitano de carromato”, “tartana”, …

Desde sus orígenes, el flamenco testimonia, en efecto, el orgullo nómada del gitano tradicional. Ya a principios del siglo XIX, una debla (enigmático cante básico, recreado por Tomás Pavón en 1940), interpretada en nuestro tiempo por Rafael Moreno, expresaba sin ambages la aversión a la fijación residencial:  

“Soy caló de nacimiento.

Yo no quiero ser de Jerez;

con ser caló estoy contento”.

[Incluido en el CD El cante flamenco. Antología histórica, 2004]

Una soleá de Alcalá, de la misma época, que recogiera Joaquín el de la Paula y canta hoy Fosforito, enlaza la vida errante con el amor como horizonte:

“A pesar de tanto tiempo

por tan distintos caminos,

en mi corazón me siento

que tú eres mi destino”.

[En el recopilatorio El cante flamenco…, 2004]

En la segunda mitad del siglo XIX, conforme avanza el proceso de sedentarización, el cante se ve marcado por la memoria exaltada de la felicidad nómada:

“Y queremos divertirnos:

¡Viva el Moro! ¡Viva Hungría!”.

[Fandango popular interpretado por Gabriel Moreno, recogido en la compilación El cante flamenco…, 2004]

Y, ya en la primera mitad del siglo XX, se funde la figura del buhonero o pequeño mercader ambulante con la del cantaor y trovador peregrino:

 “Fueron buenos cantaores,

Pajarito y el Morato.

Fueron buenos cantaores,

también trovaban un rato;

pero su vida, señores, ¡ay!,

fue la tartana y el trato”.

 [Cante de las minas, en la voz de Antonio Piñana, seleccionado para El cante flamenco…, 2004]

En ocasiones, el nomadismo físico se asocia en el flamenco con el nomadismo espiritual, convirtiendo el primero en metáfora o imagen inmediata del segundo, como en la petenera que cantara la Niña de los Peines y que ha sido modificada ligeramente en coplas posteriores (anhelo de “un mundo nuevo” donde por fin se encuentre ora “más verdad”, ora “remedio para la pena”):

 “Quisiera yo renegar

de este mundo por entero;

volver de nuevo a habitar,

por ver si, en un mundo nuevo,

encontraba más verdad”.

[Inscrita en el proyecto musical Antología. La mujer en el cante jondo, 1996, a cargo de Carmen Linares].

Un cante muy comentado, que se ha interpretado en claves distintas (expresión del desinterés gitano por el paisaje local, en beneficio de temáticas profundamente humanas, sostenía, por ejemplo, F. García Lorca), puede leerse también como declaración implícita de amor al antiguo nomadismo y testimonio explícito de desafección a la moderna mudanza “doméstica”, siempre al interior de un mismo ámbito, entre lugares conocidos:

“A mí se me da mu poco

que er pájaro en la alamea

se múe de un arbo a otro”.

[ De la colección de Demófilo, citado por F. García Lorca, 1998, p. 112]

Un tema contemporáneo, por último, compuesto por P. Ribera y M. Molina, cantado por Lole y Manuel, evoca admirablemente la existencia nómada de los gitanos tradicionales, una constante histórica que cubre toda la migración romaní hasta la segunda mitad del siglo XX:

“Los niños quisieran seguirle detrás

y por los caminos soñar;

los niños quisieran seguirle detrás,

pero los gitanos se van, se van, se van.

 Cabalgando van los gitanos,

van los gitanos, van los gitanos;

los hombres montan las yeguas,

 y las mujeres en los carros

a sus niños chiquetitos

dan sus pechos amamantando.

 Carmelilla, la mocita,

la que va en el primer carro,

dice que anoche la luna

le prometió un traje blanco

y un gitano de aceituna (…). /

Antes de llegar al río,

los gitanos han acampao.

 La tía Carmen, la más vieja,

la del pelo plateao,

hace flores de colores,

azules, rojas y blancas.

Carmen Montoya y la Negra

hacen canastas de caña,

sentaítas sobre una piedra.

Los gitanos se han dormío;

sus camas son el romero,

la amapola y la violeta;

y pa que no se despierten,

el agüilla del riachuelo

se queda de pronto quieta”.

[«Cabalgando», en el álbum Al alba con alegría, 1991]

Condición generativa, pues, ha sido enfatizada por la gitanología de todos los tiempos, de G. Borrow(1841) a J. P. Clébert(1965).En la primera mitad del siglo XIX, G. Borrow protagoniza un proceso pionero y espectacular de lo que hoy llamaríamos “trans-etnicidad”. Seducido desde niño por los romaníes nómadas, frecuentando sus campamentos y viajando con ellos, adopta conscientemente su modo de vida y atraviesa toda Europa, internándose finalmente en Rusia, al modo de los “kalderas”, como estañador ambulante. Aceptado por los gitanos españoles, que lo tratarán en adelante como “uno de los suyos”, en una manifestación de la denominada agregación, vivirá largo tiempo entre clanes, recorriendo la Península y tomando las notas de las que se desprenderá el libro The Zincali, documento de referencia para todos los estudios posteriores.

La huella y casi el espíritu de The Zincali se detecta con claridad en Les Tziganes, de J. P. Clébert, obra fundamental de la gitanología moderna. El libro del escritor francés, que alberga una masa enorme de información sobre el discurrir de los gitanos por Europa, subsume buena parte de las conclusiones alcanzadas por la investigación antropológica y etnológica en torno al pueblo Rom, así como las perspectivas de la gitanología clásica, acaso de forma un tanto caótica. Dos rasgos le confieren especial utilidad para nuestro enfoque: se compuso, perceptiblemente, desde la simpatía, y, por añadidura, tras prolongados períodos de convivencia con familias gitanas —como no sucede siempre en el caso de los investigadores académicos payos. A la altura de los 60, J. P. Clébert certificaba el nomadismo constitutivo de la identidad romaní tradicional:

  “En la actualidad existen de 5 a 6 millones de gitanos errando por todo el mundo (…). Se les ve tan solo en pequeño número, carromato tras carromato, familia tras familia (…), al borde de los caminos, a la entrada de los bosques, y en los confines de los pueblos donde su presencia invisible queda atestiguada por un cartel: Prohibido a los nómadas” (p. 27).

La existencia nómada romaní ha marcado asimismo en profundidad la representación literaria, y artística en general, que del mundo gitano se forjara la sociedad sedentaria europea (M. Cervantes, V. Hugo, Ch. Baudelaire, A. Pushkin, T. Gautier, R. M. Rilke, F. García Lorca, F. Kafka, …, en literatura; Ch. Chaplin y T. Gatlif, entre otros, en cine; etcétera) (3).

Distingue a esta hechura errante del pueblo gitano, incontrovertible en nuestra opinión, una sorprendente doble particularidad:

.- Se trata, por un lado, de un “vagar específico”, que no encaja en el modelo propuesto por los antropólogos y etnólogos para el resto de los pueblos viajeros: no se define como un dispositivo de adaptación a condiciones medioambientales severas, en un ámbito territorial definido, como en el caso de los nómadas de África, Asia o de los círculos polares, en la línea sugerida por los estudios de J. Caro Baroja (Junquera, 2007, p. 261-277), sino que se despliega en todas direcciones, desde su probable origen remoto en la India, sin someterse a una regularidad discernible o a un marco espacial limitativo (4). Mientras los gitanos pudieron sortear fronteras y controles, se revelaron, en efecto, como peregrinos de un sesgo raro, que no se asemeja demasiado al de los demás. El estudio de C. Junquera Rubio dibuja con mucha claridad un paradigma del nomadismo-tipo que el errar de los gitanos demuele por completo. Las claves interpretativas que maneja este autor, y que subyacen también a los Estudios saharianos de J. Caro Baroja, tendentes a privilegiar la determinación de los factores y de las circunstancias “materiales” (aprovechamiento óptimo de recursos escasos, con fenómenos de dispersión y de desplazamiento dictados por las condiciones naturales y climáticas), en absoluto funcionan ante las migraciones gitanas, que en muy despreciable medida obedecen a una racionalidad estratégica o instrumental, de índole económica. Abriéndose en abanico, los itinerarios gitanos dan a menudo la sensación de atender a criterios supra-racionales, a pulsiones de la fantasía, cuando no del capricho, a designios de la imaginación, como si quisieran avalar la metáfora desdoblada de Ch. Baudelaire: así como los poetas son los gitanos de la literatura, los gitanos son poetas en el vivir. Queda pues acreditada la unicidad del fenómeno nómada romaní, que apenas se deja catalogar como especie dentro de una categoría general superior. J. P. Clébert lo ha subrayado con elocuencia:

“El gitano es ante todo un nómada. Su dispersión en el mundo se debe menos a necesidades históricas o políticas que a su naturaleza. Incluso entre los gitanos sedentarios, huellas evidentes de un nomadismo ritual son el signo de un carácter específico de esta raza. Los sedentarios, lo mismo si son trogloditas en las colinas del Sacromonte como propietarios de un piso en París, dan siempre la sensación de estar acampando provisionalmente (…). La mayor parte de los verdaderos gitanos son todavía puros nómadas. Este nomadismo puro es uno de los ejemplos más originales del oekouméne humano. En efecto, así como la mayoría de los últimos nómadas de este mundo tienen áreas de expansión perfectamente reguladas y reducidas a los espacios que no interesan a los sedentarios, los gitanos son el único pueblo que nomadiza «en medio» de una civilización estable y organizada” (p. 178). [J. P. Clébert escribe esta obra en 1962]

.- Históricamente, por otro lado, convirtió a los romaníes en extraños, en forasteros (remarcando esa condición, se les proveyó de “cédulas de apátrida” en Bélgica, de “carnés de nómada” en Francia…); pero, asimismo, en extranjeros de un tipo específico, singular, que no cabe en el esquema trazado por sociólogos como Z. Bauman: desestimaron con osadía la integración, vindicando  una  laxa  convivencia;  y  perseveraron  testarudamente  en la auto-segregación  y en la defensa de su idiosincrasia (5).

Este nomadismo, por último, salva a la comunidad tanto del poder domesticador de la vivienda (P. Sloterdijk) como de las técnicas de subjetivización desplegadas por las administraciones a fin de configurar lo que P. Bourdieu llamó “espíritus de Estado” (6).

Arraigando en el criticismo nietzscheano, P. Sloterdijkreconstruye, en Reglas para el parque humano, la genealogía de la escritura moderna, desde los tiempos de la imprenta, y el modo en que se incardina en aquel proyecto pastoral de domesticación de los hombres, previamente sedentarizados, que enunciara Platónen El Político. Las antropotécnicas contemporáneas, inseparables de una gestión biopolítica de la población, aplicadas con esmero en nuestros días a los gitanos y orientadas a un diseño planetario de la subjetividad (forja de un carácter tan útil como dócil, elaboración del “individuo” sumiso auto-policial), encuentran en dicho artículo su adecuada definición histórico-filosófica. Glosando Así habló Zaratustra, P. Sloterdijk subrayará, contra la corriente de los tiempos, el papel de la Casa, las consecuencias del afincamiento humano: “[Las viviendas] han convertido al lobo en perro, y al hombre en el mejor animal doméstico del hombre” (p. 6). “Los hombres dotados de lenguaje (…) no habitan ya solo en sus casas lingüísticas, sino también en casas construidas con sus manos; caen de pleno en el campo de fuerza del modo de ser sedentario (…) y serán también domesticados por sus viviendas” (p. 5).

Antes que P. Sloterdijk, un hombre de Iglesia, sorpresivo jurista protestante, en el marco de una crítica integral (y, en efecto, “teológica”) de la tecnología, dedicará un capítulo de su libro a las técnicas del hombre, a los dispositivos coetáneos de re-elaboración de la subjetividad humana (7): era J. Ellul, denunciando el modo en que la Técnica invadía también el sentimiento, el pensamiento y el cuerpo mismo de la persona, re-fundándola (8).  La crítica actual de la biopolítica tiene una deuda apenas reconocida con este anarco-cristiano, enemigo insobornable de lo que más tarde se nombraría “racionalidad instrumental” (o “estratégica”) (9). Refractarios al domus, despreciadores de la vivienda, los gitanos nómadas supieron escabullirse durante décadas de esa nefasta antropotecnia moderna, asociada a la paralización domiciliaria, el sistema laboral, la alfabetización etnocida y la Escuela homologadora.

Protegidos de la Casa, menos domesticados que los otros hombres, los gitanos podrán vivir en el viaje, experiencia radicalmente distinta del mero vivir un viaje de los occidentales sedentarios. En efecto, la producción artística e intelectual europea en torno al viaje exhibe una impronta caracterizadora: el viaje no se presenta como una entidad autónoma, centrada sobre sí misma, sino como una “circunstancia entre dos Casas”. El viaje es una etapa, una aventura, una odisea, pero con una Casa que queda atrás y otra (a veces, la misma) que aguarda al final del camino. Demasiado a menudo, ciertamente, se degrada en simple periplo: “recorrido, por lo común con regreso al punto de partida”, define el diccionario de la lengua española. Se vive el viaje; pero solo los gitanos viven en el viaje (perpetuo), sin Casa antes ni Casa después —su casa es el camino, si se puede decir así…

En El regreso del hijo pródigo, A. Gide poetiza la idea de un viaje hacia “otra” Casa (un lugar remoto, un mundo distinto, donde la libertad fáustica al fin se realice: “vivir con gente libre en suelo libre”); es decir, evoca, no la libertad del camino, sino un camino hacia la libertad (10). En Canción de amor y muerte…, R. M. Rilke presenta a un soldadito francés que va a las guerras, a los países lejanos, a los caminos…, “para regresar” —para adornar la Casa con los afeites de la heroicidad, con los prestigios robados al viaje (11). Por último, en La mirada de Ulises (1995), como en todas las películas de Th. Angelopoulos, el viaje se cumple indefectiblemente entre dos estaciones, la de partida y la de llegada (12) … Desde aquí se afianza la exclusividad del fenómeno gitano, de su nomadismo irisado, visceral. Incluso se distingue, como hemos visto, del viaje de los otros nómadas, quienes, por la regularidad de su itinerario, casi dan la impresión de ir saltando de Casa en Casa, tal un desplazamiento de ida y vuelta, con muelles en los extremos y paradas intermedias (“hogares” y “hoteles”, podríamos pensar).

La Casa es horrible… En el film de Th. Angelopoulos, el protagonista huye de la Casa (occidental, capitalista), herido por ella, enfermo de ella: para seguir viviendo, o para sanar, tiene que emprender el viaje como se emprende una fuga. El horror del que se evade es “indeterminado” (im-preciso, in-definible) y, por ello, totalizador, esencial, en modo alguno abarcable: no hay nada particular, concreto, aislado, que le fuerce a huir de la Casa, sino toda ella, la Casa de por sí, la integridad o cifra de la Casa. Un hombre inteligente, sensible, un artista que ha triunfado en su vocación, aún joven, con amigos, amores, una familia entrañable, etc., debe huir, dejar atrás el horror metafísico, en sí, definitivo, de la Casa de la civilización moderna. Nos recuerda, en su desesperación, la melancolía mortal del hijo pródigo de A. Gide, lacerado por la Casa y no tanto por el Padre (13); de Aleko, en el poema de A. Pushkin, fugitivo del Hogar que fracasa penosamente en su anhelo de trans-etnicidad (14); de la chica errante en la película de A. Varda, …Para estos prófugos, la Casa es irrespirable; pero, como en cierto sentido encarnan la inteligencia crítica residual —a un paso de la extenuación— y la cada día más rara sensibilidad rebelde, se nos sugiere que, afectando a todos, la Casa constituye, además, un poder proteófobo.

Occidente destruye a sus hijos… Los más lúcidos se van; y, en el film de Th. Angelopoulos, se brinda por ellos: “¡Por los que se marcharon!”. En negativo, como sombra del viajero, se vislumbra una Casa objeto de reprobación sin matices, de denostación radical —la saña y el veneno del Capitalismo contemporáneo. Los gitanos lo supieron desde siempre, lo sintieron desde el principio: el Occidente que cruzaban y donde no se instalaban era de una fealdad inconmensurable. El Estado, social o mercantil, debía ser enfrentado, resistido, evitado o aplacado. Lo intentaron durante siglos, como quien lucha contra el horror con unos medios que ya no son los del horror, pero el horror acabó venciéndolos. Perteneció a su idiosincrasia una consciencia certera del sopor y la inmundicia de la Casa; el deseo de no entrar en ella, de batallar sin descanso contra la integración.

No es banal que los fugitivos de Occidente, tal y como se presentan en la literatura y en el cine, busquen y no siempre encuentren unas modalidades de existencia, unas formas de subjetividad y de sociabilidad, que coinciden en aspectos fundamentales con las del ser histórico romaní. En La mirada de Ulises, el personaje llegado de EEUU aparece como la antítesis casi exacta del perfil psicológico gitano tradicional: sedentario (35 años afincado en el país), “escritural” (de hecho, se reconoce dañado por la lectura, enfermo de literatura política), sin el menor ligamento comunitario (habiendo renunciado al amor por el éxito en la carrera artística, su extravío o perdición confesada, adolece de soledad, cuando no de egotismo), perfectamente “laborizado” (cineasta profesional, bajo remuneración, como prefiere y casi impone la industria cultural), reo del productivismo y del consumismo por tanto, sumiso ante la ley positiva del Estado, fruto selecto de la Escuela y de la Universidad, adherido a la racionalidad política y epistemológica clásicas… Y, en la Sarajevo devastada por la guerra, buscando aparentemente unas bobinas cinematográficas, encuentra en realidad lo que necesitaba, algo de mayor calado, primario, que recuerda puntualmente lo más saludable del espíritu histórico romaní (15).

De índole clánica o de tribu (decenas y hasta centenas de carromatos, eventualmente, en sus días de gloria, según J. P. Clébert), el vagar rom evita, asimismo, por la robustez del lazo comunitario, aquella deriva trágica del nomadismo payo individual que subrayara el cine de A. Varda (Sin techo ni ley, 1985). Este nomadismo solitario coincide en aspectos básicos con el nomadismo grupal gitano: su motor es la libertad, animada por un rechazo de la vida estándar (lo establecido, la norma, el Sistema, la sociedad mayoritaria…, podemos nombrarla de muchas maneras); late en él un orgullo del viajar, que se esgrime, provocativo, ante los espectadores e interlocutores sedentarios; suscita a menudo una respuesta ambivalente, una reacción bífida, de admiración y repulsa, de identificación fragmentaria y rechazo global; despierta, en el errante, una actitud en cierto sentido pícara, una suerte de astucia de la autoconservación, que aboca a la instrumentación del otro (utilización en ocasiones “alimenticia”), estimulando peculiares maneras deprendadoras; contiene un elemento de crítica de lo real-social y lo real-psicológico que es apercibido como amenaza o desafío por los celadores de lo dado y por sus víctimas nescientes; conlleva una riesgosa falta de planificación (ausencia de proyecto, de programa y de cálculo, que se traduce en un “vivir al día”, en un “exprimir el instante”) caracterizable como presentismo taxativo, a-histórico y anti-teleológico; no deriva de una exigencia doctrinaria o de una filosofía para la acción (en este sentido, A. Varda contrapone la “fuga vagante a-teórica” de Mona, la protagonista, a la “fuga asentadora teórica” del pastor cultivado que temporalmente la hospeda), sino de cierta oscura determinación del carácter, un temple o genio particular, que se expresa en lo que llamamos “personalidad acusada” o “naturaleza fuerte”; como consecuencia de esta última nota, los viajeros reaccionan ante las asechanzas del mundo de una manera sustancialmente emotiva, pasional, con los sentimientos en primer plano, postergando el frío análisis lógico de las situaciones, que invitaría a silogizar y a abstraer; somete, en todo momento, a los rigores del clima, por un lado, y a la antipatía variable de los instalados, por otro —doble acoso, el de las inclemencias del tiempo y el de la hostilidad de los residentes, que se conjuga en un desgranar sin tregua jornadas ásperas, sacrificadas, endurecedoras; etcétera.  

Pero, entre ambos nomadismos, las diferencias son asimismo notables. El vagar individual payo, careciendo del calor y del auxilio de la comunidad, se desenvuelve en un dañoso “vacío de afecto”, en un desamparo intrínsecamente destructivo: el vagabundo solitario salta de seudofraternidad en seudofraternidad, sufriendo en cada trance las consecuencias de un aislamiento abismante y de las expectativas carroñeras que, no obstante, excitará en la indigencia de los otros. Ante ese dolor de la soledad, la adición a las drogas, o a cualquier otro expediente de evasión o compensación, abre puertas a la crisis y a la autolisis. Por último, cierta esquizofrenia camuflada ronda al nómada occidental, que solo es capaz de oponerse a la modalidad social instituida con discursos provenientes de la misma formación, hablando su propio negado lenguaje, sin el sostén de una cosmovisión otra, de una cultura o lealtad mayor sustitutorias. De ahí se infiere una actitud pre-violenta, un rechazo agresivo en el que se proyecta la desaprobación de una parte de la propia identidad, pues del afuera se odia lo que también se reconoce adentro. De esta escisión irresoluble, de esta auto-referencialidad paradójica de la crítica, se sigue la imposibilidad objetiva de la “vida buena” (conformidad con uno mismo, paz comunitaria, armonía eco-social), aspiración proverbial de los gitanos, de los indígenas, de los rural-marginales…

B) Oralidad

Nos hallamos ante un aspecto capital, desde el que se rebate en nuestros días el privilegio otorgado a la escritura. La oralidad no señala una imperfección o una carencia, sino una modalidad particular, en absoluto inferior, de elaboración y transmisión cultural. Los gitanos, en este sentido, no son “á-grafos”, “an-alfabetos” (¿por qué definir la singularidad en términos de una ausencia?): vivencian una cultura de la oralidad, en expresión de A. R. Luria,E. A. Havelock, W. Ong y otros.

Se ha producido en los últimos años una revalorización de la obra de W. Ong(1997), desde diferentes intereses. Para nuestros fines, Oralidad y escritura se erige, por la amplitud y el rigor de la investigación subyacente, en un fortín argumental desde el que vindicar la dignidad de las culturas de la oralidad, tradicionalmente atendidas como sintomatología del déficit, de la reducción, del primitivismo, etc.

Si bien W. Ong sigue acusando achaques teleologistas, en la línea de las ideologías del Progreso (por lo que considera la aparición del “pensamiento caligráfico” —derivado de la escritura— y la irrupción del  “tipográfico” —vinculado a la imprenta— como avances en el desarrollo genérico del Hombre), la atención que presta a la especificidad y plenitud de las culturas orales, valoradas en cierto sentido como entidades “soberanas”, no dependientes, centradas sobre sí mismas, tal atención, decíamos, hace viable una utilización de sus tesis para propósitos que él no suscribiría: una crítica general de la alfabetización y de la escolarización como expedientes altericidas y uniformadores del paisaje humano. A tal fin, interesan especialmente los capítulos III y IV, donde, aprovechando el trabajo de campo y los aportes empíricos de A. R. Luria, enuncia los rasgos identificativos del pensamiento y la expresión de los hombres de la oralidad: acumulativos antes que subordinados y antes que analíticos (más deudores de la pragmática y de los contextos efectivos del habla que de la sintaxis o de los indicadores gramaticales), redundantes o copiosos (a fin de retener en la memoria el objeto de la conversación, con argumentación cíclica o “en espiral”), conservadores y tradicionalistas (preservadores del saber acumulado, aunque con formas propias de innovación), concretos (próximos al “mundo humano vital”), empáticos y participantes antes que objetivamente apartados (agrupadores, reforzadores del vínculo comunitario), homeostáticos y presentistas (restauradores de la cohesión del conjunto, de la armonía entre las partes, con una reinvención continua de la imagen del pasado), situacionales u operacionales (alejados de las categorías y de las abstracciones, lo mismo que de la lógica formal y de los silogismos).

Según W. Ong, la oralidad responde, pues, a una “psicodinámica” propia, distinta;genera estructuras de pensamiento, de expresión y de la personalidad también privativas; y se manifiesta en un estilo de vida peculiar (“verbomotor”, en expresión de M. Jousse) (16). Marca, así, poderosamente —regresamos a nuestro objeto—, la idiosincrasia gitana, estableciendo reveladoras similitudes entre el pueblo Rom y otras colectividades humanas sin escritura: comunidades indígenas de América, África, Asia y los círculos polares; habitantes de los entornos rural-marginales occidentales; otros grupos nómadas africanos y euroasiáticos (17) … Subrayaremos, a continuación, algunos de sus aspectos fundamentales, que conciernen  especialmente  a la finalidad de nuestra investigación.

A) La condición oral fortalece, antes que nada, los lazos comunitarios (exige al otro, tanto en el acto del pensamiento como en el de la expresión) y cancela la preponderancia del “individuo”, con todas sus consecuencias sobre la organización social, el comportamiento político (o anti-político) y la modalidad económica. Como subrayara W. Ong:

“En una cultura oral, la restricción de las palabras al sonido determina, no solo los modos de expresión, sino también los procesos de pensamiento (…). Con la ausencia de toda escritura, no hay nada fuera del pensador, ningún texto que le facilite producir el mismo curso de pensamiento otra vez, o aun verificar si lo ha realizado o no (…). ¿Cómo, de hecho, podría armarse inicialmente una extensa solución analítica? Un interlocutor resulta virtualmente esencial: es difícil hablar con uno mismo durante horas sin interrupción. En una cultura oral, el pensamiento sostenido está vinculado con la comunicación” (p. 4).

Y, más adelante, incide en la misma idea: “La oralidad primaria propicia estructuras de la personalidad que en ciertos aspectos son más comunitarias y exteriorizadas, y menos instrospectivas de las comunes entre los escolarizados. La comunicación oral une a la gente en grupos. Escribir y leer son actividades solitarias que hacen a la psique concentrarse sobre sí misma” (p. 37, versión digital).

La prevalencia (ontológica, epistemológica, axiológica e incluso sociológica) del “individuo” en las sociedades occidentales deriva de una separación del Sujeto y del Objeto, de la interioridad humana y la exterioridad, del Yo y del Mundo, desencadenada —o, al menos, acelerada—, según E. A. Havelock y el propio W. Ong, por la aparición de la escritura y por la alfabetización sistemática de  las  poblaciones: “Más que cualquier otra invención particular, la escritura ha transformado la conciencia humana” (p. 4). “Mediante la separación del conocedor y lo conocido (Havelock, 1963), la escritura posibilita una introspección cada vez más articulada, lo cual abre la psique como nunca antes, no solo frente al mundo objetivo externo (bastante distinto de ella misma), sino también ante el yo interior, al cual se contrapone el mundo objetivo” (p. 70, versión digital).

B) La oralidad determina, en segundo lugar, un pensamiento “operacional” y “situacional”, que restringe el uso de clasificaciones, divisiones, categorías, conceptos, … y no se aviene bien con la lógica pura, con los silogismos y las deducciones formales (A. R. Luria, J. Fernández),oponiendo así un dique a la expansión del pensamiento abstracto —del que tanto se enorgullece Occidente, a pesar de su terrible trastienda altericida… En nombre de una u otra abstracción (Dios, Patria, Revolución, Humanidad, Democracia, Progreso, Estado de Derecho, …) se han perpetrado todo tipo de masacres, genocidios, etnocidios —lo recordaba M. Bakunin(18). Entre abstracción, expansionismo y universalización hay unvínculo epistémico, inductor del belicismo, que las culturas de la oralidad, como la gitana, abrogan desde la singularidad de sus modos de reflexión y de representación —de ahí su pacifismo fundamental.

A. R. Luria realizó un extenso trabajo de campo con personas de cultura oral e individuos alfabetizados en las zonas más remotas de Uzbekistán y Kirghizia, en la Unión Soviética, durante los años 1931-32. Su estudio se publicó 42 años más tarde (“Cognitive Development: Its Cultural and Social Foundations”); y ha contribuido a una percepción menos prejuiciada de las culturas de la oralidad (19). Casi por las mismas fechas, en 1932, L. Mumford había lamentado así la postración del pensamiento oral: “Con el hábito de usar la imprenta y el papel el pensamiento perdió algo de su carácter fluyente, cuatridimensional, orgánico; y se convirtió en abstracto, categórico, estereotipado, contento con formulaciones puramente verbales y con dar verbales soluciones a problemas que jamás se presentarían ya en sus relaciones concretas” (1971, p. 95-6). La dignidad y el valor de los universos culturales orales se afirma, desde entonces, sobre el reconocimiento de su especificidad, de su diferencia, de sus modos propios de elaboración y complejidad: “Las culturas orales pueden crear organizaciones de pensamiento y experiencia asombrosamente complejas, inteligentes y bellas” (insiste W. Ong, tras recordar la composición oral de La Odisea) (20).

Y, en efecto, entre los determinantes de la condición oral, contrapuestos a los que ratifican el pensamiento escritural (caligráfico o tipográfico), las investigaciones de A. R. Luria destacarían enérgicamente los siguientes: aversión a las tipologías, a las sistematizaciones, a las separaciones y agrupaciones terminológicas; denostación de lo conceptual y de lo abstracto; repudio de la lógica formal, de las deducciones silogísticas, de los lenguajes simbólicos artificiales; desinterés por la  definición de los objetos y renuncia casi absoluta al auto-análisis,…

Se dibujaba, pues, como característica de las culturas orales, una modalidad singular de pensamiento, altamente contextualista, decididamente pragmática, que resolvía la reflexión en la totalidad y actualidad de lo orgánico. La intelección, en cierto sentido, se desleía, complacedora, en el jugo de lo vital-práctico. Así lo consideró, ya en la década de los 80, J. Fernández, comentarista de los trabajos de M. Cole y S. Scribner en Liberia: de algún modo, los silogismos —valga el ejemplo que nos propone— están contenidos en sí mismos, con conclusiones que derivan solo de sus propias premisas, en el alejamiento y hasta en la omisión de las situaciones de la vida real, del entorno humano concreto, por lo que serán necesariamente incomprendidos, cuando no despreciados, por las personas de cultura oral. Frente a la frialdad sepulcral del silogismo, zombi exánime donde los haya, los hombres de la oralidad se reconocen en su pasión por el acertijo vivaz, por la terrenidad palpitante de la adivinanza

P. Romero, en “Una aproximación a la Paz Imperfecta: la Kriss Rromaní y la práctica intercultural del pueblo rrom —gitano— de Colombia”, procura llevar el derecho oral romaní al encuentro del paradigma teórico de la Paz Imperfecta —elaborado por el Instituto de la Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada (F. Muñoz, B. Molina, …). En el punto de convergencia entre el pensamiento operacional de las culturas orales (A. R. Luria, J. Fernández) y el sistema jurídico consuetudinario-transnacional del Pueblo Rom (J. C. Gamboa y C. P. Rojas), de índole asimismo situacional, encontramos un pacifismo constituyente, ilustrado por P. Romero con documentos emanados del propio proceso organizativo romaní:

Declaración

El pueblo Rom del mundo se manifiesta en contra de la guerra;

nuestro respeto por la tolerancia y por la diferencia no tiene límites.

Ello se debe a que nuestro Pueblo nunca ha participado en guerras

y, por tanto, no tiene héroes reconocidos ni odios heredados.

Si de algo nos enorgullecemos los Rom o Gitanos

es de nuestro alto sentido de convivencia pacífica

y nuestro repudio a la guerra,

lo que vale decir, nuestro amor a la vida.

Si los mundos se vieran desde la óptica propia del pueblo Rom

el mundo sentiría la verdadera paz,

porque nuestro territorio es este mundo,

en donde pueden convivir muchos mundos” (2009, p. 15).

C) El pensamiento operacional, desafecto a la abstracción (y, por ende, reacio a los idealismos, proscriptor de toda metafísica), suscita, por último, una atención preferente a “lo más cercano” —lo tangible, lo inmediato. De ahí la riqueza y abigarramiento de las formas de ayuda mutua, de colaboración o cooperación, saturadoras de la vida cotidiana romaní y estigmatizadas por los vocablos payos opuestos a un tan intenso particularismo, como denunció M. Fernández Enguita en un escrito sobre la Escuela:

 “La Escuela (…) pretende educar en reglas universalistas y abstractas, condenando como particularismo cualquier trato preferente a los más próximos (nepotismo, amiguismo, partidismo, favoritismo… son los distintos nombres, siempre condenatorios, para estas prácticas), mientras que la moral gitana es hoy, por esencia, particularista” (2005, p. 102-103).

Contra esta cultura de la oralidad, y los innegables valores que sustenta (auto-organización, rechazo del belicismo, apoyo mutuo, anhelo eco-homeostático,…), las sociedades mayoritarias dispusieron con diligencia programas de alfabetización en sí mismos altericidas: suprimen modalidades de expresión, estructuras de pensamiento, conformaciones de la subjetividad, estilos de vida, clases o tipos de hombre —antropodiversidad que, como apuntó W. Ong y lamentó E. M. Cioran, en modo alguno cabe ya restablecer. El hombre oral será eliminado escrupulosamente de la faz de la tierra, borrado para siempre del “paisaje de los homínidos” (21) —un paisaje uniformado y homogeneizado a conciencia y hasta la indecencia… Así iniciaba E. M. Cioran su Retrato del hombre civilizado:

“El encarnizamiento por borrar del paisaje humano lo irregular, lo imprevisto y lo diferente linda con la indecencia (…). Distinta en extremo me parece la situación de los analfabetos, considerable masa apegada a sus tradiciones y privaciones y a la que se castiga con una injustificable virulencia. Pues, a fin de cuentas, ¿es un mal no saber leer ni escribir? Francamente no lo creo. E incluso pienso que deberemos vestir luto por el hombre el día en que desaparezca el último iletrado” (1986, p. 29).

Acompañadas por violencias y coacciones (J. P. Clébert lo ha ilustrado fielmente para el Este de Europa) (22), tales campañas de alfabetización, asociadas normalmente a la defensa de la Escuela obligatoria, contribuyeron a la demolición de la educación clánica y a la desestructuración de la cultura gitana en general.

La evolución del cante en España refleja muy bien esta pérdida de la diferencia, con la asunción subsiguiente de estilos de reflexión y de expresión impropios del ser oral tradicional.  En efecto, los primeros cantes de que tenemos registro, fechados de 1800 a 1850, responden a la lógica de la composición oral y nos recuerdan constantemente las pautas de pensamiento y de habla de una comunidad “verbomotora”. Predomina la yuxtaposición de frases cortas, la adición de motivos, la redundancia, como en una técnica impresionista de acumulación de pinceladas sueltas; la subordinación brilla por su ausencia o no pasa de umbrales elementales; la sintaxis, simplificada, apenas proporciona un esqueleto sumario para la copla, etcétera. Paralelamente, escasean los conceptos, las categorías, las deducciones formales, en un ahuyentar definitivo de la abstracción y del razonamiento lógico. El resultado suele ser lo que denominamos “estampa” o “escena”: una suerte de descripción máximamente concreta, situacional en grado sumo, cargada no obstante de connotaciones, rica en sugerencias de sentido —notable condensación/diseminación de significados desde una gran economía de significantes. Estas “inscripciones sonoras”, que en unas ocasiones remiten a la instantaneidad de la fotografía y en otras evocan la fugacidad de la secuencia cinematográfica, instituyentes de un muy atractivo minimalismo, tienden a perderse paulatinamente, desde la segunda mitad del siglo XIX y de manera acelerada a lo largo del siglo XX, conforme gana terreno la estructuración de la frase, la argumentación racional, el uso de nociones y esquemas, haciéndose más compleja la gramática —signos de la erradicación de la oralidad. En una de sus célebres conferencias, F. García Lorca, con un laconismo insuperable, lamentó esta evolución: “¡Cómo se nota en las coplas el ritmo seguro y feo del hombre que sabe gramáticas!” (1998, p. 114).

Podemos presentar como “estampas”, como elaboraciones orales, los siguientes cantes antiguos, concebidos en el siglo XIX:

“¿De quién son esos machos,

con tanto rumbo?

Son de Pedro la Cambra,

van pa Bollullos”.

[“Estampa” de la opulencia paya y de la precariedad romaní: con la máxima economía de medios, se sugiere el asombro gitano ante unos mulos bien cebados, bien cuidados, propiedad de un hacendado rico, instalado en un pueblo, conocido de todos por su poder. Testigos del paso de los “machos”, los gitanos hacen valer su nomadismo humilde, su desinterés por la acumulación de bienes, la libertad que se desprende de su anti-política. De una soleá de Paquirri el Guanté, interpretada en nuestros días por Pericón de Cádiz, incluida en El cante flamenco…, 2004]

“A la orilla de un río

yo me voy solo.

Y aumento la corriente,

con lo que lloro;

porque mis penas,

desde que tú te fuiste,

no puedo con ellas”.

[Suerte de “escena”, que recurre a la muy característica hipérbole gitana para expresar el dolor por la separación del ser amado. De una soleá de Enrique el Mellizo, cantada también por Pericón, recogida en el mismo CD]

“De noche me sargo al patio

y me jarto de llorá,

en ver que te quiero tanto

y tú no me quieres ná”.

[Composición análoga, ya en marco sedentario —sustitución del río por el patio—, transcrita por F. García Lorca, 1998, p. 45]

“Ovejitas eran blancas

y er praíto verde;

er pastorsito, mare, que las guarda

de ducas se muere”.

[Letra copiada por Demófilo, citada por Báez y Moreno, p. 32. Como sinónimos de “pena”, el cante utiliza las expresiones “duca”, “duquela”, “duquita”, “angustia”, “dolor” y “tormento”] 

“¡Ay!, en Arcos de la Frontera,

un rayo cayó,

ha mataito a mi hermano, mi alma

que de mi corazón”.

[“Estampa” de la vida insegura, a la intemperie, y del amor fraternal. Siguiriya de Arcos, casi perdida, recuperada por el Lebrijano para El cante flamenco…, 2004]

“Iba mi niña Ramona

por agua a la fundición.

Los guardias que la encontraron

le han quitado el honor”.

[“Escena” seleccionada por F. García Lorca, en la que la fatalidad histórica —indefensión calé, impunidad policial, gitanofobia— sustituye a la fatalidad natural, 1998, p. 48]

“¡Ay!, cuando me siento a la mesa

y en ti me pongo a pensar,

tiro el plato y la comida

de fatigas que a mí me das”.

[“Inscripción sonora”, “escena” del desamor —la silla, la mesa, el plato, la comida—. Soleá antigua recreada por Antonio Mairena, escogida para El cante flamenco…, 2004]

“Yo tiro piedras por las calles

 y al que le dé que perdone;

tengo mi cabeza loca

de puras cavilaciones”.

[“Inscripción” o “estampa” del enloquecimiento bajo las dudas. Soleá decimonónicaversionada por Pericón, que forma parte del doble CD El cante flamenco…, 2004]

“Los gitanillos del Puerto

fueron los más desgraciaos,

que de las minas del azogue

se los llevan sentenciaos.

Y al otro día siguiente

les pusieron una gorra

 y con alpargatas de esparto,

que el sentimiento m’ ajoga.

Y al otro día siguiente

le pusieron con un maestro,

que a to el que no andaba listo

de un palo lo echaba al suelo

y así a palos, a palitos,

los dejaban muertos.

Los gitanos del puerto

fueron los más desgraciaos,

que se pueden comparar

con los que están enterraos”.

[Crónica sucinta de un episodio histórico de la persecución de los gitanos, bajo el “pogrom” del siglo XVIII. Romance popular del que tomó nota Demófilo en 1881. Ejecución, en trovos corridos, a cargo de Antonio Mairena, disponible en El cante flamenco…, 2004]

“Camino de Almería,

Venta del Negro:

allí mataron a mi hermano

los carabineros”.

[“Estampa” sumaria, desnuda, casi a modo de esquela, recogida por F. García Lorca, 1998, p. 48]

“Míralo por onde viene,

agobiao por er doló,

chorreando por la siene

gota e sangre y suor”.

[“Instantánea” en la que se funde lo real y lo simbólico —sudor y sangre—. Letra de una saeta tradicional copiada por D. Pohren, 1970, p. 124]

  Y valga, como contraste, un tema contemporáneo de Mercé, exponente ya de un pensamiento y una expresión definitivamente regidos por la escritura:

“El límite del bien y del mal

yo no sé dónde está;

y es que el deseo a mí me tiene desbocao (…).

Serenidad que busco y no la encuentro;

y viene la ansiedad, y con ella el miedo (…).

Un animal me siento a veces;

un humano llevo dentro y crece

en este mundo disfrazao.

La voluntad en varias direcciones,

la mente debatiendo las mejores.

Pesadilla real que acabe ya,

de forma que comprenda lo que soy”.

[Expresión, relativamente elaborada, de cierta división esquizoide en el gitano integrado, incorporado al mundo sedentario y escritural de la Ratio. Manifestación también de aquella auto-represión del deseo y de la animalidad originaria que N. Elias situaba en el eje del proceso occidental de civilización. Por último, anhelo doloroso de introspección, de búsqueda interior; voluntad de auto-análisis que, según A. R. Luria, nunca acechaba a los hombres de la oralidad, desinteresados por definir y aún más por auto-definirse. De su álbum Del Amanecer, 1998]

Con la supresión de la condición oral, y con la hegemonía de la littera y de las instituciones escolares, se propulsa, según P. Sloterdijk, el proyecto europeo de domesticación del hombre por el hombre (“no hay lecciones sin selecciones”, nos recuerda), en el marco de las antropotécnicas modernas. Tales “técnicas del hombre” indujeron fenómenos desconocidos en el universo gitano tradicional: jerarquía, elitismo, fractura social, subordinación económica, …  En sus palabras:

“La práctica de leer fue por cierto un poder de primer orden en la formación y domesticación del hombre, y lo sigue siendo hoy (…). Lecciones y selecciones tienen más que ver una con otra de lo que algunos historiadores de la cultura querían y eran capaces de pensar (…). La cultura escrituraria mostró agudos efectos selectivos. Hendió profundamente a las sociedades (…). Se podría definir a los hombres de tiempos históricos como animales, de los cuales unos saben leer y escribir y otros no. De aquí en adelante hay solo un paso –aunque de enormes consecuencias– hasta la tesis de que los hombres son animales, de los cuales unos crían y disciplinan a sus semejantes, mientras que los otros son criados: un pensamiento que, desde las reflexiones platónicas sobre la educación y el Estado, ya pertenece al folclore pastoral de los europeos” (2000 B, p. 7).

También el flamenco testimonió, a partir del siglo XX, esa deriva moderna, resuelta como adopción progresiva de las pautas y valores de las sociedades democráticas occidentales…

He aquí un cante terrible, que presagia la extinción de la alteridad gitana justamente allí donde esta parecía buscar refugio: en la esfera del amor. Y un par de coplas que, señalando asimismo la triste monetarización de la vida bajo el sistema capitalista, iluminan los dos ámbitos complementarios —el del trabajo alienado y el del sedentarismo forzoso— en que se desvanece la diferencia romaní:

“Si quieres que te quiera,

dame doblones, dame doblones.

Son monedas que alegran

los corazones”.

[La modalidad gitana del “amor-pasión” queda abolida ante el “amor-contable” mayoritario. Tango dela Niña de los Peines, en voz de Carmen Linares para su recopilatorio Antología. La mujer en el cante jondo, 1996]

“Vengo de la viña andando,

y el dinero que yo gano

a mi madre se lo entrego

pa mantener a mis hermanos”.

Me crié de chavalito

en las tierras de Jerez;

y no se me pué olvidar

el tiempo que allí pasé, ¡ay!,

sin conocer la maldad”.

[Sedentarismo, laborización, atisbo de “cuestión social” y de orgullo local: signos de la dilución de la idiosincrasia romaní. Cante interpretado por Sordera, entre otros]

“Bebe vino, compañero, ¡ay!,

que lo pienso pagar yo;

 quiero gastar los dineros,

que mi sudor a mí me costó,

¡ay!, y trabajando de minero”.

[Trabajo servil, que se impone a la tradicional desestima gitana del salario; y consumismo compensatorio (de la explotación económica y de la aculturación inducida) en beneficio de la industria paya del ocio. Minera, taranta de Linares, en recreación de Gabriel Morenopara El cante flamenco…, 2004]   

C) Laborofobia

Determinada en parte por el nomadismo, esta fobia se expresa en una muy característica resistencia al trabajo alienado (para un patrón o bajo la normativa de una institución, en dependencia) y en un atrincheramiento en tareas autónomas, a veces colectivas, en cierto sentido libres. “Era un dolosito, mare, / ver los gachés currelá”, decía, a propósito, la letra de un cante antiguo, recogida por Demófilo(Báez y Moreno, p. 32) …

Así se manifiesta en la lista de sus profesiones tradicionales: herreros y forjadores de metales, músicos, acróbatas, chalanes y traficantes de caballos, amaestradores de animales, echadores de la buenaventura, … (23). La artesanía, el pequeño comercio y los espectáculos, en fin, como conjuro contra la peonada agrícola, el jornal fabril o el salario del empleado. B. Leblon lo ha constatado asimismo para los gitanos sedentarizados (panaderos, herreros, carniceros, esquiladores, chalanes, …, en el Cádiz de fines del siglo XVIII, donde se concentraba el 16.5 % de la población romaní en España) (2005, p. 111). A la altura de 1840, T. Gautierdejaba constancia de la persistencia de este rasgo en sus notas sobre los gitanos granadinos del Sacro Monte:

“Estos gitanos tienen generalmente por oficio la herrería, el esquileo y son, sobre todo, chalanes. Guardan mil recetas para excitar y dar animación a las más viejas caballerías; un gitano habría hecho galopar a Rocinante y dar cabriolas al Rucio de Sancho. Ahora bien, el verdadero oficio del gitano es el de ladrón. Las gitanas venden amuletos, dicen la buenaventura y practican todas esas extrañas industrias que son comunes a las mujeres de su raza” (24).   

Así como se reprime el nomadismo y se destruye la oralidad, las instancias homogeneizadoras de las administraciones centrales, regionales y locales combaten puntual y celosamente dicha “salariofobia”. Lo atestigua el sociólogo gitano M. Martín Ramírez:

“La limitada gama de sus oficios tradicionales apenas sí tienen reconocimiento legal o, como en el caso de la venta ambulante, son inconstitucionalmente perseguidos en miles de municipios españoles, sin opción alternativa” (2005, p. 193).

Y D. Wagman relaciona la dedicación gitana al tráfico de drogas con la “creciente precariedad e ilegalización del trabajo de venta ambulante”, verdadera ocupación-reservorio de esta pasión gitana por la autonomía —y por el vagar (2005, p. 92).

En la medida en que sus estrategias tradicionales de subsistencia se obstruyen jurídicamente (reglamentaciones, permisos, impuestos,…), o se ilegalizan sin más, los gitanos se ven en parte abocados a lo que T. San Román llama “economía marginal” (25), un espacio nebuloso en el que ni el oficio ni el trabajador existen preceptivamente, como materia de legislación: chatarreros, recogedores de cartones y otros recicladores varios, vendedores de periódicos sociales, menudeadores irregulares o esporádicos, etcétera.

Si bien un porcentaje importante de la comunidad gitana peninsular ha terminado cayendo en el orden del salario, ya sea por la vocación malinchista de los seleccionados por el sistema educativo, ya por la exigencia ineludible de la subsistencia familiar, no son pocos los romaníes que perseveran en la defensa de su autonomía y de su independencia económica, recordándonos el amor a la libertad de los quínicos antiguos (26): “A nosotros también nos gustan los pasteles, pero no estamos dispuestos a pagar su precio en servidumbre”, quisieran decirnos, como Antístenes el Cínico, tal Diógenes el Perro. Amor a la libertad en el que, curiosamente, parece reverberar una conocida máxima kantiana, recordada por L. Mumford en el capítulo que dedicara a “la degradación del trabajador”:

“La doctrina de Kant, según la cual todo ser humano debía ser tratado como un fin y nunca como un medio, fue precisamente formulada en el momento en que la industria mecánica había empezado a tratar al trabajador únicamente como un medio, un medio para lograr una producción mecánica más barata. Los seres humanos recibían el mismo trato brutal que el paisaje: la mano de obra era un recurso que había de ser explotado, aprovechado como una mina, agotado, y finalmente descartado. La responsabilidad por la vida del empleado y por su salud terminaba con el pago de su jornal por el día de trabajo” (p. 121).

Podríamos concluir que existe un perfil humano en el que la idiosincrasia romaní nunca ha querido reconocerse: el perfil del proletario, en particular, y el perfil del hombre económico (mero productor-consumidor, personalidad reducida y triturada), en general. J. Ellul lo definió con contundencia:

“Con el proletario estamos en presencia de un hombre vaciado de su contenido humano, de su sustancia real, y poseído por el poder económico. Está enajenado no solo en tanto sirve a la burguesía, sino en cuanto resulta extraño a la propia condición humana: especie de autómata, aparece como una pieza más del engranaje económico, activado solo por la corriente material (…). No menos para el proletario que para el burgués, el hombre no constituye sino una máquina de producir y de consumir. Está sometido para producir y debe estarlo asimismo para consumir. Es necesario que absorba lo que le ofrece la economía (…). ¿Carece de necesidades el hombre? Hay que crearlas, pues lo que importa no es su estructura psíquica y mental, sino la salida de las mercancías, cualesquiera que ellas sean. Entonces se inicia esta inmensa trituración del alma humana que desembocará en la propaganda masiva y que, mediante la publicidad, vincula la dicha y el sentido de la vida al consumo. El que tiene capital, es esclavo de su dinero; el que carece de él, es esclavo de la locura de desear conquistarlo, ya que es forzoso consumir; en la vida todo se reduce a obedecer a tal imperativo” (p. 225-6).

Tanto el extremo de la laborofobia como el contrapunto doloroso de la adscripción gitana al orden del salario y del empleo no-cualificado han hallado notables expresiones artísticas: lo primero, en una serie interminable de canciones populares o   debidas a  compositores  gitanos  (entre ellos,  M. Molina Jiménez, de manera muy neta en diversos temas de su álbum Al alba…) (27), en el cine deE. Kusturica—a pesar de la psicología alterada de sus personajes— (28), deF. Rovira Beleta (29) y, especialmente, en el de T. Gatlif (30); lo segundo, también en el cine, ahora sobre los gitanos sedentarios, como en Solo el viento, descorazonador film de Benedek Fliegauf (31), y, con toda nitidez, en la música (cante de las minas, coplas sobre los jornaleros rurales, etc.).

La desafección gitana hacia el empleo se manifiesta, de manera negativa, en los cantes mineros y en aquellos otros que abordan la congoja de trabajar al modo payo:

“Y sale el minero cantando.

Entra con pena en la mina,

 y sale el minero cantando:

porque ve la luz del día

y sus niños lo están esperando.

¡Ay!, y se emborrachan los mineros

to los días, to los días, to los días, ¡ay!”.

[Carmen Linares, recreando un cante popular dramático. En Un siglo con duende…, 2002]

“¡Ay!, desgraciaíto de aquel

que come pan de la mano,

 siempre mirando a la cara:

si la ponen mala o buena”.

[El obrero ante/bajo el empresario; a su merced, pues “come pan de la mano” … En la voz del Diamante Negro. Tema incluido en Un siglo con duende…, 2002]

“Por una estrecha y oscura galería

un minero va cantando;

y en su cantar va diciendo

que cómo estará la prenda mía,

que me la dejé durmiendo”.

[Aflicción por la separación diaria de los amantes, que no se daba en la vida gitana tradicional. Taranta minera dela Niña de Linares, recogida en Antología. La mujer en el cante, 1996]

“¡Muchachas del Molinete,

preparad bien los moñeros!

Que viene la Méndez-Núñez

con doscientos marineros.

¡Muchachas del Molinete!”.

[Taranta de la Antequerana, incorporada al álbum Antología…, 1996]

A modo de complemento, el amor gitano a la libertad, entendida ahora como independencia económica, como auto-gestión en la reproducción de la vida, fue cantado admirablemente por A. Pushkin en su poema Los zíngaros, uno de los documentos payos más interesantes sobre la idiosincrasia romaní. En una composición muy bella, verdaderamente heterotópica, el poeta evidencia la imposibilidad de la trans-etnicidad, elogiando la vivencia comunitaria gitana de la autonomía y denigrando el “individualismo” esclavizador eslavo-occidental (32). Los aspectos de la diferencia cíngara aparecen, todos, como en un pase de lista, en la composición: nomadismo, oralidad, laborofobia, sentimiento comunitario, educación clánica, derecho consuetudinario, anti-productivismo, aversión a las lógicas políticas. Buena parte de ellos se concentran en el concepto gitano de “libertad”, alrededor del cual gravitan el principio y el final del escrito.

Ante la independencia económica y la autogestión romaní, la fascinación era casi inevitable para el sujeto sedentario acosado por su propia mala consciencia de heteronomía y de servidumbre: como G. Borrow, acaso como A. Pushkin, Aleko la siente… Se produce la “agregación”, exasperada hasta el extremo de la fusión amorosa, y Aleko es admitido como un hermano en el grupo nómada cíngaro. Al final, no obstante, se trunca el experimento y sobreviene la dolorosa “desmembración”, motivada por la incompatibilidad radical entre el individuo eslavo egoísta (posesivo, acumulador también en el ámbito de los afectos y de la sexualidad) y las fibras de comunidad gitanas, siempre generosas, siempre desinteresadas, indeciblemente solidarias.

Que el amor fuera libre entre los cíngaros de principios del siglo XIX es discutible; y a este propósito se dividen las opiniones de los especialistas. Pero, según algunos biógrafos, A. Pushkin tuvo la ocasión de comprobarlo: admitido en un clan gitano, se sumó a su errar durante varios meses. A nuestros efectos, carece de importancia, no obstante: libre el amor o no tanto, el sentir gitano comunitario colocaba frente a los celos, de evitación tan difícil, unas barreras consuetudinarias —destinadas a preservar la paz y la armonía en el clan— que, sin abolir el sufrimiento, descartaban el crimen. Y no sucedía así en el mundo eslavo… Aleko mata a la mujer con la que convivía, Zemfira, y también a su joven amante romaní.

El fracaso de Aleko, que recuerda en lo superficial la derrota del hijo pródigo de A. Gide (debilitación por las privaciones, espesamiento de las dudas, nostalgia de las comodidades rehusadas), sanciona la ininteligibilidad del otro civilizatorio. Pero ilumina también el acercamiento parasitario, en absoluto sacrificial —el retorno queda siempre abierto, como una malla protectora, para el caso de la frustración de la aventura—, característico del hombre de la cultura hegemónica. G. Borrow, A. Pushkiny Aleko podían “regresar”; y, de hecho, no habiendo expuesto demasiado, y tras degustar la experiencia, se reincorporaron con facilidad al orden de la sociedad-bien…

A propósito del relato de A. Pushkin, objeto asimismo de diversas lecturas productivas, cabe distinguir dos grandes grupos de recreaciones. Por un lado, y en la línea de Mi Pushkin, obra de M. Tsvietáieva, se insiste en los distintos conceptos del amor: deslumbrante en la liberalidad honesta, espontánea y al mismo tiempo sabia, de los cíngaros; y conmovedor, en su patetismo, en el caso de Aleko, devorado por la pasión y el celo posesivo, víctima culpable de la mentalidad patriarcal. Por otro, y al modo de la ópera de S. Rachmaninov, se destaca la idea de “libertad”, aferrada por los gitanos y alcanzada y perdida por Aleko (33). En nuestro caso, más cerca de la interpretación del músico, subrayamos el alcance del choque de civilizaciones y los valores de la cultura minoritaria y perseguida (entre ellos, e inseparable del sentimiento de libertad, la elusión del trabajo explotador, el modo gitano de rehuir la servidumbre laboral).

El libreto de S. Rachmaninov, en efecto, manifiesta un interés secundario por el problema del amor y focaliza la atención en el asunto de la soberanía sobre uno mismo y de la oposición entre las culturas. Aleko procede, como el propio A. Pushkin, de la clase alta; y se aburre en ese entorno frívolo e insípido (queja característicamente romántica, de índole existencial: el vacío, la anemia y la esterilidad de la sociedad aristocrático-burguesa). Como en tantos creadores, la fuga adquiere la forma de una adhesión a la causa del otro, de una afiliación a lo lejano (Lord Byron y la lucha liberal-nacional en Grecia, G. Borrow y los gitanos, T. Gautier y Oriente, etcétera). Se cifra la libertad en un ingreso en la órbita del extraño; y S. Rachmaninov, partiendo de A. Pushkin, arroja una nota crítica al respecto: no es posible, o no siempre es posible, la trans-culturalidad. Lamentablemente, y desde el punto de vista civilizatorio, hemos sido sellados y lacrados como cartas antiguas —pero como misivas absurdas, mudas, sin dirección y sin remite. De ahí el fracaso de Aleko en su búsqueda de la libertad (escapar de un mundo de esclavos y amos de esclavos, de señores y siervos de señores, de empleados y empleadores); de ahí la frustración de su proyecto trans-étnico, arraigado en el malestar sociocultural y en una laborofobia instintiva.

En Los cíngaros, y antes de que el relato aborde el nacimiento y la hipertrofia de los celos, unos versos muy sencillos presagiaban la corrupción de la empresa:

“Tú nos amas, aunque hayas nacido entre los ricos.

Pero no siempre es dulce la libertad

para el que está acostumbrado al acomodo (…).

Habiendo desafiado las cadenas, Aleko es libre 

y no se arrepiente de sus días nómadas.

De todos modos, él y el clan siguen siendo los mismos”.

*  *  *

NOTAS

(1) El Estado, bella obra del príncipe ácrata, constituye una manifestación temprana y exploratoria de lo que hemos llamado “heterotopía” y “lectura productiva”.

Como quiere la “heterotopía”, se cuestiona la ilusión de universalidad del individuo egoísta occidental y de sus instituciones fundamentales, al confrontarlo con sujetos colectivos (comunidades, tribus, clanes, federaciones) que se desenvolvieron en ausencia de tales estructuras: formaciones sociales se diría que conjuradas contra la Propiedad, el Mercado, la división en Clases y el despotismo de la Razón Política —con su legitimación de los aparatos administrativos y de las élites detentadoras de la autoridad.

Partiendo de esa premisa, P. Kropotkin somete la historia de la humanidad a una “lectura productiva” que destaca los tiempos y los espacios, no solo de la ausencia de Estado, sino también de la presencia de Usos Comunales (cooperativos y de ayuda mutua) que excluían el acaparamiento de los medios de subsistencia y la consecuente subordinación laboral; Usos distintivos de comunidades igualitarias, que se auto-gobernaban mediante fórmulas asambleístas y de libre acuerdo, defensoras a ultranza de un derecho oral consuetudinario sustancialmente pacificador. Señala a cada paso, a la manera heterotópica, la pervivencia de esos rasgos en pueblos diversos y en múltiples experiencias sociales de la época que le tocó vivir.

Se refiere así —lo recogemos solo a modo de ilustración y porque evoca aspectos de la gitaneidad tradicional— a la tribu primitiva, en la que “la acumulación de la propiedad privada no podía efectuarse (…), como aún ocurre entre los «patagones» y «esquimales» contemporáneos nuestros” (2001, p. 9):

“Toda la tribu efectuaba la caza o la contribución voluntaria en común (…). Toda una serie de instituciones (…), todo un código de moral de tribu fue elaborado durante esa fase primitiva… y para mantener este núcleo de costumbres sociales bastaba el vigor, el uso, el hábito y la tradición. Ninguna necesidad tuvo de la Autoridad para imponerlo (…). Sin duda que los primitivos tuvieron directores temporales (…), pero la alianza entre el portador de la «ley», el jefe militar y el hechicero no existía, y no puede suponerse el «Estado» en estas tribus, como no se supone en una sociedad de abejas u hormigas” (2001, p. 9). 

EnEl origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, F. Engels sostiene una interpretación concordante, apoyándose en las “pruebas antropológicas” suministradas por las investigaciones de L. H. Morgan. Los rasgos que F. Engels identificaba en la “gens” primitiva, y que en nuestros días los estudios de M. Gimbutas tienden a sugerir para la Civilización de la Vieja Europa, sirven asimismo para caracterizar al pueblo gitano tradicional:

“¡Admirable constitución esta de la gens! [propia de los indios iroqueses norteamericanos, de los primitivos griegos, romanos, celtas y otros pueblos del continente europeo] (…). Sin soldados, gendarmes ni policías, sin nobleza, sin reyes, virreyes, prefectos o jueces, sin cárceles ni procesos, todo marchaba con regularidad. Todas las querellas y todos los conflictos los zanja la colectividad (…). No hace falta ni siquiera una parte mínima del actual aparato administrativo (…). La economía doméstica es común para una serie de familias y es comunista (…). En la mayoría de los casos, unos usos sociales lo han regulado ya todo. No puede haber pobres ni necesitados: la familia y la gens conocen sus obligaciones para con los ancianos, los enfermos y los inválidos de guerra. Todos son iguales y libres, incluidas las mujeres. No hay aún esclavos, y, por regla general, tampoco se da el sojuzgamiento de tribus extrañas” (Engels, 1992, p. 173-4).

Remitimos, por último, a La sociedad contra el Estado, recopilación de ensayos de P. Clastres (1978). Llaman a asombro las analogías detectables entre la cosmovisión gitana y la filosofía indígena —tal y como es analizada por el antropólogo francés. Entre las coincidencias más significativas (y al lado de la mencionada sobredeterminación del factor nómada, allí donde este concurría) cabe referir la precedencia ontológica y axiológica de la comunidad, la índole de un derecho oral orientado, no al castigo, sino a la reconciliación de los litigantes y a la preservación de la armonía eco-social, el concepto de un liderazgo (temporal, suscitado por la estima o por el reconocimiento, perfectamente revocable) que no supone autoridad y que no exige obediencia, y el rechazo de los idealismos universalistas y del proceso mismo de abstracción.

(2) Véase, a este respecto, “Gitanos: la historia de un pueblo que no escribió su propia historia”, de A. Gómez Alfaro (2000). El autor nos ofrece una reconstrucción sintética de las medidas contra los romaníes adoptadas por el Estado español hasta la actualidad, con una descripción de su naturaleza (sedentarizar más que expulsar), una explicación de su fracaso relativo (los gitanos siguieron por los caminos) y una percepción diáfana del alcance de los dos hitos fundamentales: la Gran Redada (o Prisión General) de 1749 y la pragmática sanción de 1783.  

(3) Véase, como ejemplos, La gitanilla (M. Cervantes), Nuestra Señora de París (V. Hugo), “Gitanos en ruta” (Ch. Baudelaire), “Los zíngaros” (A. Pushkin), Viaje a España (T. Gautier), “Kismet” (R. M. Rilke), Romancero gitano (F. García Lorca) y “Josefina la cantaora o el pueblo de los ratones” (F. Kafka), en literatura. En cine, baste con recordar El vagabundo, de Ch. Chaplin; y El extranjero loco y Liberté, de T. Gatlif.

(4) Nómadas en la India, hace cinco mil años, los gitanos se diseminaron en oleadas, por tribus, tal vez debido a las invasiones arias y, más tarde, musulmanas. Según J. P. Clébert, “abandonando las riberas del Indo, penetraron primero en Afganistán y en Persia”. Unos grupos avanzaron hacia el Norte, hasta Rusia; otros clanes progresaron hacia el Sur, de manera escalonada y en cuña (hacia el Mar Negro, hacia Siria, hacia Turquía; y la rama más meridional, habiendo recorrido Palestina y Egipto, costeó el Mediterráneo). En el albor del siglo XV, la otredad y la insumisión gitanas penetraron en Europa, desde el Sur (por el norte de África) y desde el Este (por Rusia). Los romaníes atravesarán el continente en todas direcciones, alcanzando las Islas Británicas, el círculo polar, los países bálticos… Saltarán pronto a América del Sur, progresarán hacia China, etc., animados por un espíritu inquieto y viajero sin parangón en la historia.

(5) Percibidos como extranjeros en muchos países, los gitanos solo en parte pueden reconocerse en la caracterización genérica del “extraño” que nos propone Z. Bauman (“Los extranjeros”, en Pensando sociológicamente, 2008), afectada de cierto esencialismo y de una decepcionante tendencia a generalizar abusivamente, a universalizar las conclusiones —achaque del inveterado etnocentrismo europeo. Sí se erigieron en objeto de la “proteofobia”, popular y administrativa, en términos de este autor, pero singularizándose por su resistencia centenaria a la asimilación y por su desinterés hacia la ley positiva de los Estados que atravesaban o en los que se instalaban temporalmente.

(6) Véase “Espíritus de Estado”, de P. Bourdieu (1993). Este escrito se inicia con un parágrafo contundente de Th. Bernhard, extraído de Maîtres anciens:

“La escuela es la escuela del Estado, donde se hace de los jóvenes criaturas del Estado, es decir, ni más ni menos que agentes del Estado. Cuando entraba en la escuela, entraba en el Estado, y como el Estado destruye a los seres, entraba en el establecimiento de destrucción de seres. […] El Estado me ha hecho entrar en él por la fuerza, como por otra parte a todos los demás, y me ha vuelto dócil a él, el Estado, y ha hecho de mí un hombre estatizado, un hombre reglamentado y registrado y dirigido y diplomado, y pervertido y deprimido, como todos los demás. Cuando vemos a los hombres, no vemos más que hombres estatizados, siervos del Estado, quienes, durante toda su vida sirven al Estado y, por lo tanto, durante toda su vida sirven a la contra-natura” (p. 1).

(7) Véase La Edad de la Técnica, de J. Ellul(2003), libro concebido en la primera mitad del siglo XX. De formación religiosa, cristiano practicante, el autor, en un ensayo tan endeble como fecundo, presenta un cuadro inconfundiblemente onto-teo-teleológico del fenómeno técnico: la Técnica, al modo de un Ser, casi de un Alma (“aquello que se mueve por sí mismo”, en el sentido de Platón: el automatismo, el autocrecimiento, la autonomía, la indivisibilidad y la universalidad serían sus rasgos), o, mejor, a la manera de una Divinidad Negativa, de un Diablo, tienta y seduce al Hombre que, dejándose cautivar por la búsqueda de la eficacia, por la razón instrumental, inicia la triste historia de su Caída —pérdida progresiva e irreversible de su espontaneidad, su naturalidad, su vida instintiva, su comunalidad, su eticidad, etcétera, originarias.

He ahí, por un lado, el Paraíso Perdido de los hombres pre-racionales; y, por otro, el Valle de Lágrimas de una civilización industrial deshumanizadora. Desde el inicio, nos atraparía el Pecado de anhelar privilegiada y casi exclusivamente la eficiencia (infamia que arrojará al Hombre de su Edén ante-histórico, como en un trasunto del desliz de Eva, mordiendo la manzana ante la serpiente maligna); y, a lo largo del proceso, consumando la Perdición, operaría una fuerza demoníaca, el fenómeno técnico, que se apodera sin remisión de todos los campos de la sociedad, de cada aspecto de la vida, del Hombre en su completud, del presente real y del futuro concebible.

Como en el caso de su amigo, el también teólogo I. Illich, ya no hay Mesías, ni Dios que ayude, ni tampoco Salvación.

(8) En palabras de J. Ellul: “El tercer sector [de la tecnología moderna, al lado de la técnica de la organización y de la técnica económica] es la técnica del hombre, cuyas formas son muy diversas, desde la medicina y la genética hasta la propaganda, pasando por las técnicas pedagógicas, la orientación profesional, la publicidad, etc. En ellas, el objeto de la técnica es el hombre mismo” (p. 27). A la descripción de estas “antropotécnicas” dedica el capítulo V, deteniéndose particularmente en el análisis de las escuelas reformadas, los sindicatos y demás organismos laborales, los medios de comunicación de masas y la industria del ocio (p. 321-421).

(9) En efecto, los planteamientos de J. Ellul hallaron eco, o al menos coincidencias, en tradiciones críticas de la segunda mitad del siglo XX que muy raramente lo señalan ya como fuente, ya como acompañante. He aquí algunas de ellas, de considerable relevancia en el panorama filosófico:

1) La crítica de la razón instrumental, o de la racionalidad estratégica, desde M. Heidegger (por un lado) y T. W. Adorno y M. Horkheimer (por otro) hasta G. Deleuzeo J. Habermas.

2) El anti-desarrollismo teórico y la crítica del productivismo occidental, a los que tanto contribuyera J. Baudrillard.

3) La reprobación del marxismo en cuanto elemento de la aceptación del orden capitalista (M. Maffesoli, J. C. Girardin, E. Subirats, etc.).

4) La crítica de la Escuela Reformada y de las llamadas “pedagogías progresivas”, con I. Illichy E. Reimer en primer plano.

5) La denuncia del papel integrador de los sindicatos, tradición que abarca desde K. Korch y sus seguidores en Alemania hasta F. Ventura Calderón en España.

6) La literatura contemporánea en torno a la biopolítica, con M. Foucault, M. Lazzarato y G. Agamben, entre otros, como referencia.

(10) Confiesa el hijo pródigo: “Comprendía demasiado bien que la Casa no era todo el universo. Yo mismo no soy enteramente aquel que querrían ver ustedes. Imaginaba, a pesar mío, otras culturas, otras tierras, y carreteras por recorrer, carreteras sin trazar; imaginaba en mí un nuevo ser pronto a lanzarse. Me evadía” (p. 139). “[Pero] he perdido la libertad que buscaba; cautivo, he debido servir” (p. 152). Y, ante la revelación de la derrota, el hermano menor retoma el reto, recupera la ilusión de un lugar-otro para la libertad y el dominio de sí mismo: “Sin embargo, existen otros reinos todavía; y tierras sin rey, por descubrir (…). Me parece ya dominar allí” (Gide, 1962, p. 153).

(11) Repárese en este fragmento de Canción de amor y muerte…:

Luego pregunta el francés:

— “¿Tenéis también una novia, en vuestra tierra, señor hidalgo?”.

— “¿Y Vos?”, replica el de Langenau.

— “Es rubia como vos”.

  Y calla nuevamente, hasta que el alemán exclama:  

— “¿Pero por qué diablos os sentáis entonces en la montura y cabalgáis al encuentro de la jauría turca a través de esta comarca envenenada?”.

   El marqués sonríe:

— “Para regresar” (1986. Cita extraída de la versión digital, p. 9).

(12) “Cuando regrese, lo haré con las ropas de otro, con otro nombre. Nadie me esperará. Si me dijeras que no soy yo, te daría pruebas y me creerías. Te hablaría del limonero de tu jardín, de la ventana por donde entra la luz de la luna, y de las señales del cuerpo, señales de amor. Y cuando subamos temblorosos a la habitación, entre abrazos, entre susurros de amor, te contaré mi viaje, toda la noche y las noches venideras” (2 h, 46 min, 41 s.)

(13) Obsérvese esta circunstancia en el muy emotivo diálogo del hijo pródigo con el Padre:

“— Teníate en mi casa. La había construido para ti (…). Tú, el heredero, ¿por qué huiste de la Casa?

— Porque la Casa me ahogaba. La Casa, Padre mío, no eres tú (…). Otros han construido la Casa; en tu nombre, lo sé, pero no tú” (…).

— Él [el hermano mayor] me conmina a decirte: “Fuera de la Casa, no existe salvación para ti”. Escucha, sin embargo: Yo te he formado; sé lo que hay en ti. Sé lo que te empujaba por los caminos; te esperaba al final de ellos. Si me hubieras llamado, me habrías encontrado.

— ¡Padre mío! ¿Habría podido encontraros, pues, sin regresar? …” (1962, p. 136-8).

(14) En Los cíngaros, Aleko es presentado como un “exiliado voluntario” de la clase alta rusa, desertor del hogar, de la patria, de la ciudad y del acomodo —“vergüenza brillante”, “ambiente muerto”, “monótono canto de esclavos”, en sus palabras. Para erigirse en “habitante libre del mundo”, se enrola con los gitanos, fascinado por la existencia “vívida”, “palpitante”, “salvaje”, “fuera de tono” —en estos términos se expresa el aristócrata— del grupo nómada. Ensaya, como G. Borrow, acaso como el propio Pushkin, la agregación, la trans-etnicidad; pero fracasa estrepitosamente, al no poder aceptar en absoluto la liberalidad afectiva y sexual de la mujer romaní. En ese punto, no logra reducir la posesividad patriarcal del varón eslavo, revelándose reo irredimible de su propia cultura. Mata por celos y es expulsado de la comunidad nómada.

(15) Un mundo oral (no lee, observa y es observado; anhela descubrir una “mirada” inocente, ingenua, no ilustrada, y la sorprende antes en la familia del archivero que en las grabaciones antiguas de su director mitificado); una experiencia nómada (viaje que lo des-hace y lo re-hace); sentimientos espontáneos que brotan inesperados contra la razón, como briznas de hierba entre adoquines (generosidad ante la mujer anciana en la frontera, afecto por la pobre loca de la laguna,…); el ingreso en una pequeña comunidad real (el anciano, el niño, la hija del cinéfilo…); gentes sin empleo que se rigen por normas consuetudinarias de convivencia, sin más aparato educativo y administrativo que la estrategia de supervivencia y la palabra de los otros…

Y allí, en medio del peligro, vislumbra el lecho de felicidad en que su alma, sintiéndose libre, podría al fin descansar: felicidad y libertad de índole quínica, tal el korkoro de los gitanos rebeldes…

No era otra cosa, ciertamente, lo que el Aleko soñado por A. Pushkin buscaba en la tribu cíngara y lo que en efecto encontró —pero no supo conservar…

(16) En palabras de W. Ong, que toma la expresión de un estudio de M. Jousse —fundador de la “antropología del gesto”—, publicado en 1925, a propósito de las antiguas culturas orales hebrea y aranea:

“[Cabe hablar de] culturas verbomotoras, es decir, culturas en las cuales, por contraste con las de alta tecnología, las vías de acción y las actitudes hacia distintos asuntos dependen mucho más del uso efectivo de las palabras y por lo tanto de la interacción humana; y mucho menos del estímulo no verbal (por lo regular, de tipo predominantemente visual), del mundo «objetivo» de las cosas (…). Dan la impresión al hombre tecnológico de conceder demasiada importancia al habla misma, de sobrevalorar la retórica e indudablemente de practicarla en exceso” (p. 36, versión digital).

(17) Para América Latina, véase especialmente La sociedad contra el Estado (P. Clastres, 1978), La paz blanca (R. Jaulin, 1973), Pueblos originarios en América (A. Cruz, 2010),El derecho consuetudinario indígena en Oaxaca (C. Cordero, 2001) y El mito de la Razón (G. Lapierre, 2003). Para el continente africano, proponemos La muerte en los Sara (también de R. Jaulin, 1985) y África Rebelde (S. Mbah y E. Igariwey, 2000). En relación con el mundo rural-marginal, remitimos a Comunidades sin Estado en la Montaña Vasca (S. Santos e I. Madina, 2012) y a Desesperar (P. García Olivo, 2003). Para los pueblos nómadas, por último, repárese en “El nomadismo en los Estudios saharianos de Julio Caro Baroja”, de C. Junquera Rubio (2007); y en el propio libro de J. Caro Baroja (2008).

(18) En sus palabras: “Hasta el presente, toda la historia humana no ha sido más que una inmolación perpetua y sangrienta de millones de pobres seres humanos en aras de una abstracción despiadada cualquiera: dios, patria, poder de Estado, honor nacional, derechos históricos, derechos jurídicos, libertad política, bien público” (2008, p. 55). En nuestro tiempo, podríamos añadir “Democracia”, “Estado de Derecho”, “Imperio de la Ley”, “Derechos Humanos”, …

(19) En adelante, estas culturas ya no podrán desestimarse como “pre-lógicas” o “mágicas” (así las definía L. Lévy-Bruhl) o vindicarse, de un modo simplista, en tanto manifestaciones de unos mismos procesos universales de pensamiento, amoldados en este caso a marcos de categorías distintas (tesis de F. Boas, entre otros).

(20) Para nuestro caso, adviértase la belleza de estos cantes, celebrados por Demófilo y F. García Lorca, entre otros:

“Acaba, penita, acaba,

dame muerte de una ves;

que con er morí se acaba,

¡soleá, triste de mí!,

la pena y er padeser”.

[Recogido por Demófilo, citado por Báez y Moreno, p. 23]

“Échame, niña bonita,

lágrimas en mi pañuelo,

que las llevaré corriendo

que las engarce un platero”.

“Si mi corazón tuviera

vidrieritas de cristar,

te asomaras y lo vieras

gotas de sangre llorá”.

[Referidos, ambos, por F. García Lorca, 1998, p. 45 y 46, respectivamente] 

(21) Repárese en estas aseveraciones de W. Ong: “Solo se requiere un cierto grado de conocimiento de la escritura para obrar una asombrosa transformación en los procesos de pensamiento” (p. 20). “Las personas que han interiorizado la escritura no solo escriben, sino que hablan bajo la influencia de ella” (p. 26). “Lord descubrió que aprender a leer y escribir incapacita al poeta oral: introduce en su mente el concepto de un texto que gobierna la narración y por tanto interfiere en los procesos orales de composición” (p. 28, siempre de la versión digital).

(22) Desde 1761, María Teresa, reina de Hungría y de Bohemia, inicia una política de sedentarización y de alfabetización-escolarización de los gitanos. “Empezó por bautizarlos con el nombre de «neo-húngaros» o «neo-colonos», considerando el calificativo de «gitano» insultante. Les prohíbe dormir bajo sus tiendas, ejercer ciertos oficios que les eran familiares, como el de traficantes en caballerías, elegir sus propios jefes, utilizar su idioma y casarse si no podían mantener una familia. Los hombres fueron obligados a cumplir el servicio militar, y los niños a frecuentar las escuelas (…). Una inteligente viajera que recorrió la Europa central del siglo XIX nos ha dejado, en su Viaje a Hungría, imágenes lastimosas respecto a la aplicación de esta política:

«Fue un día espantoso para esta raza y que ellos aún recuerdan con horror. Carretas escoltadas por piquetes de soldados aparecieron por todos los puntos de Hungría en los que había gitanos; les arrebataron a los hijos, desde los que acababan de ser destetados hasta las jóvenes parejas recién casadas, ataviadas todavía con trajes de boda. La desesperación de esta desgraciada población apenas sí puede ser descrita: los padres se arrastraban por el suelo delante de los soldados, y se agarraban a los coches que se llevaban a sus hijos. Rechazados a bastonazos y a culatazos, no pudieron seguir a los carros (…). Algunos se suicidaron inmediatamente»” (Clébert, p. 80).  

(23) En opinión de J. P. Clébert, de quien hemos tomado la lista de las ocupaciones seculares de los gitanos, “estos, como puede comprobarse, han escogido los oficios que mejor responden a las condiciones de una forma particular de nomadismo (…). Se necesitaba gente capaz de forjar armas, herrar los caballos, ocuparse de los animales y cuidarlos, reparar las carretas, distraer a los soldados; necesitaban herreros, forjadores, curanderos, músicos, bailarines, …” (p. 99).

(24) Como M. Cervantes, T. Gautier (Viaje a España, 1840, capítulo 11), al presentar de ese modo el asunto del latrocinio romaní, incurre en una falsificación: por un lado, generaliza abusivamente; por otro, silencia que el gitano jamás roba al interior del clan, en el entorno de su gente, en su ámbito específico étnico y cultural; en tercer lugar, nada anota a propósito de las condiciones sociales y económicas que impulsan a la delincuencia, lo mismo al gitano que al payo; por último, omite recordar que la comunidad romaní ha padecido todo tipo de persecuciones en Europa, enfrentando de facto legislaciones etnocidas, por lo que el hurto gitano, operando en sentido contrario, sobreviene como una minucia —como una suerte de venganza pírrica, irrelevante.

(25) El “trabajo marginal”, en opinión de T. San Román, se distingue del “sumergido” y del “ilegal”. En él, “ni la actividad ni el trabajador existen, pues no están reconocidos en el sistema laboral ni se les puede considerar tampoco en calidad de ilegales”. La “carencia de estatuto cívico” sería su rasgo definidor fundamental (2005, p. 7).

(26) Para una aproximación al componente crítico-subversivo del cinismo antiguo (“quinismo”), que parece reeditarse en no pocos rasgos de los pueblos nómadas, aborígenes y rural-marginales, recomendamos las obras ya clásicas de M. Onfray(2002) y P. Sloterdijk(2006, primera edición en 1983).

(27) En el plano positivo, la laborofobia gitana se expresa en un sinfín de canciones festivas, alegres, que destilan una suerte de orgullo motivado, una especie de salutación del romaní por la libertad y regocijo con que se entrega a sus tareas y ocupaciones autónomas. Como botones de muestra, hemos elegido los siguientes cantes populares:

“Salga usted a mi puesto, hermosa;

no se esconda usted, salero;

que vengo de Zaragoza,

yo traigo nueces y peras (…)

y orejones de Ronda,

y agua de la nieve”.     

[Cante versionado por el Chocolate. Incluido en el CD Un siglo con duende. Recopilatorio del mejor flamenco del siglo, 2002]

“Dijo un día Faraón:

Gitanilla, tú has de ser

quien sin mimbres

 hagas canastos

y trasquiles los borricos

con tijeras de papel”.

[Copla recordada por J. Ramírez-Heredia, 1971, p. 138-9]

“Mañanita, mañanita,

mañanita de San Juan;

mientras mi caballo bebe,

a la orillita del mar,

mientras mi caballo bebe,

 yo me ponía a cantar,

y águilas que van pasando

se paraban a escuchar”.

[Cante de Esperanza Fernández, disponible en la compilación Un siglo con duende…, 2002]

“Debajito del puente

sonaba el agua;

eran las lavanderas:

las panaeras ¡cómo lavaban!”.

[Por la Niña de los Peines. Tango sumado al recopilatorio Antología. La mujer en el cante, 1996]

“Pasa un encajero.

Mare, que me voy con él;

que tiene mucho salero”.

[De un tango de la Niña de los Peines, rescatado para el proyecto Antología…, 1996]

(28) Recordemos su film Gato negro, gato blanco, de 1998.E. Kusturica, en nuestra opinión, no es un investigador de la gitaneidad, ni un cronista de la misma. Ni siquiera un “testigo”. La gitaneidad para él constituye un decorado, un recurso —artístico, aparte de económico. Sus personajes solo conservan del gitanismo la exterioridad (anatomías, vestimentas, músicas, …). Aparecen, en verdad, como payos disfrazados de gitanos —su mentalidad, sus valores, no se corresponden con los del pueblo Rom. En este film, vemos romaníes actuando unas veces al modo de los mafiosos sicilianos, otras como criminales rusos, siempre como pseudo-gitanos por tanto. Solo una faceta sustantiva de la gitaneidad se manifiesta en la fílmica de E. Kusturica, y aun así “estilizada”: la pasión romaní, esa emotividad exaltada, extremosa, tanto en la ocasión del placer como en la del dolor. Pero E. Kusturica lleva dicho exacerbamiento de la sensibilidad hasta el punto de la hipérbole gratuita (alboroto histriónico, humor atropellado). Podría pensarse, asimismo, que el cineasta refleja la irregularidad psicológica de los gitanos, con sus caracteres excéntricos y el descabalamiento de su subjetividad, mostrando una galería de tipos nada corrientes, ni estandarizados ni sistematizados. Pero, siendo verdad que sus personajes resultan muy a menudo insólitos, extravagantes, fugados de la cordura no menos que de la demencia, debe añadirse enseguida que esa índole estrafalaria, demasiado “fantaseada” en ocasiones, no concuerda siempre con la de los romaníes reales y deviene impostura. De todos modos, la inclinación gitana a la “economía marginal” y su denostación de la servidumbre del empleo, así como la gama de sus ocupaciones tradicionales (espectáculos, comercio, artesanía, …), salpican no pocas escenas de este film.

(29) Recomendamos la película Los tarantos, de F. Rovira Beleta (1963).De este logrado film, muy cuidado en la ambientación, nos interesa el modo en que refleja la particularidad del avecindamiento gitano, tanto en el barrio del Somorrostro como en La Barceloneta. Los romaníes procuran siempre reforzar la primacía de la calle, del campo o de la naturaleza, y de ahí que precaricen los habitáculos a conciencia, confiriéndoles a menudo un cierto aire de provisionalidad, casi de acampada (legado de la vida nómada); atienden a las prioridades de la comunidad —clan o familia—, por lo que adaptan las viviendas al grupo y a la necesidad de sus miembros de estar juntos y no a la inversa (subordinación de los hombres a unas estructuras edilicias dadas); organizan el espacio público en función de sus oficios tradicionales y su forma de entender la labor, de sus pautas gregarias y sus hábitos de reunión y diálogo, etc.

(30) Remitimos al film Liberté (T. Gatlif, 2010). Excelente docudrama sobre la gitaneidad, asombrosamente riguroso desde el punto de vista histórico-antropológico. Ilustra con elocuencia casi todos los ingredientes de la diferencia gitana y muestra el modo en que fue perseguida por el fascismo alemán, hasta el punto del genocidio, pero también lesionada por los propósitos “bienintencionados” del progresismo europeo (alfabetización, escolaridad, asentamiento…). Recoge el devenir de un clan gitano nómada finalmente aniquilado en Auschwitz.

Y repárese asimismoen El extranjero loco (1989).Incisiva película que refleja la situación de los gitanos sedentarios en Rumanía, en parte auto-segregados, viviendo en localidades separadas, “propias”, con población exclusivamente romaní, donde pueden preservar hasta cierto punto sus costumbres y determinados aspectos de su filosofía de vida; y en parte discriminados y hostigados por la Administración, la Justicia y la Policía. Testimonia el racismo administrativo y popular contra los gitanos, capaz de desencadenar verdaderas reediciones del Pogrom en pleno siglo XX.

(31) En 2012, Benedek Fliegauf entrenó el film Solo el viento.Basada en hechos reales (oleada de ataques a hogares gitanos, con incendios, palizas y asesinatos, en la Hungría de 2007-2008), esta película estremecedora refleja, más allá del racismo popular y policial, podríamos decir “general”, que degrada la sociedad húngara contemporánea, el triste destino de los romaníes sedentarios, sujetos a unas pautas de vida (domicilio, escuela, empleo…) que violentan su idiosincrasia. El mérito de este film estriba en expresar, desde el principio, el malestar y la infelicidad gitana en dicho contexto, los procesos de desestructuración que acusa la cultura romaní, el deterioro de los valores tradicionales y de la vida cotidiana comunitaria, y, por último, el miedo —agudo, constante y, por desgracia, fundado.

(32) He aquí el argumento de Los cíngaros:

Los gitanos acampan a la orilla de un río. Carpas, carros, caballos, un oso amaestrado, niños, algarabía, bello crepúsculo… Encienden fogatas para preparar la cena y cantan a la libertad del nómada.

Un anciano cuenta una historia: Mariula, su mujer, lo abandonó por otro gitano, dejándole una hija (Zemfira) que es a su vez madre y vive con un ruso “agregado” (Aleko).

Al escuchar la historia, Aleko se indigna: defiende que el viejo hubiera debido vengarse, por la infidelidad de su esposa. Pero su mujer, Zemfira, persuadida de que el amor es libre, disiente de Aleko y suscribe el comportamiento tanto de su madre (poder amar a varios hombres) como de su padre (respetar la decisión de Mariula, que se irá). De hecho, Zemfira, detestando el carácter posesivo de Aleko, ama también a un joven gitano, y no lo oculta.

Los gitanos danzan hasta que los vence el sueño. Zemfira besa en público, apasionadamente, a su joven amante cíngaro; se retira luego, para acunar a su hijo. Entra Aleko donde la madre y el niño, disgustado. Zemfira, afirmándose, canturrea una antigua canción acerca de un viejo marido que mata a su mujer por celos.

En la noche, Aleko medita sobre el final de su relación con Zemfira y el fracaso de su intento de vivir al margen de la civilización. Amanece solo, en el lecho conyugal; busca fuera a su pareja, y la sorprende haciendo el amor con el joven, en un cementerio. En un ataque de celos, los mata.

Los gitanos acuden, alarmados por el tumulto, con el padre de Zemfira al frente. No se vengan, no castigan al asesino; le piden, meramente, que abandone el clan, pues no quieren convivir con un homicida.

Aleko se va; y los cíngaros, repudiando los actos criminales del ruso, finalmente “desagregado”, reafirman sus valores de libertad.

(33)  Así se expresaba M. Tsvietáieva, en Mi Pushkin, aludiendo al poema:

  “Mi primer Pushkin: Los cíngaros (…). Encontré ahí una palabra totalmente nueva: el amor. Cuando hay ardor en el pecho, en la propia cavidad pectoral (¡cualquiera lo sabe!), y a nadie podrás contarlo, eso es amor. Siempre sentí el calor en el pecho, pero no sabía que eso era el amor. Yo creí que a todos les pasa, que siempre pasa así. Pero resulta que solo les pasaba a los gitanos. Aleko estaba enamorado de Zemfira… Mientras yo estoy enamorada de Los cíngaros: de Aleko y de Zemfira, y de aquella Mariula, y del otro gitano, y del oso y de la tumba, y de las extrañas palabras con las que todo esto ha sido contado”.

  En primer lugar, el amor auténtico (“que quema el pecho”) como exclusividad de los gitanos. En segundo, amor a los propios romaníes por ser capaces de querer con esa pasión y esa libertad. Finalmente, enamoramiento también de las palabras del poeta ruso, que versan de los gitanos asimismo impregnadas de amor. [Tsvietáieva se ahorcó a los 48 años]

—————————–

Páginas de “La Gitaneidad Borrada. Si alguien te pregunta por nuestra ausencia”. El texto íntegro se puede descargar libremente desde estos enlaces:

https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2014/02/la-gitaneidad-borrada-sin-ilustraciones.pdf

Pedro García Olivo

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana, 19 de julio de 2022

NADA TAN FALSARIO COMO LAS LLAMADAS «PEDAGOGÍAS LIBERTARIAS»

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¿»Docencias Anarquistas»?

Participación en el Congreso «Docencias Anarquistas» para denegar el concepto y la praxis de las denominadas Pedagogías Libertarias.

Para mí, lo libertario pasa por rechazar toda forma de Escuela y desatender el cinismo insuperable de los discursos pedagógicos.

Enlace para contemplar el conversatorio, que se transmitió en directo por YouTube:

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana

ASUNTOS DE «EL ESPÍRITU DE LA FUGA», NOVELA EVADIDA DE SÍ MISMA

Posted in Activismo desesperado, antipedagogía, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Desistematización, Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , , on abril 22, 2022 by Pedro García Olivo

EL ESPÍRITU DE LA FUGA

Una Sensualidad Poética, ajena a todas las normas, a todas las teorías y a todos los modelos. Afectividad «creativa» por insubordinada y no-racional.

Una constante voluntad de Huida, de Escapada, de Evasión. Para evitar las consagradas posiciones de complicidad manifiesta con el Opresor -en el puesto de trabajo, ante el mostrador de la tienda o a la puerta de la escuela.

Concepción de la vida como «ocasión para un experimento», que decía Jaspers y sugería Wilde, motivo para una Obra existencial, que cabe diseñar desde un punto de vista artístico, inventando el futuro y enfrentándonos a nuestros días como el escultor a la roca, el pintor al lienzo o el escritor a la página en blanco.

Comprensión del Suicido Antiguo, despedida dichosa de la vida, desde la cumbre y no desde la decadencia, con alegría, como un acontecimiento ansiado, en una apoteosis de la libertad personal.

Denegación absoluta e incondicionada del empleo, del salario, de la servidumbre laboral. En una rehabilitación intempestiva del talante de Diógenes el Perro.

Suscripción de la locura, pero no de la «locura ordinaria», que caracteriza a los ciudadanos declarados «sanos» por la estulticia médica, como denunció Bukowski y llevó al cine Ferreri. Aprobación de la «locura excepcional», incomprendida por la Ciencia, forma de subjetividad atentatoria e irreductible, como la que asistió a Van Gogh y Artaud.

Postulación insostenible de la escritura como «motor de la existencia», si bien siempre al margen del Mercado y del Estado.

Comprensión de la «soledad secreta», que se da en medio de la gente y al rebuzo de la sociabilidad estipulada.

Revuelta contra las escuelas y, sobre todo, contra los profesores, esas «sanguijuelas mercenarias» (en esta expresión se dan la mano el Conde de Lautrémont y George Steiner).

Interrogación sobre el vínculo acaso inapresable entre tres ideas hermanadas y probablemente fratricidas: «Desesperación», «Lucha» y «Libertad».

Sobre estos y otros asuntos se derrama «El Espíritu de la Fuga», obra liberada en mi blog, para descarga instantánea y gratuita, y disponible también en las principales plataformas de distribución física.

No obstante, es una novela; una composición narrativa.

Para lectura o descarga:

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana

¿Eres la noche?

Para perdidos y reinventados

¿Eres la noche?

Para perdidos y reinventados