INFAMIA DE LA DOCENCIA

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INFAMIA DE LA DOCENCIA. PRESENTACIÓN DE LA ANTIPEDAGOGÍA

“Oximora”, revista científica internacional de ética y política, de la Universidad de Barcelona, ha publicado este artículo, en el que condenso casi toda una vida de investigación y de experiencia en torno a la educación.

Facilito aquí la descarga del ensayo breve (26 páginas) y sus primeros desarrollos.

Resumen:

Para superar el reduccionismo didáctico y pedagógico desde el que se aborda a menudo la cuestión escolar, es preciso situar la educación en su marco histórico-sociológico, cultural, epistemológico y filosófico general. Cabe entonces denunciar la doble función destructiva de la Escuela: hacia el interior de nuestra civilización deviene instancia implacable de domesticación social y control psíquico; hacia el exterior se ha manifestado como el mayor poder etnocida de Occidente.

https://revistes.ub.edu/index.php/oximora/article/view/45171

Para descargar “Infamia de la docencia” en PDF:

https://revistes.ub.edu/…/oximora/article/view/45171/41130

INFAMIA DE LA DOCENCIA

I) LA ESCUELA. PRESENTACIÓN DE LA ANTIPEDAGOGÍA

“¡Qué terrible aventura es sentarse junto a un hombre

que se ha pasado toda su vida queriendo educar a los demás!

¡Qué espantosa es esa ignorancia! (…)

¡Qué limitado parece el espíritu de semejante ser!

¡Cómo nos cansa y cómo debe cansarse a sí mismo

con sus interminables repeticiones y sus insípidas reiteraciones!

¡Cómo carece de todo elemento de progreso intelectual!

¡En qué círculo vicioso se mueve sin cesar!

Pero el tipo del cual el maestro de escuela

deviene como un mero representante (y de ínfima importancia),

paréceme que domina realmente nuestras vidas;

y así como el filántropo es el azote de la esfera ética,

el azote de la esfera intelectual es el hombre ocupado siempre en la educación de los demás”

Oscar Wilde, “El crítico artista”

1) GENEALOGÍA DE LA ESCUELA

La Escuela (general, obligatoria) surge en Europa, en el siglo XIX, para resolver un problema de gestión del espacio social. Responde a una suerte de complot político-empresarial, tendente a una reforma moral de la juventud —forja del “buen obrero” y del “ciudadano ejemplar”.

En Trabajos elementales sobre la Escuela Primaria, A. Querrien, aplicando la perspectiva genealógica sugerida por M. Foucault, desvela el nacimiento de la Escuela (moderna, regulada, estatal) en el Occidente decimonónico. En el contexto de una sociedad industrial capitalista enfrentada a dificultades de orden público y de inadecuación del material humano para las exigencias de la fábrica y de la democracia liberal, va tomando cuerpo el plan de un enclaustramiento masivo de la infancia y de la juventud, alimentado por el cruce de correspondencia entre patronos, políticos y filósofos, entre empresarios, gobernantes e intelectuales. Se requería una transformación de las costumbres y de los caracteres; y se eligió el modelo de un encierro sistemático —adoctrinador y moralizador— en espacios que imitaron la estructura y la lógica de las cárceles, de los cuarteles y de las factorías (A. Querrien, 1979).

Se constituye entonces el “trípode” de la educación administrada occidental, cuyos soportes serán el Aula, el Profesor y la Pedagogía; y sobre el cual descansa una suerte de ametralladora simbólica, a la que incumbirá acabar con la imaginación, con la fantasía, con la creatividad, con la crítica profunda, con el pensamiento libre…

A) El Aula

Supone una ruptura absoluta, un hiato insondable, en la historia de los procedimientos de transmisión cultural: en pocas décadas, se generaliza la reclusión “educativa” de toda una franja de edad (niños, jóvenes). A este respecto, I. Illich ha hablado de la invención de la niñez:

“Olvidamos que nuestro actual concepto de «niñez» solo se desarrolló recientemente en Europa occidental (…). La niñez pertenece a la burguesía. El hijo del obrero, el del campesino y el del noble vestían todos como lo hacían sus padres, jugaban como estos, y eran ahorcados igual que ellos (…). Solo con el advenimiento de la sociedad industrial la producción en masa de la «niñez» comenzó a ser factible (…). Si no existiese una institución de aprendizaje obligatorio y para una edad determinada, la «niñez» dejaría de fabricarse (…). Solo a «niños» se les puede enseñar en la escuela. Solo segregando a los seres humanos en la categoría de la niñez podremos someterlos alguna vez a la autoridad de un maestro de escuela” (1985, p. 17-8).

Desde entonces, el estudiante se define como un “prisionero a tiempo parcial”. Forzada a clausura intermitente, la subjetividad de los jóvenes empieza a reproducir los rasgos de todos los seres aherrojados, sujetos a custodia institucional. Son sorprendentes las analogías que cabe establecer entre los comportamientos de nuestros menores en las escuelas y las actitudes de los compañeros presos de F. Dostoievski, descritas en su obra El sepulcro de los vivos (1974). Entre los factores que explican tal paralelismo, el escritor ruso señala una circunstancia que a menudo pasa desapercibida a los críticos de las estructuras de confinamiento: “la privación de soledad”.

Pero para educar no es preciso encerrar: la educación “sucede”, “ocurre”, “acontece”, en todos los momentos y en todos los espacios de la sociabilidad humana. Ni siquiera es susceptible de deconstrucción. Así como podemos deconstruir el Derecho, pero no la justicia, cabe someter a deconstrucción la Escuela, aunque no la educación. “Solo se deconstruye lo que está dado institucionalmente”, nos decía J. Derrida en “Una filosofía deconstructiva” (1997, p. 7).

En realidad, se encierra para:

1) Asegurar a la Escuela una ventaja decisiva frente a las restantes instancias de socialización, menos controlables. Como ha comprobado A. Querrien, precisamente para fiscalizar (y neutralizar) los inquietantes procesos populares de auto-educación —en las familias, en las tabernas, en las plazas,…—, los patronos y los gobernantes de los albores del Capitalismo tramaron el Gran Plan de un internamiento formativo de la juventud (1979, cap. 1).

2) Proporcionar, a la intervención pedagógica sobre la conciencia, la duración y la intensidad requeridas a fin de solidificar habitus y conformar las “estructuras de la personalidad” necesarias para la reproducción del sistema económico y político (P. Bourdieu y J. C. Passeron, 1977).

3) Sancionar la primacía absoluta del Estado, que rapta todos los días a los menores y obliga a los padres, bajo amenaza de sanción administrativa, a cooperar en tal secuestro, como nos recuerda J. Donzelot en La policía de las familias (1979). El autor se refiere en dicho estudio, no a la familia como un poder policial, sino, contrariamente, al modo en que se vigila y se modela la institución del hogar. Entre los dispositivos encargados de ese “gobierno de la familia”, de ese control de la intimidad doméstica, se halla la Escuela, con sus apósitos socio-psico-terapéuticos (psicólogos escolares, servicios sociales, mediadores comunitarios, etc.).

B) El Profesor

Se trata, en efecto, de un educador; pero de un educador entre otros (educadores “naturales”, como los padres; educadores elegidos para asuntos concretos, o “maestros”; educadores fortuitos, tal esas personas que se cruzan inesperadamente en nuestras vidas y, por un lance del destino, nos marcan en profundidad; actores de la “educación comunitaria”; todos y cada uno de nosotros, en tanto auto-educadores; etcétera). Lo que define al Profesor, recortándolo de ese abigarrado cuadro, es su índole “mercenaria”.

Mercenario en lo económico, pues aparece como el único educador que proclama consagrarse a la más noble de las tareas y, acto seguido, pasa factura, cobra. “Si el Maestro es esencialmente un portador y comunicador de verdades que mejoran la vida, un ser inspirado por una visión y una vocación que no son en modo alguno corrientes, ¿cómo es posible que presente una factura”? (Steiner, 2011, p. 10-1). Mercenario en lo político, porque se halla forzosamente inserto en la cadena de la autoridad; opera, siempre y en todo lugar, como un eslabón en el engranaje de la servidumbre. Su lema sería: “Mandar para obedecer, obedecer para mandar” (J. Cortázar, 1993).

Desde la antipedagogía se execra particularmente su auto-asignada función demiúrgica (“demiurgo”: hacedor de hombres, principio activo del mundo, divinidad forjadora), solidaria de una “ética de la doma y de la cría” (F. Nietzsche). Asistido de un verdadero poder pastoral (M. Foucault), ejerciendo a la vez de Custodio, Predicador y Terapeuta (I. Illich), el Profesor despliega una operación pedagógica sobre la conciencia de los jóvenes, labor de escrutinio y de corrección del carácter tendente a un cierto “diseño industrial de la personalidad”. Tal una aristocracia del saber, tal una élite moral domesticadora, los profesores se aplicarían al muy turbio Proyecto Eugenésico Occidental, siempre en pos de un Hombre Nuevo —programa trazado de alguna manera por Platón en El Político, aderezado por el cristianismo y reelaborado metódicamente por la Ilustración. Bajo esa determinación histórico-filosófica, el Profesor trata al joven como a un bonsái: le corta las raíces, le poda las ramas y le hace crecer siguiendo un canon de mutilación. “Por su propio bien”, alega la ideología profesional de los docentes… (A. Miller).

C) La Pedagogía

Disciplina que suministra al docente la dosis de autoengaño, o “mentira vital” (F. Nietzsche), imprescindible para atenuar su mala conciencia de agresor. Narcotizado por un saber justificativo, podrá violentar todos los días a los niños, arbitrario en su poder, sufriendo menos… Los oficios viles esconden la infamia de su origen y de su función con una “ideología laboral” que sirve de disfraz y de anestésico a los profesionales: “Estos disfraces no son supuestos. Crecen en las gentes a medida que viven, así como crece la piel, y sobre la piel el vello. Hay máscaras para los comerciantes así como para los profesores” (Nietzsche, 1984, p. 133).

Como “artificio para domar” (Ferrer Guardia, 1976, p. 180), la pedagogía se encarga también de readaptar el dispositivo escolar a las sucesivas necesidades de la máquina económica y política, en las distintas fases de su conformación histórica. Podrá así perseverar en su objetivo explícito (“una reforma planetaria de las mentalidades”, en palabras de E. Morin, suscritas y difundidas sin escatimar medios por la UNESCO), modelando la subjetividad de la población según las exigencias temporales del aparato productivo y de la organización estatal.

A grandes rasgos, ha generado tres modalidades de intervención sobre la psicología de los jóvenes: la pedagogía negra, inmediatamente autoritaria, al gusto de los despotismos arcaicos, que instrumentaliza el castigo y se desenvuelve bajo el miedo de los escolares, hoy casi enterrada; la pedagogía gris, preferida del progresismo liberal, en la que el profesorado demócrata, jugando la carta de la simpatía y del alumnismo, persuade al estudiante-amigo de la necesidad de aceptar una subalternidad pasajera, una subordinación transitoria, para el logro de sus propios objetivos sociolaborales; y la pedagogía blanca, en la vanguardia del Reformismo Pedagógico contemporáneo, invisibilizadora de la coerción docente, que confiere el mayor protagonismo a los estudiantes, incluso cuotas engañosas de poder, simulando espacios educativos “libres”.

En El enigma de la docilidad, valoramos desabridamente el ascenso irreversible de las pedagogías blancas (2005, p. 21):

“Por el juego de todos estos deslizamientos puntuales, algo sustancial se está alterando en la Escuela bajo la Democracia: aquel dualismo nítido profesor-alumno tiende a difuminarse, adquiriendo progresivamente el aspecto de una asociación o de un enmarañamiento.

Se produce, fundamentalmente, una «delegación» en el alumno de determinadas incumbencias tradicionales del profesor; un trasvase de funciones que convierte al estudiante en sujeto/objeto de la práctica pedagógica… Habiendo intervenido, de un modo u otro, en la rectificación del temario, ahora habrá de padecerlo.

Erigiéndose en el protagonista de las clases re-activadas, en adelante se co-responsabilizará del fracaso inevitable de las mismas y del aburrimiento que volverá por sus fueros conforme el factor rutina erosione la capa de novedad de las dinámicas participativas. Involucrándose en los procesos evaluadores, no sabrá ya contra quién revolverse cuando sufra las consecuencias de la calificación discriminatoria y jerarquizadora. Aparentemente al mando de la nave escolar, ¿a quién echará las culpas de su naufragio? Y, si no naufraga, ¿de quién esperará un motín cuando descubra que lleva a un mal puerto?

En pocas palabras: por la vía del Reformismo Pedagógico, la Democracia confiará al estudiante las tareas cardinales de su propia coerción. De aquí se sigue una invisibilización del educador como agente de la agresión escolar y un ocultamiento de los procedimientos de dominio que definen la lógica interna de la Institución.

Cada día un poco más, la Escuela de la Democracia es, como diría Cortázar, una «Escuela de noche». La parte visible de su funcionamiento coactivo aminora y aminora. Sostenía Arnheim que, en pintura como en música, «la buena obra no se nota» –apenas hiere nuestros sentidos. Me temo que este es también el caso de la buena represión: no se ve, no se nota. Hay algo que está muriendo de paz en nuestras escuelas; algo que sabía de la resistencia, de la crítica. El estudiante ejemplar de nuestro tiempo es una figura del horror: se le ha implantado el corazón de un profesor y se da a sí mismo escuela todos los días. Horror dentro del horror, el de un autoritarismo intensificado que a duras penas sabremos percibir. Horror de un cotidiano trabajo de poda sobre la conciencia. «¡Dios mío, qué están haciendo con las cabezas de nuestros hijos!», pudo todavía exclamar una madre alemana en las vísperas de Auschwitz.

Yo llevo todas las mañanas a mi crío al colegio para que su cerebro sea maltratado y confundido por un hatajo de educadores, y ya casi no exclamo nada. ¿Qué puede el discurso contra la Escuela? ¿Qué pueden estas páginas contra la Democracia? ¿Y para qué escribir tanto, si todo lo que he querido decir a propósito de la Escuela de la Democracia cabe en un verso, en un solo verso, de Rimbaud:

«Tiene una mano que es invisible, y que mata»”.

Frente a la tradición del Reformismo Pedagógico (movimiento de las Escuelas Nuevas, vinculado a las ideas de J. Dewey en EEUU, M. Montessori en Italia, J. H. Pestalozzi en Suiza, O. Decroly en Bélgica, A. Ferrière en Francia, etc.; irrupción de las Escuelas Activas, asociadas a las propuestas de C. Freinet, J. Piaget, P. Freire,…; tentativa de las Escuelas Modernas, con F. Ferrer Guardia al frente; eclosión de las Escuelas Libres y otros proyectos antiautoritarios, como Summerhill en Reino Unido, Paideia en España, la “pedagogía institucional” de M. Lobrot, F. Oury y A. Vásquez en América Latina o los centros educativos inspirados en la psicoterapia de C. R. Rogers en Norteamérica; y la articulación de la Escuela Socialista, desde A. Makarenko hasta B. Suchodolski, bajo el comunismo), no existe, en rigor, una tradición contrapuesta, de índole antipedagógica.

La antipedagogía no aparece como una corriente homogénea, discernible, con autores que remiten unos a otros, que parten unos de otros. Deviene, más bien, como “intertexto”, en un sentido próximo al que este término conoce en los trabajos de J. Kristeva: conjunto heterogéneo de discursos, que avanzan en direcciones diversas y derivan de premisas también variadas, respondiendo a intereses intelectuales de muy distinto rango (literarios, filosóficos, cinematográficos, técnicos,…), pero que comparten un mismo “modo torvo” de contemplar la Escuela, una antipatía radical ante el engendro del praesidium formativo, sus agentes profesionales y sus sustentadores teóricos. Ubicamos aquí miríadas de autores que nos han dejado sus impresiones negativas, sus críticas, a veces sus denuncias, sin sentir necesariamente por ello la obligación de dedicar, al aparato escolar o al asunto de la educación, un corpus teórico riguroso o una gran obra. Al lado de unos pocos estudios estructurados, de algunas vastas realizaciones artísticas, encontramos, así, un sinfín de artículos, poemas, cuentos, escenas, imágenes, parágrafos o incluso simples frases, apuntando siempre, por vías disímiles, a la denegación de la Escuela, del Profesor y de la Pedagogía.

En este intertexto antipedagógico cabe situar, de una parte, poetas románticos y no románticos, escritores más o menos “malditos” y, por lo común, creadores poco “sistematizados”, como el Conde de Lautréamont (que llamó a la Escuela “Mansión del Embrutecimiento”), F. Hölderlin (“Ojalá no hubiera pisado nunca ese centro”), O. Wilde (“El azote de la esfera intelectual es el hombre empeñado en educar siempre a los demás”), Ch. Baudelaire (“Es sin duda el Diablo quien inspira la pluma y el verbo de los pedagogos”), A. Artaud (“Ese magma purulento de los educadores”), J. Cortázar (La escuela de noche), J. M. Arguedas (Los escoleros), Th. Bernhard (Maestros antiguos), J. Vigo (Cero en conducta), etc., etc., etc. De otra parte, podemos enmarcar ahí a unos cuantos teóricos, filósofos y pensadores ocasionales de la educación, como M. Bakunin, F. Nietzsche, P. Blonskij (desarrollando la perspectiva de K. Marx), F. Ferrer Guardia en su vertiente “negativa”, I. Illich y E. Reimer, M. Foucault, A. Miller, P. Sloterdijk, J. T. Gatto, J. Larrosa con intermitencias, J. C. Carrión Castro,…

En nuestros días, la antipedagogía más concreta, perfectamente identificable, se expresa en los padres que retiran a sus hijos del sistema de enseñanza oficial, pública o privada; en las experiencias educativas comunitarias que asumen la desescolarización como meta (Olea en Castellón, Bizi Toki en Iparralde,…); en las organizaciones defensivas y propaladoras antiescolares (Asociación para la Libre Educación, por ejemplo) y en el activismo cultural que manifiesta su disidencia teórico-práctica en redes sociales y mediante blogs (Caso Omiso, Crecer en Libertad,…).

2) MODALIDADES EDUCATIVAS REFRACTARIAS A LA OPCIÓN SOCIALIZADORA OCCIDENTAL

La Escuela es solo una “opción cultural” (P. Liégeois), el hábito educativo reciente de apenas un puñado de hombres sobre la tierra. Se mundializará, no obstante, pues acompaña al Capitalismo en su proceso etnocida de globalización…

En un doloroso mientras tanto, otras modalidades educativas, que excluyen el mencionado trípode escolar, pugnan hoy por subsistir, padeciendo el acoso altericida de los aparatos culturales estatales y para-estatales: educación tradicional de los entornos rural-marginales (objeto de nuestro ensayo libre Desesperar), educación comunitaria indígena (que analizamos en La bala y la escuela), educación clánica de los pueblos nómadas (donde se incluye la educación gitana), educación alternativa no-institucional (labor de innumerables centros sociales, ateneos, bibliotecas populares, etc.), auto-educación…

Enunciar la otredad educativa es la manera antipedagógica de confrontar ese discurso mixtificador que, cosificando la Escuela (desgajándola de la historia, para presentarla como un fenómeno natural, universal), la fetichiza a conciencia (es decir, la contempla deliberadamente al margen de las relaciones sociales, de signo capitalista, en cuyo seno nace y que tiene por objeto reproducir) y, finalmente, la mitifica (erigiéndola, por ende, en un ídolo sin crepúsculo, “vaca sagrada” en expresión de I. Illich).

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana de Aldea Sesga, Rincón de Ademuz

LA FORJA DEL CIUDADANO-ROBOT: VIRUS, CAPITALISMO NECRÓFAGO Y OPTIMIZACIÓN DEL FASCISMO DEMOCRÁTICO

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Ensayo absolutamente liberado, disponible para cualquier uso (reproducción, copia, edición, etcétera). Queda en las manos de todos. Para descargar en PDF: https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2021/03/la-forja-del-ciudadano-robot.pdf

La sociedad, no por razones de ternura,

sino debido a sus extrañas necesidades,

había cuidado de los dos hombres,

prohibiéndoles todo pensamiento independiente,

toda iniciativa,

toda desviación de la rutina;

y se lo había prohibido bajo pena de muerte.

Solo podían seguir viviendo a condición

de ser como máquinas”

J. Conrad, “Una avanzada del progreso”

I) INTRODUCCIÓN: GUERRA MUNDIAL DEL ESTADO CONTRA LA SOCIEDAD

(El Coronavirus en tanto cifra de una nueva forma de reproducción de la sociedad mercantil)

¿Es la hora del apretón de manos, del abrazo y del beso como forma de resistencia?

1. La inteligencia del Capital comprendió de una vez que el «crecimiento indefinido» de la economía no era tolerado por la Biosfera: supo que era preciso detener esa carrera frenética que abocaba al «fin de todo» y preparó episodios de destrucción-regeneración para que el sistema capitalista se perpetuara de un modo nuevo.

Se requieren intermitentes «destrucciones», «devastaciones», «crisis agudas» que originen quiebra de muchas empresas y surgimiento de otras, naufragio de bastantes negocios y emergencia de otros, declive de formas tradicionales de obtener beneficios y ascenso de nuevas maneras para el enriquecimiento… Una «salutífera» destrucción-renovación de la economía, como la que conoció Europa tras las dos Guerras Mundiales, como la que experimentó Alemania tras la frustración del sueño nazi: este es el caso de la actual «conflagración mundial contra la sociedad» que se sirve del coronavirus para reproducir el Capitalismo de un nuevo modo traumático.

2. Este «rejuvenecimiento» del Capitalismo, esta higiene profunda del sistema establecido, que exige la extirpación de buena parte de sus tejidos enfermos o seniles, va a presentar una factura: la pagarán los más pobres, los vulnerables, los desposeídos, los más explotados y oprimidos. Porque el coronavirus tiene dos vertientes beneficiosas para el sistema: su lado «destructor», que aniquila para regenerar, que «borra para escribir», que mata para alumbrar; y su lado «conservador», que ratifica la fractura social, la división en la comunidad, y hunde todavía más a «los de abajo» para que permanezcan en lo alto o sigan ascendiendo «los de arriba».

3. Se siguió el modelo del «campo de concentración», pero con una salvedad… Las gentes estuvieron confinadas y solo pudieron salir para trabajar o para comer (comprar alimentos), lo mismo que en Auschwitz. Mientras dura el encierro y ya solo se sale para trabajar o alimentarse, muchos mueren… Y esta es la salvedad: nadie, en los campos de trabajo y de exterminio, estaba de acuerdo con la clausura, con la reclusión, mientras nosotros agradecemos este «arresto domiciliario» y nos reprimimos a nosotros mismos para cumplir con las ordenanzas que emana el Estado. Somos auto-policías y albergamos Auschwitz en nuestro corazón y en nuestro deseo.

4. Es evidente que están ocurriendo dos cosas distintas: una lucha legítima contra la enfermedad y, lo más importante, un aprovechamiento de la coyuntura sanitaria para reforzar de una vez modalidades de sumisión absoluta (de la comunidad y del individuo) a los designios del Estado y del Capital. Bajo la sobre-actuación de los aparatos represivos del Estado (policía, ejército), que estuvo aconteciendo todos los días -y de la que fueron víctimas los sin-techo, los vagamundos, los simples ciudadanos que quisieron dar un paseo o sentarse en el banco de un parque para respirar un rato el aire libre, los despistados que sintieron que tenían que salir y recibieron una multa, los amigos que quisieron encontrarse para conversar o pasar el túnel del encierro juntos y fueron castigados, etcétera-, se dejó ver otra cosa: que, de una vez y para siempre, la ciudadanía, asustada, mediáticamente aterrorizada, «consentía» esa vigilancia, ese despliegue de poder, esa presencia ofensiva del custodio, esa saturación de las calles y de las plazas por uniformes y por armas, por botas militares y por porras policíacas…Y que no solo lo consentía; que lo agradecía y hasta lo demandaba. Policías de nosotros mismos…

5. Ha llegado el momento de la «desobediencia civil» para hacer frente a esta perversa estrategia regeneradora del Capitalismo: dejar de pensar que el Estado, con su policía y su ejército, nos está «haciendo un favor», para empezar a hacérnoslo nosotros mismos. Y juntarnos, sí, y organizarnos, y actuar, para cooperar, por ejemplo, con las personas que a día de hoy están padeciendo en primer lugar tal estrategia, los más desacomodados en el sistema, los precarizados, los marginados y también los marginales, los elegidos como «cebo» de la anulación psíquica y de la indigencia venideras.

«Desobediencia civil» y «objeción de conciencia» para recuperar los deteriorados valores del apoyo mutuo, del don recíproco, de la auto-regulación comunitaria e individual. «Desobediencia civil»: no hacer caso de esa «separación de metro y medio entre las personas» que pretende ultra-individualizarnos, que quisiera erigirnos en una suerte de egotistas combatiendo airadamente por el alejamiento de todos los demás, solipsistas encerrados en un mundo tan propio como sucio. Es la hora del apretón de manos y del abrazo como forma de resistencia. Y del beso, que amenaza convertirse en asunto de privilegiados existenciales.

Hora de desobedecer, pero no para el mero disfrute personal o el hedonismo mal entendido, sino para inventar o reinventar redes de ayuda comunitaria, texturas insumisas de colaboración individual y trans-individual, maneras de neutralizar esta «guerra mundial de los Estados contra la sociedad».

Que la enfermedad deje de ser una excusa para aherrojarnos, para apretar todavía más los grilletes que nos aplicaron la administración y el mercado. Y algo más: recuperar el derecho de las comunidades a subsistir y resplandecer al margen e incluso en contra de los Estados avasalladores. Esgrimir el anhelo personal y colectivo de vivir en libertad.

II) RETAZOS: DISCURSOS INTERRUMPIDOS

1. CAPITALISMO MÉDICO Y REPRODUCCIÓN MORBOSA DE LA SOCIEDAD MERCANTIL

(Fragmentos en torno a un «estado de excepción» global)

1. Antropocidio: el Coronavirus como prueba piloto para la regeneración necrófila del Capitalismo

Prohibición, en el medio rural, de salir de las casas para acudir a solas a los huertos a fin de cosechar las patatas, bajo amenaza de multa; y permiso para correr al supermercado y comprarlas, con gasto de combustible y teniendo que pagar por lo que ya tienes pero no te dejan recoger y bajo el riesgo de contagiarte. Corona-ataque contra la autonomía residual, contra los restos de la soberanía alimentaria rural-marginal. Gana el Mercado.

Gentes multadas, de hecho, por ir al campo, por descansar un rato en un parque si llevaban un fardo pesado con la compra para toda la semana, por pasear a su perrito hasta ese punto en que ya depusiera de una vez y que al corona-poli le pareció excesivo, por atreverse a correr en una alameda desierta y porque sus músculos ya no podían soportar más entumecimiento, por acercarse al piso de un amigo ante un inminente ataque de ansiedad debido a la reclusión indefinida, etcétera. Corona-ataque contra el instinto básico de sobrevivencia anímica y exhibición de una inflexibilidad y de una rigidez «legalista» militar-policial característica de todos los fascismos, de los autoritarismos capitalistas pasados y de los actuales. Gana el Poder.

Cantantes sobornados o sobornables que ponen su voz y su música al servicio de la enseña más necrófila: «¡Quédate en casa!». Pensadores que hacen lo mismo. Escritores, capaces o no de pensar, que siguen ese camino. Filósofos acomodaticios, como la inmensa mayoría, que se dejaron encuadrar bajo ese rótulo hediento de «amigos del saber» y que más parecen «amigos del dinero y de las influencias». Científicos miopes que laburan sin excepción para el mercado destructor o para el poder dulcificado.

Antropocidio capitalista, de la mano del coronavirus: eliminación de ancianos, que eran una carga para el sistema en el Primer Mundo; eliminación de pobres y marginados, al estilo del Brasil bajo Bolsonaro y de los Estados Unidos con Trump, que eran un escollo para el «crecimiento»; eliminación, en todas partes, de los restos de la auto-suficiencia, de la auto-organización factible, de esa soberanía local que aún vivía alegremente de espaldas a los dictados de Leviatán…

Después de esta «limpieza» antropológica, el Capitalismo, auto-reinventado, alzará de nuevo su vuelo. Me da igual que acaso ya no se nombre así, que invente un nuevo rótulo para seguir siendo, en lo sustancial, igual a sí mismo.

Pero estamos siendo testigos, mudos o enmudecidos, de un antropocidio, de una eliminación masiva de seres humanos «desechables», de «gentes basura» estorbosas para la lógica del mercado y del demofascismo establecido.

No creo en las teorías llamadas «conspiranoicas», pero me parece que a esta invasión vírica se la vio venir, que se midió su alcance, y que se la dejó llegar y expandirse en beneficio de una regeneración morbosa del Capitalismo. ¿Cómo que la tan celebrada Ciencia no percibió el peligro? ¿Cómo que los políticos, armados hasta los dientes de informes, de estadísticas y de consultores, no se dieron cuenta de lo que venía? ¿Cómo que los pensadores, tan agudos y tan críticos se dice, no nos advirtieron de la Catástrofe? ¿Cómo que los escritores, ese nuevos «gurus» de Occidente, no compusieron alguna novela mercantil, algún poema venal, algún libro con derechos de autor, para señalar lo que se avecinaba? La respuesta es sencilla: estaban todos en el mismo ajo, un ajo que se llama perpetuación antropocida del Capital y del Estado.

Sigo apelando, entonces, allí donde sea posible, a la «desobediencia civil», en el sentido de Thoreau; al restablecimiento del derecho de objeción y a la prioridad de la propia consciencia. Porque el Coronavirus, como enfermedad, matará a muchos, me temo que a cerca de 100.000 personas solo en España; pero el Covid-19, como estrategia necrófila para la regeneración del Capitalismo, amenaza con matarnos, en un plano psíquico o espiritual, a todos; a los que ya murieron, a los que moriremos algún día y hasta a los que están por nacer.

2. Contribución del Coronavirus al desvelamiento de la mentira occidental

Nos «educaron» en el respeto a los mayores, en el reconocimiento de la dignidad de los ancianos; y ahora están muriendo, en masa, en «nuestras» residencias. Portavoces del escalafón médico e incluso de la administración nos contaron que, teniendo que elegir, iban a atender primero a los jóvenes. Realismo descarnado, cinismo desnudo… Y habrá una limpieza de ancianos en Europa, con una modificación significativa de la pirámide de edades.

Nos hablaron de la solidaridad del Primer Mundo, de su combate «humanístico» contra la pobreza; y, dentro de poco, África se va a vaciar de pobres: sus «muertos de hambre» van a morir esta vez de verdad…

Cantaron a las excelencias de una escolarización que limaba desigualdades y que fomentaba la equidad; y nos encontramos hoy ante la evidencia, reconocida oficialmente, de que cerca de un 25 % de los escolares españoles carecen de recursos técnicos o económicos para incorporarse a la tele-educación recién instaurada.

Todo el tiempo se colgaron las medallas de la «libertad», llegando a acuñar una expresión falaz, la de «Mundo Libre»; y tuvieron a sus ciudadanos confinados en casa, siguiendo el modelo de Auschwitz: prohibición de salir de las celdas salvo para trabajar o comer (comprar víveres), mientras cada día morían cientos de personas.

Presumieron de «ecumenismo», de «ciudadanía universal», de constitución de entidades supra-nacionales, tal la Unión Europea; y, de un día para otro, volvieron las fronteras, el ensimismamiento particularista del Estado-Nación, la lucha feroz de unos países contra otros. Los Estado menos opulentos no serán socorridos…

Los neoliberales alabaron las excelencias del Mercado «reparador»; y ahora comprobamos que proliferan los especuladores y el alza crematística de productos imprescindibles, tal las mascarillas o los respiradores, por lo que la Libre Competencia se resuelve en Ley de la Selva. Trump, uno de los leones, casi nacionaliza la General Motors…

Los defensores del Estado del Bienestar se llenaron la boca con proclamas «sociales», «igualitarias», «redistributivas», denigrando como «populismos» las experiencias que no cabían en su dogmatismo eurocéntrico; y, ante la crisis, han empezado a atender primero a las Empresas y a la Banca, dejando en «lista de espera» a los más necesitados. Sánchez, en España, comunicó enseguida que el Estado cubriría, de algún modo, a las empresas que tengan que solicitar créditos para subsistir; pero tardó en resolver lo mínimo en relación con la demanda de una «renta básica de emergencia» que permita sobrevivir a los más pobres…

Es tan grande la distancia abierta entre los proclamados «valores» de la cultura occidental y la práctica real, concreta, de las personas que viven en tal área (separación evidenciada por el Covid-19), que casi comprendo a los adolescentes que se revuelven contra todo, se des-moralizan y, vivenciando la contradicción galopante entre los criterios éticos divulgados por sus progenitores y sus profesores, por un lado, y la realidad desalmada de unos comportamientos sociales y políticos que avanzan en sentido contrario, por otro, son capaces de cualquier fechoría, de todo crimen, como pretendió reflejar Haneke en «El vídeo de Benny» y Mishima en «El marinero que perdió la gracia del mar». Nuestros adolescentes son el espejo roto de una civilización necrófila.

Cuando pase el virus, dejando un planeta sembrado de cadáveres, continuará en pie Occidente, sembrador optimizado de cadáveres.

3. Privación de soledad y policía social anónima

Cuando se encierra a una persona, cuando se la encarcela, por ser socialmente peligrosa o para preservarla de peligros sociales, el más dañino de los castigos se llama «privación de soledad». Lo confesó Dostoievski, tras su confinamiento en Siberia, en «El sepulcro de los vivos».

Bajo emergencia sanitaria, se nos priva del derecho a la soledad. Confinados en nuestros hogares, rodeados de gentes, se extingue la ocasión para una verdadera soledad, aunque sea transitoria.

Sin soledades elegidas, sin momentos en el día para la ausencia de todos los demás, sin concentración del individuo en sí mismo, se seca la flor de la auto-indagación, de la navegación privada por nuestros océanos íntimos, del pensamiento que procede del ser íntegro y no de las teorías; flor de la crítica encarnada y, por eso, honesta, atendible.

El Capitalismo nos convirtió en marionetas tragicómicas del tiempo, en individuos enfebrecidos que corrían de una obligación a otra, de un interés a otro, de tal a cual proyecto inmediato, insertos ambos, este y aquel, en la lista de los proyectos mediatos; seres dominados por las prisas, por la rentabilización de las horas, por el afán de una insaciable productividad de cada jornada, de cada día.

El Capitalismo, y particularmente el capitalismo mediático, inició con éxito su batalla contra la soledad. Soledad que no quiere decir aborrecimiento de la comunidad, renuncia a la cooperación y a lo colectivo, neutralización del ser en un individualismo paralizador. Al contrario: «soledad» como condición de la reflexión, de la detención de los torbellinos sociales inducidos y casi diseñados; soledad como principio para una intervención con sentido en los afanes del grupo, de la hermandad, de la familia, de la comunidad…

Se encierra para privar de soledad, anotó Dostoievski; y es lo que ahora está pasando, bajo la administración estatal del pánico originado por un virus. Cada hogar es, en adelante, y mientras dure esta circunstancia, realmente un «hogar», un espacio en el que algo arde y se consume, en el que muchas cosas se queman, se hacen cenizas, desaparecen…

Privados de soledad, bajo la prohibición de los lugares y de los tiempos en los que uno podía «buscarse», como decía el cante flamenco antiguo; ayunos de cualquier oportunidad para «aislarnos» y luego salir de nosotros mismos con el anhelo de aportar algo valioso a los demás, nos convertimos, rodeados de gentes, de seres queridos, de seres no tan queridos y de seres ya no queridos, en rictus sepulcrales del pensamiento y de la crítica, en sombras chinescas de la praxis auto-conformadora y transformadora.

Y una persona quiso salir de La Casa, llena de cuerpos, unos amados, otros tolerados, quizá también algunos temidos, para respirar un rato bajo el cielo estrellado, en un parque desierto, y poder así, en soledad, pensar de verdad. Pero fue multada.

Y una chica agarró su bicicleta para pasear por una alameda recóndita, a fin de dar rienda suelta a sus pensamientos, como hacía cada tarde mientras pedaleaba. Fue sancionada.

Y un hombre se atrevió a vestirse de deportista para correr por un campo lejano, en el que casi nunca había nadie, porque esa era su forma de reflexionar en soledad. Fue detenido.

Y un campesino, en una aldea despoblada del interior montañoso, se dirigió como todos los días a su huerto, para quitar las malas hierbas y ver cómo se estaba dando la cosecha, labor que hacía siempre en compañía de su pensamiento solitario. Una pareja de la Guardia Civil rural que, por casualidad, deambulaba por allí, lo amonestó gravemente.

Privación de soledad como el más nocivo de los efectos del confinamiento. Y «policía social anónima», en términos de Horkheimer, que denuncia a cada transgresor del estado de excepción, al «insensato» que, sin poner en riesgo a la comunidad, y por amor a la reflexión, al pensar, al sentir, al mirarse, quiso vivenciar un poco su derecho existencial a estar consigo mismo y solo consigo mismo, lejos de los ojos y de las lenguas de los demás.

En tiempos de crisis como los actuales, la «colaboración ciudadana con la policía», que nos erige en «kapos» de estos contemporáneos campos de concentración, horroriza a cualquier persona empeñada todavía en defender la belleza de una «colaboración personal con la comunidad», dignidad de un «atender las necesidades reales de los compañeros y hermanos por fuera y al margen de los cuerpos represivos del Estado».

Es la hora de un corte de mangas radical y de un humanísimo sacar la lengua a esos lobos del ejército y de las “agencias del orden” que los más irreflexivos de los confinados, privados de la soledad que demanda el pensamiento, todavía se representan como corderos y hasta como ángeles bienhechores.

Temo más a esa «policía social anónima» desplegada por tantos vecinos que a los profesionales embrutecidos y embrutecedores de los llamados «cuerpos de seguridad». Porque el «policía de sí mismo» coetáneo es también un «policía de todos los demás»…

Y yo amo las flores salvajes.

4. El amor en los tiempos del capitalismo vírico y coronado

(Sobre la dictadura de la razón instrumental, de índole burocrática y económica)

Me lo dijo una anciana y nunca lo olvidaré: «Cuando se juntas dos personas, se vinculan cuatro mundos: el mundo de ella, el mundo de él, el mundo de los dos y el mundo de afuera, que no es de ninguno de los dos ni de su relación».

Bajo los arrestos domiciliarios impuestos por el corona-ataque capitalista, orientado a una «limpieza» demográfica global, con eliminación de los ancianos, de los pobres, de los marginales, etcétera, que resultaban molestos o estorbosos, el mundo de afuera deja de existir para las personas que vivían en amor. También el mundo de ella y de él se reduce dolorosamente. Casi solo queda «el mundo de los dos», confinado de hecho entre paredes.

Para subsistir, el amor quiere tanto la proximidad como la distancia. Y ahora se están cancelando las distancias. Me alarma pensar en esas parejas obligadas a estar juntas a pesar de las denuncias de las mujeres por maltrato de sus compañeros, y viceversa en los casos en que se dé; me alarma pensar en las parejas en desafecto ahora expuestas a una situación crítica que impide su separación; me alarma pensar en las parejas en construcción, que se nutrían de los mundos de ella y de él y del mundo de afuera, y que ahora correrán el riesgo de perecer por falta de ventanas y de oxígeno.

Me alarma pensar en los adolescentes, que requieren existencialmente el afuera y la sociabilidad no condicionada, obligados a vivir ahora ante seres que, a menudo, sienten como sus opresores.

Porque lo que se instala, detrás del «estado de alarma», que se parece más a un «estado de sitio» o «de guerra», es la dictadura, y no ya la hegemonía, de la razón instrumental o estratégica: racionalidad de índole burocrática y económica que la población admite sin apenas resistencia.

Tras la ofensiva de la enfermedad, y los miles de muertos que originará, llegará la ofensiva de la economía, con el desempleo, la pobreza y la muerte que también acarraerá. Desde los Gobiernos, desde las Universidades, desde las Policías y las Administraciones de Justicia, desde los Periódicos y desde las Escuelas, se nos hablará de la «reconstrucción del tejido económico», como quiere la razón estratégica.

Pero estará asimismo destruido el tejido amoroso, en sentido amplio, atacado por el Capitalismo vírico y coronado como también agredió a los ancianos, a los pobres, a los marginales… El Capitalismo necrófilo soñó con aplastar la auto-suficiencia comunera, la autarquía campesino-marginal o nómada, la soberanía alimentaria, el localismo indígena, la ayuda mutua entre los ciudadanos, el don recíproco, el gusto por la colaboración, el anhelo de libertad… También soñó con domesticar el amor, con liquidar la razón lúdica, con exterminar el orden del afecto, que no quiere saber nada de reglamentaciones administrativas o lógicas de los mercados.

La razón instrumental es enemiga del orden del sentimiento y procuró en toda circunstancia envenenar o reclutar las relaciones que no obedecían a sus parámetros y que satanizó como «irracionales», «absurdas», «infantiles», «pre-lógicas», «pasionales», «instintivas», «destructivas», etcétera. Por eso, la razón instrumental declaró la guerra al amor y al juego libre. De la mano del coronavirus capitalista, y dado que la gente se le somete bajo el pánico, pareciera que está a punto de ganar la partida.

Sigo apelando a la «desobediencia civil», lo mismo que a la «sublevación incívica». Todos los días nos dan las cifras de las personas que obedecen y mueren; por deducción, podemos calcular la magnitud de las gentes que obedecen y no mueren. No hay contabilidad para los amores destrozados, para las gentes violentadas en casa, para los que están enfermando de tanto encierro, para los niños a los que se les están cortando las alas y los adolescentes sofocados y malheridos por las paredes del hogar y la odiosa mirada paternal-maternal; no hay contabilidad para cuantos dejaron de guiarse por la reflexión y la crítica y se arrodillaron, llenos de miedo, ante los dictados del Estado, que se les presenta como el Gran Médico o el Sacerdote Supremo.

Llegados a este punto, morir ya no es lo peor: lo peor es subsistir siguiendo reglas que atentan contra el afecto, contra el amor y contra la vida misma.

5. ¡Quédate en casa, súbdito!

«¡Quédate en Casa!», nos dicen los Gobiernos. Pero, ¿en cuántas Casas quieren que me quede? Ya me quedé en la Casa de mi Civilización; y, por quedarme en Casa, los míos, los europeos, aniquilaron o absorbieron a las otras culturas. Porque nos quedamos en casa se produjo el etnocidio, un altericidio múltiple. Miles de cadáveres, físicos y mentales…

Ya me quedé en la Casa de mi Pensamiento, que era Revolucionario por marxista o por anarquista doctrinario; y, por quedarme en Casa, los míos, mis compañeros «comprometidos», desembocaron en formas nuevas del Gulag, de Siberia, de las ejecuciones sumarias.

Ya me quedé en la Casa de mi País, de mi Territorio, de mi Comunidad Autónoma; y, por quedarme en Casa, mis vecinos de rincón regional empezaron a discutir con otros, a agredir a otros, a soñar con Patrias avasalladoras.

Ya me quedé en la Casa de mi familia; y, por quedarme en Casa, los familiarizados como yo se prodigaron en maltratos a la infancia, infanticidios, agresión a las mujeres, femicidios, pugnas fraticidas y toda suerte de violencias físicas o simbólicas.

Ya me quedé en la Casa de mí mismo, la más horrible de todas, pues soy un europeo de mentalidad alfabetizada, habilitado para dar clases y enseñar en las aulas que la Casa es lo más importante y que debemos quedarnos en Casa.

Porque nos vamos a quedar en Casa se va a producir esta «eugenesia» del Capitalismo, que supone también la «eutanasia» de todos los que sobraban o estorbaban para la nueva fase del sistema.

Etapa de una economía robotizada y una población que se explota más por el consumo que por el trabajo, pero a la que hay que mantener. Y morirán indigentes, sin-techo, ancianos, negros, pobres, indígenas, presos, psiquiatrizados, precarizados, etc. Los que se queden en Casa estarán a salvo… El virus se habrá llevado a muchos, perfectamente contabilizados; y, luego, la crisis, la recesión económica y el modo que tienen los Gobiernos de afrontar estas circunstancias, se llevarán a muchos más, que ya no encontrarán tanto espacio en las estadísticas.

Pero no. ¡No! Estamos a punto de perecer de tanto Hogar. Se requiere salir de todas las Casas, prender fuego a la Casa, y recuperar el gusto por la intemperie, por los caminos, por la ausencia de coacciones y por la libertad.

Cuando, en razón de una emergencia sanitaria, se nos dice «¡Quédate en casa!», aparte de legitimar una dudosa propedéutica médica, también se nos está diciendo: «¡Quédate en lo que eres, un ciudadano occidental u occidentalizado, genocida y etnocida; y quédate en lo que tienes, tus bienes y tu Estado!» «¡Quédate en tu condición servil admitida, mi muy cuidado Súbdito!».

«Quédate en Casa, la puta que te parió», se dice en Argentina, con lo que el horror ya no puede ser más horroroso.

Por eso, yo no me quedo en Casa, aunque, si viviera en una ciudad, probablemente no saldría del domicilio. Por eso me invade un dolor inexplicable, que se hace máximo al escribir esta nota.

Cada vez que escucho «¡Quédate en Casa!», me erizo de adentro a afuera, de abajo a arriba, del sentir al pensar; y casi me dan ganas de que el Coronavirus me libre de tanta infamia.

6. La lágrima fácil

Todos llorando al compás, como si siguiéramos una partitura, concebida desde el poder. Llorando por un virus que ha propiciado este «estado de excepción», reproductor óptimo del sistema establecido. Menos ancianos, menos pobres, menos marginales… Ahorro para el Estado y alas para el libre mercado de los productos y de los productores.

Ya nadie llora por las cientos de miles de personas que murieron para que hoy publicitáramos con éxito nuestra tristeza. Miles de niños muertos, sacando coltan, para que pudiéramos llorar fácil desde un celular. Cientos de miles de personas fallecidas en Yemen, en Sudán y en todos esos territorios del mundo que no conocemos y que apenas nos interesan.

La «lágrima fácil» responde a una gestión demofascista de nuestras emociones. Pon la tele, la radio, el ordenador, y verás cómo se nos invita a llorar adecuadamente, gregariamente, reproductivamente, llorar bajo aplausos.

Yo lloro todos los días; y las lágrimas que emanan de mis ojos, que no las entiendo y no las puedo traducir a la gramática, son difíciles. ¡Pero que no me recluten para aplaudir y para llorar, como está solicitando el Estado!

La lágrima fácil está teñida de sangre.

2. APRESAMIENTO GENERAL CONSENTIDO, MIEDO ADMINISTRADO Y BIENESTARISMO DE URGENCIA

1. Absolutamente hostil a todo encierro

Los confitados sobre y contra los confinados

(Población cocida a fuego lento: efectos psico-sociales y políticos de un apresamiento general consentido)

Estoy en contra de todo encierro. En contra de todas las cárceles, por tanto. En contra también del apresamiento de la población entera bajo el pretexto de una crisis sanitaria.

En EEUU están muriendo sobre todo los negros, los afro-descendientes, los latinos, los pobres y los sin-techo, pronto también los presos: óptima «higiene social», enterramientos masivos y fosas comunes para cuantos ya no eran tan «productivos» y más bien estaban suponiendo o exigiendo un gasto social público, una molestia para el Capitalismo.

En Europa nos vamos a librar de un montón de ancianos, esos «insolidarios» que solo querían vivir y vivir, ya como casi «zombies», como muertos vivientes, y cuya pretensión de semi-eternidad tan cara le resultaba al Estado. Las residencias de ancianos son la reedición «democrática» de las cámaras de gas nazis. Exactamente eso: las cifras lo demuestran.

Pronto vaciaremos África, y también nos libraremos de esos pesadísimos «emigrantes» que tanto lloran ante nuestras puertas y que, por desgracia, no se ahogaron en el Mediterráneo. Los CIEs y el «Mare Nostrum» constituyen las dos caras de un arma de destrucción masiva contra la pobreza y la indigencia devenida por el imperialismo occidental.

Los «confitados», casi aptos para disfrutar del encierro, ya que les sobran los medios y pueden vivir bien en sus casas, se han alzado al modo fascista contra los «confinados», gentes que están muriendo en vida en sus «hogares» precarios y que pueden morir de verdad debido a su subordinación social y a su vulnerabilidad económica.

Todo bien, casi ya realizada la «Utopía del Capital». Y las gentes sometidas a los decretos del Estado, en un signo de esclavitud absoluta. Población cocida al fuego lento del encierro, que luego será servida en la mesa de un banquete para caníbales, para esos devoradores de carne humana encumbrados por la economía y por la política.

Que no cuenten conmigo para aplaudir ningún confinamiento. Ni siquiera me vi nunca inclinado a «disculpar» el confinamiento de los jóvenes en las aulas escolares… Contra la corriente mediática y contra el «sentido común» fabricado, insisto en señalar que el daño moral, psico-sociológico y político de esta estrategia para el apresamiento incondicional de toda la ciudadanía, un arresto socialmente tolerado, es inmenso y está muy por encima de la mortalidad que puede originar un virus.

Más importante que morir, punto al que llegaremos todos, es «vivir con dignidad». Cuando pase esta pesadilla sanitaria, la cifra de enfermos y de fallecidos físicos estará muy por debajo del número de aplastados, destruidos, enloquecidos, neutralizados, borrados para el pensamiento divergente y para la sana disensión, originado por el confinamiento y por el resto de las medidas impuestas por un Administración vampiresca.

Pasarán los años y quizás algún día podamos medir, sin temor a ser considerados «enemigos del pueblo», «agitadores», «paranoicos», «demagogos», «irresponsables», etcétera, el efecto real del confinamiento como receta contra la expansión de un virus que, al igual que todos los virus, tiene un ciclo que cumplir, una vida que vivir, con un principio y con un final.

Que, a mi parecer, el encierro de toda la población, una clausura demencialmente «admitida», no responde tanto a una dudosa profilaxis sanitaria global como a un expediente certero de aniquilación casi definitiva de la autonomía, de la crítica, de la resistencia y de la pequeña y concreta libertad aún posible.

2. “Bienestarismo de urgencia”

(Golpe asestado por el Coronavirus a la mística neoliberal y beso que ofrece al cinismo socialista)

Ante la muerte, ante el dolor, ante la enfermedad, caen algunas máscaras: estamos corroborando que «Estado del Bienestar» y «Estado mínimo Neoliberal» son solo dos alternativas funcionales del Capitalismo, dos cartas que la Administración y los Negocios pueden poner encima de la mesa para seguir ganando, al modo de los ventajistas, su partida contra la población.

El Fondo Monetario Internacional acaba de hacer pública su recomendación, impregnada de «bienestarismo»: incremento del gasto público a fin de paliar las consecuencias sociales (desempleo, precariedad, pobreza) de la crisis económica venidera, reforzamiento de los sistemas de salud, apoyo económico a los sectores poblacionales más vulnerables, sensibilidad «social» en la Administración e intervención decidida del Estado con el objeto de aminorar el sufrimiento de la ciudadanía… A diferencia de hace unos años, el FMI casi adopta un lenguaje «socialdemócrata», «populista», afín al Estado Social de Derecho, dando la espalda a la mística neoliberal.

Trump, en nombre del «bien común», obliga a la General Motors a reorganizar su actividad productiva, de modo que sirva al combate contra la enfermedad y ya no a la mera ganancia capitalista; «rescata» a las principales aerolíneas y deja una parte de sus acciones bajo el control del Estado, al modo de todas las iniciativas «nacionalizadoras» y «socializantes». Su intervención indisimulada en la actividad económica constituye un escarnio, una burla, para los principios neoliberales que parecía encarnar: de hecho, le está cavando una tumba a la «libertad» económica, al «libre» mercado y a la «libre» competencia.

Personalidades tan destacadas en la derecha política y económica española como Luis de Guindos, vicepresidente del Banco Central Europeo, suscribieron la idea de una «renta básica» para la población, proclama-enseña del radicalismo socialista y bienestarista occidental.

Se sabe que el Coronavirus constituye solo la primera fase de una regeneración necrófila del Capitalismo, exigida en parte por la Biosfera, que ya no podía soportar más una lógica de crecimiento económico indefinido. Gran destrucción para un nuevo nacimiento. «Solo hay renacimientos donde hay tumbas», anotó Nietzsche. Ya tenemos las tumbas… La segunda fase de esta perpetuación del Capital y del Estado mediante auto-devastaciones controladas se iniciará a continuación, y se identificará con un «crisis económica de grandes dimensiones».

La inteligencia del Sistema ya prevé un alza considerable de la conflictividad social y no se equivoca en relación con el sentido de las inminentes reivindicaciones: compromiso «social» del Gobierno, ayuda a los más afectados, apuesta decidida por el sector público, inversión en salud y en educación, planes concretos para aliviar el sufrimiento empírico de la ciudadanía, fiscalidad verdaderamente «redistributiva», atención privilegiada a los grupos sociales particularmente precarizados o vulnerables, etcétera. Se dará, pues, un descontento y una beligerancia social en pro del «Estado del Bienestar»: luchas populares para obtener de la Administración aquello que, siguiendo recomendaciones de las principales agencias capitalistas internacionales, esta ya ha decidido implementar. Se luchará por el mismo bienestarismo que el poder desea instaurar. Si los Estados se adelantan, y ponen en obra proyectos «sociales», el conflicto será menor y se dará un ahorro en balas y en sangre, en críticas y des-legitimaciones. Por ahí van los tiros, que siguen a las tumbas.

Y no me engaño sobre la realidad del tan anhelado «Estado del Bienestar», que supone y exige el «malestar» de muchos, que sigue sustentándose en la opresión económica y política, y que nunca se ha dado sin su propia cuota de indigentes, pobres, discriminados, excluidos e incluidos bajo coacción… Solo digo que esta conocida engañifa nos va a re-visitar, con una imagen novedosa.

Nos espera un «bienestarismo de urgencia» y un retroceso acusado de la cantinela neo-liberal. Cuando se supere la crisis, sanitaria y económica, de nuevo se alzará la mítica del Libre Mercado y de la Libre Competencia, y podrá darse un giro en el signo político de los gobiernos. Llevamos ya así mucho tiempo; y es desalentador que tantas personas sigan creyendo en ese juego, en ese «turno pacífico» de dos modalidades complementarias de gestión de la sociedad, dos expedientes para la reproducción del Capitalismo y del Estado.

No se va a luchar contra el Sistema en sí, contra toda forma de Estado, contra el Capital, contra la explotación económica y la fractura social. No se va a luchar por ninguna «emancipación» digna de su nombre, no se va a vindicar la libertad política y la verdadera libertad económica, que exigirían la cancelación de la administración y del mercado. Habrá gentes aporreadas, maltratadas, asesinadas también, judicializadas, encarceladas, etcétera, por exigir aquello que sus opresores ya han decidido concederles.

A esto he llamado «protesta domesticada»; y es lo que nos aguarda cuando las gentes, pudiendo salir por fin de sus casas físicas, de sus residencias, donde fueron confinadas por la fuerza, regresen de buen gusto, libremente, a sus casas políticas e ideológicas, donde decidieron confinarse por la cultura.

«Estamos a punto de morir de tanto Hogar», leí una vez, me parece, en una obra de Beckett. Hoy creo que este escritor era, de todos modos, un «optimista», pues nos presupone espiritualmente «vivos» y eso hace tiempo ya que dejó de estar claro.

3. Miedo saludable y miedo administrado

(Ante esta crisis sanitaria, me asusta lo que van a hacer con ella y con nosotros el Mercado y el Estado)

Y el niño se inventó un juguete, con su imaginación y con sus propias manos, una cosa rara que se parecía un poco a un camión o a un bólido. Lo hizo con su vida y lo defendió como a su vida: lo escondió en un rincón del armario, para que ningún menor o ningún mayor lo estropeara. Miedo saludable.

Y el mayor por fin se sintió libre, qué más da si por su insumisión triunfante o por su jubilación cabizbaja; pero se sintió libre, y recordó unos versos del Fausto: «Poder decirle a un instante: ¡Detente, eres tan bello!». Y empezó enseguida a temer que un cambio en la legislación o la llegada de cualquier virus lo arrancara de su alegría quizás tardía. Miedo saludable.

Y la mujer que por fin pudo salvarse de la tutela moral y económica del marido o del compañero sintió una felicidad inenarrable el día en que consiguió un empleo y se reconoció capaz de alimentarse y de alimentar a sus hijos sin ceder a los caprichos de un déspota. Sintió luego algo semejante al pánico cuando le hablaron de una crisis económica venidera, que originaría un escalada del paro. Miedo saludable.

Y el convicto al que le llegó el día de su retorno a la vida extra-carcelaria, dichoso de respirar el aire libre y de caminar por las calles con un punto casi olvidado de orgullo y de dignidad, sintió de repente un escalofrío: ¿se le encerrará de nuevo, pues parece que todo está reglado, sujeto a normas y leyes, y él no las conoce y puede resbalar? Miedo saludable.

Y al emigrante que se arriesgó a atravesar un mar para procurar vivir mejor en medio del mal, y acabó empleado en la agricultura bajo riesgo de contagio, se le acercó una duda: ¿querrán que acabe conmigo el trabajo, como no pudo el Mediterráneo? ¿Me van a eliminar, gracias al contrato, por haber intuido que, entre la malaria y el Coronavirus, África sería poblacionalmente diezmada y era preciso huir de ahí? Miedo saludable.

Y hay amantes que, no pudiendo discernir por qué se aman, pero sintiendo en verdad un afecto que bulle por encima o por debajo de todas las palabras, sabiéndose asimismo inmersos en un mundo tan poco estimable, tan insufrible, tan horroroso, temen que esa fealdad de la realidad social e histórica contamine o hasta acabe con su vínculo, una relación y un apego que, en cierto sentido, «no eran de este mundo». Miedo saludable.

Porque se da un miedo bueno que actúa como una alarma y una defensa para las personas dominadas y precarizadas Un miedo en cuyo seno palpita la disconformidad, la denegación, la protección tentativa del sujeto social amenazado.

Pero llegó un tiempo en el que todos fueron encerrados, en el que la policía los multaba si se atrevían a desobedecer y salían a la calle, en que morían y morían las gentes que el Sistema desde siempre había desechado o anhelaba desechar (ancianos, pobres, emigrantes, indigentes, chabolistas, sin-techo…). Y muchos tuvieron miedo a enfermar. Miedo a disentir. Miedo a no aplaudir a las ocho de la tarde. Miedo por no respetarse a sí mismos como garantes autónomos de su propia salud y de su libertad de movimientos. Miedo administrado.

Asusta lo que el Mercado y Estado están haciendo con esta crisis sanitaria y con nosotros; inquieta y alarma esta administación capitalista de los pánicos populares. No me da tanto miedo el virus como la gestión policial y gubernativa, moral e ideológica, de la nueva enfermedad. Me aterran las consecuencias psíquicas, éticas, existenciales y políticas, del miedo administrado.

3. CIVILIZACIÓN DESTRUCTIVA A LA QUE LA BIOSFERA LE PASA FACTURA Y PROYECTO DE ROBOTIZACIÓN DE LOS SERES HUMANOS

1. El Coronavirus como un fenómeno natural, manifestación de una vida no-humana que se desarrolla sin tener que pedir permiso y que está siendo socio-políticamente rentabilizada

La soberbia, la arrogancia, la prepotencia y la voluntad de avasallamiento son rasgos históricos de la civilización occidental. «Castilla miserable,/ ayer dominadora,/ envuelta en sus andrajos/ desprecia cuanto ignora», dijo el poeta y se quedó corto: Castilla, como Europa, como Occidente, combate aquello que ni conoce ni desea conocer y procura aniquilar o absorber (la «integración» es solo la forma hipócrita del exterminio) toda otredad.

Así trató a lo que llamó «Naturaleza», así se comportó ante las otras culturas, así se evidenció frente a las divergencias y diferencias que cundieron en su propio seno (habilitó, ante lo distinto y lo discrepante, persecuciones de herejes y de brujas, hogueras, inquisiciones, campos de concentración, cámaras de gas, campañas de alfabetización y de escolarización, programas de rehabilitación social, de inclusión social, de inserción social, de protección social, de «integración» en un sistema destructivo, a fin de cuentas).

A día de hoy, Occidente parece haber ganado la batalla ante la alteridad cultural, pues borró de la superficie de la Tierra, o está a punto de hacerlo, todas las culturas de la oralidad, todas las civilizaciones que se resistían al despotismo, el individualismo y la beligerancia inducidos por el alfabeto y por la escritura, como sabemos desde Luria, Havelock, Ong e Illich, entre muchos otros. Se encarnizó contra el hombre oral, armado hasta los dientes de Escuela y de Ilustración, y acabó con él, reduciendo de forma estrepitosa la antropo-diversidad. Nadie hizo luto por este gigantesco etnocidio, desoyendo a Cioran: «Habrá que vestir luto por el hombre el día en que desaparezca el último iletrado».

A día de hoy, Occidente puede considerarse vencedor en la guerra contra las subculturas y las subjetividades que, dentro de su propia área civilizatoria, apuntaban en otras direcciones y disentían abiertamente: le fue bien el invento de las escuelas tradicionales, de las «cárceles» y de los manicomios, y le irá todavía mejor el plus-invento de las escuelas «alternativas» y la tele-educación, los «módulos de respeto» y la muy «humanitaria» graduación y relajación del encierro en los «centros de readaptación social», la cura de los supuestos enfermos mentales en sus propios hogares mediante ingesta de barbitúricos…

A día de hoy, y a pesar de los «avisos» que le llegaban desde el clima trastornado, desde la desforestación imparable, desde la contaminación agudizada de las aguas y del aire, desde el emponzoñamiento de los víveres surtidos por la industria de la alimentación, etcétera, Occidente creía haber ganado también la batalla contra una «Naturaleza» que concibió siempre y solo como «objeto»: objeto de conocimiento y objeto de explotación. Sin llegar nunca a conocerla, la explotó sin remilgos y casi sin límites.

Pero ahora ha acontecido un fenómeno también «natural», una manifestación de la vida que no necesita pedir permiso para desarrollarse y que, en términos retóricos, metafóricos, podría valorarse como una factura que nos pasa la Biosfera: el Coronavirus, primer exponente de un virismo planetario que nos visitará y revisitará, que acompañará a la especie humana en su aventura sobre la Tierra.

Todo lo alteramos y corrompimos sin escrúpulos, arrasamos ecosistemas buscando solo el beneficio económico, dimos más importancia a la gestión política de los seres (coerción, dominación, explotación) que al principio de convivencia y de coexistencia pacífica. Sembramos destrucción y ahora cosechamos muerte… En cierto sentido, ya habíamos sido «amonestados», ya habíamos padecido esas «catástrofes de advertencia que funcionan como advertencia de la Catástrofe», en términos de Sloterdijk, pero hicimos oídos sordos, pues pertenece a la condición de nuestros dirigentes y de nuestros expertos no escuchar, no ver y no sentir. Solo hablan y hablan…

Por debajo de este error civilizatorio, de esta torpeza cultural, hemos observado que los sistemas políticos y económicos establecidos aprovecharon la crisis sanitaria para optimizar precisamente el Capitalismo, para librarle de inconvenientes y de molestias (ancianos, enfermos crónicos, pobres, sin-techo, grupos sociales «no productivos», poblaciones precarizadas de los países periféricos…) y para convertir la auto-devastación controlada en un expediente para la regeneración necrófila del Mercado y del Estado.

En términos maquiavélicos, la estrategia es correcta: el virus pasará y la gente, habiendo soportado un confinamiento demencial, estará más que nunca a merced de la Administración y de los Negocios. Arrasados todos los vestigios de la comunidad, aniquilado el instinto de «ayuda mutua», los ciudadanos se comportarán ante el Estado y en la vida económica como auténticos «robots», máquinas humanas privadas de toda autonomía, de todo sentido crítico, de todo apetito de libertad.

Casi de un golpe, a medidos del siglo XIX, se encerró en locales insalubres, luego llamados «escuelas», a toda una franja de edad (la «infancia» y la «juventud»). Este enclaustramiento brutal de los menores constituye un hito, no suficientemente subrayado, en toda la historia de la humanidad occidental y occidentalizada. De un golpe, a principios del siglo XXI, se confinó, bajo pretexto médico, a toda la ciudadanía y la ciudadanía más bien lo agradeció: es este un acontecimiento que marcará para siempre todo el desenvolvimiento futuro de los humanos, quienes se han revelado de nuevo muy por debajo del resto de los seres vivos. «El hombre es un animal fracasado», dijo hace años un filósofo… Hoy cabe sostener otra cosa: «Los seres humanos ya no son animales, que se convirtieron en máquinas».

La máquina de obediencia podrá protestar de un modo regulado, previsto, canalizado, «domesticado», en un gesto de sumisión absoluta al orden vigente. Y habrá otra vez manifestaciones, cambios políticos, ascensos y descensos en las formaciones partidarias electoralistas, implementación de medidas de protección social y de programas «bienestaristas», etcétera. La humanidad robotizada tendrá un «modo trabajo», un «modo disfrute» y un «modo protesta» perfectamente definidos…

2. «Prefiero morir de rodillas»

La administración de la muerte: el Virus, el Capital y el Estado son solidarios

(Pero están en flor el romero, la aliaga y el tomillo, que no fueron «educados» para obedecer)

Hacer que enfermen los sobrantes, matarlos, confinarlos, que enfermen más, seguir matándolos, prolongar el confinamiento: la lógica del Capitalismo Vírico.

Y aceptación de algo inaudito, incomprensible, verdaderamente deprimente. Porque la ciudadanía se puso de rodillas.

Cuando Dios abandonó su trono, no fue el Demonio quien lo sustituyó, sino «el más frío de los monstruos», como anotó aquel filósofo cálido y un poco monstruoso: a Dios lo sustituyó el Estado, que se hizo valer mediante la gestión de la Fuerza y del Miedo.

Un personaje histórico al que le guardo las distancias, sin amarlo y sin odiarlo, dijo un día: «Prefiero vivir de pie a morir arrodillado». Lo que hoy se dice es otra cosa: «Prefiero morir de rodillas».

Insisto en que, siendo horrible la mortalidad acontecida, y todos los días se me saltan las lágrimas al pensarla, al sentirla, al vivirla, van a ser peores las consecuencias de este confinamiento aceptado, admitido y aplaudido.

Casi mentalmente inconcebible que vayan a morir en España, por una enfermedad, cerca de 100.000 personas. Pero, para mí, que solo tengo uno de mis pies en esta tierra, el otro lo perdí no sé dónde ni cuándo, lo horroroso es que cerca de 37 millones de personas hayan obedecido al Capital y al Estado, encerrándose sin más, sancionando el final de todo anhelo de libertad, de toda esperanza «transformadora».

Ya somos robots, ya somos cuerpos arreglados para una sumisión reeditada, completa y definitiva.

Después de este presidio tolerado, solo cabe «esperar» una cosa, si apreciamos la vida y aún nos emociona la libertad: el final de esta especie animal, tan destructivamente soberbia, tan neciamente «racional», tan amiga de las explotaciones sociales, de las opresiones gubernativas, de la guerras «humanitarias» y de las paces mortíferas, de los destrozos medioambientales y, lo que faltaba por constatar, de los cautiverios consentidos.

Pero la aliaga, el romero y el tomillo están en flor…

3. Hacia la robotización integral del ser humano

(En conserva, todo se pudre)

En conserva, el afecto no puede respirar; se entibia, se enmohece, se descompone. Bajo el arresto domiciliario que estamos padeciendo, muchos amores, muchas estimas, muchos vínculos sentimentales se van a deshacer como castillos de arena bajo la ola que inunda la playa. Se pudrirán afectos de pareja, cariños filiales, fraternidades… Porque falta tanto el oxígeno, la ventana social, el desahogo del exterior, como la posibilidad del silencio y de la auto-comtemplación, el resguardo íntimo. Privados de soledad y de compañía aleatoria, nos convertimos en enemigos de todos y de nosotros mismos, como sugirió Dostoievski. Bajo el estado de alarma, los afectos serán diezmados.

En conserva, la comunicación se limita, se constriñe, se agota; se vuelve rutinaria, insípida, tediosa, casi forzada. El mundo del que se puede hablar es, cada día más, el mundo estrecho en que la vida ha quedado encerrada. Bajo el estado de alarma, la comunicación deviene rictus, gesticulación irrelevante.

En conserva, el pensamiento se degrada; se obsesiona con lo inmediato, se concentra en lo privado, se restringe a lo particular y casi a lo egoísta. Bajo el estado de alarma, pensar es casi lo mismo que no pensar.

En conserva, el sentimiento doloroso devora al ser como un cáncer; crece hora a hora, alimentado por lo real-social, por lo subjetivo maltrecho y hasta por lo imaginario lastrado. Bajo el estado de alarma, el sufrimiento ya no es un ojo, ya no es una oportunidad para la lucidez, sino que deviene oscuridad infranqueable, invitación a la desaparición, garantía de muerte.

En conserva, la risa únicamente puede ya reírse de sí misma, pues carece de motivos; y la alegría se convierte en un espectro amenazador, en una pose sardónica, irónica o cínica. Bajo el estado de alarma, se evapora todo contento.

En conserva, la crítica se corrompe y lo cuestiona todo salvo el arredilamiento colectivo; se consagra a todo lo superfluo y a todo lo secundario, se subordina a todos los poderes y a todos los mercados. Bajo el estado de alarma, los críticos son como esas sardinas enlatadas, todas casi iguales y todas muy juntas, que se venden en las tiendas.

En cuarentena, en confinamiento, en conserva (ayunos de afecto saludable, ventilado; de comunicación valiosa y estimulante; de pensamiento altruista o desinteresado; de sentimiento no doloroso; de ocasiones para la risa franca y para la alegría límpida; de disposición crítica insobornable), las personas se desprenden de su condición humana, e incluso animal, para robotizarse absolutamente.

Como robots van a obedecer todo el tiempo, gacha la cabeza ante la autoridad política; van a «creer» en los ingenieros que los diseñaron, particularmente en los educadores, los políticos, los médicos y los expertos; van a ser tan predecibles y tan útiles como todas las máquinas…

En unos meses, el Covid-19 habrá matado a muchos y, de la mano de la sumisión político-policial que propicia, robotizado a casi todos.

4. CIUDADANÍA DE EX-PRESIDIARIOS

1. ¡Ciudadano, este es el camino que se te trazó!

(Una mutación antropológica: de la obediencia al sometimiento)

Era todavía un niño cuando comprendí que se había trazado un camino para mi vida: procurar ser «buen hijo», «buen estudiante», «buen trabajador», «buen esposo», «buen padre» y un «buen difunto», habiéndome hecho cargo con anticipación de los gastos de mi sepultura.

Ahora que soy mayor, constato una novedad, pues se pide algo más: «ser un buen confinado», «ser un buen paseador de los niños como si fueran perros», «ser un buen convicto, ajustado a los permisos penitenciarios y en pos de un acceso gradual a la libertad condicional».

En la medida en que la población ha consentido este tránsito, asintiendo de un modo que contemplo como un escarnio a la supuesta dignidad humana, concluyo que está aconteciendo una «mutación antropológica»: el camino que se ha trazado para la gente incluye la aceptación voluntaria del grillete, de la cadena, de la mazmorra. Y algo más: los nuevos dispositivos que idearán los gobernantes, los financieros y los empresarios, respaldados por los gobernados, los financiados y los contratados, parten de la necesidad «popular» de doblegarse, de arrodillarse, de auto-encarcelarse.

¿Para esto murió Dios, que decía Nietzsche? ¿Para la santificación del Estado? ¿Para la divinización de la Ciencia? ¿Para el fundamentalismo de la Democracia? ¿Para el sometimiento global de las poblaciones? ¿Para la proliferación indefinida de los «policías de sí mismos», los más detestables de todos los gendarmes?

Sí, acontece una mutación antropológica. Las personas que irán saliendo, poco a poco, del encierro, y sus hijos, que también lo han padecido, que fueron tratados como canes cuando se les permitió pasear una hora por las calles, ya son distintos. Se pasó de la obediencia, que siempre soporta puntos de fuga, ocasiones para la transgresión, motivos para la burla o la ironía, al sometimiento, que se expresa hoy en esta fórmula: «Por miedo a enfermar, enfermé de miedo y quemé todas las naves de la soberanía sobre mí mismo».

Nada que salvar.

2. Sacar a tu hijo como sacas a tu perro

(La niñez victimada)

Y el niño ya tenía miedo, pues lo arrancaron bruscamente de su cotidianidad existencial. Lo encerraron en su casa, con sus padres también encerrados. Sufrió esa «anormalidad» como una amenaza, como un tambalear de sus seguridades: ya no había calle, ya no había escuela, ya no había amigos…

Y muchos niños, confinados y en un universo saturado de malas noticias, de cifras e imágenes de enfermedad y de muerte, empezaron a padecer ansiedad, nerviosismo creciente, histerias diversas, angustias, fobias y malestares. Algunos, bajo el secuestro domiciliario impuesto por un Estado demofascista, se deprimieron…

Y ahora se les permite salir como siempre se les permitió a los perros: casi atados a su progenitor, con una lista larga de cosas que sí pueden hacer y que no pueden hacer, bajo toda clase de limitaciones, en la evitación del contacto con otros niños, en la cancelación de su espontaneidad… «Pasear» así se le antoja una forma engañosa del encierro, un modo disimulado de atarlo y re-atarlo.

Y el niño siente entonces todavía más miedo: está tan reglado y es tan peligroso «salir», que casi prefiere quedarse en su casa, donde se daba el mismo confinamiento, pero con menos hipocresía; donde era, a pesar de todo, mayor la sensación de seguridad. En la casa podía volverse un poco loco; en la calle, bajo esas medidas, puede enloquecer del todo.

¡Gracias, déspotas del Estado y de la Ciencia médica! Los ancianos mueren, los niños enferman y la «población útil», bajo el miedo administrado, entierra para siempre las armas de su autonomía y de su resistencia.

La ciudadanía, igual que no podrá acudir al Circo, vale decir al fútbol y a los demás espectáculos, tampoco tendrá asegurado el Pan, a pesar del bienestarismo de urgencia que se implementará para consolarla y controlarla. Como cabe imaginar, por un tiempo se le prohibirá también el onanismo de las manifestaciones legalizadas, con itinerario prescrito.

Y el niño todavía no sabe que, habiendo padecido este confinamiento inhumano y dictatorial, consentido por las poblaciones en un signo de docilidad absoluta e irreparable, hay algo todavía más horroroso que la Casa que lo enclaustra y que la Calle por donde puede pasear como pasean los perros: la vida que se está diseñando para su mañana, el futuro que le regalarán los adultos, esos “domesticadores domesticados” vacunados ya para soportar todo terror y toda miseria histórica.

Adiós a la niñez como adiós a la libertad.

3. Para una ciudadanía de ex-presidiarios: «Crear, pedir, acaso robar, nunca trabajar»

Cuando nos suelten, que no nos esperen con ramos de flores para nuestros carceleros, para nuestros explotadores y dominadores. Cuando nos den permiso para salir, que se atengan a las consecuencias: llevamos un puñal en el bolsillo, aunque sea el puñal de la palabra.

Recupero hoy un escrito de hace tres años, en el que late mi esencia de antagonista, gran odiador, boca enemiga. Empieza la llamada «desescalada»: nos adocenaron, nos humillaron, nos violaron psíquica y simbólicamente, dejaron morir administrativamente a muchos de nuestros mayores, a montones de pobres y de indigentes, a inmigrantes, a un sinnúmero de «desechables», de «improductivos», de vulnerables y de precarizados…

Poco a poco nos irán dejando sueltos. Si no podemos hacer otra cosa, que se preparen por lo menos para la palabra indómita.

«El trabajo libera», decía en la puerta de entrada de Auschwitz, campo de exterminio. Allí encerraban a la gente para que trabajara y para que muriera. Pronto nos liberarán, suspenderán el confinamiento, para que volvamos a trabajar, para que volvamos a consumir, para que sigamos obedeciendo…

CREAR, PEDIR, ACASO ROBAR, NUNCA TRABAJAR

Quinismo del siglo XXI

Con un poco de pan de cebada y agua

se puede ser tan feliz como Júpiter”

Diógenes de Sinope, alias “El perro”

1. Diógenes el Perro

(De espaldas al Poder y al Mercado)

Recreo una anécdota de Diógenes el Perro, transcrita por Diógenes Laercio en “Vidas de los filósofos cínicos”:

Diógenes tomaba el sol en el ágora, rascándose la barriga -señal de bienestar. A su alrededor, se repetía el trajín de todos los días; jaleo de gentes “instaladas” que compran o venden, que salen de sus casas o van a sus casas, que hablan de negocios o de política, que distribuyen sus horas entre las innúmeras tareas marcadas para la jornada, pues ya por aquel entonces “el tiempo era oro”. Diógenes los ve pasar, como abejas atareadas, como hormigas en desfile; y se rasca la barriga, mientras disfruta del sol. Es un mendigo; y come de lo que le dan, poco o mucho, a cambio de nada, a cambio de ser él mismo, de sus palabras afiladas y de sus escenificaciones ofensivas. Mientras los demás trafican y mienten, él se rasca la barriga.

Quiere la leyenda que aparezca entonces Alejandro Magno. Yo le llamo Alejandro-el Estado… Y Alejandro reconoce a Diógenes, el filósofo desvergonzado, con la tripa al sol. Se acerca y le declara su admiración: “Diógenes, yo te admiro. Ya sé que somos enemigos; ya sé que eres un veneno o una plaga para el Imperio; ya sé que, si todos fueran como tú, mi poder no se sostendría ni un día; ya sé que me desprecias; ya sé que te burlas de mí. Pero te admiro… Te admiro por tu honestidad y tu integridad; te admiro por tu coherencia. Te admiro porque haces lo que ya nadie hace: pensar la vida y vivir el pensamiento. Te admiro porque eres el único, en todo el Estado, que no está en venta. Y porque te puedes declarar sencillamente “libre” en un mundo de ciudadanos/esclavos y esclavos/no-ciudadanos. Por eso, porque te admiro, deseo concederte el don que tú quieras. Pide cualquier cosa y te será otorgada. Pide lo que quieras y lo haré tuyo. Pídeme a mí, el Estado, cualquier clase de Bienestar, todos los bienestares que te apetezcan, y te los concederé. Si quieres el Bienestar del Estado, seré para ti un Estado del Bienestar. Pide cualquier cosa y tu palabra será ley”.

Decía Mishima que “la altura de un hombre se mide por la de sus enemigos”, y Alejandro debía considerarse “muy alto” al elegir a Diógenes como adversario. Pero Diógenes no estaba dispuesto a reconocerle “tanta altura”…

¿De verdad me darás lo que te pida? -pregunta el quínico insolente, peligroso, con lengua de serpiente y astucia de zorro. ¿Se cumplirá sin más mi deseo?

Alejandro se ruboriza. Procura, sin conseguirlo, disimular el temor que le embarga. Padece casi un acceso de pánico -con un quínico nunca se sabe, con Diógenes jamás está dicha la última palabra… Pero, cautivo de su propia iniciativa, rodeado de curiosos, no tiene más remedio que seguir adelante, aún con terror, con dudas…

Pídeme lo que quieres y te será concedido, excepto si lo que pides atenta contra mi propia auto-conservación, por supuesto.

Diógenes, que ha percibido la angustia en las palabras de Alejandro, “su temor y su temblor”, como diría Kierkegaard, sonríe tal una hiena y prosigue con su escenificación.

Te lo pregunto por última vez: ¿Me concederás lo que te pida, sea lo que fuere, si eso que deseo no atenta contra tu propia auto-conservación?

Así es, Diógenes. En prueba de mi reconocimiento de tu dignidad, reconocimiento de tu talla humana, aún siendo el enemigo más temible que cabe concebir sobre la faz del Imperio, te concederé lo que desees.

Y Diógenes deja de rascarse la tripa, se incorpora un poco, las manos sobre las piedras del suelo y los ojos entornados por la claridad cegadora de la mañana:

Esto es lo que quiero, “Alex”. Que te apartes un poco porque me tapas el sol.

Y Alejandro-el Estado se retira, humillado, con todos sus bienestares a cuestas, en medio de las sonrisas sarcásticas de la muchedumbre y bajo el gesto triunfal de Diógenes, que se tumba de nuevo, con la panza al sol.

Esta anécdota, que he reelaborado, incluida también en el libro “La Secta del Perro”, de C. García Gual, se ha interpretado muchas veces en clave exclusivamente política: el quínico da la espalda a la autoridad, al poder, desiste en lo posible de padecerlo y siempre de ejercerlo. Por eso, “se va al margen”. Diógenes no quiere nada, absolutamente nada, del Estado, de la Administración, de las Instituciones. Le basta con mantener alejada a la Autoridad, con que no se cruce en su camino…

Pero la anécdota admite también una interpretación económica, lectura que me interesa subrayar aquí: como casi nadie hoy día, Diógenes da la espalda asimismo al Mercado. Da la espalda al dinero, al valor de cambio, a la propiedad, al salario,… Por eso no le pide a Alejandro una fortuna, una posición, una casa, unas tierras, unos esclavos, un negocio… Le basta con su “tinaja” para dormir por las noches y con lo que la gente le dé por sus diatribas y sus provocaciones, que se suscitan de forma espontánea, sin público establecido, sin “circo” o “teatro”, en cualquier lugar y a cualquier hora, ante muchos o ante pocos.

2. Trabajar, Pedir, Robar

(Discrepando de Baudelaire y de Genet)

Trabajar, Pedir, Robar… Estos tres conceptos, en torno a lo cuales cabe organizar la vida, estructuralmente desemejantes, aunque no independientes (pedimos trabajo, lo mendigamos, para que nos roben, para que nos sustraigan la plusvalía: el trabajador pide que le roben), componen un tríptico diabólico. Trabajar (para otro o para una institución) es lo más triste y lo más bajo que cabe hacer con los días, como bien saben los trabajadores. Pero, ¿qué es preferible, “pedir” o “robar”?

Jean Genet, aquel criminal prostituido, confidente de la policía para obtener medios y delator de sus compañeros mientras estuvo en prisión, aquel escritor a-moral que se regodeaba en lo más vil, en la violación, en el asesinato y, sobre todo, en la traición; y que pudo, al final, en parte gracias a ello, a ese gusto suyo por revolcarse en la infamia, ganarse los más altos honores académicos en Francia, la estima absoluta en el mundo de las letras, premios y distinciones otorgados por Autoridades, por Ministros, por Eminencias…; Genet, decía, sostuvo en “Milagro de la Rosa”, una tesis discutible:

Es más digno pedir que trabajar,

pero es más edificante robar que pedir”.

Hacía suya, así, la perspectiva de Baudelaire en “Pequeños poemas en prosa”. El poeta y gentilhombre sale de su mansión y se encuentra con un mendigo que le implora, entre rezos, unas migajas… Lo agarra de la pechera y le propina un tremendo puñetazo, por cobarde, por miserable, por suplicante, por humillarse de ese modo ante los poderosos, con sus oraciones y su carita de víctima infinita e inofensiva… Y el mendigo, revolviéndose, se lanza sobre Baudelaire, le dobla la cintura y le hace caer, se monta sobre su vientre y le abofetea sin pausa, le aferra el cuello y casi procura ahogarle. Con un hilillo de voz, pero aún así sonriente, casi feliz, Baudelaire le dice que ahí tiene su bolsa, toda la bolsa, y no solo una limosna, que ahí tiene todo su dinero porque se lo ha ganado; le ruega que le descargue un último puntapié en la boca y le robe la bolsa de una vez.

Ese día, Baudelaire había hecho una “buena obra”, apostillaría sin duda Genet: casi como un “educador”, había re-dignificado a un ser humano, separándolo de la inmundicia de la mendicidad para encumbrarlo hasta la cima esplendorosa del robo.

Ante el Capital y el Estado se abre, pues, un abanico de opciones, de “respuestas”: cabe trabajar para uno u otro, cabe “mendigar” (bienestares, por ejemplo) a uno u otro, cabe robarles… Y, en este punto, Diógenes no estaría de acuerdo con Genet, ni tampoco con Baudelaire. El Filósofo Perro no simpatizaría con el a-moralismo sádico de Genet (no existe otra Causa que yo mismo; y, más allá del bien y del mal, puedo permitirme, si así lo deseo, robar, violar, matar, incluso a una víctima, a un subalterno, a un desdichado), ni con la aristocrática pose “educativa” de Baudelaire (yo, un Señor, te enseño a ti, un miserable, a luchar de verdad, a recobrar la auto-estima).

Diógenes de Sínope aparece como una figura ética (al igual que los libertarios clásicos, son muchas las cosas que se prohíbe: ejercer la autoridad, acumular propiedades, dominar a otro, etc.); se construye como un sujeto moral que, en nombre de la libertad personal, rehuye posiciones de servidumbre, de sometimiento, de esclavitud física o simbólica. “A nosotros también nos gustan los pasteles, pero no estamos dispuestos a pagar su precio en servidumbre”: así habla la austeridad quínica, que se distancia de la ética estoica y cristiana.

En tanto figura ética y sujeto en auto-construcción, que concibe la vida verdaderamente como “obra”, como “la ocasión para un experimento”, Diógenes impugna los términos de Genet y de Baudelaire; y, de hecho, no siente la menor necesidad de “elegir” entre pedir o robar. Como mendigo consciente, voluntario, deliberado, esgrime la dignidad del pidientero ante la humillación inconmensurable del trabajador.

En su mendicidad hay un punto innegable de insubordinación, de insumisión, de arrogancia. Vive en lucha, de sol a sol, disgregando y disolviendo valores, actitudes canónicas, morales públicas, comportamientos reglados. Su existencia misma es un desacato, un insulto al sentido común y a la idea de razón; un canto enloquecido a la libertad posible. Y sus palabras, sus gestos, sus escenificaciones, no sé si hoy se diría “performances”, son perfectas bombas de relojería, atentados completos contra el principio mismo de realidad de su (nuestro) tiempo. Por ello Diógenes, abominando el Trabajar, no desiste de Pedir ni condena el Robar.

3. Un pedo en su cara

(Dedicatoria, al final)

Esta breve composición es un homenaje a los “busca-vidas”, a las “ratas” de ciudad y a los que se fugaron al campo, a los “supervivientes urbanos” y a los recreadores de la ruralidad, a los individuos que se enfrentan cada día al existir sin un horario laboral por delante y, sobre todo, sin la voluntad (ni siquiera el deseo) de trabajar para otro o para un organismo; un canto a los quínicos del siglo XXI, entre los que anhelo poder contarme.

Dedico este poema, este humorismo, a todos los que, todavía hoy, no dan sin más la espalda a la Institución, no dan meramente la espalda al Mercado; al Mercado y a la Institución le dan, más exactamente, el culo y procuran, cuando pueden, soltar un pedo en su cara.

4. Cuando todo el país se convirtió, en cierto sentido, en una cárcel y, en todos los sentidos, en una escuela

(La euforia de la pedagogía y de la sistematización)

«Por nuestro propio bien», los políticos, los científicos, los médicos y demás «expertos» decretaron que debíamos convertir nuestras viviendas en una suerte de cárceles. Y la población, mayoritariamente, dándole el «place», se confinó sin necesidad de candados, rejas, perros guardianes, custodios de oficio, como en aquellos relatos desesperanzadores de Kafka. Las casas, bajo este encierro consentido de la ciudadanía, empezaron a parecer de verdad «hogares», en el sentido etimológico de la expresión: lugares en los que algo arde, se quema, se consume. Y de la libertad solo quedaron cenizas. En un segundo momento, devinieron escuelas…

La euforia de la escuela constituye la euforia de la pedagogía y de la sistematización. Disposición pedagógica es la que caracteriza a aquella persona que interviene deliberadamente, conscientemente, en la subjetividad del otro, en su consciencia y sensiblidad, para transformarla, «corregirla», reformarla, alegando siempre que lo hace «por su propio bien», como decía el subtítulo de una obra anti-ecolar de Alice Miller. «Pedagogo» es, por definición, el profesor, ese lamentable «educador mercenario». Y nuestras casas se han convertido en «escuelas» porque, desde su seno, escuchamos (tal escolares perpetuos) a nuestros domesticadores socio-políticos, tomamos nota diligentemente de sus «lecciones» y los obedecemos para obtener una buena calificación ante la opinión pública, vale decir ante la «policía social anónima», como gustaba escribir M. Horkheimer. Seguimos acríticamente las pautas y recomendaciones de nuestros opresores y hasta suponemos que fueron establecidas «por nuestro propio bien». Vivimos, pues, en cárceles «educativas».

«Sistematización» quiere decir conversión de cada persona en un reproductor optimizado del Capital y del Estado. Esta reproducción se puede efectuar desde el empleo, desde la función social, desde la posición aceptada en el mercado y en la cadena de la autoridad. Pero se hace, sobre todo, desde la propia vida cotidiana, desde el propio ser, desde la propia carne. De ahí que consideremos que todo «ciudadano ejemplar» es Capitalismo encarnado, «Sistema» hecho cuerpo, nervios, sangre. En Occidente, casi todas las gentes son Capitalismo andante, Sistema corporeizado. Tras la asunción popular del confinamiento, la «sistematización» ha llegado a su éxtasis, a su júbilo absoluto.

Para mí, que convertí precisamente la pedagogía y la sistematización en el objeto de mi crítica, de mi impugnación, de mi escritura negativa y de la mayor parte de mis decisiones vitales, el panorama no puede resultar más desolador.

Y corro entonces a refugiarme en los brazos de mis viejos inspiradores, de mi familia intelectual, que es pequeña pero cálida. Y me quedo con Tom Waits para la música, con Van Gogh para la pintura, con Nietzsche para la escritura, con los libertarios de la primera hora para la filosofía… Me quedo hoy con Bakunin, un hombre que pensaba la vida y que vivía su pensamiento, como, bajo los estragos de la pedagogía y de la sistematización galopantes, ya apenas ocurre:

«Rechazamos toda legislación, toda autoridad y toda influencia privilegiadas, patentadas, oficiales y legales, aunque salgan del sufragio universal, convencidos de que no podrán actuar sino en provecho de una minoría dominadora y explotadora, contra los intereses de la inmensa mayoría sometida. He aquí en qué sentido somos realmente anarquistas (…).

Porque el Estado, y esto constituye su rasgo característico y fundamental, todo Estado, como toda teología, supone al hombre esencialmente malvado, malo. [A él incumbiría] hacerlo bueno, es decir, transformar el hombre natural en ciudadano (…). Toda teoría consecuente y sincera del Estado está esencialmente fundada en el principio de «autoridad», esto es, en esa idea eminentemente teológica, metafísica, política, de que las masas, siempre incapaces de gobernarse, deberán sufrir en todo momento el yugo bienhechor de una sabiduría y una justicia que, de una manera o de otra, les será impuesta desde arriba (…).

Henos aquí de nuevo en la Iglesia y en el Estado. Es verdad que en esa organización nueva (…), la Iglesia no se llamará ya Iglesia, se llamará Escuela. Pero sobre los bancos de esa Escuela no se sentarán solamente los niños; estará el «menor eterno», el escolar reconocido incapaz para siempre de superar sus exámenes, de elevarse a la ciencia de sus maestros y de pasarse sin su disciplina: el pueblo. El Estado no se llamará ya monarquía, se llamará república, pero no dejará de ser Estado, es decir una tutela oficial y regularmente establecida por una minoría de hombres competentes, de «hombres de genio o de talento», virtuosos, para vigilar y para dirigir la conducta de ese gran incorregible y niño terrible: el pueblo. Los profesores de la escuela y los funcionarios del Estado se llamarán republicanos, pero no serán menos tutores, pastores, y el pueblo permanecerá siendo lo que ha sido permanentemente hasta hoy: un rebaño. Cuidado entonces con los esquiladores, porque allí donde hay un rebaño, habrá necesariamente también esquiladores y aprovechadores del rebaño (…). El pueblo, en ese sistema, será el escolar y el pupilo eterno. A pesar de su soberanía completamente ficticia, continuará sirviendo de instrumento a pensamientos y a voluntades, y por consiguiente también a intereses, que no serán los suyos. Entre esta situación y la que llamamos de libertad, de verdadera libertad, hay un abismo. Tendremos, bajo formas nuevas, la antigua opresión y la antigua esclavitud (…).

A estos [los políticos] le es absolutamente necesario un Estado-Providencia, un Estado- Director de la vida social, dispensador de la justicia y regulador del orden público. Es decir, se lo confiesen o no a sí mismos, y aún cuando se llamen republicanos, demócratas o también socialistas, les hace falta siempre un pueblo más o menos ignorante, menor de edad, incapaz (…), para tener asimismo siempre la ocasión de consagrarse a la cosa pública, y de que, fuertes en su abnegación virtuosa y en su inteligencia exclusiva, guardianes privilegiados del rebaño humano, impulsándolo por su bien y conduciéndolo a la salvación, puedan asimismo esquilmarlo un poco».

III) CONCLUSIÓN FRAGMENTARIA: DESPEDIDA,CIERRE Y APERTURA

1. AUTO-DEVASTACIONES CONTROLADAS

1. Sobre la reinvención perversa del Capitalismo

(En defensa de la desobediencia civil y de la organización antagonista comunitaria)

Bajo la amonestación agria que le suministró la Biosfera, el Capitalismo se «reinventó» e introdujo en su lógica de reproducción la auto-devastación calculada. Como «crecer sin límite» llevaba a los países y a las empresas capitalistas exactamente al «fin de todo», empezó a valorar la utilidad de una auto-demolición programada. En nuestros días, se ha servido de un virus…

Rasgos de esta reinvención necrófila y necrófaga, estrictamente morbosa, de la sociedad mercantil:

1) Si ya sabíamos que toda medicina es «política» por definición, como tanto recalcó Iván Illich; si muchos de nosotros ya habíamos sufrido esta político-sanidad, en los ámbitos de la psiquiatría por ejemplo; ahora la identificación se sublima. Aparecerán los «rastreadores», una especie de detectives contratados para descubrir los «contactos» de cualquier enfermo; se procurará establecer «geo-localizadores», para seguir la pista integral de la población con la excusa de salvaguardar su salud; en el horizonte, acaso lejano, pero que no cabe descartar, está la pretensión de insertar en el organismo de cada ser humano un «micro-chip» que permita el registro inmediato de todo su desenvolvimiento físico, sanitario y político.

2) «Higiene social». Un porcentaje grande de los no-productivos será eliminado. Aquellas personas «poco útiles», y que hasta suponen un gasto social considerable, están expuestas a morir, bajo esta pandemia o bajo las siguientes. Una guillotina pende, desde ahora y para siempre, sobre las cabezas de los ancianos, de los emigrantes pobres, de la ciudadanía precarizada o vulnerable, de los sin-techo…

3) Renovación de los modelos de empresa y de negocio. Muchas empresas se van a hundir, originando paro y problemas financieros, muchos negocios se van a ir a pique; pero emergerán otros estilos de emprendimiento, otras fórmulas para la producción, otras estructuras de contratación y de comercio. Muchas de estas nuevas empresas y de estos nuevos negocios se acogerán a la etiqueta «tele», pues se basarán en el aprovechamiento crematístico de los dispositivos digitales, cibernéticos, virtuales.

4) La Escuela se irá preparando para olvidarse de sus paredes físicas, de su tipología clásica de encierro de los jóvenes en un edificio, para admitir nuevos muros virtuales, con un secuestro horario de los alumnos delante de la pantalla de un ordenador. La posición autoritaria del Profesor no se verá afectada, antes al contrario; la Pedagogía seguirá rigiendo todo el proceso, para la “adaptación social” de los menores, vale decir, para su poda y su doma. El Aula, ese arbitrariedad tan infanticida, será en lo sucesivo cada vez más «virtual». Solo eso.

5) Eugenesia ciudadanista. Por fin se obtiene el Hombre Nuevo, ese elaborado psicológico que aceptó y aceptará ya en lo sucesivo el «confinamiento», que toleró la reglamentación exhaustiva de su cotidianidad, que depositó una confianza verdaderamente homicida en sus gobernantes y en sus médicos, en sus polito-epidemiólogos y en su polito-virólogos. El hombre nuevo es un robot, algo más y algo menos que un esclavo.

Desde el día 23 de marzo, vengo escribiendo en defensa de la desobediencia civil y de la auto-organización comunitaria.

Si el «civismo» pretende robotizarnos, no hay nada más humano que el «incivismo», consciente o instintivo que eso importa poco.

2. Cuando desaparezca el virus, quedará algo peor que toda enfermedad: el ciudadano-robot

Uno controla a todos, muchos controlan a uno, uno se controla a sí mismo

(Demofascismo optimizado, bajo la rentabilización socio-política de la pandemia)

Uno controla a todos (dictadura clásica): desde la Presidencia del Gobierno se nos da la orden del confinamiento y obedecemos.

Todos controlan a uno (vigilancia de la colectividad sobre el individuo): surge la llamada «policía del balcón» y, de entre los sumisos, muchos denuncian a los transgresores.

Uno se controla a sí mismo (auto-coerción, auto-dominación, fin del anhelo de libertad): y sale cada cual, sujeto a franjas horarias, a medidas, a plazos, a reglamentos; sale como un robot, como un policía de sí mismo.

Durante mucho tiempo me equivoqué y consideré que estos tres modelos de dominio y opresión eran sucesivos, como por fases, y ahora estábamos en la última, en la del auto-policía.

Hablé del «modelo del autobús» que leí en Calvo Ortega y López Petit: en los autobuses antiguos un empleado picaba el billete de todos los pasajeros (uno los controlaba a todos, dictadura directa); pasó el tiempo y se colocó una máquina para que cada usuario picara el billete por sí mismo, pero bajo la mirada de todos los presentes, por quienes era observado y podía ser denunciado (todos controlaban a uno, coerción comunitaria); por último, se alcanzó el momento en que uno subía a un autobús vacío y, sin presión externa, sin testigos, picaba «libremente» su billete (uno se controla a sí mismo, sujeción demofascista).

Pero hoy se está dando la suma de las tres fases, como si ya no fueran «etapas» sino superposiciones: el Estado que decreta, la ciudadanía que obedece y señala a los disidentes, los individuos que se auto-reprimen y consienten su robotización integral.

Se pudo sacar a los perros; y mucha gente se prodigó en ese paseo fiscalizado, en el que se manifestaba una suerte de ambigüedad civilizatoria: ¿cómo explicar la relación entre un animal doméstico, el ser humano, y otro, el ser canino?, ¿qué puede brotar de la relación entre estas dos servidumbres?

Se pudo sacar a los niños como si fueran perros, y surge una pregunta derivada: ¿qué puede surgir de un paseo conjunto del domesticador y del domesticable?

Ahora, cada persona puede sacarse a pasear a sí misma, en el cumplimiento forzoso de normas, de franjas (¿deberíamos decir «fajas», porque oprimen, molestan y ocultan supuestas fealdades?), de limitaciones sociales y geográficas; y la interrogante es clamorosa: ¿cabe esperar algo de esta suerte de robot, absolutamente programado, aparte de que, ojalá, desaparezca junto al virus del Capital y del Estado?

Durante más de un mes, las gentes de muchas pequeñas localidades se privaron de salir, de pasear, de ir a los campos para recoger sus alimentos (podían, eso sí, ir al supermercado, porque lo primero y lo último sigue siendo el mercado, el negocio). Y a las autoridades políticas, encarceladoras, les daba igual que en esas zonas no hubiera contagiados, no hubiera enfermos. A día de hoy, les dicen que ya pueden salir, y entonce salen.

Esto me recuerda una imagen desalentadora, que me asaltó en la ciudad de Alta, en pleno círculo polar noruego… Unas cuantas personas tenían que cruzar una carretera, pero el semáforo para los peatones estaba en rojo. Yo miro a la derecha y a la izquierda, y la vista casi se me desvanece en una llanura tan inmensa: no hay ningún vehículo por ningún lado y es verdad que, en toda la mañana, apenas habían aparecido por allí dos o tres autos. Me dispongo a cruzar, pues, tan tranquilo; y las gentes mi chillan, me recriminan, se enfadan conmigo. Regreso entonces al puesto de espera y cruzo con ellas, tras disculparme, cuando el semáforo de los peatones se pone en verde. «Obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer», escribí entonces. Y es lo que está pasando ahora: se nos insta a la obediencia no tanto para superar una crisis sanitaria como para sancionar el auto-aniquilamiento de nuestra autonomía y de nuestra libertad.

Optimización del demofascismo.

Cuando desaparezca el virus, quedará algo peor que toda enfermedad: el ciudadano-robot.

Más que mirar a la llamada «mayoría social», tan nauseabunda, reparo en las plantas humildes: a pesar de todo, como decía, el romero, la aliaga y el tomillo están en flor…

3. Paredón de fusilamiento o pupitre escolar: la doble faz de la gestión política del Coronavirus

¡Carguen armas! ¡Apunten! ¡Disparen!

Penetró el virus en los confines del capitalismo occidental. Y caen los indígenas de la Amazonía, de la Guajira, de muchas comunidades de los pueblos originarios. Portavoces de esas ONGs que viven de jugar a «ayudarles» lo denuncian con una tranquilidad espantosa: «Van a desaparecer muchas etnias; morirán, sin remedio, miles, cientos de miles de indígenas». No es posible evitar esta culminación del etnocidio: los que sobrevivieron a las balas y a las Escuelas del neo-imperialismo, los que no sucumbieron a los altericidas programas «interculturales» para la «integración», se verán ahora asaltados por la enfermedad y morirán en masa.

Eran, a menudo, un estorbo, por las riquezas naturales, por las materias primas estratégicas, por la tan aprovechable bio-diversidad, por las oportunidades para los negocios eco-turísticos, etcétera, descubiertas en sus territorios. Y, donde perseveraban en sus usos y costumbres tradicionales, hostiles al liberalismo y a la globalización, esgrimiendo su «democracia comunitaria», su educación informal ancestral, su derecho consuetudinario oral, su comunalismo económico, su localismo trascendente, su cosmovisión holística y las formas abigarradas de la ayuda mutua y del don recíproco que saturaban su cotidianidad, eran sentidos, además, por la cultura hegemónica, como un «mal ejemplo», como una molesta «resistencia», como una «diferencia» enojosa.

Caen también los nómadas de casi todo el mundo, afectados por la restricción de esa movilidad de la cual dependía su estilo de vida y su cultura toda. Según algunas estadísticas, el 70 por ciento de los gitanos españoles, descendientes de nómadas irredimibles, se ganan la vida como «feriantes», en el comercio irregular, en el mercado ambulante, como «recoberos» o vendedores a domicilio. Se mantenían así titilantemente fieles a su condición, manifestando su aversión al salario, a la venta de su fuerza de trabajo, y su amor por la autonomía, por los caminos y por la intemperie. Bajo el confinamiento, perdieron sus fuentes de ingresos, quedando particularmente expuestos a todos los cuchillos, sanitarios y económicos, de esta crisis.

Caen los emigrantes, muchos en la Península y otros procurando regresar a África en precarias barcazas. Arriesgaron sus vidas para alcanzar Europa y ahora las vuelven a arriesgar para huir de Europa. El Mediterráneo, esa «tumba de los otros», se volverá a tragar a demasiados…

Y están cayendo los mayores, en Residencias de Ancianos que empezaron a funcionar como «crematorios», con una eficiencia que recuerda a Auschwitz. Estan cayendo los presos, los indigentes, los sin-techo, los marginales…

Para este sector de la población, que no servía o servía muy poco al capitalismo occidental, que más bien le suponía un gasto o un perjuicio, la gestión política del coronavirus se tradujo en paredones de fusilamiento: ¡Carguen armas! ¡Apunten! ¡Disparen!

Para los demás, para los productivos, y como apunté en una nota anterior, se refuerza la Pedagogía: «Por nuestro propio bien, y al margen de nuestra opinión o nuestro deseo, al igual que se nos conminó a encerrarnos, ahora se nos invita a salir siguiendo pautas, normas, criterios, reglamentaciones». Nos sentaron en el pupitre de los escolares y la autoridad política, asesorada por la casta científica, bajo los dogmas de la llamada «ideología del experto», empezó a intervenir más que nunca en nuestra sensibilidad y en nuestro pensamiento, corrigiendo nuestros caracteres hasta extremos nunca imaginados: que hayamos aceptado el encierro y que, según todos los sondeos, estemos dispuestos a aceptar nuevos confinamientos, dispositivos de geo-localización y los más diversos sistemas de control médico-político es una prueba del crédito que hemos otorgado a estos Super-Educadores y de lo «bien» que están realizando su trabajo adoctrinador y subjetivizador. ¡Fantásticos ingenieros de la personalidad!

4. “Guerra mundial del Estado contra la Sociedad”

(Ya no quiero hablar más de ti, «dispositivo vírico-administrativo para la reedición tanatológica del Capitalismo»)

Me deformaron, primero en la Escuela y luego en la Universidad, hasta convertirme en historiador y en filósofo. En este proceso de aplastamiento de todo lo que yo hubiera podido ser y hacer, tuvieron mucha culpa los libros, pues creo de verdad que la lectura va en detrimento de la vida. Me parece, por mi experiencia, que los que leen bastante viven un poco menos y cuantos escriben mucho ya apenas viven.

Ya construido (como historiador del mundo contemporáneo, filósofo y escritor no menos narcisista que compulsivo), ya conformado, a pesar de todos mis intentos de des-hacerme y re-hacerme, de extraviarme y reinventarme, me asaltó este travestismo integral del Capitalismo, que no me esperaba, que sembraba cadáveres lo mismo que vendía cervezas, que encerraba a la gente al igual que se libraba de ancianos estorbosos, de pobres molestos, de personas poco o nada productivas.

Fiel a mi condición de analista, que reconozco turbia, fea, despreciable, y entre lágrima y lágrima, todavía redacté, por los días del confinamiento domiciliario y la llamada “desescalada”, fragmentos que hoy he reunido en un pequeño ensayo. Lo titulé, en un principio, «Guerra mundial del Estado contra la Sociedad». Su subtítulo era este: «El Coronavirus en tanto cifra de una nueva forma de reproducción del Capitalismo». Lo suelto donde puedo, en las redes, y me olvido ya de un tema que me ha estado sumiendo en un dolor casi irrebasable. Queda para cualquier uso, como todo lo que hago.

Quiero pensar en otras cosas; y quiero dejar de sufrir, como me ha estado pasando cada vez que me ponía a redactar.

5. La vida se da mejor en ausencia de la humanidad

Delante de la puerta de mi cabaña,

a veces hay flores,

nieves antes y después.

Nunca hay órdenes.

Brotan almendros cada año.

Quise «ayudar» a algunos a crecer,

con una poda tan mínima como mi esperanza,

y se secaron.

Los que no toqué

viven frondosos.

Miseria de los expertos,

calamidad de los botánicos.

Como en la película de Tarkowski,

en la que un padre acaso loco y un niño mudo

plantan un árbol frente al mar,

y lo riegan todos los días,

yo quise tener un huerto en la colina.

Inenarrable, el esfuerzo que le consagré,

subiendo agua desde la fuente del valle

hasta la cima,

que era también la cima de mi vida.

En el film, que se llama «El sacrificio»,

el árbol florece un poco;

y yo conseguí una cosecha raquítica

de ajos pequeños,

disminuidos como mi ilusión.

Incapaz de consumirlos, por respeto,

adornan y adornarán mi refugio.

En el mundo montaraz sobran los agricultores.

En la ausencia de la voluntad humana,

la vida se da mejor.

2. LOS «NEGACIONISTAS» SON LAS BRUJAS DEL FASCISMO DEMOCRÁTICO

(La Inquisición Médico-Estatal se desata contra la crítica y contra la disensión)

Una nueva etiqueta descalificadora cunde por las redes, por las radios, por las televisiones: «negacionista». Y se encienden hogueras… Que el Pensamiento Único es una Inquisición que no cesa, siendo diverso en sí mismo, pues alberga tanto opciones liberales como socialistas. Si brota una discrepancia, una objeción, una resistencia, esta modalidad tan «democrática» inventa una etiqueta, encierra ahí a un montón de gentes y pone en marcha la máquina de los suplicios.

No estoy a favor de la mascarilla, para nada. No soy partidario de los confinamientos, en absoluto. Detesto las vacunas. No creo en este despotismo médico-estatal que recorta sin cesar nuestras libertades bajo la excusa de una crisis sanitaria. Y saco cuenta de lo que todos estos batallones de fusilamiento del libre pensamiento y de la posibilidad de decidir sobre la propia vida nos quieren hacer olvidar…

Que nos olvidemos de toda esa crítica de las disciplinas científicas, entre ellas la medicina profesional, que cundió desde los años sesenta y que se nutría tanto de la opinión de no pocos filósofos como de las denuncias de un sinnúmero de especialistas: cientos de obras contra la pretensión de verdad de las ciencias académicas, la mayor parte de ellas concebidas por científicos académicos «negacionistas». Se denunciaba su inconsistencia epistemológica, su reclutamiento ideológico, su servilismo político, su contribución a la reproducción de la Opresión. Son tantos los nombres… Rememoro solo a unos pocos: Braunstein para la Psicología, Basaglia para la Psiquiatría, Heller para la Antropología, Castell para la Sociología, Di Siena para la Biología y la Etología, Lévy-Leblond para la Física, Viñas para la Matemática, etcétera, etcétera, etcétera…

Que se borre de nuestra consciencia todas aquellas obras que nos alertaban sobre las calamidades inducidas por la llamada «cultura de los expertos», por la «ideología del especialista», por el ascenso de la «tecnocracia», por el crédito tan insensato que las poblaciones tendían a otorgar a unas camarillas de gentes ambiciosas prestigiadas por títulos universitarios y por otras «medallas» culturales meretricias. Un sinfín de estudios, enmarcados en las tradiciones marxistas, libertarias y nihilistas…

Sobre todo, que nos pongamos de rodillas ante los «decretos» de los médicos y ante las leyes de esos políticos armados hasta los dientes de informaciones procedentes de la «ciencia de los venenos». Como si no hubiese existido Iván Illich y no se hubiera publicado «Némesis médica»; como si nuestro «sentido común sanitario» no hubiera sido desacreditado, desde hace décadas, si no siglos, por las culturas que se procuraban la salud de otra forma, bebiendo de saberes comunitarios, de las propiedades curativas de las plantas, de la auto-gestión colectiva del bienestar físico y psíquico.

El Despotismo Médico-Estatal ha conseguido anular el anhelo de libertad de las ciudadanías; las ha doblegado y violado de una manera perfectamente «patriarcal»; ha suscitado una suerte de «Síndrome de Estocolmo», por el cual los damnificados y humillados le dan las gracias por las torturas y tormentos que padecen cada día… Así son los Fundamentalismos; y vivimos bajo esta forma de Religión intransigente, por este Credo homicida del Pensamiento Único Occidental, ora vestido de Neoliberalismo, ora ataviado de Estado Social Bienestarista.

Así que me declaro «negacionista». Y hasta algo peor: «re-negacionista». Renegado, siempre renegado. Que no cuenten conmigo para esta reproducción morbosa, necrófila, del Capitalismo. Asistimos a unas auto-devastaciones controladas del Sistema, que se sirven hoy de un virus como antaño se servían de las denominadas «guerras mundiales».

Señores de los poderes y de los comercios, inquisidores optimizados, soy una bruja por cazar, «negacionista» hasta la médula…

3. FRÍO HISTÓRICO

Los niños encerrados

en los hogares,

donde algo se quema siempre;

y en las escuelas,

antros en los que todo se consume,

salvo el poder

y la voluntad de poder.

Los jóvenes

sencillamente

sin juventud.

Los adultos

sosteniendo todos los días

está verdadera glaciación

de la comunidad

y de la libertad.

Nuestra gente grande

muriendo en residencias,

en hospitales

y en casas.

Y, en medio de este frío histórico,

de esta congelación

de la belleza y de la dignidad,

de esta mortandad que no cesa,

como si nada estuviera pasando,

los negociantes siguen con sus negocios,

incrementando la desigualdad,

los políticos con sus mentiras

de pata quebrada,

los filósofos con sus tan críticas

adulaciones de lo establecido,

los jueces entronando

la legalidad en contra de la justicia,

los profesores enseñando obediencia,

domesticando a sueldo,

y demasiada ciudadanía

lamiendo

lúbricamente

sus propias cadenas.

Corro fuera del tiempo histórico helador.

Y salgo con mis canes compañeros

para perderme en el monte,

lejos de la humanidad

envilecida

y más cerca de la libertad

de los venados,

los jabalíes,

las liebres,

los pájaros sin excepción,

las ardillas

y, en general, todos los animales

sin gobierno.

Es mi vacuna…

Mi vacuna contra el mal

del Proyecto Hombre,

programa de la cultura occidental

exterminista.

Pedro García Olivo

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

@desistematización

Alto Juliana, 10 de mayo de 2020

Reelaborado en Buenos Aires, 14 de febrero de 2021

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Mascarilla

ESCUELA Y ETNOCIDIO. DE LA ALFABETIZACIÓN DE LA MENTALIDAD A LA MENTE CIBERNÉTICA

Posted in Activismo desesperado, antipedagogía, Archivos de video y de audio de las charlas, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Desistematización, Indigenismo, Proyectos y últimos trabajos with tags , , , , , , , , , , , , , on marzo 9, 2020 by Pedro García Olivo

1. DESDE LA ISLA DEL ALFABETO

“Mi isla es el alfabeto y me siento de algún modo traicionado por todos esos letrados que, desde la misma Escuela, están preparando el advenimiento definitivo de un mundo cibernético”, anotó I. Illich en uno de sus últimos trabajos. En ese artículo sometió “La sociedad desescolarizada” , su propio libro, a una crítica durísima…

“Mi isla es el alfabeto y, acostumbrado a traicionarme casi todos los días, siento un enorme interés por los llamados hombres cibernéticos, esos “seres electrónicos”·, “telemáticos” o “digitales” que, con tanta facilidad, están siendo deplorados por la contemporánea “industria de la crítica negativa” y, en particular, por esos filósofos que tan exitosamente venden su rechazo (a fin de cuentas un repudio “teológico”, demonizador) de la tecnología, como Byung Chul Han”. Esta es mi postura, que no entra en conflicto con la perspectiva del pensador austriaco-mejicano.

En mi opinión, no se trata de decir “Sí” o “No” a la revolución digital y al ascenso irrefrenable del “homo sistematicus”. Tampoco deberíamos demorarnos demasiado en un “Sí, pero…” o en un “No, aunque…”. Absurdo ensayar equidistancias o conciliaciones entre dos espacios mentales y dos formas de subjetividad (alfabetizada versus electrónica) separadas por una verdadera ruptura epistemológica, por un abismo en la forma de pensar, de percibir el mundo, de sentir y de vivir.

Así como el “hombre oral” estaba epistemológicamente incapacitado para imaginar siquiera los desastres a que podía conducir el imperialismo del alfabeto y de la escuela, la “mentalidad alfabetizada” carece de los recursos para comprender la índole psico-existencial de unos seres cibernéticos en rápido proceso de re-elaboración. Como me gusta repetir, en todo caso será difícil que puedan superarnos en aptitud para generar calamidades…

Desde la isla del alfabeto, no han faltado quienes ensayaron una descalificación absoluta de las nuevas tecnologías digitales. Se sirvieron, para argumentar y difundir su postura, de los mismos medios electrónicos que criticaban, desde ordenadores y teléfonos móviles hasta redes sociales y otras prestaciones de Internet. Contra la técnica, concibieron libros tecnológicamente elaborados. En más de una ocasión les formulé esta pregunta: ¿Qué sentido tiene una crítica que no se puede vivir? ¿Para qué sirve un pensamiento que no cabe validar en la práctica?

2. AUNQUE SOLO UNA CARA DE ESE CUCHILLO ESTUVIERA AFILADA, SE MORIRÍA BAJO EL EFECTO DE LAS DOS

Desde la práctica de escritura de lo que he nombrado “desistematización”, se entiende que ya es hora de someter a una crítica radical el mundo que nos ha tocado vivir y el tipo de ser humano que representamos. Por eso, incido en la denegación de la escuela y subrayo los diversos etnocidios que ha propiciado desde su emergencia en el siglo XIX. El proyecto de la alfabetización “global”, suscrito desde el principio por la escuela, no ha podido darse históricamente sin víctimas. Aún más: no pudo efectuarse sin cadáveres. Robert Jaulin lo ilustró para el caso de los motilones, aniquilados físicamente por los programas escolares de alfabetización y, en general, por la reanudación del contacto con el hombre blanco, a partir de 1960. Gente que murió, en muy pocos años…

Que el imperialismo europeo del siglo XIX , el neo-imperialismo del siglo XX y la globalización capitalista del XXI son como cuchillos una de cuyas caras es económico-militar y la otra escolar-cultural es una denuncia difícilmente cuestionable. Da igual que, circunstancialmente, solo una cara de ese cuchillo esté afilada: lo cierto es que se muere bajo el efecto de las dos.

3. PALABRAS GRÁVIDAS DE SILENCIO

¿Qué pueden decir la “antipedagogía” y la “desistematización” de la ya casi consolidada “mentalidad cibernética” si, por su propia naturaleza contradictoria y por su manera de simpatizar con las gentes que no se nos parecen, todos sus hablares hubieran querido saber huir de la escritura, todas sus palabras nacen con una vocación parricida (del alfabeto, de la lógica, de la gramática, de la razón eficiente) y todos sus discursos, por así decirlo, andan grávidos de silencio?

Como rechazan cualquier enfoque “teleológico” de la historia, ya sea bajo la forma liberal o marxista de un Progreso ineluctable, ya bajo los modos retóricos e intensamente “literarios” de los apocalipticismos negativos tipo Mailänder o Cioran, no tendrán que elegir entre un tipo humano y otro, no establecerán una relación cuantitativo-moral entre ambos (este peor que aquel, aquel inferior a este): hablarán de “diferencias”, de “disemejanzas”, de “distinciones”. “La historia no progresa lentamente, de combate en combate, hasta una fase superior en la que por fin las reglas cancelen los conflictos: sustituye un sistema de reglas por otro y va así de dominación en dominación”, nos recordó Foucault.

4. UNA SORPRENDENTE AFINIDAD

Entre las diferencias arrostradas por los nuevos “seres digitales”, hay una llamativa, que afecta directamente a la cuestión del etnocidio y de la escuela…

Las dificultades para adaptarse a las nuevas tecnologías, a las condiciones de la llamada “era digital”, se están registrando sobre todo entre las personas profundamente “adeptas” a los libros, podría decirse que poderosamente “adoptadas” por la cultura del alfabeto fónico y de la escritura. Pareciera, como anotó M. MacLuhan, en “La aldea global”, que la gente del alfabeto y de los libros se mueve principalmente en un “espacio visual”, que algunos neurofisiólogos vinculan al hemisferio izquierdo del cerebro (determinante de la percepción y del comportamiento “lineal”, “secuencial”, “lógico”, “cuantitativo”, “eficaz”, patrón de los supuestos avances científicos), mientras que otras gentes, y aquí se aúnan sorprendentemente las cibernéticas y las procedentes de culturas étnicas no occidentales, como las de los pueblos originarios de todos los continentes, las nómadas, buena parte de las orientales no asimiladas por el logos del Capital, las campesinas marginales, acaso las suburbanas centradas sobre sí mismas, etcétera, se desenvuelven en un “espacio multisensorial”, en el que desfallece la tiranía “visual” del alfabeto y en el que los demás sentidos ostentan una colaboración sin protagonismo (vindicación del hemisferio derecho del cerebro, ámbito de la percepción “poética”, de lo cualitativo, del sentimiento fuertemente comunitario, del “nosotros”, de la ausencia de jerarquía y de la negación de cualquier “centro”).

Lo comprobé en mi experiencia vital, cuando acudí a entornos indígenas, campesinos y urbano-marginales dispuesto a satisfacer una demanda de seguridad que tenía que ver con aprender a utilizar cámaras fotográficas, videograbadoras y programas de edición de video. Estas gentes de América Latina, mayormente indígenas, se capacitaban antes para manejar medios digitales que para leer libros, aunque estuvieran en su lengua: lo visual-alfabético no era lo suyo, y sí lo multisensorial con notable presencia acústica. Usaron tales recursos para muchas cosas, desde grabar y difundir los ataques policiales y parapoliciales hasta divulgar registros de sus reivindicaciones y denuncias, de sus “plantones” y de sus modalidades de lucha y de resistencia, pasando por la exposición de sus fiestas patronales y otros eventos de la localidad.

5. EL TIRO DE GRACIA

Este lazo que asocia a los pueblos originarios y a las culturas no-occidentales con el novísimo “ser cibernético” ha sido pasado por alto frecuentemente entre los críticos de occidente y de las tecnologías.

Fue sencillo criticar a etnias resistentes, como las mapuches o las zapotecas o las chiapanecas, etc., por recurrir a dispositivos electrónicos, conexiones por internet, redes sociales,…
“Ustedes, personas culturalmente enajenadas, alienadas, absorbidas por la maquinaria del Capitalismo occidental, sancionáis la muerte de vuestra diferencia, de vuestra idiosincrasia cultural, al aceptar y utilizar crecientemente estos dispositivos tecnológicos tan nefastos, de factura colonial”: este discurso se ha repetido muchas veces y es un exponente de la “mentalidad alfabetizada” europea y norteamericana, que detesta todo lo que escapa a la fría policía del libro, de los escritores, de los intelectuales, de los científicos, de los académicos, de las universidades, de los abogados y de los jueces, de los políticos antagonistas y de las militancias partidarias, de los legisladores y gobernantes.

Frente a esta postura anti-tecnológica occidental, el discurso de muchos indígenas beligerantes es casi irrebatible: “Ustedes, que nos invadieron y colonizaron, que nos evangelizaron y escolarizaron, que acabaron con nuestra compleja oralidad para encerrar la vida en libros disecantes, que atacaron con saña nuestra Cultura hasta el punto de herirla de muerte, ahora se ofenden y nos critican si usamos “sus” medios digitales, sus tecnologías, que ya son de todo el mundo y que nos gustan más que las enciclopedias, las conferencias y las dinámicas escolares, para defender lo poco que nos queda: el cuidado de nuestros territorios, la soberanía local, el cultivo de nuestras tradiciones amenazadas, la voluntad de diferir y de no admitir injerencias extrañas… Seguiremos luchando por todo esto a través de los blogs, de las páginas virtuales, de los teléfonos móviles, de las redes, etcétera. Porque, si les hacemos caso, muy ilustrados críticos de la tecnología y de los medios digitales, ya les habremos concedido el derecho a darnos el “tiro de gracia”, ya les habremos otorgado el poder de la ejecución sumaria: fin de nuestra cultura, robo de nuestras propiedades y silencio mediático global”.

6. CIBER-RESISTENCIA

Se diría que lo cibernético puede convertirse en una herramienta de resistencia contra el etnocidio desencadenado por la “mentalidad alfabetizada”. Algo semejante ocurriría en el ámbito de la educación: de muchas formas, lo digital puede utilizarse para ensayar fórmulas de escape de la escuela o de “defensa” de la escuela, al menos. Se ha convertido en una herramienta habitual para “educar en casa” o en “espacios educativos no-escolares”.

Las gentes cibernéticas son muy diferentes de las alfabetizadas. Ni mejores ni peores: distintas. Todo en ellas es desconcertante para la persona sofocada por los libros: decimos que perdieron su “privacidad” por efecto de la red en vez de contemplar que esa privacidad se puede estar reconstituyendo bajo nuevas formas; criticamos la “velocidad” de los nuevos tiempos y exaltamos la lentitud y la demora antiguas obviando que tanta pausa no fue otra casa que el privilegio de los opulentos y de los explotadores; hablamos de “sociedad de la transparencia” y de erosión del “pudor” y de la “intimidad” como si no fuera evidente que en las redes todo se puede ocultar si se quiere, que es fácil enmascararse, que cualquiera sabe cómo proteger su intimidad de lo electrónico si le interesa, que el “pudor” la más de las veces fue asunto de depravados…

Apuntaré, en mi charla de abril para ALE, que, aparte de reconocer el hiato espistemológico que separa a la mentalidad alfabetizada de la cibernética, no cabe olvidar que el etnocidio ha sido y sigue siendo asunto de la primera; y que la segunda, cuyo porvenir nos es inescrutable, está a día de hoy capacitada para confrontar la escuela y la masacre alterófoba.

Pedro García Olivo

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

 

Camino de la escuela, 6,5

LA ESCUELA BAJO LA DEMOCRACIA

Posted in antipedagogía, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Desistematización with tags , , , , , , , , , , , on marzo 4, 2020 by Pedro García Olivo

LA ESCUELA BAJO LA DEMOCRACIA

1. La invisibilización del agresor

Algo sustancial se está alterando en la Escuela bajo la Democracia: aquel dualismo nítido profesor-alumno tiende a difuminarse, adquiriendo progresivamente el aspecto de una asociación o de un enmarañamiento. Se produce, fundamentalmente, una “delegación” en el alumno de determinadas incumbencias tradicionales del profesor; un trasvase de funciones que convierte al estudiante en sujeto/objeto de la práctica pedagógica…

Habiendo participado, de un modo u otro, en la elaboración del temario, ahora habrá de ‘padecerlo’. Erigiéndose en el protagonista de las clases re-activadas, en adelante se ‘coresponsabilizará’ del fracaso inevitable de las mismas y del aburrimiento que volverá por sus fueros conforme el factor “rutina” erosione la capa de novedad de las dinámicas participativas. Involucrándose en los procesos evaluadores, no sabrá ya contra quién revolverse cuando sufra las consecuencias de la calificación discriminatoria y jerarquizadora. Aparentemente al mando de la nave escolar, ¿a quién echará las culpas de su naufragio? Y, si no naufraga, ¿de quién esperará un motín cuando descubra que lleva a un mal puerto?

En pocas palabras: por la vía del Reformismo Pedagógico, la Democracia confiará al estudiante las tareas cardinales de su propia coerción. De aquí se sigue una invisibilización del educador como agente de la agresión escolar y un ocultamiento de los procedimientos de dominio que definen la lógica interna de la Institución.

2. El “estudiante ejemplar” como figura del horror

Cada día un poco más, la Escuela de la Democracia es, como diría Cortázar, una “Escuela de noche”. La parte ‘visible’ de su funcionamiento coercitivo aminora y aminora. Sostenía Arnheim que, en pintura como en música, la “buena” obra no se nota -apenas hiere nuestros sentidos. Me temo que este es también el caso de la “buena” represión: no se ve, no se nota.

Hay algo que está muriendo de paz en nuestras escuelas; algo que sabía de la resistencia, de la crítica. El “estudiante ejemplar” de nuestro tiempo es una figura del horror: se le ha implantado el corazón de un profesor y se da a sí mismo escuela todos los días.

Horror dentro del horror, el de un autoritarismo intensificado que a duras penas sabremos percibir. Horror de un cotidiano trabajo de poda sobre la conciencia. “¡Dios mío, qué están haciendo con las cabezas de nuestros hijos!”, pudo todavía exclamar una madre alemana en las vísperas de Auschwitz. Yo llevaba todas las mañanas a mi crío al colegio para que su cerebro fuera maltratado y confundido por un hatajo de ‘educadores’, y ya casi no exclamaba nada.

¿Qué puede el discurso contra la Escuela? ¿Qué pueden estas páginas contra la Democracia? ¿Y para qué escribir tanto, si todo lo que he querido decir a propósito de la Escuela de la Democracia cabe en un verso, en un solo verso, de Rimbaud: “Tiene una mano que es invisible, y que mata”.

(De “El enigma de la docilidad”, ensayo que cumple quince años de vida liberada en las redes y en las imprentas; tres lustros de difusión gratuita en lo digital y de re-edición absolutamente permitida, sin beneficios ni “derechos” para el autor: https://www.facebook.com/pgarciaolivo/posts/10219498410882403 )

Pedro García Olivo

Buenos Aires, 4 de marzo de 2020

enigma y bala

LA PESTE PEDAGÓGICA

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0003Compartimos La Peste pedagógica, colección de ensayos subtitulada «Escuela, Protesta, Estado y Razón Lúdica».

Para descargar la obra: LA PESTE PEDAGÓGICA

Para descargar por separado los ensayos que la constituyen:

LA ESCUELA Y SU OTRO. Para poetizar…

EN LOS TIEMPOS DE LA PROTESTA DOMESTICADA

ESTADO Y ETNOCIDIO. EL EXPONENTE ARGENTINO

EN DEFENSA DE LA RAZÓN LÚDICA

He aquí el prólogo y el índice del mencionado trabajo de investigación y escritura:

LUJOSAS CALAMIDADES DE LA PEDAGOGÍA

(Prólogo)

«Para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos  un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les ha sido hecha y para decir simplemente qué es lo que se aprende en medio de las plagas”
A. Camus, “La peste”

En tanto voluntad deliberada de intervenir en la subjetividad del otro, de incidir en su consciencia (para moldearla, reformarla o transformarla), alegando que tal operación se despliega «por el propio bien» del afectado, la disposición pedagógica ocupa un lugar de privilegio en los procesos de reproducción de las sociedades democráticas occidentales.

Todas y cada una de las «antropotécnicas» (en la acepción de J. Ellul y L. Mundford, retomada en nuestro tiempo por P. Sloterdijk: instancias, mecanismos y procedimientos para la elaboración del ser humano) sobre las que descansa el Capitalismo contemporáneo, desde la educación administrada hasta el entretenimiento deportivo, pasando por los servicios sanitarios, la producción mediática, el transporte público, la vigilancia jurídica y policial, la industria del juego y del juguete, etcétera, remiten a la Pedagogía como saber y como práctica constituyentes.

En efecto, no hay técnica de forja del sujeto moderno, no puede darse la biopolítica moderna (G. Agamben) ni la psicopolítica posmoderna (Byung Chul Han), sin esa pretensión infame de pesquisar, corregir o alterar metódicamente la sensibilidad, el pensamiento y la conducta del otro. Y no se trata ya de la inevitable «influencia» desencadenada por todo acto comunicativo, del «impacto» causado o de la «huella» dejada indefectiblemente por cada episodio de la interacción humana, en la línea de El espejo, film de A. Tarkovski; no se habla ahora del insuprimible «efecto de poder» suscitado por cualquier expresión de las relaciones personales y del desenvolvimiento social: me refiero al ejercicio «intencional», auto-reflexivo, sometido a evaluación y peritaje, mediante el cual un individuo o una corporación de individuos toma a su cargo la re-modelación tentativa de la personalidad del otro. Por eso he hablado de «voluntad deliberada» y de «alteración metódica»…

Dejando, pues, a un lado la microfísica de las «relaciones de poder», todo ese juego casi capilar de los litigios y de los forcejeos entre libertades a que tanto se refirió M. Foucault, pero sin salirnos del ámbito de la creación y re-creación bio-socio-pisco-política de los seres humanos, hallamos la colosal macrofísica de la «supeditación pedagógica», profundamente arraigada en ese despotismo y ese dirigismo moral e intelectual que ha caracterizado a la veta central de la cultura europea.

A pedagogía ha terminado hediendo la labor toda de los profesores, esos «educadores mercenarios» (así los calificó G. Steiner en Lecciones de los maestros) extremadamente nocivos; de los jueces y magistrados sin excepción; de los medicos, enfermeros y farmacéuticos; de los militares, policías y carceleros, al margen de su mayor o menor brutalidad; de las hordas psiquiátricas, psicológicas y psicoanalíticas; de los periodistas y demás incansables fabricantes de opinión; de los fabuladores de la política y de los profesionales de la reforma o del cambio institucional; de los asistentes sociales, de los activistas «comprometidos» y de las militancias filantrópicas de una u otra calaña; de los «pensadores» a sueldo y de los escritores venales, moscas y mosquitos del mercado aprobador o del mercado contestatario; etcétera.

«Pastoral» es el tufo de todo pedagogía; asunto de «predicadores, custodios y terapeutas», cabría añadir parafraseando a I. Illich. En la escala pequeña, son «pedagogos» los progenitores que, pretendiendo convertir a sus hijos en una superadora «imagen y semejanza» de sí mismos, organizan y orientan meticulosamente su formación. En la escala grande, la Escuela se ha erigido, desde su aparición decimonónica, en el Palacio horrendo de la pedagogía, contando con desalmados inquisidores y monstruosos correctores del carácter ajeno, desde Dewey, Montessori o Ferrer Guardia hasta Freinet «el activador» o Freire «el concientizador», por recordar unas pocas lujosas calamidades.

Como una «peste» se ha extendido la disposición pedagógica por todo el cuerpo social. Ratas contaminadas y contaminantes están siendo, en primera línea, las Universidades, los Centros de Estudio, los Colegios y las Escuelas Alternativas. A su regazo corren los demás aparatos del Estado, la marabunta de las instituciones ciudadanas, los oficios y desempeños «sociales» particularmente… Vivir en Occidente significa, en buena medida, tener que soportar a una legión de «pedagogos», unos pocos todavía con uniforme pero la mayoría ya de paisano, que se desviven y son generosamente remunerados por meter sus manazas en las cabezas de las gentes, podando y extirpando a consciencia, siempre en beneficio de la reproducción social optimizada vale decir, de la manía de perdurar del Capitalismo.

Actualización de la ética libertaria, la «anti-pedagogía» deja en paz a la gente (si bien «señala con el dedo», como gustaba Nietzsche, a los canallas y a los cínicos que se apoltronan en posiciones de solidaridad empírica con la Opresión, como la totalidad cómplice de los funcionarios del Estado y la suma abultada de los ejecutivos de las empresas), desistiendo de soñar Hombres Nuevos y de anhelar la «regeneración» de aquella supuesta infinidad de seres «defectuosos» o «malvados», calificados así por no ajustarse en su obrar y en su pensar a una doctrina pretendidamente «esclarecedora», iluminada y luminosa. Se ensaña, esto es innegable y habrá de caracterizarla siempre, con las lógicas, con los dispositivos, con las estructuras. Con los esquemas, con los conceptos, con las Ideas. Con los himnos, con las banderas, con los eslóganes y con las pancartas, con los emblemas. Deniega el tatuaje interior.

Este libro recoge cuatro ensayos, en los cuales la crítica anti-pedagógica se «expone» (en el doble sentido de la expresión: mostrarse y arriesgarse), lanzando cabos a una perspectiva en la que se diluye y fortifica al mismo tiempo y para la que he elegido el término «desistematización». Cada ensayo fue motivado por una solicitud, de charla o de artículo, que se me allegó desde que vivo en Buenos Aires. Los reuní porque parecen cerrar un ciclo, porque su emparentamiento se da en lo demasiado hondo, porque los sentí abrazándose en la «voluntad de obra». Son decires afilados, ingratos, a su manera frágiles y rotundos, nacidos de años y años de investigación y de vida. «Cum ira et studio», que decía Francis Bacon. Tratan de la Escuela, de la Protesta, del Estado y del Juego.

ÍNDICE

LUJOSAS CALAMIDADES DE LA PEDAGOGÍA

(Prólogo)

I) LA ESCUELA Y SU OTRO

Para poetizar las educaciones comunitarias no escolares en tanto dique de contención contra el exterminismo occidental

PREÁMBULO

1. PROTOCOLO DE APROXIMACIÓN AL “OTRO” DE LA ESCUELA

1.1. Occidente carece de un poder hermenéutico universal

1.2. Acto de lecto-escritura

2. CARACTERIZACIÓN DE LAS MODALIDADES EDUCATIVAS NO-ESCOLARES

2.1. Comunidad

2.2. Libertad

2.3. Anti-pedagogía

2.4. Igualdad

2.5. Democracia

2.6. Apoyo mutuo cotidiano

2.7. Vida Buena

2.8. Apertura y fusión

2.9. Oralidad

3. MISERIA DEL INTERCULTURALISMO

4. PEDAGOGÍAS BLANCAS DEMOFASCISTAS

4.1. Fascismo y democracia

4.2. El demofascismo como avance desde lo antiguo: rasgos heredados e innovaciones

4.3. La escuela del demofascismo

4.3.1. Asistencia

4.3.2. Currículum

4.3.3. Dinámica

4.3.4. Evaluación

4.3.5. Gestión

4.3.6. Conclusión

NOTAS

II) EN LOS TIEMPOS DE LA PROTESTA DOMESTICADA

El anarquismo existencial como resistencia sin reglas, disidencia cretiva y bio-poética de la lucha

PRÓLOGO

1. EL DESCRÉDITO DE LA RAZÓN POLÍTICA

1.1. Causa

1.2. Sujeto

1.2.1. A la búsqueda del sustituto funcional del Proletariado

1.2.2. En torno al activismo social-cínico

1.3. Revolución

2. LA PROTESTA DOMESTICADA

2.1. Gestión política de la desobediencia

2.2. El doble plano de la domesticación de la protesta

2.2.1. Subjetividad Única Demofascista

2.2.2. Bienestarismo del Estado Social de Derecho

2.2.2.1. De la “necesidad” a las “pseudo-necesidades”

2.2.2.2. De las “libertades” a los “derechos”

2.2.2.3. Función pública “inhabilitante”

2.2.3. Ritualización y esclerosis de la lucha clásica

2.2.3.1. Metodologías asimiladas

2.2.3.2. Deconstrucción

3. BIO-POÉTICA LIBERTARIA

4. SENTIDO DE LA DESISTEMATIZACIÓN

NOTAS

III) ESTADO Y ETNOCIDIO

El exponente argentino

1. INTRODUCCIÓN. CANIBALÍSTICA DEL ESTADO

1.1. Filosofía política e ilustración socio-histórica

1.2. Una depredación cuádruple

2. ESTADO Y DOMINACIÓN SOCIAL

2.1. La percepción clásica

2.2. Canibalismo social argentino

3. EL ESTADO COMO DEVORADOR DE LA AUTONOMÍA INDIVIDUAL Y COMUNITARIA

3.1. La “sistematización de la existencia”

3.2. El exponente argentino: peronismo y kirchnerismo

3.2.1. Peronismo

3.2.2. Kirchnerismo

3.2.3. Más allá del “fuego amigo”

4. CANIBALISMO DISPERSO. LA CRÍTICA DE LA BIOPOLÍTICA (IRRELEVANCIA RELATIVA DE LA FORMA DE ESTADO Y PSEUDO-ANTAGONISMO ESTADO SOCIAL – ESTADO MÍNIMO NEOLIBERAL)

4.1. Estado coordinador, relaciones de poder y política de seguridad

4.1.1. Estado coordinador

4.1.2. Relaciones de poder

4.1.3. Política de seguridad

4.2. Crítica del biopoder y auto-construcción del sujeto

5. ESTADO Y ALTERICIDIO

5.1. Integración, interculturalidad y Estado etnocida

5.1.1. Integración

5.1.2. Interculturalidad

5.1.2.1. El artículo de fe

5.1.2.2. La Escuela como recluta

5.1.3. Integracionismo multiculturalista

5.1.4. Estado etnocida. Del «pogrom» al «programa»

5.2. El exponente argentino

5.2.1. Peronismo

5.2.2. Kirchnerismo

IV) EN DEFENSA DE LA RAZÓN LÚDICA

Para resignificar el «juego libre»

1. UNA LUCHA «EN» EL LENGUAJE: RE-SEMANTIZAR PARA DE-SEMANTIZAR

2. TURBIEDAD POLÍTICA DE LA NOCIÓN CONVENCIONAL DE «JUEGO»

3. RASGOS DEL «JUEGO LIBRE»

4. ¿ES LA «RAZÓN LÚDICA» LO PRIMERO?

5. JUEGO Y CAPITALISMO

5.1. La “ofensiva” contra el juego libre: mercado, poder y ciencia

5.2. Juego servil y demofascismo bienestarista

6. MÁS ALLÁ DEL “JUEGO REPRODUCTOR”: TOPOLOGÍA DE UNA RAZÓN LÚDICA SUBVERSIVA

6. 1. Juego reproductor

6. 2. A propósito del “juego negativo”

[Comparto «La Peste…» en mi blog, para libre lectura y descarga. Queda también a disposición de cualquier colectivo o proyecto que considere oportuno imprimirla, darle realidad táctil, editarla como libro. Si a alguien le interesa publicarla físicamente, agradezco que me lo cuente, para satisfacciones del Ego, pero ni siquiera hace falta: esta obra permanecerá abierta del todo, ofrecida verdaderamente para cualquier uso]

 

2018

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 27 de mayo de 2019
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

EN DEFENSA DE LA RAZÓN LÚDICA (Cuarta y última parte de “La Peste pedagógica”)

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Para resignificar el «juego libre»

«No es ya el sueño de la Razón el que engendra monstruos,

sino la Razón misma, insomne y vigilante»

G. Deleuze

Para acceder al ensayo en PDF: En defensa de la Razón lúdica

1. UNA LUCHA «EN» EL LENGUAJE: RE-SEMANTIZAR PARA DE-SEMANTIZAR

1. El lenguaje es uno de los principales campos actuales de lucha, pues se desveló su solidaridad profunda con la opresión en las sociedades democráticas occidentales. Lleva la mácula de todo aquello que reproducimos: clasismo, sexismo, especismo, belicismo, productivismo… Para fines antagonistas, esto significa que estamos en conflicto con las palabras, que no las usamos ya de un modo automático o pasivo, que hay conceptos que nos hieren, que de algún modo nos vigilamos al hablar… En la modernidad, correspondió a F. Nietzsche afianzar la denuncia: «Me temo que nunca nos desembarazaremos de Dios, pues todavía creemos en la Gramática». En un sentido muy determinado, «somos hablados por el lenguaje». A un nivel epistemológico, «fundacional», pues, queda desvelada la maldad congénita del lenguaje, su absoluta ausencia de inocencia. Y la «mancha» no recaería ya solo en la semántica, donde ciertamente se ha hecho más notoria: toda la sintaxis, la gramática en pleno, el léxico en su conjunto sabrían constitutivamente de los estigmas sobre los que descansa la forma de coerción de nuestra civilización.

2. A un nivel más inmediato, M. Foucault, en un bello opúsculo (El orden del discurso), señaló el modo en que los poderes instituidos, en su concreción histórica, a través de las instancias públicas y privadas, de las entidades y de las prácticas, encabalgándose sobre la malevolencia histórica de las palabras, las inventaban y reinventaban con fines reproductivos, «actualizando», por así decirlo, su infamia y su perversidad: más aún, inscribían esas palabras, el lenguaje de lleno, en una axiomática, una forma de «legalidad», un orden destinado a conjurar los peligros de su materialización. Así se expresó:

«El deseo dice: No querría tener que entrar yo mismo en este orden azaroso del discurso; no querría tener relación con cuanto hay en él de tajante y decisivo; querría que me rodeara como una trasparencia apacible, profunda, indefinidamente abierta, en la que otros responderían a mi espera, y de la que brotarían las verdades, una a una; yo no tendría más que dejarme arrastrar, en él y por él, como algo abandonado, flotante y dichoso. Y la institución responde: No hay por qué tener miedo de empezar; todos estamos aquí para mostrarte que el discurso está en el orden de las leyes, que desde hace mucho tiempo se vela por su aparición; que se le ha preparado un lugar que le honra pero que le desarma, y que, si consigue algún poder, es de nosotros y únicamente de nosotros de quien lo obtiene».

Mirando menos a la Institución que a los detentadores del poder, F. Nietzsche había concluido algo semejante: que las palabras siempre habían sido inventadas por las clases dirigentes… «En todo tiempo estuvo entre las prerrogativas del Señor la de poner nombre a las cosas». En este sentido, «las palabras no desvelan un significado, imponen una interpretación».

En recapitulación de M. Foucault: «En toda sociedad la producción del discurso esta a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad (…). [Porque] el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual, se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse».

3. Partiendo de estas denuncias, e insistiendo en el contro político (en sentido amplio) del lenguaje, se ha subrayado la apropiación «conservadora» de conceptos críticos, el modo en que las instituciones, los poderes políticos y económicos, incluso también las instancias del saber, re-significan términos y expresiones del universo antagonista o contestario para llevarlos a los lugares conocidos de la reproducción del sistema. Esta «hemorragia de conceptos críticos» (R. Barthes) habría afectado a nociones como las de «revolución», «clase social», «ideología», «transformación social», «lucha de clases», «proletariado», «plusvalor», «compromiso», «resistencia», etcétera. Expuestos inevitablemente a la erosión del devenir, sujetos a aquella estricta contingencia (temporalidad) de todas las acuñaciones de la crítica, de todos los conceptos y de todas las teorías de la historia y de la sociedad (K. Marx), recayó también, sobre los universos terminológicos disidentes, la nueva asechanza de los «media», intrínsecamente vinculada al mercado y a la gobernabilidad. Y quedó desangrado el corpus discursivo anticapitalista…

4. Pero quedó desangrado en el marco de la misma constelación económica, política y cultural que denegaba: el Capitalismo vampirizó al anti-capitalismo, robándole sus palabras, sus símbolos, sus emblemas. Y «revolucionario», por ejemplo, es hoy también una marca de cerveza y de ropa; y un término que aparece en el nombre de un partido conservador, con un proyecto político «reaccionario» en opinión de muchos, asentado en el gobierno durante años y años (el Partido Revolucionario Institucional, en México). Y podemos comprar camisetas estampadas con el rostro del Che en El Corte Inglés. Y existe un periódico que se llama «Liberación». Y «Emancipados» puede estar en el logotipo de una boutique de lujo. Y no hay político, periodista o profesor que no cante a la igualdad, a la libertad y a la fraternidad. Y se desconoce organización política pro-capitalista, en el límite «humanizadora» del sistema establecido, bienestarista en tal caso, que no incluya el ecologismo, el feminismo y el pacifismo entre sus credenciales propagandísticas…

El antagonismo se quedó sin palabras en un marco histórico que impide la emergencia absoluta, reprentina, de un Nuevo Pensamiento. Si no cambia sustancialmente el mundo, esto es sabido, no puede surgir una Novedad Radical en la reflexión o en la teoría, pues todos los conceptos, todos los frutos de la inteligencia humana (ya sean para la conservación, ya para la transformación), son productos histórico-sociales y la imaginación crítica, incluso subversiva, tiene un límite marcado por la época. Estamos obligados a batallar, pues, de momento, en el territorio lexicológico del enemigo, en el universo conceptual de un capitalismo que nos robó las armas del lenguaje y adulteró las palabras con las que lo denegábamos. ¿Cómo hacerlo?

5. Cabe pagar al Sistema con su misma moneda, «re-significando» conceptos que utilizaba apaciblemente en aras de su propia justificación; cabe «re-semantizar» todos esos términos por los que siempre se sentía halagado, legitimado. Cabe introducir un principio de discordia, de conflicto, de inseguridad y de inquietud en el campo lexicológico del Capitalismo. Podemos «hurtarle» sus palabras para devolvérselas envenenadas, destempladas, enloquecidas… Es lo que pretendo hacer, en los últimos tiempos, con estas tres expresiones: «juego», «territorio» y «recreación». Estas tres nociones, tan queridas por el status quo, tan gastadas por la intelectualidad reclutada, por los funcionarios mohosos y por los agentes culturales del capitalismo, pueden ser «leídas» de otro modo (o, mejor, pueden «darse a leer» bajo otro aspecto); pueden re-vestirse de un nuevo y desafiante sentido, en la línea de la hermenéutica crítica o de la deconstrucción, estrategia epistémica que ya no procura exhumar «significados primeros» o «verdades ocultas», sino que opera rescates selectivos, re-creaciones y actos de producción discursiva disidentes… Hablamos de «deconstrucción» en el sentido de J. Derrida:

«Las relaciones entre deconstrucción y hermenéutica son también complejas. Lo que se llama en general hermenéutica designa una tradición de exégesis religiosa que pasa por Schleiermacher y la teología alemana hasta Gadamer entre otras fuentes, y supone que la interpretación de los textos debe descubrir su querer decir verdadero y oculto. La deconstrucción no tiene que ver con esa tradición; por el contrario, pone en duda la idea de que la lectura debe finalmente descubrir la presencia de un sentido o una verdad oculta en el texto. Pero hay otra manera de pensar la hermenéutica, que se percibe en Nietzsche o en Heidegger, donde la intepretación no consiste en buscar la última instancia de un sentido oculto sino en una lectura activa y productiva: una lectura que transforma el texto poniendo en juego una multiplicidad de significaciones diferentes y conflictuales. Esa acepción nietzscheana de la interpretación es mucho más cercana a la deconstrucción, tal y como es la mención de Heidegger a la «hermeneuin» que no busca descifrar ni revelar el sentido depositado en el texto sino producirlo a través de un acto poético, de una fuerza de lectura-escritura».

Como apunté en otra parte (breve ensayo en el que se situaba a E. Zuleta entre los inspiradores de esta forma distinta de entender la «interpretación»), fue también perfectamente «poético», «lecto-escritural», hermenéutico o deconstructivo, el acercamiento de A. Artaud a la obra/vida de V. Van Gogh…

La dirección de mi «rescate selectivo», de la «lectura productiva» que propongo, es clara: llevo el juego, la recreación y el territorio a la arena de la crítica antipedagógica y desistematizadora…

6. Vinculada a este asunto, corre una cuestión crucial, magistralmente esbozada por R. Barthes en Crítica y Verdad: ¿De qué voy a hablar cuando trate del «territorio», del «juego» y de la «recreación»? ¿Cómo hablaré, en calidad de qué? ¿Desde qué especialidad, disciplina o «prisma» lanzaré mis tesis? Responderé ahora concisamente y recuperaré a continuación las palabras del autor francés… Hablaré de palabras, trataré del lenguaje; y no de un fantasmal «en sí» del juego, del territorio o de la recreación. Hablaré de lo que esas palabras pretenden designar y de lo que están connotando de hecho; y sugeriré lo que aún podrían llegar a referir. Y hablaré como «escritor» sin más; no como historiador, sociólogo, «ludólogo», psicólogo, etnólogo o filósofo. En palabras de R. Barthes:

«Lo que no se tolera es que el lenguaje pueda hablar del lenguaje. La palabra desdoblada es objeto de una especial vigilancia por parte de las instituciones, que la mantienen por lo común sometida a un estrecho código: en el Estado literario, la crítica debe ser tan disciplinada como una policía; liberar aquella no sería menos peligroso que popularizar a esta sería poner en tela de juicio el poder del poder, el lenguaje del lenguaje. Hacer una segunda escritura con la primera escritura de la obra es en efecto abrir el camino a márgenes imprevisibles, suscitar el juego infinito de los espejos, y es este desvío lo sospechoso. Mientras la crítica tuvo por función tradicional el juzgar, solo podía ser conformista, es decir conforme a los intereses de los jueces. Sin embargo, la verdadera crítica de las instituciones y de los lenguajes no consiste en juzgarlos, sino en distinguirlos, en separarlos, en desdoblarlos. Para ser subversiva, la crítica no necesita juzgar: le basta hablar del lenguaje, en vez de servirse de él. Lo que hoy se reprocha a la nueva crítica no es tanto el ser nueva: es el ser plenamente una crítica, es el redistribuir los papeles del autor y del comentador y de atentar, mediante ello, al orden de los lenjuajes (…).

Nada es más esencial para una sociedad que la clasificación de sus lenguajes. Cambiar esa clasificación, desplazar la palabra, es hacer una revolución. Durante dos siglos, el clasicismo francés se ha definido por la separación, la jerarquía y la estabilidad de sus escrituras; y la revolución romántica se ha considerado a sí misma como un desorden de la clasificación. Ahora bien, desde hace cerca de cien años, desde Mallarmé sin duda, está en curso una reforma importante de los lugares de nuestra literatura: lo que se intercambia, se penetra y se unifica es la doble función, poética y crítica, de la escritura. No basta decir que los escritores mismos hacen crítica: su obra, a menudo, enuncia las condiciones de su nacimiento (Proust) o incluso de su ausencia (Blanchot); un mismo lenguaje tiende a circular por doquier en la literatura; el libro es así atacado de flanco y por la retaguardia por el que lo hizo; no hay ya poetas, ni novelistas: no hay más que una escritura».

7. Pudiera considerarse que esta literatura de la lucha «en» y «por» el lenguaje se desentiende del horizonte «real» de la conflictividad, del ámbito material de la reivindicación, con sus «causas», sus «sujetos», sus «motores». Cabría estimar que no constituye más que una huida «culturalista», una «sofisticación» de la teoría crítica, casi una embriaguez del escrúpulo político-ideológico. Pero nada más alejado de la verdad: en el contexto de la crisis definitiva del Relato de la Emancipación, postrados el Sujeto, la Causa y la Revolución, el horizonte de la cultura asume un protagonismo sustitutorio como ámbito del antagonismo objetivo. Más aún: desde el momento en que los instrumentos y los procedimientos de la racionalidad política clásica quedan absorbidos como formas de la desobediencia inducida, del ilegalismo útil o de la conflictividad conservadora, y su esfera ya no es otra que la de la «protesta domesticada», la lucha recupera al individuo, a la cotidianidad y a la propia vida (investidos o revestidos por el lenguaje) como escenarios privilegiados del antagonismo. El propósito de la «auto-construcción ética y estética para la lucha», paralelo a la desistematización de la existencia, se hace perfectamente conciliable con esta vigilancia de las palabra que proferimos, de los lenguajes que utilizamos, de las escrituras que practicamos. Y, a la inversa, en absoluto basta con un «compromiso» que permanezca sin más en el dominio de la comunicación. Se precisa tratar la propia vida del mismo modo que tratamos las palabras: «resignificando», deconstruyendo, reinventando. Erigir nuestros días en objeto de la crítica y de la escritura, «poetizarlos». Como parte de la existencia particular, el lenguaje que usamos se convierte en asunto de la desistematización…

8. Pero, si dejamos a un lado el proyectismo utopista (el ideal aquí, aunque mañana) y nos abrazamos al realismo heterotópico (la belleza hoy, aún hoy, si bien en otra parte), la labor de re-significación tenderá a disolverse en una de-significación terminal. Porque el objetivo último no es alterar los vocablos y devolvérselos indefinidamente al poder: quisiéramos establecer las condiciones, primero subjetivas y luego objetivas, de una «desaparición» de tales términos… Borrar palabras, diluir las separaciones arbitrarias y las cosificaciones interesadas, reventar los conceptos «como pompas de jabón», que decía F. Nietzsche…

Porque ha correspondido a la civilización occidental, desde Platón si damos credibilidad a P. Sloterdijk, estimar que «pensar» consistía en «dividir». Y llegaron los dualismos, las tesis y las antítesis, los opuestos, las contradicciones entre dos términos, las trinidades (santas o no santas), la dialéctica… Pensar era «dividir»; y «pensar bien», subdividir y subdividir. Las ciencias, bajo ese paradigma, se convirtieron en sistemas de clasificación, de ordenamiento, de distinción y de definición, aquejadas de una «taxonomomanía» insuperable. La filosofía se resolvió académicamente como una silogística de los conceptos (conceptos-madre, conceptos filiales, conceptos adyacentes…), configurando mallas o redes discursivas por anudamiento de entidades abstractas separadas, asimismo jerarquizadas, distribuidas lógicamente, obedeciendo a una sintaxis de agregacion.

El pensador occidental, se dedicara a la engañifa que se dedicara, actuaba como un leñador enajenado en medio de un río, dando hachazos para dividir el agua fluyente. Y tenemos, al fin, la sociología, la antropología, la etnología, la historia, la psicología…; y tenemos la política, la economía, el derecho, la cultura…; y tenemos la Edad Antigua o el esclavismo, la Edad Media o el feudalismo, la Edad Moderna y Contemporánea o el capitalismo; y tenemos el Arte, la Ciencia, la Filosofía; y tenemos la ética y la estética, la crítica y la poesía; y tenemos…

Pero no todas las culturas han sucumbido a semejante furor segregacionista, divisionista. Considerando que «lo correcto» era lo nuestro, y casi cediendo a la conmiseración, denominamos «holísticas» a las civilizaciones que no escindían… Y coincide hoy que los mayores grados de libertad y de autonomía entre las gentes se dan allí donde menos progresó el virus de la separación. Se diría que, a más «división», más opresión, más envilecimiento, más dolor…

Escolasticismos y neo-escolasticismos, funcionalismos de una u otra índole, estructuralismos diversos, «pensamientos leves» o «complejos», etcétera, no constituyen más que vástagos de la separación y de la división, de la segregación y de la cosificación. He ahí el estigma de los pensadores y científicos occidentales. «Nada ha salido con vida de sus manos», decía el «viejo martillo»: todo lo disecan, todo lo convierten en «momias conceptuales».

Cabe agregar que, al parcelar y re-parcelar, se desarmó y reclutó el pensamiento. Y se esterilizó la filosofía. Y se malbarató la ciencia. Y se emponzoñó la vida toda… Al escapársenos el principio de la totalidad, al desatender la indivisibilidad de lo real, fue también la unicidad de la libertad lo que perdimos; y la historia de la humanidad occidental se convirtió en un navegar amargo de seres fracturados y fracturantes…

Pero no les sucedió lo mismo a todos los pueblos, decía. El «holismo» indígena no distingue etapas en el tiempo, campos en el saber, sectores en la organización de la vida, heterogeneidades sustantivas en los móviles, grados en la satisfacción… «Comunitario», su aliento jamás tendió a establecer fisuras, fronteras, grietas, demarcaciones. Cuando las gentes del poblado se reúnen bajo un techo enorme para resolver un problema o reflexionar colectivamente sobre un asunto, ¿a qué tipo de acto estamos asistiento? ¿A un acto estrictamente «político», en la línea de la denominada «democracia india»? ¿«Religioso», ya que queda envuelto en ritos, ceremoniales y simbolismos, reteniendo el aura de lo sagrado? ¿«Cultural», pues es toda la cosmovisión indígena la que se concita y excita ante cada asunto particular? ¿«Educativo», ya que los niños acuden y escuchan, intervienen y aprenden? ¿«Lúdico», puesto que no faltan las risas, las bromas, las conversaciones animadas, el café y las tortillas, los refrescos…?

Cuando por la mañana, con toda la dignidad del mundo, serias y casi solemnes, esas mismas gentes parten hacia la milpa, los huertos, el cafetal o el bosque, ¿a qué actividad se entregan? ¿A una labor económica, de signo agrario? ¿Espiritual, ya que acontece el reencuentro con la Madre Tierra? ¿De conocimiento y enseñanza, puesto que de esos terrenos brota buena parte del saber tradicional y allí se congregan todos los días los menores? ¿Lúdica, pues en tales escenarios se desata y realiza el principio de placer? Si, al atardecer, se reúnen en una iglesia,o en una casa comunitaria o particular, y conversan con interés y sin prisa, ¿a qué móviles obedecen? ¿Amistosos? ¿De ocio? ¿Comunicativos? ¿Recreativos? ¿Intelectuales? ¿Políticos? ¿Rituales? La modalidad de don recíproco que recibe el nombre de «guelaguetza» en los entornos mayas, y que parte de una atención constante a las necesidades de los demás, ¿que «funcionalidad» asume, si le cabe ese término? ¿Material, económica y redistributiva? ¿Asistencial, cooperativa y solidaria? ¿Ética y hasta religiosa? ¿Estética y gestual? ¿Filosófica? ¿Amorosa?…

El llamado «holismo» de los indígenas, de los nómadas y de los pastores tradicionales choca sin remedio con el «hacha» occidental; y ese conflicto impide que comprendamos de verdad el sentido de unas prácticas ante las que naufragan nuestros conceptos y nuestras herramientas cognoscitivas. Por añadidura, en ese universo unitario se da la libertad de la que nosotros carecemos y por la que tanto creemos haber luchado, una libertad concreta, tangible, efectiva…

9. Regresando a nuestro asunto, «desemantizar» el juego, la recreación y el territorio significa devolver esos tres conceptos a un universo epistémico en el que no existían como tales, pero del cual, en algún sentido, fueron arrancados; un ámbito de conocimiento y de vida en el que la igualdad y la libertad, el sentimiento comunitario y el particularismo trascendente evitaron los estragos de un pensamiento de la separación y la delimitación… «Re-significados», bajo una lectura crítica por libertaria, volvemos esos tres conceptos contra el sistema. «De-semantizados», desde el prisma de una mirada heterotópica, nos permitimos soñar con mundos en los que ya no es necesaria esta «lucha en el lenguaje»…

Cuando los zapotecos de Juquila Vijanos se engalanan para reecontrarse con sus huertos o con la milpa, a menudo en compañía de los niños, no van a «trabajar», a «aprender» o a «jugar». Pero sí hacen algo en lo cual esas tres expresiones están fundidas, en su sentido más noble: una labor que convoca al cuerpo y a lo que no es el cuerpo, un acto de aprendizaje-enseñanza sin cesar reanudado (aprendizaje comunitario y enseñanza destinada a los menores) y un desencadenamiento de la alegría, del contento, del comportamiento placentero. Cuando J. M. Montoya nos cuenta que «el niño gitano aprende jugando en el trabajo», nos sugiere lo mismo. En ese acto «holístico» está sucediendo algo que no es trabajar, jugar o aprender, ni la mera suma de las tres acciones. Es la vida misma la que discurre, sin admitir recortes conceptuales. Por último, si preguntamos a un pastor tradicional, ágrafo y desescolarizado, cómo aprendió lo que sabe y cómo enseñó a sus hijos, nos contará tranquilamente «toda» la vida que hace, el croquis detallado de sus días, la existencia completa de los rural-marginales en su discurrir cotidiano.

Porque, donde se da la igualdad y la libertad, ni existe el trabajo, ni existe la escuela, ni se da el ocio o la recreación. Por contra, donde la coerción y la inequidad son la norma, el pensamiento separa y cosifica, en primer término. Y, en un segundo movimiento, de modo demagógico, cuando no cínico, propone una «recomposición» meramente aditiva de lo parcelado. Primero creamos «ciencias», «disciplinas», «especialidades», «subdisciplinas», etc.; y luego apostamos por estrategias «interdisciplinares» o «transdisciplinarias» para adosar cosméticamente fragmentos del conjunto despiezado. Pero se pierde la totalidad, que hubiera exigido, como advirtió K. Marx, un saber unitario, «una» ciencia (que podríamos denominar «de la sociedad», «del hombre» o «de la historia») abarcadora e indivisible… Siguiendo la misma lógica, Occidente separa el trabajo, el aprendizaje y el juego, estableciendo espacios distintos para cada actividad, formando a menudo técnicos o «profesionales» para el desempeño en los sectores «cercados», creando incluso saberes o disciplinas específicas; y, acto seguido, con la mayor hipocresía, proyecta «adiciones»: llevar, por ejemplo, el juego a la escuela o al puesto de trabajo; introducir el trabajo en la enseñanza; diseñar «juguetes educativos», «mobiliarios educativos» (la Bauhaus); concebir «trabajos lúdicos»; convertir la fábrica asimismo en un «escenario del aprendizaje» (la URSS), etcétera.

He aquí el mapa conceptual de mi intervención: re-significar el territorio, el juego y la recreación para poetizar escenarios de su de-semantización…

2. TURBIEDAD POLÍTICA DE LA NOCIÓN CONVENCIONAL DE «JUEGO»

El lenguaje, ciertamente, «nos habla»… Cuando proferimos la palabra «juego» somos llevados inmediatamete a un ámbito de reflexión y de conversación ya acotado, delimitado de antemano, sin que se nos conceda la posibilidad de cuestionarlo o de idear otro. Y es que aceptamos acríticamente la noción convencional de «juego», sin reparar en los intereses que acompañaron su génesis: ¿Por qué reunir bajo ese concepto actividades y disposiciones tan heterogéneas? ¿Por qué decimos que esto sí entra en la categoría de «juego» y aquello no, aunque desde algún punto de vista se le asemeje? ¿Por qué decimos que esto y aquello son «juegos» a pesar de todo cuanto los separa y distingue? Evidentemente toda selección, lo mismo que toda clasificación, es en cierto sentido «arbitraria», socio-culturalmente determinada y, respondiendo a estrategias tácitas o manifiestas, induce efectos de poder…

Asumiendo de alguna forma la noción común de «juego», J. Huizinga advirtió, no obstante, que cada lengua organizaba a su modo los objetos del espacio lúdico; y había unos idiomas que establecían distinciones lexicológicas desconsideradas por otros, incluyendo estos bajo los alcances del término «juego» realidades que aquellos excluían… Para mí, ese apunte es muy pertinente, pues quiero denunciar la calculada «heterogeneidad» de los elementos que nuestra lógica lingüística aglutina en la categoría única e indiscutida de «juego». Ello me obligará a resignificar un concepto, a inventar un recurso terminológico que dibuje una línea de demarcación en el interesado «cajón de sastre» de los juegos: es la noción de «juego antipedagógico y desistematizador» o, desplazando los acentos, «juego libre»…

Obviamente, una cosa es «jugar» al ajedrez contra un rival, en esa apoteosis de la competencia y bajo el mandato de reglas muy estrictas; y otra construir de forma espontánea un castillo de arena a la orilla del mar, cooperando con un amiguito… Una cosa es dramatizar siguiendo papeles dictados, memorizados, bajo la mirada inquisitiva de un «director»; y otra jugar a los personajes, improvisando roles, sin supervisión de nadie… Una cosa es «jugar» con el auto teledirigido comprado por Navidad; y otra «jugar» a inventarse coches con botellas de plástico, palos y tapones a fin de regalarlos… Son tan grandes las diferencias estructurales entre unos llamados «juegos» y otros que cabe sospechar un fallo o un fraude en el proceso de génesis del concepto. Se hubiera podido esperar dos o tres acuñaciones terminológicas distintas, ya que las actividades reunidas se contraponen en aspectos decisivos. Pero, como todo acabó encerrado en una misma y única vasija conceptual, el motivo de una tan llamativa heterogeneidad fenomenológica deberá buscarse en el campo de la reproducción socio-política. En pocas palabras: se ha querido «diluir» (en el conjunto, en la amalgama) la especificidad de un tipo de juego potencialmente «subversivo», «crítico», «desestabilizador» lo que llamo «juego libre»… Ubicándolo al lado de los juegos de obediencia, de los juegos reglados, de los juegos competitivos y «adaptativos», de los juegos sujetos a una mirada adulta o a una planificación institucional, se ha logrado que su bella irreverencia pase desapercibida a no pocos analistas; se ha conseguido desviar, de su obstinada disidencia y de su alegre rebeldía, el foco de atención…

Llamo «juego libre» a aquel que acontece sin normativa identificadora, sin «reglas» formales, sin competencia, sin triunfo y sin derrota, sin rédito material o simbólico, preferiblemente sin exigir un «juguete» adquirido en el mercado, desconocedor de todo ámbito institucional, sin dirección o supervisión externa, abierto a la espontaneidad, a la creatividad, a la cooperación entre los participantes… Así enunciado, parece muy exigente; sin embargo, esta clase de juego aflora constantemente, cuando el niño está solo y cuando se reúne con sus amigos. Es el tipo de juego al que el menor se entrega primero, desde su más temprana edad y antes de que los adultos pretendan «redireccionar» su actividad espontánea.

Hasta donde he podido comprobar, los investigadores «científicos» de la actividad lúdica (psicólogos, sociólogos, pedagogos,…) pocas veces han cuestionado, con el necesario punto de radicalismo, aquella interesada y calculada «heterogeneidad» introducida en la categoría de «juego» por las agencias socio-político-culturales; pocas veces han subrayado la «diferencia» que asiste al juego libre y la turbiedad ideológica inherente al gesto de malbaratarlo en cajones de sastre anuladores.

3. RASGOS DEL «JUEGO LIBRE»

Las manifestaciones empíricas del juego libre son infinitas. Y empiezan en los primeros años, cuando los infantes están todavía a salvo de la forma de servidumbre inducida por la lógica del «juguete» y excitada por el conocimiento de los juegos tradicionales, de los juegos ya dados. Entonces, el niño juega con cualquier cosa y juega de cualquier manera. A cubierto del juguete y del juego instituido, históricamente forjado, tampoco puede afectarle la figura del «supervisor» o «conductor» de la actividad lúdica. Ayuno de reglas, de patrones, de instrucciones, sin «asesores» o «ayudantes» que lo distraigan y condicionen, el niño, bajo la mirada complaciente de su propia libertad, no cesa de jugar…

Cuando una persona se entrega al juego libre, no sabemos muy bien qué es lo que está haciendo. Pero sí comprendemos lo que «no» hace, por lo que podemos caracterizar esa actividad en términos negativos: desinteresado en grado extremo, el jugador no persigue una rentabilidad material o simbólica. Deja a un lado, pues, toda la órbita de la racionalidad económica, que tiene que ver con la ganancia, los trabajos, el mercado… Por otra parte, en gran medida aislado de la normatividad y de sus escenarios, al practicante del juego libre no se le exige obediencia o comportamiento aquiescente y aprobador; y tampoco se le suministran incentivos para sojuzgar a nadie, para influir deliberadamente en la conducta de los otros. De este modo, escapa asimismo de la vieja razón política. Ya que su proceder no responde a la racionalidad estratégica, bajo ninguna de sus modalidades, cabría suponerle una índole a-racional o deberíamos elaborar, a propósito, la noción deconstructiva y paradojal de una «racionalidad lúdica». Por último, y también en función de ese carácter no instrumental, dota al protagonista del juego de una coraza anti-pedagógica y de-sistematizadora. Se trata, pues, de un juego que respeta al máximo la iniciativa personal del sujeto y en el que este puede manifestar ampliamente su espontaneidad, su creatividad, su imaginación, su fantasía…

Sobre la disposición «insumisa» del niño, que tiende de un modo natural al juego libre, pronto caerán agentes restrictores, unos vinculados a la ludo-industria, cuyos elaborados mercantiles someterán al menor a sus lógicas de funcionamiento (todo comercio de juguetes es un comercio de cadenas), otros asociados al instinto «pedagogista» de los progenitores, que pronto procurarán reconducir tales iniciativas «caprichosas» hacia el logro de determinados objetivos «educativos» o «formativos», incorporando sin remedio cláusulas de reprehensión y de violencia.

Fuera de los marcos de la infancia, cabe extender la esfera de influencia del juego libre, como estoy sugiriendo, por los escenarios desolados de la vida adulta, implementando ahí, en tales pasadizos y en tales laberintos, su virtualidad impugnadora. Por su carácter a-racional, o por su racionalidad lúdica, por su relación de contigüidad con instancias como la poesía, el absurdo, la locura, lo gratuito, el don recíproco, etcétera, terminaría erigiéndose en una poderosa herramienta para la reinvención combativa de la vida, sumándose al proceso de auto-construcción ética y estética para la lucha. De su mano, cabe reducir los alcances de la sistematización moderna de la existencia…

Ya que el juego libre, en cierto sentido, «no se ve» (vemos, eso sí, personas en una muy concreta interacción), pues carece de «estructura», de «forma», de «regularidad», situándose en las antípodas de los juegos reglados y de las dramatizaciones con guión, casi podríamos concebirlo como la plasmación de una «actitud»: actitud no-productiva, anti-política, creativa, insubordinada… Correspondería también a esa «actitud», circunstancia no menor, abocar a la cooperación, a la «fraternidad», a la ayuda mutua y a la colaboración entre iguales. Se distingue así, diametralmente, de los «juegos deportivos» modernos, cuya crítica pionera fue desarrollada por J. Ellul, entre otros: individualismo competitivo que contempla al «partenaire» como mero rival, máximo sometimiento a reglas, dependencia absoluta de la institución y atención preferente al mercado, asunción de una ética heterónoma y postergación de la creatividad personal…

Identifica también a la «actitud lúdica» su natural festivo, alegre, gozoso; su inclinación hedonista. Este «placer» del juego libre está asociado en ocasiones a lo indeterminado de su curso, a la ausencia de cauces, a la incertidumbre que gravita sobre su desarrollo un «no saberlo todo» y, no obstante, «tener que decidir los pasos futuros». Es el placer de la iniciativa sin cálculo, aventurera y riesgosa; el goce de enfrentarse a enigmas no fatales. Recuerda, de algún modo, la «felicidad» de los nómadas ante la imposibilidad del proyecto y la emocionante variabilidad de un mañana que preocupa pero no se teme; y evoca también la serenidad jubilosa del campesino antiguo ante las mil pequeñas novedades que debe afrontar cada día en su labor, habituado a navegar accidentes e imprevistos. Bajo esa alegría y esa forma de contento, el jugador puede dar la apariencia de «estar trabajando» (cuando, por ejemplo, imita a un artesano o a un obrero; o reproduce de hecho, y en el plano del juego, su labor física) y también de «estar aprendiendo» (si orienta el juego hacia el conocimiento o la investigación); pero no cabe duda de que de encuentra fuera de la lógica «económica» o «pedagógica», y la confirmación de ello radica precisamente en la atmósfera risueña, animada, dichosa, bajo la que se desenvuelve la actividad…

De la mano de J. Huizinga, historiador que anega el juego libre en el conjunto indistinto de las actividades lúdicas, sin remarcar su singularidad y sus implicaciones, podemos recapitular, en estos términos, sus rasgos más visibles: actividad libre, que puede resolverse a modo de «representación» improvisada (juegos «como si»); que se desarrolla bajo una inapelable «seriedad» (tensión, concentración, apasionamiento), pero también, y al mismo tiempo, en un ambiente festivo, placentero, lleno de motivos para la satisfacción y la alegría; que manifiesta un muy neto «desinterés» y una finalidad intrínseca, centrada sobre sí misma; que expresa una consciencia nítida de constituir una «fuga» o una «huida» de la «vida corriente» y de la «realidad establecida» (un paréntesis, una interrupción en el tedioso discurrir de la cotidianidad organizada); que tiende a crear vínculos y camaraderías entre los participantes, sabedores de que comparten una experiencia imprescindible, «necesaria», de extrema importancia, casi sagrada; y que queda envuelta siempre en una aureola de «misterio», de «enigma», de indeterminación…

Separándome, en este punto, de J. Huzinga, quiero hablar ahora de los aspectos menos visibles del «juego libre», rasgos que, en mi opinión, apuntan a la anti-pedagogía y a la desistematización…

4. ¿ES LA «RAZÓN LÚDICA» LO PRIMERO?

Cabe la posibilidad de que la disposición lúdica sea la actitud inmediata del ser humano, allí donde no se han establecido relaciones de coerción política y de subordinación económica. Las gentes, cuando no están inscritas en órdenes de dominación política o en ámbitos de subalternidad económica, impelidas a dejarse oprimir y explotar para asegurar su subsistencia, en ese ambiente que puede antojársenos «ideal», solo tienen una cosa que hacer, más allá de garantizar la autoconservación: entregarse al «juego libre», en el sentido en el que lo estoy determinando. Es eso lo que hacen los niños aún antes de alcanzar su primer año de edad; es lo que harán después, desde que se despierten en la mañana…

El jugar, entonces, no es una opción, como sí lo es el buscar empleo o el trabajar para otro; el jugar en libertad es el plano subyacente, es el marco, es «lo que hay», es lo real, es lo que ocurre, mientras no se instauren, recortando y recortándose sobre ese telón de fondo, las figuras del trabajo alienado, del empleo, por una parte, y, por otra, de la obediencia, de la servidumbre política. El juego libre es lo que habría de darse siempre, el transfondo de todo.

Ni siquiera ante la exigencia de la auto-conservación personal y comunitaria, la disposición lúdica ha permitido fácilmente que otras actitudes ocupen su lugar. La entronización de la razón económica puede verse como el punto de llegada de un largo e irregular proceso civilizatorio, culminado con el ascenso y la consolidación del Capitalismo. El afianzamiento de la propiedad privada y del trabajo en dependencia, ciertamente, le dio alas; pero nosotros suscribimos la tesis de esos investigadores que ubican la irrupción del «hombre económico» en el corazón mismo de la contemporaneidad, en nuestro tiempo. Donde la coerción económica y la fractura social no se conocían, y mientras nada hacía presagiar la generalización de «homo aeconomicus» como forma hegemónica de subjetividad, de mil maneras se evidenció esa disposición lúdica de las personas incluso a la hora de buscarse las fuentes de subsistencia. P. Clastres lo ilustró para el caso de algunas etnias llamadas «primitivas» del subcontinente americano: pasaron del nomadismo y la recolección a la vida sedentaria y a la agricultura, pero, cuando comprobaron que, por cambios decisivos en las circunstancias de la región, podían vivir invirtiendo menos tiempo en la consecución de los alimentos, sorteando los esfuerzos requeridos por la agricultura (es decir, cuando comprendieron que de nuevo les cabía subsistir a la antigua usanza, al modo de sus antepasados), ante esa certeza afortunada y bajo un consenso absoluto, regresaron dichosos a la vida errante y a la actividad recolectora, abandonando las casas y los campos de cultivo. Bajo la recolección y el nomadismo, la disposición lúdica brilla especialmente… También en esa línea se explica el tenaz desinterés de determinadas comunidades indígenas por la acumulación, por el excedente y por el comercio: se contentan con cosechar lo que necesitan para alimentarse. Y es proverbial el gusto de los pueblos nómadas por «la vida al día», sin cálculo, previsión ni atesoramiento. Por último, está en el talante de muchos individuos contemporáneos una suerte de incapacidad caracteriológica para arrinconar la disposición lúdica y, por ejemplo, dejarse sepultar en un empleo, comportándose como meros «hombres económicos» (pensando, entonces, en el salario, el ahorro, el consumo, la inversión, la ganancia…). Estos seres las más de las veces hollarán la sugerente senda del «trabajo mínimo», o buscarán otras vías, sin duda arriesgadas, para escapar del salario y desatar su potencial de existencia lúdica. También yo llevo toda la vida recorriendo ese camino, que me abocó finalmente a la agricultura de subsistencia y, después del final, pues todo final es un nuevo comienzo, a la recolección sistemática y rigurosa: en nombre de la razón lúdica, lo crucial para mí era no dejarme explotar y no tener que obedecer…

En todos estos casos se manifiesta la prevalencia de la disposición lúdica: se buscan los medios de subsistencia de una manera alegre, positiva, optimista… Pero como, a pesar de todo, en esa labor cabe la fatiga, el cansancio, que no siempre es muy «feliz», uno busca la manera de castigarse lo menos posible; y entonces amplía conscientemente, de forma paralela, el tiempo y el margen para el resto de las ocupaciones, tareas que no merecen vincularse a la palabra «ocio» sino que se aprehenden mejor bajo el rango de «actividades plenamente humanas» en las que el juego, lo lúdico, y aquí quería llegar, acampa por completo de nuevo.

Estamos tan intoxicados por la racionalidad estratégica, que nos dejamos embaucar por la demagogia política más extendida, de raiz decimonónica, y terminamos aceptando una patraña: que la economía y el poder manifiesto, la producción y la gobernabilidad, son los verdaderos pilares de la existencia humana… A lo sumo, para los “huecos”, para los “intersticios” que se abrían entre los tiempos de la servidumbre laboral y de la obediencia política, admitimos el campo (menor, secundario, accesorio) del “juego”. La responsabilidad del marxismo en esta idolatría de la Producción y del Estado es inmensa, como denunciara en su día J. Baudrillard (El espejo de la Producción o la ilusión crítica del materialismo histórico). Pero cabe invertir, exactamente, los datos del problema: sobre el suelo de la potencialidad lúdica del ser humano, mediante la violencia y la coacción, se implantó el infierno de la racionalidad productivista y burocrática.

“El niño gitano aprende jugando en el trabajo”, decía J. M. Montoya; y me ha gustado recordarlo cientos de veces. Quería decir que hay en su pueblo, o que había, una forma de jugar que está mezclada con el aprender sin escuela y con el trabajo no alienado, el trabajo autónomo. Lo que quería significar, y esto vale para todas las formaciones socio-culturales que mejor se han resguardado del Capitalismo, es que el juego está en todas partes y que lo lúdico es, en algún sentido, enemigo de aquello que no es el trabajo libre (sino que aparece como trabajo esclavo, en dependencia) y enemigo del aprendizaje que no es el aprendizaje natural, informal, comunitario (porque deviene aprendizaje en la Escuela). Cabría admitir, entonces, que en lo lúdico late una instancia negadora del empleo y de las aulas, un principio de derrocamiento de la majestad del salario y de la soberbia de la educación administrada…

He podido percibir esa secuencia en los entornos rural-marginales que habité y, en la medida en que se me permitió acercarme, en los ámbitos indígenas menos mixtificados por la globalización capitalista. Es la sensación de que, allí donde la autoconservación no supone extracción de la plusvalía y donde la educación no murió en la Escuela, y tanto aquella labor como este aprender pasan naturalmente, por así decirlo, a los pulmones, el juego también se “respira”; y, de un modo completamente espontáneo, no reglado, se disuelve en esas esferas. Y entonces vemos niños que se supone que están trabajando; pero no están trabajando, que están jugando. Que se supone que están jugando y no están solo jugando, porque están aprendiendo.

Esta fusión del juego con áreas que podemos considerar “libres” se pierde en el Occidente capitalista. Y ahora, una vez que la asociación se truncó, en parte porque volvimos a utilizar esa “hacha” epistemológica que segmenta y parcela, que divide para pensar, queremos re-insertarlos, re-fundirlos; y llevamos un juego desnaturalizado y no-libre a las escuelas (donde la educación tampoco se da en libertad), y llevamos el juego servil al cautiverio del empleo, donde la labor nunca es autónoma, para hacerlo más “soportable”, más “tolerables”, más “humano”. Y llevamos un juego risible y tontorrón, romo y adaptativo, a los hospitales, a los psiquiátricos, a las cárceles, a todas partes… Y se recompone así cierta nefasta armonía: juego no-libre, reglado y supervisado, para un trabajo de esclavos y para un aprendizaje de prisioneros a tiempo parcial.

No era la rebeldía, como soñó M. Bakunin, lo que, en cierto modo, habría estado en la supuesta esencia de la especie humana. No, no era la insumisión. Cerca del ser de las gentes, y que se me perdone este “naturalismo” retórico, hubo otra cosa, más difusa, inconcreta, poco complaciente: lo que quizás sí dio la impresión de rondar en algún momento la genericidad de los seres humanos fue el juego libre. Cada vez más maniatado, menos orgulloso, encogido y hasta avergonzado de sí, el juego sigue estando en el quehacer de casi todos los hombres y casi todas las mujeres sobre la Tierra; y continúa instalado en el centro de la cotidianidad de todos los niños. Pero este juego en parte sofocado, en parte reprimido, ¿alcanza a ser tan peligroso como la rebeldía? Respondo que sí. Que más peligroso todavía… Porque la rebeldía no está dada; “debe ser deseada”, como decía M. Stirner. Y el juego libre sí parece estar dado, como confirman nuestros niños todos los días…

Y el juego libre es peligroso porque, de alguna forma, da la espalda a todo aquello que nos mueve a nosotros, los inoperantes, inactivos, desactivados, reproductivos “ciudadanos”, meros artífices carnales del Capitalismo. Da la espalda a la razón económica, en la que nosotros nos desvivimos (“¡Trae dinero a casa para comprar! ¡Trabaja y déjate explotar para traer dinero a casa!”). Saca también la lengua a la razón política, esa que, inversamente, nos desvive (“¡Cree! ¡Vota! ¡Milita! ¡Organízate!”). Porque en el juego libre no entra la economía, ni la política; y porque esa disposición no congenia con la “razón instrumental”, pues se repliega sobre algo distinto y distante, que nos atrevemos a designar “razón lúdica”.

Cabe todavía concebir la vida como la oportunidad para el juego en libertad… Orientar la vida hacia el juego libre quiere decir procurar inventar un devenir biográfico que no obedezca, o que obedezca menos, a la Ratio, a la lógica, a la gramática, al lenguaje; quiere decir aspirar a forjarse un universo propio, con significado, con sentido. Y, desde ese devenir y ese universo, capacitarse para denegar el orden temible, universal, global, de un Capitalismo que se presume definitivo.

Solo que, así como malbaratamos la “economía”, en el sentido, si cabe, “noble” de la palabra (autoconservación personal y comunitaria); y así como degradamos la “política”, igualmente en la acepción “digna” de la expresión, que suena casi a anti-política (gestión comunitaria de los asuntos públicos), y para “auto-gobernarnos” tuvimos que votar y esperar a votar; también del mismo modo hemos corrompido el juego y, para jugar, tenemos cada vez más que comprar, adquirir juguetes, caer en el espacio del ocio, de la recreación, hundirnos en las redes del mercado y del Estado… Economía, política y juego fueron envenenados por el Capitalismo hasta un punto en el que el retorno es difícil. Nada que esperar de la economía, nada que esperar de la política; todavía un poco que anhelar por el lado subversivo de la razón lúdica…

Lado subversivo que linda desde luego con la poesía, pero con la poesía que no se comercializa y dejando a un lado a todos los poetas; que linda con la locura, pero no con esa demencia que se cura en el manicomio o con ingesta de barbitúricos, sino con aquel maravilloso extravío que no se cura nunca y que nos regala una forma superior de vida; que linda con el arte, pero no con el arte de las exposiciones, de los museos, de los artistas, narcisistas y mitificados, sino con el arte combativo de retomar de verdad las riendas de nuestra existencia, decidiendo hacia dónde y de qué manera avanzamos. Todavía un poco que anhelar… Y defensa adolorida de la Razón lúdica.

5. JUEGO Y CAPITALISMO

5.1. La “ofensiva” contra el juego libre: mercado, poder y ciencia

¿Por qué hablo de “defensa” de una Razón lúdica sustancialmente subversiva? Porque hay fuerzas que operan en sentido contrario y quisieran llevar lo lúdico al lugar de la reproducción social, a los enclaves de la perpetuación del Capitalismo. Son el mercado, el poder y la ciencia; y, por debajo de estas tres instancia, la pedagogía: pedagogía de mercado, pedagogía para la adaptación y la inclusión socio-políticas, pedagogía avalada por la ciencia más acomodaticia…

Siendo difícil y acaso innecesario “definir” el juego (“toda definición es una cárcel”, se ha dicho), sí cabe, tras caracterizarlo, denuncíar qué es lo que se hace con él. En concreto, denunciar los mencionados tres avances sobre el juego: el mercado arrastró el juego al terreno del “juguete”, y creó una industria alrededor; el poder se acercó al juego para utilizarlo en función de intereses concretos, ya fueran conservadores o transformadores, y generó juegos fascistas, juegos comunistas, juegos democráticos; la ciencia empezó a hablar del juego para instalar también esa actividad, esa afición, ese proceso, en su campo específico la “investigación”, ideológicamente orientada y bajo regulación política, auto-glorificándose de paso y legitimando, como acostumbra, el status quo.

El resultado de esta triple acometida ha sido, o está siendo, una reducción progresiva de las ocasiones para el juego libre, que se verá literalmente “arrinconado”; una producción masiva de juegos y juguetes estrictamente “reclutados”, adaptativos, justificadores de los modelos sociales y de las formas políticas establecidas (pensemos, por ejemplo, en la difusión mundial del “Monopoly” o en el éxito incontenible de los actuales videojuegos competitivos o agonales); y una cancelación del protagonismo tradicional del jugador en la dinámica lúdica, pues, de un tiempo a esta parte, el papel determinante recaerá en el ingeniero, en el diseñador, en el político, en el legislador, en el educador, en el animador y, en la base de todo, en el pedagogo.

Especializada en la reforma moral de la infancia y de la juventud, poderoso agente subjetivizador, la pedagogía, sirviendo al mercado, al poder y a la ciencia, encerrará el juego en su esfera propia, que es por un lado el niño y por otro la educación administrada. Tomará la palabra sin descanso, pues sabido es que del juego no hablan nunca los jugadores, no hablan los niños. Sobre el juego hablan, en primer lugar, aquellos “profesionales” que han encontrado ahí un medio de vida, personas que se dedican a “hacer jugar”, a reeditar el juego, a inculcarle valores “educativos”, etcétera. Del juego hablan, ante todo, los pedagogos… Y a nadie escapa la iniquidad de sus fines: adoctrinamiento difuso, diseño de la personalidad de los ciudadanos…

Mención especial merece, en este punto, el llamado “juguete educativo”. En él se mezclan y confunden las dos instancias principales de corrupción del juego libre: el mercado, puesto que este juguete se compra y exige por tanto la venta de la capacidad de trabajo del adquiriente, y el poder, ya que lleva incorporada precisamente la pedagogía como un medio de domesticación social, de inculcación de determinados valores. Y ha habido juguetes que educaban en el cristianismo, otros que formaban para el fascismo, algunos ideados para “conscienciar” al estilo comunista, muchísimos hoy para la propagación de la democracia y el ciudadanismo universal… Recuerdo, a propósito, un “pequeño poema en prosa” de J. Baudelaire, titulado “El juguete del pobre”. Me permito recrearlo… Un niño encuentra una rata, quizás enferma. Se apiada de ella. Le prepara una jaula. Le pone comida, le pone agua y la lleva consigo a todas partes. Juega con ella, la acaricia, la toca, la mueve, la estimula… Se para un día, con su mascota, ante la verja de la casa de un niño rico, que debe tener muchos juguetes de esos que se compran, de esos que se dicen “educativos”. Y el niño rico se queda asombrado ante el juguete del pobre: “¿Qué es eso? ¿Cómo lo conseguiste? ¿Me lo dejas?”. Y el niño pobre sonríe porque sabe que el rico nunca podrá acceder a ese género de juguetes… La rata es aquí “el juguete del pobre”, porque los niños pueden jugar con cualquier cosa, todo puede ser en su imaginación una herramienta para lo lúdico. Pero el “juguete educativo” constituye una perversión lanzada por los adultos sobre el mundo de los menores…

El Capitalismo sorprendió un peligro, una fuente de inquietud, en el juego genuino, indomable; y lo atacó con todas sus fuerzas. Porque persistía el juego libre, se daba un componente lúdico en las maneras en que las gentes se procuraban los medios de subsistencia, ya mediante sus parcelas familiares, ya recurriendo al cultivo cooperativo, ya a través de la recolección… Era lúdica la disposición con que se afrontaba dicha tarea, que no se sentía como molestia ni como oprobio y de la que dependía la reproducción del grupo familiar, del clan, de la tribu. Nada parecido a lo que ocurriría más tarde con la generalización del salario…

El Capitalismo prácticamente universalizó la propiedad privada y el trabajo remunerado; y, desde entonces ya no hay alegría, no hay disfrute, en la forma que tienen los obreros de acercarse a la fábrica o los campesinos de acudir a la finca donde laburan a cambio de un jornal. A partir de ahí, la labor de la sobrevivencia, que incluye todo lo necesario para mantenerse y para conservar la salud, deja de ser placentera, deja de ser lúdica.

Donde aún quedaba una actitud lúdica vinculada a la reproducción social, el Capitalismo la atacó: quiso llevar el juego al mismo terreno que llevó la tierra. Y así como llevó esta al mercado, creando “propiedades privadas”, y también a la política, instituyendo circunscripciones, jurisdicciones, Estados; del mismo modo arrastró el juego al mercado (generando la industria de los juguetes, la industria del ocio, la industria de la recreación) y, paralelamente, a la política, donde, armado de pedagogía, será utilizado para fines de gestión de las poblaciones. La “historia del juguete” ilustra perfectamente este aspecto, registrando una suerte de “pulso” entre los juguetes artesanales y populares, confeccionados muy a menudo por los propios niños, que escapaban admirablemente de las garras del comercio y que acompañaron a la razón lúdica a lo largo de todos los tiempos, y esos otros juguetes más sofisticados, dotados de elementos mecánicos en ocasiones, que circulan por ambientes aristocráticos y no son inmunes a las mordidas del mercado. A partir de la Revolución Industrial, el pulso se decide en el sentido más nefasto, con la invasión de los juguetes industriales, primero de hojalata, luego eléctricos, después de plástico y hoy de índole telemática y digital. Masificados, testimonian también su apresamiento político-pedagógico bajo el Capitalismo con la explosión de los “juguetes educativos”…

Y es que el juego libre, el juego genuino, siempre fue sentido por el Capital como un enemigo: para nada le servía la estampa de un gitano cantando mientras recolecta, o la labor de una campesina que se engalana, se arregla, se pinta, se pone sus mejores ropas para ir al huerto o a la milpa, donde la espera la Madre Tierra… La racionalidad lúdica que asiste a esas dos escenas atenta contra la esencia misma de la formación social capitalista…

5.2. Juego servil y demofascismo bienestarista

El juego, como la educación, “pasa”, “ocurre”, “acontece”. Los niños, pero no solo los niños, juegan y juegan. El juego es ambivalente; puede tender a soldar o a des-soldar, a adaptar o a des-adaptar, a reproducir o a resistir. En este sentido, ahí no veo mayor problema… El problema aparece cuando entran en escena los “profesionales” que hablan y viven del juego. Como “burocracias del bienestar social”, actuarán a modo de publicistas y catequistas del Estado, difundiendo y profundizando ese fundamentalismo de la Administración que tan bien se disfraza de laicismo. Como “agentes bienestaristas”, pasarán el juego por la criba del Estado Social de Derecho y utilizarán la selección resultante para “dulcificar”, en sentido demofascista, la Escuela, el Hospital, la Fábrica, la Cárcel, el Cuartel,…

El interés por “ludificar” esas instituciones es, en efecto, un interés característicamente “demofascista”, tendente a hacer más soportable la dominación, tolerables las estructuras de encierro, admisibles el despotismo y la jerarquía, hegemónica la razón burocrática. La introducción del juego allí donde se registran “estados de dominación” (en los “aparatos del Estado”, que decía L. Althusser, o en las “instituciones de la sociedad civil”, en expresion de A. Gramsci) contribuye a que el ejercicio del poder se torne menos cruento y a que la autoridad se invisibilice; y, por ello, el Estado ha reclutado a estos “técnicos de la recreación”, a fin de que diseminen una cierta adulteración del principio lúdico (afín a lo que denominamos “juego servil”) por todas sus agencias. Simple tecnología de la subrepción, si bien no meramente “cosmética”, la dulcificación-ludificación de las instituciones y de las prácticas socio-políticas optimiza la reproducción del sistema capitalista y coadyuva a la domesticación integral de la protesta.

Pero he escrito “demofascismo bienestarista”… Si, para alcanzar una visión más completa de la teoría del demofascismo, remito a mi ensayo El enigma de la docilidad, para denunciar el aprovechamiento “bienestarista” de los beneficios del juego cabe recuperar las tesis de I. Illich en torno a la gestión política de las “necesidades”. La “necesidad originaria” de jugar, sentida por todos y en especial por los menores, “tratada” por el Estado Social, nos es devuelta como “pseudo-necesidad” de consumir elaborados lúdicos institucionales o mercantiles, siempre serviles, siempre adaptativos y reproductivos (juguetes educativos, ludotecas, animadores socio-culturales, programas recreativos,…); y lo que podría estimarse “derecho al ocio” deviene “restricción de la libertad de jugar”: al mismo tiempo que los niños son “encuadrados” metodológicamente para jugar y “socializarse jugando”, bajo una regulación institucional, se restringen a consciencia las posibilidades del juego libre, espontáneo, auto-motivado pérdida de la calle, prolongación del encierro escolar, inspección y vigilancia “legal” de los juguetes, reglamentación de las actividades recreativas, etcétera.

Mediante estos dos pasos (de la necesidad a la pseudo-necesidad y del derecho a la restricción de la libertad), lo que se sanciona es el control administrativo de la esfera lúdica, con una persecución-exclusión del “juego libre” y una sobre-producción y sobre-difusión del “juego servil”, del juego reglado, pedagogizado, institucionalizado, mercantilizado. Como en los casos de la educación, de la salud, de la vivienda, del transporte, de la seguridad, del empleo, etc., esta profunda intromisión del Estado en el ámbito de las necesidades humanas genera la cancelación de la comunidad como enclave de autonomía y de auto-organización y la máxima postración del individuo ante los servicios de la Administración, alcanzándose una dependencia y un desvalimiento absolutos, una inhabilitación clamorosa y casi una toxicomanía de la protección gubernamental.

Ineptos para gestionar nuestra salud sin caer en las redes de la medicina envenenadora, para educarnos sin padecer el encierro adoctrinador, para movernos sin avalar sistemas de transporte que aseguran la ruina de nuestros cuerpos, para garantizar la tranquilidad en nuestros barrios sin arrodillarnos antes una policía peligrosa, etcétera, ya casi tampoco somos capaces de jugar sin comprar, sin obedecer, sin dejarnos bombardear por mensajes adaptativos subliminales, sin reforzar nuestra dependencia de las instituciones y nuestros lazos oprobiosos con el Estado.

Herida de muerte, la razón lúdica nada quiere saber de un bienestar cuyo precio se fija en docilidad y en trabajo asalariado. Porque los servicios y la tutela del Estado se pagan con la moneda de la libertad.

6. MÁS ALLÁ DEL “JUEGO REPRODUCTOR”: TOPOLOGÍA DE UNA RAZÓN LÚDICA SUBVERSIVA

6. 1. Juego reproductor

1. Para identificar, con toda precisión, el tipo de juego que cabe caracterizar como “reproductivo”, sobra con ojear la producción científica en torno al asunto. En las obras de los psicólogos, de los sociólogos, de los historiadores, de los investigadores académicos en general, se dibuja una interpretación del juego y de sus “bondades” que subraya su funcionalidad de cara a la adaptación social satisfactoria de los menores. El juego sería como una “herramienta” imprescindible para el desarrollo psicológico, cognoscitivo y socio-cultural de los niños… Propendería, de algún modo, la aceptación del mundo que le sirve de contexto, la asunción del orden social bajo el que se despliega. A este respecto, cabría retomar la crítica de J. Ellul a los planteamientos de M. Montessori: ¿Qué hay de “positivo” en una instancia (la Escuela, lo mismo que la actividad lúdica reproductiva) encaminada a facilitar la “integración” de la población, procurando hacer más dichosas, más felices, a unas gentes que, si atendemos a los rasgos objetivos de la sociedad en que se desenvuelven (injusta, opresiva, destructora), deberían sufrir intensamente, hundiéndose en el desasosiego y en la negatividad?

No solo se asiste a un “avance” de la ciencia contra el “juego libre”, procurando limar sus aristas críticas; también se invita a los adultos, a los terapéutas, a los padres, a los hermanos mayores en ocasiones, a intervenir en la esfera lúdica reglada, siguiendo las pautas de los científicos…

En razón de esta connivencia profunda, y como señalara en su día J. Huizinga, las sucesivas interpretaciones sobre el juego, emanadas desde el campo científico, pueden perfectamente sumarse las unas a las otras, insertándose en una lectura superior abarcadora. Cada autor subraya un aspecto, desarrolla una cuestión, aporta este o aquel matiz, pero siempre en la aceptación del terreno de juego establecido, sin cambiar el tablero y apenas moviendo piezas secundarias, por expresarlo de esta forma.

Esta índole complementaria de las aproximaciones académicas a la dimensión lúdica queda muy bien reflejada en la panorámica que nos ofrece A. Cabrera Angulo. No solo cabe conciliar perfectamente las distintas perspectivas, sino que, en determinados aspectos, llegan a solaparse, a superponerse:

El foco de atención se ha centrado en cuatro funciones del juego: 1) las intrapersonales (capacitación personal para el desenvolvimiento social, desarrollo cognoscitivo de la propia individualidad, ejercitación de las facultades de exploración y compresión del mundo, adiestramiento en el dominio de conflictos, satisfacción de deseos…); 2) las biológicas (desarrollar habilidades básicas necesarias, liberar energía excesiva, relajarse, estimulación cinestética, ejercitar físicamente el organismo); 3) las interpersonales (desarrollo de las habilidades sociales y separación e individuación ante los grupos); 4) las socioculturales (imitación de papeles sociales, asunción de roles, reproducción de los caracteres sociales dominantes)”.

Y las teorías psicoanalíticas, desde S. Freud, enfatizarán el papel del juego en el desarrollo emocional del niño. Nos hablarán de su “función catártica” (exteriorización de sentimientos negativos, asociados a eventos traumáticos), del modo en que permite al menor asimilar y superar experiencias desagradables, confrontar frustraciones de su vida social, etcétera. El juego aparecerá siempre como un “medio de expresión”, ya de necesidades, ya de instintos, ya de deseos inconscientes, ya de conflictos emocionales. Obedeciendo al “principio del placer”, y desde la asunción por el niño de su “irrealidad” (suspensión de lo real a fin de propiciar una resolución simbólica de los problemas), el juego actuará como una herramienta casi “reparadora” de crisis e inestabilidades psíquicas, al tiempo que suscita una aproximación experimental al orden social vigente.

Esta orientación, con gran predicamento en la década de los ochenta (investigaciones de Neubauer, Moran, Arlow, Cohen, Gavshon, Ostow, Solnit, Laub, etcétera), suele resolverse en un conjunto de “recomendaciones” a los padres, a quienes se asigna un cometido doble: la “mediación” en los juegos y el establecimiento de “límites” restricciones estimadas imprescindibles para el desarrollo de las capacidades adaptativas de los niños. Y se les instará entonces a incrementar su receptividad y buena disposición ante las actividades lúdicas de sus hijos; a estimular sistemáticamente los juegos en los que se expresan fantasías, facilitando así un desarrollo armónico de las nacientes estructuras psíquicas antes de que se establezca la “barrera de la represión”; a conciliar la exigencia de la “supervisión” con la manifestación de sentimientos de complicidad y de placer en la interacción lúdica, etcétera.

Dentro de esta corriente, R. Eifermam, en 1987, analizó los “juegos con reglas”, sujetos a procesos de transmisión y de recreación análogos a los de los mitos y cuentos de hadas. Para este autor, en tales juegos se “expresan” las fantasías, los impulsos creativos y los conflictos del niño ante los sitemas de pautas. En el caso de los niños mayores, y más allá de ese papel “expresivo” remarcado por toda la tradición psicoanalítica, el juego reglado puede servir también para el ocultamiento de los dilemas, angustias y ansiedades desencadenados por el conjunto de las normas y de las convenciones imperantes.

Desde la teoría de la comunicación, G. Batenson, a mitad de siglo, recalcará la índole “paradójica” del juego: los niños elaboran primero los marcos y contextos del juego, para evidenciar que los participantes ingresan en un mundo “no real”, en el que solo serán admitidas determinadas conductas; a partir de ahí, se esfuerzan por “hacer creer”, por conferir verosimilitud a cuanto acontece, en un acto de comunicación a varios niveles que les permite descubrir y vigilar sus propias identidades, acceder a los caracteres de los otros jugadores, comprender el significado real de los objetos y de los actos involucrados en la ficción lúdica. Desde 1955, y en parte por la influencia de los escritos de Batenson, ha ido creciendo el interés por los aspectos comunicativos y metacomunicativos del juego.

Corresponderá a la perspectiva neoconductista, en el marco de una atención prioritaria a las utilidades del juego para el desarrollo social, apelar directamente al papel de los padres, de los maestros, de los adultos en general, en el estímulo y en la expansión de las tan “benéficas” actividades lúdicas. Como, desde este punto de vista, el juego enseña a los niños habilidades sociales necesarias y les proporciona competencias y conocimientos sociales asimismo imprescindibles; como las actitudes y capacidades requeridas y desarrolladas por el juego no menos que los roles que en él asumen los participantes se erigen en “facilitadores” del desarrollo social; toda una hueste de investigadores nos hablará sin descanso de los modos y ventajas de aquella aplicacion de los adultos (madres, padres, hermanos mayores, familiares, amigos, maestros) en la esfera lúdica. Esta “intervención”, reclamada y casi normatizada, será entendida como estímulo, “influencia” y, a fin de cuentas, “conducción”… Autores como Radke-Yarrow, Bandura, Skinner, Hoffman, Copple, Siegel y Saunders, etcétera, nos propondrán que, a través de “reforzamientos” (“positivos”, como la atención, la aprobación y el afecto; y “negativos”, tal el castigo), “moldeamientos” (servir de “modelos”, suministrar referencias dignas de imitar) e “instrucciones” (concretadas en métodos diversos, entre los que se halla el “distanciamiento”, que ubica al menor en un horizonte hipotético, separándolo de su realidad concreta, de su “aquí y ahora”, y la “explicación”, adaptada a su nivel de desarrollo social y cognitivo), nos impliquemos, activa y conscientemente, en el universo lúdico de los niños, de lo que se seguiría un bien para los menores y un impulso al desarrollo social.

Muy considerable ha sido la influencia de las teorías cognoscitivas a la hora de interpretar el juego. J. Piaget, por un lado, y L. S. Vygotski, por otro, aparecen como autores de referencia en esta línea de investigación.

Para Piaget, los niños atraviesan diferentes etapas cognoscitivas hasta alcanzar los procesos de pensamiento propios de los adultos. A cada nivel de desarrollo corresponde un tipo de juego, de experiencia lúdica, por lo que tendríamos tres clases de juego asociadas a tres fases evolutivas del pensamiento: el juego como simple ejercicio, el juego simbólico y el juego reglado. En la “etapa senso-motriz” (desde el nacimiento a los dos años) el niño aprende a través de la actividad, la exploración y la manipulación constante. En esta fase, los menores se ven envueltos solo en “juegos de práctica o de ejercicio”, que consisten fundamentalmente en la repetición de movimientos físicos, no pudiendo participar en juegos de simulación o dramatización. En la “etapa pre-operativa” (de los dos a los seis años), el niño representa el mundo a su manera y actúa sobre tales representaciones como si creyera en ellas; es la fase de inicio del “juego simbólico”, en la que el menor se prodiga en imágenes, expresiones y dibujos fantásticos. En la “etapa operativa o concreta” (desde los seis o siete hasta los doce), la comprensión todavía depende de experiencias inmediatas con hechos y objetos y, aunque ya se han asumido ciertos procesos lógicos elementales, no se vincula a ideas abstractas o hipotéticas. A partir de los doce años, se entra en la “etapa del pensamiento operativo formal”, en la que el niño ya es capaz de razonar de manera lógica y gusta de formular y someter a prueba tipos diversos de hipótesis y de abstracciones. En esta fase, el “juego reglado” alcanza su máxima expresión.

Con este esquema evolutivo, J. Piaget inserta el asunto del juego en su teoría general. Para él, los actos biológicos son procesos de adaptación al ambiente físico y a las organizaciones del medio. Como, en su opinión, la mente y el cuerpo no funcionan de forma independiente, la actividad mental estaría sujete a las mismas leyes que rigen, en general, la actividad biológica. Por ello, los actos cognoscitivos pueden contemplarse como actos de organización y adaptación al medio; y es en este contexto en el que cobra importancia el juego. Pero el niño no aprendería nuevas habilidades cuando juega: estaría, más bien, practicando y consolidando las habilidades recién adquiridas. Es decir, en el juego no dominaría el proceso de la “acomodación” (modificación de esquemas como resultado de nuevas experiencias), sino el de la “asimilación” (ubicación de nuevos objetos y experiencias dentro de esquemas pre-existentes). Concibiéndose el desarrollo como una interacción entre la madurez física (organización de los cambios anatómicos y fisiológicos) y la experiencia, la acción y la resolución autodirigida de problemas se hallaría en el centro del aprendizaje y de la evolución; y ahí, como un balance o desequilibrio entre los procesos de “acomodación” y “asimilación”, volcándose sobre los segundos, aparece, con toda su importancia, el juego, imprescindible para la consolidación de las habilidades que se van adquiriendo progresivamente.

Sin romper de un modo rotundo con la teoría general de J. Piaget, la llamada “escuela soviética”, con L. S. Vygotski en primera línea, sí introduce algunas correcciones y matizaciones decisivas. El juego se percibe como un fenómeno de tipo social, cuya comprensión debe rebasar el ámbito de los instintos y de las pulsiones internas e individuales. Al lado de la línea evolutiva biológica (preservación y reproducción de la especie), el ser humano se ve constituido también por una línea evolutiva socio-cultural (organización propia de una cultura y de un grupo social). A través del juego, entonces, el niño no solo actúa sobre su entorno concreto, en un dinámica absorbida por su mero ser individual: al contrario, así como interacciona con otras personas, adquiriendo roles o papeles sociales, lo hace con la cultura en su conjunto.

Desde esta posición, que subraya los aspectos afectivos, motivacionales y circunstanciales del sujeto, cabe reprochar a J. Piaget un cierto “reduccionismo”, un relativo encierro en lo meramente cognitivo… Frente a su “teoría psicogenética”, y admitiendo la ampliación del enfoque propuesta por L. S. Vygotski, un conjunto de autores han cultivado la teoría cognoscitiva desde una visión netamente histórico-cultural. Se centran en aspectos concretos o ponen de relieve circuntancias particulares, sin alterar los marcos de esta variante histórica, social y cultural del “constructivismo” cognoscitivo. Y Bruner destaca que el juego promueve la creatividad y la flexibilidad, ya que en él los niños no se obsesionan con lograr una meta definida. De este modo, se capacitarían para afrontar y resolver problemas imprevistos en la vida real. Y Dansky se interesa especialmente por los juegos de “hacer creer”, capaces de incrementar la creatividad y la divergencia en el pensamiento. Y también Sutton-Smith valora muy positicamente las transformaciones simbólicas vinculadas al “como si” de todos los juegos de “hacer creer”: flexibilizan el pensamiento del niño y lo resguardan de tópicos y asociaciones mentales convencionales. Y Pellegrini y Wolfgang ensalzan todavía más estos juegos, sosteniendo que incrementan la capacidad lingüística, la habilidad lecto-escritora e incluso la comprensión de la historia. Etcétera.

Alrededor de estas cuatro grandes corrientes interpretativas del juego (psicoanalítica, comunicativa, neoconductista y cognoscitiva), que, como hemos visto, se complementan en muchos aspectos y resultan hasta cierto punto conciliables, encontramos un sinfín de teorías mixtas y algunos planteamientos en cierto sentido “singulares”, cuya revisión acentúa aquella sensación de un gran consenso de fondo, de un gran acuerdo en la dirección de un concepto “reproductivo” de la actividad lúdica. De una forma un tanto desordenada, saltando en el tiempo hacia adelante y hacia atrás, podemos cerrar esta reseña de la aproximación “cientificista” al juego recordando algunos nombres…

Siguiendo los postulados de Darwin, Karl Groos (1902) atendió al juego como preparación para la vida adulta y la supervivencia. Su “tesis de la anticipación funcional” ve en el juego un “pre-ejercicio” de funciones necesarias para etapas posteriores de la vida. De ese “pre-ejercicio” nace el símbolo, muy importante para el desarrollo de la capacidad de abstracción del menor. En 1855, Spencer relaciona el juego con el “exceso de energía”: como las necesidades de los niños son satisfechas por otros, estos requieren de un medio para liberar y dar rienda suelta a la energía acumulada. En 1904, Hall propuso una curiosa teoría “evolucionista”: el niño, desde que nace, va realizando a través de sus juegos una suerte de “recapitulación” de la historia natural de la especie humana (un animal, al principio; luego, un salvaje; un civilizado, finalmente). En 1935, Buytendijk contradice a Groos y se representa el juego como una plasmación de características propias y distintivas de la infancia, muy diferentes de las que se manifiestan en la edad adulta entre estos rasgos específicos de la niñez se hallaría el deseo de autonomía. Un año antes, Claparede remite la diversidad del juego a la forma de interactuar de cada persona concreta, tal una actitud de cada organismo dado ante la realidad. Por las mismas fechas, Bühler sitúa en el placer la esencia del juego. En 1980, Elkonin, representante de la “escuela soviética”, remarca que en la acción lúdica el niño pretende resolver deseos insatisfechos mediante la creación de una situación fingida. En el juego, actividad fundamentalmente social, el niño se conoce a sí mismo y a los demás. Un año después, Smith y Robert presentan la “teoría de la enculturación”: los valores de la cultura se expresan en los juegos de los niños y mediante ellos se internalizan. Bronfenbrenner, con su “teoría ecológica”, describe los diferentes niveles ambientales o sistemas que condicionan el juego. Winnicott nos habla de la “seriedad” de los niños al jugar, de los “objetos transicionales” vinculados al juego que permiten reconciliar la realidad con el mundo interno, de cómo mediante la actividad lúdica el niño se va separando de la madre y adquiriendo conciencia de su propia capacidad de creación autónoma y de control de la realidad. G. Mead analiza el juego como una de las condiciones sociales en las que emerge el “Sé” y empieza asimismo a definirse el concepto del “Otro”. Etcétera.

2. Un caso paradigmático de la neutralización teórico-política del juego lo constituye “Homo ludens”, de J. Huizinga. Este reclutamiento “reproductor” de la actividad lúdica no es incompatible con la circunstancia de conferirle un protagonismo inmenso en la esfera de la cultura y hasta la más soberbia de las centralidades en una postulada “esencia” de lo humano. La definición de “juego” propuesta por este autor, que pretende incluir todas las modalidades de lo lúdico, se halla interesadamente volcada sobre el juego reglado, el menos libre de los juegos; y puede por ello privilegiar la “competencia” como uno de sus rasgos fundamentales. En Huizinga, el juego es a-lógico, a-económico y a-político, en cierto sentido; pero, a pesar de ello, ya no conserva ningún aspecto inquietante, denegador, subversivo: antes al contrario, estando en la base de la cultura, se halla también vinculado, por ejemplo, al derecho, a la guerra, a la ciencia, a lo sacro, al arte… En su proceder analítico hay una suerte de “trampa” determinante: una definición “estratégica” de juego, con rasgos elegidos arbitrariamente (carácter reglado, encierro espacial y temporal, competencia entre los participantes, etc.) que parten del “acto de jugar” y que asimismo se dan en las restantes esferas de la cultura o de la actividad humana. Cuando alguno de los rasgos del juego, así entendido, se presenta también en otro ámbito o dimensión (“tensión”, “regla”, “misterio”, “como si”…), se considera que, más allá de la mera coincidencia o analogía, es el juego mismo el que, de algún modo, está incidiendo o está actuando, dejando su impronta, en la correspondiente esfera. De ahí que se magnifique e hiperbolice lo lúdico casi como motor o sustancia de la humanidad toda…

Para esto, fue necesario que Huizinga prácticamente desconsiderara el tipo de juego que a mí más me interesa: el juego sin reglas, cooperativo, en el que varias personas disfrutan juntas, “creando” y no siguiendo instrucciones, “inventando” y no obedeciendo, colaborando y no compitiendo…

He aquí los rasgos que el historiador y filósofo atribuye al juego, decisivos para su “hipervaloración reproductiva” de la actividad lúdica: libertad, “como si”, seriedad, desinterés, carácter “imprescindible”, índole “sagrada”, limitación o encierro espacial y temporal, repetición, orden, “tensión”, regla, asociación, misterio, faceta representativa o agonal (lucha), aspecto no-instintivo, “cósmico”, festivo,… De estos rasgos, yo acepto, pensando en el juego no-servil, la libertad, un circunstancial “como si”, el carácter eventualmente representativo, la seriedad, el desinterés, la tensión y la proyección cósmica. Y desestimo con fuerza su índole necesariamente “reglada”, “ordenada y ordenadora”, “limitada espacial y temporalmente”, “agonal”, “competitiva”…

El propio Huizinga, en el trance de resumir su caracterización del juego, para proponer una definición escueta, recapituladora, realiza una suerte de “selección” de los rasgos que, a lo largo de las páginas de Homo ludens, ha ido anotando. Requiere esa “selección” para avanzar en el sentido contrario al mío: el juego ya no va “contra” la sociedad y “contra” la cultura, sino que está en su esencia, en su fundamento, en su base en el lenguaje, en el derecho, en la ciencia, en al arte, en la poesía, en la guerra… Como un “pantocrátor”, se halla en todas partes… He aquí su “definición”: “El juego es una acción u ocupación libre, que se desarrolla dentro de unos límites temporales y espaciales determinados, según reglas absolutamente obligatorias, aunque libremente aceptadas, acción que tiene su fin en sí misma y va acompañada de un sentimiento de tensión y alegría y de la consciencia de ser “de otro modo” que la vida corriente”. Pero si el juego, como yo lo percibo, es más una “actitud” que un mero “acto”, esos límites espaciales y temporales no existen, como tampoco las reglas; y solo así se entiende la posibilidad de una “disolución” del acto de jugar en una esfera más amplia e indefinida que contemple también el acto de trabajar y el acto de aprender…

En otro pasaje, Huizinga apunta: “El juego, en su aspecto, formal, es una acción libre ejecutada “como si” y sentida como situada fuera de la vida corriente, pero que, a pesar de todo, puede absorber por completo al jugador, sin que haya en ella ningún interés material ni se obtenga de ella provecho alguno, que se ejecuta dentro de un determinado tiempo y determinado espacio, que se desarrolla en un orden sometido a reglas y que da origen a asociaciones que propenden a rodearse de misterios o a disfrazarse para destacarse del mundo habitual”. ¡Para nada el juego genuino, no avasallado por el poder o el capital, se desarrolla en un “orden sometido a reglas”, para nada se halla “limitado” o crea “asociaciones misteriosas propensas al disfraz!

3. Más allá del caso de J. Huizinga, hay una dificultad, estimo que insalvable, en todas las teorizaciones psicológicas, sociológicas, biológico-cognitivas, en torno al juego. Ya que proceden de ciencias experimentales, orgullosas de sus basamentos empíricos y de sus ortodoxias metodológicas, cabe preguntarse si su “campo de observación” ha sido suficientemente amplio, lo bastante “completo”; si las “muestras” a partir de las cuales alcanza sus conclusiones validan afirmaciones tan “genéricas”, con presunción de “universalidad”. Por ejemplo: J. Piaget, para alumbrar su psicología evolutiva del niño, con tantas fases y etapas, con tantos procesos de transición y de discontinuidad, etcétera, ¿incluyó en su “mesa de pruebas”, en su “banco de datos”, en su “territorio de análisis”, los comportamientos y las actitudes de los niños de los grupos sociales subalternos; de los menores de los colectivos “marginales”, que no se dejan interrogar ni mucho menos “estudiar”; de los infantes de los grupos nómadas, perfectamente ágrafos; de los niños de las otras culturas (orientales, islámica, del África Negra, de los pueblos originarios latinoamericanos…)? Me temo que no; me hallo persuadido de que esos estudios se han centrado mayoritariamente en el niño blanco occidental, e incluso en el niño de clase media occidental, por lo que no pueden “proyectar” o “extrapolar” sus conclusiones.

A esta primera dificultad se añade una segunda, complementaria. Imaginemos que J. Piaget, o L. S. Vigotsky, o cualquier otro, hubiera partido de una “muestra” de menores bien completa, extensa y rigurosa, con exponentes de todos los grupos sociales y de todas las culturas. Imaginemos que, a partir de ahí, obtiene sus tablas, sus periodizaciones, sus tesis… Imaginemos que tales conclusiones llegan a parecer “irrebatibles”, coincidentes con las sensaciones de la mayor parte de las personas, que su “efecto de verdad” es poderosísimo… En ese hipotético (y raro) caso, ¿las tesis sobre las etapas y la evolución psíquica del niño, en relación con el tema del juego, tienen que derivar irremisiblemente de un “en sí” de la infancia, de una suerte de genericidad o esencia, de una determinación establecida biológicamente, genéticamente, de un sustrato inscrito por necesidad en el “ser” de los menores, de todos los menores, al margen de las formaciones socio-culturales en las que se desenvuelven y de su distinto devenir en el tiempo? Porque, aunque admitiéramos que tales procesos son ciertos, incuestionables, siempre cabría suponer que no responden a cuestiones físico-biológico-psíquicas, constituyentes de una especie de “naturaleza” de los niños, sino que son fruto de las condiciones sociales, culturales, históricas que están afectando, en el marco de la globalización civilizatoria occidental, a casi todo infante sobre la Tierra.

Expuestos a una biopolítica global, que incluye una escolarización global, a unas tipologías de familia globales, a una interacción reglada global, a una ética global, a unos peligros globales y a unos engaños globales, los niños de todas las culturas se parecen cada día más y tienen unos desarrollos bio-psíquicos, unas estructuras caracteriológicas y unas mutaciones de la personalidad crecientemente convergentes, de alguna forma “dictados” por esas instancias socio-políticas comunes que se ciernen sobre sus vidas. No habría nada de “natural”, de “genético”, de “psico-inmanente” en los procesos de juego de los niños; y sí un resultado de las estrategias socializadoras del capitalismo mundializado. Las teorías tipo-Piaget podrían considerarse, entonces, etnocéntricas, “innatistas”, naturalistas…

4. “El saber es poder”, se dice sin cesar… Y, desde su refundación moderna, la Ciencia se ha plegado a los objetivos de la política. Hasta tal punto es así, que hoy nos hallamos literalmente saturados por una sobreproducción científico-política tendente a optimizar el rendimiento psicológico e ideológico del “juego reproductor”. Toda una publicística entusiástica se está dedicando a “cantar” las excelencias del juego (reglado, competitivo, servil, en la mayoría de los casos) y sus magníficos aportes a la “seguridad democrática”, a la “convivencia nacional”, a la “salud de las sociedades”, al “proyecto revolucionario”, etcétera. Aunque esta apologética burda del juego esclavo y esclavizante puede orientar su afán legitimador en muy diversas direcciones (desde el fascismo hasta el comunismo, pasando por todas las variantes cosméticas del liberalismo), se percibe hoy cierta hegemonía de las tendencias de filiación socialdemócrata, “reformistas” o “progresistas”, en la línea del Estado Social de Derecho. Como botón de muestra, podemos citar “Dimensión política del deporte y la recreación”, artículo de A. Córdoba Obando. Para este autor, “el deporte y la recreación son dispositivos que contribuyen a la consolidación de la seguridad democrática”. Elaborado desde la perspectiva de la gestión pública municipal (es decir, desde la Administración), el texto constituye casi una compilación de los “conceptos-fetiche”, de los eslóganes, de los eufemismos enmascaradores y de los tecnicismos ideológicos sobre los que se levanta la mitificación “social-reformista” del juego no-libre: “seguridad democrática”, “participación ciudadana”, “convivencia”, “progreso”, “diálogo interdisciplinar”, “DDHH”, “gasto público social”, “responsabilidad del Estado”, “equidad”, “inclusión social”, “desarrollo humano integral”, “poblaciones en condiciones de vulnerabilidad”, “universalidad de los derechos”, “incorporación de la población”, “soberanía popular”, “cumplimiento de una función pública”, “ejercicio de ciudadanía emancipada”, “recuperación y resignificación del espacio público”, “identificación y análisis de los actores sociales”, “diseño de estrategias comunitarias y pedagógicas”, “formación de ciudadanía”, “comunicación pública”, “corresponsabilidad”, “trasparencia”, “control social”, “cultura democrática”, “empoderamiento ciudadano”, “fortalecimiento del tejido social”, “gobernabilidad democrática”, “formación ética del profesional para la gestión”, “la Universidad como productora de conocimiento y como formadora de agentes transformadores sociales”, “valores humanos”, “sociedad compleja y en crisis”, “interinstitucionalidad”, “intersectorialidad”,… Articulando todos esos engendros terminológicos, al modo estándar del ciudadanismo bienestarista, el autor alcanza la conclusión más tópica: el deporte y la recreación representan “una inmensa riqueza para la salud de las sociedades, para la sobrevivencia de la especie humana, para la sostenibilidad, para la equidad y para la paz mundial”. Particularmente, se insiste en que contribuirían a “disminuir los niveles de inequidad y exclusión social en nuestra sociedad”. El juego, pues, al servicio de la democracia liberal…

Pero no es muy distinto el estilo de las racionalizaciones socialistas del juego servil. A la lumbre del proyecto bolivariano, autores como A. Reyes debaten para convertir la recreación, valorada en tanto “patrimonio cultural universal e intangible”, en herramienta para la conscienciación política, la profundización de la democracia y la transformación social. Admiten que el juego ha sido mercantilizado, objeto de planificación y programación política represiva, pero solo quieren ver ahí “la huella de la neocolonialidad”. Y surge así una esfera lúdica tentativamente al servicio de una modalidad latinoamericana del “Estado del Bienestar”… Véase, por ejemplo, “Cultura de la Recreación, Democracia y Consciencia Política”, del mencionado autor.

En la misma línea, hallamos en Brasil, Colombia o Argentina exponentes de esta parasitación científico-política del juego, puesto inmediatamente al servicio de propuestas o programas de pretendida “transformación” social. En Argentina, tales estudios se prodigaron al abrigo del kirchnerismo, con títulos así de reveladores: “El juego recreativo y el deporte social como política de derecho. Su relación con la infancia en condiciones de vulnerabilidad” (de I. Tuñón, F. Laiño y H. Castro). Y, de algún modo bajo la estela del Relato de la Emancipación, pero tocando de todos modos a las puertas del Estado Social de Derecho, hallamos trabajos con rótulos tan “utopistas” como el siguiente: “Fundamentos conceptuales del ocio crítico desde una perspectiva latinoamericana” (H. C. Duque Buitrago, S. A. Franco Betancur y A. Escobar Chavarriaga).

5. Como una barricada contra la intromisión de los investigadores y de los especialistas en el ámbito de lo lúdico, el juego antipedagógico y desistematizador (vale decir, el juego libre) esgrime una negatividad específica: desautoriza a toda esa capa de tecnocratas, de profesionales, de empleados, que caen sobre los niños, de un modo particular pero no exclusivo, intentando de alguna forma “hacerles jugar”, “llevarlos al juego”, “educarlos a través del juego”, “re-crearlos”, administrar sus tiempos de ocio, etcétera. Porque este tipo de juego se da en la “exclusión de un tercero”: hay dos o más de dos, pero no hay un agregado externo. Están los que juegan y no puede haber nadie por encima de ellos, ni siquiera al lado de ellos. No cabe un espectador, un vigía; no cabe un “director”, un “tercero”. El juego espontáneo, no-servil, excluye por completo la posibilidad de un “profesional del juego”, del ocio o de la recreación de un burócrata del bienestar social.

6. 2. A propósito del “juego combativo”

1. Había una dualidad en la definición griega de “juego”, en la percepción antigua de “lo lúdico”, del ludos. Por un lado, señalaba una evidencia, reconocida hoy por todo el mundo: que el juego es algo placentero, agradable, tal una fuente de satisfacción. “Positivo” y enriquecedor, inseparable de la vida humana, merecería todos los aplausos y todas las congratulaciones. Pero, por otra parte, daba cabida a un aspecto que en ocasiones tiende a olvidarse: que es también una actividad en cierto sentido “negativa” de la vida social o que, por lo menos, no respeta necesariamente las reglas de la cultura. El juego tendría la capacidad (no la obligación, pero sí la capacidad) de “salirse” de lo social y culturalmente establecido…

De modo que podría haber, al lado de aquel aspecto benéfico, saludable, del juego, una dimensión del mismo que no nos satisface, que no sabe “satisfacer”, que no solo desatiende los requerimientos del mercado, del poder, de la pedagogía o de la ciencia, sino que también iría en contra de nuestros principios más arraigados; dimensión que pondría encima de la mesa aspectos inquietantes, que nos cuestionan.

Hay una inmensa literatura, una “factoría” cultural indetenible, que no cesa de redundar (insistir, profundizar) en aquellos avances del comercio, la política y el saber organizado sobre el juego. Cada día se publican artículos, ensayos, libros que hablan de la “dimensión educativa” del juego; que pontifican sobre el juego y la escuela, sobre el juego y la política transformadora, sobre los juguetes adecuados a cada fase del desarrollo del niño, sobre cómo incentivar los aspectos lúdicos del trabajo, etcétera. Sin embargo, también se han dado históricamente reflexiones sobre el juego que apuntaban en sentido contrario y que todavía cabe recuperar. Y este puede ser, y no mucho más, el sentido de mi aporte: retomar algunas tradiciones que pensaron lo lúdico de otra manera, muchas veces desde ámbitos del discurso sobre los que se colgaron etiquetas como “irracionalista”, “existencialista”, “literario”, “poético”. Y ver entonces qué dijeron del juego voces que no estaban interesadas en ponerlo al servicio ni de la democracia, ni de la escuela, ni del trabajo, ni de un proyecto político determinado; y que merodearon aquel lado “inefable” del juego, aquel lado perturbador, asociándolo a “lo demoníaco” (en la acepción de Goethe), a la fantasía, a lo no-racional, a lo no-consciente, a veces a lo destructivo pensemos en los defensores del ludismo…

Avanzaríamos así hacia un concepto desistematizador de “juego”: el sistema capitalista se basa en una doble forma de racionalidad, económica y burocrática, contra la que el juego retiene la virtualidad de atentar. De espaldas al productivismo y al estatalismo, es decir a la racionalidad estratégica, el juego presta al “individuo” que somos la posibilidad, el vislumbre, de una praxis para la denegación de lo existente y para la reinvención personal, en la fuga o suspensión provisoria del Sistema que nos oprime y nos constituye. Sin atender a los requerimientos del cálculo económico o a los dictados de la organización, el juego que observamos en los niños mientras no se da la intromisión de los adultos, el juego puro y espontáneo, no reglado y no dirigido, no sometido a las “instrucciones de uso del juguete industrial, los preserva de las fuerzas que pretenden “socializarlos”, alistarlos para la mera reproducción de lo dado. Deviene instancia de “resistencia”, de “protección”, de “deconstrucción” y de “desistematización”. En su naturaleza anti-económica y anti-política, este juego “libre” aspira a establecer vínculos entre las personas, incluso a restablecer tentativamente formas perdidas de comunidad.

Históricamente, el “juego subversivo” ha tenido apariciones sociales de gran envergadura. Y ya no eran necesariamente los niños los que se entregaban a la actividad lúdica trastocadora: también los adultos, como si sacaran la lengua a la muy honorable lógica económico-política, mezclaron el juego con otras prácticas y, de su mano, se resistieron a procesos objetivos de dominación o de explotación. Probablemente, el caso más espectacular lo constituya el ludismo…

Más arriba hablé del pasaje de una disposición lúdica a la hora de afrontar las tareas de la conservación personal y familiar (actitud que todavía se conserva en determinados espacios indígenas, rural-marginales, lumpen-urbanos o nómadas) a una disposición sumisa, estoica, resignada, en ocasiones incluso adolorida, que es la que se consolida con el mundo del trabajo en dependencia, del empleo. Esa transición no fue fácil, y solo pudo darse con lentitud, de un modo gradual. Y siempre los “peores” trabajadores fueron conscientes de lo que estaban perdiendo, de lo que se habría de perder irremisiblemente. De ahí su reacción virulenta, destructiva, contra las máquinas; de ahí el ludismo. En el ludismo hay un componente lúdico y también uno de conocimiento: “romper máquinas” era, desde luego, un acto “festivo”, desbordante de alegría encorajinada, una forma diabólica de “juego”; pero respondía también a un alcance de la sabiduría popular (la máquina era la enemiga de la capacidad que conservaba la persona de buscarse los medios de subsistencia sin depender de un artefacto tecnológico complejo y, a su través, de otra persona, de un patrón, de un empresario). Todo el andamiaje político del capitalismo, que no solo contempla el circo de las elecciones, de los partidos, de los gobiernos, sino que incluye también, como mano izquierda (pero mano izquierda de la represión), los sindicatos y las organizaciones supuestamente “revolucionarias”, todo ese aparato político, en el que tienen cabida las agrupaciones que se proclaman “transformadoras”, empieza enseguida a combatir el componente lúdico de la protesta obrera. Por eso, como anotó L. Maffesoli, se “satanizó” el ludismo, sobre el que cayeron las más diversas etiquetas descalificadoras (“infantilismo”, “irracionalismo”, “lucha instintiva pre-consciente”, etcétera); y todo lo que respondía a un “principio del placer” en la revuelta de los trabajadores fue “condenado”, “denigrado”, “dialectizado” por esa conjunción siniestra que se estableció entre el movimiento obrero organizado y la teoría marxista. En ese punto, el marxismo, en la medida en que no se previno contra las marejadas dogmáticas de sus propios conceptos (“vanguardia”, “disciplina consciente”, “consciencia de clase”, “formación política de los trabajadores”, “partido obrero”, “Hombre Nuevo”…), se constituyó en un enemigo de la actitud lúdica, un adversario de la disposición para el juego…

Se dijo del ludismo “que no conducía a ninguna parte”, que no era más que una “manifestación de enojo”, una “reacción visceral irreflexiva”, una “señal de descontento carente de significado político y de coherencia teórica”. J. Baudrillard, en El espejo de la producción, nos ha recordado a qué parte condujeron, a dónde nos llevaron, las luchas obreras organizadas, sujetas a la crítica y a la teoría marxista: a la coerción estalinista, la impostura socialdemócrata y el empirismo reformista más vulgar… En el contexto de la sujeción demofascista, un reverdecer de las prácticas ludistas, desatadas en todos los campos y ya no solo en los gulags de las fábricas, asociadas al principio de placer y a la voluntad de juego combativo, mantendría vivo el anhelo de libertad.

En los últimos años se ha venido llamando la atención sobre determinadas circunstancias y determinados movimientos, relacionados también con lo lúdico, que concurrieron en la llamada “Edad Media”. Esa pretendida “Edad Oscura”, dialectizada también y esquematizada por el materialismo histórico hasta extremos de burda caricatura, albergó secuencias psico-ideológicas, epistémicas y existenciales que atentaban contra la línea central de constitución y desarrollo de la civilización occidental. Para definirse tal y como lo conocemos hoy, Occidente tuvo que desplegar una sistemática persecución de todo aquello que, en su propia área territorial, se distanciaba de su racionalismo constituyente y hasta lo confrontaba. Contra la Ratio, surgieron o subsistieron aquellos islotes de libertad que, entusiasmado, describió P. Kropotkin en su opúsculo El Estado. Contra el frío racionalismo enquistado en la centralidad de la cultura occidental, se prodigaron propuestas y prácticas de muy distinto signo, que compartieron no obstante, casi como “leit motiv”, un acoger y un estimular la dimensión lúdica de la actividad humana. El juego libre, subversivo, late en el quehacer cotidiano de las denominadas “brujas”, de los frailes sectarios, de los asistentes a los aquelarres, de los libertinos y herejes de todo pelaje, de los campesinos cuando se saben a salvo de la mirada del Señor, de los vagabundos y de los nómadas, etcétera. En el ámbito de la lengua castellana, esta cuestión ha sido esclarecida por autores como J. C. Carrión Castro, interesados por la índole festiva, insolente, cuestionadora y desaforadamente “lúdica” a la vez, de movimientos tal el de los goliardos. Y sabemos que estas tradiciones divergentes, que de ninguna manera apuntaban al telos de la razón moderna, debordan hacia atrás y hacia adelante los marcos temporales del Medioevo.

Y, muy cerca del punto de arranque de Occidente, hallamos lo que hubiera podido constituir también el principal punto de fuga: los quínicos antiguos, con la Secta del Perro al frente. No se trató del único movimiento cultural enfrentado a la especie de “doxa” que se estaba afirmando en las escuelas de filosofía más reputadas y en la labor de los pensadores canónicos, de Platón a Sócrates; pero hay en su contestación aspectos que lindan con lo lúdico y hasta lo excitan (el papel de la oralidad, la importancia concedida a lo escenográfico, la búsqueda incesante de la transgresión y de la provocación, la vindicación del desacato y de la desobediencia, aquella bella exigencia de vivir el pensamiento, el apetito de huida y de margen, una placentera admisión de todos los recursos y todas las implicaciones del humor, etcétera). A juego, a subversión lúdica, saben, en efecto, todas y cada una de las intervenciones, de las “performances”, de las teatralizaciones protagonizadas por Diógenes de Sínope y los demás quínicos, que nos han llegado a modo de “anecdotas”, gracias a la labor compiladora de Diógenes Laercio, y que parecen partir del lado sensitivo del humor para desembocar en su lado intelectual. La crítica irreverente, la parodia anti-metafísica, el pensamiento negativo y el juego como corrosión tramaban, en tales actuaciones, un verdadero contubernio contra la pretensión de seriedad y de rigor que animaba por entonces a la razón clásica. Los estudios de C. García Gual, P. Sloterdijk y M. Onfray nos han dejado jugosas páginas a propósito.

En mi opinión, la razón lúdica subsiste en la contemporaneidad, siempre cerca de los márgenes; y se halla más cómoda en los suburbios que en los centros de las ciudades o en los barrios residenciales, más a gusto entre las personalidades irregulares que entre las gentes sensatas, más amiga de los supuestos “perdedores” que de los “triunfadores” en la vida, más fecunda cuanto menor es la incidencia de la cultura occidental, con sus universidades y sus escuelas, sus propiedades privadas y sus empleos, sus autoridades y su democracia… En el plano intelectual, la razón lúdica ha bailado y sigue bailando del brazo de los románticos, de los “malditos”, de los anarquistas no-doctrinarios, de los “nihilistas”, de los “irracionalistas”, de los “heterodoxos”, de los “inclasificables”, etcétera. Pero es en la destrucción de máquinas, en los escaparates rotos y en las escuelas quemadas donde esta racionalidad juguetona, dulcemente cruel, se enamora demoníacamente de sí misma.

2. Si hubiera que establecer una topografía de la razón lúdica subversiva, dos serían los puntos mayores del mapa: el territorio, entendido de un modo divergente, y la recreación, también bajo un concepto desplazado…

Cabe la tentación de pensar el “territorio” como algo necesariamente relacionado con el Estado, con la Nación, con un espacio “administrado” que tiene fronteras, subdivisiones y particularidades jurídicas distintivas. Pero esa no es la noción de “territorio” que me interesa. También cabe la tentación de pensarlo en relación con la “propiedad privada”, con una posesión, una mercancía, un “medio de producción” a fin de cuentas. Y decimos que se compran y se venden tierras, terrenos, territorios… Es esa una acepción que, de hecho, me interesa aún menos… Rompiendo relaciones terminológicas con el Estado y la propiedad privada, con el gobierno y el acaparamiento individual de un recurso estratégico, gentes que querían constituir discursos “críticos” volvieron la vista a la llamada “Naturaleza”, denunciando su explotación y como bajo el anhelo de “protegerla”. La idea de territorio tenía que ver, de algún modo, con una “naturaleza” poblacionalmente sectorializada, con distintos “medios ambientes” delimitados por grupos homogéneos de personas que habitaban en ellos. Esta tercera opción provoca, a mi parecer, un desplazamiento insuficiente. Y es que, desde esa perspectiva, el territorio devendría como exterioridad que se nos impone y que casi nos ignora, que desatiende nuestra muy móvil y asociativa corporeidad real.

El territorio que esgrimo solo puede darse, más bien, en la desconsideración del Estado y de la propiedad privada. Como no me gusta “dividir” para pensar, como no llevo siempre un hacha en el cerebro, el territorio que poetizo no se contempla fuera del propio cuerpo. Más aún: no se contempla “fuera”. Todavía un poco más: no se “contempla”. Somos territorio y somos el territorio que pisamos mientras, al caminar, nos caminamos el plural es aquí muy importante. La sabiduría de los pueblos originarios lo sintió siempre así; y por eso jamás admitió la idea de Estado, apropiación privada de la tierra y “Naturaleza” en tanto objeto “exterior”, imaginable “al otro lado” de un sujeto y de un pensamiento recortados, de una cultura recortada, casi como externalidad magnífica que habría que explotar sin destruir.

El concepto de “territorio” se ha mantenido históricamente en una muy interesante ambigüedad. Es nebuloso y casi excesivo. Se superpone, pero excediéndolos, a otros conceptos que parecían próximos o conexos; les añade un “plus”, un “algo más”, que los traspasa y hasta transgrede. Se superpone y excede a “paisaje”, “región”, “comarca”, “localidad”, “espacio geográfico”, “lugar”…

Así como el “factor humano” contribuyó a librar a la Geografía, en su conjunto, del hieratismo y la cosificación a la que parecía abocarla la llamada “geografía física”, ha sido el “factor comunitario”, e incluso el “factor contestatario”, el que ha dinamizado la reflexión en torno a lo que sea el territorio. Y entonces este concepto se desvinculó de aquella materia “determinista”, “objetivista”, que casi parecía más próxima a las “ciencias naturales” que a las “ciencias sociales” (la geografía física, con sus elementos del relieve, sus climas, sus topografías…); y pasó, por así decirlo, a la geografía humana o social, a la sociología, a la historía, a la antropología, a la filosofía, entendiéndose de un modo más complejo y también menos nítido. De manera casi hegemónica, el territorio se categorizó como “producto social”…

Entendido como “producto social”, la discusión podía estabilizarse, estancarse en la arena académica otra vez: el territorio sería “una construcción humana a partir de distintos agentes que operan en diversas escalas y que de distintas maneras ejercen o intentan ejercer poder sobre un espacio concreto” (J. E. Serrano Besil). En esta línea podemos citar también a Montañez y Delgado: “La actividad espacial de los actores es diferencial; y, por lo tanto, su capacidad real y potencial de crear, recrear y apropiar territorio es desigual”. Y cabe entonces “analizar”, con los métodos consagrados de las disciplinas académicas, esos “distintos agentes”, esas “diversas escalas” y esas “diferentes maneras”…

En tanto “producto social”, el territorio se seguía concibiendo, no obstante, como algo “externo” a la persona concreta, casi como una “materia separada”, un campo de incidencia de lo social-humano: era “producido” por la gente, desde sus relaciones sociales, pero “sobre” un espacio que estaba de algún modo “ahí” y “sobre” el que se quiere ejercer poder, “sobre” el que los agentes despliegan su actividad. Distinto es el concepto que propongo, tomado de los pueblos originarios de América Latina; un concepto que no separa, no escinde, no “objetiviza”…

Porque toda aquella problematización del territorio deriva, por así decirlo, del materialismo histórico; y centra su atención en lo “social”, en la mediación y producción social, incorporando reflexiones posteriores en torno al poder, en la línea por ejemplo de M. Foucault. Frente a ella, poco a poco, se va levantando otro discurso, que incide en lo comunitario y hasta en lo antagónico, capaz de vincularse con el orden de cuestiones que engloba la razón lúdica. Sería la “comunidad” la clave del territorio, en el sentido de un localismo trascendente. Y la “defensa del territorio” sería “defensa de la comunidad” (que integra también a todo lo que no es humano). El antagonismo aparecería como una reacción frente a los poderes bio-etnocidas que la acosan: si se ha de perder la comunidad, se perderá el territorio… Allí donde, maltrecha, subsiste la comunidad, o es muy fuerte el deseo de restablecerla, se abre un campo para la lucha “heterotópica”: forjar territorio allí donde prácticamente ya no hay comunidad es un modo de “correr al margen”, de deconstruirse y de auto-construirse. Cuando, en ese empeño, se echan por la borda el cálculo económico y los dictados de la administración, ingresamos plenamente en el dominio del juego libre y de la racionalidad no-estratégica, subversiva.

Cabe tentar esa experiencia en el campo o en la ciudad. Se trataría de evitar la “cosificación” del espacio, la “separación” de la naturaleza, mediante un ensayo de re-fusión que, admitiendo siempre sus límites y su radical insuficiencia, puede resultar satisfactorio y disidente: volver a vivir la tierra, el poblado, el grupo, el paisaje como “parte de uno mismo”, sintiendo que “uno mismo” también está en las otras partes y en el todo. Este es el sentido de lo “comunitario-antagónico”, adherido a una razón que se predica lúdica por su aversión a lo instrumental. Se ha dado entre los originarios y los nómadas, por ejemplo…

Con este desplazamiento teórico, me aproximo a percepciones del territorio que enfatizan la determinación del aspecto comunal-social y de la vivencia local, como la propuesta por la llamada “geosemántica social”. El territorio, desde esta perspectiva, se da “en la intersección entre lugar y sentido”. Y la producción del sentido es comunitaria, vivencial, local, de manera que el territorio sería validado como tal por una masa de personas, que lo sienten y lo viven y lo crean y lo recrean. En cierto sentido, el “territorio”, así concebido, aparece como el lugar natural del juego libre…

Me distancio, no obstante, de posicionamientos como los de D. Cerda Seguel (“Más allá del sentido del lugar. Geosemántica social, ciencia del territorio”), que sobredimensionan el papel de los medios digitales, de las tecnologías informáticas, de las redes virtuales y de los programas y aplicaciones telemáticos para sugerir la idea de un territorio en constante reformulación, creado cotidianamente por la interrelación e interacción de comunidades de usuarios, internautas, gentes “conectadas” que usan también aplicaciones de índole geográfica o local, etcétera. De tan vago y fluctuante, el territorio pierde entonces su materialidad, se “digitaliza”, se va “a las nubes”…

El asunto de la razón lúdica lleva al tema del territorio de forma lógica, porque “el juego se emplaza”. La actividad del juego, la actitud lúdica, tiene siempre un marco (físico, pero no solo físico; geográfico, pero no meramente geográfico), un escenario, un “territorio”. Pero este territorio no es nada parecido a una “propiedad” que pertenece al que juega, o una circunscripción política que dé reglas a los jugadores. Era el territorio, por ejemplo, de las comunidades; era el territorio de los que no tenían tierras, sino solo caminos; era el territorio de las pequeñas aldeas… Era el territorio que respondía a un localismo o particularismo trascendente, filosófico, de manera que las gentes se hallaban intrínsecamente vinculadas, cabría decir soldadas, a ese ambiente y no lo explotaban sino que vivían “con él”.

Este “territorio” (muy bien caracterizado en las páginas de G. Lapierre o de A. Paoli) es el escenario del juego genuino, del juego indomable, no domesticado… Sobre el territorio operan las dos fuerzas de siempre, el Capital y el Estado. Y resulta entonces la propiedad privada, que en mi acepción no es ya territorio; y tenemos así el municipio, la provincia, el departamento, que tampoco constituyen territorio, pues son, estos como aquella, estrictamente, “tierras mercantilizadas y politizadas”. Al mismo tiempo, la ofensiva se centró en el juego… Y deviene el juego que responde a la “industria del ocio”, juego reglado, juego que se compra, juego que se vende, que ya no es “juego libre”; y hallamos el juego que se lleva a las escuelas, a las cárceles, a los hospitales, por recomendaciones administrativas, juego “pedagógico”, juego “político”, juego “demagógico”, que tampoco es juego genuino.

Para el indígena, para el pastor, para el campesino antiguo, para el nómada, para el habitante de la villa suburbial, el “territorio” no era algo que se debía “explotar” o que podía acapararse, no era una “fuente de recursos”, no era el objeto de un negocio, no era un espacio regulado bajo normas por satisfacer o por cumplir. El territorio era, en un sentido muy concreto, el ambiente de la pulsión lúdica: estas gentes jugaban con el territorio, hallaban en él su “partenaire”, su compañero. Esto quiere decir que desplegaban disposiciones para la relación desinteresada, para la cooperación, para la coexistencia alegre. Estaban las gentes y estaban las cosas, las personas y los árboles, los vecinos y el río, estaban los caminos y estaban las casas; y ahí, unos y otros, unos al lado de otros e incluso unos “en” otros, jugaban: jugaban a crear, a inventar los instantes, a envolverse en el día de forma placentera. No “uno” teniendo que utilizar al “otro”, debiendo servirse de él, sino los dos, los tres, todos juntos, fundidos, demorándose en un presente eterno.

El territorio es para el niño, para la mujer y para el hombre el mejor de sus compañeros de juego. En este sentido, la relación que establece la gente “libre” con el territorio “libre” es una relación lúdica: no se juega “con” el territorio en el sentido de jugar “sobre” un espacio o de erigir el territorio en una suerte de juguete, sino que el territorio y las personas, en una especie de conversación o de cooperación, forjan decursos lúdico-existenciales y lúdico-históricos. Es como si el juego englobara lo humano y lo no-humano; absorbiera el territorio que hacemos, el territorio que nos hace y el territorio que somos.

Como apunté más arriba, probablemente la actitud lúdica sea la actitud natural del hombre allí donde no se han establecido relaciones de opresión política y de explotación económica. En ese marco, el jugar ya no es una opción: es el telón de fondo, lo que se da siempre, lo concreto y lo real; y la razón o es lúdica o desaparece afortunada y gozosamente…

Juego, territorio y recreación configuran un trípode conceptual que cabe disponer contra la pretensión de eternidad del Capitalismo. En torno al juego y al territorio, se abrieron vastos campos de discusión y de matización. Menos polémicas y menos disquisiciones político-terminológicas ha suscitado, hasta ahora, la expresión “recreación”. Se asocia, casi sin más, a la “diversión”, al “entretenimiento”, a la “relajación”, a la “distracción” y hasta a la “terapia”. Se relaciona con el “uso del tiempo libre”, con el “ejercicio del cuerpo y de la mente”… Sería algo bonancible, diáfano, positivo. En este estudio, se propone una re-semantización nada complaciente…

Partiendo de la definición de la Real Academia Española de la Lengua (“diversión para alivio del trabajo”) y del concepto de “recreo” escolar, vinculamos la “recreación” al dolor empírico del sujeto, al sufrimiento ostensible del individuo, necesitado de una suerte de “tregua” para seguir soportando un orden infernal desahogo, calmante, compensación… Por otro lado, llevamos la expresión a la teoría del margen: “re-creación como posibilidad de re-hacernos, re-fundarnos, re-inventarnos…

Como decía al principio, nos han robado muchas palabras. Transformación, Revolución, Emancipación, Crisis… Muchos términos nos hurtaron, y no solo para fines de reproducción social o integración. En este contexto, yo me permito asimismo ese gesto, que decía Illich, de la “criminalidad lingüística”, para sustraerle palabras al opresor. Y entonces hablo de “re-creación”. Y puedo decir que, así como creo en el “territorio” (bajo otra noción) y en el “juego libre” (re-significado), también creo en la “recreación” (entendida de otra manera). Y aquí recurro a su doble sentido: “re-crear”, “recrear”.

Por un lado, el término sugiere la idea escolar de “recreo”, que es hermosa: trance en el que los niños por fin abandonan las aulas y se van al patio a jugar. Es un “descanso”, un “alivio”, una “tregua”. La palabra “recreo” quiere recordarnos que estamos siendo castigados, y que necesitamos un tiempo para sobreponernos a tal calamidad… Nos alivia, por ejemplo, del trabajo, tortura indecible. En su segunda acepción, deriva de “crear”: “re-crear”, volver a crear, rehacer, reinventar. Y cabe entonces utilizarlo en el sentido de una “construcción” de la propia vida bajo la razón lúdica, en este caso.

“Recrear” quiere decir, pues, “darse una tregua”, escapar del horror económico y político bajo el que vivimos, “respirar”; y, en segundo lugar, en ese marco, en ese escenario de “interrupción”, hallar los modos para una reinvención personal, para una re-creación de nuestra existencia. En este sentido, hablo de “recreación” en tanto ventana que lo lúdico nos abre para la deconstrucción personal y la re-construcción como sujetos de la lucha. Ya no se trataría de un mero “pasar el rato”, un “descanso” irrelevante, una suerte de “intermedio”. Se abraza al territorio en reinvención y al juego dislocador; y termina siendo una suerte rara de placer en el drama, en la tragedia, en el ocaso. La recreación es un acaso en el ocaso: funda la posibilidad de la auto-construcción en el seno de la decadencia social y civilizatoria, y lo hace para resistir.

En el aire, 7.5

Pedro García Olivo

Buenos Aires, otoño de 2019

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ESTADO Y ETNOCIDIO. El exponente argentino (tercera parte de «La Peste pedagógica»)

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Indigenismo, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on abril 24, 2019 by Pedro García Olivo
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Los profesores de la escuela y los funcionarios del Estado
se llamarán republicanos,
pero seguirán ejerciendo de tutores y de pastores;
y el pueblo seguirá siendo lo que ha sido permanentemente hasta hoy:
un rebaño.
Cuidado entonces con los esquiladores, porque allí donde hay un rebaño,
habrá necesariamente también esquiladores
y aprovechadores del rebaño (…).
Tendremos, bajo formas nuevas, la antigua opresión
y la antigua esclavitud”.
M. Bakunin

1. INTRODUCCIÓN. CANIBALÍSTICA DEL ESTADO

1.1. Filosofía política e ilustración socio-histórica

No pretendo exponer, en este ensayo, los resultados de una investigación historiográfica sobre la dimensión “caníbal” de la Argentina moderna, sino extender o ampliar la teoría del Estado, incorporando aspectos que a menudo pasan desapercibidos y que tienen que ver con la “sistematización administrativa de la existencia”, la bio-política como ámbito del poder que opera por debajo de cualquier régimen o modalidad de gobierno y el etnocidio en tanto factor constituyente de todo Estado, aunque se predique “pluri-nacional”, “multi-cultural” o “federal”.

Porque, al lado del canibalismo “social” que acompañó a la génesis del Estado y que tanto remarcó la tradición marxista, ha correspondido históricamente a las “burocracias del bienestar social” devorar a la comunidad y al individuo mismo como instancias de auto-organización real, de autonomía efectiva. Y este segundo canibalismo se ha adherido desde el principio a aquel despliegue del poder y de las resistencias, de las dominaciones y de los forcejeos, que denominamos “biopolítica” y que actúa lo mismo bajo un Estado Social amplio que bajo un Estado Mínimo Neoliberal.

Por último, esta canibalística dispersa, biopolítica, no elaborada desde factorías gubernamentales concretas, si bien polarizada y “coordinada” por la Administración, y aquellos canibalismos institucionales y sociales, que aniquilan la autosuficiencia comunitaria y la autogestión personal, no deben hacernos olvidar que hay, en el origen y en el desenvolvimiento de toda forma de Estado, un principio genocida, etnocida, una propensión invariable a la eliminación “étnica”, en la doble acepción (física y cultural) del término. En el contexto de la cancelación de lo social como esfera de la insubordinación empírica, y bajo la lógica contemporánea de la reconciliación de clases y de la admisión explícita del sistema capitalista por unas poblaciones que parecieran ya no sufrirlo, esta dimensión etnocida de todo aparato de Estado debería considerarse en primer lugar. El “etnocidio”, en tanto exterminio de la diferencia, ya no es un rasgo “derivado” o “circunstancial”, un aspecto “secundario” o “accidental”, un mero “reflejo” de lo social o una “mediación” entre las estructuras; al contrario, se instala en la sala de máquinas de toda Administración, en el “en sí” de cualquier Estado, desempeñando el rol más determinante. Y así como el Estado español se fundó sobre un canibalismo étnico desatado contra los judíos, los moriscos y los gitanos, el Estado argentino, para auto-configurarse, depredó a los pobladores originarios de esta parte del cono sur, exterminándolos o esclavizándolos.

Trataré, pues, del Estado, desde el punto de vista de la filosofía política o de la politología; y repararé en Argentina, su historia, sus modos de gobernabilidad, sus lógicas sociales, solo a manera de “ilustración”, como banco de datos o suministro de pruebas.

1.2. Una depredación cuádruple

Pretendo, pues, pensar el Estado a la luz de la coetánea domesticación de la protesta y de los procesos irrefrenable de disolución de la Diferencia en Diversidad. Atenderé, en consecuencia, reordenándolas, trastocando la jerarquía instituida entre ellas por la economía política y el productivismo, a las cuatro dimensiones que definen la práctica devoradora y destructiva de la organización estatal: Estado y dominación social, al hilo de las tradiciones marxistas y anarquistas clásicas; toxicidad de la protección estatal y de los bienestares administrados, de la mano de I. Illich y otros; biopolítica sub-estatal, recalando particularmente en el último Foucault; y, lo último pero no lo menos importante, etnocidio constituyente.

2. ESTADO Y DOMINACIÓN SOCIAL

2.1. La percepción clásica

Los libertarios de la primera hora señalaron, con toda claridad, el vínculo perceptible entre “Estado” y “dominación social”. De un modo muy directo, así lo expresó M. Bakunin:

Cualquiera que sea la forma de gobierno, en tanto (…) la sociedad humana quede repartida en clases diferentes, existirán siempre el gobierno exclusivo y la explotración inevitable de la mayoría por la minoría. El Estado no es otra cosa que esa dominación y esa explotación reguladas y sistematizadas.

La esclavitud puede cambiar de aspecto y de nombre, pero su fondo es siempre el mismo. Ese fondo se deja expresar con estas palabras: ser esclavo es estar forzado a trabajar para otro, como ser amo es vivir del trabajo ajeno. En la Antigüedad (…). los esclavos se llamaban simplemente “esclavos”. En la Edad Media tomaron el nombre de “siervos”; hoy se les designa “asalariados” (…). Ningún Estado, ni antiguo ni moderno, ha podido ni podrá jamás pasarse sin el trabajo forzado de las masas (…). Los EEUU de América del Norte no constituyen una excepción”.

Y P. Kropotkin, asumiendo ese planteamiento, ni siquiera se deja engañar por la retórica del “sufragio universal”: “Toda la legislación elaborada dentro del Estado, aunque proceda del llamado “sufragio universal”, debe repudiarse porque se ha hecho siempre pensando en los intereses de las clases privilegiadas”.

En este punto, la afinidad entre el anarquismo y el marxismo es evidente: para Marx y Engels, el Estado de una sociedad dividida en clases es, siempre, el Estado de la clase dominante. En El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, F. Engels lo expresaba de un modo rotundo:

Como el Estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de esas clases, es, por regla general, el Estado de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que, con ayuda del él, se convierte también en clase políticamente dominante, adquiriendo con ello nuevos medios para la represión y explotación de la clase oprimida”.

Como “precursor” de esta denuncia compartida, hallamos a G. Babeuf, el “tribuno del pueblo”: “Discurrir tanto como os plazca dice Diderot sobre la mejor forma de gobierno; nada habréis hecho mientras no destruyáis los gérmenes de la codicia y de la ambición” (…). Aún en la mejor forma de gobierno es necesario que haya imposibilidad para todos los gobernados de devenir más ricos o más poderosos en autoridad que cada uno de sus hermanos”.

2.2. Canibalismo social argentino

Hasta la constitución del Estado-Nación argentino, conocemos los marcos de una opresión y de una explotación social sufrida por un sujeto diverso, heterogéneo, que cabe, en efecto, aglutinar en la categoría de “clase populares” (Di Meglio). Víctimas de ese canibalismo social fueron, sobre todo, los indígenas, los emigrantes españoles que no alcanzaron la condición de “encomenderos”, los mestizos, los esclavos que llegaban de ultramar… Se trataría de una masa que trabaja en dependencia o que labora por cuenta propia en situaciones precarias, subalternas, a veces marginalizadas.

A partir de la constitución del Estado-Nación, la fractura social se redefine en términos ya netamente “capitalistas”. Se refuerza la “proletarización” de los grupos populares; se entroniza la plusvalía; se constituye, primero, una oligarquía agrícola y ganadera, poseedora de la tierra, de los ganados, del Capital bajo sus formas diversas, y, a su merced, una masa asalariada o dependiente empobrecida (trabajadores rurales, gentes contratadas en la ganadería, aparceros, etcétera).

Sobre todo desde el peronismo, pero partiendo de años anteriores, el “modelo agroexportador” se ve cuestionado progresivamente, mientras se promociona la “industrialización por sustitución de importaciones”. Brota de ahí una “burguesía interna”, industrial, nacionalista y proteccionista, que defenderá sus intereses contra las élites tradicionales agrarias. Simultáneamente, se robustece la clase obrera ciudadana, el proletariado industrial, subalterno social que optará pronto por la sindicalización.

La apuesta neoliberal, triunfante cuando ceden los populismos, abre las puertas al capital financiero, a las multinaciones, a las inversiones y productos extranjeros, diversificando las figuras de la explotación laboral…

Se produce, así, una fisura en la clase dominante, semejante a la registrada en otros países del área. Los historiadores influenciados por el materialismo histórico hablaron, a propósito, de “burguesía externa” y de “burguesía nacional”. Soldada a los intereses de las transnacionales, la primera se afianzaría en la esfera financiera y procuraría salarios bajos para sus trabajadores a fin de incrementar la competitividad de unos productos orientados al mercado exterior. Esta fracción de clase aplaude en todo momento políticas económicas de corte tradicionalista y neoliberal. La segunda, centrada más en la lógica puramente productiva, necesita la protección de la industria nacional y sufre ante la llegada indiscriminada de mercacías extranjeras, pues “vive” del mercado interior, del consumo interno. Para ella, y hasta donde no se resiente su tasa de ganancia, una clase trabajadora acomodada, con salarios adecuados que le permitan un consumo importante, es un ideal de progreso particular y general. Aliándose a los grupos obreros organizados en pro del bienestarismo, coincidiendo en muchos aspectos con los intereses de los sindicatos, esta fracción de clase apoyará las opciones de gobierno socializantes y populistas.

En los dos casos, como denunciarían los “clásicos” del anarquismo y del marxismo, la dominación social y la explotación económica se ceba en las masas trabajadoras. En los dos casos, como se ha descubierto más tarde, la perpetuación de esa dominación y de esa explotación requiere de una sociedad armonizada, en la que el llamado “bienestar” adapte e integre a los trabajadores y les haga aceptar sin enojo la fractura de clases, la propiedad privada de los medios de producción y la lógica material de la plusvalía. Para la “burguesía nacional” esa meta casi se alcanzó bajo la modalidad de gestión del espacio social inaugurada por el peronismo y retomada por los Kirchner. Sabemos que, en otras partes del mundo, tales objetivos correspondieron al Estado Social de Derecho, al Estado del Bienestar. Pero también la “burguesía externa” ha ido comprendiendo que, a medio y largo plazo, la bonanza de sus empresas y el mantenimiento de sus beneficios es incompatible con el malestar de unas masas laborales empobrecidas, abocadas a la conflictividad. De ahí que, por otros medios, delegando responsabilidades en la propia empresa, trasvasándoles funciones propias del Estado, aspire también a una población reconciliada con lo establecido, “bien tratada” por el sistema que la explota. Es esa la aspiración, recordada sin cesar por los teóricos del neoliberalismo actualizado; otra cosa es que, allí donde todavía domina una “derecha” medio atrabiliaria, llena de resentimiento y casi “vengativa”, con un espíritu de revancha política, para nada “moderna” y nada “civilizada”, como, según algunos analistas, es el caso de la Argentina macrista, el proceso se retarde y hasta atraviese fases de encono socil y turbulencia política. Pero no cabe duda de que el Capitalismo ha trazado su plan de ruta y que ese programa, con independencia de cuál de sus brazos tome el gobierno, el izquierdo o el derecho, apunta al bienestarismo.

3. EL ESTADO COMO DEPREDADOR DE LA AUTONOMÍA INDIVIDUAL Y COMUNITARIA

3.1. La “sistematización de la existencia”

Desarrollando la crítica illichiana del Estado, que se centra en la función “inhabilitante” (del individuo y de la comunidad) desempeñada por la Administración, una disposición depredadora de todas las capacidades sociales de auto-organización y de auto-gestión, he hablado, en otro ensayo, de la “sistematización de la existencia”, esbozando lo que podría contemplarse como una “teoría del margen”:

Ante la crisis del Relato de la Emancipación, y de la forma de racionalidad política en que se inserta, sentimos la necesidad de cambiar de vocablario, de inventar conceptos preventivos que nos pongan a salvo de los horrores suscitados por las categorías aún hegemónicas. Y hablamos entonces de “desistematización”, expresión que se opone frontalmente a las series discursivas alentadas por conceptos como “alienación”, “distorsión ideológica”, “falsa consciencia”, “vanguardia consciente”, “minoría consciente”, “labor de ilustración-conscienciación”, “disciplina consciente”, “maduración de la consciencia de los trabajadores”, “consciencia de clase”…

La desistematización “deja en paz al otro” y no mete las manos en su “consciencia”: ahí revela su matriz anti-pedagógica. Para la desistematización, en cierto sentido, nada va mal en el otro y nada hay que rectificar en su subjetividad: la alienación, por ejemplo, o no existe o afecta también al campo del denunciante, por lo que no puede ser curada desde un milagroso “afuera”. Las gentes, como dirían J. Baudrillard y P. Sloterdijk, son tal y como las vemos.

Pertenece a la racionalidad política clásica el prejuicio de que la lucha transformadora pasa por la “conversión” y “movilización” del otro, de un otro afectado por alguna “tara”, por un “déficit”, por un “velo”, siempres resueltos, desde el “exterior”, por minorías ilustradas. Avanzando en sentido contrario, la desistematización, por anti-pedagógica, parte más bien de la crítica de M. Bakunin: no se necesitan “yugos bienhechores” que caigan sobre el pueblo desde arriba, puesto que las gentes ni son “menores de edad” perpetuas ni arrastran taras, déficirts o maldades congénitas —deberíamos dejar de representarnos al ciudadano como una suerte de “escolar” necesitado de instrucción, de “formación”, demandante de aulas, iglesias o Estados.

De forma inmediata, el término “desistematización” sugiere que somos el Sistema, por lo que nuestra capacidad de crítica no debería dirigirse solo y siempre a entidades “externas” ya sobradamente desacreditadas (la Oligarquía, los Ricos, los de Arriba, el Capital,…). Somos el sistema en cada acto de compra, de venta, de mando, de obediencia, de trabajo… Y, entonces, la lucha contra el Capital y el Estado puede empezar, precisamente, por nosotros: localizar y extirpar los puntos en los que el capitalismo se ha incrustado en nuestro ser, se ha “encarnado”. Estamos “sistematizados” porque nos hemos convertido en la cifra “corporal” del Capitalismo: para saber en qué consiste, basta con observarnos a lo largo del día.

En segundo lugar, estamos sistematizados porque nuestra vida cotidiana se resuelve en un “saltar de sistema en sistema”: sistema residencial, sistema de transporte, sistema escolar, sistema laboral, sistema de salud, sistema de seguridad, sistema del ocio… Cada sistema es un lugar de consumo casi inevitable y una instancia de supresión de nuestra autonomía. Cada sistema justifica y reproduce las “profesiones tiránicas” que se esconden detrás de él y a los técnicos, especialistas y demagogos, todos pedagogizados, que lo diseñan y reforman periódicamente. En los sitemas muere la libertad, porque es el hombre el que debe adaptarse a sus dinámicas, horarios, lógicas. Nuestros días quedan definidos, en lo empírico, por la sucesión y combinación de sistemas que debemos transitar para cumplir cualquier objetivo. Es, pues, el Estado, con sus burocracias del bienestar social, el que ha configurado nuestras jornadas.

Por ello, “desistematización” quiere decir confrontación con los aspectos del Capital y del Estado que nos constituyen, reducción o evitación de las maneras en que nuestra cotidianidad reproduce el capitalismo, atenuación del impulso a comprar-vender-mandar-obedecer-trabajar… Y, en su segunda acepción, sugiere una recuperación, individual y colectiva, de parcelas de nuestra autonomía, de nuestra libertad, que nos fueron robadas y regladas por la Administración: educación, salud, seguridad, movilidad…

Ha pertenecido a la lógica del Capitalismo acabar con todos los vínculos “primarios” o “naturales”, con todas las modalidades de la comunidad, para asegurarse la máxima atomización del tejido social y, por tanto, la máxima dependencia de la persona en relación con el Estado. Lo denunciaron J. Ellul y L. Mumford, en obras un tanto olvidadas… Sin comunidad a la que recurrir para satisfacer sus necesidades originarias (sin clan, sin vecindad, casi sin familia), incapaz también de valerse por sí mismo en medio de las complejidades de la sociedad actual, todo lo debe esperar del Estado y todo se lo debe exigir al Estado. El Estado le sistematiza la existencia de arriba a abajo; y él debe someterse a esa axiomática, consciente de su impotencia. En este sentido decía I. Illich que los sistemas del bienestar social son “inhabilitantes”.

Pero es este “individuo”, elaborado por el Capitalismo sobre el telón de fondo de la cultura occidental, el que, sancionando la muerte de la comunidad, debe retomar la tarea de la desistematización. No se trata de un proceso exclusivamente “individual”, pues cabe tentar recuperaciones de esferas de autonomía en grupo, colectivamente, como ocurre en el caso de los espacios educativos no-escolares o los sistemas de vigilancia vecinales. Pero el sujeto particular sí ostenta, en esa praxis, una cierta preeminencia lógica: de los “individuos” replegados sobre sí mismos, que no soportan el clan, la familia, ni siquiera la pareja, no cabe esperar ya verdaderas “fraternidades” (las cuales solo afloran allí donde la comunidad conserva la primacía ontológica, ética y epistemológica), sino apenas meras alianzas, “pseudo-fraternidades” en todo caso “estratégicas”. Por ello, la desistematización incumbe en primer lugar al individuo…

Hay un ejemplo elocuente de la pérdida occidental de la comunidad: la naturaleza de la asamblea y de la democracia. Donde hay “comunidad”, en la asamblea no se producen divisiones irresolubles y de hecho no se vota (impera el acuerdo colectivo, no importa el tiempo que se tarde en alcanzarlo). Donde subsiste la comunidad, como en determinados reductos de los pueblos originarios, los cargos son rotativos y no remunerados; y se conciben como un servicio natural al grupo, una prestación solidaria que proporciona estima. Por el contrario, dondo ya solo cuenta el individuo, como en las áreas occidentales, la asamblea degenera en batalla de egos, con divisiones insalvables y votaciones mecánicas; y la democracia deviene histrión representativo, con cargos remunerados. Desfallecida la comunidad entre nosotros, con sujetos atomizados, psicológicamente débiles y socialmente impotentes, haría falta el candil de Diógenes para encontrar al Sujeto que demanda el Relato de la Emancipación. Pero si hablamos de desistematización, una suerte de programa menos soberbio, aunque sin tantos “afiliados”, el sujeto ya esta dado y no hay otro: el individuo.

La desistematización es, pues, un proceso de deconstrucción, de descodificación, que apunta a una re-invención personal. Estamos hechos para la adaptación social, pero podemos deshacernos y re-hacernos para la lucha. Y este proceso halla su lugar natural en los márgenes. Porque el centro del Sistema es el ámbito del asentamiento y del asentimiento; y la descodificación se contempla como una carrera y un disentir, como una huida hacia los márgenes, dejando también atrás las periferias. Mientras las periferias transan con el Capital y el Estado, y a menudo más parecen trampolines para saltar al Centro, los márgenes defienden su insobornabilidad y su independencia relativa.

No habiendo nada “fuera” del Sistema, este sí cuenta con márgenes: lugares alejados de la centralidad en los que la influencia del Capital y el Estado en cierta medida desfallecen. Ante esa postración relativa del Sistema, se abren posibilidades para la recuperación de espacios fragmentarios de autonomía. Y esa recuperación ya es parte del proceso de auto-construcción.

Los márgenes nunca se alcanzan plenamente: se tiende a ellos. Son una deriva, un caminar, un avance, al ritmo de cada quien, variable, desigual. Y se pueden ensayar varias carreras al mismo tiempo…

Descodificarse, auto-construirse y correr al márgen es difícil, doloroso. Aquí se da una antítesis absoluta con el discurso de la Revolución: la desistematización es muy radical en sus medios (suprimir la instalación, la vida cómplice, el acomodo burgués y ya “popular”, los bienestares administrados) y muy humilde en sus metas —voluntad de salud espiritual, de recuperar el cuerpo, de huir como quien busca un arma—; mientras que la Revolución aspira a la creación de un Nuevo Mundo exigiendo a fin de cuentas muy poco (militancias, marchas, votos,…).

Los márgenes son plurales. Hay “márgenes laborales”, como los de los busca-vidas urbanos; los nómadas autónomos, tal los gitanos antiguos; los campesinos de subsistencia; los mendigos voluntarios y todas esas personas que hallaron el modo de vivir sin trabajar o bajo un trabajo mínimo. Y hay “márgenes educativos”, como los señalados por los padres que retiran a sus hijos de las escuelas y educan en casa o en grupo; como el de los autodidactas empecinados; como el de los colectivos que se constituyen para saciar la necesidad de saber por fuera del Estado y de sus instituciones. Y hay “márgenes energéticos”, como los de las gentes que se procuran su electricidad sin contratar con las empresas. Y hay “márgenes dietéticos”, como los de las personas que cultivan sus propios alimentos o se nutren de forma heterodoxa, irregular, aleatoria. Y hay “márgenes residenciales”, como los de quienes huyeron de las ciudades para vivir de modo alternativo en el medio rural o en el monte; como los de aquellos que, contra la ley y el hábito, todavía se atrevieron a construirse su propio habitáculo, con sus manos y la ayuda de compañeros. Y hay “márgenes tecnológicos”, como el de los seres que experimentan con el decrecimiento radical o el primitivismo. Y hay “márgenes domiciliarios”, vinculados a la ocupación o al empadronamiento ficticio. Y hay “márgenes civilizatorios”, representados por las culturas-otras hostiles a la integración en marcos occidentales. Y hay…(2).

3.2. El exponente argentino: peronismo y kirchnerismo

Esta crítica del Estado como instancia de destrucción de la autonomía y de la auto-organización individual y comunitaria, que induce a la denegación de las “burocracias del bienestar social y a la denuncia del “síndrome de Viridiana” que las estraga, le cabe por completo a dos importantes experiencias históricas argentinas: el peronismo (1945-1955) y el kirchnerismo (2008-2015).

3.2.1. Peronismo

Estamos ante una modalidad latinoamericana del Estado Social, como atestiguan las medidas alentadas por Perón tras el golpe de estado militar de 1943 y antes de su refrendo por las urnas en 1945: “Estatuto del Peón”, con establecimiento del salario mínimo y otras disposiciones para la mejora de sus condiciones de vida; creación del “seguro social” y del sistema de jubilaciones; institución de los “Tribunales de Trabajo”, que tantos pleitos resolverían a favor de los obreros; sucesivos incrementos salariales y obligación del aguinaldo; fortalecimiento del sindicalismo,…

Desde 1945, y bajo los marcos de una constitución genuinamente “social”, la de 1949 (que proclama la igualdad jurídica entre hombres y mujeres, los derechos de los trabajadores y de la ancianidad, la autonomía universitaria y la función “social” de la propiedad), la política económica se pone decididamente al servicio del bienestar social, siguiendo los criterios de intervención del Estado, de planificación y de multiplicación de las agencias y los dispositivos burocráticos: nacionalización de los ferrocarriles, el teléfono, las líneas aéreas, el comercio exterior, la flota mercante y la siderurgia pesada; impulso a la industrialización y a la expansión del mercado interno; planes quinquenales; inversiones considerables en salud, educación y energía; fomento de la enseñanza técnica y gratuidad de la educación universitaria…

Suele considerarse como mérito de esta modalidad de gestión del espacio social el aumento indiscutible de los ingresos de sectores de la población antes marginados, la dignificación de sus condiciones de vida y de trabajo, el avance en la equidad entre los géneros y entre las clases… Estamos, sin duda, en la línea de ese “Dulce Leviatán”, de ese “Capitalismo de Rostro Humano” que lubrica la máquina productiva, lima desigualdades sociales, atiende reclamaciones populares, procura proteger a los trabajadores, deja atrás retardatarios ciriterios morales, de corte integrista, etcétera, y, de esa guisa, reproduce de forma menos conflictiva el sistema imperante, manteniendo la fractura social y la dominación de clase.

Entre los deméritos, se ha denunciado la persecución de los opositores, sindicalistas y profesores entre ellos; el control de la radio y de la televisión; el culto a la personalidad y el fomento de organizaciones “adictas” (laborales, estudiantiles tras promover la participación de los alumnos, con derecho a voto, en el gobierno de las facultades, indígenas, juveniles, políticas, vecinales…). Los tentáculos del Estado crecen como si quisieran llegar a todas partes y una red de organizaciones diseñadas desde el poder o seleccionadas y favorecias por la administración se cierne sobre todos los brotes de reivindicación y de praxis social o política, desbravando las demandas, gestionándolas, “reclutándolas”…

3.2.2. Kirchnerismo

Bajo el kirchnerismo, este modelo se reinstaura, con novedades o alcances determinados por la coyuntura económica internacional. El Estado interviene sin complejos en la economía, tanto para superar la crisis precedente (devaluación de la moneda, “pesificación” de la economía, compra de divisas por el Banco Central, impulso a las exportaciones…) como para mejorar las condiciones de vida de los grupos sociales desfavorecidos, reduciendo la desigualdad: restricciones a las exportaciones de carne y control de los precios, subsidios tarifarios, créditos a trabajadores y empresas, fomento del mercado interior, nuevo sistema de jubilaciones y de pensiones, asignación universal por hijo, ampliación de las coberturas de la seguridad social, elevación del salario mínimo, sistema impositivo con un carácter redistributivo acentuado,….

Se retoma el impulso nacionalizador (control accionario de YPF) e industrializador (promoción de la industria automotriz), siguiendo criterios netamente “proteccionistas” y rechazando las propuestas y las sugerencias del neo-liberalismo dominante (canje de la deuda con el FMI y negativa a seguir sus recomendaciones; oposición al ALCA y favorecimiento de la Unión de Naciones Sudamericanas). Y se avanza, asimismo, en el campo del “progresismo moral”, de la tolerancia y de la apertura ético-jurídica: ley de matrimonio igualitario, ley de identidad de género, promoción de los DDHH, anulación de las Leyes de Obediencia Debida y de Punto Final (para la continuación de los juicios contra los responsables del genocidio bajo la Dictadura), etcétera.

Aunque esta orientación político-económica “bienestarista” fue combatida por los sectores oligárquicos y radicalizados (paro agropecuario, conflicto con el grupo “Clarín” por la Ley de Medios, grandes manifestaciones callejeras opositoras,…), se han considerado espectaculares sus resultados: Argentina se posiciona como la tercera economía de la región, tras Brasil y México, con un PBI per cápita solo superado por Chile y una desocupación inferior al 6 %. Todos los indicadores son sorprendentes: aumento del PB en un 54 % y del PBI en casi un 10 %; reducción de la desigualdad en un 14 %; baja relación deuda externa-PBI (13 %); sistema impositivo con una índole redistributiva solo superada por Uruguay; duplicación de la clase media en seis años, pasando de 9´3 millones a 18´6; atenuación notable de la pobreza; tasa de alfabetización que ronda el 98 %; obtención de 110.000 graduaciones universitarias por año; infraestructura bien desarrollada,…

En el “debe”, la crítica más superficial ha destacado el conflicto con los medios, el abuso de los “decretos de necesidad y urgencia”, el maquillaje de la inflación, las denuncias por corrupción y estafa…

3.2.3. Más allá del “fuego amigo”

Pero, como para el caso de Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Lula en Brasil…, y, antes, Cárdenas o Echeverría en México, cabe una crítica más profunda, que señala las aporías y las consecuencias indeseables de toda política “bienestarista”: reproducción optimizada del sistema establecido, ya como “capitalismo compensatorio”, ya como “capitalismo humanizado”; desmovilización y re-movilización inquisitiva de la ciudadanía, lograda mediante la integración y hasta absorción de sus organizaciones y el “robo” de sus banderas; fortalecimiento del “fundamentalismo” del Estado, liquidando al individuo y a la comunidad como sujetos autónomos y capaces de la autogestión; entronización de un productivismo-consumismo eco-destructor; proclividad irreversible al etnocidio…

Cabe, pues, una crítica del “populismo” que no parte de la mística neo-liberal ni de movimientos partidarios interesados en el acceso al poder (presencia, influencia, conquista). Esta crítica radical del populismo denunciaría, además, el despliegue altericida de todo un “ejército de los sociales” (trabajadores, asistentes, educadores, activistas, investigadores, etc.), afectado por el ya comentado “Síndrome de Viridiana”. “Sociales” que se acercan a los pobres, a los marginados, a los vulnerables, a los indígenas…, bajo la capa del “humanismo”, del “progresismo” e incluso de la “transformación social”, con el propósito de sumarlos al proyecto de un Estado-Nación que se predicará “federal” o “plurinacional”. Esta práctica alterofóbica encuentra en P. Doyle y en el trabajo “promocional” que desplegaron los blancos y los mestizos en los entornos “wichis” de Formosa y el Chaco un ejemplo elocuente, como veremos.

Contra la ideología neo-liberal, los Kirchner podían esgrimir una crítica proveniente de los sustentadores teóricos y políticos del Estado Social: que lleva a una profundización de la crisis económica y de la brecha social; las trampas y ardides argumentativos sobre la que descansa; que parte de un fundamentalismo del Mercado Bienhechor y de la Competencia Saludable; su inserción en la “estrategia de la globalización”, instituyente de una “dictadura global de seguridad”; que deviene exponente del imperialismo cultural de los pueblos de Occidente; su agresividad medioambiental, su potencia eco-destructiva…

Sin embargo, desde el campo del Estado Social no siempre se han dado respuestas a las objeciones neo-liberales. Para Hayek, las prácticas planificadoras e interventoras en la economía, desarrolladas por el “Estado del Bienestar”, originan: detención del crecimiento económico, paro, problemas fiscales, endeudamiento del Estado, colapso financiero, descontento social, deterioro de la democracia por las pulsiones autoritarias de los gobiernos y por el ascenso de los tecnócratas, hipertrofia de la Administración, nocividades del fenómeno “lobby” (de las que tampoco podrán sustraerse los sindicatos), degradación de la judicatura; pérdida de soberanía política de los Estados en el seno de entidades económicas supranacionales; etcétera.

Para situarse fuera de esta polémica, de este fuego cruzado entre posicionamientos “estatalistas”, la crítica de la biopolítica propone percibir de otro modo la cuestión del poder y de la gobernabilidad…

4. CANIBALISMO DISPERSO. LA CRÍTICA DE LA BIOPOLÍTICA (IRRELEVANCIA RELATIVA DE LA FORMA DE ESTADO Y PSEUDO-ANTAGONISMO ESTADO SOCIAL – ESTADO MÍNIMO NEOLIBERAL)

4.1. Estado coordinador, relaciones de poder y política de seguridad

Estamos hablando de una “canibalística” (social general, devoradora del individuo y de la comunidad, etnocida) protagonizada esencialmente por el Estado. Admitiéndola, los críticos del biopoder relativizan el rol del aparato administrativo en ese despliegue de la voluntad de destruir y de integrar. Desde este punto de vista, el canibalismo (“relaciones de poder”, “estados de dominación”) se daría, en cierto sentido, “por debajo” de la estructura estatal, de manera más bien “dispersa” aunque susceptible de coordinación y con independencia de la forma concreta que revista el gobierno (Estado social o Estado neoliberal).

Para el caso de Argentina, el enfrentamiento actual entre el “macrismo” y el “kirchnerismo” aparecería solo como una cortina de humo, sin cambiar determinantemente los datos del problema…

4.1.1. Estado coordinador

Partiendo de los trabajos del último Foucault, cabe plantear de forma distinta las relaciones que, desde las postrimerías del siglo XVIII, se establecen entre la Sociedad y el Gobierno, a fin de ensayar una crítica “política” que afecte tanto al Estado mínimo neoliberal como al vasto Estado Social de Derecho:

Entiendo por biopolítica el modo en que, desde fines del siglo XVIII, la práctica gubernamental ha intentado racionalizar aquellos fenómenos planteados por un conjunto de seres vivos constituidos en población: problemas relativos a la salud, la higiene, la natalidad, la longevidad, las razas y otros (…). Me parecía que los problemas de la biopolítica no podían ser disociados del marco de racionalidad dentro del cual surgieron (…): el liberalismo”.

El protagonismo sustancial de la Administración como instancia constrictora de la libertad se verá radicalmente cuestionado: al margen de los aparatos del Estado, la sociedad toda se hallaría atravesada (y constituida) por una multiplicidad de relaciones de poder, de situaciones de dominación, de prácticas colectivas e individuales sobre las que descansaría la “opresión de hecho”. Ante una tal “microfísica del poder”, ante este haz de luchas estratégicas, “pulsos”, pretensiones de dominación y signos de la resistencia, el Estado asumiría una función meramente “coordinadora”, procurando orientar y dar finalidad al conjunto de las fuerzas y de los litigios.

Desde el último Foucault, el interés recae en la crítica de una biopolítica que se considera “subyacente”, operativa por debajo de toda forma de Estado. Una nueva “gobernabilidad”, que incluye la acción del Estado pero la rebasa por todas partes, se instituye bajo el liberalismo, permitiéndose los lujos de la “reducción” de los órganos y prácticas ejecutivas precisamente en la misma proporción en que se “amplían” los dispositivos de control de la población.

4.1.2. Relaciones de poder

Entre estas nuevas tecnologías cabe hacer una distinción, muy importante en la reflexión del mencionado autor: “Creo que es necesario distinguir entre “relaciones de poder” como juegos estratégicos entre libertades que hacen que unos traten de determinar las conductas de los otros (…) y los “estados de dominación”, que son eso que de ordinario se llama el poder”.

Tendríamos, de un lado, las “relaciones de poder”, en sentido estricto, con minúsculas, que cabe denominar también “relaciones estratégicas” o incluso “forcejeos”, y que caracterizan a los más diversos ámbitos de la asociación humana (relaciones paterno-filiales, de pareja, amistosas, magistro-discipulares,…). En ellas, a la “víctima” le cabe aún revertir el vínculo; conserva siempre una relativa capacidad de respuesta, de resistencia efectiva, de defensa e incluso de huida: “Los cuerpos no están capturados de forma absoluta por los dispositivos de poder. No hay una relación unilateral, una dominación totalitaria sobre los individuos…, sino una relación estratégica”. De otro lado, encontraríamos los “estados de dominación”, escenarios de unas Relaciones de Poder, con mayúsculas, donde ya no es posible aquella reversibilidad, una “resistencia” verdaderamente digna de su nombre; y ello porque la relación se cosifica, cristaliza en institución, en organización, en aparato. De los estados de dominación saben demasiado las escuelas, las cárceles, los cuarteles, los manicomios, los hospitales…

Como “coordinador” y “dotador de finalidad”, el Estado opera en el seno de tales relaciones, unas más agresivas que otras, estas menos abiertas que aquellas, pero no las funda, no las instituye. Y la suerte de eugenesia individual y de ingeniería social que propenden pueden servirse tanto de un Estado planificador e interventor como de un micro-estado que lo confía todo a la interrelación reglada de sus súbditos.

4.1.3. Política de seguridad

No es la “disciplina”, sino la “seguridad”, el objeto de la biopolítica. Más que prohibir, negar, perseguir y encerrar, procura más bien incitar, sugerir, impulsar, movilizar. La disciplina bloquea o aniquila al sujeto peligroso, mientras que la seguridad suprime, mediante una intervención en la subjetividad misma y un diseño flexible de los escenarios de la actuación, la ocasión del peligro. La primera muestra una cartografía explícita de lo permitido y de lo prohibido, de las recompensas y de los castigos, mientras que la segunda suprime los riesgos al lograr que el sujeto se mueva voluntariamente, sin coacción visible, en un ámbito perfectamente inocuo, regulado a consciencia. “Mientras que la disciplina configura un espacio y plantea como problema esencial la distribución jerárquica y funcional de los elementos, la seguridad constituirá un entorno en función de los acontecimientos o de la serie de eventos posibles, series que habrá de regular en un marco polivalente y transformable” (M. Foucault).

Tal y como lo hemos caracterizado, en El enigma de la docilidad y en otras obras, el demofascismo contemporáneo apunta a esta “política de seguridad”. De ahí su preferencia por las estrategias represivas de orden simbólico, psíquico, procedimental, y ya no inmediatamente “físicas”. De ahí también la dulcificación progresiva de todas las figuras de poder, de todas las posiciones de autoridad. Por último, de ahí el “carácter” que promueve a escala planetaria, que hemos nombrado “policía de sí mismo”.

4.2. Crítica del biopoder y auto-construcción del sujeto

La crítica del biopoder baliza el territorio de una trascendental “lucha ético-política”. Entronca así con el énfasis de los anarquistas individualistas en la auto-construcción del sujeto…

Para M. Foucault, aquella reversibilidad que caracteriza a las “relaciones de poder” (“estratégicas”), su índole no-cerrada, funda la posibilidad de una “lucha política” consciente por su atenuación, su inversión o su desaparición: en todos los ámbitos en los que el poder se ejerce, cabe plantear una resistencia, una impugnación, negación de lo dado en sí misma afirmadora de una alteridad. El maestro debe esforzarse por no aplastar al discípulo, y al discípulo le atañe precaverse contra el maestro; en la pareja, la mujer puede enfrentar la voluntad de dominio del hombre y está en la mano del hombre mantener esa pretensión a raya; hay progenitores que saben explorar relaciones menos directivas con sus hijos, y pertenece a la iniciativa de los hijos confrontar los signos del autoritarismo en la familia; cabe establecer procedimientos para que las asambleas mitiguen su desenvolvimiento manipulador y falseador de la verdadera democracia, etc.

Aunque la Biopolítica apunta a un gobierno casi absoluto de nuestras vidas, al inmiscuirse en ámbitos que suponíamos privativos (natalidad, higiene, alimentación, ocio,…) y regirlos de hecho; aunque tiende a forjarse en la modernidad una entidad antropológica sustancialmente dócil, sumisa, hasta el punto de suscitar el decrecimiento de los aparatos y de la acción del Estado; aunque, contra los estados de dominación, poco esté pudiendo en verdad la resistencia…, a pesar de todo ello, M. Foucault, en sus últimos textos y en sus últimas clases, sostiene que el individuo aún puede aspirar a escapar del control, a sustraerse de la opresión. Y ello mediante una lucha ético-política como la que distinguía al «anarquista individualista» de E. Armand, siempre enfrentado al orden coactivo de la sociedad; como la que resultaría inherente a la condición humana, según el optimismo de M. Bakunin; como la que sugieren los mil ejemplos históricos de la heterotopía de P. Kropotkin… La «fe» postrera de M. Foucault en la capacidad creativa y auto-creativa del ser humano, en la posibilidad de la construcción de una nueva subjetividad y, por su medio, de una nueva sociabilidad, puede concebirse, en rigor, como una «actualización» de la ética libertaria, y bulle en ella el supuesto básico de la ontología ácrata: la capacidad auto-generativa del hombre y de la sociedad.

«No se trata únicamente de defenderse y de resistir, sino de crear nuevas formas de vida, crear otra cultura (…). Afirmarnos no solo en tanto identidad, sino en tanto fuerza creadora. Las relaciones que hemos de mantener con nosotros mismos (…) deben ser más bien relaciones de diferenciación, de innovación, de creación» (M. Foucault, citado por M. Lazzarato).

Con G. Agamben, la Biopolítica casi se resuelve en ingeniería socio-genética, en constitución de un «espécimen», poco menos que una «raza». En M. Lazzarato, el rechazo del biopoder lanza cabos a las formas, más o menos convencionales, de asociacionismo combativo. M. Foucault incide particularmente sobre el ámbito de la subjetividad, del pensamiento y la moralidad. Pero, en todos los casos, la crítica contemporánea de la Biopolítica desemboca en una llamada a la acción; en un requerimiento, refinadamente ético, de resistencia individual y de compromiso contra la opresión —requerimiento en el que reverbera, insolente, la vieja concepción anarquista del Sujeto como auto-forjador, escultor de sí, y como potencia transformadora de la sociedad.

En aquellos países, como Argentina, donde la lucha política se sigue leyendo en gran medida bajo los términos anacrónicos de la ya desvencijada «racionalidad política clásica» (Causa, Sujeto, Revolución; Partido, Sindicato, Urna; Huelgas Legales y Manifestaciones Autorizadas; Crítica de la Ideología, Denuncia de la Alienación y Conscienciación de las Masas; etcétera), esta perspectiva libertaria suena intempestiva, casi extramundana: ¿Quién quiere, en realidad, transformar su vida, des-hacerse y re-hacerse? ¿Quién quiere renunciar a la posibilidad del acomodo, de la instalación, de la vida muelle? ¿Quien va a dar la espalda, de verdad, en los hechos y no solo en las palabras, a los servicios envenenadores que regala el Estado, a los «bienestares» brindados por las instituciones y a las seducciones del consumo?

5. ESTADO Y ALTERICIDIO

Probablemente, la cuestión del etnocidio subyace a las manifestaciones todas del «canibalismo estatal», siempre que se conceptúe en sentido amplio, casi como «alteridicio». El canibalismo social que traté en primer lugar se resuelve, con frecuencia, a modo de «socio-etnocidio». El muy cotidiano horror de la explotación y discriminación de los inmigrantes lo atestigua sin cesar… El canibalismo desatado contra la autonomía individual y colectiva, que denuncié de la mano de I. Illich, puede también leerse como voluntad de acabar con «alteridades» resistentes, «hombres-otros» a menudo especificados étnicamente y con comunidades sólidas como las de algunos pueblos originarios. Por último, en la respuesta occidental masiva a la biopolítica, que está consistiendo de hecho en un atrincherarse en la propia identidad, renunciando a la deconstrucción personal sugerida por M. Foucault, se percibe el choque y el susto producido por la diferencia caracteriológica allí donde subsiste, ya sea entre los indígenas, ya donde los nómadas, ya por los inmigrantes o por la subjetividades irregulares del propio Centro capitalista…

Por todo esto, quiero resaltar la función etnocida del Estado, entendiendo la alterofobia como rasgo central, y no subordinado, de toda estructura administrativa: el etnocidio, en sentido amplio, define perfectamente la índole de los modelos contemporáneos de gobernabilidad.

5.1. Integración, interculturalidad y Estado etnocida

No hay forma de Estado que no requiera la «integración» de la población. Allí donde, como en América Latina, subsistían pueblos que desconocían a Leviatán, «sociedades sin Estado», a menudo acentuadamente «localistas», la exigencia de esa integración y de su práctica altericida tuvo que enmascararse; y se habló entonces de «interculturalidad», «Estado pluri-nacional», «federalismo», etcétera. De esto está sabiendo hoy Evo Morales, como supieron Chávez, Cárdenas o Echeverría…

5.1.1. Integración

Como antropólogo, R. Jaulin ilustró el papel etnocida del Estado en sus investigaciones en torno al genocidio de los bari (motilones) del alto Catatumbo, en la frontera entre Venezuela y Colombia. De 1963 a 1968, se produjo la pérdida, por muerte, de los 2/3 de la población indígena, efecto de la reanudación del contacto con los blancos, estatalmente encuadrados, a partir de los años 50,

En La paz blanca. Introducción al etnocidio, R. Jaulin describe cómo el tridente de la sedentarización, la escolarización y la evangelización (exigencias estatales, las dos primeras) destruyó el sistema de vida de los motilones, su relación con el ambiente de la selva y su filosofía de participación cósmica. El resultado fue el etnocidio, físico y cultural, presentado cínicamente por los blancos (políticos, investigadores, cooperantes, operadores sociales,…) como «integración»…

«La integración nos dice R. Jaulin es un derecho a la vida concedido a los otros bajo la condición de que ellos vengan a ser como nosotros». En términos semejantes se estaba expresando, por esas fechas (años 70), I. Illich, caracterizando la «tolerancia terapéutica» del Estado Social. Cabe parafrasear así el texto del pensador austriaco: «Te aceptamos en tu diferencia, querido extraño, porque sabemos que nuestras burocracias del bienestar social (empleados y educadores sociales, psicólogos, médicos y profesores, asistentes…) te van a trabajar, con tu consentimiento, reelaborándote hasta que te parezcas casi en todo a nosotros».

Como filósofo, en «Los indios y las máscaras del totalitarismo» (2003) y en otros trabajos, R. Jaulin ha aportado conceptos para teorizar la integración como etnocidio; y para identificar también, bajo el «universalismo» de la cultura occidental, una forma insidiosa de totalitarismo: «Rechazamos cualquier relación de sumisión de una cultura a otra, es decir, cualquier teoría evolucionista, ya sea lineal o dialéctica, sobre la que se funda todo tipo de pensamiento universalista, totalitarista (…). El colonialismo contra el cual tenemos que luchar no es el colonialismo muerto, sino el que está con vida (…): el colonialismo de los gobiernos que buscan la incorporación o integración de las culturas indígenas a la cultura nacional (usando generalmente recursos públicos y ya no tanto armas)». Me parece que el enfoque de R. Jaulin, compartido por P. Clastres y por otros antropólogos, funciona perfectamente para el caso de los pueblos originarios del cono sur…

5.1.2. Interculturalidad

Así entendido, el etnocidio coetáneo, vigente, ostensible, avanza de la mano de una ideología-punta, exquisitamente hipócrita: la del inteculturalismo. Se trata de un «barniz» auto-justificativo elaborado precisamente por los colonizadores, siempre interesados en aplastar la diferencia mientras hablan precisamente de protegerla. Aboca a una «monoculturalidad», a una globalización avasalladora de la civilización occidental. Siendo vasta la tarea que, para el logro de una supuesta «coexistencia pacífica de todas las culturas», encomienda a la Escuela, esta narrativa parte siempre de un «postulado», en el sentido estricto del término («proposición cuya verdad se admite sin pruebas y que sirve de base a ulteriores razonamientos», diccionario de la lengua española), que cabe denegar. La crítica adelantada por este escrito, atiende a esas dos cuestiones: el axioma que se admite sin necesidad de demostración, como un a priori, si no como un dogma; y el modo en que la nueva ideología pretende reclutar a la organización escolar.

5.1.2.1. El artículo de fe

Como engendro de las potencias hegemónicas, como invención de los países del Norte, el relato interculturalista concede a Occidente una capacidad de comprensión universal, como si pudiera penetrar la verdad de todas las civilizaciones. Negando ese postulado, cabe sostener justamente lo contrario: «Occidente carece de un privilegio hermenéutico universal, de un poder descodificador planetario que le permita acceder a la cifra de todas las formaciones culturales. Hay, en el otro, aspectos decisivos que se nos escaparán siempre». Así lo han expresado autores ajenos a la soberbia de los europeos y norteamericanos, particularmente desde el frente del llamado Pensamiento Latinoamericano. Baste, a este respecto, con recordar el título de una obra, que incide en esa invidencia occidental: «1942: el encubrimiento del otro», de E. Dussel (1992). C. Lenkersdorf ha tenido una forma muy sugerente de señalar lo mismo, escapando del relativismo epistemológico vulgar: los occidentales padecemos una “incapacidad específica”, una ineptitud o una merma identificativa, que nos impide aprehender la alteridad. Como no podemos acceder a la verdad del otro, lo aplastamos o lo integramos… Se quedó corto en su denuncia el poeta: «Castilla miserable,/ ayer dominadora,/ envuelta en sus andrajos,/ desprecia cuanto ignora».

Vetados para la comprensión de la alteridad, necesitados de un tóxico auto-justificativo, nos contentamos con las «proyecciones» de nuestros científicos sociales, expertos en la artimaña de vernos a nosotros mismos sin descanso, de reconocernos en todas las partes y en todos los seres. Sin temor y sin temblor, casi al final de su trayectoria investigadora, lo reconoció el propio C. Lévi-Strauss, en “El campo de la antropología”.

En «La Escuela y su Otro» detallé así los aspectos de la «incapacidad específica» occidental para acceder al corazón y al cerebro del otro civilizatorio:

1. Lenguaje

Las dificultades que proceden del campo del lenguaje (lenguas “ergotivas” indígenas, agrafía gitana, culturas de la oralidad rural-marginales,…) y que arrojan sobre las tentativas de “traducción” la sospecha fundada de fraude y la certidumbre de simplificación y deformación, como se desprende, valga el ejemplo, de los estudios de A. Paoli y G. Lapierre en torno al papel de la intersubjetividad en las lenguas mayas o de las indicaciones de W. Ong, A. R. Luria y otros sobre la especificidad del pensamiento oral, sancionan nuestro fracaso ante la diferencia cultural, ante la otredad civilizatoria. Pero el diagnóstico no se agota en la imposibilidad de intelección de la alteridad cultural. La ininteligibilidad del otro arrostra un abanico de consecuencias y se nutre de argumentos diversos…

2. Universalismo «versus» localismo-particularismo

Entre el «universalismo» de la cultura occidental y el «localismo/particularismo» trascendente de otras culturas no hay posibilidad de diálogo ni de respeto mutuo. Occidente constituye una condena a muerte para cualquier cultura localista o particularista que cometa la insensatez de atenderle (Derechos «Humanos», Bien Común «Planetario», Razón «Universal», Intereses «Generales» de la Humanidad… son, como recordó E. Lizcano, sus estiletes). En “¡Con la Escuela habéis topado, amigos gitanos!”, M. Fernández Enguita ilustra muy bien esta incompatibilidad estructural. Y M. Molina Cruz, escritor zapoteco, lo ha documentado una y otra vez para el caso de los pueblos originarios de América.

Las culturas construidas a partir del vínculo clánico-familiar (“la sangre”) o de la relación profunda con la localidad bio-geográfica (“la tierra”) chocan frontalmente, teniendo siempre perdida la batalla, con una civilización como la occidental, que se levanta sobre “abstracciones”, sobre fantasmas conceptuales, sobre palabras etéreas, meras inscripciones lingüísticas desterritorializadas y desvitalizadas (“¿Libertad?”, “¿Progreso?”, “¿Humanidad?”, “¿Ciencia?”, “¿Estado de Derecho”?,…)

3. El «hacha» de la Razón

Así como bajo la modernidad europea surge una figura histórica de la Razón que no deja de constituir un mero elaborado «regional», los mundos de las otras culturas en ningún sentido están «antes» o «después» de la Ilustración, sino «en otra parte». La cosmovisión holística de estas culturas, con su concepto no-lineal del tiempo, choca sin remedio con el «hacha occidental», que, tanto como define campos, saberes, disciplinas, especialidades…, instituye etapas, fases, edades. Desde la llamada Filosofía de la Liberación latinoamericana, como asimismo desde el Pensamiento Decolonial contemporáneo, se ha repudiado incansablemente el feroz «eurocentrismo» que nos lleva a evaluar y clasificar todos los sistemas de creencias y de vida desde la óptica de nuestra historia cultural particular y con el rasero de la Ratio.

4. Cientificismos

Las aproximaciones “cientificistas” occidentales se orientan a la justificación de las disciplinas académicas (antropología, etnología, sociología, ciencia de la historia,…) y a la glorificación de nuestro modo de vida. A tal fin, supuestas “necesidades”, en sí mismas ideológicas (J. Baudrillard), que hemos asumido acríticamente y que nos atan al consumo destructor, erigiéndonos, como acuñó I. Illich, en “toxicómanos del Estado del Bienestar” (vivienda “digna”, dieta “equilibrada”, tiempo de “ocio”, “esperanza” de vida, sexualidad “reglada”, maternidad “responsable”, “protección” de la infancia, etc.), se proyectan sobre las otras culturas, para dibujar un cuadro siniestro de “carencias” y “vulnerabilidades” que enseguida corremos a solventar recurriendo a expedientes tan “filantrópicos” como la bala (“tropas de paz”, ejércitos liberadores) y la escuela (aniquiladora de la alteridad educativa y, a medio plazo, cultural).

Las voces de los supuestos “socorridos” han denunciado sin desmayo que, detrás de cada uno de nuestros proyectos de “investigación”, se esconde una auténtica “pesquisa” bio-económico-política y geo-estratégica, en una suerte de re-colonización integral del planeta véase, como muestra, la revista mejicana Chiapas y, en particular, las colaboraciones de A. E. Ceceña en dicho medio.

Por otra parte, la crítica epistemológica y filosófico-política de las disciplinas científicas occidentales, que afecta a todas las especialidades, a todos los saberes académicos, surgiendo en los años sesenta del siglo XX (recordemos a N. A. Braunstein, psicólogo; a F. Basaglia, psiquiatra; a D. Harvey, geógrafo; a G. Di Siena, biólogo; a A. Heller, antropóloga; a M. Castel, sociólogo; a H. Newby, sociólogo rural; a J. M. Levi-Leblond, físico; a A. Viñas para las matemáticas,…), nos ha revisitado periódicamente, profundizando el descrédito, por servilismo político y reclutamiento ideológico, de nuestros aparatos culturales y universitarios.

Auto-critique de la science, monumental ejercicio de revisionismo interno, organizado por el escritor Alain Jaubert y por el físico teórico y matemático Jean-Marc Levi-Leblond, libro aparecido en 1973, constituye un hito inolvidable en esta “rebelión de los especialistas” europeos y norteamericanos contra los presupuestos y las realizaciones de sus propias disciplinas.

5. Solidaridad

Nuestros anhelos “humanitarios”, nuestros afanes de “cooperación”, incardinados en una muy turbia Industria Occidental de la Solidaridad (hipocresía del “turismo revolucionario”, parasitismo necrófilo de las ONGs, trastienda política y expolio en los proyectos y programas exógenos de desarrollo, etcétera), actúan como vectores del imperialismo cultural de las formaciones hegemónicas, propendiendo todo tipo de etnocidios y avasallamientos civilizatorios. Lo denunció sin ambages I. Illich, en 1968, en aquella conferencia que tituló “Al diablo con las buenas intenciones” y que concluyó, sobrado de elocuencia, con esta exclamación: “¡Pero no nos vengan a ayudar!”. En Cuaderno chiapaneco I. Solidaridad de crepúsculo, trabajo videográfico editado en 2007, procuré arrojar sobre esta crítica también la luz de las imágenes.

Y en otra parte expliqué por qué, en mi opinión, aún admitiendo la no-inteligibilidad del otro cultural, tiene sentido una escritura a su propósito:

«Puesto que nos resulta inaceptable la idea onto-teológica de una Verdad ‘cósica’, subyacente, sepultada por el orden de las apariencias y solo al alcance de una casta de expertos, de una élite intelectual (científicos, investigadores, intelectuales,…) encargada de restaurarla y socializarla; puesto que detestamos la división del espacio social entre una minoría iluminada, formada, culta, y una masa ignorante, que se debate en la oscuridad, reclamando “ilustración” precisamente a esa minoría para hallar el camino de su propia felicidad, si no de su liberación; habremos de proponer, para el tema que nos ocupa, ante la alteridad cultural, una lectura productiva, un rescate selectivo y re-forjador (J. Derrida), un acto de lecto-escritura, en sí mismo poético (M. Heidegger), una recreación, una re-invención artística (A. Artaud) (….).

Pero, ¿para qué fraguar nuevas interpretaciones; para qué recrear, re-inventar, deconstruir? Admitida la impenetrabilidad del otro cultural, denegada la onto-teo-teleología de la teoría clásica del conocimiento, desechado el Mito de la Razón (fundador de las ciencias modernas), cabe todavía, como recordó E. Zuleta, ensayar un recorrido por el “otro” que nos avitualle, que nos pertreche, que nos arme, para profundizar la crítica negativa de lo nuestro. Mi interpretación de la alteridad cultural, de las comunidades que se reproducen sin escuela, de las formaciones sociales y políticas que escaparon del trípode educativo occidental, recrea el afuera para combatir el adentro, construye un discurso «poético» (en sentido amplio) de lo que no somos para atacar la prosa mortífera que nos constituye».

5.1.2.2. La Escuela como recluta

En el contexto de la actual globalización capitalista y de la occidentalización acelerada de todo el planeta, el “interculturalismo”, decía, se resuelve como “monoculturalismo”… Se produce una disolución de la Diferencia (educativa, cultural, psicológica) en Diversidad, inducida por la escolarización forzosa de la infancia y la juventud toda. En ese marco, presentar la Escuela como vehículo de un diálogo entre civilizaciones constituye una manifestación descarnada de cinismo. Para nada la educación administrada puede convertirse en herramienta principal de una interculturalidad planetaria digna de su nombre. Y no puede hacerlo por las siguientes cinco razones, explicitadas así en «La Escuela y su Otro», ensayo que plantea también la cuestión del etnocidio:

1) La Escuela no es un árbitro neutral en el choque de las culturas, sino componente de una de ellas, las más expansiva: Occidente, juez y parte. La Escuela es la cifra, el compendio, de la civilización occidental.

La Escuela, como fórmula educativa particular, una entre otras, hábito relativamente reciente de solo un puñado de hombres sobre la tierra, no se aviene bien con aquellas culturas que exigen la informalidad y la interacción oral comunitaria como condición de su producción y de su transmisión.

Por la Escuela en modo alguno caben, pongamos este ejemplo, las cosmovisiones indias, debido a la desemejanza estructural entre la cultura occidental y las culturas indígenas. Una cultura es también sus modos específicos de producirse y socializarse. Desgajar los contenidos de los procedimientos equivale a destruirla. Resulta patético, aunque explicable, que la intelectualidad indígena no haya tomado conciencia de ello; y que, en lugar de luchar por la restauración de la educación comunitaria, se haya arrodillado ante el nuevo ídolo de la Escuela occidental, viendo meramente el modo de verter en ella unos contenidos culturales ‘desvitalizados’, ‘positivizados’, ‘reificados’, gravemente falseados por la circunstancia de haber sido arrancados de los procedimientos tradicionales que le conferían la plenitud de su sentido, la hondura de su significado.

La leyenda zapoteca de la langosta, verbi gratia, tan henchida de simbolismos, se convierte en una simple historieta, en una serie casi cómica, si se ‘cuenta’ en la Escuela; y en un insulto a la condición india si, además, la relata un “profesor”. La leyenda de la langosta solo despliega el abanico de sus enseñanzas si se narra en una multiplicidad ordenada de espacios, que incluyen la milpa, el camino y la casa, siempre en la estación de la cosecha, si se temporiza adecuadamente, si se va desgranando en un ambiente de trabajo colectivo, en una lógica económica de subsistencia comunitaria, si parte de labios hermanos, si se cuenta con la voz y con el cuerpo… El mito de la riqueza, que encierra una inmensa crítica social, y puede concebirse, por la complejidad de su estructura, como un “sistema de mitos”, se dejaría leer como una tontería si hubiera sido encerrado en una unidad didáctica. Convertir el ritual del Cho’ne en objeto de una pregunta de examen constituye una vileza, una profanación, un asalto a la intimidad.

2) No es concebible un individuo «con dos culturas», por lo que en la Escuela se privilegiará la occidental reservando espacios menores, secundarios (danzas, gastronomía, leyendas,…), a las restantes. Los alumnos serán espiritualmente occidentalizados y solo se permitirá una expresión superficial, anecdótica, folclorizada, de sus culturas de origen.

La educación “bicultural” no es psicológicamente concebible. De intentarse en serio, abocaría a una suerte de esquizofrenia. En ninguna subjetividad humana caben dos culturas. El planteamiento meramente “aditivo” de los defensores de la interculturalidad solo puede defenderse partiendo de un concepto restrictivo de “cultura”, un concepto positivista, descriptivista, casi pintoresquista. Decía A. Artaud que la cultura es un nuevo órgano, un segundo aliento, otra respiración. Y estaba en lo cierto: el bagaje cultural del individuo impregna la totalidad de la subjetividad, determina incluso el aparato perceptivo. Por utilizar un lenguaje antiguo, diríamos que la cultura es alma, espíritu, corazón,… Y no es concebible un ser con dos corazones, con dos percepciones, con un hálito doble.

La educación “bicultural” se resolvería, en la práctica, primero como hegemonía de la cultura occidental, que sería verdaderamente interiorizada, apropiada, ‘encarnada’ en el estudiante; y, desde ahí, desde ese sujeto mentalmente colonizado, en segundo lugar como apertura ‘ilustrativa’, ‘enciclopedística’, a la cultura étnica, disecada en meros “contenidos”, “informaciones”, “curiosidades”,… La posibilidad contraria, una introyección de la cultura otra y una apertura “ilustrativa” a la cultura occidental no tiene, por desgracia, los pies en esta tierra. No existe el menor interés administrativo, político o económico, en una escolarización que no propenda las “disposiciones de carácter” y las “pautas de comportamiento” requeridas por la expansión del capitalismo occidental, que no moldee los llamados ‘recursos humanos’ de cara a su uso social reproductivo, bien como mano de obra suficientemente cualificada y disciplinada, bien como unidad de ciudadanía sofocada por los grilletes del Estado de Derecho liberal (obligaciones cívicas, pulsión al voto,…).

Y no debemos olvidar que la “pedagogía implícita” portada por la Escuela moderna en tanto escuela (por la mera circunstancia de exigir un recinto, un horario, un profesor, un temario, una obediencia,…), su “currículum oculto” es, a fin de cuentas, Occidente las formas occidentales de autoridad, interacción grupal, comportamiento reglado en los espacios de clausura, administración del tiempo, socialización del saber,…

3) Existe una incompatibilidad estructural entre el sujeto urbano occidental (referente de la Escuela) y los demás tipos de sujetos indígena, rural-marginal, gitano,… Los segundos serán “degradados” y el primero “graduado”: de una parte, el fracaso escolar o la asimilación virulenta; de otro, el triunfo en los estudios y un posicionamiento ventajoso en la escala meritocrática.

No hay comentarista de la Escuela que no esté de acuerdo en que, tradicionalmente, se le ha asignado a esta institución una función de homogeneización social y cultural en el Estado Moderno: “moralizar” y “civilizar” a las clases peligrosas y a los pueblos bárbaros, como ha recordado E. Santamaría. Difundir los principios y los valores de la cultura ‘nacional’: he aquí su cometido.

Nada más peligroso, retomando nuestro ejemplo, de cara al orden social y político latinoamericano, que los pueblos indios, con su historia centenaria de levantamientos, insurrecciones, luchas campesinas,… Nada más bárbaro e incivilizado, en opinión de muchos, que las comunidades indígenas, con su “atraso” casi voluntario, su auto-segregación, su endogamia, su escasa simpatía circunstancial por los ‘desinteresados’ programas de desarrollo que les regala el gobierno, sus creencias “supersticiosas”, su religiosidad “absurda” y “disparatada”, sus curanderos, sus brujos, la “manía” de curarlo todo con unas cuantas hierbas, su ínfima productividad, su “torpe” dicción del castellano, su “pereza” secular, su “credulidad” risible,… Nada más alejado de la “cultura nacional”, construcción artificial desde la que se legitima el Estado Moderno, que el apego al poblado, la fidelidad a la comunidad, la identificación “localista” de las etnias originarias, enemigas casi milenarias de toda instancia estatal fuerte y centralizada, como señalara J. W. Whitecotton.

La Escuela habrá de hallarse muy en su casa ante este litigio entre contendientes disparejos, habrá de sentirse muy útil enfrontilando al más débil, pues para ese género de “trabajos sucios” fue inventada…

4) Se parte de una lectura previa, occidental, de las otras culturas, siempre simplificadora y a menudo tergiversadora. Late en ella el complejo de superioridad de nuestra civilización; y hace patente la miopía, cuando no la malevolencia, de nuestros científicos y expertos. No es “la Cultura” la que circula por las aulas y recala en la cabeza de los estudiantes; sino el resultado de una “discriminación”, una inclusión y una exclusión, y, aún más, de una posterior re-elaboración pedagógica y hasta de una deformación operada sobre el variopinto crisol de los saberes, las experiencias y los pensamientos de una época (conversión del material en “asignaturas”, “programas”, “libros”, etc.). El criterio que rige esa “selección”, y esa “transformación” de la materia prima cultural en discurso escolar (‘currículum’), no es otro que el de favorecer la adaptación de la población a los requerimientos del aparato productivo y político vigente vale decir, sancionar su homologación psicológica y cultural…

Hay, por tanto, como ha señalado F. González Placer, un conjunto de “universos simbólicos” (culturales) que la Escuela tiende a desgajar, desmantelar, deslegitimar y desahuciar, como, por ejemplo, el de las comunidades indígenas latinoamericanas, el del pueblo gitano, el del subproleariado de las ciudades, o el arrostrado en Europa por la inmigración musulmana,…

Con el patrimonio cultural de los pueblos indios, la Escuela intercultural latinoamericana solo podría hacer dos cosas, como ya he apuntado: desoírlo, ignorarlo y sepultarlo mientras proclama cínicamente su voluntad de protegerlo; o “hablar en su nombre”, subtitularlo interesadamente, esconder sus palabras fundadoras y sobrescribir las adyacentes, sometiéndolo para ello a la selección y deformación sistemáticas inducidas indefectiblemente por la estructura didáctico-pedagógica, currícular y expositiva, de la Escuela moderna… Por último, ‘ofertaría’ ese engendro o casi lo impondríaa unos indígenas emigrados de sus comunidades y escolarizados que, normalmente, manifiestarían muy poco interés por toda remisión a sus orígenes, una remisión interesada e insultante. En ocasiones, y en la línea de lo subrayado por D. Juliano, la cultura de origen se convierte en una jaula para el indígena que llega a la ciudad, un factor de enclaustramiento en una supuesta “identidad” primordial e inalterable. Actúa, por debajo de esta estrategia, un dispositivo de clasificación y jerarquización de los seres humanos

5) En la práctica, la Escuela “trata” la Diferencia, con vistas a la gestión de las subjetividades y a la preservación del orden en las aulas (J. Larrosa) El estudiante «extraño» es percibido como una amenaza para el normal desarrollo de las clases; y por ello se atienden sus señas culturales, su especificidad civilizatoria para prevenir y controlar sus manifestaciones disruptivas. La hipocresía y el cinismo se dan la mano en la contemporánea racionalización “multiculturalista” de los sistemas escolares occidentales. J. Larrosa ha avanzado en la descripción de esa doblez: “Ser ‘culturalmente diferente’ se convierte demasiado a menudo, en la escuela, en poseer un conjunto de determinaciones sociales y de rasgos psicológicos (cognitivos o afectivos) que el maestro debe ‘tener en cuenta’ en el diagnóstico de las resistencias que encuentra en algunos de sus alumnos y en el diseño de las prácticas orientadas a romper esas resistencias”. En países como México, donde porcentajes elevados de estudiantes, por no haber claudicado ante la ideología escolar y por no querer “implicarse” en una dinámica educativa tramada contra ellos, son todavía capaces de la rebeldía en el aula, del ludismo, del disturbio continuado, etc., estas tecnologías para la atenuación de la “resistencia, para la eliminación del atributo psicológico inclemente atrincherado en alguna oscura región del carácter, cobran un enorme interés desde la perspectiva de los profesores y de la Administración…

La “atención a la diferencia” se convierte, pues, en un sistema de adjetivación y clasificación que ha de resultar útil al maestro para vencer la ‘hostilidad’ de este o aquel alumno, de esta o aquella minoría, de no pocos indígenas y demasiados subproletarios. Más que ‘atendida’, la Diferencia es tratada a fin de que no constituya un escollo para la normalización y adaptación social de los jóvenes. “Disolverla en Diversidad”: eso se persigue…

Las Escuelas del “multiculturalismo” atienden la Diferencia en dos planos. Por un lado, un trabajo de superficie para la «conservación» del aspecto externo de la Singularidad formas de vestir, de comer, de cantar y de bailar, de contar cuentos o celebrar las fiestas,… Por otro, un trabajo de fondo para aniquilar sus fundamentos psíquicos y caracteriológicos: otra concepción del bien, otra interpretación de la existencia, otros propósitos en la vida… La “apertura del currículum”, su vocación «interculturalista», tropieza también con límites insalvables; y queda reducida a algo formal, meramente propagandístico, sin otra plasmación que la permitida por áreas consideradas subordinadas, tal la música, el arte, las lecturas literarias o los juegos aspectos floklorizables, museísticos… Y, en fin, la apelación a la “comunicación” entre los estudiantes de distintas culturas reproduce las miserias de toda reivindicación del diálogo en la Institución: se revela como un medio excepcional de ‘regulación’ de los conflictos, instaurado despóticamente y pesquisado por la ‘autoridad’, un ‘instrumento pedagógico’ al servicio de los fines de la Escuela…

Todo este proceso de “atención a la diferencia”, “apertura curricular” y “posibilitación del diálogo”, conduce finalmente a la elaboración, por los aparatos pedagógicos, ideológicos y culturales, de una identidad personal y colectiva, unos estereotipos donde encerrar la Diferencia, “con vistas a la fijación, la buena administración y el control de las subjetividades” (J. Larrosa). El estereotipo del “indio bueno” compartirá banco con el estereotipo del “indio malo», en esta comisaría de la educación vigilada y vigilante. El éxito de la Escuela multicultural en su ofensiva anti-indígena dependerá del doble tratamiento consecuente… De este modo, además, se familiariza lo extraño (“la inquietud que lo extraño produce anota el autor de ¿Para qué nos sirven…? quedaría aliviada en tanto que, mediante la comprensión, el otro extranjero habría sido incorporado a lo familiar y a lo acostumbrado”) y nos fortalecemos, consecuentemente, en nuestras propias convicciones, dictadas hoy por el Pensamiento Único.

Sucediendo al “asimilacionismo clásico” (que, en tantos países de América Latina, valga el ejemplo, no modificaba los currícula a pesar de la escolarización de los indígenas; y situaba su horizonte utópico, su límite programático, en la organización de «clases particulares de apoyo» o «programas complementarios de ayuda», etc., sin alterar el absoluto eurocentrismo de los contenidos, idénticos y obligatorios para todos), tenemos hoy un “asimilacionismo multiculturalista” que produce, no obstante, incrementando su eficacia, los mismos efectos: occidentalización y homologación psicológico-cultural por un lado, y exclusión o inclusión socio-económica por otro…

Desmitificado, el multiculturalismo se traduce en un asimilacionismo psíquico cultural que puede acompañarse tanto de una inclusión como de una exclusión socio-económica. El material humano psicológica y culturalmente ‘asimilado’ (diferencias diluidas en diversidades) puede resultar aprovechable o no-aprovechable por la máquina económico-productiva. En el primer caso, se dará una “sobre-asimilación”, una “asimilación segunda”, de orden socioeconómico, que hará aún menos notoria la “diversidad” arrastrada por el inmigrante (asunción de los símbolos y de las apariencias occidentales). En el segundo caso, la asimilación psicológico-cultural se acompañará de una segregación, de una exclusión, de una marginación socio-económica, que puede inducir a una potenciación compensatoria como “valor refugio”, decía D. Provansal de aquella ‘diversidad’ resistente (atrincheramiento en los símbolos y en las apariencias no-occidentales, a pesar de la sustancial y progresiva europeización del carácter y del pensamiento).

En ningún sentido, pues, la Escuela puede erigirse en una herramienta de cierto «interculturalismo sincero»: es, esa, una causa a la que en absoluto puede contribuir.

5.1.3. Integracionismo multiculturalista

Bajo el concepto de «integracionismo» englobo las diversas líneas de reflexión y de praxis política reformista que, escudándose en la necesidad de promover, para todos los ciudadanos, una efectiva igualdad ante la ley (combatiendo discriminaciones reales, posiciones de partida desventajosas, estereotipos que cunden en la opinión pública e incluso en los aledaños de la Administración, enfoques ideológicos o prejuiciados, etc.), alientan en realidad la «adaptación» de la alteridad psicológica y cultural a las pautas hegemónicas en la sociedad mayoritaria; es decir, la cancelación de la diferencia en el carácter y en el pensamiento, la supresión de la subjetividad y de la filosofía de vida otras, en beneficio de la mera «incorporación» a los valores y a las estructuras sociopolíticas de las formaciones democráticas occidentales consideradas, de modo tácito o explícito, ora superiores, ora preferibles.

Estos autores y estos legisladores parten de dos «postulados» absolutamente cuestionables:

1) El prejuicio de que es una constante humana universal aspirar a la integración en el orden liberal capitalista; de que los hombres y mujeres de todo el globo terráqueo corren de hecho, unos con más dificultades que otros, hacia la centralidad del sistema, habiendo convertido la «incorporación» y la autopromoción dentro de lo dado en la condición de su libertad y de su felicidad. Pero sabemos que se están dando «carreras hacia el margen»…

2) El presupuesto de la compatibilidad estructural de todas las civilizaciones y la interpretación partidista de las sociedades liberales occidentales como ámbito «neutro» en el que las distintas culturas pueden coexistir sin agresión ni menoscabo. Desde diversas tradiciones críticas (reparemos, p. ej., en el llamado Pensamiento Decolonial) se ha señalado justamente lo contrario: el modo en que el universalismo expansivo de la civilización occidental, por la determinación de sus categorías epistemológicas fundamentales, arroja una nocividad, si no una providencia de muerte, sobre toda cultura localista o particularista que se permita la temeridad de no darle la espalda.

Para poder mantener la falacia de una «integración» en el orden capitalista occidental sin mutilación paralela de la condición indígena, por ejemplo, estos autores han puesto mucho interés en no definir explícitamente el nódulo de dicha identidad, los componentes de la especificidad originaria, suscribiendo de modo latente lo que D. Provansal designó «concepto museístico o folclorizado de cultura» (músicas, danzas, vestimentas, adornos, preferencias gastronómicas, costumbres menores, ritos y leyendas trivializados, etc.). Solo así cabe levantar, para los pueblos originarios, contra los pueblos originarios, el espejismo floral de una inserción sin merma en el sistema mayoritario. Porque ¿qué fue de la oralidad, del localismo, de la educación comunitaria, del derecho consuetudinario, de la «democracia india», del comunalismo, en ocasiones del nomadismo,…?

Partiendo de aquel doble artículo de fe, los legisladores y los teóricos pueden, en definitiva, reivindicar la adaptación socio-cultural de los indígenas y el fin de su marginalidad desde la engañifa de la preservación simultánea de su identidad y de su cultura («multiculturalismo»). Solicitarán, como Patricio Doyle, el apoyo no-directivo de la capa indígena occidentalizada («malinches»); la astucia y buena disposición del Estado, programando y subsidiando; la escolarización absoluta en términos intrerculturalistas; la provisión de empleos bien remunerados o de estrategias dignas de subsistencia, y la dotación de viviendas apropiadas; un despliegue eficiente del trabajo social y de los servicios asistenciales; el acercamiento cauteloso de los partidos políticos y de las organizaciones de la sociedad civil; medidas administrativas contra la eventual concentración residencial indígena…

Y esta praxis, de índole cínico-perversa (conseguir que los marginales, «por su propio convencimiento y de modo autónomo», contando con la «ayuda» no paternalista de los integrados y de la Administración, caminen, soberanos de sí mismos, hacia la plena incorporación), habrá de alcanzar, sin remedio, un gran predicamento en nuestro tiempo, pues dice, a los indígenas asimilados y a los mestizos progresistas, precisamente lo que desean escuchar: que obraron bien al aculturizarse y que en el Estado Pluri-Nacional caben todos, a los primeros; y que es una suerte para la Humanidad contar con actores tan conscienciados y solidarios, a los segundos.

5.1.4. Estado etnocida. Del «pogrom» al «programa»

Denomino «pogrom» a la tecnología primaria (virulenta, impregnada de violencia física) de erradicación de la diferencia, que se ha concretado históricamente en la sedentarización forzada, en la expulsión, en el apresamiento general, en la esclavización, en la masacre y en el genocidio. En sentido ampliado, el «pogrom» recayó sobre los pueblos originarios a la llegada de los europeos. Antes de la Conquista, los moriscos, los gitanos y los judíos fueron objeto de un «pogrom» en la Península Ibérica, desatado por el novísimo Estado de los Reyes Católicos. Tras la Conquista, andando el tiempo, los indígenas soportaron de nuevo el «pogrom», esta vez organizado por los flamantes Estados-Nación latinoamericanos. El «pogrom», tal y como lo conceptúo, fue siempre una práctica de Estado: a él le incumbía, él lo justificaba y bajo su responsabilidad militar y jurídica quedaba todo el tiempo.

El «programa» sobreviene cuando se reconoce al diferente la entidad de «persona», sujeto de derecho, ciudadano, referente de garantías constitucionales en una sociedad de iguales ante la ley. Es entonces cuando se le erige en objeto de un sinfín de proyectos, iniciativas, disposiciones, estrategias («programas»), tendentes a facilitar su «inserción» entendida como adaptación, como integración no conflictiva en la sociedad mayoritaria. El «programa» sucede y sustituye al «pogrom», sancionando definitivamente el logro de sus objetivos altericidas.

Entre ambos polos, cabe distinguir un espacio intermedio, una zona de transición, en la que el ataque a la idiosincrasia del otro se aleja de los horrores del «pogrom» manifiesto, sin alcanzar todavía la doblez e hipocresía del «programa». He preferido designar esa tierra de nadie asimiladora como «pogrom difuso», para recalcar con más nitidez la etapa del «programa», en la que todavía nos hallamos inmersos fase de la escolarización obligatoria, de las eventuales discriminaciones positivas, del trabajo social intensivo, de la retórica multiculturalista o interculturalista, de la disolución «civilizada» de la diferencia, en definitiva.

Para no incurrir en aquella «crítica sustancialmente terminada» a que aludía K. Marx, siempre legitimadora por contraste de un orden que se presume a salvo de la deconstrucción, hablaré poco del «pogrom» y nos centraremos en la vigencia del «programa».

5.2. El exponente argentino

5.2.1. Peronismo

En Argentina, la plena incorporación del Programa acontece bajo el peronismo (1945-1955). A partir de la Constitución de 1949, el indígena entra por fin de modo explícito en la categoría de los «ciudadanos». Recae entonces sobre él una mirada que ya no es puramente despreciativa y excluyente. Ya no se trata de «arrebatarle sus tierras allí donde nos interesen y dejarlo estar en paz, a su modo miserable, allí donde no moleste». Tampoco del simple «tolerar las comunidades indígenas, las localidades de los originarios, porque, sin crear problemas sociales, funcionan como vivero de mano de obra barata y desprotegida para las empresas de alrededor, ya que su agricultura de subsistencia, con sus huertos familiares, permite pagarles salarios más bajos». Esta doble perspectiva, propia de los regímenes conservadores de toda América Latina, será corregida por los gobiernos «populistas» o «socializantes». En este punto, el peronismo recuerda las estrategias político-sociales desarrolladas por Cárdenas, en México, y que analicé en La bala y la escuela. Ahora, por primera vez, el indígena es objeto de atención: la Administración siente que «algo hay que hacer por él y para él». Despliega entonces una práctica estrictamente pedagógica: «intervenir en la subjetividad del otro, para alterarla o reformarla, alegando que se hace por su propio bien».

La dimensión «etnocida» de este acercamiento se manifiesta en un punto subrayado por algunos estudiosos del peronismo: pareciera que el indígena se diluye en una categoría más amplia, en la que se borra su especificidad y que merece una atención casi «amorosa» por parte del gobierno la categoría del «pueblo», de «los humildes», de los «desfavorecidos», de los «marginados». Es decir, bajo un prisma de origen europeo, y que compartieron los liberalismos, los socialismos y hasta los corporativismos fascistas, la alteridad es absorbida como «problema social» discriminación económica, marginación, pobreza, desigualdad… Este reduccionismo economicista y sociologista se acompaña de una considerable miopía ante la dimensión «cultural» de la cuestión indígena, ante la problemática de la diferencia… En aras de una promoción material, de una igualación social y jurídica, la cultura sería destruida en sus aspectos fundamentales (oralidad, derecho consuetudinario, anti-productivismo, sentimiento comunitario, educación informal tradicional, democracia india, anti-política,…).

El etnocidio se trasluce en una segunda dilución del «en sí» indígena: queda igualmente subsumido bajo el concepto de Nación, de Patria, de Argentina como Estado-Nación. El Peronismo habla a la Nación, habla a un Todo que se desea lo suficientemente homogéneo como para emprender, sin dislocaciones internas, sin deserciones, un camino de Progreso. Para nada puede admitir, dentro del territorio que asume como de «soberanía argentina», un localismo anti-estatal, un secesionismo regional. Pero la idea de «Estado» es extraña a la cosmovisión indígena, basada en un localismo trascendente, como tampoco se aviene a su concepción no-lineal del tiempo, «presentista» y enemiga del Proyecto, la mítica del Progreso… En tanto Estado benefactor, el Peronismo procura mejorar las condiciones de vida de los sectores sociales «deprimidos», entre los que ubica a los pueblos originarios; pero esa promoción deberá siempre darse con una paralela, si no previa, «homogenización» (proceso altericida), pues así lo requiere todo proyecto unitario de progreso de la Nación…

Como bajo todas las experiencias políticas «progresistas» o avaladoras de un Estado Social, con el Peronismo se acomete la recuperación y provisión de tierras, las expropiaciones puntuales y, en general, la concesión de terrenos a los grupos indígenas. Se evitarán, por supuesto, conflictos «innecesarios» con los Grandes Intereses, provocaciones a la Oligarquía, mermas significativas en las tasas de beneficios de los principales negocios agropecuarios… Y se produjeron expropiaciones en Jujui (departamentos de Tumbaya, Tilcana, Valle Grande, Humahuaca, Cochinoca, Rinconada, Santa Catalina y Yavi). Las recuperaciones de tierras en Rodero y Negro Muerto (Humahuaca), y tambien en Yavi, acompañando a un discurso que hablaba de Justicia Social, despertaron grandes esperanzas en el mundo indígena. Y se produjeron «malones de Paz», como el de los collas de la Puna en 1946, siempre infructuosos.

En cierto sentido, la concesión de tierras es un caramelo envenenado: no se entregan «sin más» a la comunidad, permitiendo una gestión autónoma, incondicionada, sin interferencias del Estado. Se encuandran, por el contrario, en proyectos institucionales, con provisión de subsidios en ocasiones, que involucran a agentes de la Administración y a «promotores» no-indígenas, bajo el esquema de una ayuda paternalista, más bien caritativa, que contempla al originario casi como «menor de edad», sujeto pasivo, destinatario y no actor del programa. Este fue el caso de las nueve colonias fundadas, a modo de «granjas», en Formosa, Chaco, Jujuy, Salta y Neuquen, con el fín explícito de «educar y adaptar» a los indígenas.

Como se comprenderá, concedidas las tierras y agrupados los originarios, el siguiente paso consistía en proveerlos de escuelas, de estación sanitaria, de opciones de sobrevivencia vinculadas fuertemente al mercado y al Estado… Donde estas «nuevas colonias» fructificaron, el resultado atenta directamente contra la idiosincrasia indígena, contra la oralidad, el comunalismo, la democracia directa, el derecho consuetudinario, la auto-suficiencia sustancial… La comunidad se soldaba al mercado, pero tambien al Estado, empezando a depender de organismos y agencias que las más de las veces marcaban el rumbo de la experiencia: ellas suministraban herramientas imprescindibles, concedían los préstamos insalvables, facilitaban la adquisición de ganado… Este fue el caso de la Comisión de Rehabilitación de los Aborígenes, con un nombre suficientemente expresivo, y también de la Dirección de Protección de los Aborígenes.

Se procuró estimular el acceso de los indígenas a estas instituciones, como asimismo a otras de orden provincial y nacional. Paralelamente, los partidos políticos, las elecciones, las autoridades nacionales o provinciales, etcétera, «desembarcaron» en las nuevas localidades, sancionando una «metodología de la asimilación» que desde el principio requirió de «colaboradores», «promotores», «asistentes», «burócratas», «educadores», «voluntarios»…, desplazados a las colonias con el mencionado Síndrome de Viridiana a cuestas… Las obras de Patricio Doyle ilustran magníficamente, y a un nivel absolutamente concreto, casi fenoménico, todo este proceso, si bien para fechas posteriores.

5.2.2. Kirchnerismo

Bajo el Kirchnerismo (2003-2015), la asimilación cambia de naturaleza, como quiere el discurso «interculturalista» en boga. Las burocracias y los profesionales «ocupados» en la cuestión indígena emprenden una autocrítica semejante a la registrada en México con Natalio Hernández y otros. Se denosta el asimilacionismo directo, desnudo, irrespetuoso con la cultura-otra; y también se desacredita el paternalismo manifiesto, satisfecho de sí, de las etapas precedentes. Los políticos adoptan la ideologia de la interculturalidad (una Argentina en la que caben todos los pueblos, todas las etnias, todas las culturas) y procuran estimular la «participación» de los indígenas en los proyectos diseñados para ellos. Con esta mera cosmética, apenas se trastocaban los datos del asunto, aunque se «suavizaban» los métodos y se enmascaraba el dirigismo estatal. En una línea decididamente «demofascista», podrá dibujarse el espejismo de un «protagonismo» de los indígenas en la progresiva resolución de sus problemas, aunque el resultado ya lo hemos adelantado: «asimilacionismo psíquico-cultural que puede acompañarse tanto de una inclusión como de una exclusión socio-económica». Esto por un lado; por otro, dependencia absoluta del mercado y de la lógica del Capital y control estatal de los procedimientos y las materializaciones de la «auto-organización» indígena. Por último, y como tercer terrible ingrediente: represión física de los sectores originarios descontentos o refractarios a esa logística integradora del Estado…

Dos clases de «políticas públicas», unas generales y otras específicas, afectaron en este período a los colectivos indígenas, fraccionándolos definitivamente. Entre las «políticas públicas generales» encontramos la Asignación Universal por Hijo; el programa Manos a la Obra y la iniciativa de los «microcréditos»; el proyecto Argentina Trabaja, favorecedor del cooperativismo, y el del Monotributo Social, para dar respuesta a reclamos sanitarios; y, finalmente, el programa Progresar y el del plan Envión. Entre las «políticas específicas» destacan la instauración de la Educación Intercultural Bilingüe; el impulso y la legalización de los medios de comunicación establecidos en los poblados indígenas; la Ley de Bosques Nativos; la Ley de Emergencia, prorrogada dos veces, para frenar el expolio de las tierras detentadas por los originarios; y las inscripciones en el RENACI (Registro Nacional de Comunidades Indígenas), que confieren personalidad jurídica ante el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas.

Con Cristina, se prorroga la «ley de emergencia» de 2006, que venció a fines de 2017; y, a la vez, se incrementa la violencia contra la población originaria (qom de Formosa y Chaco), ya inaugurada bajo el mandato de Néstor (Formosa, Neuquén). Dos «ausencias» le serán reprochadas: la de la cuestión indígena en la Ley de Hidrocarburos y la de los derechos indígenas en la Reforma del Código Civil.

Al final del período, sancionando la «integración» y la dependencia del Capital y de la Administración, una fractura se abre en el universo indígena… Para una fracción del mismo (representada más tarde por el Encuentro Nacional de Organizaciones Territoriales de Pueblos Originarios), opuesta hoy a las políticas del gobierno de Macri y defensora de la gestión kirchnerista, partidaria del FPV, durante ese llamado «populismo» se avanzó en la ampliación de derechos, en la inclusión social, en la integración regional y en la soberanía argentina. En aquel ENOTOPO, se clamó por una Patria Grande Plurinacional e Intercultural… Vocabulario político perfectamente «occidental», de cuño liberal-reformista; y asimilación cumplida, pues, en los marcos de un Estado Social de Derecho…

Otra fracción, reconociendo «avances en la cuestión territorial, salud y educación», denuncia el incumplimiento de leyes nacionales e internacionales, déficits en la regulación territorial, continuación de la ofensiva contra las tierras de los originarios, con evidentes complicidades administrativas, criminalización de la protesta y violencia represiva estatal (Formosa, Neuquén). Se abre aquí un abanico que va desde la resistencia mapuche (Cushamen) hasta el colaboracionismo con el régimen de Macri de algunos líderes resabiados contra el kirchnerismo.

En definitiva, el canibalismo etnocida del Estado argentino conoce, dentro de los parámetros del Programa, una doble modulación: con el Peronismo, rudimentario y poco eufemístico, el proyecto integrador exhibe sin pudor una índole «paternalista», «benefactora», «despótico-ilustrada», en la línea de lo que hemos nombrado «pedagogía gris». Bajo el kirchnerismo, la nueva ideología auto-justificativa y estrictamente «cínica» del interculturalismo permite concluir prácticamente el etnocidio bajo la manta de lo «políticamente correcto» progresista. Con esta «pedagogía blanca» (reservamos el color negro para las recidivas del Pogrom) se ratifica, al fin, la extinción de la idiosincrasia indígena en todos sus aspecto, uno por uno, punto por punto, con menos balas que escuelas, con menos trabajo policial o militar que social, con menos uniformes y más chaquetas de burócrata, con menos torturadores de comisaría y más socio-psicólogos de salón, suscitando menos ira y recaudando más aplausos…

De un tiempo a esta parte, cuando lo bello muere, lo hace rodeado de sonrisas y congratulaciones. Entre aplausos, está muriendo la diferencia indígena…

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[Tomé estas fotografías entre 2005 y 2007, cuando el fallecimiento de mi hijo Daniel, a sus 37 días de vida, me empujó a ofrecerme como «escudo humano» y «observador de derechos humanos» allí donde diversos Estados de Latinoamérica perseveraban en su etnocidio centenario contra los pueblos originarios. A veces me digo que él murió para que yo resucitara]

Pedro García Olivo

Buenos Aires, 24 de abril de 2019

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

EN LOS TIEMPOS DE LA PROTESTA DOMESTICADA (Segunda parte de “La Peste pedagógica”)

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on marzo 12, 2019 by Pedro García Olivo

El anarquismo existencial como resistencia sin reglas, disidencia creativa y bio-poética de la lucha

“El animal arrebata el látigo al Señor y se azota a sí mismo
para considerarse su propio amo,‭
sin comprender que todo es una fantasía
engendrada por un nuevo nudo
en el látigo del Señor”
F. Kafka

PREÁMBULO

El panorama de la contestación social y política en las sociedades democráticas occidentales es, literalmente, desolador.

Se reivindica lo que el Sistema está dispuesto a conceder, lo que de hecho anhela establecer, si bien prefiere que se lo pidamos acaloradamente: aumentos de sueldo, privilegios corporativos, servicios públicos, reformas bienestaristas, regulación de la vida…

Se protesta a la manera que la Administración diseñó para gestionar desobediencias y permitir a las gentes desahogar su indignación con menos peligro que cuando pasean los domingos por el parque.

Se acude a todas las misas, a todas las homilías, a todos los rituales de la Consciencia Comprometida; y luego se regresa al puesto de adaptación social, para reproducir de modo optimizado, mediante la servidumbre voluntaria y el consumo masivo, aquello que se deniega cínicamente en las pancartas de las manifestaciones legales y en los pasquines de las huelgas autorizadas.

Se esgrimen discursos del siglo XIX o de la primera mitad del XX, contra una represión que ya ha contemplado escenarios para el siglo XXII…

Cansino, aburrido, hastiante, empobrecedor, auto-justificativo, fuera del tiempo y hasta de la realidad, ese horizonte de la protesta domesticada, alimentado por los patetismos de la militancia y del doctrinarismo, aparece hoy como un recurso más para la consolidación del Demofascismo, como una herramienta entre otras para el fortalecimiento del fascio de las democracias, que moviliza inquisitivamente a las poblaciones.

Ya es hora de dejar de seguir recetas teóricas, instrucciones para la desobediencia civil, manuales para la lucha “políticamente correcta”; basta ya de lavarnos las manos de la complicidad y de la culpabilidad políticas con el agua y jabón de los ceremoniales narciso-progresistas y de las convocatorias del marketing venal “alternativo”. Si no se reinstala la creatividad, la imaginación, la fantasía, el juego, el don recíproco, lo gratuito, la poesía y la locura extraordinaria en el seno de la resistencia contra lo establecido, podemos morir de repetición, fosilizándonos en las eucaristías del izquierdismo bondadoso, como quiere la lógica de la conflictividad conservadora.

Sobre ese telón de fondo, pretendemos resaltar el alcance y la belleza del anarquismo existencial, espiritual, no doctrinario. Encontramos ahí un surtidor de inspiraciones para desarreglar el espectáculo amañado de la oposición política bajo las democracias y avanzar por vías, individuales y colectivas, de desistematización y de auto-construcción ética y estética para la lucha. Porque, domesticada, la protesta de nuestros días se ha resuelto en una forma de religiosidad laica, de fundamentalismo esquizoide para la reproducción social.

“La vida es la ocasión para un experimento”, acuñó K. Jaspers. Estar vivo es la oportunidad para un experimento de rebeldía que empieza por la re-invención de nuestra propia cotidianidad, por la escultura artística de nuestros días y de nuestras noches. Para ello, hay mucho que recuperar, que re-crear, en los bio-textos de aquellas personas existencialmente anarquistas, espiritualmente libertarias, que supieron enfrentarse a la “vida predestinada”, a la existencia estándar que la Sociedad les proponía. Para nada “modelos” y nunca “ejemplares”, estos hombres y estas mujeres nos arrojaron perspectivas motivadoras, sugerentes, disparadoras de nuestra capacidad de análisis y de auto-crítica. Porque, desde que el marxismo se rebajó a aquel “matrimonio de conveniencia” con la axiomática del Capital y del Estado, convirtiéndose en el aliado de fondo de la opresión, correspondió a las tradiciones anarquistas no-dogmáticas mantener en alto el puño cerrado de la disidencia.

Estos son algunos de los temas que, de la mano de Bakunin, ese incansable filósofo activista; del príncipe Kropotkin y del perro Diógenes; de Villón el Golfo y de Artaud el Surreal; de Borrow y de Poe, niños extraños, inusitados, y escritores inquietantes más tarde; de Valle-Inclán, de Vigó, de Baroja, de Gide; del Conde de Lautréamont y de Genet, malditos con aroma de santidad; de Van Gogh el Inolvidable y de De Quincey, orgulloso comedor de opio; de los presos de Fontevrault y de Roscigna, el genial expropiador argentino; de Pierre Riviére, un asesino brillante que se burló de los jueces y de los psiquiatras; de Lou Salomé, discípula de Freud que nos previno enseguida contra el psicoanálisis; de Nietzsche, el viejo martillo martilleado por la vida; de Wilde el Paradójico; de la Borten y de la Rosas, luchadoras indoblegables; de Sade y Sacher-Masoch, padres respectivos del sadismo y del masoquismo, mucho más honestos de todas formas que nosotros, los occidentales, sadomasoquistas de incógnito; de los mayas mesoamericanos y de los Igbo, ocho millones de indígenas africanos viviendo hasta no hace mucho sin Estado; de los gitanos antiguos que tanto estimo y de los pastores tradicionales entre los que me conté; de Philipp Mainländer, el filósofo de la «voluntad de morir» que se suicidó muy joven, al día siguiente de publicar su primer y último libro, titulado significativamente «Filosofía de la Redención», etcétera; mi querida familia intelectual, a fin de cuentas, evocada en un perfecto desorden; estos son, decía, algunos de los asuntos que abordaré en este escrito, que nace de una charla-debate celebrada en el C.A.S.O. “La Sala”, en abril de 2018, en el marco de las “Jornadas Anárquicas” de Buenos Aires.

He aquí las cuatro cuestiones que vertebran el ensayo: 1) El descrédito de la razón política; 2) La protesta domesticada; 3) Bio-poética libertaria; 4) Sentido de la desistematización.

1. EL DESCRÉDITO DE LA RAZÓN POLÍTICA

Ante el naufragio definitivo del Relato de la Emancipación, que hizo agua por la deserción del Sujeto clásico (el Proletariado) y la inconsistencia de sus sustitutos funcionales (estudiantes, marginados, pueblos del Sur, indígenas, “multitudes”, pluri-sujetos transnacionales, etcétera), y contra el feroz “pedagogismo” de aquellas organizaciones e individuos que, para salvar los restos de la mítica revolucionaria, decidieron consagrarse a la “construcción” del Sujeto Colectivo, cabe rescatar hoy una bella divisa libertaria, extraordinariamente valiosa para denegar la lógica contemporánea de la opresión demofascista: la autoconstrucción ética y estética del sujeto para la lucha.

En efecto, pensamos lo socio-político desde unos conceptos que hace ya tiempo se “despegaron” de la realidad, se olvidaron de ella y empezaron a desenvolverse de modo independiente, como “fetiches” o “fantasmas terminológicos”. Esos conceptos nos hablan… Por tanto, y en rigor, ya no los utilizamos para pensar, sino que, más bien, son ellos los que se sirven de nosotros para que los pensemos indefinidamente y para que no pensemos nunca demasiado lejos de su aliento… Son los conceptos que constituyen la racionalidad política clásica, perfilados definitivamente en la Modernidad. A estas alturas de la historia del Capitalismo, tales categorías constituyen un baluarte de su legitimación, de su reproducción ideo-psico-simbólica. Podemos representarnos el universo lexicológico y hermenéutico que configuran como la “episteme política” del Capital, del Estado contemporáneo y del Occidente globalizado. Cristalizó en la Narrativa de la Revolución…

Ese Relato, por el cual tantos hombres han muerto y han matado, que durante décadas se presentó a sí mismo como la flor de la Humanidad, vinculándose a motivos que nos parecían hermosos (desde la Esperanza o la Utopía hasta el Reino de la Libertad), refleja perfectamente todas las miserias de la civilización occidental: totalizador, universalista, expansivo, insuperablemente abstracto, solo podía abonar la desconsideración y el desprecio de la otredad. Desde el principio, se manifestó como un Discurso colonizador, homicida y alterófobo. Quienes hoy lo siguen esgrimiendo, por ejemplo en América Latina, están del lado de una conformación del poder-saber rigurosamente etnocida…
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Para acceder al texto completo, ensayo que constituye el capítulo segundo de “La Peste pedagógica. Cuatro ensayos contra la sistematización capitalista de la vida”, obra en fase final de elaboración:

EN LOS TIEMPOS DE LA PROTESTA DOMESTICADA

Índice del estudio:

PREÁMBULO

1. EL DESCRÉDITO DE LA RAZÓN POLÍTICA
1.1. Causa
1.2. Sujeto
1.2.1. A la búsqueda del sustituto funcional del Proletariado
1.2.2. En torno al activismo social-cínico
1.3. Revolución

2. LA PROTESTA DOMESTICADA
2.1. Gestión política de la desobediencia
2.2. El doble plano de la domesticación de la protesta
2.2.1. Subjetividad Única Demofascista
2.2.2. Bienestarismo del Estado Social de Derecho
2.2.2.1. De la “necesidad” a las “pseudo-necesidades”
2.2.2.2. De las “libertades” a los “derechos”
2.2.2.3. Función pública “inhabilitante”
2.2.3. Ritualización y esclerosis de la lucha clásica
2.2.3.1. Metodologías asimiladas
2.2.3.2. Deconstrucción

3. BIO-POÉTICA LIBERTARIA

4. SENTIDO DE LA DESISTEMATIZACIÓN

NOTAS

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 12 de marzo de 2019
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
[“¿Eres la Noche?”]

LA ESCUELA Y SU OTRO (Primer capítulo de «La Peste pedagógica»)

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Indigenismo, Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on marzo 3, 2019 by Pedro García Olivo

Para poetizar las educaciones comunitarias no escolares en tanto dique de contención contra el exterminismo occidental

Presento la versión final de este estudio, que he revisado, extendido y reorientado. Es el primero de los cuatro ensayos «contra la sistematización capitalista de la vida» que componen La Peste pedagógica, obra que este otoño concluiré y dejaré libre, para cualquier iniciativa y para todo uso, desde mi blog («¿Eres la Noche?»). Recogo aquí su Preámbulo y su índice. Facilito tambien un enlace para su lectura íntegra o su descarga:

LA ESCUELA Y SU OTRO ‭‭(Primer capítulo de “La Peste pedagógica”)

PREÁMBULO

No se accede al interior de un objeto simplemente acercándolo a la vista. A menudo, solo nos damos cuenta de la esencia de las cosas cuando recabamos en lo que las rodea, en lo que está cerca de ellas y ciertamente no son. Con frecuencia, es necesario alejar el foco, ampliar la perspectiva, para permitir que otras realidades entren en el campo de visión.
Para profundizar la crítica de la Escuela se requiere precisamente ese viaje: reparar en su “otro”, en aquellas modalidades educativas que no pasan por el trípode Aula/Profesor/Pedagogía. Y es entonces cuando se torna evidente que la educación administrada, estatal-escolar, no constituye más que una opción cultural, el hábito educativo de apenas un puñado de hombres y mujeres sobre la tierra, las gentes de Occidente.
Como los hombres de Occidente eran los más fuertes, en lo económico y en lo militar, al socaire del imperialismo y de la colonización pudieron expandir “sus” escuelas, globalizarlas, hasta producir finalmente la engañifa de que sin ellas no hay Educación…
Surgía así el “mito liberal”, en expresión de I. Illich, que vinculaba el proyecto de la escolarización universal con las fantasías del Progreso, la Igualdad de Oportunidades, la Escalada Social, los Derechos Humanos, los Intereses Generales de la Humanidad y el Bien Común Planetario. El nuevo “fundamentalismo” se apoyó siempre en la palabra de los expertos y de los tecnócratas, pero también, desde el principio y cada vez que le hacía falta, en las balas de los soldados, las policías y los paramilitares.
Entre la bala y la escuela se estableció pronto una relación muy estrecha: la bala abría el camino de la colonización y la escuela lo culminaba; la bala combatía el antagonismo mediante la eliminación física y la escuela completaba el trabajo cancelando la diferencia cultural e “integrando” la subjetividad otra.
Durante demasiado tiempo, la crítica de la Escuela se centró únicamente en su malevolencia “interior”, en lo que esta hacía con “nuestros” hijos, y se habló entonces de “ideologización”, de “socialización represiva”, de “poda” y de “doma”. Era tan feroz el etnocentrismo de los críticos occidentales que apenas se reparó en la nocividad “exterior” de nuestra fórmula educativa. Y hubo que esperar y esperar hasta que algunas voces subrayaron lo obvio: que la Escuela es un poder altericida, etnocida, virulencia que acaba con las otras culturas, desestructurándolas de arriba a abajo y refundándolas conforme a patrones occidentales; que la Escuela suprime la diferencia en el carácter, en la personalidad, en la filosofía y en el estilo de vida, contribuyendo a la consolidación de la Subjetividad Única, plegada sobre el ciudadano urbano capitalista; que la Escuela tiene desde sus orígenes, valga la metáfora, las manos manchadas de sangre, pues extermina deliberada y metódicamente al hombre oral, a esos otros seres humanos que vivían al abrigo de las culturas de la oralidad.
Pretendo volver la vista a ese “otro” de la Escuela, hoy negado, excluido, mistificado, avasallado, en vías de aniquilación. La dignidad de esa alteridad educativa, vinculada a formaciones sociales igualitarias, que desconocían la fisura social y se resistían a la farsa sangrienta de nuestras democracias, señala, por un movimiento complementario, el oprobio de la Escuela, construida sobre la figura del “alumno” en tanto “prisionero a tiempo parcial”, del profesor como “educador mercenario” y de la pedagogía tal compendio del autoengaño docente e instancia readaptadora del artificio socializador y subjetivizador.
Aproximarse a la educación comunitaria indígena, a la educación tradicional de los pueblos nómadas, a las modalidades educativas del entorno rural-marginal occidental y a la educación alternativa no-institucional es el modo más efectivo de desvelar la infamia original de la Escuela, soldada al Capitalismo y a su exigencia de una reforma moral de la población, de una intervención policíaco-pedagógica sobre la consciencia de los jóvenes.
Para un tal desvelamiento, es el pensar mismo lo que debe ser en primer lugar desescolarizado…

ÍNDICE

Preámbulo (página 1)

1. PROTOCOLO DE APROXIMACIÓN AL “OTRO” DE LA ESCUELA (página 2)
1.1. Occidente carece de un poder hermenéutico universal (página 2)
1.2. Acto de lecto-escritura (página 4)

2. CARACTERIZACIÓN DE LAS MODALIDADES EDUCATIVAS NO-ESCOLARES (página 6)
2.1. Comunidad (página 6)
2.2. Libertad (página 7)
2.3. Anti-pedagogía (página 8)
2.4. Igualdad (página 8)
2.5. Democracia (página 9)
2.6. Apoyo mutuo cotidiano (página 13)
2.7. Vida Buena (página 17)
2.8. Apertura y fusión (página 19)
2.9. Oralidad (página 20)

3. MISERIA DEL INTERCULTURALISMO (página 22)

4. PEDAGOGÍAS BLANCAS DEMOFASCISTAS (página 26)
4.1. Fascismo y democracia (página 27)
4.2. El demofascismo como avance desde lo antiguo: rasgos heredados e innovaciones (página 28)
4.3. La escuela del demofascismo (página 29)
4.3.1. Asistencia (página 29)
4.3.2. Currículum (página 29)
4.3.3. Dinámica (página 30)
4.3.4. Evaluación (página 31)
4.3.5. Gestión (página 31)
4.3.6. Conclusión (página 32)

Notas (página 33)

Escuela zapatista 1

Escuela. Roberto Barrios.

Los más pequeños, 4,5

‭Pedro García Olivo
‭Buenos Aires, 3 de marzo de 2019
‭www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

 

MANTENIENDO UN GRADO “SOPORTABLE” DE DESIGUALDAD EN LAS FORTUNAS

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Antonelle contra Babeuf, y ambos contra el progresismo liberal contemporáneo

Donde hay hombres que sufren, hay opresores;

y hay, por tanto, enemigos de la humanidad”

Fouché de Nantes, terrorista y hombre de Estado (1794)

I)

Si la historia de Occidente se hubiera detenido en el tramo final de la Revolución Francesa, casi nada nos hubiéramos perdido en términos de praxis e ideología política. Como el mayor laboratorio sociológico y politológico de la Modernidad, la Francia de fines del XVIII da cuenta, en lo concerniente a los discursos y las prácticas del poder y contra el poder, de casi todas las opciones, de casi todas las oposiciones, de casi todas las reconciliaciones. Se le escapó, sin duda, el demofascismo de nuestros días y el “pensamiento cero” que lo recubre. Pero poco más…

En el último lustro del siglo, un cruce de cartas entre Babeuf y Antonelle, del que nos ha quedado como un eco en El Tribuno del Pueblo (1), manifiesta de un modo muy bello la ruptura primera en las filas de la contestación menos sobornable: la fractura entre el utopismo revolucionario (Babeuf) y el reformismo radical (Antonelle). Habían sido compañeros, combatiendo en el mismo bando, el bando de los “patriotas”, como decían de sí mismos, de los “amigos del pueblo”, de los revolucionarios…

En ningún momento Babeuf respaldó al poder establecido, que se decantaba en sentido “burgués”, frenando y reprimiendo las aspiraciones populares. Al contrario… Desde El Tribuno del Pueblo denunció sin cesar, con una lucidez desacostumbrada (puro “olfato”, puro “instinto”) el giro conservador del proceso revolucionario, su definición meramente burguesa, la forma de despotismo político que instauraba (germen del “representantivismo” liberal, de la democracia de partidos; y cancelación de la democracia directa, popular, de índole asamblearia) (2) . Y señaló también el error de cuantos empezaban a aceptar las novísimas reglas del juego demo-liberales, pensando en hacerlas servir para un proyecto revolucionario, trampa en la que han caído (y están cayendo hoy) muchas organizaciones políticas nominalmente “anti-capitalistas” (3) …

El horizonte socio-político de Babeuf (que los historiadores tildaron de “utópico”, pero que él estimaba perfectamente alcanzable) se resume en lo que nombró “el estado de comunidad”, un orden plegado sobre la absoluta igualdad económica (que exigía el fin de la propiedad privada, con todos sus acólitos, la herencia entre ellos) y sobre la más depurada “democracia directa” (preeminencia de la Asamblea, de la Reunión de Ciudadanos). Lo primero era condición de lo segundo, y Babeuf lo señala sin descanso (4) . Era su meta: la igualdad en las fortunas

Antonelle, alcalde de Arles, y también “hombre de la Revolución”, se distancia de su amigo, poco a poco, en ese punto. Doscientos años más tarde, casi podemos comprender el “realismo” de Antonelle, hecho de desencanto, de desengaño, casi de desesperación: “Es demasiado tarde; el principio de la propiedad privada se ha encarnado en el individuo empírico, concreto, existente, y ya en modo alguno se desea su erradicación nadie anhela desposeerse o renunciar a la expectativa de posesión”. Aceptado el hombre “real”, de carne y hueso, el individuo “tangible” que asoma todos los días por las calles, solo cabe aspirar, como máximo, al mantenimiento de “un grado soportable de desigualdad en las fortunas”… —concluye el revolucionario desilusionado (5) .

Antonelle apela a la desnudez de lo dado, a la verdad indecorosa, a los hechos crudos; y Babeuf prefiere mirar a otra parte o, mejor, prefiere no mirar. Raya en la crueldad, el veredicto de Antonelle, capaz de herir todavía a las mejores inteligencias y a las más finas sensibilidades del microcosmos disidente: “Aceptando a los hombres tal y como son, tal y como se nos muestran en nuestros días, viéndolos y no soñándolos, no nos queda más meta radical que la de mantener un grado soportable de desigualdad en las fortunas”…

II)

Cabía, desde luego, “no aceptar” a los hombres; soñarlos “enfermos”, “dañados”, “dormidos”, pero aún así “sanables”, “reparables”, susceptibles de “despertar” y de encaminar hacia los paraísos de la Igualdad Extrema y del Estado de Comunidad. Babeuf, en algunos artículos, casi avanza por esta vía, con lo que inauguraría otra patraña, prefigurando un mito fundamental de la Modernidad: el mito de la Falsa Conciencia, de la Alienación (6) .

Quiere ese mito que los hombres no son, en esencia, lo que vemos de ellos; que, cuando los miramos, no percibimos su “ser propio”, sino un elaborado, una formación (mejor: una deformación), un compuesto de engaño y de auto-engaño, de ilusión administrada, de manipulación… En lugar de “aceptar” la apariencia de los hombres, habría que educarlos para que lograran al fin ser ellos mismos, para devolverlos a su identidad soterrada, negada, perseguida. Correspondería a una Minoría Esclarecida, “ilustrada”, llevar a cabo la tarea crítica, des-alienadora, concienciadora de sí… Surgiría entonces un Hombre Nuevo, más verdadero que el coetáneo, identificable con el hombre como tal en la medida en que se le arrancan las máscaras de la Falsa Conciencia y se le borran los estigmas de la Alienación… Una parte de la tradición marxista desarrolló este mito hasta extremos de holocausto.

El estalinismo se construye, en buena medida, sobre ese discurso de la no aceptación del hombre empírico y de la necesidad de su re-elaboración, su des-alienación. Pudo así “decretar”, por ejemplo, sin temblor de manos, la colectivización generalizada de la tierra (el “apego a la posesión” constituía un signo de la Conciencia Mistificada), impulsando, a hierro y sangre, el programa de la abolición de la propiedad privada. Sorteando la censura soviética, Medvedkin denunció este extremo en 1934, en su película La felicidad, obra no suficientemente recordada. Denigrando acaso los métodos, Babeuf hubiera aplaudido el resultado…

Y, cada vez que este magnífico “conspirador”, guillotinado por importunar (7) , se presenta a sí mismo como el Guía del Pueblo, el “instructor” de las masas, el “patriota” que contará a los oprimidos toda la verdad, explicándoles cómo deben luchar para conquistar lo que anhelan desde el fondo de sus corazones; cada vez que Babeuf se ama tanto a sí mismo, y se embriaga de sí mismo, vemos dibujarse, como reflejan las páginas de El Tribuno…, el fantasma del Mesianismo, de un Elitismo por “ilustración” superado desde la izquierda, el espectro del posterior “culto a la personalidad” estalinista:

El deber de este Tribuno es decir siempre a todo el pueblo en dónde está, lo que está hecho, lo que queda por hacer, dónde hay que ir y cómo, y por qué” (en “¿Qué hacer?”, número 36 de El Tribuno del Pueblo).

Solemnemente me he comprometido con el pueblo a mostrarle el camino de la felicidad común, a guiarle hasta el fin, a pesar de todos los esfuerzos del patriciado y del monarquismo…; a hacerle conocer el porqué de la revolución…; a probarle que ésta puede y debe tener por último resultado el bienestar y la felicidad, la satisfacción de las necesidades de todos” (en El Manifiesto de los Plebeyos”, número 25 de El Tribuno…).

¡Patriotas!(…). Os haré ser valientes, a pesar de vosotros, si es necesario. Os forzaré a luchar contra nuestros comunes enemigos” (en El Manifiesto…”).

Si Babeuf inaugura la vía del estalinismo (re-educación del pueblo a manos de las “capas ilustradas”, concienciación y movilización desde arriba, igualdad económica y estado de comunidad a cualquier precio,…), Antonelle marca el camino del reformismo liberal, una aceptación del estado de las cosas que desemboca, en nuestros días, en mitos no menos siniestros: el mito del “Capitalismo de rostro humano”, de la “moralización de la economía”, del “rescate ético de los mercados”, etc.

Hemos llegado un poco tarde, tanto el uno como el otro, si hemos venido al mundo con la misión de desengañar a los hombres sobre el derecho de propiedad. Las raíces de esta institución fatal son demasiado profundas y dominan todo; son ya inextirpables en los grandes y viejos pueblos…

La eventual posibilidad de un retorno a este orden de cosas tan simple y tan bueno (el estado de comunidad) quizá no es más que un sueño…

Todo lo más que se podría esperar, sería un grado soportable de desigualdad en las fortunas…

(Palabras de Antonelle, recogidas en La posibilidad del comunismo”, número 37 de El Tribuno…).

La fisura era insalvable… Babeuf anticipa el utopismo revolucionario sectario lo mismo que Antonelle preconiza, en el límite, el Estado del Bienestar.

III)

Pero hay, en el pensamiento de Babeuf, una veta radicalmente anti-despótica, que sirve también para la crítica del estalinismo; como hay en Antonelle un acento de franca indignación y una intencionalidad crítica que, aproximándolo a Babeuf, lo distancia del contemporáneo cinismo demo-liberal. Replico a Antonelle, pero no somos de ningún modo antagonistas”, anotó, clarividente, el editor de El Tribuno…, poco antes de ser ejecutado (8) .

Babeuf no admite otra fórmula política que la democracia asamblearia, no mediada, de base. Y denuncia el modo en que las burocracias, las oligarquías, los detentadores del poder tienden a desnaturalizar, infeccionar, corromper (“controlar”, a fin de cuentas) el funcionamiento de los comités, de las asambleas populares, de las reuniones de los ciudadanos. Adelanta ahí la crítica del estalinismo como corrupción de la democracia directa. El título que eligió para uno de sus artículos es harto elocuente: Gobierno revolucionario, talismán que oculta todos los abusos” (número 25 de El Tribuno…).

El hombre que ha consentido una vez beber en la copa de la autoridad sin límites, es un tirano y lo será siempre. La libertad está perdida en sus manos, puesto que él se sitúa por encima de las leyes; y en el país en el que se ha hecho una revolución para la libertad, una tal creación, no importa que se le llama gobierno revolucionario, es la contrarrevolución misma” (número 25).

Y Antonelle anuncia un reformismo de estructura no-cínica, “honesto” podríamos decir, un reformismo sincero, a salvo de la hipocresía, un reformismo distinto al que hoy se ejerce en beneficio de la conservación…

[Antonelle], me das la razón en cuanto a los fundamentos del famoso derecho de propiedad. Convienes conmigo en la ilegitimidad de este derecho. Afirmas que es una de las más “deplorables creaciones” del error humano. Reconoces, también, que es de ahí de donde derivan todos nuestros vicios, nuestras pasiones, nuestros crímenes, nuestros males todos…

¡Qué confesión! ¿Lo habéis oído, millón de ricos desalmados, banda de infames expoliadores de los veinticuatro millones de hombres útiles, cuyos brazos actúan para mantener vuestra holgazanería y vuestra barbarie? (Babeuf, glosando a Antonelle, en La posibilidad del comunismo”).

Cuando Antonelle habla del “grado soportable” de desigualdad, está diciendo más bien “grado tolerable”, grado éticamente admisible, un grado deseablemente bajo. Está pensando en la fórmula de Rousseau: “Que todos tengan lo necesario y nadie en demasía”. Sin abominar ya del hecho en sí de la desigualdad, y sin apostar por la proscripción de la propiedad privada, deja abierta, no obstante, la vía de una intervención política para moderar los contrastes, atenuar las distancias. El demofascismo liberal no habla de “grado soportable” en la acepción de Antonelle: está pensando en un grado “socialmente” sostenible, en una contabilidad del sufrimiento y de su aguante, en la magnitud de desigualdad que cabe reproducir sin que acontezca un estallido social… La “soportabilidad” no es ya “ética”, sino socio-estadística, objeto de pesquisa.

Si todavía se puede ensanchar la brecha socio-económica sin que ocurra nada importante, esa brecha debe profundizarse”. Este es el axioma que se está aplicando, con el pretexto de la crisis, en muchas democracias occidentales… Está claro, valga el ejemplo, que, en España, el “grado soportable” de desigualdad es hoy mayor, a pesar de todo, que el “grado efectivamente soportado”, por lo que, calculadamente, se martilleará todavía más a los desfavorecidos. “Ya que los humildes y los pobres de España pueden sobrellevar un grado mayor de desigualdad, los haremos un poco más humildes y bastante más pobres”.

Antonelle clamaría ante esta perspectiva: su “grado soportable” es, casi, una determinación crítico-cultural, una conclusión ético-filosófica; y su deseo es, inequívocamente, el de una atención reparadora a la fractura social, el de un acortamiento progresivo de la distancia material entre ricos y pobres…

IV)

Contra el liberalismo del siglo XXI, Babeuf y Antonelle esgrimen, desde el ayer, “discursos de la verdad”, unívocos, sin doble fondo, sin trastienda… Cabe optar por uno o por otro, pero ese discurso “dice” lo que se piensa y no solo “piensa” lo que se dice.

En la actualidad, el progresismo liberal, de estructura netamente cínica (Sloterdijk), “piensa” efectivamente lo que tiene que decir pues ha de dosificar la mentira, la media verdad, el silencio, la reiteración hipnótica…; pero ya no “dice” lo que piensa. Se calla lo que de hecho piensa, por razones de cálculo electoral, de “política de la realidad”, de preservación de los intereses hegemónicos, de gestión de la opinión pública,… “Saber lo que se hace y seguir adelante”: esta es la fórmula del cinismo contemporáneo. “Conocer la infamia de lo que se hace, el horror que se propende, y perseverar no obstante en lo mismo”.

Los agentes políticos que, por acercar la argumentación, hoy en España están acabando con un engendro conocido como “Estado del Bienestar” (¿bienestar de quién?, ¿qué bienestar?), los actores empeñados en dinamitar a conciencia ese tinglado, aún así engañoso, proclaman justamente estar tomando medidas “impopulares” para salvarlo. Saben lo que hacen (desmantelar una modalidad de gobierno de las poblaciones que ya no les sirve, aunque con ello se ahonde la grieta social), pero no lo dicen. Saben lo que hacen (fingir, engañar, idiotizar, en beneficio de los opulentos), y siguen adelante.

V)

Aquel formidable laboratorio socio-político de la Modernidad que los historiadores nombraron “Revolución Francesa” anticipó ya casi todas las propuestas que habrían de desarrollarse en los siglos siguientes. En aquellos años, despuntaron las formas vigentes del utopismo revolucionario, del reformismo, del terrorismo (sectario y de Estado), del conservadurismo democrático, del populismo, del despotismo de las burocracias,… Solo una opción, la más terrible, puede presumir hoy de no estar “preconcebida” en aquellas turbulencias de fines del XVIII; solo una opción puede presentarse como “radiante novedad”: el demofascismo occidental, síntesis de docilidad en las poblaciones, disolución de la diferencia en inofensiva diversidad, expansionismo exterior, dulcificación de las posiciones subsistentes de autoridad e invisibilización de los mecanismos de poder y de las estructuras de dominación. La forma de subjetividad (única) que le corresponde es el “policía de sí mismo”. Y, al nivel de los discursos y de las prácticas políticas, el rasgo que lo distingue es el de un cinismo insuperable (9) .

Ante lo que ha significado en la contemporaneidad un Obama a escala global (o un Zapatero, en nuestro Estado), vale decir: la personificación del demofascismo, del cinismo liberal, Babeuf y Antonelle, a pesar de sus discrepancias, hubieran vuelto a luchar juntos. Nosotros, estando de acuerdo con uno y otro en tantas cosas, apenas lo hicimos…

—————

NOTAS

(1) El Tribuno del Pueblo, Ediciones Roca, México, 1975 (compilación de los más importantes escritos de Graco Babeuf, aparecidos en el periódico del mismo nombre en la década de los noventa del siglo XVIII). La polémica con Antonelle se recoge en el número 42 de El Tribuno del Pueblo, en el artículo titulado La posibilidad del comunismo” (págs. 115-142 del libro publicado por Ediciones Roca).

(2) “¿No ven que ya no se guillotina, que no se fusila, que no se nos ahoga como en tiempo de Robespierre, y que se dice y escribe más o menos lo que se quiere? ¿De qué os quejáis? (…) Pero el pueblo no ve en la creación de este rebaño de esclavos más que el medio de que se sirven todos los déspotas para multiplicar las raíces y sostenes de sus dominación. El pueblo no percibe ya las formas populares, democráticas, republicanas; se ve aniquilado, se ve reducido a nada (…). La República se sabe decepcionada, engañada, traicionada; conoce que se halla realmente bajo un gobierno aristocrático” (Gobierno Revolucionario: talismán que oculta todos los abusos”, op. cit., págs. 16-19). Este mismo análisis se retoma en “El Manifiesto de los Plebeyos”: “En vosotros (dirigentes) se nota el gran efecto de la moral del día, cuyas admirables máximas son: paz, concordia, calma, reposo, a pesar de que morimos casi todos de hambre; fijado está definitivamente, tras seis años de esfuerzo para conquistar la libertad y la felicidad, que el pueblo será vencido; resuelto está que todo debe ser sacrificado a la tranquilidad de un pequeño número; la mayoría no está aquí abajo más que para satisfacer sus pequeños placeres” (op. cit., pág. 43).

(3) En El Manifiesto…”, Babeuf adelanta la crítica de las estrategias políticas “entristas”, que confían en transformar el sistema político burgués participando en las instituciones y en el juego electoral. La “actualidad” de su denuncia es sorprendente, y no solo en lo que concierne al Estado español…

Dicen (los ultrapatriotas): Es necesaria la táctica; es necesario que los patriotas sepan ser políticos. Bien sabemos que todos los derechos del pueblo son usurpados o violados; bien sabemos que es avasallado y desgraciado. Pero no podemos salvarlo más que gradualmente. Hagamos como que damos nuestro asentimiento al gobierno usurpador (…), pero conservaremos contra él nuestra segunda intención. Trataremos de aumentar nuestro partido, ganando de nuevo a la opinión pública; y cuando seamos bastante fuertes, nos lanzaremos sobre los fautores de opresión. He aquí una mala imitación de Maquiavelo (…).

Pero los patriotas, con su sistema de silencio y de segundas intenciones, se engañan ellos mismos. Creen, como he dicho, que el gobierno no ve nada de lo que proyectan ni de lo que quieren hacer; sin embargo es él quien ve todo. Los patriotas, además, piensan que el pueblo percibe su secreto, que lo comparte y que se unirá a ellos cuando lo deseen. Pero es precisamente el pueblo, al que no se le comunica nada, al que no se le dice ya nada contra los que dirigen; es precisamente el pueblo el único engañado con el pretendido misterio. No lo comprende (…), se vuelve completamente indiferente y ajeno a los asuntos públicos(…).

El pueblo se aísla de este puñado de patriotas activos, el cual, solo y abandonado, se convierte en la pequeña, muy pequeña, “facción de los prudentes”, objeto de burlas, porque, de tan débil que es, resulta nula e impotente. Es así como la bonita política de los patriotas se vuelve contra ellos mismos.

El gobierno (…) aplaude el sistema del silencio (…). Tenderá también a diseminar a este resto de patriotas (…). Consentirá incluso en colocarlos dentro de la administración (…), para que se transformen en hombres vinculados al gobierno y al orden establecido (…). El pueblo, ya fatigado e indiferente (…), no pensará más que en el pan.

¡Y todo ello será el resultado de nuestra famosa táctica, de nuestra política incomparable!” (en El Manifesto…”, op. cit., págs. 52-54).

(4) “Escuchad a Diderot: (…) Discurrid tanto como os plazca -dice- sobre la mejor forma de gobierno; nada habréis hecho mientras no destruyáis los gérmenes de la codicia y de la ambición (…). En la mejor forma de gobierno es necesario que haya imposibilidad para todos los gobernados de devenir más ricos o más poderosos que cada uno de sus hermanos” (El Manifiesto…”, op. cit., pág. 74).

(5) En “La posibilidad del comunismo”, op. cit., pág. 121.

(6) “Que únicamente la democracia puede asegurarles su felicidad (…). Que se le demuestre esto enseguida, y enseguida el pueblo se despertará, aunque esté profundamente adormecido, y será conquistado para él mismo y para sus verdaderos defensores” (en El Manifiesto…”, op. cit., pág. 58).

(7) El diez de mayo de 1796 la policía del Directorio detiene a 47 “patriotas”, Babeuf entre ellos, precisamente por conspirar, por organizar la llamada “Conjura de los Iguales”. El editor de El Tribuno del Pueblo será condenado a muerte…

(8) En La posibilidad…”, op. cit., pág. 115.

(9) Remitimos a nuestro ensayo El enigma de la docilidad, reeditado por Virus en el otoño de 2009.

Grado soportable de desigualdad en las fortunas PDF

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En forma de libelo, «Grado soportable de desigualdad en las fortunas» ha sido publicado, en Valencia, por Ediciones Marginales: https://edicionesmarginales.wordpress.com/2019/01/10/novedad-antonelle-contra-babeuf/?fbclid=IwAR0rlCcbO-TEQKJ4GnNxpbyRcTnHvGP4crWoTDnatRgYSueqang792y-mxs

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 17 de febrero de 2019
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SI ALGUIEN TE PREGUNTA POR NUESTRA AUSENCIA (NO MÁS GITANOS)

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on febrero 16, 2019 by Pedro García Olivo

Aproximación a un etnocidio europeo contemporáneo

1) IDIOSINCRASIA ROMANÍ

Es evidente que el pueblo gitano ha defendido desde tiempo inmemorial unas peculiaridades socio-culturales que lo hicieron reconocible como tal, determinaciones de hondura hoy a un paso del desvanecimiento. Esa alteridad, un modo romaní de “ser otro”, deviene como proceso y producto civilizatorio, como condición psíquico-cultural estabilizada durante siglos, y no debe confundirse con la etnicidad en sentido estricto, física o anatómica.

En los parágrafos siguientes, procuraremos aproximarnos a los rasgos fundamentales de la idiosincrasia histórica (o tradicional) romaní.

A) Nomadismo

Desde nuestra perspectiva, el nomadismo aparece como un rasgo definidor de la idiosincrasia romaní, motivo invariable y recurrente (“ausencia de domicilio conocido”, “vagabundeo”, “vida de bohemios”, “errancia”,…) de las medidas históricas de persecución de este pueblo.

Distingue a esta hechura errante del pueblo gitano, incontrovertible en nuestra opinión (“Soy caló de nacimiento./Yo no quiero ser de Jerez;/ con ser caló estoy contento”, dice un cante antiguo) , una sorprendente doble particularidad:

.- Se trata, por un lado, de un “vagar específico”, que no encaja en el modelo propuesto por los antropólogos y etnólogos para el resto de los pueblos viajeros: no se define como un dispositivo de adaptación a condiciones medioambientales severas, en un ámbito territorial definido, como en el caso de los nómadas de África, Asia o de los círculos polares (J. Caro Baroja), sino que se despliega en todas direcciones, desde su probable origen remoto en la India. Abriéndose en abanico, los itinerarios gitanos dan a menudo la sensación de atender a criterios supra-racionales, a pulsiones de la fantasía, cuando no del capricho, a designios de la imaginación, como si quisieran avalar la metáfora desdoblada de Ch. Baudelaire: “Así como los poetas son los gitanos de la literatura, los gitanos son poetas en el vivir”.

.- Históricamente, por otro lado, convirtió a los romaníes en extraños, en forasteros; pero, asimismo, en extranjeros de un tipo específico, singular, que no cabe en el esquema trazado por sociólogos como Z. Bauman: desestimaron con osadía la integración, vindicando una laxa convivencia; y perseveraron testarudamente en la auto-segregación y en la defensa de su idiosincrasia.

Este nomadismo, por último, salva a la comunidad tanto del poder domesticador de la vivienda (P. Sloterdijk) como de las técnicas de subjetivización desplegadas por las administraciones a fin de configurar lo que P. Bourdieu llamó “espíritus de Estado”.

B) Oralidad

La oralidad no señala una imperfección o una carencia, sino una modalidad particular, en absoluto inferior, de elaboración y transmisión cultural. Los gitanos, en este sentido, no son “á-grafos”, “an-alfabetos” (¿por qué definir la singularidad en términos de una ausencia?): vivencian una cultura de la oralidad, en expresión de A. R. Luria, E. A. Havelock, W. Ong y otros.

Según W. Ong, la oralidad responde a una “psicodinámica” propia, distinta; genera estructuras de pensamiento, de expresión y de la personalidad también privativas; y se manifiesta en un estilo de vida peculiar (“verbomotor”, en expresión de M. Jousse). Marca, así, poderosamente, la idiosincrasia gitana, estableciendo reveladoras similitudes entre el pueblo Rom y otras colectividades humanas sin escritura. Subrayaremos, a continuación, algunos de sus aspectos fundamentales:

A) La condición oral fortalece, antes que nada, los lazos comunitarios (exige al otro, tanto en el acto del pensamiento como en el de la expresión) y cancela la primacía del “individuo”.

La prevalencia (ontológica, epistemológica, axiológica y también sociológica) del “individuo” en las sociedades occidentales deriva de una separación del Sujeto y del Objeto, de la interioridad humana y la exterioridad, del Yo y del Mundo, desencadenada —o, al menos, acelerada—, según E. A. Havelock y el propio W. Ong, por la aparición de la escritura y por la alfabetización sistemática de las poblaciones: “Más que cualquier otra invención particular, la escritura ha transformado la conciencia humana”.

B) La oralidad determina, en segundo lugar, un pensamiento “operacional” y “situacional”, que restringe el uso de clasificaciones, divisiones, categorías, conceptos,… y no se aviene bien con la lógica pura, con los silogismos y las deducciones formales (A. R. Luria, J. Fernández), oponiendo así un dique a la expansión altericida del pensamiento abstracto —del que tanto se enorgullece Occidente. En nombre de una u otra abstracción (Dios, Patria, Revolución, Humanidad, Democracia, Progreso, Estado de Derecho,…) se han perpetrado todo tipo de masacres, genocidios, etnocidios —lo recordaba M. Bakunin.

C) El pensamiento operacional (reacio a los idealismos, ahuyentador de la metafísica) suscita, por último, una atención preferente a “lo más cercano” —a lo tangible, a lo inmediato. De ahí la riqueza y abigarramiento de las formas de ayuda mutua, de colaboración o cooperación, saturadoras de la vida cotidiana romaní y estigmatizadas por los vocablos payos opuestos a un tan intenso particularismo, como denunció M. Fernández Enguita (“partidismo”, “nepotismo”, “amiguismo”,…).

Contra esta cultura de la oralidad, y los innegables valores que sustenta (auto-organización, rechazo del belicismo, apoyo mutuo, anhelo eco-homeostático,…), las sociedades mayoritarias dispusieron con diligencia programas de alfabetización en sí mismos altericidas: suprimen modalidades de expresión, estructuras de pensamiento, conformaciones de la subjetividad, estilos de vida, clases o tipos de hombre —antropodiversidad que, como apuntó W. Ong y lamentó E. M. Cioran, en modo alguno cabe ya restablecer. El hombre oral será eliminado escrupulosamente de la faz de la tierra, borrado para siempre del “paisaje de los homínidos”.

C) Laborofobia

Determinada en parte por el nomadismo, esta fobia se expresa en una muy característica resistencia al trabajo alienado (para un patrón o bajo la normativa de una institución, en dependencia) y en un atrincheramiento en tareas autónomas, a veces colectivas, en cierto sentido libres. “Era un dolosito, mare, / ver los gachés currelá”, decía, a propósito, la letra de un cante antiguo, recogida por Demófilo…

Así se manifiesta en la lista de sus profesiones tradicionales: herreros y forjadores de metales, músicos, acróbatas, chalanes y traficantes de caballos, amaestradores de animales, echadores de la buenaventura,… La artesanía, el pequeño comercio y los espectáculos, en fin, como conjuro contra la peonada agrícola, el jornal fabril o el salario del empleado.

Así como se reprime el nomadismo y se destruye la oralidad, las instancias homogeneizadoras de las administraciones centrales, regionales y locales combaten puntual y celosamente dicha “salariofobia”. Lo atestigua el sociólogo gitano M. Martín Ramírez.

En la medida en que sus estrategias tradicionales de subsistencia se obstruyen jurídicamente (reglamentaciones, permisos, impuestos,…), o se ilegalizan sin más, los gitanos se ven en parte abocados a lo que T. San Román llama “economía marginal”, un espacio nebuloso en el que ni el oficio ni el trabajador existen preceptivamente, como materia de legislación: chatarreros, recogedores de cartones y otros recicladores varios, vendedores de periódicos sociales, menudeadores irregulares o esporádicos, etcétera.

D) Sentimiento comunitario

Inducido por la oralidad y reforzado por el nomadismo, vinculado también a ciertas implicaciones de la autonomía laboral (economía familiar, labor en grupo, cooperación tribual), un férreo sentimiento comunitario se ha asentado para siempre en la idiosincrasia romaní.

El clan étnico, la familia, la organización del parentesco, etc., son temas que obsesionaron a la gitanología de todos los tiempos y sobre los cuales merodea la mirada de la antropología y la etnología modernas. Se ha sugerido, desde esas esferas, una evolución del matriarcado al patriarcado; una deriva difusa que, respetando el papel central del vínculo comunitario, habría preservado, en cierta medida, extemporales relaciones de complementariedad entre los géneros. La imagen dibujada por M. Gimbutas para La Vieja Europa —“una cultura matrifocal y probablemente

matrilineal, igualitaria y pacífica”, en sus palabras—, que otros autores, R. Martínez entre ellos, han considerado perfectamente aplicable a la Civilización del Indus, precisamente en el territorio de origen de las migraciones romaníes, podría proyectarse también sobre un punto remoto de la conformación histórica del pueblo gitano. En este sentido, se ha recalcado la dimensión educativa y moralizadora de la mujer, que en modo alguno decae en el patrigrupo, conservando o asumiendo funciones cardinales de mediación en los conflictos y de asesoramiento directriz.

Derivado de este vigorizador vínculo comunitario, se conserva en la gitaneidad un alto concepto de la ayuda mutua, en sus tres variantes: favor personal, labor colectiva y atención constante a las necesidades de cada miembro del grupo. Cabe sostener que el individuo es un constructo occidental; y que en el mundo gitano, como en el indígena y en el rural-marginal, la primacía ontológica, epistemológica, ética y sociológica recae en la Comunidad. Cada gitano que se ofrece a la vista, más que un “individuo”, sería una fibra de comunidad.

Pero, también al exterior del clan, la ayuda mutua se materializa de forma sorprendente, testimoniando una conciencia étnica general, un sentimiento identitario que trasciende del parentesco. Fue uno de los pocos rasgos gitanos que M. Cervantes no demonizó en sus obras; índole que P. Romero ha subrayado incluso allí donde la huella demográfica de los romaníes es pequeña y la distancia entre los grupos enorme: Colombia.

E) Derecho consuetudinario gitano (la Kriss Romaní)

Análogo al “derecho consuetudinario indígena” (C. Cordero), consiste en una modalidad pacífica, dialogada, demoslógica, de resolución de los conflictos, en la desatención de la ley positiva de los Estados y orientada a la restauración de la armonía en la comunidad —neutralización del Problema, padecido por todos, que se ha manifestado a través del error de un hermano (J. P. Clébert).

Como el indígena, el gitano no cree en los códigos de justicia de la sociedad mayoritaria y no recurre a sus aparatos judiciales. En ambos casos, está mal visto por la colectividad que un miembro apele a las instancias exteriores (comisarios, jueces, tribunales,…), pues el grupo dispone casi desde siempre de su propio sistema jurídico, de su propia forma de derecho.

No se trata de una justicia vengativa, sino reparadora, ya que no busca tanto el castigo del individuo como la elucidación de la clase de mal que acecha a la comunidad y altera su buen vivir. En esta consideración de un problema intersubjetivo y de una responsabilidad de la comunidad toda tanto en su aflorar como en su solución, se sitúa en las antípodas de los códigos de justicia occidentales —con su idea de una “culpa individual” atribuida y redimida por pequeñas corporaciones separadas de expertos.

Como corresponde a un pueblo oral, los procedimientos y las providencias del derecho consuetudinario no obedecen ya a una codificación abstractiva de crímenes y de correctivos paralelos, a una formalización de valores o derechos universales y de sanciones para quienes los quebranten, sino que derivan de las situaciones concretas, de lo singular de cada incidente, aspirando a una reparación particularizada, contextualista en grado sumo, sin otro norte que la regeneración de la Vida Buena —vivir en el bien, “korkoro”. Así se administraba también la justicia, según A. Havelock, en la Grecia presocrática…

El asunto se alumbra y se comenta en los distintos escenarios de la sociabilidad gitana (familias, círculos de compadrazgo, ámbitos de la labor y también de la diversión, momentos de la tertulia,…), provocando “mediaciones” diversas, en las que las mujeres juegan un papel muy importante (“shuvlais” o “shuvanis”: maestras-asesoras-brujas), antes de parar en el tribunal que reúne a los litigantes o encausados y que sancionará la opinión que la comunidad en su conjunto —de un modo informal, no-reglado, pero también cauteloso y prevenido a su manera— se ha forjado de hecho.

La función del presidente de la Kriss, del Consejo de Ancianos, de la líder femenina, así como el papel de las diversas reuniones o asambleas en las que el problema se trata, varían de un colectivo a otro, sin afectar nunca a esta índole esencialmente “demoslógica” de la modalidad gitana de resolución de los conflictos. Hablamos de índole “demoslógica”, en lugar de “democrática”, para subrayar el carácter participativo, “popular”, deliberadamente horizontal, no mediado, de esta manera de hacer las paces.

El protagonismo y, sobre todo, la eficiencia de la comunidad en el restablecimiento de la cohesión

del grupo, en la reposición del concierto y buena correspondencia general, descansa sobre una circunstancia reflejada de mil maneras en las elaboraciones culturales romaníes: cada gitano particular orienta su vida, su sociabilidad toda, a la obtención y preservación de la estima, a ganar, conservar, o recuperar lo antes posible, el aprecio de sus compañeros.

Esta forma consuetudinaria de derecho caracteriza a las llamadas “sociedades sin Estado”, entre las que se incluye la gitana tradicional.

F) Educación clánica gitana

He aquí los rasgos fundamentales de la modalidad romaní de educación comunitaria, estructuralmente contrapuesta a la forma-Escuela:

1) Se trata, en primer lugar, de una educación de, en y por la comunidad: todo el colectivo educa a todo el colectivo a lo largo de toda la vida…

2) Educación en libertad, a través de relaciones espontáneas, desde la informalidad y la no-regulación administrativa. En este contexto, la educación sencillamente se respira…

3) Educación sin auto-problematización, que ni se instituye como esfera separada ni segrega un saber específico. No cabe aislar el aprendizaje de los ámbitos del juego y del trabajo (J. M. Montoya: “el niño gitano aprende jugando en el trabajo”).

4) Educación que excluye toda “policía curricular del discurso”, toda forma de evaluación por individuos (solo la comunidad confiere o retira la estima) y toda dinámica de participación forzada (activismo bajo coacción).

5) Educación reproductora de un Orden Social Igualitario, con prácticas tradicionales de autogobierno demoslógico; sistema afirmado sobre una fórmula económica comunal y expresado en una vida cotidiana no-alienada, en sí misma formativa, surcada por las diversas figuras de la ayuda mutua.

6) Su objetivo sería la Vida Buena —“buen vivir”, “vivir en el bien”—, entendida como armonía eco-social, evitación del problema, libertad gitana (“korkoro”).

G) Anti-productivismo

Toda la cadena conceptual del productivismo capitalista, tal y como se describe en las obras de J. Baudrillard, M. Maffesoli, H. Lefebvre y otros, resulta profundamente antipática, francamente repugnante, al pueblo tradicional gitano. Maximización de la producción, acumulación individual de capital, entronización de la óptica inversión-beneficio, soberanía del mercado también al interior del grupo, consumo incesante; y, en la base, “trabajo” y “necesidades”, por un lado, y “explotación de la naturaleza”, por otro. He aquí una secuencia que los romaníes detestan como paya y que reconocen adversa.

La economía gitana tiene por objeto la mera autoconservación del grupo, la simple provisión de los medios de subsistencia. Como su alimentación (“aleatoria”), respondiendo a las exigencias de la vida nómada, es muy sencilla y se basa en la recolección (bayas, setas, raíces, hierbas, frutos silvestres,…) y en la caza furtiva (de pequeños mamíferos, de reptiles, de aves, usando trampas, cepos y lazos), con un suplemento posterior de cereales y de leguminosas posibilitado por el trueque y por las eventuales retribuciones monetarias, los gitanos pudieron arraigar en aquella “dulce pobreza” cantada por F. Hölderlin, un “humilde bienestar” que los eximía de mayores servidumbres laborales y permitía la salvaguarda de su práctica singular de la libertad.

En este punto, la similitud con el ideal quínico, profesado por la Secta del Perro, con Diógenes y Antístenes al frente, es notable: en ambos casos, la libertad (autonomía personal, soberanía sobre uno mismo), postulada como condición de la felicidad, exige una renuncia al trabajo enajenador, a la dependencia económica, por lo que se expresará en un estilo de vida deliberadamente austero, definitivamente sobrio. Esto los aleja del “hombre económico”, del payo mayoritario, que ya no sabe organizar sus días de espaldas al capital, como denunció bien pronto el cante: “Gachó que no habiya motas [que no tiene dinero] / es un barco sin timón”.

La exclusión del productivismo (y de la razón instrumental, crasamente económica, en que se asienta) viene en parte determinada por la condición nómada, que favorece la actividad recolectora en elusión de la agricultura, la caza alimenticia en detrimento de la industria cárnica, la artesanía elemental contra la complejidad fabril, el pequeño comercio de subsistencia frente al tráfico mercantil masivo y, en la base, la propiedad familiar o clánica en perjuicio de la acumulación individual (J. Bloch). Además, en la medida en que la vida errante ubica a sus actores en una especie de presente ensanchado, en un tiempo ahora insuperable, forzándoles a desenvolverse sin proyecto, sin programa; en esa proporción, la estructura de pensamiento nómada-oral se resguarda eficazmente, por un lado, de los idola fundadores del Productivismo, de sus cláusulas metafísicas (Naturaleza, Necesidad, Trabajo, Progreso,…), y, por otro, de su criterio de racionalidad, puramente estratégico o instrumental (voluntad de empresa, lógica contable, plan teleológico,…). En relación con este último aspecto, podría hablarse de una cierta impermeabilidad tradicional romaní al fenómeno técnico (en la acepción no-restrictiva, no meramente maquinística, de J. Ellul: búsqueda privilegiada de la eficiencia, de la opción racional óptima).

El anti-productivismo gitano, por último, plegado sobre prácticas y estrategias de supervivencia que podríamos llamar eco-biológicas, apenas lesiona el medio ambiente, apenas deja huella destructiva en la biosfera.

Perfectamente asumido por los propios gitanos, este anti-productivismo romaní, con la prioridad que confiere a la dimensión espiritual, pero también a las cosas más concretas y a los seres más cercanos, a lo lúdico, a la felicidad inmediata como valor, a la idea de libertad —expresión, en definitiva, de una terrenidad no-materialista—, ha seducido asimismo a no pocos payos ilustrados. Pensemos, p. ej., en “Kismet”, el bello poema de R. M. Rilke.

H) Aversión al Estado y a sus lógicas políticas

La idiosincrasia gitana ha sido siempre violentada por el poder del Estado, de un tipo u otro: ha padecido bajo el liberalismo, el fascismo y el comunismo. Desde la consolidación del Estado moderno, las administraciones locales, regionales y centrales advirtieron en el temple romaní un surtidor de contestación, un emanadero de disconformidad, y se dispusieron a cegarlo por todos los medios. En la base de esa operación, tendente al exterminio de la diferencia gitana, F. Grande situó “el rencor ante una manera de vivir que contiene la insumisión”.

El fascismo exhibió ante los gitanos su índole manifiestamente “racista” (perseguir la destrucción del otro, y no su reforma o conversión, en términos de C. Castoriadis); y cerca de 400.000 romaníes fueron eliminados en los campos de exterminio, casi la cuarta parte de la población gitana estimada para la época.

Bajo el comunismo, los gitanos fueron sedentarizados manu militari y como si se les hiciera un enorme favor. El ataque a su diferencia fue frontal: fin del nomadismo y de la oralidad, cancelación de su autonomía laboral, erosión de los vínculos familiares, escolarización destructora de la educación clánica, inculcación metódica de la lógica productivista,…

Liberté, película de T. Gatlif, arroja luz sobre el modo en que el liberalismo, incluso en sus formulaciones progresistas o izquierdistas (“sobre todo en ellas”, deberíamos decir), atenta contra aspectos esenciales de la idiosincrasia romaní. Alfabetizar, escolarizar, sedentarizar y regularizar la actividad económica no constituye solo una declaración de guerra a la tenacidad de la otredad gitana: garantiza, de facto, su erradicación. El Estado de Derecho, clave del fundamentalismo liberal, con su exigencia de igualdad ante la ley y con la hipocresía de su discurso multiculturalista, diluye la idiosincrasia romaní en la delicuescencia del folclor, del pintoresquismo, de la mera variación.

Que la Política (liberal, con referente estatal) es un asunto no-gitano apenas puede discutirse, pues la organización socio-política romaní, como apunta J. Salinas, miembro de Enseñantes con Gitanos, “consiste en la ausencia de estructuras de poder permanentes, transversales a los grupos de parientes”. La toma de decisiones colectivas, en ese contexto, adopta un carácter demoslógico, como hemos descrito al abordar la Kriss. De manera fluida e informal, los asuntos se comentan en los distintos ámbitos de la sociabilidad romaní, de reunión en reunión, en medio de un desorden aparente, hasta que termina fluyendo el criterio unitario de la comunidad, el parecer acorde del grupo. Cuando se debe tomar una resolución con urgencia, pesa particularmente la recomendación de los Ancianos, hombres y mujeres de respeto. Como los “líderes sin autoridad” de P. Clastres, el jefe del clan se encarga de llevar a la práctica el veredicto unánime, de traducir en hechos la opinión forjada por el grupo.

Comunidad desestatalizada, el pueblo Rom padece hoy la muy interesada invitación paya a que sus miembros ingresen en los partidos democráticos y en el conjunto de las instituciones públicas, como ha ilustrado J. Ramírez-Heredia, diputado gitano.

2) PERSECUCIÓN DE LA DIFERENCIA GITANA

A) Dos tecnologías para el altericidio: del Pogrom al Programa

La persecución de la otredad romaní ha transitado desde el Pogrom —en acepción ampliada del término— hasta el Programa, con diferencias de ritmo según los países.

Denominamos “Pogrom” a la tecnología primaria (virulenta, impregnada de violencia física) de erradicación de la diferencia, que se concreta en la sedentarización forzada, en la expulsión, en el apresamiento general, en la esclavización, en la masacre y en el genocidio. El “Programa” sobreviene cuando se reconoce al gitano la entidad de persona, sujeto de derecho, ciudadano, referente de garantías constitucionales en una sociedad de iguales ante la ley. Es entonces cuando se le erige en el objeto de un sinfín de proyectos, iniciativas, disposiciones, estrategias (“programas”), tendentes a facilitar su inserción en la sociedad mayoritaria. Acontece al fin lo que B. Leblon nombró “la aniquilación de los gitanos por la vía pacífica de la integración”; un exterminio de la idiosincrasia gitana por absorción de la fracción mayor “diversa” y expulsión del residuo inasimilable.

B) El paradigma español

Según B. Leblon, en España, desde los Reyes Católicos hasta fines del siglo XVIII, se aplicó una política de sedentarización casi única en Europa —lo normal era la expulsión—, que propendía la extinción de los gitanos por la vía discreta de la integración. “La sedentarización —sostiene— no era más que la primera etapa de un genocidio suave (…), un proyecto de exterminio del pueblo gitano”. Estaríamos ante un altericidio absoluto, si bien por vías no racistas: se aspira a reconvertir al otro, a suprimir su alteridad para hacerlo afín a lo nuestro.

A los gitanos se les persigue en la Península por su inobediencia. Y son indóciles por defender su idiosincrasia ante los poderes que pretenden disolverla. Todas las disposiciones padecidas por los gitanos se orientan contra ellos en la medida en que representan una opción vital y una disposición de la afectividad y del pensamiento que el lenguaje periodístico de nuestros días nombraría “anti-sistema”.

He aquí algunos hitos de esa persecución, en los tiempos del Pogrom:

Pragmática de 1499. En palabras de A. Gómez Alfaro: “A partir de la pragmática firmada en Madrid por los Reyes Católicos en el año 1499, la reducción de la «vida gitana» pasaría por la fijación domiciliaria y la dedicación a «oficios conocidos» (…). Se trataba de una peculiar «ley de extranjería» que concedía un plazo para la normalización, confiando en que abandonarían el Reino voluntariamente quienes rechazasen la permanencia tal y como les era ofrecida, y disponiendo a tales efectos una progresiva punición: azotes, cárcel, expulsión forzosa, corte de orejas para identificar a los reincidentes…”.

Ley de 1695. Se prohíbe a los gitanos salir de sus casas por otro motivo que no sea el cultivo de los campos. Pena de muerte si van armados.

Ley de 1717. Designa 41 pueblos como residencia exclusiva de los gitanos, donde vivirían estrechamente vigilados. ¿Gueto diseminado?

Ley de 1746. Añade 34 ciudades a la lista anterior, con la siguiente distribución: una familia por cada cien habitantes, sin permitir nunca más de una por calle o por barrio y con la obligación de mantenerse separadas.

Gran Redada de 1749. “Prisión simultánea, el día 30 de julio, en toda España, de 12.000 personas, hombres, mujeres, ancianos y niños” (A. Gómez Alfaro). Fueron ubicados en depósitos y arsenales, para su explotación como mano de obra, en régimen de trabajos forzados. “Apenas llegaron al centenar y medio los supervivientes de la redada cuando, dieciséis años más tarde, se decidiera su liberación, no tanto por motivos humanitarios, como por la falta de rentabilidad de aquella población, ya prematuramente envejecida, ya enferma y necesitada de una creciente asistencia sanitaria” (A. Gómez Alfaro). Con esta Prisión General de los Gitanos, el Pogrom alcanza su momento álgido, en una suerte de “solución final”…

Pragmática sanción de 1783. Concede libertad de oficios y domicilios a los “antes mal llamados gitanos”, pero conmina al abandono del nomadismo y de las ocupaciones irregulares, por lo que, según A. Gómez Alfaro, “respetando los propósitos de disolución social de toda la legislación anterior, recuperaba los principios de 1499”. Bajo el reinado de Carlos III se asiste, pues, a una modificación en la estrategia, ya que la pragmática se presenta como no-discriminatoria, en un aldabonazo de lo que hemos llamado “Pogrom difuso”.

El Programa empieza a respirar con la Carta Magna de 1931, que proclama la igualdad ante la ley de todos los españoles, si bien se perciben sus latidos en las disposiciones que derogaron la Pragmática sanción de Carlos III, en 1848. Secuestrado por el Franquismo (Reglamento de la Guardia Civil hasta 1978, Ley de Vagos y Maleantes, Ley de Peligrosidad Social,…), la Constitución de 1978 le presta alas definitivamente: cese de discriminaciones legales, igualdad de derechos… Puesto que la discriminación “a-legal” y la desigualdad “de hecho” no admiten embozo, el Programa podrá continuar con la empresa histórica de supresión de la gitaneidad justificando sus realizaciones (planes, agencias, proyectos,…) como paliativos.

Un escritor romaní manifiesta su amargura ante el devenir de la condición gitana en los tiempos que se proclaman respetuosos de la diferencia:

Ojalá no sea cierto lo que digo; pero, por este camino, los gitanos tendremos que disfrazarnos para defendernos de los que nos quieren salvar a toda costa (…). Ser gitano es cada día más difícil y problemático, y parece que no tenemos más solución que acomodarnos en la marginación y en la pobreza o, al fin y al cabo, adherirnos a otras pautas, a otras normas, a la otra cultura, dejando de ser gitanos a nuestro propios ojos y a los ojos de los demás” (A. Carmona Fernández).

No obstante, la mayor parte de los romaníes “cultos”, filtrados por el aparato educativo payo, (diplomados, licenciados, doctores…), han sido reclutados para el integracionismo y colaboran en la deslavadura programada de la idiosincrasia gitana. Bajo el concepto de “integracionismo” englobamos las diversas líneas de reflexión y de praxis política reformista que, escudándose en la necesidad de promover, para todos los ciudadanos, una efectiva igualdad ante la ley (combatiendo discriminaciones reales, posiciones de partida desventajosas, estereotipos que cunden en la opinión pública e incluso en los aledaños de la Administración, enfoques ideológicos o prejuiciados, etc.), alientan en realidad la adaptación de la alteridad psicológica y cultural a las pautas hegemónicas en la sociedad mayoritaria; es decir, la cancelación de la diferencia en el carácter y en el pensamiento, la supresión de la subjetividad y de la filosofía de vida otras, en beneficio de la mera incorporación a los valores y a las estructuras socio-políticas de las formaciones democráticas occidentales —consideradas, de modo tácito o explícito, ora superiores, ora preferibles. Desmoraliza que esa perspectiva integradora, justificadora del statu quo, avalada para nuestro caso por T. San Román, tenga también eco en la producción académica calé y colonice sectores de aquel círculo payo que se soñaba “amigo del gitano”.

C) Alteración del modelo en el resto de Europa

Aunque en todo el continente se materializa el tránsito desde la virulencia primaria del Pogrom a la modernidad social-cínica del Programa, se acusan determinadas alteraciones regionales que cabe destacar. El Programa sanciona hoy su hegemonía en Occidente; pero esa primacía extendida, indiferente a la orientación neoliberal o socialdemócrata de los distintos gobiernos, se ha alcanzado siguiendo vías localmente particularizadas.

Con deslizamiento en las fechas, Francia reproduce el modelo de España, pero persiguiendo desde el principio la expulsión y no la sedentarización forzada y pesquisada: la primera reprensión oficial se da en 1539, con una orden de expulsión proclamada por el Parlamento de París; en 1660, Luis XIV ordena “a todos aquellos que se llaman bohemios o egipcios, u otros por el estilo, que abandonen el reino en el plazo de un mes, bajo pena de galeras u otro castigo corporal” (J. P. Clébert). Y, por fin, en 1682, también con Luis XIV, se alcanza el extremo del Pogrom, con una suerte de Gran Redada que apresa a todos los hombres y los condena a penas de galeras a perpetuidad (las mujeres serían rapadas si perseveraban en la “vida de bohemios”, y azotadas y expulsadas si reincidían tras el corte del cabello; los niños no aptos para las galeras serán recluidos en hospitales). El pasaje al Pogrom difuso, que prepara el advenimiento del Programa, en Francia se adelanta unas décadas: por el edicto de 1740, los gitanos ya no están obligados a abandonar el reino, sino a buscar trabajo —“coger empleos, ponerse en condiciones de hacerlo bien, o de ir a trabajar las tierras u otros menesteres y oficios de los cuales puedan ser capaces” (J. P. Clébert).

Por último, el tránsito francés al Programa, para el que la legislación revolucionaria de fines del XVIII había allanado las vías, se ve relentizado paradójicamente por la ley de 1912. Esta ley considera a todo gitano errante como “gente del viaje” y le obliga a presentar, ante cualquier requerimiento de la autoridad y en todas las localidades en que pernocta, un “carné antropométrico” sumamente complicado y en sí mismo humillante, visado por los agentes municipales (el jefe del clan debe aportar, además, otra cédula, esta colectiva, en la que se describe a todos los miembros del grupo). Plenamente vigente hasta mediados de 2015, este carné de nómada salva temporalmente al gitano vagante del sistema educativo estatal. En Bélgica, un carné de identidad de apátrida, renovado cada tres meses, permitía también la vigilancia minuciosa del nomadismo, con el efecto colateral de librar a los niños de las garras de la Escuela.

En Alemania, el Pogrom se manifiesta con toda su crudeza, bajo las coordenadas de un racismo desnudo que alcanza la cota decisiva de la eliminación física. Decretos de expulsión en los siglos XV, XVI y XVII; y ordenanzas de detención y ejecución inmediatas desde el siglo XVIII, en una prefiguración casi exacta de la “solución final” nazi. M. Block nos ha transcrito la ordenanza promulgada en Aquisgrán, en 1728:

Hemos decidido que si se divisa en el territorio de Aquisgrán a estos gitanos, bandidos armados y agrupados, y a otras bandas sin ley, se nos informe inmediatamente con el fin de mandar contra ellos la milicia necesaria; y la persecución se llevará a cabo con celo, al son de las campanas. En caso de ser alcanzados, lo mismo si los gitanos resisten como si no, serán ejecutados inmediatamente. De todas formas, a aquellos a quienes sorprendieran y no pasaran a la contraofensiva, se les concederá como máximo media hora para arrodillarse e implorar, si así lo desean, del Todopoderoso, el perdón de sus pecados y prepararse para la muerte…” (citado por J. P. Clébert).

La sombra de este Pogrom visceral se proyectará en Alemania hasta el final de la II Guerra Mundial. La cámara de gas fue el destino, en 1945, de los 400.000 gitanos recluidos en campos de concentración. Terminada la guerra, el Gobierno Federal inaugura la fase del Programa.

En el Este de Europa, el modelo se ve alterado por una circunstancia relevante: la esclavitud romaní, que no puede darse por definitivamente cancelada hasta mediados del siglo XIX. Los gitanos pertenecían en cuerpo y alma a los soberanos y a los señores, jefes guerreros y terratenientes. Se vendían por familias enteras, adultos y niños, casi como ganado, en mercados terribles… En toda esta zona, el Programa se afirma bajo el período comunista, cuando los romaníes son considerados ciudadanos como los demás, en ausencia de toda discriminación. Tras el fracaso del socialismo real, se reactivará la pasión nómada de los romaníes, que empezarán a dispersarse por el área, recalando en distintos países —en todos ellos, con la Escuela como avanzadilla, les aguardará la versión capitalista del Programa…

En el Norte de Europa, los gitanos padecen en muy menor medida los horrores del Pogrom, pudiéndose desenvolver con considerable libertad, conservando mejor su idiosincrasia, confundiéndose y hasta mezclándose con otros grupos nómadas. Menos afectados por el Pogrom, caerán no obstante por completo en las redes del Programa, intensificado allí donde arraigan las administraciones “bienestaristas”.

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[Presento una síntesis de «La gitaneidad borrada», ensayo que aborda uno de los más invisibilizados etnocidios europeos contemporáneos. Fue compuesta por solicitud de la revista vasca Ekintza Zucena, donde apareció bajo el título «Si alguien te pregunta por nuestra ausencia» y con «No más gitanos» como segunda denominación. El estudio se puede descargar íntegro desde mi blog: https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2014/02/la-gitaneidad-borrada-si-alguien-te-pregunta-por-nuestra-ausencia.pdf%5D

Pedro García Olivo

Buenos Aires, 16 de febrero de 2019

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

LA EXISTENCIA COMO LASTRE Y EL CONTRATIEMPO DE LA CRÍTICA

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on febrero 13, 2019 by Pedro García Olivo

Bajo la modernidad occidental, la existencia de las gentes queda definitivamente aherrojada bajo una forma doble de racionalidad estratégica; y nos desvivimos entre una lógica material depravada que nos lleva a comportarnos como meros «seres económicos» y una lógica insensata de la obediencia política que nos erige en lamentables «ciudadanos».

Pero no ha sido necesariamente así en todo lugar y en todo tiempo; y no siempre han actuado de esa manera casi todos los hombres y casi todas las mujeres.

Porque, contra la razón instrumental, se ha levantado en cualquier parte y en cualquier época, aunque ciertamente ayer más que hoy y allá más que aquí, una disposición negadora y festiva, dichosa e imprudente, aficionada a practicar la crítica como el último contratiempo y a combatir sin descanso esa vida ordenada que se padece como un lastre; una disposición, antiautoritaria por antipedagógica y libertaria por desistematizadora, que nombramos «lúdica» y sobre la que es casi imposible escribir sin una sonrisa entre los labios.

De ella saben los niños, las gentes que no se nos parecen, tantos locos hermosos, los marginales voluntarios, los perdedores esforzados y deliberados, los extraviados a consciencia…

Presento «En defensa de la razón lúdica», ensayo que forma parte de mi último libro («Antipedagogía. La vida como lastre y el contratiempo de la crítica»), obra en fase de revisión formal.

https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2019/02/en-defensa-1.pdf

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 13 de febrero de 2019
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

TOPOGRAFÍA DE UNA RAZÓN LÚDICA SUBVERSIVA

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1. Juego reproductor
1. Para identificar, con toda precisión, el tipo de juego que cabe caracterizar como “reproductivo”, sobra con hojear la producción científica en torno al asunto. En las obras de los psicólogos, de los sociólogos, de los historiadores, de los investigadores académicos en general, se dibuja una interpretación del juego y de sus “bondades” que subraya su funcionalidad de cara a la adaptación social satisfactoria de los menores. El juego sería como una “herramienta” imprescindible para el desarrollo psicológico, cognoscitivo y socio-cultural de los niños… Propendería, de algún modo, la aceptación del mundo que le sirve de contexto, la asunción del orden social bajo el que se despliega. A este respecto, cabría retomar la crítica de J. Ellul a los planteamientos de M. Montessori: ¿Qué hay de “positivo” en una instancia (la Escuela o el juego) encaminada a facilitar la “integración” de la población, procurando hacer más dichosas, más felices, a unas gentes que, si atendemos a los rasgos objetivos de la sociedad en que se desenvuelven (injusta, opresiva, destructora…), deberían sufrir intensamente, hundiéndose en el desasosiego y en la desaprobación?
No solo se asiste a un “avance” de la ciencia contra el “juego libre”, procurando limar sus aristas críticas; también se invita a los adultos, a los terapéutas, a los padres, a los hermanos mayores en ocasiones, a intervenir en la esfera lúdica “reproductiva”, siguiendo las pautas de los científicos…
En razón de esta connivencia profunda, y como señalara en su día J. Huizinga, las sucesivas interpretaciones sobre el juego, emanadas desde el campo científico, pueden perfectamente sumarse las unas a las otras, insertándose en una lectura superior abarcadora. Cada autor subraya un aspecto, desarrolla una cuestión, aporta este o aquel matiz, pero siempre en la aceptación del terreno de juego establecido, sin cambiar el tablero y apenas moviendo piezas secundarias, por expresarlo de esta forma.
Esta índole complementaria de las aproximaciones académicas a la dimensión lúdica queda muy bien reflejada en la panorámica que nos ofrece A. Cabrera Angulo. No solo cabe conciliar perfectamente las distintas perspectivas, sino que, en determinados aspectos, llegan a solaparse, a superponerse:

“El foco de atención se ha centrado en cuatro funciones del juego: 1) las intrapersonales (capacitación personal para el desenvolvimiento social, desarrollo cognoscitivo de la propia individualidad, ejercitación de las facultades de exploración y compresión del mundo, adiestramiento en el dominio de conflictos, satisfacción de deseos…); 2) las biológicas (desarrollar habilidades básicas necesarias, liberar energía excesiva, relajarse, estimulación cinestética, ejercitar físicamente el organismo); 3) las interpersonales (desarrollo de las habilidades sociales y separación e individuación ante los grupos); 4) las socioculturales (imitación de papeles sociales, asunción de roles, reproducción de los caracteres sociales dominantes).

Y las teorías psicoanalíticas, desde S. Freud, enfatizarán el papel del juego en el desarrollo emocional del niño. Nos hablarán de su “función catártica” (exteriorización de sentimientos negativos, asociados a eventos traumáticos), del modo en que permite al menor asimilar y superar experiencias desagradables, confrontar frustraciones de su vida social, etcétera. El juego aparecerá siempre como un “medio de expresión”, ya de necesidades, ya de instintos, ya de deseos inconscientes, ya de conflictos emocionales. Obedeciendo al “principio del placer”, y desde la asunción por el niño de su “irrealidad”, de la suspesión de lo real para propiaciar un manejo simbólico de los problemas, el juego acturá como una herramienta casi “reparadora” de crisis e inestabilidades interiores, al tiempo que suscita una aproximación experimental al principio de realidad social.
Esta orientación, con gran predicamento en la década de los ochenta (investigaciones de Neubauer, Moran, Arlow, Cohen, Gavshon, Ostow, Solnit, Laub, etcétera), suele resolverse en un conjunto de “recomendaciones” a los padres, a quienes se asigna un papel de “mediadores” en los juegos y de “proveedores de límites” (estimados imprescindibles para el desarrollo de las capacidades adaptativas de los niños): que incrementen su receptividad y estimulen sistemáticamente los juegos en los que se expresan fantasías, de modo que faciliten un desarrollo armónico de las nacientes estructuras psíquicas antes de que se establezca la “barrera de la represión”; que concilien un papel de “supervisión” con la expresión de sentimientos de placer y de diversión en la interacción lúdica, etcétera.
Dentro de esta corriente, R. Eifermam, en 1987, analizó los “juegos con reglas”, sujetos a procesos de transmisión y de recreación análogos a los de los mitos y cuentos de hadas. Para este autor, en tales juegos se “expresan” las fantasías, los impulsos creativos y los conflictos del niño ante los sitemas de pautas. En el caso de los niños mayores, y más allá de ese papel “expresivo” remarcado por toda la tradición psicoanalítica, el juego reglado puede servir también para el ocultamiento de los problemas, angustias y ansiedades desencadenados por los conjuntos normativos.
Desde la teoría de la comunicación, G. Batenson, a mitad de siglo, recalcará la índole “paradójica” del juego: los niños elaboran primero los marcos y contextos del juego, para evidenciar que los participantes ingresan en un mundo “no real”, en el que solo serán admitidas determinadas conductas; a partir de ahí, se esfuerzan por “hacer creer”, por conferir verosimilitud a cuanto acontece, en un acto de comunicación a varios niveles que les permite descubrir y vigilar sus propias identidades, acceder a los caracteres de los otros jugadores, comprender el significado en la vida real de los objetos y de los actos involucrados en la ficción lúdica. Desde 1955, y en parte por la influencia de los escritos de Batenson, ha ido creciendo el interés por los aspectos comunicativos y metacomunicativos del juego.
Corresponderá a la perspectiva neoconductista, en el marco de una atención a las utilidades del juego para el desarrollo social, apelar directamente al papel de los padres, de los maestros, de los adultos en general, en el estímulo y en la expansión de las, tan benéficas, actividades lúdicas. Como, desde este punto de vista, el juego enseña a los niños habilidades sociales necesarias y les proporciona competencias y conocimientos sociales asimismo imprescindibles, como las actitudes y capacidades requeridas y desarrolladas por el juego, no menos que los roles que en él asumen los participantes, se erigen en “facilitadores” del desarrollo social, toda una hueste de investigadores nos hablará de los modos y beneficios de aquella aplicacion de los adultos (madres, padres, hermanos mayores, familiares, amigos, maestros) en la esfera lúdica. Esta “intervención”, reclamada y casi normatizada, será entendida como estímulo, “influencia” y, a fin de cuentas, “conducción”… Autores como Radke-Yarrow, Bandura, Skinner, Hoffman, Copple, Siegel y Saunders…, nos propondrán que, a través de “reforzamientos” (“positivos”, como la atención, la aprobación y el afecto, y “negativos”, tal el castigo), “moldeamientos” (servir de “modelos”, suministrar referencias dignas de imitar) e “instrucciones” (concretadas en métodos como el “distanciamiento”, que ubica al menor en un horizonte hipotético, separándolo de su realidad concreta, de su “aquí y ahora” o tal la “explicación”, adaptada a su nivel de desarrollo social y cognitivo), nos impliquemos, activa y conscientemente, en el universo lúdico de los niños, de lo que se seguiría un bien para los menores y un impulso al desarrollo social.
Muy considerable ha sido la influencia de las teorías cognoscitivas a la hora de interpretar el juego. J. Piaget, por un lado, y L. S. Vygotski, por otro, aparecen como autores de referencia en esta línea de investigación.
Para Piaget, el niño atraviesa diferentes etapas cognoscitivas hasta alcanzar procesos de pensamiento propios de un adulto. A cada nivel de desarrollo corresponde un tipo de juego, de experiencia lúdica, por lo que tendríamos tres clases de juego asociadas a tres fases evolutivas del pensamiento: el juego como simple ejercicio, el juego simbólico y el juego reglado. En la “etapa senso-motriz” (desde el nacimiento a los dos años) el niño aprende a través de la actividad, la exploración y la manipulación constante. En esta fase, los menores se ven envueltos solo en “juegos de práctica o de ejercicio”, que consisten fundamentalmente en la repetición de movimientos físicos, no pudiendo participar en juegos de simulación o dramatización. En la “etapa pre-operativa” (de los dos a los seis años), el niño representa el mundo a su manera y actúa sobre tales representaciones como si creyera en ellas; es la fase de inicio del “juego simbólico”, en la que el menor se prodiga en imágenes, expresiones y dibujos fantásticos. En la “etapa operativa o concreta” (desde los seis o siete hasta los doce), la comprensión todavía depende de experiencias inmediatas con hechos y objetos y, aunque ya se han asumido ciertos procesos lógicos, no se vincula a ideas abstractas o hipotéticas. A partir de los doce años, se entra en la “etapa del pensamiento operativo formal”, en la que el niño ya razona de manera lógica y formula y somete a prueba hipótesis y abstracciones. En esta fase, el “juego reglado” alcanza su máxima expresión.
Con este esquema evolutivo, Piaget inserta el asunto del juego en su teoría general. Para él, los actos biológicos son actos de adaptación al ambiente físico y a las organizaciones del medio. Como, en su opinión, la mente y el cuerpo no funcionan de forma independiente, la actividad mental estaría sujete a las mismas leyes que rigen, en general, la actividad biológica. Por ello, los actos cognoscitivos pueden contemplarse como actos de organización y adaptación al medio; y es en este contexto en el que cobra importancia el juego. Pero el niño no aprendería nuevas habilidades cuando juega: estaría, más bien, practicando y consolidando las habilidades recién adquiridas. Es decir, en el juego no dominaría el proceso de la “acomodación” (modificación de esquemas existentes como resultado de nuevas experiencias), sino el de la “asimilación” (incorporación de nuevos objetos y experiencias dentro de esquemas existentes). Concibiéndose el desarrollo como una interacción entre la madurez física (organización de los cambios anatómicos y fisiológicos) y la experiencia, la acción y la resolución autodirigida de problemas se hallaría en el centro del aprendizaje y de la evolución; y ahí, como un balance o desequilibrio entre los procesos de “acomodación” y “asimilación”, volcándose sobre los segundos, aparece, con toda su importancia, el juego, imprescindible para la consolidación de las habilidades que se van adquiriendo progresivamente.
Sin romper de un modo rotundo con la teoría general de Piaget, la llamada “escuela soviética”, con Vygotski en primera línea, sí introduce algunas correcciones y matizaciones importantes. El juego se percibe como un fenómeno de tipo social, cuya comprensión debe rebasar el ámbito de los instintos y de las pulsiones internas e individuales. Al lado de la línea evolutiva biológica (preservación y reproducción de la especie), el ser humano se ve constituido también por una línea evolutiva socio-cultural (organización propia de una cultura y de un grupo social). A través del juego, entonces, el niño no solo actúa sobre su entorno concreto, en un dinámica absorbida por su mero ser individual: al contrario, así como interacciona con otras personas, adquiriendo roles o papeles sociales, lo hace con la cultura en su conjunto. Desde esta posición, que subraya los aspectos afectivos, motivacionales y circunstanciales del sujeto, cabe reprochar a Piaget un cierto “reduccionismo”, un relativo encierro en lo meramente cognitivo… Frente a su “teoría psicogenética”, admitida la ampliación del enfoque propuesta por Vygotski, un conjunto de autores han ido cultivando la teoría cognoscitiva bajo una visión histórico-cultural. Se centran en aspectos concretos o poner de relieve circuntancias particulares, sin alterar los marcos de esta variante histórica, social y cultural del “constructivismo” cognoscitivo.
Y Bruner destaca que el juego promueve la creatividad y la flexibilidad, ya que en él los niños no se obsesionan con lograr una meta definida. De este modo, se capacitarían para afrontar y resolver problemas imprevistos en la vida real. Y Dansky se interesa especialmente por los juegos de “hacer creer”, capaces de incrementar la creatividad y la divergencia en el pensamiento. Y también Sutton-Smith valora muy positicamente las transformaciones simbólicas vinculadas al “como si” de todos los juegos de “hacer creer”: flexibilizan el pensamiento del niño y lo resguardan de tópicos y asociaciones mentales convencionales. Y Pellegrini y Wolfgang ensalzan todavía más estos juegos, sosteniendo que incrementan la capacidad lingüística, la habilidad lecto-escritora e incluso la comprensión de la historia. Etcétera.

Alrededor de estas cuatro grandes corrientes interpretativas del juego (psicoanalítica, comunicativa, neoconductista y cognoscitiva), que, como hemos visto, se complementan en muchos aspectos y resultan hasta cierto punto conciliables, encontramos un sinfín de teorías mixtas y algunos planteamientos en cierto sentido “singulares”, cuya revisión acentúa aquella sensación de un gran consenso de fondo, de un gran acuerdo en la dirección de un concepto “reproductivo” de la actividad lúdica. De una forma un tanto desordenada, saltando en el tiempo hacia adelante y hacia atrás, podemos cerrar esta revisión de la aproximación “cientificista” al juego, recordando algunos nombres…
Siguiendo los postulados de Darwin, Karl Groos (1902) atendió al juego como preparación para la vida adulta y la supervivencia. Su “tesis de la anticipación funcional” ve en el juego un “pre-ejercicio” de funciones necesarias para etapas posteriores de la vida. De ese “pre-ejercicio” nace el símbolo, muy importante para el desarrollo de la capacidad de abstracción del menor. En 1855, Spencer relaciona el juego con el “exceso de energía”: como las necesidades de los niños son satisfechas por otros, estos requieren de un medio para liberar y dar rienda suelta a la energía acumulada. En 1904, Hall propuso una curiosa teoría “evolucionista”: el niño, desde que nace, va realizando a través de sus juegos una suerte de “recapitulación” de la historia natural de la especie humana (un animal, al principio; luego, un salvaje; un civilizado, finalmente). En 1935, Buytendijk contradice a Groos y se representa el juego como una plasmación de características propias y distintivas de la infancia, como el deseo de autonomía, muy diferentes de las que se manifiestan en la edad adulta. Un año antes, Claparede remite la diversidad del juego a la forma de interactuar de cada persona concreta, tal una actitud de cada organismo dado ante la realidad. Por las mismas fechas, Bühler sitúa en el placer la esencia del juego. En 1980, Elkonin, representante de la “escuela soviética”, remarca que en la acción lúdica el niño pretende resolver deseos insatisfechos mediante la creación de una situación fingida. En el juego, actividad fundamentalmente social, el niño se conoce a sí mismo y a los demás. Un año después, Smith y Robert presentan la “teoría de la enculturación”: los valores de la cultura se expresan en los juegos de los niños y mediante ellos se internalizan. Bronfenbrenner, con su “teoría ecológica”, describe los diferentes niveles ambientales o sistemas que condicionan el juego. Winnicott nos habla de la “seriedad” de los niños al jugar, de los “objetos transicionales” vinculados al juego y que nos permiten conciliar la realidad con el mundo interno, de cómo mediante la actividad lúdica el niño se va separando de la madre y adquiriendo consciencia de su propia capacidad de creación autónoma y para el control de la realidad. G. Mead analiza el juego como una de las condiciones sociales en las que emerge el “Sé” y también empieza a definirse el concepto del “Otro”. Etcétera.

2. Un caso paradigmático de la neutralización teórico-política del juego lo constituye “Homo ludens”, de J. Huizinga. Este reclutamiento “reproductor” de la actividad lúdica no es incompatible con la circunstancia de conferirle un protagonismo inmenso en la esfera de la cultura y hasta una soberbia centralidad en un postulado “en sí” de lo humano. La definición de “juego” propuesta por este autor, que pretende incluir todas las modalidades de lo lúdico, se halla interesadamente volcada sobre el juego reglado, el menos libre de los juegos, y puede por ello privilegiar la “competencia” como uno de sus rasgos fundamentales. En Huizinga, el juego es a-lógico, a-económico y a-político, en cierto sentido, pero ya no conserva ningún aspecto inquietante, denegador, subversivo: antes al contrario, estando en la base de la cultura, se haya también vinculado, por ejemplo, al derecho, a la guerra, a la ciencia, a lo sacro, al arte… En su proceder analítico hay una suerte de “trampa” determinante: una definición “estratégica” de juego, con rasgos elegidos arbitrariamente (carácter reglado, encierro espacial y temporal, competencia entre los participantes, etc.) que parten del “acto de jugar” y que también se dan en las restantes esferas de la cultura o de la actividad humana. Cuando alguno de los rasgos del juego, así entendido, se presenta también en otro ámbito o dimensión (“tensión”, “regla”, “misterio”, “como si”…), se considera que, más allá de la mera coincidencia o analogía, es el juego mismo el que, de algún modo, está incidiendo o está actuando, dejando su impronta, en la correspondiente esfera. De ahí que se magnifique e hiperbolice lo lúdico casi como motor o sustancia de la humanidad toda…
Para todo esto, es necesario que Huizinga prácticamente desconsidere el tipo de juego que a nosotros más nos interesa: el juego sin reglas, cooperativo, en el que varias personas disfrutan juntas, “creando” y no siguiendo reglas, “inventando” y no obedeciendo, colaborando y no compitiendo…
He aquí los rasgos que el historiador y filósofo atribuye al juego, decisivos para su “hipervaloración reproductiva” de la actividad lúdica: libertad, “como si”, seriedad, desinterés, carácter “imprescindible”, índole “sagrada”, limitación o encierro espacial y temporal, repetición, orden, “tensión”, regla, asociación, misterio, faceta representativa o agonal (lucha), aspecto no-instintivo, “cósmico”, festivo,… De estos rasgos, nosotros aceptamos, pensando en el juego no-servil, la libertad, un circunstancial “como si”, el carácter eventualmente representativo, la seriedad, el desinterés, la tensión y la proyección cósmica. Y desestimamos con fuerza su índole necesariamente “reglada”, “ordenada y ordenadora”, “limitada espacial y temporalmente”, “agonal”, “competitiva”…
El propio Huizinga, en el trance de resumir su caracterización del juego, para proponer una definición escueta, realiza una suerte de “selección” de los rasgos que, a lo largo de las páginas de “Homo ludens”, ha ido anotando. Requiere esa “selección” para avanzar en el sentido contrario al nuestro: el juego ya no va “contra” la sociedad y “contra” la cultura, sino que está en su esencia, en su fundamento, en su base ‭—‬en el lenguaje, en el derecho, en la ciencia, en al arte, en la poesía, en la guerra… Como un “pantocrátor”, está en todas partes… He aquí su “definición”: “El juego es una acción u ocupación libre, que se desarrolla dentro de unos límites temporales y espaciales determinados, según reglas absolutamente obligatorias, aunque libremente aceptadas, acción que tiene su fin en sí misma y va acompañada de un sentimiento de tensión y alegría y de la consciencia de ser “de otro modo” que la vida corriente”. Pero si el juego, como nosotros lo percibimos, es más una “actitud” que un mero “acto”, esos límites espaciales y temporales no existen, como tampoco las reglas; y solo así se entiende la posibilidad de una “disolución” del acto de jugar en una esfera más amplia e indefinida que contemple también el acto de trabajar y el acto de aprender…
En otro pasaje, Huizinga apunta: “El juego, en su aspecto, formal, es una acción libre ejecutada “como si” y sentida como situada fuera de la vida corriente, pero que, a pesar de todo, puede absorber por completo al jugador, sin que haya en ella ningún interés material ni se obtenga de ella provecho alguno, que se ejecuta dentro de un determinado tiempo y determinado espacio, que se desarrolla en un orden sometido a reglas y que da origen a asociaciones que propenden a rodearse de misterios o a disfrazarse para destacarse del mundo habitual”. ¡Para nada el juego genuino, no avasallado por el poder o el capital, se desarrolla en un “orden sometido a reglas”, para nada se halla “limitado” o crea “asociaciones misteriosas propensas al disfraz!

3.Más allá del caso de Huizinga, hay una dificultad, estimo que insalvable, en todas las teorizaciones psicológicas, sociológicas, biológicas, en torno al juego. Ya que proceden de ciencias experimentales, orgullosas de sus basamentos empíricos y de sus ortodoxias metodológicas, cabe preguntarse si su “campo de observación” ha sido suficientemente amplio, lo bastante “completo”; si las “muestras” a partir de las cuales alcanza sus conclusiones validan afirmaciones tan “genéricas”, con presunción de “universalidad”. Por ejemplo: Piaget, para alumbrar su psicología evolutiva del niño, con tantas fases y etapas, con tantos procesos de transición y de discontinuidad, etcétera, ¿incluyó en su “mesa de pruebas”, en su “banco de datos”, en su “territorio de análisis”, los comportamientos y las actitudes de los niños de los grupos sociales subalternos, de los menores de los colectivos “marginales”, que no se dejan interrogar, ni mucho menos “estudiar”, de los infantes de los grupos nómadas, perfectamente ágrafos, de los niños de las otras culturas (islámica, del África Negra, de los pueblos originarios latinoamericanos…)? Me temo que no; me hallo persuadido de que esos estudios se han centrado mayoritariamente en el niño blanco occidental, e incluso en el niño de clase media occidental, por lo que no pueden “proyectar” o “extrapolar” sus conclusiones.
A esta primera dificultad se añade una segunda, complementaria. Imaginemos que Piaget, o Vigotsky, o cualquier otro, hubiera partido de una “muestra” de menores bien completa, extensa, rigurosa y compleja, con exponentes de todos los grupos sociales y de todas las culturas. Imaginemos que, a partir de ahí, obtienen sus tablas, sus periodizaciones, sus tesis… Imaginemos que tales conclusiones llegan a parecer “irrebatibles”, coincidentes con las sensaciones de la mayor parte de las personas, que su “efecto de verdad” es poderosísimo… En ese hipotético (y raro) caso, ¿las tesis sobre las etapas y la evolución psíquica del niño, en relación con el tema del juego, tienen que derivar irremisiblemente de un “en sí” de la infancia, de una suerte de genericidad o esencia, de una determinación establecida biológicamente, genéticamente, de un sustrato inscrito por necesidad en el “ser”de los menores, de todos los menores, al margen de las formaciones socio-culturales en las que se desenvuelven y de su distinto devenir en el tiempo?
Porque, aunque admitiéramos que tales procesos son ciertos, incuestionables, siempre cabría suponer que no responden a cuestiones físico-biológico-psíquicas, constituyentes de una especie de “naturaleza” de los niños, sino que son fruto de las condiciones sociales, culturales, históricas que están afectando, en el marco de la globalización civilizatoria occidental, a casi todo infante sobre la Tierra. Expuestos a una biopolítica global, que incluye una escolarización global, a unas tipologías de familia globales, a una interacción reglada global, a una ética global, a unos peligros globales y a unos engaños globales, los niños de todas las culturas se parecen cada día más y tienen unos desarrollos bio-psíquicos, unas estructuras caracteriológicas y unas mutaciones de la personalidad crecientemente convergentes, de alguna forma “dictados” por esas instancias socio-políticas comunes que se ciernen sobre sus vidas. No habría nada de “natural”, de “genético”, de “psico-inmanente” en los procesos de juego de los niños; y sí un resultado de las estrategias socializadoras del capitalismo mundializado. Las teorías tipo-Piaget pueden considerarse etnocéntricas, “innatistas”, naturalistas.

4. “El saber es poder”, se dice sin cesar… Y, desde su refundación moderna, la Ciencia se ha plegado a los objetivos de la política. Hasta tal punto es así, que hoy nos hallamos literalmente saturados por una sobreproducción científico-política tendente a optimizar el rendimiento psicológico e ideológico del “juego reproductor”. Toda una publicística entusiástica se está dedicando a “cantar” las excelencias del juego (reglado, competitivo, servil, en la mayoría de los casos) y sus magníficos aportes a la “seguridad democrática”, a la “convivencia nacional”, a la “salud de las sociedades”, al “proyecto revolucionario”, etcétera. Aunque esta apologética burda del juego esclavo y esclavizante puede orientar su afán legitimador en muy diversas direcciones (desde el fascismo hasta el comunismo, pasando por todas las variantes cosméticas del liberalismo), se percibe cierta hegemonía de las tendencias de filiación socialdemócrata, “reformistas” o “progresistas”, en la línea del Estado Social de Derecho. Como botón de muestra, podemos citar “Dimensión política del deporte y la recreación”, artículo de Álvaro Córdoba Obando. Para este autor, “el deporte y la recreación son dispositivos que contribuyen a la consolidación de la seguridad democrática”. Elaborado desde la perspectiva de la gestión pública municipal (es decir, desde la Administración), el texto constituye casi una compilación de los “conceptos-fetiche”, de los eslóganes, de los eufemismos enmascaradores y de los tecnicismos ideológicos sobre los que se levanta la mitificación “social-reformista” del juego no-libre: “seguridad democrática”, “participación ciudadana”, “convivencia”, “progreso”, “diálogo interdisciplinar”, “DDHH”, “gasto público social”, “responsabilidad del Estado”, “equidad”, “inclusión social”, “desarrollo humano integral”, “poblaciones en condiciones de vulnerabilidad”, “universalidad de los derechos”, “incorporación de la población”, “soberanía popular”, “cumplimiento de una función pública”, “ejercicio de ciudadanía emancipada”, “recuperación y resignificación del espacio público”, “identificación y análisis de los actores sociales”, “diseño de estrategias comunitarias y pedagógicas”, “formación de ciudadanía”, “comunicación pública”, “corresponsabilidad”, “trasparencia”, “control social”, “cultura democrática”, “empoderamiento ciudadano”, “fortalecimiento del tejido social”, “gobernabilidad democrática”, “formación ética del profesional para la gestión”, “la Universidad como productora de conocimiento y como formadora de agentes transformadores sociales”, “valores humanos”, “sociedad compleja y en crisis”, “interinstitucionalidad”, “intersectorialidad”,… Articulando todos esos engendros terminológicos, al modo estándar del ciudadanismo bienestarista, el autor alcanza la conclusión más tópica: el deporte y la recreación representan “una inmensa riqueza para la salud de las sociedades, para la sobrevivencia de la especie humana, para la sostenibilidad, para la equidad y para la paz mundial”. Particularmente, se insiste en que contribuirían a “disminuir los niveles de inequidad y exclusión social en nuestra sociedad”. El juego, pues, al servicio de la democracia liberal…
Pero no es muy distinto el estilo de las racionalizaciones socialistas del juego servil. A la lumbre del proyecto bolivariano, autores como Alixón Reyes debaten para convertir la recreación, valorada en tanto “patrimonio cultural universal e intangible”, en herramienta para la conscienciación política, la profundización de la democracia y la transformación social. Admiten que el juego ha sido mercantilizado, objeto de planificación y programación política represiva, pero solo quieren ver ahí “la huella de la neocolonialidad”. Y surge así una esfera lúdica tentativamente al servicio de una modalidad latinoamericana del “Estado del Bienestar”… Véase, por ejemplo, “Cultura de la Recreación, Democracia y Consciencia Política”, del mencionado autor.
En la misma línea, hallamos en Brasil, Colombia o Argentina exponentes de esta parasitación científico-política del juego, puesto inmediatamente al servicio de propuestas o programas de pretendida “transformación” social. En Argentina, tales estudios se prodigaron al abrigo del kirchnerismo, con títulos tan reveladores como este: “El juego recreativo y el deporte social como política de derecho. Su relación con la infancia en condiciones de vulnerabilidad” (de I. Tuñón, F. Laiño y H. Castro). Y, de algún modo bajo la estela del Relato de la Emancipación, pero tocando de todos modos a las puertas del Estado de Derecho y de Administración Social, hallamos trabajos con títulos tan “utopistas” como el siguiente: “Fundamentos conceptuales del ocio crítico desde una perspectiva latinoamericana” (H. C. Duque Buitrago, S. A. Franco Betancur y A. Escobar Chavarriaga).

5. Como una barricada contra la intromisión de los investigadores y de los especialistas en el ámbito de lo lúdico, el juego antipedagógico y desistematizador (vale decir, el juego libre) esgrime una negatividad específica: desautoriza a toda esa capa de tecnocratas, de profesionales, de empleados, que caen sobre los niños, particularmente, intentando de alguna forma “hacerles jugar”, “llevarlos al juego”, “educarlos” a través del juego, “re-crearlos”, administrarles ocios, etcétera. Porque este tipo de juego se da en la “exclusión de un tercero”: hay dos o más de dos, pero no hay un agregado externo. Están los que juegan y no puede haber nadie por encima de ellos, ni siquiera al lado de ellos. No cabe un espectador, un vigía; no cabe un “director”, un “tercero”. El juego espontáneo, no-servil, excluye por completo la posibilidad de un “profesional del juego”, del ocio, de la recreación ‭—‬de un burócrata del bienestar social.

2. A propósito del “juego combativo”
Había una dualidad en la definición griega de “juego”, en la percepción antigua de “lo lúdico”, del “ludos”. Por un lado, señalaba una evidencia, reconocida hoy por todo el mundo: que el juego es algo placentero, agradable, tal una fuente de satisfacción. “Positivo” y enriquecedor, inseparable de la vida humana, merecería todos los aplausos y todas las congratulaciones. Pero, por otra parte, daba cabida a un aspecto que en ocasiones tiende a olvidarse: que es también una actividad en cierto sentido “negativa” de la vida social o que, por lo menos, no respeta necesariamente las reglas de la cultura. El juego tendría la capacidad (no la obligación, pero sí la capacidad) de “salirse” de lo social y culturalmente establecido…
De modo que podría haber, al lado de aquel aspecto benéfico, saludable, del juego, una dimensión del mismo que no nos satisface, que no sabe “satisfacer”, que no solo desatiende los requerimientos del mercado, del poder, de la pedagogía o de la ciencia, sino que también iría en contra de nuestros principios más arraigados; dimensión que pondría encima de la mesa aspectos inquietantes, que nos cuestionan.
Hay una inmensa literatura, una “factoría” cultural indetenible que no cesa de insistir (redundar, profundizar) en aquellos avances del comercio, la política y el saber organizado sobre el juego. Cada día se publican artículos, ensayos, libros que hablan de la “dimensión educativa” del juego; que pontifican sobre el juego y la escuela, sobre el juego y la política transformadora, sobre los juguetes adecuados a cada fase del desarrollo del niño, sobre cómo incentivar los aspectos lúdicos del trabajo, etcétera. Sin embargo, también se han dado históricamente reflexiones sobre el juego que apuntaban en sentido contrario y que todavía cabe procurar recuperar. Y este puede ser, y no mucho más, el sentido de mi aporte: retomar algunas tradiciones que pensaron lo lúdico de otra manera, muchas veces desde ámbitos del discurso sobre los que se colgaron etiquetas como “irracionalista”, “existencialista”, “literario”, “poético”. Y ver entonces qué dijeron del juego voces que no estaban interesadas en ponerlo al servicio ni de la democracia, ni de la escuela, ni del trabajo, ni de un proyecto político determinado; y que merodearon aquel lado “inefable” del juego, aquel lado perturbador, asociándolo a “lo demoníaco” (en la acepción de Goethe), a la fantasía, a lo no-racional, a lo no-consciente, a veces a lo destructivo ‭—‬pensemos en los defensores del ludismo…
Avanzaríamos así hacia un concepto desistematizador de “juego”: el sistema capitalista se basa en una doble forma de racionalidad, económica y burocrática, contra la que el juego retiene la virtualidad de atentar. De espaldas al productivismo y al estatalismo, es decir a la racionalidad estratégica, el juego presta al “individuo” que somos la posibilidad, el vislumbre, de una praxis para la denegación de lo existente y para la reinvención personal, en la fuga o suspensión temporal del Sistema que nos oprime y nos constituye. Sin atender a los requerimientos del cálculo económico o a los dictados de la organización, el juego que observamos en los niños mientras no se da la intromisión de los adultos, el juego puro y espontáneo, no reglado y no dirigido, no sometido a las “instrucciones de uso” del juguete industrial, los preserva de las fuerzas que pretenden “socializarlos”, alistarlos para la mera reproducción de lo dado. Deviene instancia de “resistencia”, de “protección”, de “deconstrucción” y de “desistematización”. En su naturaleza anti-económica y anti-política, este juego “libre” aspira a establecer vínculos entre las personas, incluso a recuperar tentativamente formas perdidas de comunidad.
Históricamente, el “juego subversivo” ha tenido apariciones sociales de gran envergadura. Y ya no eran necesariamente los niños los que se entregaban a la actividad lúdica trastocadora: también los adultos, como si sacaran la lengua a la muy honorable lógica económico-política, mezclaron el juego con otras prácticas y, de su mano, se resistieron a procesos objetivos de dominación o de explotación. Probablemente, el caso más espectacular lo constituya el ludismo…
Más arriba hablamos del pasaje de una disposición lúdica a la hora de afrontar las tareas de la conservación personal y familiar, actitud que todavía se conserva en determinados espacios rural-marginales, indígenas o nómadas, a una disposición sumisa, estoica, resignada, en ocasiones incluso adolorida, que es la que se consolida con el mundo del trabajo en dependencia, del empleo. Esa transición no fue fácil, y solo pudo darse con lentitud, de un modo gradual. Y siempre los “peores” trabajadores fueron conscientes de lo que estaban perdiendo, de lo que se habría de perder irremisiblemente. De ahí su reacción virulenta, destructiva, contra las máquinas; de ahí el ludismo. En el ludismo hay un componente lúdico y también uno de conocimiento: “romper máquinas” era, desde luego, un acto “festivo”, desbordante de alegría encorajinada, una forma diabólica de “juego”; pero respondía también a un alcance de la sabiduría popular (la máquina era la enemiga de la capacidad que conservaba el hombre de buscarse los medios de subsistencia sin depender de un artefacto tecnológico y, a su través, de otro hombre, de un patrón, de un empresario). Todo el andamiaje político del capitalismo, que no solo contempla el circo de las elecciones, de los partidos, de los gobiernos, sino que incluye también, como mano izquierda (pero mano izquierda de la represión), los sindicatos y las organizaciones supuestamente “revolucionarias”, todo ese aparato político, en el que tienen cabida las agrupaciones que se proclaman “transformadoras”, empieza enseguida a combatir el componente lúdico de la protesta obrera. Por eso, como anotó L. Maffesoli, se “satanizó” el ludismo, sobre el que cayeron las más diversas etiquetas descalificadoras (“infantilismo”, “irracionalismo”, “lucha instintiva pre-consciente”, etcétera); y todo lo que respondía a un “principio del placer” en la revuelta de los trabajadores fue “condenado”, “denigrado”, “dialectizado” por esa conjunción siniestra que se estableció entre el movimiento obrero organizado y la teoría marxista. En ese punto, el marxismo, en la medida en que no se previno contra las marejadas dogmáticas de sus propios conceptos (“vanguardia”, “disciplina consciente”, “consciencia de clase”, “formación política de los trabajadores”, “partido obrero”, “Hombre Nuevo”…), se constituyó en un enemigo de la actitud lúdica, un adversario de la disposición para el juego…
Se dijo del ludismo “que no conducía a ninguna parte”, que no era más que una “manifestación de enojo”, una “reacción visceral irreflexiva”, una “señal de descontento carente de significado político y de coherencia teórica”. J. Baudrillard, en “El espejo de la producción”, nos ha recordado a qué parte condujeron, a dónde nos llevaron, las luchas obreras organizadas, sujetas a la crítica y a la teoría marxista: a la coerción estalinista, la impostura socialdemócrata y el empirismo reformista más vulgar… En el contexto de la sujeción demofascista, un reverdecer de las prácticas ludistas, desatadas en todos los campos y ya no solo en los gulags de las fábricas, asociadas al principio de placer y a la voluntad de juego combativo, mantendría vivo el anhelo de libertad.
En los últimos años se ha venido llamando la atención sobre determinadas circunstancias y determinados movimientos, relacionados también con lo lúdico, que concurrieron en la llamada “Edad Media”. Esa pretendida “Edad Oscura”, dialectizada también y esquematizada por el materialismo histórico hasta extremos de caricatura negativa, albergó secuencias psico-ideológicas, epistémicas y existenciales que atentaban contra la línea central de constitución y desarrollo de la civilización occidental. Para definirse tal y como lo conocemos hoy, Occidente tuvo que desplegar una sistemática persecución de todo aquello que, en su propia área territorial, se distanciaba de su racionalismo constituyente y hasta lo confrontaba. Contra la Ratio, surgieron o subsistieron aquellos islotes de libertad que, entusiasmado, describió P. Kropotkin en su opúsculo “El Estado”. Contra el frío racionalismo enquistado en la centralidad de la cultura occidental, se prodigaron propuestas y prácticas de muy distinto signo, que compartieron no obstante, casi como “leit motiv”, un acoger y un estimular la dimensión lúdica de la actividad humana. El juego libre, subversivo, late en el quehacer cotidiano de las denominadas “brujas”, de los frailes sectarios, de los asistentes a los aquelarres, de los libertinos y herejes de todo pelaje, de los campesinos cuando se saben a salvo de la mirada del Señor, de los vagabundos y de los nómadas, etcétera. En el ámbito de la lengua castellana, esta cuestión ha sido esclarecida por autores como J. C. Carrión Castro, interesados por la índole festiva, insolente, cuestionadora y desaforadamente “lúdica” a la vez, de movimientos tal el de los goliardos. Y sabemos que estas tradiciones divergentes, que de ninguna manera apuntaban al telos de la razón moderna, debordan hacia atrás y hacia adelante los marcos temporales del Medioevo.
Y, muy cerca del punto de arranque de Occidente, hallamos lo que hubiera podido constituir también el principal punto de fuga: los quínicos antiguos, con la Secta del Perro al frente. No se trató del único movimiento cultural enfrentado a la especie de “doxa” que se estaba afirmando en las escuelas de filosofía más reputadas y en la labor de los pensadores canónicos, de Platón a Sócrates; pero hay en su contestación aspectos que lindan con lo lúdico y hasta lo excitan (el papel de la oralidad, la importancia concedida a lo escenográfico, la búsqueda incesante de la transgresión y de la provocación, la vindicación del desacato y de la desobediencia, aquella bella exigencia de vivir el pensamiento, el apetito de huida y de margen, una placentera admisión de todos los recursos y todas las implicaciones del humor, etcétera). A juego, a subversión lúdica, saben, en efecto, todas y cada una de las intervenciones, de las “performances”, de las teatralizaciones protagonizadas por Diógenes de Sínope y los demás quínicos, que nos han llegado a modo de “anecdotas”, gracias a la labor compiladora de Diógenes Laercio, y que parecen partir del lado sensitivo del humor para desembocar en su lado intelectual. La crítica irreverente, la parodia anti-metafísica, el pensamiento negativo y el juego como corrosión tramaban, en tales actuaciones, un verdadero contubernio contra la pretensión de seriedad y de rigor que animaba por entonces a la razón clásica. Los estudios de C. García Gual, P. Sloterdijk y M. Onfray nos han dejado jugosas páginas a propósito.
En mi opinión, la razón lúdica subsiste en la contemporaneidad, siempre cerca de los márgenes; y se halla más cómoda en los suburbios que en los centros de las ciudades o en los barrios residenciales, más a gusto entre las personalidades irregulares que entre las gentes sensatas, más amiga de los supuestos “perdedores” que de los “triunfadores” en la vida, más fecunda cuanto menor es la incidencia de la cultura occidental, con sus universidades y sus escuelas, sus propiedades privadas y sus empleos, sus autoridades y su democracia… En el plano intelectual, la razón lúdica ha bailado y sigue bailando del brazo de los románticos, de los “malditos”, de los “nihilistas”, de los “irracionalistas”, de los “heterodoxos”, de los “inclasificables”, etcétera.
Si hubiera que establecer una topografía de la razón lúdica subversiva, dos serían los puntos mayores del mapa: el territorio, entendido de un modo divergente, y la recreación, también bajo un concepto desplazado…
Cabe la tentación de pensar el “territorio” como algo necesariamente relacionado con el Estado, con la Nación, con un espacio “administrado” que tiene fronteras, subdivisiones y particularidades jurídicas distintivas. Pero esa no es la noción de “territorio” que me interesa. También cabe la tentación de pensarlo en relación con la “propiedad privada”, con una posesión, una mercancía, un “medio de producción” a fin de cuentas. Y decimos que se compran y se venden tierras, terrenos, territorios… Es esa una acepción que, de hecho, me interesa aún menos… Rompiendo relaciones terminológicas con el Estado y la propiedad privada, con la administración o el gobierno y la propiedad privada de un medio de producción, gentes que querían constituir discursos “críticos” volvieron la vista a la llamada “Naturaleza”, denunciando su explotación y como bajo el anhelo de “protegerla”. La idea de territorio tenía que ver, de algún modo, con una “naturaleza” poblacionalmente sectorializada, con distintos “medios ambientes” delimitados por grupos homogéneos de personas que habitaban en ellos. Esta tercera opción provoca, a mi parecer, un desplazamiento insuficiente. Y es que, desde esa perspectiva, el territorio devendría como exterioridad que se nos impone y que casi nos ignora, que ignora nuestra muy móvil y asociativa corporeidad real.
El territorio que esgrimo solo puede darse en la ausencia del Estado y de la propiedad privada, decía. Como no me gusta “dividir” para pensar, como no llevo siempre un hacha en el cerebro, el territorio que poetizo no se contempla fuera del propio cuerpo. Más aún: no se contempla “fuera”. Todavía un poco más: no se “contempla”. Somos territorio y somos el territorio que pisamos mientras, al caminar, nos caminamos ‭—‬el plural es aquí muy importante. La sabiduría de los pueblos originarios lo sintió siempre así; y por eso jamás entendió la idea de Estado, apropiación privada de la tierra y “Naturaleza” ‭—‬en tanto objeto “exterior”, “al otro lado” de un sujeto y un pensamiento recortados, de una cultura recortada, externalidad magnífica que habría que explotar sin destruir.
El concepto de “territorio” se ha mantenido históricamente en una muy interesante ambigüedad. Es nebuloso y casi excesivo. Se superpone, pero excediéndolos, a otros conceptos que parecían próximos o conexos; les añade un “plus”, un “algo más”, que los traspasa y hasta transgrede. Se superpone y excede a “paisaje”, “región”, “comarca”, “localidad”, “espacio geográfico”, “lugar”…
Así como el “factor humano” contribuyó a librar a la Geografía, en su conjunto, del hieratismo y la cosificación a la que parecía abocarla la llamada “geografía física”, ha sido el “factor comunitario”, e incluso el “factor contestatario”, el que ha dinamizado la reflexión en torno a lo que sea el territorio. Y entonces este concepto se desvinculó de aquella materia “determinista”, “objetivista”, que casi parecía más próxima a las “ciencias naturales” que a las “ciencias sociales” (la geografía física, con sus elementos del relieve, sus climas, sus topografías…); y pasó, por así decirlo, a la geografía humana o social, a la sociología, a la historía, a la antropología, a la filosofía, entendiéndose de un modo más complejo y también menos nítido. De manera casi hegemónica, el territorio se categorizó como “producto social”…
Entendido como “producto social”, la discusión podía estabilizarse, estancarse en la arena académica otra vez: el territorio sería “una construcción humana a partir de distintos agentes que operan en diversas escalas y que de distintas maneras ejercen o intentan ejercer poder sobre un espacio concreto” (Javier Eduardo Serrano Besil). En esta línea podemos citar también a Montañez y Delgado: “La actividad espacial de los actores es diferencial; y, por lo tanto, su capacidad real y potencial de crear, recrear y apropiar territorio es desigual”. Y cabe entonces “analizar”, con los métodos consagrados de las disciplinas académicas, esos “distintos agentes”, esas “diversas escalas” y esas “diferentes maneras”…
En tanto “producto social”, el territorio se seguía concibiendo, no obstante, como algo “externo” a la persona concreta, casi como una “materia separada”, un campo de incidencia de lo social-humano: era “producido” por la gente, desde sus relaciones sociales, pero “sobre” un espacio que estaba de algún modo “ahí” y “sobre” el que se quiere ejercer poder, “sobre” el que los agentes despliegan su actividad. Distinto es el concepto que propongo, tomado de los pueblos originarios de América Latina; un concepto que no separa, no escinde, no “objetiviza”…
Porque toda aquella problematización del territorio deriva, por así decirlo, del materialismo histórico; y centra su atención en lo “social”, en la mediación social (“producto social”), incorporando reflexiones posteriores en torno al poder, en la línea por ejemplo de Foucault. Frente a ella, poco a poco, se va levantando otro discurso, que incide en lo comunitario y hasta en lo antagónico, capaz de vincularse con el orden de cuestiones que engloba la razón lúdica. Sería la “comunidad” la clave del territorio, en el sentido de un localismo trascendente. Y la “defensa del territorio” sería “defensa de la comunidad” (que integra también a todo lo que no es humano). El antagonismo aparecería como una reacción frente a los poderes bio-etnocidas que la acosan: si se ha de perder la comunidad, se perderá el territorio… Allí donde, maltrecha, subsiste la comunidad, o es muy fuerte el deseo de restablecerla, se abre un campo para la lucha “heterotópica”: forjar territorio allí donde prácticamente ya no hay territorio que defender es un modo de “correr al margen”, de deconstruirse y de auto-construirse. Cuando, en ese empeño, se echan por la borda el cálculo económico y los dictados de la administración, ingresamos plenamente en el dominio del juego libre y de la racionalidad no-estratégica, subversiva.
Cabe tentar esa experiencia en el campo o en la ciudad. Se trataría de evitar la “cosificación” del espacio, la “separación” de la naturaleza, mediante un ensayo de re-fusión que, admitiendo siempre sus límites y su radical insuficiencia, puede resultar satisfactorio y disidente: volver a vivir la tierra, el poblado, el grupo, el paisaje como “parte de uno mismo”, sintiendo que “uno mismo” también está en las otras partes y en el todo. Este es el sentido de lo “comunitario-antagónico”, adherido a una razón que se predica lúdica por su aversión a lo instrumental. Se ha dado entre los originarios y los nómadas…
Con este desplazamiento teórico, nos aproximamos a percepciones del territorio que enfatizan la determinación del aspecto comunal-social y de la vivencia local, como la propuesta por la llamada “geosemántica social”. El territorio, desde esta perspectiva, se da “en la intersección entre lugar y sentido”. Y la producción del sentido es comunitaria, vivencial, local, de manera que el territorio sería validado como tal por una masa de personas, que lo sienten y lo viven y lo crean y lo recrean. En cierto sentido, el “territorio”, así concebido, aparece como el lugar natural del juego libre…
Nos distanciamos, no obstante, de posicionamientos como los de Diego Cerda Seguel (“Más allá del sentido del lugar. Geosemántica social, ciencia del territorio”), que sobredimensionan el papel de los medios digitales, de las tecnologías informáticas, de las redes virtuales y de los programas y aplicaciones telemáticos para sugerir la idea de un territorio en constante reformulación, creado cotidianamente por la interrelación e interacción de comunidades de usuarios, internautas, gentes “conectadas” que usan aplicaciones de índole geográfica o local, etcétera. De tan vago y fluctuante, el territorio pierde su materialidad, se “digitaliza”, se va “a las nubes”…
El asunto de la razón lúdica lleva al tema del territorio de forma lógica, porque “el juego se emplaza”. La actividad del juego, la actitud lúdica, tiene siempre un marco (físico, pero no solo físico; geográfico, pero no meramente geográfico), un escenario, un “territorio”. Pero este territorio no es nada parecido a una “propiedad” que pertenece al que juega, o una circunscripción política que dé reglas a los jugadores. Era el territorio, por ejemplo, de las comunidades; era el territorio de los que no tenían tierras, sino solo caminos; era el territorio de las pequeñas aldeas… Era el territorio que respondía a un localismo o particularismo trascendente, filosófico, de manera que las gentes estaban soldadas, intrínsecamente vinculadas, a ese ambiente y no lo explotaban ‭—‬sino que vivían “con él”.
Este “territorio” (muy bien caracterizado en las páginas de Lapierre o de Paoli) es el escenario del juego genuino, del juego indomable, no domesticado… Sobre el territorio operan las dos fuerzas de siempre, el Capital y el Estado. Y resulta entonces la propiedad privada, que ‭—‬en nuestra acepción‭—‬ no es ya territorio; y tenemos así el municipio, la provincia, el departamento, que tampoco constituyen territorio, pues son, estos como aquella, estrictamente, “tierras mercantilizadas y politizadas”. Al mismo tiempo, la ofensiva se centró en el juego… Y deviene el juego que responde a la “industria del ocio”, juego reglado, juego que se compra, juego que se vende, que ya no es “juego libre”; y hallamos el juego que se lleva a las escuelas, a las cárceles, a los hospitales, por recomendaciones administrativas, juego “pedagógico”, juego “político”, juego “demagógico”, que tampoco es juego genuino.
Para el indígena, para el pastor, para el campesino antiguo, para el nómada, para el habitante de la villa suburbial, el “territorio” no era algo que se debía “explotar”, no era una “fuente de recursos”, no era el objeto de un negocio, no era algo que había que acaparar, no era un espacio regulado bajo normas que se debían satisfacer o cumplir. El territorio era, en un sentido muy concreto, el ambiente de la pulsión lúdica: estas gentes jugaban con el territorio, hallaban en él su “partenaire”, su compañero. Esto quiere decir que desplegaban disposiciones para la relación desinteresada, para la cooperación, para la coexistencia alegre. Estaban las gentes y estaban las cosas, las personas y los árboles, los vecinos y el río, estaban los caminos y estaban las casas; y ahí, unos y otros, unos al lado de otros e incluso unos “en” otros, jugaban: jugaban a crear, a inventar los instantes, a envolverse en el día de forma placentera. No “uno” teniendo que utilizar al “otro”, debiendo servirse de él, sino los dos, los tres, todos juntos, fundidos, demorándose en un presente eterno.
El territorio es para el niño, para la mujer y para el hombre el mejor de sus compañeros de juego. En este sentido, la relación que establece la gente “libre” con el territorio “libre” es una relación lúdica: no se juega “con” el territorio en el sentido de jugar “sobre” un espacio o de erigir el territorio en una suerte de juguete, sino que el territorio y las personas, en una especie de conversación o de cooperación, forjan decursos lúdico-existenciales y lúdico-históricos. Es como si el juego englobara lo humano y lo no-humano, el territorio que hacemos, el territorio que nos hace y el territorio que somos.
Como apunté más arriba, probablemente la actitud lúdica sea la actitud natural del hombre allí donde no se han establecido relaciones de opresión política y de explotación económica. En ese marco, el jugar ya no es una opción: es el telón de fondo, lo que se da siempre, lo concreto y lo real; y la razón o es lúdica o desaparece afortunada y gozosamente…
Juego, territorio y recreación configuran un trípode conceptual que cabe disponer contra la pretensión de eternidad del Capitalismo. En torno al juego y al territorio, se abrieron vastos campos de discusión y de matización. Menos polémicas y menos disquisiciones político-terminológicas ha suscitado, hasta ahora, la expresión “recreación”. Se asocia, casi sin más, a la “diversión”, al “entretenimiento”, a la “relajación”, a la “distracción” y hasta a la “terapia”. Se relaciona con el “uso del tiempo libre”, con el “ejercicio del cuerpo y de la mente”… Sería algo bonancible, diáfano, positivo. En este estudio, se propone una re-semantización nada complaciente…
Partiendo de la definición de la Real Academia Española de la Lengua (“diversión para alivio del trabajo”) y del concepto de “recreo” escolar, vinculamos la “recreación” al dolor empírico del sujeto, al sufrimiento ostensible del individuo, necesitado de una suerte de “tregua” para seguir soportando un orden infernal ‭—‬alivio, desahogo, compensación… Por otro lado, llevamos la expresión a la teoría del margen: “re-creación” como posibilidad de re-hacernos, re-fundarnos, re-inventarnos…
Como decía al principio, nos han robado muchas palabras. Transformación, Revolución, Emancipación, Crisis… Muchos términos nos hurtaron, y no solo para fines de reproducción social o integración. En este contexto, yo me permito asimismo ese gesto, que decía Illich, de la “criminalidad lingüística”, para sustraerle palabras al opresor. Y entonces hablo de “re-creación”. Y puedo decir que, así como creo en el “territorio” (bajo otra noción) y en el “juego libre” (re-significado), también creo en la “recreación” (entendida de otra manera). Y aquí recurro a su doble sentido: “re-crear”, “recrear”.
Por un lado, el término sugiere la idea escolar de “recreo”, que es hermosa: trance en el que los niños por fin abandonan las aulas y se van al patio a jugar. Es un “descanso”, un “alivio”, una “tregua”. La palabra “recreo” sugiere que estamos siendo castigados, y que necesitamos un tiempo para sobreponernos a tal calamidad… Nos alivia, por ejemplo, del trabajo, tortura indecible. En su segunda acepción, deriva de “crear”: “re-crear”, volver a crear, rehacer, reinventar. Y cabe entonces utilizarlo en el sentido de una “construcción” de la propia vida ‭—‬bajo la razón lúdica, en nuestro caso.
“Recrear” quiere decir, pues, “darse una tregua”, escapar del horror económico y político bajo el que vivimos, “respirar”; y, en segundo lugar, en ese marco, en ese escenario de “interrupción”, hallar los modos para una reinvención personal, para una re-creación de nuestra existencia. En este sentido, hablo de “recreación” en tanto ventana que lo lúdico nos abre para la deconstrucción personal y la re-construcción como sujetos de la lucha. Ya no se trataría de un mero “pasar el rato”, un “descanso” irrelevante, una suerte de “intermedio”. Se abraza al territorio en reinvención y al juego dislocador; y termina siendo una suerte rara de placer en el drama, en la tragedia, en el ocaso. La recreación es un acaso en el ocaso: funda la posibilidad de la auto-construcción en el seno de la decadencia social y civilizatoria, y lo hace para resistir.

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 8 de febrero de 2019
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

LA PACIENCIA DE LOS LOCOS. Para bajarle los humos a la educación

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La paciencia de los locos es un opúsculo que publicó Las Siete Entidades en el año 2000. Si bien llevaba toda la vida escribiendo, recién había tomado la decisión de difundir algunos de mis escritos. En 1999 aparecían «El irresponsable» y «Un trozo de hueco», obras compuestas a principios de los ochenta. Me costó veinte años alcanzar la conclusión de que publicar podía tener algún sentido, y di ese paso consciente de la turbiedad y el patetismo de la escritura.

Desde que compusiera La paciencia… han transcurrido otras dos décadas. Por estos días, me pareció importante recuperarlo y facilitar su lectura desde mis medios digitales: marca, con la fuerza y la precisión de quien inicia un combate que sabe perdido de antemano y duradero como la propia vida, el punto de partida de toda mi labor crítica y compositora. En infinidad de ocasiones retomé la crítica de la Escuela, pero pocas veces supe mantenerme a ese nivel de rigor y de consecuencia en la argumentación.

Como la hiedra o como un sistema (mi vanidad prefiere la primera posibilidad), se fue extendiendo el campo de mis sospechas y de mis denuncias; y, desde la antipedagogía, que quedaba establecida en la entrevista de 2000, salté a la crítica general de la cultura y de la sociedad occidental, hasta desembocar en el orden de cuestiones que pretendo englobar bajo el término «desistematización».

En parte por necesidad lógica y en parte por instinto, recalé en «estaciones de paso» que dejaron honda huella en mi espíritu y, en cierto sentido, cambiaron el rumbo de mi vida: la teoría del demofascismo o fascismo democrático, el indigenismo latinoamericano, la industria de la solidaridad, el mundo rural-marginal, la crítica del Estado del Bienestar, la idiosincrasia gitana, la protesta domesticada y el anarquismo existencial, la razón lúdica subversiva…

En el trance de un gran cansancio de las palabras, pero bajo el deseo de hacerme cargo del sentido de mi vida y de mi escritura, he emprendido una obra recapitulatoria, por cuyas venas han de correr todas mis inquietudes. Se subtitula «Escuela, protesta, Estado y razón lúdica». Todavía no tengo la menor idea del título; y he llegado a pensar que probablemente bastaría con mi nombre. Si siempre me he atenido a la divisa del «biotexto», la obra que me recoge por completo, como un libro ya escrito o una vida ya vivida, podría llamarse como yo.

Y por esto se me ha antojado significativo retomar uno de los escritos en los que todo empezaba, un texto claro y contundente, breve pero denso, en el que se dan cita las seguridades más fuertes de mi existencia entera. Así es La paciencia de los locos, composición que arranca con unas bellas palabras de Van Gogh.

la paciencia de los locos

la paciencia de los locos

 

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 29 de enero de 2019
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

SI HUBIERA DEJADO EN PAZ LA ESPERANZA AL PENSAMIENTO

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Tres formas de cercar discursivamente a la civilización occidental

X) A Salvo De La Cultura Impresa

La esperanza ha atribuido al pensamiento,‭ ‬en nuestra cultura,‭ ‬cualidades excesivas.‭ ‬Se esperaba de él que erigiera al Hombre en la especie-reina de la naturaleza,‭ ‬y más bien lo ha convertido en un destructor incomparable,‭ ‬depredador consentido,‭ ‬el peligro más serio para la vida en el planeta.‭
Se esperaba de él que ideara formas de organización social en las que la libertad y la felicidad se fundieran por fin como destino último de los racionales,‭ ‬y solo ha alumbrado regímenes temibles donde la violencia y la sujeción constituyen la norma.‭
Se esperaba de él que revelara a los humanos los mil y un secretos de la Existencia y del Universo,‭ ‬y en su lugar los abrumó con un sinnúmero de supersticiones científicas y con montones de engañifas meramente justificadoras.‭
Se esperaba de él que se posara sobre cada individuo como el sol o la noche,‭ ‬sin privilegios ni exclusiones,‭ ‬y resultó que terminó siendo acaparado por una minoría risible de hombres pálidos y ojerosos.‭
Se esperaba de él que estrechara lazos con lo que llamamos‭ “‬alma‭”‬,‭ “‬espíritu‭” ‬o‭ “‬corazón‭”‬,‭ ‬y aficionóse a frecuentar la morada del Tirano,‭ ‬sonriendo solo ante el Capital.‭
Hemos esperado tanto del pensamiento,‭ ‬que ya no sabemos para qué sirve en realidad.‭ ‬Y ha sido tan profunda nuestra desilusión al descubrir la mezquindad de sus frutos,‭ ‬que,‭ ‬separándolo de nuestras vidas efectivas,‭ ‬nos hemos convertido,‭ ‬todos,‭ ‬en mentirosos,‭ ‬hipócritas,‭ ‬horda de cínicos modernos.‭ ‬Si hubiera dejado en paz la esperanza al pensamiento,‭ ‬muy probablemente lo usaríamos como Basilio,‭ ‬para vivir cada día.‭ ‬Pero estamos envenenados de esperanza,‭ ‬perdidos de fe,‭ ‬enfermos de aguardar‭; ‬la esperanza nos hace hombres‭ “‬de nuestro tiempo‭”‬,‭ ‬parásitos y criminales…
‭“‬Habrá que vestir luto por el hombre‭ —‬anotó E.‭ ‬M.‭ ‬Cioran‭— ‬el día en que desaparezca el último iletrado‭”‬.‭ ‬Completamente de acuerdo.‭ ‬El hecho decisivo que ha permitido a Basilio conservar durante toda su vida un innegable punto de honda lucidez ha sido su no-exposición a la cultura impresa.‭
Tuvo la suerte de evitar la escolarización‭; ‬y esa ausencia de estudios determinó que fuera,‭ ‬de verdad,‭ ‬capaz de pensar por sí mismo.‭ ‬No se vio pedagógicamente forzado a repetir ningún discurso escrito,‭ ‬por lo que nunca confundió la práctica individual del pensamiento con la reiteración de enunciados canónicos‭ —‬como suele ocurrir entre los estudiantes y las personas pagadas de su saber.‭
La circunstancia de que perdiera pronto a su familia‭ (‬falleciendo su padre de gangrena y su madre de cáncer cuando aún era niño‭; ‬y pereciendo por congelación en el mismo invierno,‭ ‬poco después,‭ ‬sus dos hermanas pastoras‭)‬,‭ ‬de que rehusara buscar esposa y huyera,‭ ‬como del diablo,‭ ‬de las relaciones de vecindad,‭ ‬aseguró,‭ ‬asimismo,‭ ‬la originalidad un tanto avasalladora y la autonomía casi insultante de su reflexión.‭ ‬Cuando habla,‭ ‬no cita a nadie.‭ ‬No toleró que le enseñaran a usar de una determinada manera su cerebro.‭
Por último,‭ ‬al vivir tan desconectado del mundo exterior‭ (‬estropeada la radio desde el día en que la arrojó contra un árbol por anunciar,‭ ‬casi en son de fiesta,‭ ‬la invasión americana de un país para él extraño pero que imaginaba hasta ese momento en paz,‭ ‬tranquilas sus gentes al cuido de los ganados o afaenadas y ruidosas en las labores‭; ‬sin televisión‭; ‬sin preguntar nunca nada ni rendir cuentas a nadie‭)‬,‭ ‬pudo defender sus ideas arrinconando el temor de que alguna fuente de autoridad cayera descalificadora sobre su persona y sus concepciones.‭
No siguió jamás ninguna‭ “‬moda‭” ‬ideológica,‭ ‬pues,‭ ‬ignorando lo que estaba en cartelera en cada momento,‭ ‬ni siquiera sabía lo que,‭ ‬en rigor,‭ ‬significaba la palabra‭ “‬ideología‭”‬.‭ ‬La montaña y los animales fueron sus únicos instructores.‭ ‬No militó en otro partido que en el de sí mismo.‭
A ninguno de sus semejantes le fue concedido nunca hallar el pretexto por el que someterlo a un examen:‭ ‬nadie sepultó su discurso bajo el horror cotidiano de un número sancionador.‭ ‬Como no discutía con los demás,‭ ‬sus ideas se fueron endureciendo y solo la vida misma podía modificarlas.‭
Hombre apegado a la tierra,‭ ‬amante de los primario,‭ ‬jamás perdió ni un segundo meditando sobre una realidad inconcreta,‭ ‬sobre un fantasma conceptual o una abstracción mitificadora.‭ ‬El idealismo,‭ ‬la metafísica,‭ ‬el logocentrismo,‭ ‬quedan tan lejos de su raciocinio como la palabra impresa.‭
Visual,‭ ‬casi físico,‭ ‬su pensamiento no deriva del lenguaje:‭ ‬cabe identificarlo en su modo de comportarse,‭ ‬procede de la práctica.‭ ‬Porque hace cosas,‭ ‬tiene una forma de pensar.‭ ‬La vida que lleva es el compendio definitivo de sus ideas‭ —‬no reconocería como propias sus concepciones si,‭ ‬tras haberlas recogido en un escrito,‭ ‬alguien se las leyera.‭ “‬Pienso lo justo para vivir‭”‬,‭ ‬me dice.‭ “‬Solo entiendo de lo mío‭”‬.‭ “‬Creo en aquello que me ayuda‭”‬.‭ ‬Deleuze apuntó una vez que deberíamos servirnos de las ideas lo mismo que de una caja de herramientas…
Basilio no es de esta época‭; ‬pertenece a un futuro que no será el futuro del hombre.‭ ‬Habrá que vestir luto por nosotros cuando fallezca.

Y) Poder Biocida Concreto

Así como “El Sistema” aparece muy a menudo como una entelequia, una abstracción, un elaborado fantasmal diseñado a la medida de nuestras necesidades de ex-culpación y des-responsabilización (el Mal es general, “externo”, casi ambiental; y yo soy una mera víctima del mismo, un inocente avasallado y forzado a vivir como no quisiera), ocultando la circunstancia “desesperanzadora” de que “el Sistema somos nosotros”, todos nosotros, cada uno de nosotros, en todos y cada uno de nuestros actos de compra, de venta, de obediencia, de mando, de trabajo o de búsqueda de trabajo,…; “Occidente”, por el contrario, deviene como una noción absolutamente nítida, perfectamente definible en su estructura conceptual y en su área geográfica…
Llamamos “Occidente” a una forma cultural, a una realización civilizatoria, cuyos momentos fuertes (pero no exclusivos) de constitución se hallan en la Antigüedad griega y romana, en el cristianismo y en la Ilustración. Su ámbito geográfico originario fue Europa, desde donde inició un proceso inacabado de mundialización, de universalización. Estados Unidos fue una de sus primeras estaciones de paso… Hoy “Occidente” se extiende por los cinco continentes, habiendo aprovechado la superioridad económica y militar de las potencias del Norte, tal y como se manifestó en el colonialismo, en el neo-imperialismo y en el proceso reciente de globalización capitalista.

Dada su incapacidad congénita para “dialogar” con el Otro, para admitir y tolerar la Diferencia (que recluyó desde el principio en nominaciones denigratorias cuales “primitivismo”, “barbarie”, “salvajismo”, “incivilización”, etc., resemantizadas hoy como “irracionalismo”, “fundamentalismo”, “reaccionarismo”, “arcaísmo”, “déficit democrático”, “ausencia de Estado de Derecho” , “vulneración de los Derechos Humanos”,…), Occidente, afectado de expansionismo crónico, generador incesante de Imperio, solo puede propender la homologación planetaria, el isomorfismo socio-económico, político-jurídico e ideológico. A ello se referían, sin pudor, los apóstoles del “fin de la historia” y de la “muerte de las ideologías”, con Fukuyama y Bell en avanzadilla…

Existen, desde luego, “resistencias” a este proceso de homogeneización, de totalización de la forma económica, socio-política y cultural de Occidente (y las he abordado en algunos estudios: fracciones sublevadas de las civilizaciones-otras, comunidades indígenas, pueblos nómadas, entornos rural-marginales, subculturas urbanas,…); pero no cabe alimentar demasiados optimismos sobre la suerte final del combate. Occidente, “moribundo que mata”, monstruo en estertores, está convirtiendo su agonía en la agonía de todo, su fin en el Final sin más.

A nivel epistemológico-filosófico, estos serían los rasgos definidores de lo que denominamos “Occidente”, compartidos por sus tres principales concreciones históricas: fascismo, comunismo y liberalismo:

.- Culto a la abstracción, a los trascendentalismos, a las cláusulas idealistas, a las peticiones de principio y a las incondicionalidades.

.-Presuposición de una razón histórica objetiva, de un “telos”, de un “sentido” del devenir (línea teleológica de Progreso que se resolvería en la supremacía de la excelencia racial-genética para el fascismo, en aquel Reino de la Libertad redentor de la Humanidad toda soñado por el comunismo y en el “fin de la historia” democrático-liberal).
Como ha recordado Subirats, este concepto de razón histórica se halla incardinado en nuestra tradición cultural y encuentra en Kant un momento decisivo de reelaboración, traspasándose incólume a Hegel y a Marx.

.- Universalismo que odia la Diferencia y los localismos/particularismos.
¿Quién, si no el Occidente liberal, “decreta” hoy la lista y el sentido de los Derechos Humanos, postulándolos “universales”? ¿Quien, si no el democratismo occidental, fija los supuestos Intereses Generales de la Humanidad y el muy arbitrario Bien Común Planetario? ¿Y no apelaba Marx a los “Proletarios del Mundo” en un momento en que la Clase Trabajadora solo aparecía por unos pocos rincones de Europa? ¿Cabe, por otra parte, mayor atentado contra la Diferencia (judía, gitana, homosexual,…) que su exterminio en campos de concentración?

.- Institución del “individuo” como entidad sociológica, axiológica y epistemológica central.
En otras formaciones culturales, el ser particular es percibido, no ya como “individuo”, sino como “fibra de comunidad”. Parafraseando a Gide: “Aquello que nunca sabremos es el tiempo que ha necesitado el hombre para elaborar al individuo”.

.- Concepto “cósico” de la Verdad, que confiere a determinadas Minorías Esclarecidas una labor de Misionerismo Social (elitismo intelectual y moral, encarnado en las camarillas de Hitler, los cuadros del Partido Comunista y los “expertos” de nuestras Universidades).
Esta concepción de la verdad, contra la que se batiera Nietzsche (en Sobre Verdad y Mentira en sentido extramoral), deriva de la todavía vigente “teoría clásica del conocimiento”, también denominada “Teoría del Reflejo” o “Epistemología de la Presencia” (Derrida). Atrincherada en el “sentido común” no menos que en las cavernas del “cientificismo”, está viendo cómo, frente a ella, contra ella, se constituye un nuevo paradigma, antagonista, que se ha nombrado “epistemología de la praxis”. Debe a Korsch su prefiguración histórica: el criterio de verdad del análisis no dependerá ya de los controles técnicos del método, sino de su implicación en la praxis concreta del sujeto de la contestación.

.- Fines sublimes que justifican cualquier medio (Nación Aria, Paraíso Comunista y Estado de Derecho).
“Patria y Raza”, “Reino de la Libertad” y “Democracia Representativa”: fines sublimes que no son más que “abstracciones” y que acarrearon las masacres que se temía Bakunin, “farsas sangrientas” en la acepción de France y Cioran. La “abstracción” se convierte en “ideal” y el ideal en “fin sublime”: ante esta secuencia, consagrada en nuestra tradición cultural, los “medios” no son dignos de tener en cuenta ‭—‬así lo establece la racionalidad instrumental, estratégica, en la que se halla larvado el principio de Auschwitz.

.- Utopía eugenista del Hombre Nuevo (Ario nazi, Obrero Consciente y “ciudadano ejemplar”).
La crítica de ese “utopismo eugenista” ha atravesado toda la historia cultural de la modernidad, desde Nietzsche y Bakunin hasta Baudrillard o Lefebvre; y, no obstante, sigue entronizado en nuestras prácticas pedagógicas y políticas. Iglesia, Escuela y Estado han alimentado y siguen alimentando un mismo prejuicio. ¿Qué prejuicio, qué “dogma teológico”, comparten la Iglesia, la Escuela y el Estado a la hora de percibir al Hombre y determinar qué hacer con él, qué hacer de él? La respuesta de Bakunin sienta una de las bases de la crítica contemporánea del autoritarismo intelectual, del elitismo moral, de la ideología del experto y de la función “demiúrgica” de los educadores: en los tres casos, se estima que el hombre es genéricamente “malo”, constitucionalmente malvado, defectuoso al menos, y que se requiere por tanto una labor refundadora de la subjetividad, una intervención pedagógica en la conciencia de la gente, una tarea “moldeadora” del carácter, encaminada a una reforma moral de la población… Sacerdotes, profesores y funcionarios se aplicarán, en turbia solidaridad, a la reinvención del ser humano, en un proyecto estrictamente “eugenésico”, regido por aquella ética de la doma y de la cría denunciada por Nietzsche.

.- Reificación de la población (como raza, como clase y como ciudadanía).
La reificación de la población alcanza en Occidente cotas de verdadera obsesión, de “monomanía”. Se forja una categoría, un esquema, un concepto; y, a continuación, se “encierra” en él a un sector de la comunidad, segregándolo del resto y fijándolo a una identidad artificial, postulada. Y tenemos entonces “niños” (Illich), “clase trabajadora” (Baudrillard), géneros definidos con validez universal, razas cristalizadas en una pureza inmune a la historia, “ciudadanos” sin corporeidad en los que se anudan derechos y deberes, “terroristas” que es lícito ejecutar extrajudicialmente, “primitivos” y “salvajes” que deben ser “civilizados”, etc. Por elaborar “razas”, “clases” y “ciudadanos”, negando a los hombres reales, de carne y hueso, a los animales humanos; por asignar a tales nociones, a tales “emblemas” o “puntos vacíos”, una misión histórica, un cometido providencial que exigiría siempre la eliminación del individuo empírico enclaustrado a su vez en la categoría complementaria (raza inferior, clase enemiga, sujeto “incívico”), nuestra civilización ha terminado arraigando en el “horror de la muerte administrada” (Carrión Castro).

.- Desconsideración del dolor empírico del sujeto, del sufrimiento ostensible, que deja de valorarse como circunstancia relevante, como referente político o jurídico (Auschwitz, los “gulags” y Guantánamo).
La noción del “dolor” en Kant resulta paradigmática de esta omisión homicida. En palabras de Subirats: “La filosofía kantiana de la historia legitima este dolor cultural e histórico del individuo, que soporta el imperativo de la razón universal y abstracta, como un mal menor (…). La teoría de la cultura de Kant, con su desprecio de la muerte, del dolor y de la desesperanza del individuo (…) justifica de antemano el avasallamiento de este mismo individuo empírico al paso del progreso histórico de la razón”.

.- Antropocentrismo y representación de la Naturaleza como “objeto” (de conocimiento y de explotación), de alguna manera “separada” del hombre-sujeto, “al otro lado” de la conciencia y casi como reverso de la cultura ‭—‬percepción sobre la que descansa la lógica productivista (la “empresa” nazi del exterminio, el estajanovismo soviético y la sacralización liberal del crecimiento).
Para el nómada histórico, como en cierta medida también para el rural-marginal y de forma muy neta para el indígena, el medio ambiente y el hombre no son realidades separadas, aquel al servicio de este, investigado y explotado por este; no “existen” como entidades definibles, sino que se funden en una totalidad eco-social expresada en la Comunidad (Paoli).

Y podríamos añadir, a otro nivel, para reforzar la afinidad entre los tres sistemas y completar la caracterización de Occidente, unas cuantas notas más: consumismo, mercantilización, reducción de todas las realidades al valor de cambio; racionalidad técnica, pragmatista, de dominante económico-burocrática; “logicismo” y formalización abusiva en la argumentación; etcétera.

Z) Otros Hombres De los Mundos Otros

«Un pastor leyó una vez, en un libro muy antiguo, de cuando se sabían todas las cosas y las letras se adornaban con dibujos, que, andando el tiempo, la tierra entera se convertiría en un desierto. Y debe ser verdad, por lo antiguo que era el libro y lo elegante de los dibujos».
Alejandro, pastor de ovejas

Estimado amigo:
Me hablas de una frase y de un suceso para mí inolvidables, que dejaron una profunda huella en mi corazón.
Todo fue muy extraño. Alejandro, pastor de ovejas, hoy retirado, a quien todavía veo de vez en cuando, me contó una cosa muy rara, mientras vigilábamos nuestros respectivos ganados en un paraje llamado Las Cuevas Pequeñas.
Sus palabras me desconcertaron: trataban de un pastor tradicional que leyó en el pasado un libro muy antiguo. ¿Cómo, si los pequeños pastores autónomos eran, y en buena medida son, analfabetos? ¿Y qué libro era ese, que se guardaba en una cabaña de pastores, de hombres de cultura oral, lejos de las ciudades, de las bibliotecas y de loslectores?
Por eso me interesó el suceso: al no enteder nada (un relato mítico, una leyenda oral, que se había transmitido a traves de las generaciones hasta recalar en Alejandro), al no poder hacerme cargo del significado del relato, sentí, de una vez, de modo brusco, casi hiriente, que me hallaba ante la Alteridad, ante la Otredad. Me había topado con gente-otra que no se expresaba como yo, que no contaba sus verdades como yo; y que no lograba comprender, que se me escapaban por todos los puntos.
Tuve esta sensación más tarde, entre indígenas, ante gitanos, frente a marginales occidentales, al lado de personas evadidas de la Razón,…
Queriendo entender lo que Alejandro me decía, lo llevé al terreno de mis lecturas: que la llamada «aventura del saber» occidental sea, meramente, un retroceso, una pérdida progresiva de lo que un día se entendió, una carrera hacia el desconocimiento. Y me acordé entonces de Tarkovski y de su film Solaris. Hubo libros antiguos en los que habitaba la verdad, y hoy tenemos libros solo mentirosos. Nuestros expertos y sabios de las Universidades y de los medios son, en realidad, ignorantes absolutos…
También lo llevé al encuentro de una indicación de Derrida: la verdad es asimismo una función de la retórica, de la estética. Alejandro y el viejo pastor mítico creen en un discurso por la elegancia de los trazos, por la belleza de los dibujos, por el contorneo de las palabras. Quizás no estén desencaminados: «El Rey está desnudo, y nadie lo cree, nadie puede decirse a sí mismo que el Rey anda sin ropa. Pero, si un Otro es capaz de decirlo de un modo bello, elegante, persuasivo por tanto, entonces el Rey ya no solo está desnudo, sino que está también perdido ‭—‬y todos lo percibirán así, todos sabrán que no va vestido y que los reyes sobran…».
En algunas charlas, y en el prólogo al libro de I. Illich, rememoro aquel encuentro, sin cerrrar la interpretación, para sugerir la conmoción que se se experimenta ante la Otredad radical, ante la Diferencia, ante los hombres otros de los otros mundos. Recurro a aquella conversación de un modo también retórico, buscando la elegancia, una forma de belleza que sueña con derribar a los reyes de la homologación y del isomorfismo.
Perdona, amigo, el atropello de esta nota y los errores que arrastra. No siento motivación para revisar y corregir la expresión en este medio. Me abandono… Ante la pantalla escribo así, por arrebatos y sin aliños. Es probable que me esté dejando dominar por este medio, pero lo cierto es que no redacto aquí como lo hago en el trance de componer una carta física o de inventar la página de un libro.
Un abrazo y muchas gracias por tu interés.
Estaré siempre atento a tus palabras.
Salud.
Pedro.

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 21 de enero de 2019
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

¿Juego? ¿Territorio? ¿Recreación?

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UNA LUCHA «EN» EL LENGUAJE: RE-SEMANTIZAR PARA DE-SEMANTIZAR

1. El lenguaje es uno de los principales campos actuales de lucha, pues se desveló su solidaridad profunda con la opresión en las sociedades democráticas occidentales. Lleva la mácula de todo aquello que reproducimos: clasismo, sexismo, especismo, belicismo, productivismo… Para fines antagonistas, esto significa que estamos en conflicto con las palabras, que no las usamos ya de un modo automático o pasivo, que hay conceptos que nos hieren, que de algún modo nos vigilamos al hablar… En la modernidad, correspondió a F. Nietzsche afianzar la denuncia: «Me temo que nunca nos desembarazaremos de Dios, pues todavía creemos en la Gramática». En un sentido muy determinado, «somos hablados por el lenguaje». A un nivel epistemológico, «fundacional», pues, queda desvelada la maldad congénita del lenguaje, su absoluta ausencia de inocencia. Y la «mancha» no recaería ya solo en la semántica, donde ciertamente se ha hecho más notoria: toda la sintaxis, la gramática en pleno, el léxico en su conjunto sabrían constitutivamente de los estigmas sobre los que descansa la forma de coerción de nuestra civilización.

2. A un nivel más inmediato, M. Foucault, en un bello opúsculo («El orden del discurso»), señaló el modo en que los poderes instituidos, concretos, a través de las instancias públicas y privadas, de las entidades y de las prácticas, encabalgándose sobre la malevolencia histórica de las palabras, las inventaba y reinventaba con fines reproductivos, «actualizando», por así decirlo, su infamia y su perversidad: más aún, inscribía esas palabras, el lenguaje de lleno, en una axiomática, una forma de «legalidad», un orden destinado a conjurar los peligros de su materialidad. Así se expresó:

«El deseo dice: «No querría tener que entrar yo mismo en este orden azaroso del discurso; no querría tener relación con cuanto hay en él de tajante y decisivo; querría que me rodeara como una trasparencia apacible, profunda, indefinidamente abierta, en la que otros responderían a mi espera, y de la que brotarían las verdades, una a una; yo no tendría más que dejarme arrastrar, en él y por él, como algo abandonado, flotante y dichoso». Y la institución responde: «No hay por qué tener miedo de empezar; todos estamos aquí para mostrarte que el discurso está en el orden de las leyes, que desde hace mucho tiempo se vela por su aparición; que se le ha preparado un lugar que le honra pero que le desarma, y que, si consigue algún poder, es de nosotros y únicamente de nosotros de quien lo obtiene»».

Mirando menos a la Institución que a los detentadores del poder, F. Nietzsche había concluido algo semejante: que las palabras siempre habían sido inventadas por las clases dirigentes… «En todo tiempo estuvo entre las prerrogativas del Señor la de poner nombre a las cosas». En este sentido, «las palabras no desvelan un significado, imponen una interpretación».

En recapitulación de M. Foucault: «En toda sociedad la producción del discurso esta a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad (…). [Porque] el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual, se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse».

3. Partiendo de estas denuncias, e insistiendo en el contro político (en sentido amplio) del lenguaje, se ha subrayado la apropiación «conservadora» de conceptos críticos, el modo en que las instituciones, los poderes políticos y económicos, incluso también las instancias del saber, re-significan términos y expresiones del universo antagonista o contestario para llevarlos a los lugares conocidos de la reproducción del sistema. Esta «hemorragia de conceptos críticos» (R. Barthes) habría afectado a nociones como las de «revolución», «clase social», «ideología», «transformación social», «lucha de clases», «proletariado», «plusvalor», «compromiso», «resistencia», etcétera. Expuestos inevitablemente a la erosión del devenir, sujetos a aquella estricta contingencia (temporalidad) de todas las acuñaciones de la crítica, de todos los conceptos y de todas las teorías de la historia y de la sociedad (K. Marx), recayó también, sobre los universos terminológicos disidentes, la nueva asechanza de los «media», intrínsecamente vinculada al mercado y a la gobernabilidad. Y quedó desangrado el corpus discursivo anticapitalista…

4. Pero quedó desangrado en el marco de la misma constelación económica, política y cultural que denegaba: el Capitalismo vampirizó al anti-capitalismo, robándole sus palabras, sus símbolos, sus emblemas. Y «revolucionario», por ejemplo, es una marca de cerveza y de ropa; y un término que aparece en el nombre de un partido conservador, con un proyecto político «reaccionario» en opinión de muchos, asentado en el gobierno durante años y años (el Partido Revolucionario Institucional, en México). Y podemos comprar camisetas esstampadas con el rostro del Che en El Corte Inglés. Y hay un periódico que se llama «Liberación». Y «Emancipados» puede estar en el logotipo de una boutique de lujo. Y no hay político, periodista o profesor que no cante a la igualdad, a la libertad y a la fraternidad. Y no hay organización política pro-capitalista, en el límite «humanizadora» de este sistema, bienestarista, que no incluya el ecologismo, el feminismo y el pacifismo entre sus credenciales propagandísticas…

El antagonismo se quedó sin palabras en un marco histórico que impide la emergencia absoluta, reprentina, de un Nuevo Pensamiento. Si no cambia sustancialmente el mundo, esto es sabido, no puede surgir una Novedad Radical en la reflexión o en la teoría, pues todos los conceptos, todos los frutos de la inteligencia humana (ya sean para la conservación, ya para la transformación), son productos histórico-sociales y la imaginación crítica, incluso subversiva, tiene un límite marcado por la época. Estamos obligados a batallar, pues, de momento, en el territorio lexicológico del enemigo, en el universo conceptual de un capitalismo que nos robó las armas del lenguaje y adulteró las palabras con las que lo denigrábamos. ¿Cómo hacerlo?

5. Cabe pagar al Sistema con su misma moneda, «re-significando» conceptos que utilizaba apaciblemente en aras de su propia justificación; cabe «re-semantizar» esos términos por los que siempre se sentía halagado, legitimado. Cabe introducir un principio de discordia, de conflicto, de inseguridad y de inquietud en el campo lexicológico del Capitalismo. Podemos «hurtarle» sus palabras para devolvérselas envenenadas, destempladas, enloquecidas… Es lo que pretendemos hacer, en los últimos tiempos, con estas tres expresiones: «territorio», «juego» y «recreación». Estas tres nociones, tan queridas por el status quo, tan gastadas por la intelectualidad reclutada, por los funcionarios mohosos y por los agentes culturales del capitalismo, pueden ser «leídas» de otro modo (o, mejor, pueden «darse a leer» bajo otro aspecto); pueden re-vestirse de un nuevo y desafiante sentido, en la línea de la hermenéutica crítica o de la deconstrucción, estrategia epistémica que ya no procura exhumar «significados primeros» o «verdades ocultas», sino que opera rescates selectivos, re-creaciones y actos de producción discursiva discordantes…

Hablamos de «deconstrucción» en el sentido de J. Derrida:

«Las relaciones entre deconstrucción y hermenéutica son también complejas. Lo que se llama en general hermenéutica designa una tradición de exégesis religiosa que pasa por Schleiermacher y la teología alemana hasta Gadamer entre otras fuentes, y supone que la interpretación de los textos debe descubrir su querer decir verdadero y oculto. La deconstrucción no tiene que ver con esa tradición; por el contrario, pone en duda la idea de que la lectura debe finalmente descubrir la presencia de un sentido o una verdad oculta en el texto. Pero hay otra manera de pensar la hermenéutica, que se percibe en Nietzsche o en Heidegger, donde la intepretación no consiste en buscar la última instancia de un sentido oculto sino en una lectura activa y productiva: una lectura que transforma el texto poniendo en juego una multiplicidad de significaciones diferentes y conflictuales. Esa acepción nietzscheana de la interpretación es mucho más cercana a la deconstrucción, tal y como es la mención de Heidegger a la «hermeneuin» que no busca descifrar ni revelar el sentido depositado en el texto sino producirlo a través de un acto poético, de una fuerza de lectura-escritura».

Como apuntamos en otra parte (breve ensayo en el que incluíamos a E. Zuleta entre los inspiradores de esta forma distinta de entender la «interpretación»), fue también perfectamente «poético», «lecto-escritural», hermenéutico o deconstructivo, el acercamiento de A. Artaud a la obra/vida de Van Gogh…

La dirección de nuestro «rescate selectivo», de nuestra «lectura productiva», es clara: llevamos el juego, la recreación y el territorio a la arena de la crítica antipedagógica y desistematizadora…

6. Vinculada a este asunto, corre una cuestión crucial, magistralmente esbozada por R. Barthes en «Crítica y Verdad»: ¿De qué vamos a hablar cuando hablemos de «territorio», «juego» y «recreación»? ¿Cómo hablaremos, en calidad de qué? ¿Desde qué especialidad, disciplina o «prisma» lanzaremos nuestras tesis? Responderemos ahora concisamente y recuperaremos a continuación las palabras del autor francés… Hablamos de palabras, hablamos del lenguaje; y no de un fantasmal «en sí» del juego, del territorio o de la recreación. Hablamos de lo que esas palabras pretenden designar y de lo que están connotando de hecho, y sugerimos lo que aún podrían referir. Y hablaremos como «escritores» sin más; no como historiadores, sociólogos, «ludólogos», psicólogos, etnólogos o filósofos. En palabras de R. Barthes:

«Lo que no se tolera es que el lenguaje pueda hablar del lenguaje. La palabra desdoblada es objeto de una especial vigilancia por parte de las instituciones, que la mantienen por lo común sometida a un estrecho código: en el Estado literario, la crítica debe ser tan «disciplinada» como una policía; liberar aquella no sería menos «peligroso» que popularizar a esta sería poner en tela de juicio el poder del poder, el lenguaje del lenguaje. Hacer una segunda escritura con la primera escritura de la obra es en efecto abrir el camino a márgenes imprevisibles, suscitar el juego infinito de los espejos, y es este desvío lo sospechoso. Mientras la crítica tuvo por función tradicional el juzgar, solo podía ser conformista, es decir conforme a los intereses de los jueces. Sin embargo, la verdadera «crítica» de las instituciones y de los lenguajes no consiste en «juzgarlos», sino en «distinguirlos», en «separarlos», en «desdoblarlos». Para ser subversiva, la crítica no necesita juzgar: le basta hablar del lenguaje, en vez de servirse de él. Lo que hoy se reprocha a la nueva crítica no es tanto el ser «nueva»: es el ser plenamente una «crítica», es el redistribuir los papeles del autor y del comentador y de atentar, mediante ello, al orden de los lenjuajes (…).

Nada es más esencial para una sociedad que la «clasificación» de sus lenguajes. Cambiar esa clasificación, desplazar la palabra, es hacer una revolución. Durante dos siglos, el clasicismo francés se ha definido por la separación, la jerarquía y la estabilidad de sus escrituras; y la revolución romántica se ha considerado a sí misma como un desorden de la clasificación. Ahora bien, desde hace cerca de cien años, desde Mallarmé sin duda, está en curso una reforma importante de los lugares de nuestra literatura: lo que se intercambia, se penetra y se unifica es la doble función, poética y crítica, de la escritura. No basta decir que los escritores mismos hacen crítica: su obra, a menudo, enuncia las condiciones de su nacimiento (Proust) o incluso de su ausencia (Blanchot); un mismo lenguaje tiende a circular por doquier en la literatura; el libro es así atacado de flanco y por la retaguardia por el que lo hizo; no hay ya poetas, ni novelistas: no hay más que una escritura».

7. Pudiera considerarse que esta literatura de la lucha «en» y «por» el lenguaje se desentiende del horizonte «real» de la conflictividad, del ámbito material de la reivindicación, con sus «causas», sus «sujetos», sus «motores». Cabría estimar que no constituye más que una huida «culturalista», una «sofisticación» de la teoría crítica, casi una embriaguez del escrúpulo político-ideológico. Pero nada más alejado de la verdad: en el contexto de la crisis definitiva del Relato de la Emancipación, postrados el Sujeto, la Causa, y la Revolución, el horizonte de la cultura asume un protagonismo sustitutorio como ámbito del antagonismo real. Más aún: desde el momento en que los instrumentos y los procedimientos de la racionalidad política clásica quedan absorbidos como formas de desobediencia inducida, del ilegalismo útil o de la conflictividad conservadora, y su esfera ya no es otra que la de la «protesta domesticada», la lucha recupera al individuo, a la cotidianidad y a la propia vida (investidos o revestidos por el lenguaje) como escenarios privilegiados del antagonismo. El propósito de la «auto-construcción ética y estética para la lucha», paralelo a la desistematización de la existencia, se hace perfectamente conciliable con esta vigilancia de las palabra que proferimos, de los lenguajes que utilizamos, de las escrituras que practicamos. Y, a la inversa, en absoluto basta con un «compromiso» que permanezca sin más en el dominio de la comunicación. Se precisa tratar la propia vida del mismo modo que tratamos las palabras: «resignificando», deconstruyendo, reinventando, «criticándola», «escribiéndola», «poetizándola»… Como parte de la existencia particular, el lenguaje que usamos se convierte en objeto de la desistematización…

8. Pero, si dejamos a un lado el proyectismo utopista (el ideal aquí, aunque mañana) y nos abrazamos al realismo heterotópico (la belleza hoy, aún hoy, si bien en otra parte), la labor de re-significación tenderá a disolverse en una de-significación terminal. Porque el objetivo último no es alterar los vocablos y devolvérselos indefinidamente al poder: quisiéramos establecer las condiciones, primero subjetivas y luego objetivas, de una «desaparición» de tales términos… Borrar palabras, diluir las separaciones arbitrarias y las cosificaciones interesadas, reventar los conceptos «como pompas de jabón», que decía F. Nietzsche…

Porque ha correspondido a la civilización occidental, desde Platón si damos credibilidad a P. Sloterdijk, estimar que «pensar» consistía en «dividir». Y llegaron los dualismos, las tesis y las antítesis, los opuestos, las contradicciones entre dos términos, las trinidades (santas o no santas), la dialéctica… Pensar era «dividir»; y «pensar bien», subdividir y subdividir. Las ciencias, bajo ese paradigma, se convirtieron en sistemas de clasificación, de jerarquización, de distinción y de definición, aquejadas de una «taxonomomanía» insuperable. La filosofía se resolvió académicamente como una logística de los conceptos (conceptos-madre, conceptos filiales, conceptos adyacentes…), configurando mallas o redes discursivas por anudamiento de entidades abstractas separadas, asimismo jerarquizadas, distribuidas lógicamente, obedeciendo a sintaxis de agregacion.

El pensador occidental, se dedicara a la engañifa que se dedicara, actuaba como un ser en medio de un río, dando hachazos para dividir el agua fluyente. Y tenemos, al fin, la sociología, la antropología, la etnología, la historia, la psicología…; y tenemos la política, la economía, la jurisprudencia, la cultura…; y tenemos la Edad Antigua o el esclavismo, la Edad Media o el feudalismo, la Edad Moderna y Contemporánea o el capitalismo; y tenemos el Arte, la Ciencia, la Filosofía; y tenemos la ética y la estética, la crítica y la poesía; y tenemos…

Pero no todas las culturas han sucumbido a semejante furor segregacionista, divisionista. Considerando que «lo correcto» era lo nuestro, las denominamos «holísticas»… Y coincide hoy que los mayores grados de libertad y de autonomía entre las gentes se dan allí donde menos progresó el virus de la separación. Se diría que, a más «división», más opresión, más envilecimiento, más dolor…

Escolasticismos, neo-escolasticismos, funcionalismos, estructuralismos, «pensamientos complejos», etcétera, no constituyen más que vástagos de la separación y de la división, de la segregación y de la cosificación. «Nada ha salido con vida de sus manos», decía el «viejo martillo»: todo lo disecan, todo lo convierten en «momias conceptuales».

Nosotros agregamos que, al parcelar y re-parcelar, se desarmó y reclutó el pensamiento. Y se esterilizó la filosofía. Y se malbarató la ciencia. Y se emponzoñó la vida toda… Al escapársenos el principio de la totalidad, al desatender la indivisibilidad de lo real, fue también la unicidad de la libertad lo que perdimos; y la historia de la humanidad se convirtió en un navegar amargo de seres fracturados y fracturantes…

Pero no les sucedió lo mismo a todos los pueblos, decíamos. El «holismo» indígena no distingue etapas en el tiempo, campos en el saber, parcelas en la organización de la vida, heterogeneidades sustantivas en los móviles, grados en la satisfacción… «Comunitario», su aliento jamás tendió a establecer fisuras, fronteras, grietas, demarcaciones. Cuando las gentes del poblado se reúnen bajo un techo enorme para resolver un problema o reflexionar colectivamente sobre un asunto, ¿a qué tipo de acto estamos asistiento? ¿A un acto estrictamente «político», en la línea de la denominada «democracia india»? ¿«Religioso», ya que queda envuelto en ritos, ceremonias y simbolismos, evocando el aura de todo lo sagrado? ¿«Cultural», pues es toda la cosmovisión indígena la que se glosa y reanima ante cada asunto particular? ¿«Educativo», ya que los niños acuden y escuchan, intervienen y aprenden? ¿«Lúdico», pues no faltan las risas, las bromas, las conversaciones animadas, el café y las tortillas, los refrescos…?

Cuando por la mañana, con toda la dignidad del mundo, serias y casi solemnes, esas mismas gentes parten hacia la milpa, los huertos, el cafetal o el bosque, ¿a qué actividad se entregan? ¿A una labor económica, de signo agrario? ¿Espiritual, ya que acontece el reencuentro con la Madre Tierra? ¿De conocimiento y enseñanza, puesto que de esos terrenos brota buena parte del saber tradicional y allí se dan cita todos los días los menores? ¿Lúdica, pues en tales escenarios se desata y realiza el principio de placer? Si, al atardecer, se reúnen en una iglesia,o en una casa comunitaria o particular, y conversan con interés y sin prisa, ¿a qué móviles obedecen? ¿Amistosos? ¿De ocio? ¿Comunicativos? ¿Recreativos? ¿Intelectuales? ¿Políticos? ¿Rituales? La modalidad de don recíproco que recibe el nombre de «guelaguetza» en los entornos mayas, y que parte de una atención constante a las necesidades de los demás, ¿que «funcionalidad» asume, si le cabe ese término? ¿Material, económica y redistributiva? ¿Asistencial, cooperativa y solidaria? ¿Ética y hasta religiosa? ¿Estética y gestual? ¿Filosófica? ¿Amorosa?…

El llamado «holismo» de los indígenas, de los nómadas y de los pastores tradicionales choca sin remedio con el «hacha» occidental; y ese conflicto impide que comprendamos de verdad el sentido de unas prácticas ante las que naufragan nuestros conceptos y nuestras herramientas cognoscitivas. Por añadidura, en ese universo unitario se da la libertad de la que nosotros carecemos y por la que tanto creemos haber luchado, una libertad concreta, tangible, realizada…

9. Regresando a nuestro asunto, «desemantizar» el juego, la recreación y el territorio significa devolver esos tres conceptos a un universo epistémico en el que no existían como tales, pero del cual, en algún sentido, fueron arrancados; un ámbito de conocimiento y de vida en el que la igualdad y la libertad, el sentimiento comunitario y el particularismo trascendente evitaron los estragos de un pensamiento de la separación y la delimitación… «Re-significados», bajo una lectura crítica por libertaria, volvemos esos tres conceptos contra el sistema. «De-semantizados», desde el prisma de una mirada heterotópica, nos permitimos soñar con mundos en los que ya no es necesaria esta «lucha en el lenguaje»…

Cuando los zapotecos de Juquila Vijanos se engalanan para reecontrarse con sus huertos o con la milpa, a menudo en compañía de los niños, no van a «trabajar», a «aprender» o a «jugar». Pero sí hacen algo en lo cual esas tres expresiones están fundidas, en su sentido más noble: una labor que convoca al cuerpo y a lo que no es el cuerpo, un acto de aprendizaje-enseñanza sin cesar reanudado (aprendizaje comunitario y enseñanza destinada a los menores) y un desencadenamiento de la alegría, del contento, del comportamiento placentero. Cuando J. M. Montoya nos cuenta que «el niño gitano aprende jugando en el trabajo», nos sugiere lo mismo. En ese acto «holístico» está sucediendo algo que no es trabajar, jugar o aprender, ni la mera suma de las tres acciones. Es la vida misma la que discurre, sin admitir recortes conceptuales. Por último, si preguntamos a un pastor tradicional, ágrafo y desescolarizado, cómo aprendió lo que sabe y cómo enseñó a sus hijos, nos contará tranquilamente «toda» la vida que hace, el croquis detallado de sus días, la existencia completa de los rural-marginales en su discurrir cotidiano.

Porque, donde se da la igualdad y la libertad, ni existe el trabajo, ni existe la escuela, ni se da el ocio o la recreación. Por contra, donde la coerción y la inequidad son la norma, el pensamiento separa y cosifica, en primer término. Y, en un segundo movimiento, de modo demagógico, cuando no cínico, propone una «recomposición» meramente aditiva de lo parcelado. Primero creamos «ciencias», «disciplinas», «especialidades», «subdisciplinas», etc.; y luego apostamos por estrategias «interdisciplinares» o «transdisciplinarias» para adosar cosméticamente fragmentos del conjunto despiezado. Pero se pierde la totalidad, que hubiera exigido, como advirtió K. Marx, un saber unitario, «una» ciencia (que podríamos denominar «de la sociedad», «del hombre» o «de la historia») abarcadora e indivisible… Siguiendo la misma lógica, Occidente separa el trabajo, el aprendizaje y el juego, estableciendo espacios distintos para cada actividad, formando a menudo técnicos o «profesionales» para la investigación y el desempeño en los sectores «cercados», creando incluso saberes o disciplinas específicas; y, acto seguido, con la mayor hipocresía, proyecta «adiciones»: llevar, por ejemplo, el juego a la escuela o al puesto de trabajo; introducir el trabajo en la enseñanza; diseñar «juguetes educativos», «mobiliarios educativos» (la Bauhaus), «trabajos lúdicos»; convertir la fábrica asimismo en un «escenario del aprendizaje» (la URSS), etcétera.

He aquí el mapa conceptual de nuestra intervención: re-significar el territorio, el juego y la recreación para poetizar escenarios de su de-semantización…

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Pedro García Olivo

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Buenos Aires, 10 de enero de 2019

LA DOMA DE LA PROTESTA Y EL ANARQUISMO EXISTENCIAL

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on noviembre 20, 2018 by Pedro García Olivo

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2.‭ ‬LA PROTESTA DOMESTICADA

2.1.‭ ‬Gestión política de la desobediencia

El Capitalismo demofascista no se sostiene desde la inmovilización de la ciudadanía,‭ ‬desde la simple represión del descontento:‭ ‬al contrario,‭ ‬prefiere una población involucrada en las cuestiones sociales,‭ ‬políticamente‭ «‬activa‭»‬.‭ ‬Desde hace décadas,‭ ‬los defensores teóricos de la democracia representativa han insistido en la necesidad de que los ciudadanos‭ «‬participen‭» ‬en todo tipo de asociaciones y movimientos‭ (‬vecinales,‭ ‬laborales,‭ ‬políticos,‭ ‬religiosos…‭)‬.‭ ‬Esa recomendación es el‭ «‬leit motiv‭» ‬de toda la literatura de la‭ «‬sociedad civil‭»‬,‭ ‬de E.‭ ‬Gellner a Ch.‭ ‬Taylor,‭ ‬pasando por J.‭ ‬Rawls y J.‭ ‬Habermas.‭ ‬Se asume la tradicional‭ «‬apatía‭» ‬de la población ante las cuestiones políticas,‭ ‬la‭ «‬insuficiencia‭» ‬del mero acto de votar y,‭ ‬estimándose‭ «‬utópica y técnicamente inviable‭» ‬la democracia directa,‭ ‬todo se espera de esa‭ «‬reactivación‭» ‬y‭ «‬movilización‭» ‬de los ciudadanos en las diversas tramas relacionales de la sociedad civil.‭ ‬De ese modo,‭ ‬la democracia se haría más verdadera y se fortalecería…‭ ‬M.‭ ‬Walzer:‭ «‬La política en el Estado democrático contemporáneo no ofrece a muchas personas una oportunidad para la autodeterminación rousseauniana.‭ ‬La ciudadanía,‭ ‬considerada en sí misma,‭ ‬tiene hoy en día sobre todo un papel pasivo:‭ ‬los ciudadanos son espectadores que votan.‭ ‬Entre unas elecciones y otras se les atiende,‭ ‬mejor o peor,‭ ‬mediante los servicios públicos‭ (‬…‭)‬.‭ ‬No obstante,‭ ‬en las tramas asociativas de la sociedad civil‭ ‬—en los sindicatos,‭ ‬partidos,‭ ‬movimientos,‭ ‬grupos de interés,‭ ‬etc.‭—‬ estas mismas personas toman muchas decisiones menos importantes y configuran de algún modo las más distantes determinaciones del Estado y de la Economía.‭ ‬Y en una sociedad civil más densamente organizada tienen la posibilidad de hacer ambas cosas con mayores efectos‭ (‬…‭)‬.‭ ‬Los Estados son puestos a prueba por su capacidad para mantener este tipo de participación en la sociedad civil‭ ‬—que es muy distinta a la intensidad heroica de dedicación implícita en la ciudadanía de Rousseau‭»‬.
Son conocidos,‭ ‬por otro lado,‭ ‬los conceptos que esgrimiera M.‭ ‬Foucault a propósito de la‭ ‬gestión política de la desobediencia:‭ «‬ilegalismo útil‭»‬,‭ «‬disidencia inducida‭»‬,‭ «‬transgresión tolerada‭»‬…‭ ‬A esa ciudadanía‭ «‬reactivada‭» ‬se la invita también a protestar de manera no absolutamente legal‭; ‬y se administran estratégicamente los juegos de las transgresiones y de los delitos.‭ ‬Diseñados los escenarios de la contestación,‭ ‬concediendo espacios para la violación regulada de las leyes,‭ ‬conforme a una lógica política tendente a la‭ «‬seguridad‭» ‬y ya no tanto a la‭ «‬disciplina‭»‬,‭ ‬el Sistema descarta los peligros de la novedad y del imprevisto.‭ ‬Al frente del ámbito de la Norma queda el de la Desobediencia Inducida,‭ ‬casi saturando todo el horizonte socio-político y conjurando en buena medida el riesgo de lo no-conocido y lo no-contemplado…

2.2.‭ ‬El doble plano de la domesticación de la protesta

La protesta ha sido domesticada en sus dos vertientes:‭ ‬la intra-institucional,‭ ‬que tiene que ver con el desenvolvimiento de los individuos en las‭ «‬instituciones de la sociedad civil‭» (‬A.‭ ‬Gramsci‭) ‬o en los‭ «‬aparatos del Estado‭» (‬L.‭ ‬Althusser‭)‬,‭ ‬desde la Escuela o la Fábrica hasta el Hospital o el Cuartel,‭ ‬y la extra-institucional,‭ ‬que recoge las formas clásicas de la reivindicación y de la denuncia popular‭ (‬manifestaciones,‭ ‬huelgas,‭ ‬marchas…‭)‬.

2.2.1.‭ ‬Subjetividad Única Demofascista

Para lo primero,‭ ‬ha sido decisiva la emergencia y consolidación de la Subjetividad Única demofascista,‭ ‬plegada sobre la figura del Policía de Sí Mismo.‭ ‬Las más diversas instituciones han conocido,‭ ‬desde hace décadas,‭ ‬un proceso de reforma y modernización orientado a su‭ «‬dulcificación‭» ‬calculada.‭ ‬Al mismo tiempo que se arrumbaban los procedimientos coactivos directos,‭ ‬del orden de la violencia física,‭ ‬y se manifestaba una preferencia muy neta por las estrategias de control de índole simbólica,‭ ‬psicológica,‭ ‬comunicativa,‭ ‬colocando al frente de tales instituciones‭ «‬profesionales‭» ‬con perfiles cada vez menos agresivos y más dialogantes,‭ ‬se implementó una técnica novedosa,‭ ‬que optimizó definitivamente el campo de la coerción:‭ ‬se transfirieron,‭ ‬a las víctimas y a los sujetos dominados,‭ ‬atribuciones y prerrogativas que tradicionalmente habían correspondido a los detentadores del poder y a los dominadores.‭ ‬Se hizo así factible la auto-vigilancia,‭ ‬la auto-represión e incluso el auto-castigo‭; ‬y,‭ ‬repletas de‭ «‬policías de sí mismos‭» (‬el estudiante como auto-profesor,‭ ‬el trabajador como‭ «‬patrón de sí‭»‬,‭ ‬el preso en tanto auto-carcelero,‭ ‬los enfermos auto-medicándose,‭ ‬la comunidad toda colaborando con las fuerzas de seguridad…‭)‬,‭ ‬las instituciones se pacificaron definitivamente.
En‭ ‬El enigma de la docilidad expresamos así esta idea:

‭“‬El demofascismo se caracteriza por la‭ ‬subrepción‭ ‬progresiva‭ (‬invisibilización,‭ ‬ocultamiento‭)‬ de todas las tecnologías de dominio,‭ ‬de todos los mecanismos coactivos,‭ ‬de todas las posiciones de poder y de autoridad.‭ ‬Tiende a reducir al máximo el aparato de represión física,‭ ‬y a confiar casi por completo en las estrategias psíquicas‭ (‬simbólicas‭) ‬de dominación.‭ ‬La dialéctica de la Fuerza debe ceder ante una dialéctica de la Simpatía…‭ ‬La represión posdemocrática resulta,‭ ‬francamente,‭ ‬muy buena como represión.‭ ‬Decía Arnheim que,‭ ‬en pintura como en música,‭ “‬la buena obra‭ ‬no se nota‭” ‬—apenas hiere nuestros sentidos.‭ ‬De este género es,‭ ‬me temo,‭ ‬la represión demo-fascista:‭ ‬buenísima,‭ ‬ya que no se nota,‭ ‬casi no se ve.‭ ‬Su ideal se define así:‭ “‬convertir a cada hombre en un policía de sí mismo‭”‬.‭ ‬Y,‭ ‬en la medida en que deban subsistir figuras explícitas de la autoridad,‭ ‬posiciones empíricas de poder,‭ ‬estas habrán de dulcificarse,‭ ‬suavizarse,‭ ‬diluirse o esconderse:‭ ‬policías‭ “‬amistosos‭”‬,‭ ‬carceleros‭ “‬humanitarios‭”‬,‭ ‬profesores‭ “‬casi ausentes‭”‬,…‭ ‬En los espacios en que deba perdurar una relación de subordinación,‭ ‬un reparto disimétrico de las cuotas de poder,‭ ‬se procurará que los‭ ‬dominados‭ (‬las víctimas,‭ ‬los subalternos‭) ‬tomen las riendas de su propio sojuzgamiento y ejerzan de‭ “‬doblegadores de sí mismos‭”‬:‭ ‬los estudiantes que actuarán como autoprofesores,‭ ‬damnificados de sí,‭ ‬interviniendo en todo lo escolar,‭ ‬opinando sobre todo,‭ ‬dinamizando las clases,‭ ‬participando en el gobierno del Centro y,‭ ‬llegado el caso,‭ ‬auto-suspendiéndose orgullosamente,‭ ‬valga el ejemplo.‭ ‬Por esta vía,‭ ‬el‭ “‬objeto‭” ‬de la práctica institucional asumirá parte de las competencias clásicas del‭ “‬sujeto‭”‬,‭ ‬una porción de las prerrogativas de este y también de sus obligaciones,‭ ‬convirtiéndose,‭ ‬casi,‭ ‬en sujeto-objeto de la práctica en cuestión.‭ ‬Los estudiantes‭ ‬haciendo‭ ‬de profesores‭; ‬los presos ejerciendo de carceleros,‭ ‬de vigilantes de los otros reclusos‭; ‬los obreros,‭ ‬como capataces,‭ ‬controlándose a sí mismos y a sus compañeros,…‭ ‬De aquí,‭ ‬de esta hibridación,‭ ‬de esta semi-inversión‭ (‬seudo-inversión‭) ‬de los papeles,‭ ‬se sigue una‭ ‬invisibilización de las relaciones de dominio,‭ ‬un ocultamiento de los dispositivos coactantes,‭ ‬una postergación estratégica del recurso a la fuerza…‭
No todos los estudiantes,‭ ‬los obreros,‭ ‬los presos,‭ ‬etc.,‭ ‬caen en la trampa,‭ ‬por supuesto:‭ ‬Harcamone,‭ ‬el‭ ‬criminal honrado de Genet,‭ ‬que verdaderamente‭ ‬se había ganado la Prisión‭ (‬asesinando niños‭)‬,‭ ‬y no como aquellos otros que recalaban en‭ “‬la mansión del dolor‭” (‬Wilde‭) ‬por razones‭ ‬patéticas‭ ‬—víctimas de errores judiciales,‭ ‬ladronzuelos arrepentidos,‭ ‬delincuentes ocasionales y hasta involuntarios…‭—‬,‭ ‬quiere un día regalarse el capricho de matar a un carcelero.‭ ‬Y no se equivoca de objeto:‭ ‬no elige a la sabandija de turno,‭ ‬al sádico prototípico,‭ ‬cruel e inhumano‭; ‬sino a aquel jovencito idealista,‭ ‬lleno de buenas intenciones,‭ ‬que habla mucho con ellos,‭ ‬dice‭ ‘‬comprenderlos‭’‬,‭ ‬les pasa cigarrillos,‭ ‬critica a los mandamases de la Prisión,‭ ‬y no se permite nunca la agresión gratuita.‭ ‬Harcamone se da el gusto de asesinar al carcelero a través del cual la institución penitenciaria enmascara su verdad,‭ ‬miente cínicamente y aspira incluso a‭ “‬hacerse soportable‭”‬…‭ ‬Tampoco los pobres de‭ ‬Viridiana se dejaron engañar del todo por la cuasi-monja que los necesitaba para sentirse piadosa,‭ ‬generosa,‭ ‬virtuosa,‭ ‬y que no escatimaba ante ellos los gestos‭ (‬indignos e indignantes‭) ‬de una‭ ‬conmiseración imperdonable.‭ ‬Estuvieron a un paso de asesinarla…‭ ‬La pobreza profunda es terrible‭ (“‬Mi privación‭ ‬mata‭”‬,‭ ‬parece querer decirnos,‭ ‬después de cada asesinato,‭ ‬el‭ ‬Maldoror de I.‭ ‬Ducase‭)‬:‭ ‬con ella nadie puede jugar,‭ ‬sin riesgo,‭ ‬a‭ ‬ganarse el Cielo…‭ ‬Por desgracia,‭ ‬ya no quedan prácticamente asesinos con la honestidad y la lucidez de Harcamone,‭ ‬ni pobres con la entereza imprescindible para odiar de corazón a los‭ “‬piadosos‭” ‬que se les acercan carroñeramente…‭ ‬La posdemocracia desdibuja y difumina las relaciones de sometimiento y de explotación,‭ ‬ahorrándose el sobre-uso de la violencia física represiva que caracterizó a los antiguos fascismos…
Y es que el demofascismo será,‭ ‬o es,‭ ‬un ordenamiento de hombres extremadamente‭ ‬civilizados.‭ ‬Es decir,‭ ‬parafraseando y sacando de sus casillas a N.‭ ‬Elias,‭ ‬hombres que han interiorizado,‭ ‬en grado sumo,‭ ‬el aparato de autocoerción y se han habilitado de ese modo para soportarlo todo sin apenas experimentar emociones de disgusto o de rechazo‭; ‬hombres sumamente manejables,‭ ‬incapaces ya de odiar lo que es digno de ser odiado y de amar de verdad lo que merece ser amado‭; ‬hombres‭ ‬amortiguados a los que desagrada el conflicto,‭ ‬ineptos para la rebelión,‭ ‬que han borrado de su vocabulario no menos el‭ “‬sí‭” ‬que el‭ “‬no‭” ‬y se extinguen en un escepticismo paralizador,‭ ‬resuelto como conformismo y docilidad‭; ‬hombres que no han sabido intuir‭ ‬los peligros de la sensatez y mueren sus vidas‭ “‬en un sistema de capitulaciones:‭ ‬la retención,‭ ‬la abstención,‭ ‬el retroceso,‭ ‬no solo con respecto a este mundo sino a todos los mundos,‭ ‬una serenidad mineral,‭ ‬un gusto por la petrificación‭ ‬—tanto por miedo al placer como al dolor‭” (‬Cioran‭)‬.‭ ‬Nuestra Civilización,‭ ‬nuestra Cultura,‭ ‬en su fase de decadencia‭ (‬y,‭ ‬por tanto,‭ ‬de escepticismo/conformismo‭)‬,‭ ‬ha proporcionado a la posdemocracia los hombres‭ ‬—moldeados durante siglos:‭ “‬aquello que no sabrás nunca es el transcurso de tiempo que ha necesitado el hombre para elaborar al hombre‭”‬,‭ ‬advertía A.‭ ‬Gide‭—‬ que esta requería para reducir el aparato represivo de Estado‭; ‬hombres avezados en la nauseabunda técnica de vigilarse,‭ ‬de censurarse,‭ ‬de castigarse,‭ ‬de corregirse,‭ ‬según las expectativas de la Norma Social.
En aquellos países de Europa donde la Civilización por fin ha dado sus más ansiados frutos de urbanidad,‭ ‬virtud laica,‭ ‬buena educación,…‭ (‬civilidad,‭ ‬en definitiva‭)‬,‭ ‬el Policía de Sí Mismo‭ ‬posdemocrático es ya una realidad‭ ‬—ha tomado cuerpo,‭ ‬se ha encarnado.‭ ‬Recuerdo con horror aquellos nórdicos que,‭ ‬en la fantasmagórica ciudad del Círculo Polar llamada‭ ‬Alta,‭ ‬no cruzaban las calles hasta que el semáforo,‭ ‬apiadándose de su absurda espera‭ (‬apenas pasaban coches en todo el día‭)‬,‭ ‬les daba avergonzado la orden.‭ ‬Y que pagaban por todo,‭ ‬religiosamente,‭ ‬maquínicamente‭ (‬por los periódicos,‭ ‬las bebidas,‭ ‬los artículos que,‭ ‬con su precio indicado,‭ ‬aparecían por aquí y por allá sin nadie a su cargo,‭ ‬sin mecanismos de bloqueo que los resguardaran del hurto‭)‬,‭ ‬aun cuando tan sencillo era,‭ ‬yo lo comprobé,‭ ‬llevarse las cosas por las buenas…‭ ‬Para un hombre que ha robado tanto como yo,‭ ‬y que siempre ha considerado la desobediencia como‭ ‬la única moral,‭ ‬aquellas imágenes,‭ ‬estampas de pesadilla,‭ ‬auguraban ya‭ ‬la extinción del corazón humano‭ ‬—será solo‭ ‬un hueco lo que simulará latir bajo el pecho de los hombres demofascistas…‭”‬.

2.2.2.‭ ‬Bienestarismo del Estado Social de Derecho

Para la segunda vertiente de la domesticación de la protesta,‭ ‬ha sido fundamental el ascenso y la consolidación de la ideología y de las prácticas bienestaristas,‭ ‬ligadas al Estado Social de Derecho.‭ ‬El Estado del Bienestar es el referente final de todas las luchas contemporáneas,‭ ‬que‭ ‬mueren en la simple demanda de servicios públicos‭ «‬de calidad y gratuitos‭»‬.‭ ‬Para atender tales solicitudes,‭ ‬toda una‭ «‬burocracia del bienestar social‭» ‬convirtió las‭ ‬necesidades originarias‭ (‬salud,‭ ‬saber,‭ ‬tranquilidad,‭ ‬seguridad,‭ ‬opinión,‭ ‬movilidad,‭ ‬vivienda,‭ ‬vestido,‭ ‬alimentación,‭ ‬labor‭ ‬…‭) ‬en‭ ‬necesidades postuladas,‭ ‬inductoras de un consumo indefinido.‭ ‬Paralelamente,‭ ‬las‭ ‬libertades fueron sacrificadas en nombre de respectivos‭ ‬derechos,‭ ‬prerrogativas que siempre ocultaban obligaciones:‭ ‬derecho a la salud,‭ ‬a la educación,‭ ‬a la seguridad,‭ ‬a la información,‭ ‬al transporte público,‭ ‬a la vivienda,‭ ‬al trabajo…
De la mano de las burocracias del bienestar social y de los nuevos‭ “‬profesionales sociales‭”‬,‭ ‬el objeto de la protesta ya ha sido definido de antemano.‭ ‬Asesorados por‭ “‬pedagogos‭”‬,‭ ‬han terminado estableciendo,‭ ‬de una vez y para siempre,‭ ‬todo el campo de la reclamación.

2.2.2.1.‭ ‬De la‭ “‬necesidad‭” ‬a las‭ “‬pseudo-necesidades‭”

Antes del advenimiento de la sociedad industrial,‭ ‬pudieron darse mundos en los que reinaban las‭ “‬necesidades originarias‭”‬.‭ ‬En ellos,‭ ‬la‭ “‬carencia‭” ‬y cierta precariedad existencial eran menos un problema que un estímulo.‭ ‬De una tal‭ “‬dulce pobreza‭”‬,‭ ‬de semejante‭ “‬humilde bienestar‭” (‬F.‭ ‬Hölderlin‭)‬,‭ ‬brotaban‭ “‬deseos‭”‬,‭ ‬que conducían a la‭ ‬libre satisfacción trans-individual o comunitaria de las necesidades naturales.‭ ‬En esos mundos,‭ ‬a veces agrícolas,‭ ‬a veces pastoriles,‭ ‬en ocasiones nómadas,‭ ‬masivamente indígenas,‭ ‬la‭ “‬ayuda mutua‭”‬,‭ ‬los‭ “‬contratos diádicos‭” (‬G.‭ ‬Foster‭)‬,‭ ‬el‭ “‬don recíproco‭” (‬M.‭ ‬Mauss‭)‬,‭ ‬señalando la vigencia de la comunidad y de los seres particulares autónomos‭ ‬—capaces estos y aquella de la auto-organización y hasta de la auto-gestión‭—‬; todos esos hábitos de apoyo y de solidaridad colectiva,‭ ‬decíamos,‭ ‬no dejaban lugar para el Estado,‭ ‬lo descartaban prácticamente.‭ ‬Así como la democracia liberal no había acabado aún con prácticas demoslógicas tradicionales,‭ ‬con una gestión directa,‭ ‬horizontal y asamblearia de los asuntos públicos,‭ ‬el Poder Judicial estaba excluido radicalmente debido a la vigencia de un‭ “‬derecho consuetudinario oral‭” ‬vivificado cada día a través de las mil maneras concretas de‭ “‬hacer las paces‭” ‬entre hermanos.‭ ‬En este universo,‭ ‬la propiedad privada se desconocía o desempeñaba una función muy secundaria‭; ‬y la fractura social no era más que un muy ilustre ausente…
Pero esos mundos ya no se reconocen en los nuestros.‭ ‬En las tan‭ “‬civilizadas‭” ‬sociedades industriales,‭ ‬tecnológico-capitalistas,‭ ‬son las‭ ‬necesidades postuladas las que reinan.‭ ‬Estas llamadas‭ “‬sociedades de la abundancia‭” ‬o‭ “‬de la opulencia‭”‬,‭ ‬con el‭ “‬sucio disfrute‭” ‬y el‭ “‬lamentable bienestar‭” (‬F.‭ ‬Nietzsche‭) ‬que las caracteriza,‭ ‬sustituyeron los‭ “‬deseos‭” ‬por‭ “‬reclamos‭”‬,‭ ‬satisfechos siempre por el Estado y por las‭ “‬profesiones tiránicas‭” ‬que lo respaldan.‭ ‬Lo que se‭ “‬exige‭”‬,‭ ‬lo que se‭ “‬demanda‭”‬,‭ ‬ya no es una‭ “‬necesidad originaria‭” ‬o‭ “‬natural‭”‬,‭ ‬sino una‭ “‬pseudo-necesidad‭”‬,‭ ‬ideológicamente gestada‭ (‬J.‭ ‬Baudrillard‭)‬,‭ ‬al servicio de una lógica productivista-consumista y bajo una forma de racionalidad estrictamente burocrática.‭ ‬Y tenemos,‭ ‬entonces,‭ ‬un consumo inducido y maximizado de‭ “‬elaborados institucionales‭”‬,‭ ‬de productos y servicios que polarizan socialmente,‭ ‬en sí mismos ecodestructores,‭ “‬inhabilitantes‭” ‬y‭ “‬paralizantes‭” ‬de la población‭ (‬consumo sin fin reanudado que genera,‭ ‬en términos de I.‭ ‬Illich,‭ ‬autor que estamos siguiendo,‭ ‬una casi irreversible‭ “‬toxicomanía‭” ‬o‭ “‬dependencia‭” ‬de la protección estatal‭)‬.‭ ‬Culminada la aniquilación de la comunidad,‭ ‬de los vínculos primarios,‭ ‬de la fraternidad genuina y del apoyo mutuo solidario,‭ ‬como denunciaron J.‭ ‬Ellul y L.‭ ‬Mundford,‭ ‬se entroniza definitivamente,‭ ‬en lo real-social,‭ ‬al‭ “‬individuo‭”‬,‭ ‬necesariamente heterónomo,‭ ‬psicológicamente impotente,‭ ‬incapaz de organizar su vida o de inventar un futuro al margen de los servicios,‭ ‬la tutela y el patronazgo del Estado.‭ ‬Este‭ “‬individuo‭”‬,‭ ‬excrecencia final del Occidente capitalista,‭ ‬preeminente a nivel sociológico,‭ ‬epistémico,‭ ‬ontológico y axiológico,‭ ‬afianzado en la propiedad privada y sujeto a los códigos de la Jurisprudencia,‭ ‬perfectamente alfabetizado y convenientemente escolarizado,‭ ‬se contentará con una‭ “‬democracia representativa‭” ‬resuelta como gobierno de los expertos,‭ ‬tecnócratas y profesionales que gestionan las‭ “‬necesidades postuladas‭”‬…
Continuando con I.‭ ‬Illich,‭ ‬cabe establecer estas manifestaciones del tránsito entre esos dos mundos,‭ ‬el de las‭ “‬necesidades originarias‭” ‬y el de las‭ “‬pseudo-necesidades‭” ‬ideológicas y reproductivas:‭ ‬donde se necesitaba‭ ‬salud,‭ ‬se acabó reclamando médicos y hospitales‭; ‬donde se deseaba‭ ‬saber,‭ ‬se terminó pidiendo profesores y escuelas‭; ‬donde‭ ‬cuidado de la comunidad,‭ ‬trabajadores sociales y oficinas‭; ‬donde‭ ‬tranquilidad,‭ ‬policías y cárceles‭; ‬donde‭ ‬seguridad,‭ ‬ejércitos y cuarteles‭; ‬donde‭ ‬opinión,‭ ‬periodistas y agencias‭; ‬donde‭ ‬movilidad,‭ ‬transporte público‭; ‬donde‭ ‬vivienda,‭ ‬constructores,‭ ‬inmobiliarias y unidades habitacionales‭; ‬donde‭ ‬vestido,‭ ‬agentes de la industria textil y de la moda,‭ ‬marcas y ropas diseñadas‭; ‬donde‭ ‬alimentación,‭ ‬industria alimentaria y tráfico de víveres‭; ‬donde‭ ‬labor,‭ ‬empleo…‭

2.2.2.2.‭ ‬De las‭ “‬libertades‭” ‬a los‭ “‬derechos‭”

Cada‭ “‬derecho‭” (‬estipulado,‭ ‬sancionado por la Administración‭) ‬recorta una‭ “‬libertad‭”; ‬y,‭ ‬así como las‭ “‬libertades‭” ‬llevaban a prescindir del Estado,‭ ‬los‭ “‬derechos‭” ‬lo refuerzan.‭
La libertad de gestionar el propio bienestar físico y psíquico,‭ ‬confiando para las crisis y dolencias mayores en los saberes curativos comunitarios,‭ ‬tradicionales,‭ ‬ha cedido ante un‭ “‬derecho a la salud‭” ‬resuelto como obligación de consentir la medicalización integral del cuerpo,‭ ‬con su dimensión bio-política y su apelación al consumo‭ (‬de fármacos,‭ ‬análisis,‭ ‬tratamientos,‭ ‬servicios hospitalarios…‭)‬.
La libertad de aprender sin encierro y sin profesores,‭ ‬tal y como se respira,‭ ‬murió en el‭ “‬derecho a la educación‭”‬,‭ ‬vale decir,‭ ‬en la obligación de propiciar el enclaustramiento intermitente de los menores y el monopolio educativo de los docentes.‭ ‬Obligación,‭ ‬también,‭ ‬de‭ “‬comprar‭” ‬libros,‭ ‬currículum,‭ ‬material escolar,‭ ‬clases…
La libertad de defenderse uno por sí mismo y de contribuir en la medida de lo posible a la tranquilidad de la comunidad fue cancelada por el‭ “‬derecho a la seguridad personal‭”‬,‭ ‬que se traduce en obligación de someterse a la vigilancia policial y militar.‭ ‬Y entonces nos‭ “‬venden‭» ‬gendarmes,‭ ‬uniformes,‭ ‬cámaras,‭ ‬porras,‭ ‬balas,‭ ‬pistolas,‭ ‬centros penitenciarios…
La libertad de forjarse la propia opinión,‭ ‬individualmente o en grupo,‭ ‬sucumbió ante el‭ “‬derecho a la información‭”‬,‭ ‬devenido obligación de abrazar la‭ “‬doxa‭” ‬escolar,‭ ‬universitaria,‭ ‬mediática.‭ ‬Para ello,‭ ‬adquirimos periódicos,‭ ‬revistas,‭ ‬espacios televisivos,‭ ‬horas de conexión a las redes…
La libertad de construir el propio habitáculo,‭ ‬con la ayuda de los compañeros,‭ ‬de forma‭ “‬orgánica‭”‬,‭ ‬sin pagar a nadie por ello,‭ ‬pereció ante el‭ “‬derecho a una vida digna‭”‬,‭ ‬que incluía el disfrute de una vivienda‭ “‬formal‭”‬,‭ ‬y que abocaba a la obligación de residir en una‭ “‬unidad habitacional‭” ‬estandarizada,‭ ‬acabada de una vez,‭ ‬edificada por técnicos separados y accesible solo a traves del mercado.‭ ‬Y pagamos por el proyecto,‭ ‬por los planos,‭ ‬por las autorizaciones y permisos,‭ ‬por la mano de obra,‭ ‬por los materiales…
La libertad de desplazarse por uno mismo,‭ ‬con la fuerza motriz del cuerpo‭ (‬a pie o en bicicleta‭)‬,‭ ‬fue sofocada por el‭ “‬derecho al transporte público‭”‬,‭ ‬esa obligación de dejarte mover,‭ ‬llevar,‭ ‬conducir.‭ ‬De algún modo,‭ ‬al adquirir el billete,‭ “‬compramos‭” ‬el abandono y anquilosamiento de nuestro ser físico…
La libertad de ocupar el propio tiempo en la producción de bienes de uso no mercantilizables,‭ ‬para uno y para la comunidad,‭ ‬de forma creativa,‭ ‬no-reglada,‭ ‬autónoma,‭ ‬da paso al‭ “‬derecho al trabajo‭” ‬como obligación de dejarse explotar para subsistir y consumir,‭ ‬creando bienes de cambio para el mercado,‭ ‬de manera alienada,‭ ‬disciplinada,‭ ‬heterónoma.‭

2.2.2.3.‭ ‬Función pública‭ “‬inhabilitante‭”
Para I.‭ ‬Illich,‭ ‬a partir de este doble proceso se hace evidente el carácter‭ “‬inhabilitante‭” ‬de la función pública:‭ ‬la provisión estatal de servicios y prestaciones,‭ ‬acentuada con el Estado Social de Derecho,‭ ‬o Estado del Bienestar,‭ ‬desposee al sujeto y a la comunidad de capacidades y facultades que antes ostentaban y los convierte en‭ “‬dependientes‭” ‬de esa garantía y de esa protección.‭ ‬Genera en el individuo‭ “‬impotencia física y psicológica‭”‬,‭ “‬desvalimiento existencial‭”‬,‭ ‬arrojándolo sin remedio a una forma laica de fundamentalismo:‭ ‬el fundamentalismo estatal.
Disuelta la comunidad e inhabilitado el individuo,‭ ‬no queda más referente que el Estado.‭ ‬En la medida en que,‭ ‬como señalan las tradiciones marxistas y libertarias,‭ ‬la organización estatal tiene por objeto reproducir la dominación de clase y salvaguardar los intereses de las oligarquías,‭ ‬de las burguesías hegemónicas,‭ ‬un Estado amplio,‭ ‬sólido y expandido,‭ ‬un Estado del Bienestar,‭ ‬se convierte precisamente en la Utopía del Capital,‭ ‬pues es la modalidad de administración que mejor lima los descontentos e integra a las oposiciones.‭
A las‭ “‬burocracias del bienestar social‭” (‬estatales o para-estatales,‭ ‬pero siempre reglamentadas institucionalmente‭)‬,‭ ‬a los médicos y enfermeros,‭ ‬profesores y maestros,‭ ‬jueces y abogados,‭ ‬periodistas,‭ ‬ingenieros,‭ ‬comisarios,‭ ‬políticos,‭ ‬científicos e investigadores sociales,…,‭ ‬a todos estos‭ “‬profesionales despóticos‭” ‬corresponde fijar nuestras‭ “‬necesidades‭” ‬y determinar los modos de su satisfacción,‭ ‬estableciendo de paso las vías de una obediencia y un consumo que nos arrojan,‭ ‬desnudos y desarmados,‭ ‬a las playas del Estado del Bienestar.‭ ‬Son estas las fuerzas que prefiguras nuestros‭ “‬derechos‭”‬,‭ ‬afectadas muy a menudo por el ya referido‭ “‬Síndrome de Viridiana‭”‬.‭ ‬Son estos los agentes concretos,‭ ‬encarnados,‭ ‬de la inhabilitación de la población…

Paz en las instituciones y delimitación asumida del horizonte de la reivindicación:‭ ‬he aquí las dos dimensiones de la domesticación de la protesta,‭ ‬que salda la disolución de la comunidad y el fin de la autonomía de los individuos.‭ ‬El‭ “‬policía de sí mismo‭” ‬es también un‭ “‬toxicómano de la protección estatal‭”‬:‭ ‬con una vida perfectamente sistematizada,‭ ‬demanda lo que la Administración ha determinado que debe demandar.

2.2.3.‭ ‬Ritualización y esclerosis de la lucha clásica

2.2.3.1.‭ ‬Metodologías asimiladas

Convertido el deseo social en‭ “‬reclamo‭” ‬al Estado,‭ ‬la lucha se domestica desde el punto de vista de sus objetivos.‭ ‬Pero también ha quedado‭ “‬domada‭” ‬atendiendo a sus vehículos,‭ ‬a sus herramientas,‭ ‬a sus procedimientos,‭ ‬que no han podido sobrellevar sin merma la‭ “‬erosión‭” ‬del devenir.‭ ‬Dependientes de una forma de racionalidad política ya anacrónica,‭ “‬fosilizada‭”‬,‭ ‬las instancias de la protesta política‭ (‬partidos,‭ ‬sindicatos,‭ ‬huelgas legales,‭ ‬manifestaciones autorizadas,‭ ‬marchas y concentraciones,…‭) ‬han perdido por completo sus filos críticos:‭ ‬en ellas ya no habita el menor‭ “‬peligro‭”‬,‭ ‬de cara a la reproducción del sistema capitalista.‭ ‬No han sido inmunes a aquella‭ “‬temporalidad de los conceptos críticos‭” ‬subrayada por Marx:‭ ‬todas las formas de lucha son‭ “‬contingentes‭”‬,‭ “‬tempestivas‭”‬,‭ ‬válidas solo para un período‭; ‬y,‭ ‬si se prorrogan,‭ ‬si se eternizan,‭ ‬se convierten en‭ “‬ideologías‭”‬,‭ ‬en mordazas para la praxis.‭ ‬En opinión de K.‭ ‬Korsch,‭ ‬eso era lo que le había sucedido al marxismo en su conjunto:‭ ‬devenir en ideología al haberse transformado el horizonte histórico que lo forjó y dentro del cual podía presentarse como un‭ “‬discurso de verdad‭”‬,‭ ‬un discurso crítico.
Ritualizada y esclerotizada,‭ ‬la protesta no alcanza otro‭ “‬éxito‭” ‬que la obtención de aquello que la Administración deseaba implantar‭ (‬incrementos salariales para que el alza de los precios no reduzca los niveles deseables de consumo,‭ “‬derechos‭” ‬que ahogan libertades,‭ ‬privilegios corporativos para atomizar la sociedad y reducir el tratamiento de la conflictividad a un balanceo estratégico entre los intereses particulares de los distintos‭ “‬grupos de presión‭”‬,‭ ‬incluidos los sindicatos,…‭) ‬y,‭ ‬por defecto,‭ ‬una especie de embriaguez de sí misma en virtud de su envergadura,‭ ‬de sus dimensiones,‭ ‬del seguimiento de la convocatoria.‭
Pero este narcisismo de la protesta ritualizada no tiene más efecto que legitimar a las organizaciones convocantes y narcotizar por un tiempo a los‭ “‬movilizados‭”‬.‭ ‬Partidos,‭ ‬sindicatos,‭ ‬asociaciones,‭ ‬colectivos…‭ “‬miden‭” ‬su fuerza,‭ ‬su‭ “‬cotización‭” ‬como grupos de presión,‭ ‬a traves de tales eventos.‭ ‬Y,‭ ‬por otro lado,‭ ‬la asistencia a las convocatorias,‭ ‬no muy distinta ya de la tradicional‭ “‬asistencia a misa‭”‬,‭ ‬sirve para lavar la consciencia de una población casi absolutamente integrada,‭ ‬adaptada,‭ ‬sistematizada:‭ “‬se me perdonará mi oficio mercenario y mi estilo burgués de vida porque proclamo‭ “‬creer‭” ‬en la Utopía‭ ‬y porque asisto a todas las convocatorias del progresismo político‭”‬…
Ritual y esclerotizada,‭ ‬la protesta contemporánea es,‭ ‬también,‭ ‬irrelevante.‭ ‬Tras las marchas,‭ ‬después de las concentraciones o los encierros,‭ ‬finalizadas las huelgas,‭ ‬todo sigue igual…‭ ‬Y sobran,‭ ‬al respecto,‭ ‬los ejemplos:‭ ‬el‭ ‬15-M en España,‭ ‬con aquella flores para la policía,‭ ‬el acuerdo con los negocios de la zona,‭ ‬las‭ “‬buenas conductas‭” ‬generales,‭ ‬las plazas llenas de gente,‭ ‬miles y miles de participantes en las asambleas,‭ ‬reportajes para los medios de todo el mundo…,‭ ‬y,‭ ‬a los pocos días,‭ ‬triunfo por mayoría absoluta del Partido Popular,‭ ‬conservador‭; ‬y lo que le rentó en votos al‭ “‬macrismo‭” ‬argentino asesinar a Santiago Maldonado,‭ ‬a pesar de las marchas y las concentraciones…

2.2.3.2.‭ ‬Deconstrucción

Frente a este horizonte de la lucha esterilizada,‭ ‬determinado por la crisis de la racionalidad política clásica,‭ ‬cabe proponer un cambio de perspectiva.‭ ‬Aplicando una metodología puramente‭ “‬deconstructiva‭”‬,‭ ‬se trataría de operar estratégicamente en el viejo tejido de la Razón política,‭ ‬ya que,‭ ‬enquistado el capitalismo,‭ ‬sin modificación sustantiva de la economía y de la sociedad,‭ ‬todavía no es históricamente practicable la invención repentina de un paradigma absolutamente distinto y el tránsito brutal de lo establecido a lo ideado.‭ ‬Este trabajo negativo,‭ ‬desplegado en el propio tejido de lo rechazado,‭ ‬de lo hegemónico,‭ ‬aspiraría a producir desgarros,‭ ‬a desbaratar costuras,‭ ‬a des-componer el conjunto mediante la alteración de las relaciones entre sus partes‭ (‬J.‭ ‬Derrida‭)‬.‭ ‬Tomaría los conceptos dados,‭ ‬caducos y vigentes al mismo tiempo,‭ ‬y los opondría entre sí,‭ ‬resignificándolos circunstancialmente.‭ ‬Pondría en circulación nuevas palabras,‭ ‬nuevos términos,‭ ‬insertándolos,‭ ‬como un apósito desestructurador,‭ ‬en aquel tejido de la racionalidad dominante.‭ ‬Crearía segmentos de teoría disidente para mezclarlos,‭ ‬como un veneno,‭ ‬en el cuerpo de los pensamientos canónicos.‭ ‬Hablaría,‭ ‬pues,‭ ‬el lenguaje de la política instituida,‭ ‬pero con un acento tan extraño y contaminando el relato con vocablos y metáforas tan disonantes,‭ ‬que casi pareciera salirse ya de esa arena y levantar sus tiendas en los parajes de la anti-política.
Fiel a esa consigna,‭ ‬y para el asunto de la lucha política,‭ ‬este escrito,‭ ‬denunciando la inoperancia de las formas dadas de reivindicación,‭ ‬quiere hablar de‭ “‬antipedagogía‭”‬,‭ ‬de‭ “‬desistematización‭”‬,‭ ‬de‭ “‬auto-construcción ética y estética‭”‬,‭ ‬de bio-poética del antagonismo y hasta de anti-política.‭ ‬También en la línea de la llamada‭ “‬estrategia general de la deconstrucción‭”‬,‭ ‬pretende revisar y remover la teoría que se ha hecho cargo en la modernidad del problema del Estado,‭ ‬ese obstaculizador de toda protesta social no meramente reformista,‭ ‬ese enemigo de la voluntad de transgresión y de resistencia.‭ ‬Hablara,‭ ‬así,‭ ‬de la‭ “‬función canibal‭” ‬de toda Administración,‭ ‬colocando el etnocidio en primer término e ilustrando las ideas con ejemplos provenientes de la historia de Argentina,‭ ‬país en el que nace esta obra.‭ ‬Pero eso será en el tercer capítulo…‭ ‬Ahora pretendemos hablar del anarquismo y de los anarquistas‭; ‬y del modo en que cabe ubicar la resistencia ácrata en este contexto de la protesta domesticada.
[…]

[Hemos seleccionado estos parágrafos para presentar “La doma de la protesta y el anarquismo existencial”, ensayo que, junto a “La Escuela y su otro”, “Administración y etnocidio” y “En defensa de la razón lúdica”, compone la obra en la que estamos trabajando. Se subtitulará “Escuela, Protesta y Estado”. Sin bien se halla aún en su fase de taller, decidimos compartir, uno a uno, los borradores de los cuatro ensayos que la componen. Ya ofrecimos los PDF de “Administración y etnocidio” y “La Escuela y su otro”. Ahora difundimos “La doma de la protesta y el anarquismo existencial”. Queda pendiente el cuarto y último ensayo]

Para acceder al PDF del texto completo:

La doma de la protesta y el anarquismo existencial

https://wp.me/a31gHO-ld

 

 

Pedor García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 20 de noviembre de 2018

EN DEFENSA DE LA RAZÓN LÚDICA

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Indigenismo, Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on noviembre 15, 2018 by Pedro García Olivo

Para resignificar el «juego libre»

1. Turbiedad política de la noción convencional de «juego»

El lenguaje, ciertamente, «nos habla»… Cuando proferimos la palabra «juego» somos llevados inmediatamente a un ámbito de reflexión y de conversación ya acotado, delimitado de antemano, sin que se nos conceda la posibilidad de cuestionarlo o de idear otro. Y es que aceptamos acríticamente la noción convencional de «juego», sin reparar en los intereses que acompañaron su génesis: ¿Por qué reunir bajo ese concepto actividades y disposiciones tan heterogéneas? ¿Por qué decimos que esto sí entra en la categoría de «juego» y aquello no, aunque desde algún punto de vista se le asemeje? ¿Por qué decimos que esto y aquello son «juegos» a pesar de todo cuanto los separa y distingue? Evidentemente toda selección, lo mismo que toda clasificación, es en cierto sentido «arbitraria», socio-culturalmente determinada y, respondiendo a estrategias tácitas o manifiestas, induce efectos de poder…

Asumiendo de alguna forma la noción común de «juego», J. Huizinga advirtió, no obstante, que cada lengua organizaba a su modo los objetos del espacio lúdico; y había unos idiomas que establecían distinciones lexicológicas desconsideradas por otros, incluyendo estos bajo los alcances del término «juego» realidades que aquellos excluían… Para nosotros, ese apunte es muy pertinente, pues queremos denunciar la calculada «heterogeneidad» de los elementos que nuestra lógica lingüística aglutina en la categoría única e indiscutida de «juego». Ello nos obligará a resignificar un concepto, a inventar un recurso terminológico que dibuje una línea de demarcación en el interesado «cajón de sastre» de los juegos: es la noción de «juego antipedagógico y desistematizador» o, desplazando los acentos, «juego libre»…

Obviamente, una cosa es «jugar» al ajedrez contra un rival, en esa apoteosis de la competencia y bajo el mandato de reglas muy estrictas; y otra construir de forma espontánea un castillo de arena a la orilla del mar, cooperando con un amiguito… Una cosa es dramatizar siguiendo papeles dictados, memorizados, bajo la mirada inquisitiva de un «director»; y otra jugar a los personajes, improvisando roles, sin supervisión de nadie… Una cosa es «jugar» con el auto teledirigido comprado por Navidad; y otra «jugar» a inventarse coches con botellas de plástico, palos y tapones a fin de regalarlos… Son tan grandes las diferencias estructurales entre unos llamados «juegos» y otros que cabe sospechar un fallo o un fraude en el proceso de génesis del concepto. Se hubiera podido esperar dos o tres acuñaciones terminológicas distintas, ya que las actividades reunidas se contraponen en aspectos decisivos. Pero, como todo acabó encerrado en una misma y única vasija conceptual, el motivo de una tan llamativa heterogeneidad fenomenológica deberá buscarse en el campo de la reproducción socio-política. En pocas palabras: se ha querido «diluir» (en el conjunto, en la amalgama) la especificidad de un tipo de juego potencialmente «subversivo», «crítico», «desestabilizador» ‭—‬lo que llamamos «juego libre»… Ubicándolo al lado de los juegos de obediencia, de los juegos reglados, de los juegos competitivos y «adaptativos», de los juegos sujetos a una mirada adulta o a una planificación institucional, se ha logrado que su bella irreverencia pase desapercibida a no pocos analistas; se ha conseguido desviar, de su obstinada disidencia y de su alegre rebeldía, el foco de atención…

Llamamos «juego libre» a aquel que acontece sin normativa identificadora, sin «reglas» formales, sin competencia, sin triunfo y sin derrota, sin rédito material o simbólico, preferiblemente sin exigir un «juguete» adquirido en el mercado, desconocedor de todo ámbito institucional, sin dirección o supervisión externa, abierto a la espontaneidad, a la creatividad, a la cooperación entre los participantes… Así enunciado, parece muy exigente; sin embargo, esta clase de juego aflora constantemente, cuando el niño está solo y cuando se reúne con sus amigos. Es el tipo de juego al que el menor se entrega primero, desde su más temprana edad y antes de que los adultos pretendan «redireccionar» su actividad espontánea.

Hasta donde hemos podido comprobar, los investigadores «científicos» de la actividad lúdica (psicólogos, sociólogos, pedagogos,…) pocas veces han cuestionado, con el necesario punto de radicalismo, aquella interesada y calculada «heterogeneidad» introducida en la categoría de «juego» por las agencias socio-político-culturales; pocas veces han subrayado la «diferencia» que asiste al juego libre y la turbiedad ideológica inherente al gesto de malbaratarlo en cajones de sastre anuladores.

2. Rasgos del «juego libre»

Las manifestaciones empíricas del juego libre son infinitas. Y empiezan en los primeros años, cuando los infantes están todavía a salvo de la forma de servidumbre inducida por la lógica del «juguete» y excitada por el conocimiento de los juegos tradicionales, de los juegos ya dados. Entonces, el niño juega con cualquier cosa y juega de cualquier manera. A cubierto del juguete y del juego instituido, históricamente forjado, tampoco puede afectarle la figura del «supervisor» o «conductor» de la actividad lúdica. Ayuno de reglas, de patrones, de instrucciones, sin «asesores» o «ayudantes» que lo distraigan y condicionen, el niño, bajo la mirada complaciente de su propia libertad, no cesa de jugar…

Cuando una persona se entrega al juego libre, no sabemos muy bien qué es lo que está haciendo. Pero sí comprendemos lo que «no» hace, por lo que podemos caracterizar esa actividad en términos negativos: desinteresado en grado extremo, el jugador no persigue una rentabilidad material o simbólica. Deja a un lado, pues, toda la órbita de la racionalidad económica, que tiene que ver con la ganancia, los trabajos, el mercado… Por otra parte, en gran medida aislado de la normatividad y de sus escenarios, al practicante del juego libre no se le exige obediencia o comportamiento aquiescente y aprobador; y tampoco se le suministran incentivos para sojuzgar a nadie, para influir deliberadamente en la conducta de los otros. De este modo, escapa asimismo de la vieja razón política. Ya que su proceder no responde a la racionalidad estratégica, bajo ninguna de sus dos modalidades, cabría suponerle una índole a-racional o deberíamos elaborar, a propósito, la noción deconstructiva y paradojal de una «racionalidad lúdica». Por último, y también en función de ese carácter no instrumental, dota al protagonista del juego de una coraza anti-pedagógica y de-sistematizadora. Se trata, pues, de un juego que respeta al máximo la iniciativa personal del sujeto y en el que este puede manifestar ampliamente su espontaneidad, su creatividad, su imaginación, su fantasía…

Sobre la disposición «insumisa» del niño, que tiende de un modo natural al juego libre, pronto caerán agentes restrictores, unos vinculados a la ludo-industria, cuyos elaborados mercantiles someterán al menor a sus lógicas de funcionamiento (todo comercio de juguetes es un comercio de cadenas), otros asociados al instinto «pedagogista» de los progenitores, que pronto procurarán reconducir tales iniciativas «caprichosas» hacia el logro de determinados objetivos «educativos» o «formativos», incorporando sin remedio cláusulas de reprehensión y de violencia.

Fuera de los marcos de la infancia, cabe extender la esfera de influencia del juego libre, como estamos sugiriendo, por los escenarios desolados de la vida adulta, implementando ahí, en tales pasadizos y en tales laberintos, su virtualidad impugnadora. Por su carácter a-racional, o por su racionalidad lúdica, por su relación de contigüidad con instancias como la poesía, el absurdo, la locura, lo gratuito, el don recíproco, etcétera, terminaría erigiéndose en una poderosa herramienta para la reinvención combativa de la vida, sumándose al proceso de auto-construcción ética y estética para la lucha. De su mano, cabe reducir los alcances de la sistematización moderna de la existencia…

Ya que el juego libre, en cierto sentido, «no se ve» (vemos, eso sí, personas en una muy concreta interacción), pues carece de «estructura», de «forma», de «regularidad», situándose en las antípodas de los juegos reglados y de las dramatizaciones con guión, casi podríamos concebirlo como la plasmación de una «actitud»: actitud no-productiva, anti-política, creativa, insubordinada… Correspondería también a esa «actitud», circunstancia no menor, abocar a la cooperación, a la «fraternidad», a la ayuda mutua y a la colaboración entre iguales. Se distingue así, diametralmente, de los «juegos deportivos» modernos, cuya crítica pionera fue desarrollada por J. Ellul, entre otros: individualismo competitivo que contempla al partenaire como mero rival, máximo sometimiento a reglas, dependencia absoluta de la institución y atención preferente al mercado, asunción de una ética heterónoma y postergación de la iniciativa personal…

Identifica también a la «actitud lúdica» su natural festivo, alegre, gozoso; su inclinación hedonista. Este «placer» del juego libre está asociado en ocasiones a lo indeterminado de su curso, a la ausencia de cauces, a la incertidumbre que gravita sobre su desarrollo ‭—‬un «no saberlo todo» y, no obstante, «tener que decidir los pasos futuros». Es el placer de la decisión sin previsión, aventurera y riesgosa; el goce de enfrentarse a enigmas no fatales. Recuerda, de algún modo, la «felicidad» de los nómadas ante la imposibilidad del proyecto y la emocionante variabilidad de un mañana que preocupa pero no se teme; y evoca también la serenidad jubilosa del campesino antiguo ante las mil pequeñas novedades que debe afrontar cada día en su labor, habituado a navegar accidentes e imprevistos. Bajo esa alegría y esa forma de contento, el jugador puede dar la apariencia de «estar trabajando» (cuando, por ejemplo, imita a un artesano o a un obrero; o reproduce de hecho, y en el plano del juego, su labor física) y también de «estar aprendiendo» (si orienta el juego hacia el conocimiento o la investigación); pero no cabe duda de que de encuentra fuera de la lógica «económica» o «pedagógica», y la confirmación de ello radica precisamente en la atmósfera risueña, animada, dichosa, bajo la que se desenvuelve la actividad…

De la mano de J. Huizinga, analista que anega el juego libre en el conjunto indistinto de las actividades lúdicas, sin remarcar su singularidad y sus implicaciones, podemos recapitular, en estos términos, sus rasgos más visibles: actividad libre, que puede resolverse a modo de «representación» improvisada (juegos «como si»); que se desarrolla bajo una inapelable «seriedad» (tensión, concentración, apasionamiento), pero también, y al mismo tiempo, en un ambiente festivo, placentero, lleno de motivos para la satisfacción y la alegría; que manifiesta un muy neto «desinterés» y una finalidad intrínseca, centrada sobre sí misma; que expresa una consciencia nítida de constituir una «fuga» o una «huida» (un paréntesis, una interrupción) de la «vida corriente», de la «realidad establecida»; que tiende a crear vínculos y camaraderías entre los participantes, sabedores de que comparten una experiencia imprescindible, «necesaria», de extrema importancia, casi sagrada; y que queda envuelta siempre en una aureola de «misterio», de «enigma», de indeterminación…

Separándonos, en este punto, de J. Huzinga, queremos hablar ahora de los aspectos menos visibles del «juego libre», que, en nuestra opinión, apuntan a la anti-pedagogía y a la desistematización…

3. ¿Es la «razón lúdica» lo primero?

Cabe la posibilidad de que la disposición lúdica sea la actitud inmediata del ser humano, allí donde no se han establecido relaciones de opresión política y de explotación económica. Las gentes, cuando no están inscritas en órdenes de ejercicio sobre ellas del dominio político o en ámbitos de subordinación económica, de tener que dejarse explotar para subsistir, en ese ambiente que puede antojársenos «ideal», solo tienen una cosa que hacer, más allá de garantizarse la autoconservación personal y comunitaria: entregarse al «juego libre», en el sentido en el que lo estamos determinando. Es eso lo que hacen los niños aún antes de alcanzar su primer año de edad; es lo que harán después, desde que se despierten en la mañana…

El jugar, entonces, no es una opción, como sí lo es el buscar empleo o el trabajar para otro; el jugar en libertad es el plano subyacente, es el marco, es «lo que hay», es lo real, es lo que ocurre, mientras no se instauren, recortando y recortándose sobre ese telón de fondo, las figuras del trabajo alienado, del empleo, por una parte, y, por otra, de la obediencia, de la servidumbre política. El juego libre es lo que habría de darse siempre, el transfondo de todo.

Ni siquiera ante la exigencia de la auto-conservación personal y comunitaria, la disposición lúdica ha permitido fácilmente que otras actitudes ocupen su lugar. La entronización de la razón económica puede verse como el punto de llegada de un largo e irregular proceso civilizatorio, culminado con el ascenso y la consolidación del Capitalismo. El afianzamiento de la propiedad privada y del trabajo en dependencia, ciertamente, le dio alas; pero nosotros suscribimos la tesis de esos investigadores que ubican la irrupción del «hombre económico» en el corazón mismo de la contemporaneidad, en nuestro tiempo. Donde la coerción económica y la fractura social no se conocían, y mientras nada hacía presagiar la generalización de «homo aeconomicus» como forma hegemónica de subjetividad, de mil maneras se evidenció esa disposición lúdica de las personas incluso a la hora de buscarse las fuentes de subsistencia. P. Clastres lo ilustró para el caso de algunas etnias llamadas «primitivas» del subcontinente americano: pasaron del nomadismo y la recolección a la vida sedentaria y a la agricultura, pero, cuando comprobaron que, por cambios decisivos en las circunstancias de la región, podían vivir invirtiendo menos tiempo en la consecución de los alimentos, sorteando los esfuerzos requeridos por la agricultura (es decir, cuando comprendieron que de nuevo les cabía subsistir a la antigua usanza, al modo de sus antepasados), ante esa certeza afortunada y bajo un consenso absoluto, regresaron dichosos a la vida errante y a la actividad recolectora, abandonando las casas y los campos de cultivo. Bajo la recolección y el nomadismo, la disposición lúdica brilla especialmente… También en esa línea se explica el tenaz desinterés de determinadas comunidades indígenas por la acumulación, por el excedente y por el comercio: se contentan con cosechar lo que necesitan para alimentarse. Y es proverbial el gusto de los pueblos nómadas por «la vida al día», sin cálculo, previsión ni atesoramiento. Por último, está en el talante de muchos individuos contemporáneos una suerte de incapacidad caracteriológica para reprimir la disposición lúdica y, por ejemplo, dejarse sepultar en un empleo, comportándose como meros «hombres económicos» (pensando, entonces, en el salario, el ahorro, el consumo, la inversión, la ganancia…). Estos seres las más de las veces hollarán la sugerente senda del «trabajo mínimo», o buscarán otras vías, sin duda arriesgadas, para escapar del salario y desatar su potencial de existencia lúdica. Nosotros mismos llevamos toda la vida recorriendo ese camino, que nos abocó finalmente a la agricultura de subsistencia y, después del final, pues todo final es un nuevo comienzo, a la recolección sistemática y rigurosa: en nombre de la razón lúdica, lo crucial para nosotros era no dejarnos explotar y no tener que obedecer…

En todos estos casos se manifiesta la prevalencia de la disposición lúdica: se buscan los medios de subsistencia de una manera alegre, positiva, optimista… Pero como, a pesar de todo, en esa labor cabe la fatiga, el cansancio, que no siempre es muy «feliz», uno busca la manera de castigarse lo menos posible; y entonces amplía conscientemente, de forma paralela, el tiempo y el margen para el resto de las ocupaciones, tareas que no merecen vincularse a la palabra «ocio», sino que se aprehenden mejor bajo el rango de «actividades plenamente humanas» ‭—‬en las que el juego, lo lúdico, y aquí queríamos llegar, acampa por completo de nuevo.

Estamos tan intoxicados por la racionalidad estratégica, que nos dejamos embaucar por la demagogia política más extendida, de raíz decimonónica, y terminamos aceptando una patraña: que la economía y el poder manifiesto, la producción y la gobernabilidad, son los verdaderos pilares de la existencia humana… A lo sumo, para los “huecos”, para los “intersticios” que se abrían entre los tiempos de la servidumbre laboral y de la obediencia política, admitimos el campo (menor, secundario, accesorio) del “juego”. La responsabilidad del marxismo en esta idolatría de la Producción y del Estado es inmensa, como denunciara en su día J. Baudrillard (El espejo de la Producción o la ilusión crítica del materialismo histórico). Pero cabe invertir, exactamente, los datos del problema: sobre el suelo de la potencialidad lúdica del ser humano, mediante la violencia y la coacción, se implantó el infierno de la racionalidad productivista y burocrática.

“El niño gitano aprende jugando en el trabajo”, decía J. M. Montoya; y nosotros lo hemos recordado cientos de veces. Quería decir que hay en su pueblo, o que había, una forma de jugar que está mezclada con el aprender sin escuela y con el trabajo no alienado, el trabajo autónomo. Lo que quería significar, y esto vale para todas las formaciones socio-culturales que mejor se han resguardado del Capitalismo, es que el juego está en todas partes y que lo lúdico es, en algún sentido, enemigo de aquello que no es el trabajo libre (sino que aparece como trabajo forzoso, en dependencia) y enemigo del aprendizaje que no es el aprendizaje natural, informal, comunitario (porque deviene aprendizaje en la Escuela). Cabría admitir, entonces, que en lo lúdico late una instancia negadora del empleo y de las aulas, un principio de derrocamiento de la majestad del salario y de la soberbia de la educación administrada…

Nosotros hemos percibido esa secuencia en los entornos rural-marginales que habitamos y, en la medida en que se nos permitió acercarnos, en los ámbitos indígenas menos mixtificados por la globalización capitalista. Es la sensación de que, allí donde la autoconservación no supone extracción de la plusvalía y donde la educación no murió en la Escuela, y tanto aquella labor como este aprender pasan naturalmente, por así decirlo, a los pulmones, el juego también se “respira”; y, de un modo completamente informal, no reglado, se disuelve en esas esferas. Y entonces vemos niños que se supone que están trabajando; pero no están trabajando, que están jugando. Que se supone que están jugando y no están solo jugando, porque están aprendiendo.

Esta fusión del juego con áreas que podemos considerar “libres” se pierde en el Occidente capitalista. Y ahora, una vez que la asociación se truncó, en parte porque volvimos a utilizar esa “hacha” epistemológica que segmenta y parcela, que divide para pensar, queremos re-insertarlos, re-fundirlos; y llevamos un juego desnaturalizado y no-libre a las escuelas (donde la educación tampoco se da en libertad), y llevamos el juego servil al cautiverio del empleo, donde la labor nunca es autónoma, para hacerlo más “soportable”, más “tolerable”, más “humano”. Y llevamos un juego risible y tontorrón, romo y adaptativo, a los hospitales, a los psiquiátricos, a las cárceles, a todas partes… Y se recompone así cierta nefasta armonía: juego no-libre, reglado y supervisado, para un trabajo de esclavos y para un aprendizaje de prisioneros a tiempo parcial.

No era la rebeldía, como soñó M. Bakunin, lo que, en cierto modo, habría estado en la esencia de la especie humana. No, no era la insumisión. Cerca del ser de las gentes hubo otra cosa, más difusa, inconcreta, poco complaciente: lo que quizás sí dio la impresión de rondar en algún momento la genericidad de los seres humanos fue el juego libre. Cada vez más maniatado, menos orgulloso, encogido y hasta avergonzado de sí, el juego sigue estando en el quehacer de todos los hombres y todas las mujeres sobre la Tierra; y continúa instalado en el centro de la cotidianidad de todos los niños. Pero este juego en parte sofocado, en parte reprimido, ¿alcanza a ser tan peligroso como la rebeldía? Respondemos que sí. Que más peligroso todavía… Porque la rebeldía no está dada; “debe ser deseada”, como decía M. Stirner. Y el juego libre sí parece estar dado, como confirman nuestros niños todos los días…

Y el juego libre es peligroso porque, de alguna forma, da la espalda a todo aquello que nos mueve a nosotros, los inoperantes, inactivos, desactivados, reproductivos “ciudadanos”, meros artífices carnales del Capitalismo. Da la espalda a la razón económica, en la que nosotros nos desvivimos (“¡Trae dinero a casa para comprar! ¡Trabaja y déjate explotar para traer dinero a casa!”). Saca también la lengua a la razón política, esa que, inversamente, nos desvive (“¡Vota! ¡Cree! ¡Milita! ¡Organízate!”). Porque en el juego libre no entra la economía, ni la política; y esa disposición no congenia con la “razón instrumental”, pues se repliega sobre algo distinto y distante, que nos atrevemos a designar “razón lúdica”.

Cabe todavía concebir la vida como la oportunidad para el juego en libertad… Orientar la vida hacia el juego libre quiere decir procurar inventar un devenir biográfico que no obedezca, o que obedezca menos, a la Ratio, a la lógica, a la gramática, al lenguaje; quiere decir aspirar a forjarse un universo propio, con significado, con sentido. Y, desde ese devenir y ese universo, capacitarse para denegar el orden temible, universal, global, de un Capitalismo que se presume definitivo.

Solo que, así como malbaratamos la “economía”, en el sentido, si cabe, “noble” de la palabra (autoconservación personal y comunitaria); y así como degradamos la “política”, igualmente en la acepción “digna” de la expresión, que suena casi a anti-política (gestión comunitaria de los asuntos públicos), y para “auto-gobernarnos” tuvimos que votar y esperar a votar; también del mismo modo hemos corrompido el juego y, para jugar, tenemos cada vez más que comprar, adquirir juguetes, caer en el espacio del ocio, de la recreación, hundirnos en las redes del mercado y del Estado… Economía, política y juego fueron envenenados por el Capitalismo hasta un punto en el que el retorno es difícil. Nada que esperar de la economía, nada que esperar de la política; todavía un poco que anhelar por el lado subversivo de la razón lúdica…

Lado subversivo que linda desde luego con la poesía, pero con la poesía que no se comercializa y dejando a un lado a todos los poetas; que linda con la locura, pero no con esa demencia que se cura en el manicomio o con ingestión de barbitúricos, sino con aquel maravilloso extravío que no se cura nunca y que nos regala una forma superior de vida; que linda con el arte, pero no con el arte de las exposiciones, de los museos, de los artistas, narcisistas y mitificados, sino con el arte combativo de retomar de verdad las riendas de nuestra existencia, decidiendo hacia dónde y de qué manera avanzamos. Todavía un poco que anhelar… Y defensa adolorida de la Razón lúdica.

4. Juego y Capitalismo

4.1. La “ofensiva” contra el juego libre: mercado, poder y ciencia

¿Por qué hablamos de “defensa” de una Razón lúdica sustancialmente subversiva? Porque hay fuerzas que operan en sentido contrario y quisieran llevar lo lúdico al lugar de la reproducción social, a los enclaves de la perpetuación del Capitalismo. Son el mercado, el poder y la ciencia; y, por debajo de estas tres instancia, la pedagogía: pedagogía de mercado, pedagogía para la adaptación y la inclusión socio-políticas, pedagogía avalada por la ciencia más acomodaticia…

Siendo difícil y acaso innecesario “definir” el juego (“toda definición es una cárcel”, se ha dicho), sí cabe, tras caracterizarlo, denunciar qué es lo que se hace con él. En concreto, denunciar los mencionados tres avances sobre el juego: el mercado arrastró el juego al terreno del “juguete”, y creó una industria alrededor; el poder se acercó al juego para utilizarlo en función de intereses concretos, ya fueran conservadores o transformadores, y generó juegos fascistas, juegos comunistas, juegos democráticos; la ciencia empezó a hablar del juego para instalar también esa actividad, esa afición, ese proceso, en su campo específico ‭—‬la investigación, ideológicamente orientada y bajo regulación política‭—‬, auto-glorificándose de paso y legitimando, como acostumbra, el status quo.

El resultado de esta triple acometida ha sido, o está siendo, una reducción progresiva de las ocasiones para el juego libre, que se verá literalmente “arrinconado”; una producción masiva de juegos y juguetes estrictamente “reclutados”, domesticadores, justificativos de los modelos sociales y de las formas políticas establecidas (pensemos, por ejemplo, en la difusión mundial del “Monopoly” o en el éxito incontenible de los actuales videojuegos competitivos o agonales); y una cancelación del protagonismo tradicional del jugador en la dinámica lúdica, pues, de un tiempo a esta parte, el papel determinante recaerá en el ingeniero, en el diseñador, en el político, en el legislador, en el educador, en el animador y, en la base de todo, en el pedagogo.

Especializada en la reforma moral de la infancia y de la juventud, poderoso agente subjetivizador, la pedagogía, sirviendo al mercado, al poder y a la ciencia, encerrará el juego en su esfera propia, que es por un lado el niño y por otro la educación administrada. Tomará la palabra sin descanso, pues sabido es que del juego no hablan nunca los jugadores, no hablan los niños. Sobre el juego hablan, en primer lugar, aquellos “profesionales” que han encontrado ahí un medio de vida, personas que se dedican a “hacer jugar”, a reeditar el juego, a inculcarle valores “educativos”, etcétera. Del juego hablan, ante todo, los pedagogos… Y a nadie escapa la iniquidad de sus fines: adoctrinamiento difuso, diseño de la personalidad de los ciudadanos…

Mención especial merece, en este punto, el llamado “juguete educativo”. En él se mezclan y confunden las dos instancias principales de corrupción del juego libre: el mercado, puesto que este juguete se compra y exige por tanto la venta de la capacidad de trabajo del adquiriente, y el poder, ya que lleva incorporada precisamente la pedagogía como un medio de domesticación social, de inculcación de determinados valores. Y ha habido juguetes que educaban en el cristianismo, otros que formaban para el fascismo, algunos ideados para “conscienciar” al estilo comunista, muchísimos hoy para la propagación de la democracia y el ciudadanismo universal… Recuerdo, a propósito, un “pequeño poema en prosa” de J. Baudelaire, titulado “El juguete del pobre”. Me permito recrearlo… Un niño encuentra una rata, quizás enferma. Se apiada de ella. Le prepara una jaula. Le pone comida, le pone agua y la lleva consigo a todas partes. Juega con ella, la acaricia, la toca, la mueve, la estimula… Se para un día, con su mascota, ante la verja de la casa de un niño rico, que debe tener muchos juguetes de esos que se compran, de esos que se dicen “educativos”. Y el niño rico se queda asombrado ante el juguete del pobre: “¿Qué es eso? ¿Cómo lo conseguiste? ¿Me lo dejas?”. Y el niño pobre sonríe porque sabe que el rico nunca podrá acceder a ese género de juguetes… La rata es aquí “el juguete del pobre”, porque los niños pueden jugar con cualquier cosa, todo puede ser en su imaginación una herramienta para lo lúdico. Pero el “juguete educativo” constituye una perversión lanzada por los adultos sobre el mundo de los menores…

El Capitalismo sorprendió un peligro, una fuente de inquietud, en el juego genuino, indomable; y lo atacó con todas sus fuerzas. Porque persistía el juego libre, se daba un componente lúdico en las maneras en que las gentes se procuraban los medios de subsistencia, ya mediante sus parcelas familiares, ya recurriendo al cultivo cooperativo, ya a través de la recolección… Era lúdica la disposición con que se afrontaba dicha tarea, que no se sentía como molestia ni como oprobio y de la que dependía la reproducción del grupo familiar, del clan, de la tribu. Nada parecido a lo que ocurriría más tarde con la generalización del salario…

El Capitalismo prácticamente universalizó la propiedad privada y el trabajo remunerado; y, desde entonces ya no hay alegría, no hay disfrute, en la forma que tienen los obreros de acercarse a la fábrica o los campesinos de acudir a la finca donde laboran a cambio de un jornal. A partir de ahí, la labor de la sobrevivencia, que incluye todo lo necesario para mantenerse y para conservar la salud, deja de ser placentera, deja de ser lúdica.

Donde aún quedaba una actitud lúdica vinculada a la reproducción social, el Capitalismo la atacó: quiso llevar el juego al mismo terreno que llevó la tierra. Y así como llevó esta al mercado, creando “propiedades privadas”, y también a la política, instituyendo circunscripciones, jurisdicciones, Estados; del mismo modo arrastró el juego al mercado (generando la industria de los juguetes, la industria del ocio, la industria de la recreación) y, paralelamente, a la política, donde, armado de pedagogía, será utilizado para fines de gestión de las poblaciones. La “historia del juguete” ilustra perfectamente este aspecto, registrando una suerte de “pulso” entre los juguetes artesanales y populares, confeccionados muy a menudo por los propios niños, que escapaban admirablemente de las garras del comercio y que acompañaron a la razón lúdica a lo largo de todos los tiempos, y esos otros juguetes más sofisticados, dotados de elementos mecánicos en ocasiones, que circulan por ambientes aristocráticos y no son inmunes a las mordidas del mercado. A partir de la Revolución Industrial, el pulso se decide en el sentido más nefasto, con la invasión de los juguetes industriales, primero de hojalata, luego eléctricos, después de plástico y hoy de índole telemática y digital. Masificados, testimonian también su apresamiento político-pedagógico bajo el Capitalismo con la explosión de los “juguetes educativos”…

Y es que el juego libre, el juego genuino, siempre fue sentido por el Capital como un enemigo: para nada le servía la estampa de un gitano cantando mientras recolecta, o la labor de una campesina que se engalana, se arregla, se pinta, se pone sus mejores ropas para ir al huerto o a la milpa, donde la espera la Madre Tierra… La racionalidad lúdica que asiste a esas dos escenas atenta contra la esencia misma de la formación social capitalista…

4.2. Juego servil y demofascismo bienestarista

El juego, como la educación, “pasa”, “ocurre”, “acontece”. Los niños, pero no solo los niños, juegan y juegan. El juego es ambivalente; puede tender a soldar o a des-soldar, a adaptar o a des-adaptar, a reproducir o a resistir. En este sentido, ahí no vemos mayor problema… El problema aparece cuando entran en escena los “profesionales” que hablan y viven del juego. Como “burocracias del bienestar social”, actuarán a modo de publicistas y catequistas del Estado, difundiendo y profundizando ese fundamentalismo de la Administración que tan bien se disfraza de laicismo. Como “agentes bienestaristas”, pasarán el juego por la criba del Estado Social de Derecho y utilizarán la selección resultante para “dulcificar”, en sentido demofascista, la Escuela, el Hospital, la Fábrica, la Cárcel, el Cuartel,…

El interés por “ludificar” esas instituciones es un interés característicamente “demofascista”, tendente a hacer más soportable la dominación, tolerables las estructuras de encierro, admisibles el despotismo y la jerarquía, hegemónica la razón burocrática. La introducción del juego allí donde se registran “estados de dominación” (en los “aparatos del Estado”, que decía L. Althusser, o en las “instituciones de la sociedad civil”, en expresión de A. Gramsci) contribuye a que el ejercicio del poder se torne menos cruento y a que la autoridad se invisibilice; y, por ello, el Estado ha reclutado a estos “técnicos de la recreación”, a fin de que diseminen una cierta adulteración del principio lúdico (lo que denominamos “juego servil”) por todas sus agencias. Simple tecnología de la subrepción, si bien no meramente “cosmética”, la dulcificación-ludificación de las instituciones y de las prácticas socio-políticas optimiza la reproducción del sistema capitalista y coadyuva a la domesticación integral de la protesta.

Pero hemos escrito “demofascismo bienestarista”. Si, para alcanzar una visión más completa de la teoría del demofascismo, remitimos a nuestro ensayo El enigma de la docilidad, para denunciar el aprovechamiento “bienestarista” de los beneficios del juego cabe recuperar las tesis de I. Illich en torno a la gestión política de las “necesidades”. La “necesidad originaria” de jugar, sentida por todos y en especial por los menores, “tratada” por el Estado Social, nos es devuelta como “pseudo-necesidad” de consumir elaborados lúdicos institucionales o mercantiles, siempre serviles, siempre adaptativos y reproductivos (juguetes educativos, ludotecas, animadores socio-culturales, programas recreativos,…); y lo que podría estimarse “derecho al ocio” deviene “restricción de la libertad de jugar”: al mismo tiempo que los niños son “encuadrados” metodológicamente para jugar y “aprender jugando”, bajo una regulación institucional, se restringen a consciencia las posibilidades del juego libre, espontáneo, auto-motivado ‭—‬pérdida de la calle, prolongación del encierro escolar, regulación y vigilancia “legal” de los juguetes, reglamentación de los juegos, etcétera.

Mediante estos dos pasos (de la necesidad a la pseudo-necesidad y del derecho a la restricción de la libertad), lo que se sanciona es el control administrativo de la esfera lúdica, con una persecución-exclusión del “juego libre” y una sobre-producción y sobre-difusión del “juego servil”, del juego reglado, pedagogizado, institucionalizado, mercantilizado. Como en los casos de la educación, de la salud, de la vivienda, del transporte, de la seguridad, del empleo, etc., esta profunda intromisión del Estado en el ámbito de las necesidades humanas genera la cancelación de la comunidad como enclave de autonomía y de auto-organización y la máxima postración del individuo ante los servicios del Estado, alcanzándose un desvalimiento y una dependencia absoluta, una inhabilitación clamorosa y casi una toxicomanía de la protección institucional.

Ineptos para gestionar nuestra salud sin caer en las redes de la medicina envenenadora, para educarnos sin padecer el encierro socializador, para movernos sin avalar sistemas de transporte que aseguran la ruina de nuestros cuerpos, para garantizar la tranquilidad en nuestros barrios sin arrodillarnos antes una policía peligrosa, etcétera, ya casi tampoco somos capaces de jugar sin comprar, sin obedecer, sin dejarnos bombardear por mensajes integradores subliminales, sin reforzar nuestra dependencia de la institución y nuestros lazos oprobiosos con el Estado.

Herida de muerte, la razón lúdica nada quiere saber de un bienestar cuyo precio se fija en trabajo y en obediencia. Porque los servicios y la tutela del Estado se pagan con la moneda de la libertad.

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 15 de noviembre de 2018
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

LA ESCUELA Y SU OTRO

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Para poetizar las educaciones comunitarias no escolares en tanto dique de contención contra el exterminismo occidental (PDF)

(Excurso a modo de presentación)

1. El agua que corre bajo sus pies

Al menos desde Platón, para los occidentales «pensar» es «dividir», anotó P. Sloterdijk en Reglas para el Parque Humano. Tras siglos de pensamiento segregador, divisor, parcelador, tenemos un lenguaje lleno de «tijeras», de dualismos absolutos, de binomios y contraposiciones, también de tesis, antítesis y síntesis, de trinidades («santas» o «laicas»), de dialécticas… Tenemos un tiempo «partido», dispuesto en compartimentos, «enlatado» en Etapas, Fases, Épocas, Edades o Modos de Producción. Tenemos un organigrama abstruso de ciencias, disciplinas, subdisciplinas, especialidades… Tenemos un verosímil civilizatorio que separa casi policialmente tres esferas: la de la Ciencia, la del Arte y la de la Filosofía. Que distingue entre «ética» y «estética», entre «función crítica» y «función poética» (R. Barthes). Que establece lindes, cuando no fronteras, entre la «economía», la «política», la «sociedad», la «cultura»…

Este furor clasificatorio, esta auténtica «taxonomomanía», no es universal ni constitutivamente «humana»: deviene como rasgo característico de la formación socio-cultural occidental. Durante centurias, el europeo se ha asemejado a un ser que, en medio de un río, hacha en mano, se esfuerza por trocear el agua que corre bajo sus pies…

2. La única maestra que no miente

Cuando le pregunté a Madre Agustina, «sanadora» misak, «mujer de respeto» entre su etnia, cómo había enseñado a su hijo, cómo le había transmitido la cultura de su pueblo, de qué manera había procurado hacer de él una buena persona (cómo lo había «educado», en definitiva), la respuesta de esta sabia indígena consistió en contarme la vida que vivía, la vida que vivía ella y que vivían los misak todos, desde el alba hasta el anochecer.

Cada vez que Basilio, pastor afortunadamente «oral» que en alguna ocasión tocó, sí, un libro, pero solo eso, no más, por lo que se mantuvo «a salvo» de la palabra impresa, inmune también a la Escuela; cada vez que este hombre me sorprendía con sus opiniones sobre el mundo, las gentes, los alimentos, el clima…, y yo le espetaba un «¿cómo lo sabes?», él se alzaba de hombros y me miraba como si yo fuera un imbécil: «¡Pues sabiéndolo, que te lo dice la vida!».

En Liberté, película de Toni Gatlif, probablemente el payo que con más sensibilidad y menos prejuicios se haya acercado al universo romaní, unas escenas recogen el pulso entre la escolarización obligatoria (una maestra «progresista», «conscienciada», «solidaria», antifascista, que intenta atraer a su colegio a los niños gitanos) y la educación comunitaria tradicional de los pueblos nómadas. La contestación de las mujeres zíngaras es, a la vez, pícara y lúcida: «¿Y, si te los llevas algún día, qué nos darás a cambio? Porque ellos siempre están con nosotros, aprenden estando con nosotros». Como la indígena, como el pastor, estas gitanas apuntan que la vida es la maestra, la única maestra que no miente…

En cierto sentido, el «otro» de la Escuela es la vida; y, en ese mismo sentido, la Escuela es la enemiga de la vida. En cualquiera de sus acepciones, la «educación» (ya la conceptuemos como «transmisión del saber», como «socialización de la cultura», como «moralización de las costumbres», como «proceso de subjetivización»…) sencillamente «pasa», «ocurre», «sucede»; y su marco natural es la vida misma, una vida deseablemente a cubierto de los muros físicos o virtuales de las nombradas «Instituciones Educativas».

3. Si se atenían a alguno de los modos de la Razón, ese era el modo lúdico

Ni los misak, ni los pastores tradicionales, ni los romaníes, usaban el pensamiento para dividir. Por eso no perdían el tiempo en especificar qué era el trabajo, qué era el aprendizaje y qué era el juego. Y es que esas tres actividades, por llamarlas así, al lado de otras muchas, concurriendo en cada práctica social concreta, en cada acto común de desenvolvimiento cotidiano, aparecían siempre juntas o, mejor, «fundidas».

«El niño gitano aprendía jugando en el trabajo», nos cuenta J. M. Montoya, médico calé. Cuando los indígenas de América Latina se encaminaban a los huertos o a la milpa, entre saludos, bromas y sonrisas, o cuando los pastores antiguos soltaban el hato cara a la montaña, con esa expresión inolvidable de seres a salvo de la amargura, en absoluto estaban «yendo al trabajo». Pero tampoco estaban yendo al aprendizaje o a la diversión. Porque estos tres órdenes (laburar, conocer y enseñar, jugar y divertirse) comparecían al mismo tiempo; y se combinaban, se mezclaban, y hasta se disolvían, al lado de otras muchas actividades o facetas, en cierta unidad superior para la que constituye casi una suerte no tener otro nombre que «la vida».

Adultos y menores no iban, pues, meramente, a la labor requerida para la conservación comunitaria, al aprendizaje y a la enseñanza, al juego y a la alegría, que iban, sin más y con todo, a la vida misma… Ninguna forma de racionalidad estratégica (productivista o burocrática, económica o política) organizaba sus jornadas; si se atenían a alguno de los modos de la Razón, ese era el modo lúdico.

Me parece que, así como la separación, la parcelación y la cosificación han avanzado históricamente de la mano de una profundización de la explotación social y de la opresión política, la perspectiva unificadora, «holística», ha distinguido a los pueblos en los que la libertad y la equidad se han sentido más tiempo a gusto.

[La Escuela y su otro. Para poetizar… es un ensayo emanado del trabajo de investigación en el que me hallo inmerso. Ese proyecto, que se concretará en una obra subtitulada «Escuela, Protesta y Estado», parte de tres escritos: este, centrado en la Escuela, que ahora liberamos en PDF; un segundo texto, en torno al asunto de la protesta domesticada y el lugar del anarquismo existencial en semejante desierto de la disidencia; y, por último, como tercer componente, una propuesta de revisión de la teoría clásica del Estado, a la luz de la conceptuación reciente de la «inclusión» como «etnocidio» y recurriendo a la historia contemporánea de Argentina a modo de mirilla y banco de datos.
Una primera versión de La Escuela y su otro apareció en mi último libro, titulado Me enseñó a ser árbol. Composiciones intempestivas desde la antipedagogía y la desistematización. Con variantes, esa versión inicial fue recogida también en Más allá de la Escuela, obra colectiva publicada este año]

La escuela y su otro

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 9 de noviembre de 2018
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

PDF de «La Escuela y su otro»:

La escuela y su otro


o
https://pedrogarciaolivo.wordpress.com/la-escuela-y-su-otro-3

EL ANHELO DE LIBERTAD HA MUERTO

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No es ya que la libertad nos dé miedo; es que de ningún modo la queremos. Nos horroriza, y por eso hablamos y hablamos de ella sin procurar vivirla en ningún momento. Cuanto más se habla de una cosa, menos presente está en la vida de las personas: y hablamos de “libertad” cuando, en realidad, no queremos ser libres; y hablamos del “amor”, cuando solo se da excepcionalmente, acaso entre los niños, acaso entre los pobres, acaso entre los erráticos; y hablamos de “democracia”, para aceptar despotismos entre votaciones periódicas; y hablamos de “educación” mientras encerramos a los menores en escuelas diseñadas para acabar con su curiosidad natural y su deseo de saber.

Porque podríamos ser “libres” de los médicos, y lo que hacemos es suplicar más hospitales y más profesionistas de la “medicalización integral del cuerpo”, proceso que atenta, estrictamente, contra la libertad y contra la salud autogestionada. Lo sabemos, al menos, desde que I. Illich escribió Némesis médica.

Porque podríamos ser “libres” de los profesores, y lo que hacemos es demandar más escuelas y más agentes del adoctrinamiento político-ideológico y de la reforma moral de la infancia y de la juventud. Contra la libertad y contra la educación avanzan las escuelas y los docentes. Nos lo sugirió Nietzsche, en l870, en un librito titulado Sobre el porvenir de nuestras escuelas.

Porque podríamos ser “libres” de los jueces y de los abogados, y lo que hacemos es poner denuncias y pleitos cada vez que alguien nos falta o nos humilla. Que la Judicatura se inventó para acabar con la Justicia y con las formas comunitarias de arreglar los asuntos y hacer las paces. Los estudiosos del “derecho consuetudinario oral”, vigente todavía en reductos del mundo indígena, nómada y rural-marginal, nos lo viene recordando periódicamente. Y quiero mencionar aquí al grupo de profesores que trabajan el asunto de “La Paz Imperfecta” en la Universidad de Granada, a Carmen Cordero para los pueblos originarios de Mesoamérica, a S. Mbah para el “sistema de aldeas” en el África Negra, a F. Grande para los gitanos españoles…

Que podríamos ser “libres” de los medios de comunicación y lo que hacemos es perdernos todos los días en ellos, navegando a la deriva, para tener algo que opinar sin haber pensado antes. Que los media se hicieron para imponer la “doxa”, enemigos afilados del saber que brota de la propia experiencia y de la reflexión personal. No solo ya no pensamos, sino que ni siquiera “miramos” (la observación detenida y puntillosa de la realidad inmediata, no filtrada por las pantallas, es un hábito a punto de perderse), como le escuché decir en alguna ocasión a M. Delgado.

Que podríamos ser “libres” de las policías y de los ejércitos, y nos dedicamos más bien a reclamarle al Estado más seguridad en las calles y en el barrio, como si las gentes, vigilando y cooperando, no hubieran sabido tradicionalmente asegurarse la integridad colectiva sin tener que pagar mercenarios deplorables. Nunca olvidaré la tranquilidad con que dormí en los asentamientos ilegales de Guatemala (barrios piratas, ocupaciones viviendistas), mientras cooperé con la CONAPAMG, confiando plenamente en los muy eficaces dispositivos autónomos vecinales para la protección del grupo, que temía precisamente al ejército y a las policías.

Porque podríamos ser “libres” de la red estatal o privada de transporte ciudadano, y hemos permitido que la bicicleta se pudriera a la intemperie, olvidada y oxidada. Que los buses y los trenes sancionan la esclerosis de nuestro ser físico y la defunción del placer de tener un cuerpo y de usarlo para moverse. Hace ya años que A. Artaud señaló el punto de llegada de un tan cotidiano disparate: “El hombre común ignora hasta qué punto puede llegar el vicio de tener un cuerpo y servirse de ese cuerpo”.

Que podríamos ser “libres” de casi todo, pero en realidad no queremos ya serlo, que amamos las cadenas y nos horroriza la libertad al alcance… Mil veces he citado, a propósito, a K. Jaspers: “La vida es la ocasión para un experimento, pero el hombre moderno está obsesionado con liberarse de la libertad”.

Y sí, hablaremos todos los días contra la opresión y a favor de la libertad, nosotros los oprimidos a gusto y los alérgicos a la libertad concreta, inmediata, accesible.

El anhelo de libertad ha muerto. Hoy se lucha por la administración pública de grilletes y de venenos, como todos los “servicios” y todos los “bienestares” que nos brinda el Estado; hoy se clama por el entierro definitivo del organismo que nos había erigido en “animales humanos”.

La “ciudadanía” es el cementerio de la libertad…

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Pedro García Olivo

Buenos Aires, 8 de noviembre de 2018

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

ADMINISTRACIÓN Y ETNOCIDIO

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Para contribuir a la actualización de la teoría crítica del Estado

En el contexto de la cancelación de lo social como esfera de la insubordinación empírica, y bajo la lógica contemporánea de la reconciliación de clases y de la admisión explícita del sistema capitalista por unas poblaciones que parecieran ya no sufrirlo, la dimensión etnocida de todo aparato de Estado debería considerarse en primer lugar. El “etnocidio”, en tanto exterminio de la diferencia, ya no es un rasgo “derivado” o “circunstancial”, un aspecto “secundario” o “accidental”, un mero “reflejo” de lo social o el fruto de una “mediación” entre las estructuras; al contrario, se instala en la sala de máquinas de toda Administración, en el “en sí” de cualquier Estado, desempeñando el rol más determinante.

Pretendemos “actualizar” (revisar, extender, ampliar) la teoría crítica del Estado, incorporando aspectos que a menudo pasan desapercibidos y que tienen que ver con la “sistematización administrativa de la existencia”, la bio-política como ámbito del poder que opera por debajo de cualquier régimen o modalidad de gobierno y el etnocidio en tanto factor constituyente de todo Estado, aunque se predique “pluri-nacional”, “multi-cultural” o “federal”.

Porque, al lado del canibalismo “social” que acompañó a la génesis del Estado y que tanto remarcó la tradición marxista, ha correspondido históricamente a las “burocracias del bienestar social” devorar a la comunidad y al individuo mismo como instancias de auto-organización real, de autonomía efectiva. Y este segundo canibalismo se ha adherido desde el principio a aquel despliegue del poder y de las resistencias, de las dominaciones y de los forcejeos, que denominamos “biopolítica” y que actúa lo mismo bajo un Estado Social amplio que bajo un Estado Mínimo Neoliberal. Por último, esta canibalística dispersa, biopolítica, no elaborada desde factorías gubernamentales concretas, si bien polarizada y “coordinada” por la Administración, y aquellos canibalismos institucionales y sociales, que aniquilan la autosuficiencia comunitaria y la autogestión personal, no deben hacernos olvidar que hay, en el origen y en el desenvolvimiento de toda forma de Estado, un principio genocida, etnocida, una propensión invariable a la eliminación “étnica”, en la doble acepción (física y cultural) del término.

Procuraremos, pues, pensar el Estado a la luz de la coetánea domesticación de la protesta y de los procesos irrefrenables de disolución de la Diferencia en Diversidad. Atenderemos, en consecuencia, reordenándolas, trastocando la jerarquía instituida entre ellas por la economía política y la reducción productivista, a las cuatro dimensiones que definen la práctica eco-socio-etno-devoradora, amplificadamente destructiva, de la organización estatal: Estado y dominación social, al hilo de las tradiciones marxistas y anarquistas clásicas; toxicidad de la protección estatal y de los bienestares administrados, de la mano de I. Illich y otros; biopolítica sub-estatal, recalando particularmente en el último Foucault; y, lo último pero no lo menos importante, como si diéramos nuevos alcances a la denuncia de R. Jaulin, etnocidio constituyente.

Trataremos, en fin, del Estado, desde el punto de vista de la sociología y la filosofía política; y repararemos en Argentina, su historia, sus modos de gobernabilidad, sus lógicas sociales, solo a manera de “ilustración”, como banco de datos o suministro de pruebas.

El aliento de este escrito, que compartimos ya en PDF si bien merecerá todavía una segunda redacción, por lo que cabe valorarlo como un borrador, es doble: nace de la antipedagogía y respira desistematización. Constituye el tercer y último capítulo del ensayo que llevamos entre manos desde hace un año, y que se subtitulará “Escuela, Protesta y Estado”.

[En cierto sentido, “Escuela, Protesta y Estado” retoma y concita las perspectivas que se reunieron en mi anterior obra, Me enseñó a ser árbol. Composiciones intempestivas…, dándoles nueva forma y desarrollándolas. Propicia así un salto o una extensión en mi línea de investigación y de crítica, que se vio relanzada o excitada por tres solicitudes a las que accedí desde que llegué a Buenos Aires: una colaboración sobre la Escuela a la luz de las modalidades educativas no-administradas y no-occidentales, una conferencia en torno al sentido del “anarquismo existencial” en los tiempos de la protesta domesticada y una charla, finalmente suspendida, a propósito de la dimensión etnocida de la Argentina contemporánea y, en general, de toda forma de Estado. En las próximas semanas concluiremos la publicación de ese estudio, que hoy iniciamos difundiendo su tercer apartado]

Administración y etnocidio

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PDF de Administración y etnocidio. Para contribuir a la actualización de la teoría crítica del Estado:

Administración y etnocidio

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 1 de noviembre de 2018
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

TIENE UNA MANO QUE ES INVISIBLE Y QUE MATA. La Escuela Que Viene: Pedagogías Blancas Demofascistas

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La Pedagogía es la disciplina que‭ ‬suministra‭ ‬al‭ ‬docente‭ ‬la‭ ‬dosis‭ ‬de‭ ‬autoengaño,‭ ‬o‭ “‬mentira vital‭”‬, imprescindible para atenuar su mala conciencia de agresor.‭ ‬Narcotizado por un saber justificativo,‭ ‬podrá violentar todos los días a los niños,‭ ‬arbitrario en su poder,‭ ‬sufriendo menos… Los oficios viles esconden la infamia de su origen y de su función con una‭ “‬ideología laboral‭” ‬que sirve de disfraz y de anestésico a los profesionales.‭ “‬Estos disfraces no son supuestos.‭ ‬Crecen en las gentes a medida que viven,‭ ‬así como crece la piel,‭ ‬y sobre la piel el vello.‭ ‬Hay máscaras para los comerciantes así como para los profesores‭”‬ (F. Nietzsche‭)‬.

Como‭ “‬artificio para domar‭” (F. ‬Ferrer Guardia‭)‬,‭ ‬la pedagogía se encarga también de‭ ‬readaptar el dispositivo escolar a las sucesivas necesidades de la máquina económica y política,‭ ‬en las distintas fases de la conformación histórica del Capitalismo.‭ ‬Podrá así perseverar en su objetivo explícito‭ (“‬una reforma planetaria de las‭ ‬mentalidades‭”‬,‭ ‬en palabras de E.‭ ‬Morin,‭ ‬suscritas y difundidas sin escatimar medios por la UNESCO‭)‬,‭ ‬modelando la subjetividad de la población según las exigencias temporales del aparato productivo y de la organización estatal.‭

A grandes rasgos,‭ ‬ha generado tres modalidades de intervención sobre la psicología de los jóvenes:‭ ‬la pedagogía‭ ‬negra,‭ ‬inmediatamente autoritaria,‭ ‬al gusto de los despotismos arcaicos,‭ ‬que instrumentaliza el castigo y se desenvuelve bajo el miedo de los escolares,‭ ‬hoy casi enterrada‭; ‬la pedagogía‭ ‬gris,‭ ‬preferida del progresismo liberal,‭ ‬en la que el profesorado demócrata,‭ ‬jugando la carta de la simpatía y del alumnismo,‭ ‬persuade al estudiante-amigo de la necesidad de aceptar una subalternidad pasajera,‭ ‬una subordinación transitoria,‭ ‬para el logro de sus propios objetivos sociolaborales‭; ‬y la pedagogía‭ ‬blanca,‭ ‬en la vanguardia del Reformismo Pedagógico contemporáneo,‭ ‬invisibilizadora de la coerción docente,‭ ‬que confiere el mayor protagonismo a los estudiantes,‭ ‬incluso cuotas engañosas de poder,‭ ‬simulando espacios educativos‭ “‬libres‭”‬.‭

La forma de Escuela que se globaliza en nuestros días, fragua del “policía de sí mismo” en tanto figura de la Subjetividad Única, responsable de la aniquilación de la otredad educativa, aparece como el punto de desenlace del reformismo pedagógico moderno. La hemos denominado demofascista, y ello nos lleva a plantear la relación entre Fascismo y Democracia…

1. Fascismo y democracia

La historia de las ideas ha conocido tres formas de definir el Fascismo desde la arena de la Democracia. Son estas:

1) La historiografía liberal (ejemplificada por W. J. Momsen) sostuvo que el Fascismo era lo contrario de la Democracia, una especie de aberración enterrada en el pasado y que respondió a causas muy concretas, casi «endémicas», conjugadas en Alemania e Italia de un modo meramente coyuntural. Se sobrevaloraba el papel de los líderes (Hitler, Mussolini) y se sugería que el monstruo habitaba fuera de la casa demoliberal, que bastaba con consolidar el Estado de Derecho para mantenerlo a raya.
2) Desde la sociología y la politología marxistas (N. Poulantzas, entre otros) se alegó que Fascismo y Democracia eran dos cartas que la oligarquía, la clase dominante, podía poner encima de la mesa, una u otra, según le conviniera. En tiempos de bonanza, se prefiere la carta democrática, a través de la cual se embauca mejor a la población; en tiempos de crisis (penuria, conflictividad social, luchas obreras,…), se recurre a la carta fascista. Se recordaba, contra la tesis liberal, que Hitler alcanzó el poder por vía democrática. Trabajos de sociología empírica, obras posteriores como la de D. Goldhagen (Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto) o Ch. Browning (Gentes de lo más normal), revelaron la participación de personas de todas las edades, todos los oficios, todas las clases sociales… en la persecución de los judíos, muy a menudo sin ser nazis, ni funcionarios, sin alegar “obediencia debida”… «Buenas personas», «gentes normales», que destruyeron, torturaron y mataron voluntariamente… No fueron alienadas o manipuladas por la administración fascista: quisieron el fascismo, lo amaron; respaldaron y aplaudieron a Hitler porque de algún modo expresaba sus sentimientos. En la misma línea se expresaron H. Arendt y P. Levi, en dos obras inquietantes (Eichmann en Jerusalen, Los salvados y los hundidos).

3) En medios filosóficos y literarios se ha fraguado una tercera interpretación, que suscribimos: el Fascismo, si bien de nuevo cuño, es el destino de la Democracia. Auschwitz es la verdad, el “telos”, de nuestros regímenes democráticos. La democracia liberal desemboca en una forma actualizada de despotismo: el demofascismo. Desde la Teoría Francesa (M. Foucault, G. Deleuze,…) y la Escuela de Frankfürt (T. W. Adorno, W. Benjamin) se han aportado argumentos para fundamentar este diagnóstico: liberalismo, fascismo y estalinismo parten de un mismo fondo filosófico, conceptual, epistemológico (concepto «cósico» de la Verdad, Minoría Esclarecida encargada de rescatarla, Labor de Misionerismo Social para llevar esa verdad a unas masas que se consumen en la ignorancia, fines sublimes que justifican cualquier medio, indiferencia ante el dolor empírico del individuo, Proyecto Eugenésico encaminado a la forja del Hombre Nuevo, “reificación” de la población, teleologismo explícito o implícito, etc.), y recurrieron de hecho a los mismo procedimientos (orden del discurso, escuelas, cárceles,…).

Hijos los tres de la Ilustración, liberalismo, fascismo y estalinismo remitían, en último término, al legado grecocristiano y podían reconocer en Platón una de sus fuentes mayores. En Por qué hay que estudiar el Poder, M. Foucault desbrozó las vías para esta desmitificación del liberalismo; y, en Contra la Razón destructiva, E. Subirats adelantaba el concepto de un “fascismo democrático”, que compartía rasgos decisivos con los fascismos históricos.

2. El demofascismo como avance desde lo antiguo: rasgos heredados e innovaciones.

El demofascismo comparte dos características con los fascismo históricos: expansionismo (¿no estamos ya en la III Guerra Mundial?) y docilidad de las poblaciones (ausencia de crítica interna, de oposición, de resistencia significativa).

Como en tiempos de Hitler o Mussolini, las potencias occidentales invaden países para apropiarse de sus fuentes de energía, materias primas y recursos estratégicos, o por motivos geo-estratégicos y político-ideológicos. Como ayer, la ciudadanía mira a otra parte, o mira de frente y aplaude las masacres…

Sin embargo, el fascismo democrático arroja rasgos propios, que lo distinguen del fascismo histórico, y que hallan un eco privilegiado en la escuela, en la forma de educación administrada que le corresponde:

1) Una clara preferencia por las formas simbólicas, lingüísticas, psicológicas… de dominación, en detrimento del recurso a la violencia física represiva. En algún sentido, el poder pretende invisibilizarse, y para ello se despliega un orden de la violencia simbólica, vinculado a lo que se ha llamado Aparatos Ideológicos del Estado (Medios de Comunicación, Partidos, Sindicatos, Escuelas,…) y ya no tanto a los Aparatos estrictamente Represivos (Fuerzas de Seguridad, Ejército).

2) Allí donde el poder no se puede ocultar, las figuras de autoridad se dulcifican (empresarios que facilitan la adquisición de una vivienda a sus empleados o les proporcionan viajes de vacaciones en condiciones ventajosas; funcionarios de prisiones con formación socio-psico-terapéutica, en sustitución del tradicional carcelero «sádico»; policías de proximidad, desviviéndose por ayudar en lo cotidiano a la población; profesores «alumnistas», reformistas, capaces de gestionan el aula desde la simpatía, ganándose el aprecio de sus víctimas,…).

3) Transferencia al oprimido de una parte de las prerrogativas del opresor, de modo que se haga factible la auto-coerción (trabajadores a los que se les regala acciones de la empresa, para que se sientan patronos de sí; “módulos de respeto” en las cárceles, de manera que los problemas de la convivencia se resuelvan a través de asambleas, tal en un ejercicio de auto-gestión, en ausencia del funcionario, actuando los presos como carceleros de sí mismos; “colaboración ciudadana” con la policía, erigiendo a la gente en vigilante y denunciante de sí misma; alumnos que ejercen de auto-profesores, incluyendo temas de su agrado en los currículos, dándose las clases, evaluándose a sí mismos, gestionando la experiencia democráticamente,…).

4) Disolución de la Diferencia (inquietante, peligrosa) en Diversidad inocua, de modo que lo Extraño, lo Ajeno, lo Otro se incorpora a lo Establecido mediante una supresión o corrección severa de sus caracteres idiosincrásicos, una preservación de sus índoles accesorias (superficiales o aparentes) y, como resultado, una homologación de fondo, estructural, tendente a un isomorfismo sustantivo.

3. La escuela del demofascismo

Una escuela que convierte al estudiante en auto-profesor, que le concede cuotas engañosas de poder (establecimiento del currículum, auto-calificación, asambleísmo, participación en la gestión de la institución,…), que cancela los procedimientos autoritarios clásicos, que invisibiliza la coerción de los docentes mediante dinámicas participativas, activas, democratizadoras, etc., es la que hallamos hoy en trance de globalización; escuela demofascista involucrada, por la vía del interculturalismo, en la aniquilación de la alteridad educativa y socio-cultural, mundializadora de aquel “policía de sí mismo” fraguado en Occidente hasta erigirlo en Subjetividad Única, forma planetaria de conciencia. “Catástrofe de advertencia que funciona como advertencia de la Catástrofe”, se ha dicho.

Para acercar este ensayo al ámbito de lo empírico, podemos ofrecer un retrato-robot del reformismo pedagógico contemporáneo, atendiendo a los cinco puntos que vertebran toda práctica educativa efectiva: asistencia, currículum, dinámica, evaluación y gestión.

1) Asistencia
Contemplamos una postulación no maximalista de la obligación de acudir a las clases, aunque, de un modo o de otro, deberá satisfacerse el requerimiento adminitrativo de un control de la asistencia.

En el límite, cabría acordar con los padres y las madres calendarios «recortados» y ausencias «excepcionales» (por razones etno-culturales, socio-económicas, residenciales…), trasladándoles en esas circunstancias la responsabilidad educativa y aprovechando los recursos didácticos de la telemática avanzada ‭—‬internet, videoconferencias, blogs escolares, etcétera.

Ante el profesor o ante «sus progenitores y la máquina», el niño ve su libertad secuestrada; y ha sido metódicamente separado de las restantes instancias educativas no-escolares: «calle», red no institucional, aprendizaje auto-motivado,…

2) Currículum
Se produce una reforma o sustitución de los temarios oficiales tradicionales, decididamente etnocéntricos, ideológicamente «retardatarios», para poder albergar, desde el punto de vista de una ciudadanía democrática universal, la pluralidad sociocultural de los intereses e inquietudes de los estudiantes.

Estos «nuevos» temarios podrán ser elaborados por los profesores (culturalmente diversos, en lo posible), o entre los profesores y los alumnos, o incorporando también las perspectivas de las familias y de diferentes actores locales o comunitarios. Destacarán por su mayor «sensibilidad social» y por su «compromiso intercultural», incrementando la carga de crítica y de denuncia. Enlazarán con las temáticas clásicas del pacifismo, del ecologismo y del feminismo; e incorporarán aspectos locales, regionales, étnicos… Presumirán de haberse dotado de un aparato conceptual «más científico», «actualizado», «más complejo», acaso «inter» o «trans» disciplinario…

Pero el nuevo temario no podrá ser ajeno al anhelo proselitista, a la vocación de adoctrinamiento difuso, que se afirma desde el área del «programa latente» («currículum oculto» o «pedagogía implícita»), como denunciara Illich. Por debajo, o más allá, de las revisiones y novedades en el ámbito del «programa patente» («currículum manifiesto» o «pedagogía explícita»), campo de los contenidos informativos, de los objetos de estudio y de los mensajes ostensibles, se registrarán siempre las mismas sugerencias de heteronomía moral, semejante trabajo de corrección del carácter, una idéntica asignación de roles, una análoga racionalización de los principios de autoridad, disciplina y jerarquía…

Por encima de toda prescriptiva curricular, además, se ha establecido un «Orden del Discurso» (M. Foucault) que trasciende de toda «policía inmediata de los enunciados», de todo «trabajo concreto de represión lingüística» (F. Guattari). Este Orden, en cierto sentido «metalingüístico», incluye la eficacia de todo un conjunto de procedimientos, ceremonias, lógicas sociales e institucionales, dispositivos, reglas tácitas de ubicación y movilización de los cuerpos, mecanismos para la administración de los gestos, etcétera, que garantizan la doma y el control no solo del discurso en sí, sino de los intercambios todos, de los organismos en pleno…

3. Dinámica
Se enfatiza el diseño de métodos y didácticas alternativos, tendentes a incrementar la participación de los alumnos, en el respeto de sus singularidades («clases abiertas» adaptadas a la heterogeneidad de los pefiles psicológicos y socio-culturales), aprovechando las nuevas tecnologías audiovisuales, digitales y telemáticas en general, e intensificando la interacción con el entorno eco-social (localidad, barrio, etnia, familia).

La nueva «ingeniería de los métodos alternativos» apuntará hacia el constructivismo pedagógico, la forja de «ambientes» en sí mismos educativos ‭—‬con sesiones «activas», «participativas»‭—‬ que realcen el protagonismo de los estudiantes, en el aprovechamiento intensivo de las tecnologías-punta de la información y de la comunicación, y ensayando una cierta «externalización» del proceso formativo (actividades extraescolares diversificadas, idea de «comunidad educativa», etc.).

Pero tales cambios en la dinámica devienen siempre como un «dictado de la Autoridad» (imposición «bienintencionada» del educador o del experto, al socaire del político o del legislador), en línea despótico-ilustrada. Bajo la figura de un especialista filantrópico, casi «paternal», siempre «alumnista», procurará encubrirse el autoritarismo subyacente a todo ejercicio escolar. Y siempre se perseguirá, con las nuevas didácticas, una aceptación del sistema escolar por parte de los alumnos: dinamizadas, amenizadas, ahuyentando el aburrimiento y la pasividad tradicionales, las clases pierden su aspecto inmediatamente coactivo, la desnudez de su arbitrariedad, con lo que la clausura se soporta mejor.

Sin embargo, todas las dinámicas «participativas» que cabe desplegar en la Escuela, todos los artefactos pedagógicos que el educador puede diseñar antes de esconderse tras las bambalinas de los métodos y «dar cuerda» a sus alumnos, parten de la asimetría de poder, de la jerarquía no-natural y de la exigencia de la obediencia. Se trata de un «activismo forzado», de una participación «bajo coacción», de una movilización «pesquisada».

4. Evaluación
Asistimos a una desvalorización del examen y de la nota, que, de todos modos, no exime de la obligación de «evaluar» o «medir los progresos en la formación». La determinación del sistema de calificación y de las calificaciones mismas no será ya incumbencia exclusiva del profesor, sino que implicará a los propios alumnos (tentándose, en ocasiones, la auto-calificación) y, en algunos proyectos, a otros agentes de la comunidad, como los progenitores, los servicios psicológicos o sociales, las autoridades locales, etc.

Impugnándose los modelos clásicos de examen (trascendentales, memorístico-repetitivos), que serán sustituidos por procedimientos menos «dramáticos», se alegará medir la adquisición y desarrollo de «habilidades», «destrezas», «facultades». «Pruebas», «ejercicios», «prácticas», «tests», «juegos», «evaluación continua», «observación diaria del trabajo», etcétera, simularán, pues, suplantar al «examen».

En segundo lugar, se promoverá la participación de los alumnos en la elección del tipo de prueba o procedimiento evaluador y en la fijación misma de las calificaciones (nota consensuada con el profesor, evaluación por el grupo, auto-calificación), al lado de otros actores -familiares, locales, étnicos…

Sin embargo, «desdramatizado» y hasta «democratizado», el fundamento material de la evaluación, reciba el nombre que reciba, no se ve nunca suprimido. La evaluación y la calificación siguen funcionando como el eje de la pedagogía, contribuyendo decididamente a la interiorización de la ideología dominannte: ideología del fiscalizador competente, del operador «científico» capacitado para juzgar «objetivamente» los resultados del aprendizaje y los progresos en la formación; ideología de la desigualdad y de la jerarquía «naturales» entre unos estudiantes y otros, entre estos y el profesor; ideología de los dones personales o de los talentos; ideología de la competencia, de la lucha por el «éxito» individual; ideología de la sumisión conveniente, de la violencia inevitable, de la normalidad del dolor; ideología de la simetría de oportunidades y de la ausencia de privilegios, etcétera.

A nivel psíquico, el examen (o la «prueba») actúa como corrector del carácter, como moldeador de la personalidad: habitúa, por ejemplo, a la aceptación de lo establecido/insufrible, a la perseveración torturante en la Norma. Por último, con su función selectiva y segregadora, tiende a fijar a cada uno en su posición social de partida, reproduciendo de ese modo la dominación de clase (Baudelot y Establet). Elemento de la perpetuación de la desigualdad social (Bourdieu y Passeron), destila además una suerte de «ideología profesional» (Althusser) que coadyuva a la legitimación de la Escuela y a la mitificación de la figura del Profesor.

5. Gestión
Se procura la subrepción del autoritarismo profesoral, en el sentido de una proclamada democratización de la enseñanza, involucrando a tal fin al alumnado en la gestión del aula y del Centro, y fomentando las dinámicas de reflexión y discusión «colectivas» de los asuntos escolares. En esta línea, se favorecerá tanto la auto-organización estudiantil como el empoderamiento de los distintos actores implicados, directa o indirectamente, en el proceso educativo (agentes locales, instancias comunitarias, familias, trabajadores no docentes…). A su vez, la institución educativa se reubicará como elemento de la dinamización político-democrática de la sociedad civil, en pos de la co-gestión comunitaria…

El favorecimiento de la participación de los alumnos en la gestión de los Centros (a través de «representantes» en los Claustros, Juntas, Consejos Escolares, etc.) y el fomento del asambleísmo y de la auto-organización estudiantil propenden un único fin: la «integración» del estudiante, a quien se concederá ‭—‬como urdiéndole una trampa‭—‬ una ficticia cuota de poder.

En el límite de este reformismo hallamos las llamadas «Escuelas Libres», las prácticas de pedagogía anti-autoritaria («institucional», «no directiva» o de fundamentación psicoanalítica) y los denominados «centros de educación democrática», tal Summerhill. En una renuncia expresa al poder profesoral, declaran experienciar la «autogestión educativa», el asambleísmo y la horizontalidad en la toma de decisiones, la democracia directa…

Pero, al igual que ocurría con la pirotecnia de los Métodos Alternativos, es el profesor, el adulto (o el conjunto de los adultos), el que impone la nueva dinámica, el que obliga al asambleísmo -gesto de nuevo autoritario, paternal, despótico-ilustrado, que contiene la idea de un Salvador, de un Liberador, de un Redentor, de un Cerebro Privilegiado o una Mente Esclarecida que implanta lo que conviene a los estudiantes como reflejo de lo que convendría a la Humanidad. La sugerencia de que la libertad no puede ser «donada», sino solo «conquistada» (Benjamin) queda abolida…

Por añadidura, al alumnado no se le otorga el poder mismo, sino solo su usufructo; ya que la «cesión» tienes sus condiciones y hay, por encima de la esfera autogestionaria, una Autoridad que ha definido los «límites» y que vigila su desenvolvimiento ‭—‬simulacro del «abdicación» del poder por parte del Educador y libertad contrita, maniatada, la de los estudiantes, ajustada a unos moldes no creados por ellos. Esta concepción «estática» de la libertad ‭—‬una vez instalados en el seno de la misma, los alumnos ya no pueden «recrearla», «reinventarla»‭—‬ y de la libertad «circunscrita», «limitada», vigilada por un Ser al que asiste la certreza absoluta de haber dado con la Ideología Justa, con la organización «ideal», es la concepción de la libertad del estalinismo, la negación de la libertad. Incluso en sus formulaciones más extremosas, la Escuela de la Democracia acaba definiéndose como un Escuela «sin» Democracia ‭—‬«demofascista», la hemos nombrado.

Conclusión

Utilizamos, para recapitular esta denuncia, una pasaje de El enigma de la docilidad:

“Por el juego de todos estos deslizamientos puntuales,‭ ‬algo sustancial se está alterando en la Escuela bajo la Democracia:‭ ‬aquel dualismo nítido profesor-alumno tiende a difuminarse,‭ ‬adquiriendo progresivamente el aspecto de una asociación o de un enmarañamiento.‭

Se produce,‭ ‬fundamentalmente,‭ ‬una‭ ‬«delegación‭»‬ en el alumno de determinadas incumbencias tradicionales del profesor‭; ‬un trasvase de funciones que convierte al estudiante en sujeto/objeto de la práctica pedagógica…‭ ‬Habiendo intervenido,‭ ‬de un modo u otro,‭ ‬en la rectificación del temario,‭ ‬ahora habrá de‭ ‬padecerlo.‭ ‬Erigiéndose en el protagonista de las clases re-activadas,‭ ‬en adelante se co-responsabilizará del fracaso inevitable de las mismas y del aburrimiento que volverá por sus fueros conforme el factor‭ ‬rutina erosione la capa de novedad de las dinámicas participativas.‭ ‬Involucrándose en los procesos evaluadores,‭ ‬no sabrá ya contra quién revolverse cuando sufra las consecuencias de la calificación discriminatoria y jerarquizadora.‭ ‬Aparentemente al mando de la nave escolar,‭ ¿‬a quién echará las culpas de su naufragio‭? ‬Y,‭ ‬si no naufraga,‭ ¿‬de quién esperará un motín cuando descubra que lleva a un mal puerto‭?

En pocas palabras:‭ ‬por la vía del Reformismo Pedagógico,‭ ‬la Democracia confiará al estudiante las‭ ‬tareas cardinales de su propia coerción.‭ ‬De aquí se sigue una invisibilización del educador como agente de la agresión escolar y un ocultamiento de los procedimientos de dominio que definen la lógica interna de la Institución.

Cada día un poco más,‭ ‬la Escuela de la Democracia es,‭ ‬como diría Cortázar,‭ ‬una‭ ‬«Escuela de noche‭»‬.‭ ‬La parte‭ ‬visible de su funcionamiento coactivo aminora y aminora.‭ ‬Sostenía Arnheim que,‭ ‬en pintura como en música,‭ ‬«la‭ ‬buena obra no se nota‭»‬ ‭—‬apenas hiere nuestros sentidos.‭ ‬Me temo que este es también el caso de la‭ ‬buena represión:‭ ‬no se ve,‭ ‬no se nota.‭ ‬Hay algo que está muriendo de paz en nuestras escuelas‭; ‬algo que sabía de la resistencia,‭ ‬de la crítica.‭ ‬El‭ ‬estudiante ejemplar de nuestro tiempo es una figura del horror:‭ ‬se le ha implantado el corazón de un profesor y se da a sí mismo escuela todos los días.‭ ‬Horror dentro del horror,‭ ‬el de un autoritarismo intensificado que a duras penas sabremos percibir.‭ ‬Horror de un cotidiano trabajo de poda sobre la conciencia.‭ ‬«¡Dios mío,‭ ‬qué están haciendo con las cabezas de nuestros hijos‭!‬»,‭ ‬pudo todavía exclamar una madre alemana en las vísperas de Auschwitz.‭ ‬Yo llevo todas las mañanas a mi crío al colegio para que su cerebro sea maltratado y confundido por un‭ ‬atajo de educadores,‭ ‬y ya casi no exclamo nada.‭ ¿‬Qué puede el discurso contra la Escuela‭? ¿‬Qué pueden estas páginas contra la Democracia‭? ¿‬Y para qué escribir tanto,‭ ‬si todo lo que he querido decir a propósito de la Escuela de la Democracia cabe en un verso,‭ ‬en un solo verso,‭ ‬de Rimbaud: ‭«‬Tiene una mano que es invisible,‭ ‬y que mata‭»”.

‭[En la siguiente tira fotográfica queremos sugerir el tránsito desde una Escuela clásica que de ninguna manera podía disimular su maldad intrínseca a una Escuela Renovada experta en edulcorar sus horrores]

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Pedro García Olivo
‭Buenos Aires, 26 de octubre de 2018
‭www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

EL ETNOCIDIO COMO FUNCIÓN DE ESTADO. El exponente argentino, de Perón a los Kirchner

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Ensayos fílmicos. Películas documentales, Indigenismo with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , on octubre 22, 2018 by Pedro García Olivo

1. Estado etnocida. Del «pogrom» al «programa»

Denominamos «pogrom» a la tecnología primaria (virulenta, impregnada de violencia física) de erradicación de la diferencia, que se ha concretado históricamente en la sedentarización forzada, en la expulsión, en el apresamiento general, en la esclavización, en la masacre y en el genocidio. En sentido ampliado, el «pogrom» recayó sobre los pueblos originarios a la llegada de los europeos. Antes de la Conquista, los moriscos, los gitanos y los judíos fueron objeto de un «pogrom» en la Península Ibérica, desatado por el novísimo Estado de los Reyes Católicos. Tras la Conquista, andando el tiempo, los indígenas soportaron de nuevo el «pogrom», esta vez organizado por los flamantes Estados-Nación latinoamericanos. El «pogrom», tal y como lo conceptuamos, fue siempre una práctica de Estado: a él le incumbía, él lo justificaba y bajo su responsabilidad militar y jurídica quedaba todo el tiempo.

El «programa» sobreviene cuando se reconoce al diferente la entidad de «persona», sujeto de derecho, ciudadano, referente de garantías constitucionales en una sociedad de iguales ante la ley. Es entonces cuando se le erige en objeto de un sinfín de proyectos, iniciativas, disposiciones, estrategias («programas»), tendentes a facilitar su «inserción» entendida como adaptación, como integración no conflictiva en la sociedad mayoritaria. El «programa» sucede y sustituye al «pogrom», sancionando definitivamente le logro de sus objetivos altericidas.

Entre ambos polos, cabe distinguir un espacio intermedio, una zona de transición, en la que el ataque a la idiosincrasia del otro se aleja de los horrores del «pogrom» manifiesto, sin alcanzar todavía la doblez e hipocresía del «programa». Hemos preferido designar esa tierra de nadie asimiladora como «pogrom difuso», para recalcar con más nitidez la etapa del «programa», en la que todavía nos hallamos inmersos fase de la escolarización obligatoria, de las eventuales discriminaciones positivas, del trabajo social intensivo, de la retórica multiculturalista o interculturalista, de la disolución «civilizada» de la diferencia, en definitiva.

Para no incurrir en aquella «crítica sustancialmente terminada» a que aludía Marx, siempre legitimadora, por contraste, de un orden que se presume a salvo de la deconstrucción, hablaremos poco del «pogrom» y nos centraremos en la vigencia del «programa». A día de hoy, en las sociedades democráticas, el Programa tiende a resolverse como integracionismo multiculturalista…

2. Integracionismo multiculturalista

Bajo el concepto de «integracionismo» englobamos las diversas líneas de reflexión y de praxis política reformista que, escudándose en la necesidad de promover, para todos los ciudadanos, una efectiva igualdad ante la ley (combatiendo discriminaciones reales, posiciones de partida desventajosas, estereotipos que cunden en la opinión pública e incluso en los aledaños de la Administración, enfoques ideológicos o prejuiciados, etc.), alientan en realidad la «adaptación» de la alteridad psicológica y cultural a las pautas hegemónicas en la sociedad mayoritaria; es decir, la cancelación de la diferencia en el carácter y en el pensamiento, la supresión de la subjetividad y de la filosofía de vida otras, en beneficio de la mera «incorporación» a los valores y a las estructuras socio-políticas de las formaciones democráticas occidentales consideradas, de modo tácito o explícito, ora superiores, ora preferibles.

Estos autores y estos legisladores parten de dos «postulados» absolutamente cuestionables:

1) El prejuicio de que es una constante humana universal aspirar a la integración en el orden liberal capitalista; de que los hombres y mujeres de todo el globo terráqueo corren de hecho, unos con más dificultades que otros, hacia la centralidad del sistema, habiendo convertido la «incorporación» y la autopromoción dentro de lo dado en la condición de su libertad y de su felicidad. Pero sabemos que se están dando «carreras hacia el margen»…

2) El presupuesto de la compatibilidad estructural de todas las civilizaciones y la interpretación partidista de las sociedades liberales occidentales como ámbito «neutro» en el que las distintas culturas pueden coexistir sin agresión ni menoscabo. Desde diversas tradiciones críticas (reparemos, p. ej., en el llamado Pensamiento Decolonial) se ha señalado justamente lo contrario: el modo en que el universalismo expansivo de la civilización occidental, por la determinación de sus categorías epistemológicas fundamentales, arroja una nocividad, si no una providencia de muerte, sobre toda cultura localista o particularista que se permita la temeridad de no darle la espalda.

Para poder mantener la falacia de una «integración» en el orden capitalista occidental sin mutilación paralela de la condición indígena, por ejemplo, estos autores han puesto mucho interés en no definir explícitamente el nódulo de dicha identidad, los componentes de la especificidad originaria, suscribiendo de modo latente lo que D. Provansal designó «concepto museístico o folclorizado de cultura» (músicas, danzas, vestimentas, adornos, preferencias gastronómicas, costumbres menores, ritos y leyendas trivializados, etc.). Solo así cabe levantar, para los pueblos originarios, contra los pueblos originarios, el espejismo floral de una inserción sin merma en el sistema mayoritario. Porque ¿qué fue de la oralidad, de la educación comunitaria, del derecho consuetudinario, de la «democracia india», del comunalismo, en ocasiones del nomadismo,…?

Partiendo de aquel doble artículo de fe, los legisladores y los teóricos pueden, en definitiva, reivindicar la adaptación socio-cultural de los indígenas y el fin de su marginalidad desde la engañifa de la preservación simultánea de su identidad y de su cultura («multiculturalismo»). Solicitarán, como Patricio Doyle, el apoyo no-directivo de la capa indígena occidentalizada («malinches»); la astucia y buena disposición del Estado, programando y subsidiando; la escolarización absoluta en términos intrerculturalistas; la provisión de empleos bien remunerados, o de estrategias dignas de subsistencia, y de viviendas apropiadas; un despliegue eficiente del trabajo social y de los servicios asistenciales; el acercamiento cauteloso de los partidos políticos y de las organizaciones de la sociedad civil; medidas administrativas contra la eventual concentración residencial indígena…

Y esta praxis, de índole cínico-perversa (conseguir que los marginales, «por su propio convencimiento y de modo autónomo», contando con la «ayuda» no paternalista de los integrados y de la Administración, caminen, soberanos de sí mismos, hacia la plena incorporación), habrá de alcanzar, sin remedio, un gran predicamento nuestro tiempo, pues dice, a los indígenas asimilados y a los mestizos progresistas, precisamente lo que desean escuchar: que obraron bien al aculturizarse y que en el Estado Pluri-Nacional caben todos, a los primeros; y que es una suerte para la Humanidad contar con actores tan consciencidos y solidarios, a los segundos.

3. El exponente argentino

Peronismo

En Argentina, la plena incorporación del Programa acontece bajo el peronismo (1945-1955). A partir de la Constitución de 1949, el indígena entra por fin de modo explícito en la categoría de los «ciudadanos». Recae entonces sobre él una mirada que ya no es puramente despreciativa y excluyente. Ya no se trata de «arrebatarle sus tierras allí donde nos interesen y dejarlo estar en paz, a su modo miserable, allí donde no nos moleste». Tampoco del simple «tolerar las comunidades indígenas, las localidades de los originarios, porque, sin crear problemas sociales, funcionan como vivero de mano de obra barata y desprotegida para las empresas de alrededor, ya que su agricultura de subsistencia, con sus huertos familiares, permite pagarles salarios más bajos». Esta doble perspectiva, propia de los regímenes conservadores de toda América Latina, será corregida por los gobiernos «populistas» o «socializantes».

En este punto, el peronismo recuerda las estrategias político-sociales desarrolladas por Cárdenas, en México, y que analicé en La bala y la escuela. Ahora, por primera vez, el indígena es objeto de atención: la Administración siente que «algo hay que hacer por él y para él». Despliega entonces una práctica estrictamente pedagógica: «intervenir en la subjetividad del otro, para alterarla o reformarla, alegando que se hace por su propio bien».

La dimensión «etnocida» de este acercamiento se manifiesta en un punto subrayado por algunos estudiosos del peronismo: pareciera que el indígena se diluye en una categoría más amplia, en la que se borra su especificidad y que merece una atención casi «amorosa» por parte del gobierno la categoría del «pueblo», de «los humildes», de los «desfavorecidos», de los «marginados». Es decir, bajo un prisma de origen europeo, y que compartieron los liberalismos, los socialismos y hasta los corporativismos fascistas, la alteridad es absorbida como «problema social» discriminación económica, marginación, pobreza, desigualdad…

Este reduccionismo economicista y sociologista se acompaña de una considerable miopía ante la dimensión «cultural» de la cuestión indígena, ante la problemática de la diferencia… En aras de una promoción material, de una igualación social y jurídica, la cultura sería destruida en sus aspectos fundamentales (oralidad, derecho consuetudinario, anti-productivismo, sentimiento comunitario, educación comunitaria, democracia india, anti-política,…).

El etnocidio se trasluce en una segunda dilución del «en sí» indígena: queda igualmente subsumido bajo el concepto de Nación, de Patria, de Argentina como Estado-Nación. El Peronismo habla a la Nación, habla a un Todo que se desea lo suficientemente homogéneo como para emprender, sin dislocaciones internas, sin deserciones, un camino de Progreso. Para nada puede admitir, dentro del territorio que asume como de «soberanía argentina», un localismo anti-estatal, un secesionismo regional. Pero la idea de «Estado» es extraña a la cosmovisión indígena, basada en un localismo trascendente; como tampoco se aviene a su concepción no-lineal del tiempo, «presentista» y enemiga del Proyecto, la mítica del Progreso… En tanto Estado benefactor, el Peronismo procura mejorar las condiciones de vida de los sectores sociales «deprimidos», entre los que ubica a los pueblos originarios; pero esa promoción deberá siempre darse con una paralela, si no previa, «homogenización» psíquico-cultural (proceso altericida), pues así lo requiere todo proyecto unitario de progreso de la Nación…

Como bajo todas las experiencias políticas «progresistas» o avaladoras de un Estado Social, con el Peronismo se acomete la recuperación y provisión de tierras, las expropiaciones puntuales y, en general, la concesión de terrenos a los grupos indígenas. Se evitarán, por supuesto, conflictos «innecesarios» con los Grandes Intereses, provocaciones a la Oligarquía, mermas significativas en las tasas de beneficios de los principales negocios agropecuarios… Y se produjeron expropiaciones en Jujui (departamentos de Tumbaya, Tilcana, Valle Grande, Humahuaca, Cochinoca, Rinconada, Santa Catalina y Yavi). Las recuperaciones de tierras en Rodero y Negro Muerto (Humahuaca), y tambien en Yavi, acompañando a un discurso que declamaba por la Justicia Social, despertaron grandes esperanzas en el mundo indígena. Y se produjeron «malones de Paz», como el de los collas de la Puna en 1946, infructuosos.

En cierto sentido, la concesión de tierras es un caramelo envenenado: no se entregan «sin más» a la comunidad, permitiendo una gestión autónoma, incondicionada, sin interferencias del Estado. Se encuandran, por el contrario, en proyectos institucionales, con provisión de subsidios en ocasiones, que involucran a agentes de la Administración y a «promotores» no-indígenas, bajo el esquema de una ayuda paternalista, más bien caritativa, que contempla al originario casi como «menor de edad», sujeto pasivo, destinatario y no actor del programa. Este fue el caso de las nueve colonias fundadas, a modo de «granjas», en Formosa, Chaco, Jujuy, Salta y Neuquen, con el fín explícito de «educar y adaptar» a los indígenas.

Como se comprenderá, concedidas las tierras y agrupados los originarios, el siguiente paso consistía en proveerlos de escuelas, de estación sanitaria, de opciones de sobrevivencia vinculadas fuertemente al mercado y al Estado… Donde estas «nuevas colonias» fructificaron, el resultado atenta directamente contra la idiosincrasia indígena, contra la oralidad, el comunalismo, la democracia directa, el derecho consuetudinario, la auto-suficiencia sustancial… La comunidad se soldaba al mercado, pero tambien al Estado, empezando a depender de organismos y agencias que las más de las veces marcaban el rumbo de la experiencia: ellas suministraban herramientas imprescindibles, concedían los préstamos insalvables, facilitaban la adquisición de ganado… Este fue el caso de la Comisión de Rehabilitación de los Aborígenes, con un nombre suficientemente expresivo, y también de la Dirección de Protección de los Aborígenes.

Se procuró estimular el acceso de los indígenas a estas instituciones, como asimismo a otras de orden provincial y nacional. Paralelamente, los partidos políticos, las elecciones, las autoridades nacionales o provinciales, etcétera, «desembarcaron» en las nuevas localidades, sancionando una «metodología de la asimilación» que desde el principio requirió de «colaboradores», «promotores», «asistentes», «burócratas», «educadores», «voluntarios»…, desplazados a las colonias con el mencionado Síndrome de Viridiana a cuestas. Las obras de Patricio Doyle ilustran magníficamente, y a un nivel absolutamente concreto, casi fenoménico, todo este proceso, si bien para fechas posteriores.

Kirchnerismo

Bajo el Kirchnerismo (2003-2015), la asimilación cambia de naturaleza, como quiere el discurso «interculturalista» en boga. Las burocracias y los profesionales «ocupados» en la cuestión indígena emprenden una autocrítica semejante a la registrada en México con Natalio Hernández y otros. Se denosta el asimilacionismo directo, desnudo, irrespetuoso con la cultura-otra; y también se desacredita el paternalismo manifiesto, satisfecho de sí, de las etapas precedentes. Los políticos adoptan la ideologia de la interculturalidad (una Argentina en la que caben todos los pueblos, todas las etnias, todas las culturas) y procuran estimular la «participación» de los indígenas en los proyectos diseñados para ellos.

Con esta mera cosmética, apenas se trastocaban los datos del asunto, aunque se «suavizaban» los métodos y se enmascaraba el dirigismo estatal. En una línea decididamente «demofascista», podrá dibujarse el espejismo de un «protagonismo» de los indígenas en la progresiva resolución de sus problemas, aunque el resultado ya lo hemos adelantado: «asimilacionismo psíquico-cultural que puede acompañarse tanto de una inclusión como de una exclusión socio-económica». Esto por un lado; por otro, dependencia absoluta del mercado y de la lógica del Capital y control estatal de los procedimientos y las materializaciones de esta supuesta «auto-organización» indígena. Por último, y como tercer terrible ingrediente: represión física de los sectores originarios descontentos o refractarios a la logística integradora del Estado Social…

Dos clases de «políticas públicas», unas generales y otras específicas, afectaron en este período a los colectivos indígenas, fraccionándolos definitivamente. Entre las «políticas públicas generales» encontramos la Asignación Universal por Hijo; el programa Manos a la Obra y la iniciativa de los «microcréditos»; el proyecto Argentina Trabaja, favorecedor del cooperativismo, y el del Monotributo Social, para dar respuesta a reclamos sanitarios; y, finalmente, el programa Progresar y el del plan Envión. Entre las «políticas específicas» destacan la instauración de la Educación Intercultural Bilingüe; el impulso y la legalización de los medios de comunicación establecidos en los poblados indígenas; la Ley de Bosques Nativos; la Ley de Emergencia, prorrogada dos veces, para frenar el expolio de las tierras detentadas por los originarios; y las inscripciones en el RENACI (Registro Nacional de Comunidades Indígenas), que confieren personalidad jurídica ante el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas.

Con Cristina, se prorroga la «ley de emergencia» de 2006, que venció a fines de 2017; y, a la vez, se incrementa la violencia contra la población originaria (qom de Formosa y Chaco), ya inaugurada bajo el mandato de Néstor (Formosa, Neuquén). Dos «ausencias» le serán reprochadas: la de la cuestión indígena en la Ley de Hidrocarburos y la de los derechos indígenas en la Reforma del Código Civil.

Al final del período, sancionando la «integración» y la dependencia del Capital y de la Administración, una fractura se abre en el universo indígena… Para una fracción del mismo (representada por el Encuentro Nacional de Organizaciones Territoriales de Pueblos Originarios), opuesta hoy a las políticas del gobierno de Macri y defensora de la gestión kirchnerista, partidaria del FPV, durante ese llamado «populismo» se avanzó en la ampliación de derechos, en la inclusión social, en la integración regional y en la soberanía argentina. En el ENOTOPO de 2012, se clamó por una Patria Grande Plurinacional e Intercultural… Vocabulario político perfectamente «occidental», de cuño liberal-reformista; y asimilación cumplida, pues, en los marcos de un Estado Social de Derecho…

Otra fracción, reconociendo «avances en la cuestión territorial, salud y educación», denuncia el incumplimiento de leyes nacionales e internacionales, déficits en la regulación territorial, continuación de la ofensiva contra las tierras de los originarios, con evidentes complicidades administrativas, criminalización de la protesta y violencia represiva estatal (Formosa, Neuquén). Se abre aquí un abanico que va desde la resistencia mapuche (Cushamen) hasta el colaboracionismo con el régimen de Macri de algunos líderes resabiados contra el kirchnerismo.

En definitiva, el canibalismo etnocida del Estado argentino conoce, dentro de los parámetros del Programa, una doble modulación: con el Peronismo, rudimentario y poco eufemístico, el proyecto integrador exhibe sin pudor una índole «paternalista», «benefactora», «despótico-ilustrada», en la línea de lo que hemos nombrado «pedagogía gris». Bajo el kirchnerismo, la nueva ideología auto-justificativa y estrictamente «cínica» del interculturalismo permite concluir a efectos prácticos el etnocidio bajo la manta de lo «políticamente correcto» progresista. Con esta «pedagogía blanca» (reservamos el color negro para las recidivas del Pogrom) se ratifica, al fin, la extinción de la idiosincrasia indígena en todos sus aspecto, uno por uno, punto por punto, con menos balas que escuelas, con menos trabajo policial o militar que social, con menos uniformes y más chaquetas de burócrata, con menos torturadores de comisaría y más socio-psicólogos de salón, con menos rejas que ciencias, suscitando menos ira y recaudando más aplausos…

De un tiempo a esta parte, cuando lo bello perece, lo hace rodeado de sonrisas y congratulaciones. Entre aplausos, está muriendo la diferencia indígena…

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Pedro García Olivo

Buenos Aires, 22 de octubre de 2018

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

EL «JUGUETE EDUCATIVO» COMO ARMA DE DESTRUCCIÓN MASIVA

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Proyectos y últimos trabajos with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on octubre 14, 2018 by Pedro García Olivo

Ocurrió con el «territorio»: lo hubo, pero dejó de estar entre nosotros. Sobre el territorio se avalanzaron dos fuerzas, históricamente solidarias: el mercado y el poder. El mercado convirtió el territorio en propiedad privada, valor de cambio; y el poder en circunscripción, departamento, provincia, Estado, ámbito políticamente regulado, sujeto a normas arbitrarias. Ya no tenemos «territorio», en el sentido crítico, antagonista, de la palabra (sistema en el que las gentes libres y lo que nombramos «medio» coexisten, no como entidades separadas, este explotado por aquellas o necesitado de «salvar» por aquellas, sino como instancias prácticamente disueltas en una realidad superior integral, bio-social y cósmica).

Igual que murió el territorio, está muriendo el juego. Se extingue el juego libre, indómito, no gobernable: ese juego que vemos en los niños cuando se encuentran y empiezan a hacer cosas, sin seguir reglas, sin obedecer a patrones de uso de un juguete, sin que nadie los dirija; y algo llevan efectivamente a cabo, con sus manos, con su cerebro, con su cuerpo todo, ya sobre un montón de arena, ya contra las olas del mar, ya en el rincón de un cuarto. De forma autónoma, desinteresada, cooperan unos con otros, conscientes de que están inventando, forjando. Y pasa un rato y llegan los resultados: una dramatización improvisada, una realización colectiva, esta o aquella destrucción, etcétera. Han estado sin duda «jugando»; y ese era el juego libre, creador, que el capitalismo no podía tolerar.

Lanzó contra él a sus dos esbirros: el mercado y el poder. El mercado alumbró la industria del juguete, la organización comercial del ocio, las transacciones del esparcimiento. El poder absorbió el juguete para investirlo de «pedagogía» y hacerlo servir a fines políticos, siempre de adoctrinamiento difuso y de «corrección» de la subjetividad; y surgieron los «juguetes educativos».

En efecto, en el «juguete educativo» se mezclan y casi confunden los dos vectores de corrupción del «juego libre»: el mercado, puesto que ese juguete se compra y para adquirirlo tenemos que vender previamente nuestra fuerza de trabajo; y el poder, ya que lleva incorporada la pedagogía en tanto medio de domesticación social, de inculcación de determinados valores. Y hubo «juguetes educativos» fascistas, y los hubo comunistas, y los hay «para la democratización y el ciudadanismo universal». Al servicio de las tres ideologías, una tropa vil de psicólogos, sociólogos, educadores y animadores cayó sobre la infancia para «hacerla jugar» al modo más reproductivo y legitimador del orden instituido. No contentos con saturar las escuelas con sus venenos administrados, luego se esforzaron por llevar también tales artimañas educativas a los hospitales, a las empresas, a los reformatorios, a las cárceles y hasta a los cuarteles…

Así entendido, el «juguete educativo» se convierte en un arma de destrucción masiva contra las capacidades y potencialidades de los menores. Pero, del mismo modo que se ha dado históricamente el «territorio» y quedan todavía gentes que lo vindican y sueñan con restaurarlo, subsiste aún la posibilidad de una defensa del «juego libre», de esa actividad lúdica en cierto sentido «insumisa» e «insurrecta» que da la espalda a la racionalidad estratégica dominante, sacando la lengua a la lógica económica y burocrática del Capital.

Recuerdo un «pequeño poema en prosa» de J. Baudelaire: «El juguete del pobre». Me propongo reinventarlo… Un niño encuentra una rata, quizás enferma. Se apiada de ella. La introduce en una jaula. Le pone comida y agua, y la lleva siempre consigo a todas partes. Juega con ella, la acaricia, la toca, la mueve, la estimula sin cesar. Nunca se separa de su mascota. Un día se detiene ante la verja de una mansión y su mirada se cruza con la de un niño rico, que debe tener muchos juguetes, de aquellos que se compran, sin duda «educativos». Y el niño rico se queda asombrado ante el juguete del pobre: «¿Qué es eso?», «¿cómo lo conseguiste?», «¿me lo dejas?». Y el niño pobre sonríe: sabe que el rico nunca podrá acceder a ese género de juguetes… La rata aparece aquí como «el juguete del pobre», porque los niños juegan con cualquier cosa; todo puede ser, en su imaginación, una herramienta para lo lúdico. Pero el «juguete educativo» constituye una perversión lanzada sobre ellos por los mayores.

Estoy por una eliminación sistemática de todas las armas de destrucción masiva, nucleares, químicas y educativas.

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Pedro García Olivo
www. pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 14 de octubre de 2018

ORALITURA

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(Tres mitos y un ritual de los pueblos originarios contra la pretensión de universalidad del Capitalismo occidental)

La educación comunitaria reforzaba el apego a lo local a través de determinadas dinámicas tradicionales que operaban fundamentalmente en las familias y que se fundaban en la oralidad. Entre ellas, cabe destacar la charla vespertina del padre y de la madre, de regreso de los campos o en la acampada tribal de los nómadas, una verdadera «institución» cotidiana en la que las palabras de los progenitores eran escuchadas por la prole con un máximo de atención y de respeto.

En la casa de la familia Yescas, donde Ezequiela y Francisco, indígenas zapotecos, era raro el crepúsculo que no sorprendía al padre en plena exposición, sentado cerca de la madre, que también tomaba la palabra, armoniosamente, como si se siguieran turnos tácitos aunque flexibles, mientras los frijoles se cocían, con el niño recién nacido sobre las rodillas y los hijos alrededor, en actitud casi reverente. Hemos sabido, por los escritos de M. Molina Cruz y otros, que estas charlas vespertinas eran tan habituales bajo los tejados zapotecos de la Sierra Juárez como las tortillas de maíz y el café que, entretanto, se calentaban al fuego. Como los trabajos diarios son duros, y el cuerpo acaba fatigado, la tarde era el momento ideal para relajarse y conversar con los hijos, sin mayores distracciones, con una intención especial, cuidando particularmente las palabras y escogiendo a conciencia los objetos del discurso. Más cálidos que un sermón dominical, más vívidos que una explicación del maestro, más próximos que la perorata de un Anciano, estos semi-monólogos de los mayores han debido marcar la conciencia de los niños con una intensidad difícil de subestimar.

El asunto solía ser “local”, si bien se extraía de él o una suerte de moraleja práctica, o una indicación moral, o un argumento crítico contra tal o cual influencia externa, o una reconvención hacia inclinaciones inadecuadas de los hijos… La educación comunitaria se sirve en esta ocasión de la madre y del padre, como se servía de los familiares y amigos adultos cuando los niños acompañaban a los mayores al trabajo o a las labores cotidianas.

En estas y otras circunstancias, el método pedagógico aplicado por la educación informal comunitaria era la oralitura, “un recurso de enseñanza para contrarrestar ideologías extrañas y ajenas”, en el decir de M. Molina, “arma de resistencia cultural” en la expresión más sintética de E. Marroquín. La “oralitura” conserva, vivifica y transmite un patrimonio rico y variado de mitos y leyendas, de cuentos e historias, que encierran no solo un ideal de vida, una cosmogonía, una moralidad,… sino también herramientas conceptuales para la defensa de la comunidad, de la condición étnica, de la cultura particular. Es difícil concebir un medio más eficaz de convertir lo local/particular en negación y cuestionamiento de un universalismo falaz, parcial, partidista…

Mitos, leyendas, cuentos, historias,… envuelven la existencia cotidiana del indígena, del pastor o del nómada, acompañándolo desde la infancia, enseñándole el camino de la vida buena y los peligros que pueden desaviarlo, las costumbres de su pueblo y las amenazas que enfrenta, el núcleo de las creencias tradicionales, los aciertos de sus mayores en la persecución del bien común y los errores ocasionales, los aspectos de su espiritualidad, de su organización política, de su actividad económica y social, los hitos principales de la historia grupal, anécdotas que cada quien interpreta de un modo… Se trata de un verdadero regazo oral, flexible, abierto, indeterminado. Al lado de mitos antiquísimos encontramos leyendas de hace unas décadas, historias casi contemporáneas que han iniciado el proceso de su sedimentación en la memoria colectiva. Las ocasiones en las que el mito aflora son múltiples, inabarcables: allí donde se suscita una conversación, el mito acecha. Se diría que la relación con los niños, con los más jóvenes, despierta en los adultos el deseo de activar el mito, de transmitirlo, de recrearlo. S. E. Caviglia, en La educación en el Chubt 1810-1916, nos ha dejado páginas muy sugerentes, al respecto.

Las leyendas, los relatos, están vivos; cambian con cada generación, se escinden, ramifican, conocen infinitas variantes. Constituyen algo más que el depósito fluido de la propia cultura: como una segunda respiración, un aliento más hondo, una cobija bajo el brazo, tal las sandalias del espíritu, se ciñen al hombre y hasta lo vivifican. Ceremonias, rituales, danzas, cantos, representaciones,… le sirven de soporte; pero pueden emerger por sí solos, en cualquier alto del trabajo, en cualquier plática vespertina, en cualquier curva del camino…

Campesinos zapotecos de la Sierra Juárez nos contaron leyendas inverosímiles con un acento absolutamente serio, trascendente. Nunca olvidaremos la expresión casi dolorida, dramática, de Felipe Francisco mientras relataba el cuento del maíz que llora… Conocemos otros mitos por lecturas posteriores, pero todos ellos nos trajeron recuerdos de conversaciones con gentes de las comunidades, todos ellos pudieron asentarse sobre una experiencia grabada para siempre en la memoria. Esto nos habla de su buena salud, si bien relativa y declinante; de su vigencia como procedimiento cardinal de la educación comunitaria, herramienta socializadora y moralizadora de primer orden en los pueblos indios.

1. La leyenda de la langosta

La leyenda de la langosta, recogida en el libro Primeras interpretaciones de simbolismos zapotecos de la Sierra Juárez de Oaxaca, ofrece una elaboración “mítica” de sucesos fechados a partir de la tercera década del siglo XX.

En efecto, desde finales de los años 30 los pueblos serranos sufrieron el ataque de la langosta, plaga terrible que los privó de sus cosechas durante siete años consecutivos. La educación comunitaria no podía desaprovechar la ocasión de ‘reclutar’ el fenómeno para que sirviera a la causa de la socialización y de la moralización de la población; no podía dejar pasar la oportunidad de construir un “mito”. Y surgieron varios, convergentes en sus intenciones, pero con importantes diferencias en su estructura. En todos los casos, se presenta la plaga como un “castigo”, una amonestación de la divinidad del maíz, agraviada por comportamientos que violan la norma comunitaria, por actitudes poco respetuosas con las tradiciones religiosas y el derecho consuetudinario local.

La versión que cabría considerar “estándar”, tal vez por haber trascendido del dominio oral, alcanzando registros escritos, permite una doble lectura, como muchos otros mitos. Superficialmente, el dios de la productividad, Bada’o bzan, se enojó con un campesino que no acataba el ritual de la cosecha y almacenaje del maíz, que se desentendía de las ceremonias pertinentes (a través de las cuales los campesinos manifestaban su contento y su gratitud a la divinidad de la abundancia, el propio Bada’o bzan), que incluso prescindía de honrarlo en los momentos y en los modos fijados por las tradiciones religiosas; y su castigo desmesurado consistió en las plagas de langostas que azotaron a todas las comunidades de la región durante varios años seguidos.

A un nivel más profundo, no sería tanto la negligencia del campesino, su desidia para con los ritos, lo que se penalizaría, sino su fracaso y el fracaso de la comunidad a la hora de resolver el “problema” que lo había buscado, y que se manifestaba en su abandono de las costumbres ceremoniales y en su displicencia ante la divinidad. El problema era de orden sentimental: el deterioro de su matrimonio y la huida de su mujer. El mito señala esa circunstancia como explicación del desatentado comportamiento del campesino, que llega a abandonar su casa para correr tras su mujer “en pleitos de abogados”. Señala también que el “problema” era conocido por todos. Sugiere que no se le había dado el tratamiento debido, que la comunidad se había decepcionado a sí misma al no hallar el modo de ahuyentarlo. Y que, ante esa incapacidad del pueblo para restablecer la armonía colectiva, la paz en su casa, el desdichado pierde la fe en los procedimientos consuetudinarios, en la comunidad toda; y se resiente su devoción, se ve abandonado por la educación que había recibido, extravía la razón… El signo de su perdición estriba en que cierre con llave la puerta de su casa y deje el poblado; en que se enajene de su identidad y de su cultura hasta el extremo de partir, de romper con la comunidad, de romper la comunidad. Que recurra al derecho nacional, a la ley positiva mejicana, que ande en “pleitos de abogados”, justamente los enemigos tradicionales de la “ley del pueblo”, del derecho consuetudinario indígena, es un agravante imponderable. Se ha consumado la alienación, y hasta podría hablarse de “traición”. La comunidad entera ha sido ofendida…

El castigo de Bada’o bzan sanciona este cúmulo de errores, esta falta de rectitud y de solicitud general y particular, este desatino comunitario e individual: la plaga afectará a todos porque todos son culpables. Sufrirá el campesino por su insolencia y por su locura, que afecta a todos sus hermanos; y sufrirán todos los ciudadanos por su incompetencia y flojera, ya que no supieron sacar a flote al campesino, restablecer la vida buena en la localidad.

La circunstancia de que otras versiones de la leyenda de la langosta “seleccionen” como causa del enojo del dios, causa de la plaga en tanto castigo, la alteración o transgresión de uno u otro de los usos sociales estratégicos, ilumina esta doble naturaleza del mito y la necesidad de atender a su dimensión educativa específica, socializadora, sin permitir que la riqueza de su horizonte “testimonial”, descriptivo (de ritos, ceremonias, costumbres, procesos religiosos, etc.), nos traslumbre. En Zaagocho, por ejemplo, se cuenta que la plaga sobrevino cuando la divinidad descubrió a unos viejecitos llorando: su hijo no les daba de comer. Al día siguiente, los granos de maíz se habían convertido en langostas. Toda la comunidad padeció la calamidad, porque, en tanto unidad (“somos parte de una sola mazorca, somos el maíz de una sola milpa”, dicen los versos de A. Rodríguez Silva), le hubiera incumbido detectar y resolver el problema, consistente en la violación de un principio fundamental dentro del entramado comunitario: el respeto a los padres y, en general, a los mayores.

Padres, mayores y Ancianos son los agentes principales de la educación informal comunitaria; su sabiduría, atesorada por la experiencia, por el desempeño de los cargos, por las funciones cívicas que a lo largo de sus vidas han ido satisfaciendo rotativa y escalonadamente, por el conocimiento de los mitos y de las leyendas ‘formativas’,… les reviste de una dignidad especial.

2. El mito de la riqueza

El mito de la riqueza, estimado por sus exegetas como verdadera arma de la resistencia cultural indígena, prevención comunitaria contra la invasión de los modos mercantiles capitalistas, uno de los más contados e influyentes en la sierras de Oaxaca, nos sorprendió por la sutileza de sus apreciaciones, el uso continuado de la matización y de la reserva, y una cierta ambigüedad sustancial que, abriéndolo a interpretaciones diversas, flexibilizándolo, le permite escapar tanto del maniqueísmo adoctrinador que podría suponérsele, dada su temática, como de la erosión del devenir, de la modificación de los contextos históricos. En tanto “obra abierta”, que diría U. Eco, susceptible de una infinidad de usos ‘populares’, en muy diferentes ámbitos, de una constante recreación social, su relativa inconcreción, su bella complejidad, le ha capacitado para sortear peligros como el de el acaparamiento por una minoría intelectual o el de la fosilización ideológica.

El mito de la riqueza no “sataniza” al Capital: hacerlo sería faltar al respeto de muchos hombres de la comunidad. Porque tu hermano no es estúpido, porque no puedes considerarlo así aunque haya claudicado ante las artimañas mercantilistas, tú, que lo conoces, has de admitir que el Capital, si bien dañino, no encarna meramente al Mal. Algunos relatos lo presentan como un “ladino” (vale decir, como un mestizo astuto y embaucador), al tiempo que lo divinizan. En palabras de E. Z. Vogt: “Se le describe como un ladino grande y gordo que vive debajo del suelo, posee grandes cantidades de dinero, vacas, mulas, caballos y pollos. Al mismo tiempo ostenta los atributos del rayo y la serpiente (…). Cabalga sobre un venado. Hay mitos gloriosos acerca de cómo algunos hombres han adquirido grandes riquezas en dinero y en ganado por haber ido a visitarlo a su cueva. Pero este dios, que necesita muchos trabajadores, puede también capturar a un hombre y obligarlo a trabajar en la tierra durante años, hasta que se desgasten los guaraches de hierro que le ha asignado”.

No cabe duda de que se trata de un dios sombrío, que nosotros identificaríamos como “el Capital”. Por eso acumula, enriquece a quien se le acerca y explota al trabajador. Por ello se le caracteriza como un ladino, como un mestizo, como un no-indio: para los pueblos indios el “mestizo” (o “ladino”) encarna la mayor amenaza concebible, esto es, el fin de la propiedad comunal de la tierra y del autogobierno tradicional, el fin de la Comunidad en resumidas cuentas, asesinada por la propiedad privada, los partidos políticos y las formas de organización social “extrañas”. No resulta ocioso añadir que, en otras variantes de este mito, al bene ya’, divinidad de la riqueza, todavía se le ‘decolora’ más la piel: aparece con rasgos de hombre blanco, como ha atestiguado E. Marroquín.

Llama la atención que el mito no se resuelva de un modo trágico, que no abuse del drama. Los occidentales, de un tiempo a esta parte, hemos educado nuestra sensibilidad en el “sensacionalismo”. Pero este no es el caso del mito de la riqueza: lo que nos cuenta es sencillo, casi cotidiano; la historia se despliega sin convulsiones, sin golpes de efecto, lejos de toda afectación. Pasan muy pocas cosas en este mito; y, sin embargo, los indígenas captaban su profunda significación, percibían el sentido y la palpitación filosófica de cada episodio, aparentemente irrelevante. Casi nos emociona intuir que todavía subsiste un intelecto capaz de recoger el matiz, de reaccionar sin prisa y con delicadeza ante un relato nada estridente…

La versión del mito de la riqueza que hemos analizado, incluida en el libro El Arco Iris Atrapado, nos habla de un campesino insomne sorprendido por la escena que pudo capturar en la madrugada: una recua de venados, con arriero que acelera la marcha, llega finalmente al poblado y se estaciona ante la casa del rico local. El campesino intuye que en aquella vivienda se cierra un trato, se hace un negocio. Al día siguiente, no obstante, por no hallar rastro de los animales, indicios de la visita, casi concluye que todo fue un sueño. Pero, en las noches ulteriores, otros campesinos se percataron de la repetición del suceso: la recua, el arriero, el encuentro con el rico del pueblo, el trato que se cierra,… El potentado local, además, hacía ostentación de su riqueza, soleando su fortuna con una significativa asiduidad. Y un día murió. Y se extendió el convencimiento popular de que su espíritu moraba en el monte, al lado del dios de la riqueza, con quien en vida tratara. Y que cuidaba de la fauna y de la flora local, especialmente de los venados, como habían podido comprobar algunos cazadores.

No hay más argumento, no hay más ‘arquitectura’ narrativa. ¿Dónde reside entonces el interés? ¿Cómo discernir el significado, la intención, el objetivo educativo? Son las acotaciones, los comentarios que se intercalan entre episodio y episodio, las notas adyacentes, los excursos,… los que confieren significatividad a la leyenda, dotándola de una segunda naturaleza conceptual, filosófica. Los narradores avezados saben cambiar el semblante en esos momentos, levantar la mirada para solicitar atención, modular la voz para que el mensaje llegue a todos… Desde sus primeras palabras, el mito rehuye la explicitud y el apasionamiento demagógico en beneficio de la insinuación y de cierto distanciamiento afectivo.

La “presentación” del Capital y de su Señor es una obra maestra de la ponderación y de la sensibilidad en la crítica: “Cuentan en el pueblo que la fortuna tiene su misterio, que el capital tiene un patrón que no es humano; ese amo del caudal de plata y poder es el bene ya’, o sea, el señor potentado, soberano sobrenatural que vive en la montaña, en el peñasco, en la cueva o en el arroyo; es dueño y vigilante de sitios determinados y mantiene un control sobre las cosas y los seres de tales parajes. Donde vive el bene ya’, se vuelve un sitio encantado. El bene ya’ cambia de identidad: a veces aparece vestido de humilde campesino de la región; otros aseguran que lo han visto vestido de catrín. Sale de día o de noche. Los que lo han visto dicen que no es pernicioso, es generoso, amable y domina a la perfección el zapoteco y el castellano”.

El Capital no obedece meramente a los designios de un hombre o conjunto de hombres; es más complejo: “tiene su misterio”, “un patrón que no es humano”. Cabe representarlo como una divinidad negativa. El Capital, que no es solo “plata”, sino también “poder” (“caudal de plata y poder”), fuerza económica y política, domina directamente un área, ejerciendo un control absoluto sobre los bienes y los hombres de ese “sitio encantado”. Como veremos, sale de sus dominio para “hacer visitas”, pero también puede “ser visitado” en su propio territorio.

En sus manifestaciones externas, aparentes, el Capital es diverso: lo puede encarnar un campesino de aspecto humilde, y sin embargo adinerado (el mito se forja en el período colonial, cuando algunas comunidades contemplaban importantes diferencias de fortuna entre los indígenas), o una persona elegante, bien vestida, engalanada (un “catrín”), que no parece de la región. Para satisfacer sus objetivos, el Capital se sirve de las “buenas maneras”; y aquellos que lo tratan, que giran en torno a él, de hecho lo presentan como un elemento no pernicioso, capaz de la generosidad, “amable”. Además, tiene de su lado a la Cultura (“domina a la perfección el zapoteco y el castellano”); en sí mismo es Saber. Así, con esta introducción, garantiza el narrador la inteligibilidad del mito: con medios extraordinariamente sencillos, se ha expuesto toda una teoría del Capital.

A partir de aquí, la “condensación”, la “concentración”, se hallará entre sus rasgos más destacados. Y el mito se resuelve finalmente como un ensamblaje de críticas poderosas que operan por pinceladas sueltas, aunque plenas, rápidas pero precisas. Cabría hablar de “impresionismo” literario para este género de leyendas…

En el mito, un campesino que no logra conciliar el sueño se convierte en testigo de una de las visitas del Capital, que para en la casa de don Macario, rico incipiente. El bene ya’ llega arriando una recua de venados (“esa recua era de por lo menos dos docenas de animales; a su paso levantaban polvo”). Esa breve referencia introduce, según E. Marroquín, una denuncia: “Se denuncia a la ganadería, innovación económica causante de la ruptura del igualitarismo comunitario tradicional”.

Pero es el personaje de don Macario quien recibe la mayor carga crítica: amigo de los comerciantes de la villa de Mitla, recibe el cargamento de plata que le trae el bene ya’, en esa ocasión y en las sucesivas, y exhibe su fortuna sin decoro, cada tres o cuatro meses, asoleando la plata en petates “como quien asolea maíz o café”. Sus conciudadanos, que llevan una vida muy distinta, estiman que en la casa del nuevo rico vive “una serpiente con cresta de pluma dorada” –símbolo de la iniquidad del Capital. La avidez de don Macario, sus afanes mercantilistas, lo han separado de la Comunidad: en su casa se aloja un mal. M. Molina señala que, en algunas variantes no zapotecas del mito, el bene ya’ se asimila a la figura judeo-cristiana del diablo, de modo que, con sus reiteradas visitas, con sus constantes entregas de plata, terminaría ‘endemoniando’ a don Macario.

En la versión que comentamos, Macario establece con el bene ya’ una relación de “compadrazgo”: ello implica que todos los asuntos importantes de su vida quedarán a expensas de ese vínculo con el Capital; ha fundido su suerte a la del interés, se ha “familiarizado” con lo mercantil, vivirá literalmente bajo su protección:

“-¡Bienvenido, compadre! –exclamó don Macario en zapoteco.

– Buenas noches, compadre. Disculpe la demora, y es que uno de mis animalitos se descarrió; pero ya estoy aquí –dijo el bene ya’ en la misma lengua.

– En buena hora, compadre; pase, su comadre nos espera con la cena.

– Gracias, compadre, pero desearía primero hacer la entrega del cargamento: son veinticinco animalitos con carga de plata circulante, según pedido. Si gusta puede contar.

– Caray, compadre, de usted no se duda; pongamos la carga dentro de la casa”.

Al lado de don Macario, el propio bene ya’ se erige en objeto de la denuncia, pero siempre de un modo curiosamente ‘respetuoso’: el Capital acude de vez en cuando a los mercados comarcales (“cuando esto sucede hay afluencia de dinero y el tránsito de marchantes se desborda”), aunque prefiere la ‘opacidad’ de los tratos que cierra con los particulares (muy pocos hombres lo han podido sorprender, en esas visitas a los nuevos ricos y comerciantes)…

La acumulación de capital es, en efecto, “invisible”: los procesos que encumbran materialmente a un hermano de la comunidad y terminan desgajándolo de esta no son inmediatamente perceptibles. El mecanismo de la ganancia es secreto. La plusvalía no se nota: en la mercancía halla su máscara.

Hay un aspecto del mito que, en nuestra opinión, ha sido a menudo malinterpretado. El bene ya’, aparte de su “delatadora” relación con la ganadería (una de las puntas de lanza de la penetración del capitalismo en las comunidades), se presenta, paradójicamente, como un “defensor de la naturaleza”, un “protector de la fauna y de la flora”, un “guardián ecológico”. Esta circunstancia ha confundido a M. Molina, así lo creemos, que reseña sin más este lado sorprendentemente ‘bondadoso’ del bene ya’. A nosotros nos parece, sin embargo, que el mito adelanta ya la crítica de ese “medioambientalismo anti-campesino”, ese “ecologismo capitalista”, que, en nombre de la causa conservacionista, estrecha el cerco a las comunidades, las desplaza en ocasiones, amenaza su subsistencia material, las priva de sus recursos, dificulta el aprovechamiento comunitario del bosque y de los montes, y, en definitiva, las desposee del derecho tradicional a regular su integración en el ecosistema; y todo ello para alentar negocios capitalistas, ecoturísticos a menudo, bioprospectivos cada vez más, como han analizado A. E. Ceceña y J. Giménez Héau, entre otros.

El mito indica que el bene ya’ cuida de los venados del monte y los protege de los cazadores; que, después de su muerte, el espíritu de don Macario lo acompaña en esa tarea. Pero se sobreentiende que actúa así para explotarlos por su cuenta, en sus recuas por ejemplo, para ‘domesticarlos’ con mentalidad de ganadero, impidiendo a los humildes campesinos que completen su dieta con un poco de carne de caza. Otras variantes del mito presentan a la divinidad negativa impidiendo que se abran brechas o se construyen carreteras en sus dominios, lo que resultaría plausible desde un purismo conservacionista, pero cabe suponer que, con ello, pretende obstruir la comunicación entre los indígenas, para mantenerlos en su marginación y aislamiento; y en los mitos se le reprocha, de hecho, la mortalidad que provoca al forzar a los campesinos a peligrosas rutas alternativas, como la vía Oaxaca-Ixtlán-

Tuxtepec. También se dice en las leyendas que extravía a los indígenas cuando se internan en el bosque para aprovisionarse de leña, que esconde ovejas y cabras de las comunidades,…

Se trata, en resumidas cuentas, así lo estimamos nosotros, del Capital que se apodera del monte, del bosque, de la naturaleza; y que esgrime argumentos ecologistas para “limpiar” de indígenas y de usos indígenas sus propiedades, actuales y futuras. Se trata del Capital y de sus proyectos de explotación de la naturaleza, enfrentado a unos campesinos que vivían en ella, que son parte de ella. Un Capital que, para predicarse “amable”, “generoso”, “no pernicioso”, oculta sus afanes depredadores tras la fraseología educada de la conservación del medio ambiente, de la protección del ecosistema

El mito de la riqueza, protagonista excepcional de la educación comunitaria mesoamericana constituye –en esto el acuerdo es absoluto– un recurso privilegiado en la lucha contra las fuerzas económico-sociales y políticoideológicas ‘universalistas’, capitalistas, que procuran desmantelar el localismo indígena, un localismo comunero y democrático. Así lo ha considerado, valga el ejemplo, M. Molina Cruz, escritor indígena zapoteco:

El mito de la riqueza (…) arranca de una resistencia, de un debate por recuperar espacios, más cuando todo un sistema de vida forcejea en un tránsito difícil que lo va sepultando. Ante el peligro inminente del abandono de la tierra, por andar en pos del metal o del billete que no se come, la agricultura tradicional era la forma más humana de ganarse la vida, aun cuando ese ejercicio esté lleno de sacrificios. Por el contrario, el dinero derriba valores, da poder y, en consecuencia, genera la desigualdad, estropea cualidades éticas y somete a los seres humanos a la esclavitud, a la pobreza.

La amenaza de un sistema de poder frente a una cultura en decadencia dio origen al mito de la riqueza, una postura legítima, apologética de los ancestrales derechos a elegir la forma de vivir. El conflicto iniciado en la colonia se fue acentuando con la decadencia de los servicios comunitarios y la falta de respeto a la madre naturaleza. El mito de la riqueza se contó en todos los hogares, bajo todos los tejados de las comunidades. Se trataba de detener ese viento que pone de cabeza una economía sustentada y equilibrada como el trueque -el gwzon de ayuda mutua-, economía que fue apagándose por la intromisión de la política capitalista; a partir de entonces surge el trabajo asalariado y con ello mucha gente indígena es explotada y miserable.

El gwzon [nosotros hemos escrito “gozona”], como método horizontal de trabajo, permitió la justicia y la igualdad, una labor colectiva donde nadie explota a nadie. El medio pedagógico de nuestros abuelos para advertir de los males que conlleva la riqueza fue la ‘oralitura’, un recurso de enseñanza para contrarrestar ideologías extrañas y ajenas, quizás un intento de evitar lo inevitable. La ‘oralitura’, independientemente de ser un recurso recreativo de los pueblos indígenas, se adapta a los intereses de su contexto, pues parte de una realidad y de un hecho social concreto”.

De una forma llana y sintética, E. Marroquín redundó en la misma idea, que hemos hecho nuestra sin ambages: “El mito fue forjado por los oprimidos y cumple indudables funciones de resistencia cultural”.

3. El motivo del maíz que llora

El motivo del “maíz que llora” aparece en una infinidad de relatos, leyendas, historias,… Lo mismo que el mito de la riqueza, sigue formando parte del repertorio temático de la educación comunitaria indígena. En todos los casos, supone la idea de que también el maíz “tiene corazón”. En Primeras interpretaciones… se recoge una escena a la que asistimos repetidas veces por los caminos de Juquila: una madre regaña a su hijo por no recoger del suelo un grano de maíz, un grano que está llorando:

A mediados del siglo XX, la educación comunitaria tenía presente al maíz como grano sagrado. Si todas las cosas tienen corazón, ¿cómo no lo va a tener el maíz? En la cultura zapoteca todos los elementos de la naturaleza tienen corazón, así sean vegetales o minerales, todos sienten y resienten el trato que se les da.

De niño, cuando mi madre me llevaba por las culebreadas veredas del pueblo, recuerdo perfectamente la orden y la explicación que diera sobre el maíz tirado en el camino:

– ¡Levanta ese maíz! ¿No ves que está llorando? A alguien se le debió de haber caído anoche. El maíz es sagrado, no debe estar tirado, es el grano que nos sustenta. Si lo desdeñas a tu paso, nunca más se acumulará en tu casa y vivirás triste por haberlo despreciado. El maíz tiene corazón y se da cuenta; aprende a recogerlo. El fríjol también tiene vida, son dos cosas que debes valorar. Recuérdalo siempre, hijo. Apresúrate a levantarlo cuando lo veas en tu camino”.

La gente de estos rumbos lleva ese concepto. Cuando encontramos tirado un grano de maíz lo levantamos y lo limpiamos antes de guardarlo en el bolsillo”.

Pero, ¿por qué llora el maíz? Una interpretación dominantemente culturalista insiste en su carácter sacro, en su papel religioso, simbólico, que lo ha convertido en objeto de veneración, de modo que lloraría por ‘desatención’, por ‘abandono’, por menoscabo de su dignidad y pérdida del debido respeto,… Lloraría por una afrenta. Sin embargo, muchos relatos sugieren que el maíz no es tan egoísta y, de hecho, llora por la Comunidad, por la unidad eco-social del pueblo indio. Podríamos sostener, con un juego de palabras grato a J. Baudelaire, que el maíz piensa y siente por la comunidad y en ocasiones se aflige. Piensa y siente por la comunidad, y llora por lo que descubre…

Me cuenta Felipe Francisco una leyenda de Juquila Vijanos, en la que el maíz también llora. Su origen data de los años convulsos de la Revolución, que en Oaxaca se desfiguró notablemente y ha sido recordada como tiempos de violencias y atropellos, de caos y de desórdenes sin par. Los ciudadanos de Juquila, ante el cariz que tomaban los acontecimientos, y los rumores insistentes acerca de una ocupación del pueblo por una u otra facción, decidieron en asamblea abandonar la localidad. No tendrían tiempo de recoger la cosecha, pues estimaban que sus vidas corrían peligro. Marcharon al amanecer, sin despedirse de sus milpas. Unas semanas después la aldea seguía sin ocupar; y el maíz sin cosechar. Unos mercaderes que caminaban por una brecha próxima a los sembrados oyeron en cierta ocasión unos sonidos estremecedores: les pareció que una criatura, o un animal en todo caso, gemía desesperadamente. Escalaron una ladera y se asomaron a la milpa: era el maíz, todo el maíz, el que lloraba.

Cuenta Felipe que no lloraba por el ‘retraso’ en la recolección, cosa habitual en otros años por este o aquel motivo. No lloraba por sentirse “inútil”, lo cual no era cierto, pues la madre tierra tiene sus modos de ‘recuperar’ aquello que los hombres rehusan –de hecho, los campesinos de Juquila nunca recolectaban toda la parcela, nunca recogían toda la cosecha: dejaban una buena parte del maíz en sus mazorcas, para libre uso de los pájaros, los demás animales, las otras fuerzas de la naturaleza… Insiste Felipe en que el maíz lloraba por la marcha de los hombres, que significaba la muerte de la comunidad; lloraba porque sabía que para un indígena no había tragedia mayor que el desplazamiento. Sin los hombres, la milpa era también un muerto viviente, un cadáver a la intemperie. El maíz lloraba por todos, por el todo de la comunidad mutilada. Dicho de otra forma: la comunidad entera lloraba en el

maíz…

Un sistema educativo informal que ha convertido los mitos del maíz en compendio de una filosofía; que ha repetido hasta la saciedad, por la boca de sus leyendas, de sus rituales, de sus representaciones, algo muy importante, recordado con toda sencillez por A. Aguilar Castro: “De la semilla del maíz nace nuestra cultura”, debió sufrir como un ultraje el establecimiento, a partir de los años 60, de las tiendas rurales campesinas «Conasupo», que llevaban maíz subsidiario y de mala calidad a las comunidades, provocando el abandono de su cultivo en muchas laderas productivas de la Sierra. Cabe sorprender, en esa medida “paternalista”, una estrategia para debilitar la cultura ancestral agrícola, pues atentaba contra la característica tradicional de convivencia con la tierra y empujaba hacia el consumo y la emigración. Este maíz extraño, que se trasvasaba con prisa, sin ceremonias ni rituales, cuyos granos esparcidos en la descarga eran barridos por el personal de «Conasupo» como se barre cualquier basura, ante los ojos angustiados de la población mayor, probablemente llorara ya solo por él...

¿Y qué decir del maíz “modificado” de nuestros días, aparte de que ya no puede llorar, pues la ingeniería genética le ha suprimido también esa capacidad?

4. El ritual del Cho’ne

Dentro de la serie de los rituales, hay uno que expresa admirablemente el optimismo vital de los pueblos indios, su actitud esencialmente positiva ante los avatares de la existencia: el ritual del Cho’ne, que procura alejar la muerte del hogar.

Cabe la posibilidad de que el cristianismo no haya conseguido dramatizar la muerte tanto como hubiera deseado en el ámbito de las comunidades, y que subsista ahí una concepción menos lacrimógena del desaparecer. La naturalidad con que el indio afronta los sucesos más terribles de la existencia, esa energía que extrae de la organización colectiva de la vida. alimentada por la educación comunitaria, se expresa en sus ritos funerarios.

Reparar en ellos puede ayudarnos a comprender mejor la obstinación de su resistencia secular, su manera de vivir la insumisión como principio cotidiano, a pesar de la fortaleza del Enemigo, de su voracidad sanguinaria, del monto de desaparecidos, torturados. encarcelados…

Los indígenas de Cajonos estiman que, mientras continúen en el hogar las pertenencias del difunto, ni este descansará como se merece ni los vivos podrán librarse de su recuerdo opresivo. Mientras en la casa algo ‘hable’ de él, su espíritu seguirá rondando a los moradores, sin nada bueno que aportarles. Por eso, en la noche del entierro, el petate en el que el familiar expiró se convierte en una bolsa grande, y en él se depositan las pertenencias del fallecido: ropa, huaraches, sombrero, cobija, ceñidor, pañuelo, gabán,… Solo se conservan los instrumentos agrícolas, como el machete y la coa.

Mientras se introducen estos objetos en el petate, se habla al espíritu del muerto, con buenas palabras. Se le asegura que en vida se le quiso, y no poco; pero que ahora debe hacer el favor de dejar en paz a los vivos y no interferir más en sus cosas… Hecho el “equipaje”, amarrado con el mecapal del propio difunto, regado todo con mezcal y ahumado con incienso, se pide a una persona no familiar, un borracho o un vago preferiblemente, que tire el bulto fuera del pueblo, y que no regrese a casa. Se le regalará licor o se le pagará por el servicio, pero se le instará a que dé un largo rodeo, busque el punto por donde nace el sol y, sobre todo, bajo ninguna excusa regrese al domicilio del finado. Al Cho’ne se le prende fuego y, como está prensado, tarda días en consumirse.

Mientras tanto, los familiares celebran rituales para ‘desprenderse’ de la muerte, entre ellos el del “lavado de ropa”, que se efectúa en las afueras del pueblo, en un arroyo, manantial o incluso en el propio río. Marchan en peregrinación y permanecen hasta la tarde, lavando y secando la ropa, “limpiándose” también ellos, eliminando todas las ‘adherencias’ de la muerte. Al medio día una comisión del pueblo les trae alimentos, normalmente tortillas de maíz y fríjoles fritos.

El énfasis en la necesidad de “alejar” la muerte, así como la exigencia de una “purificación tras el entierro del ser querido, testimonian un vitalismo radical, una primacía absoluta de los valores de la vida, de una vida que se desea alegre, no contaminada por los efluvios malsanos del recuerdo doloroso. No se cancela el duelo; pero se rechaza la idea de una permanencia en su seno. Y, sobre todo, se repara en los vivos, en los afectados por la pérdida, en sus necesidades, en su restablecimiento anímico, en lo que precisan para seguir adelante… Para evitar que se hundan en una tristeza paralizadora, porque la comunidad los sigue necesitando firmes y resueltos, se borran a conciencia las huellas de la muerte y del difunto.

* * *

La influencia social efectiva de los mitos y de los rituales en todas partes desfallece, como signo de la postración de la educación comunitaria, que no puede competir exitosamente con la Escuela, con los medios de comunicación, con los patrones de comportamiento introducidos en los pueblos por los “profesionistas”, etc. En esa competencia tiene las de perder, porque desde la base material de la existencia, desde el ámbito económico, le llegan solicitudes, requerimientos, que no puede contemplar. La generalización de las relaciones sociales capitalistas (uso constante del dinero, asalarización, multiplicación de los intercambios comerciales, privatizaciones,…) la convierten en disfuncional, contradictoria, retrógrada. Las tendencias económicas y sociales contemporáneas, tal y como influyen en la organización socio-política de las comunidades indígenas, con la intromisión interesada de los poderes estatales y federales, tienden a consagrar la hegemonía de la Escuela, relegando la educación comunitaria a un segundo plano residual.

En este contexto, muchos mitos y leyendas se pierden o se transcriben atendiendo a criterios de deformación sistemática. Las ceremonias y los rituales se folclorizan, se frivolizan, como ha ocurrido con la Danza de los Huenches, danza sagrada del maíz degradada en dramatización chusca. Leyendas como la de las rocas guardianes no despiertan otro interés que el del inventario, el de la recolección de exotismos venerables; muy poco dicen ya a los indígenas de hoy. Procedimientos religioso-curativos tradicionales como el del temascal cambian de naturaleza y hasta de nombre; etc., etc., etc.

Somos concientes de que, con este trabajo, estamos entonando un Réquiem, queda claro que desde la simpatía. Réquiem por la Educación Comunitaria Indígena… Corresponde a la Escuela contemporánea, hoy como ayer baluarte del capitalismo occidental, perseverar en su crimen histórico, en la infamia que la acompaña desde sus orígenes: el exterminio sistemático del “hombre oral”, la aniquilación metódica de las “culturas de la oralidad”, con todos los valores que comportaban.

[Texto elaborado a partir de un capítulo de «La bala y la escuela. Modos en que la educación administrada complementa el trabajo represivo de las fuerzas policíaco-militares en los pueblos indios de México». Este ensayo fue publicado en España por Virus Editorial y en México por Ediciones Sabotaje. Para descargar en PDF: https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2014/02/la-bala-y-la-escuela-holocausto-indc3adgena.pdf]

Virus

Sabotaje

oral

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Pedro García Olivo

Buenos Aires, 27 de setiembre de 2018

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

MUNDO RURAL-MARGINAL

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Indigenismo with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on septiembre 20, 2018 by Pedro García Olivo

Diferencia amenazada que nos cuestiona

“Habrá que vestir luto por el hombre
el día en que desaparezca el último iletrado”
E. M. Cioran

PREÁMBULO

De qué hablaré

Pretendo hablar del “mundo rural-marginal”, que se desdobla en función del grado de “modernidad” de las sociedades: en el entorno de los llamados países desarrollados, centro capitalista, el mundo rural-marginal se refugia en las aldeas de montaña, recónditas, aisladas, un tanto inhóspitas, y se expresa en la figura del pastor antiguo; en el ámbito de los llamados países subdesarrollados y emergentes, periferia que en parte dejará de serlo, el mundo rural-marginal halla su imagen más nítida en la comunidad indígena orgullosa de sus “usos y costumbres” tradicionales, en los pueblos indios que hacen valer su comunalismo económico, su igualitarismo social y su democracia directa tal verdadera empalizada contra la apisonadora occidental del Capital y el Estado de Derecho.

Obedeciendo a muy distintos procesos históricos, entre lo rural-marginal occidental y extra-occidental se descubren sorprendentes analogías estructurales. Pero me interesa, en particular, subrayar lo “atentatorio”, lo “disidente”, lo “insumiso” de este mundo, ciertamente amenazado, ante la sensibilidad “moderna”, “ilustrada”, ante el sujeto “racional”.

Quisiera, con este doble movimiento de escritura, evocar la crisis y decadencia de las sociedades occidentales, tal y como se refleja en el espejo roto de lo rural-marginal.

Desde dónde hablaré

Hablaré por la experiencia, como hombre que reside, desde hace más de veinte años, en aldeas de pastores, fugitivo de la ciudad y de la educación mercenaria, aferrado durante mucho tiempo a un pequeño rebaño de cabras lo mismo que a una tabla de salvación frente a la axiomática de la civilización occidental. Experiencia también de un viajero que exploraba la resistencia indígena a fin de negarse a sí mismo. Y hablaré desde la escritura, por haber compuesto, mirando afuera, «Desesperar» y «La bala y la escuela», compendio de lo que quise aprehender de ese mundo periférico; y, mirando adentro, «El enigma de la docilidad» síntesis de lo que he logrado odiar de la centralidad de nuestra cultura.

[Se acaba de re-editar en Valencia Mundo rural-marginal, ensayo libre que, desde registros estilísticos diversos, afronta cuestiones espistemológicas y socio-culturales involucradas en el acercamiento occidental a la Diferencia y en el sentido de una lucha desesperada por su defensa y preservación. Agradezco a los compañeros y amigos de Ediciones marginales el esfuerzo realizado. Que esta obra quede en su interesante catálogo de publicaciones es para mí un motivo de contento. El ensayo se puede descargar desde este blog: https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2018/04/mundo-rural-marginal-diferencia-amenazada-que-nos-cuestiona-de-indc3adgenas-y-pastores.pdf%5D

Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 20 de setiembre de 2018

LA REFINADA HIPOCRESÍA DEL INTERCULTURALISMO

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Indigenismo with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on septiembre 15, 2018 by Pedro García Olivo

Acoso colonial-escolar a la diferencia

Entendido en sentido amplio (como eliminación física y neutralización cultural), el «etnocidio» contemporáneo, ostensible a cada hora, manifiesto en todos los continentes, avanza de la mano de una ideología-punta exquisitamente hipócrita: la del interculturalismo. Se trata de un barniz auto-justificativo elaborado precisamente por los colonizadores, siempre interesados en aplastar la diferencia mientras hablan precisamente de protegerla. Apunta a una «monoculturalidad», a una globalización avasalladora de la civilización occidental.

Siendo vasta la tarea que, para el logro de una supuesta «coexistencia pacífica de todas las culturas», encomienda a la Escuela, esta narrativa parte siempre de un «postulado», en la acepción rigurosa del término («proposición cuya verdad se admite sin pruebas y que es necesaria para servir de base en ulteriores razonamientos», diccionario de la lengua española), perfectamente denegable. La crítica adelantada por este escrito, atiende a esas dos cuestiones: el axioma que se admite sin necesidad de demostración, como un a priori, si no como un dogma; y el modo en que la nueva ideología pretende reclutar a la organización escolar.

1) El artículo de fe
Como engendro de las potencias hegemónicas, como invención de los países del Norte, el relato interculturalista concede a Occidente una capacidad de comprensión universal, como si pudiera penetrar la verdad de todas las civilizaciones. Negando ese postulado, cabe sostener justamente lo contrario: «Occidente carece de un privilegio hermenéutico universal, de un poder descodificador planetario que le permita acceder a la cifra de todas las formaciones culturales. Hay, en el otro, aspectos decisivos que se nos escaparán siempre». Baste, a este respecto, con el título de una obra, que incide en esa invidencia occidental: «1942: el encubrimiento del otro», de E. Dussel (1992).

C. Lenkersdorf tuvo una forma muy bella de señalar lo mismo, escapando del relativismo epistemológico vulgar: los occidentales padecemos una “incapacidad específica”, una ineptitud particular, una merma idiosicrásica que nos impide comprender al otro. No se trata de que se levanten, entre las distintas culturas, y de por sí, muros infranqueables para el entendimiento recíproco: nosotros en concreto, los occidentales, por lo menos nosotros, somos los ciegos. Como no vemos al otro, lo aplastamos o lo integramos… No sabemos si los exponentes de las otras civilizaciones nos ven o no nos ven. Cabe, incluso, que nos hayan conocido demasiado bien, hasta el fondo del alma; y que por ello, a menudo, conscientes de todo, nos eviten o nos combatan.

Lo que sí podemos llegar a sentir es que la alteridad se nos sustrae, nos esquiva; y que, ante ella, sospechándonos específicamente vetados para entenderla, nos contentamos, como quien precisa un analgésico o un narcótico, con “proyectarnos”. A ello se dedica nuestra antropología, nuestra etnología, nuestra sociología, nuestra ciencia de la historia… Casi al final de su trayectoria investigadora, de un modo hermoso por franco y desinhibido, con la honestidad intelectual que le caracterizaba, lo reconoció el propio C. Lévi-Strauss, en “El campo de la antropología”.

Y, al lado de ese déficit cognoscitivo de Occidente cuando sale de sí mismo y explora la alteridad cultural lejana, encontramos su naufragio ante configuraciones que le son próximas. De ahí, la elaboración «urbana» del estereotipo del rústico (asunto que abordé en «Desesperar») y la tergiversación «sedentaria» de la idiosincrasia nómada (aspecto que motivó mi ensayo «La gitaneidad borrada»).

Cabe detallar así los aspectos de la «incapacidad específica» occidental para acceder al corazón y al cerebro del otro civilizatorio:

1. Lenguaje
Las dificultades que proceden del campo del lenguaje (lenguas “ergotivas” indígenas, agrafía gitana, culturas de la oralidad rural-marginales,…) y que arrojan sobre las tentativas de “traducción” la sospecha fundada de fraude y la certidumbre de simplificación y deformación, como se desprende, valga el ejemplo, de los estudios de A. Paoli y G. Lapierre en torno al papel de la intersubjetividad en las lenguas mayas -o de las indicaciones de W. Ong, A. R. Luria y otros sobre la especificidad del pensamiento oral-, sancionan nuestro fracaso ante la diferencia cultural, ante la otredad civilizatoria. Pero el diagnóstico no se agota en la imposibilidad de intelección de la alteridad cultural. La ininteligibilidad del otro arrostra un abanico de consecuencias y se nutre de argumentos diversos…

2. Universalismo «versus» localismo-particularismo
Entre el «universalismo» de la cultura occidental y el «localismo/particularismo» trascendente de otras culturas no hay posibilidad de diálogo ni de respeto mutuo. Occidente constituye una condena a muerte para cualquier cultura localista o particularista que cometa la insensatez de atenderle (Derechos «Humanos», Bien Común «Planetario», Razón «Universal», Intereses «Generales» de la Humanidad… son, como recordó E. Lizcano, sus estiletes). En “¡Con la Escuela habéis topado, amigos gitanos!”, Fernández Enguita ilustra muy bien esta incompatibilidad estructural. Y M. Molina Cruz, escritor zapoteco, lo ha documentado una y otra vez para el caso de los pueblos originarios de América.
Las culturas construidas a partir del vínculo familiar o clánico (“la sangre”) o de la relación profunda con la localidad bio-geográfica (“la tierra”) chocan frontalmente, teniendo siempre perdida la batalla, con una civilización como la occidental, que se levanta sobre “abstracciones”, sobre fantasmas conceptuales, sobre palabras etéreas, meras inscripciones lingüísticas desterritorializadas y desvitalizadas (“¿Libertad?”, “¿Progreso?”, “¿Humanidad?”, “¿Ciencia?”, “¿Estado de Derecho”?,…)

3. El «hacha» de la Razón
Así como bajo la modernidad europea surge una figura histórica de la Razón que no deja de constituir un mero elaborado «regional», los mundos de las otras culturas en ningún sentido están «antes» o «después» de la Ilustración, sino «en otra parte». La cosmovisión holística de estas culturas, con su concepto no-lineal del tiempo, choca sin remedio con el «hacha occidental», que, tanto como define campos, saberes, disciplinas, especialidades…, instituye etapas, fases, edades. Desde la llamada Filosofía de la Liberación latinoamericana, como asimismo desde el Pensamiento Decolonial contemporáneo, se ha repudiado incansablemente el feroz «eurocentrismo» que nos lleva a evaluar y clasificar todos los sistemas de creencias y de vida desde la óptica de nuestra historia cultural particular y con el rasero de la Ratio.

4. Cientificismos
Las aproximaciones “cientificistas” occidentales se orientan a la justificación de las disciplinas académicas (antropología, etnología, sociología,…) y a la glorificación de nuestro modo de vida. A tal fin, supuestas “necesidades”, en sí mismas ideológicas (J. Baudrillard), que hemos asumido acríticamente, y que nos atan al consumo destructor, erigiéndonos, como acuñó I. Illich, en “toxicómanos del Estado del Bienestar” (vivienda “digna”, dieta “equilibrada”, tiempo de “ocio”, “esperanza” de vida, sexualidad “reglada”, maternidad “responsable”, “protección” de la infancia, etc.) se proyectan sobre las otras culturas, para dibujar un cuadro siniestro de “carencias” y “vulnerabilidades” que enseguida corremos a solventar, recurriendo a expedientes tan “filantrópicos” como la bala (“tropas de paz”, ejércitos liberadores) y la escuela (aniquiladora de la alteridad educativa y, a medio plazo, cultural).
Las voces de los supuestos “socorridos” han denunciado sin desmayo que, detrás de cada uno de nuestros proyectos de “investigación”, se esconde una auténtica “pesquisa” bio-económico-política y geo-estratégica, en una suerte de re-colonización integral del planeta –véase, como muestra, la revista mejicana “Chiapas” y, en particular, las colaboraciones de E. Ceceña en dicho medio.

Por otra parte, la crítica epistemológica y filosófico-política de las disciplinas científicas occidentales, que afecta a todas las especialidades, a todos los saberes académicos, surgiendo en los años sesenta del siglo XX (recordemos a N. A. Braunstein, psicólogo; a F. Basaglia, psiquiatra; a D. Harvey, geógrafo; a G. Di Siena, biólogo; a A. Heller, antropóloga; a M. Castel, sociólogo; a H. Newby, sociólogo rural; a J. M. Levi-Leblond, físico; a A. Viñas para las matemáticas,…), nos ha revisitado periódicamente, profundizando el descrédito, por servilismo político y reclutamiento ideológico, de nuestros aparatos culturales y universitarios.
(Auto)critique de la science, monumental ejercicio de revisionismo interno, organizado por el escritor Alain Jaubert y por el físico teórico y matemático Jean-Marc Levi-Leblond, libro aparecido en 1973, constituye un hito inolvidable en esta “rebelión de los especialistas” europeos y norteamericanos contra los presupuestos y las realizaciones de sus propias disciplinas.

5. Solidaridad
Nuestros anhelos “humanitarios”, nuestros afanes de “cooperación”, incardinados en una muy turbia Industria Occidental de la Solidaridad (hipocresía del “turismo revolucionario”, parasitismo necrófilo de las ONGs, programas transnacionales de desarrollo, etcétera), actúan como vectores del imperialismo cultural de las formaciones hegemónicas, propendiendo todo tipo de etnocidios y avasallamientos civilizatorios. Lo denunció sin ambages I. Illich, en 1968, en aquella conferencia que tituló “Al diablo con las buenas intenciones” y que concluyó, sobrado de elocuencia, con esta exclamación: “¡Pero no nos vengan a ayudar!”. En Cuaderno chiapaneco I. Solidaridad de crepúsculo, trabajo videográfico editado en 2007, procuramos arrojar sobre esta crítica también la luz de las imágenes.

En otra parte explicamos por qué, para nosotros, aún admitiendo la no-inteligibilidad del otro cultural, tiene sentido una escritura a su propósito:

Acto de lecto-escritura
¿Qué hacer, entonces, si partimos de la ininteligibilidad del otro? ¿Para qué hablar de una alteridad que proclamamos indescifrable?
La respuesta atenta contra nuestra tradición cultural, si bien procede también de ella. Al menos desde F. Nietzsche, y enfrentándose a la teoría clásica del conocimiento, a veces denominada Teoría del Reflejo, elaborado metafísico que partía de tres “peticiones de principio”, de tres trascendentalismos hoy desacreditados (un Sujeto unitario del Saber, sustancialmente igual a sí mismo a lo largo del Tiempo y del Espacio; un Objeto del Conocimiento efectivamente presente; y un Método ‘científico’ capaz de exhumar, en beneficio del primero, la Verdad que duerme en el segundo), hallamos una vindicación desestabilizadora, que M. Foucault nombró “la primacía de la interpretación” y que se ha concretado en tradiciones críticas como la Arqueología del Saber o la Epistemología de la Praxis.
Puesto que nos resulta inaceptable la idea onto-teológica de una Verdad ‘cósica’, subyacente, sepultada por el orden de las apariencias y solo al alcance de una casta de expertos, de una élite intelectual (científicos, investigadores, intelectuales,…) encargada de restaurarla y socializarla; puesto que detestamos la división del espacio social entre una minoría iluminada, formada, culta, y una masa ignorante, que se debate en la oscuridad, reclamando “ilustración” precisamente a esa minoría para hallar el camino de su propia felicidad, si no de su liberación; habré de proponer, para el tema que me ocupa, ante la alteridad cultural, una lectura productiva, un rescate selectivo y re-forjador (J. Derrida), un acto de lecto-escritura, en sí mismo poético (M. Heidegger), una recreación, una re-invención artística (A. Artaud).
La “verdad” de las comunidades indígenas, del pueblo gitano o del mundo rural-marginal no sería ya un substrato que espera aflorar de la mano del método científico y del investigador académico, sino un campo de batalla, el escenario de un conflicto entre distintos discursos, una pugna de interpretaciones. Lo que de modo intuitivo se nos presenta como la verdad de las otras civilizaciones no es más que una interpretación, una lectura, un constructo arbitrario que, como proponía F. Nietzsche, debemos “trastocar, revolver y romper a martillazos”.
Pero, ¿para qué fraguar nuevas interpretaciones; para qué recrear, re-inventar, deconstruir?Admitida la impenetrabilidad del otro cultural, denegada la onto-teo-teleología de la teoría clásica del conocimiento, desechado el Mito de la Razón (fundador de las ciencias modernas), cabe todavía, como recordó E. Zuleta, ensayar un recorrido por el “otro” que nos avitualle, que nos pertreche, que nos arme, para profundizar la crítica negativa de lo nuestro. Mi interpretación de la alteridad cultural, de las comunidades que se reproducen sin escuela, de las formaciones sociales y políticas que escaparon del trípode educativo occidental, recrea el afuera para combatir el adentro, construye un discurso ‘poético’ (en sentido amplio) de lo que no somos para atacar la prosa mortífera que nos constituye.
Es por odio a la Escuela, al Profesor y a la Pedagogía, por el “alto amor a otra cosa” que late siempre bajo el odio, por lo que me he aproximado a las comunidades indígenas latinoamericanas, al pueblo gitano y a los entornos rural-marginales occidentales. Jamás pretendí ‘hablar por’ los indígenas, por los gitanos o por los pastores y campesinos de subsistencia; nunca me propuse alumbrar esas realidades tan alejadas de las nuestras. Quise, sí, mirarlos para soñar, mitificarlos para desmitificar, porque hablar a su favor es un modo muy efectivo, creativo, de hablar en nuestra contra. Y, en ese empeño, nunca me hallé solo… P. Clastres no cesa de criticar el capitalismo occidental en todos y cada uno de sus ensayos sobre el mundo indígena (La sociedad contra el Estado es el título de su obra fundamental, reeditada por Virus). Más que transmitirnos la “esencia” india, la “verdad” primitiva, denuncia la podredumbre occidental, la “mentira” moderna… R. Jaulin levanta toda una crítica de nuestra formación político-cultural (“totalitaria” y “etnocida”, en su opinión), a partir de sus experiencias entre indígenas y por medio de su escritura sobre lo indígena. F. Grande, B. Leblon y A. Tabucchi muestran las miserias de lo sedentario-integrado al aplaudir el valor de un pueblo nómada libre. E. Lizcano ensalza el taoísmo para disparar contra la pretensión de universalidad de la Ratio, para “ensuciar” todas sus categorías fundacionales (“ser”, “sustancia”, “identidad”, “separación”, “concepto”, “ilustración”,…). M. Chantal celebra la metafísica de la India, que parte de lo inmediato, de lo más próximo, de la tierra, para cuestionar la metafísica occidental, siempre presa de la abstracción, con la mirada perdida en el Cielo. P. Sloterdijk y M. Onfray descubren en los quínicos antiguos la clase de hombre, la forma de subjetividad, a la que quisieran poder abrazarse, y que ya no encuentran en Occidente: no somos “quínicos”, por desventura, sino “cínicos”, algo muy distinto, los peores y los más feos de los hombres. P. Cingolani nos manifiesta, en clave literaria, desde el interior o el exterior de su intención, en lo explícito o en lo implícito, su desafección hacia el hombre blanco, hacia la cultura occidental, hacia la máquina política y económica del Capitalismo. A ese desamor sabe cada una de las páginas de Nación Culebra, su libro –que habla de indígenas, de tribus “no contactadas”, de comunidades “aisladas”; de una Amazonía en peligro donde todos los días mueren árboles, mueren ríos y mueren hombres, en el supuesto de que un árbol, un río y un hombre amazónicos sean entes distintos, separados. Etcétera.

2) La Escuela como recluta
En el contexto de la actual globalización capitalista y de la occidentalización acelerada de todo el planeta, el “interculturalismo”, decía, se resuelve como “monoculturalismo”… Se produce una disolución de la Diferencia (educativa, cultural, psicológica) en Diversidad, inducida por la escolarización forzosa de todo el planeta. En ese marco, presentar la Escuela como vehículo de un diálogo entre civilizaciones constituye una manifestación descarnada de cinismo. Para nada la educción administrada puede convertirse en herramienta principal de una interculturalidad planetaria digna de su nombre. Y no puede hacerlo por las siguientes cinco razones:

1) La Escuela no es un árbitro neutral en el choque de las culturas, sino componente de una de ellas, las más expansiva: Occidente, juez y parte. La Escuela es la cifra, el compendio, de la civilización occidental.
La Escuela, como fórmula educativa particular, una entre otras, hábito relativamente reciente de solo un puñado de hombres sobre la tierra, no se aviene bien con aquellas culturas que exigen la informalidad y la interacción oral comunitaria como condición de su producción y de su transmisión.
Por la Escuela en modo alguno caben, pongamos este ejemplo, las cosmovisiones indias, debido a la desemejanza estructural entre la cultura occidental y las culturas indígenas. Una cultura es también sus modos específicos de producirse y socializarse. Desgajar los contenidos de los procedimientos equivale a destruirla. Resulta patético, aunque explicable, que la intelectualidad indígena no haya tomado conciencia de ello; y que, en lugar de luchar por la restauración de la educación comunitaria, se haya arrodillado ante el nuevo ídolo de la Escuela occidental, viendo meramente el modo de verter en ella unos contenidos culturales ‘desvitalizados’, ‘positivizados’, ‘reificados’, gravemente falseados por la circunstancia de haber sido arrancados de los procedimientos tradicionales que le conferían la plenitud de su sentido, la hondura de su significado.
La leyenda zapoteca de la langosta, verbi gratia, tan henchida de simbolismos, se convierte en una simple historieta, en una serie casi cómica, si se ‘cuenta’ en la Escuela; y en un insulto a la condición india si, además, la relata un “profesor”. La leyenda de la langosta solo despliega el abanico de sus enseñanzas si se narra en una multiplicidad ordenada de espacios, que incluyen la milpa, el camino y la casa, siempre en la estación de la cosecha, si se temporiza adecuadamente, si se va desgranando en un ambiente de trabajo colectivo, en una lógica económica de subsistencia comunitaria, si parte de labios hermanos, si se cuenta con la voz y con el cuerpo… El mito de la riqueza, que encierra una inmensa crítica social, y puede concebirse, por la complejidad de su estructura, como un “sistema de mitos”, se dejaría leer como una tontería si hubiera sido encerrado en una unidad didáctica. Convertir el ritual del Cho’ne en objeto de una pregunta de examen constituye una vileza, una profanación, un asalto a la intimidad.

2) No es concebible un individuo «con dos culturas», por lo que en la Escuela se privilegiará la occidental reservando espacios menores, secundarios (danzas, gastronomía, leyendas,…), a las restantes. Los alumnos serán espiritualmente occidentalizados y solo se permitirá una expresión superficial, anecdótica, folklorizada, de sus culturas de origen.
La educación “bicultural” no es psicológicamente concebible. De intentarse en serio, abocaría a una suerte de esquizofrenia. En ninguna subjetividad humana caben dos culturas. El planteamiento meramente “aditivo” de los defensores de la interculturalidad solo puede defenderse partiendo de un concepto restrictivo de “cultura”, un concepto positivista, descriptivista, casi pintoresquista. Decía A. Artaud que la cultura es un nuevo órgano, un segundo aliento, otra respiración. Y estaba en lo cierto: el bagaje cultural del individuo impregna la totalidad de la subjetividad, determina incluso el aparato perceptivo. Por utilizar un lenguaje antiguo, diríamos que la cultura es alma, espíritu, corazón,… Y no es concebible un ser con dos corazones, con dos percepciones, con un hálito doble.
La educación “bicultural” se resolvería, en la práctica, primero como hegemonía de la cultura occidental, que sería verdaderamente interiorizada, apropiada, ‘encarnada’ en el estudiante; y, desde ahí, desde ese sujeto mentalmente colonizado, en segundo lugar como apertura ‘ilustrativa’, ‘enciclopedística’, a la cultura étnica, disecada en meros “contenidos”, “informaciones”, “curiosidades”,… La posibilidad contraria, una introyección de la cultura otra y una apertura “ilustrativa” a la cultura occidental no tiene, por desgracia, los pies en esta tierra. No existe el menor interés administrativo, político o económico, en una escolarización que no propenda las “disposiciones de carácter” y las “pautas de comportamiento” requeridas por la expansión del capitalismo occidental, que no moldee los llamados ‘recursos humanos’ de cara a su uso social reproductivo, bien como mano de obra suficientemente cualificada y disciplinada, bien como unidad de ciudadanía sofocada por los grilletes del Estado de Derecho liberal (obligaciones cívicas, pulsión al voto,…).
Y no debemos olvidar que la “pedagogía implícita” portada por la Escuela moderna en tanto escuela (por la mera circunstancia de exigir un recinto, un horario, un profesor, un temario, una obediencia,…), su “currículum oculto” es, a fin de cuentas, Occidente –las formas occidentales de autoridad, interacción grupal, comportamiento reglado en los espacios de clausura, administración del tiempo, socialización del saber,…

3) Existe una incompatibilidad estructural entre el sujeto urbano occidental (referente de la Escuela) y los demás tipos de sujetos –indígena, rural-marginal, gitano,… Los segundos serán “degradados” y el primero “graduado”: de una parte, el fracaso escolar o la asimilación virulenta; de otro, el triunfo en los estudios y un posicionamiento en la escala meritocrática.
No hay ‘comentarista’ de la Escuela que no esté de acuerdo en que, tradicionalmente, se le ha asignado a esta institución una función de homogeneización social y cultural en el Estado Moderno: “moralizar” y “civilizar” a las clases peligrosas y a los pueblos bárbaros, como ha recordado E. Santamaría. Difundir los principios y los valores de la cultura ‘nacional’: he aquí su cometido.
Nada más peligroso, retomando nuestro ejemplo, de cara al orden social y político latinoamericano, que los pueblos indios, con su historia centenaria de levantamientos, insurrecciones, luchas campesinas,… Nada más bárbaro e incivilizado, en opinión de muchos, que las comunidades indígenas, con su “atraso” casi ‘voluntario’, su auto-segregación, su endogamia, su escasa simpatía circunstancial por los ‘desinteresados’ programas de desarrollo que les regala el gobierno, sus creencias “supersticiosas”, su religiosidad “absurda” y “disparatada”, sus curanderos, sus brujos, la “manía” de curarlo todo con unas cuantas hierbas, su ínfima productividad, su “torpe” dicción del castellano, su “pereza” secular, su “credulidad” risible,… Nada más alejado de la “cultura nacional”, construcción artificial desde la que se legitima el Estado Moderno, que el apego al poblado, la fidelidad a la comunidad, la identificación “localista” de las etnias originarias, enemigas casi milenarias de toda instancia estatal fuerte y centralizada, como señalara J. W. Whitecotton.
La Escuela habrá de hallarse muy en su casa ante este litigio entre contendientes disparejos, habrá de sentirse muy útil enfrontilando al más débil, pues para ese género de “trabajos sucios” fue inventada…

4) Se parte de una lectura previa, occidental, de las otras culturas, siempre simplificadora y a menudo tergiversadora. Late en ella el complejo de superioridad de nuestra civilización; y hace patente la miopía, cuando no la malevolencia, de nuestros científicos y expertos. No es “la Cultura” la que circula por las aulas y recala en la cabeza de los estudiantes; sino el resultado de una “discriminación”, una inclusión y una exclusión, y, aún más, una posterior re-elaboración pedagógica y hasta una deformación operada sobre el variopinto crisol de los saberes, las experiencias y los pensamientos de una época (conversión del material en “asignaturas”, “programas”, “libros”, etc.). El criterio que rige esa “selección”, y esa “transformación” de la materia prima cultural en discurso escolar (‘currículum’), no es otro que el de favorecer la adaptación de la población a los requerimientos del aparato productivo y político vigente –vale decir, sancionar su homologación psicológica y cultural…
Hay, por tanto, como ha señalado F. González Placer, un conjunto de “universos simbólicos” (culturales) que la Escuela tiende a desgajar, desmantelar, deslegitimar y desahuciar, como, por ejemplo, el de las comunidades indígenas latinoamericanas, el del pueblo gitano, el del subproleariado de las ciudades, o el arrostrado en Europa por la inmigración musulmana,…
Con el patrimonio cultural de los pueblos indios, la Escuela intercultural latinoamericana solo podría hacer dos cosas, como ya he apuntado: desoírlo, ignorarlo y sepultarlo mientras proclama cínicamente su voluntad de protegerlo; o “hablar en su nombre”, subtitularlo interesadamente, esconder sus palabras fundadoras y sobrescribir las adyacentes, sometiéndolo para ello a la selección y deformación sistemáticas inducidas indefectiblemente por la estructura didáctico-pedagógica, currícular y expositiva, de la Escuela moderna… Por último, ‘ofertaría’ ese engendro –o casi lo ‘impondría’– a unos indígenas emigrados de sus comunidades y escolarizados que, normalmente, manifiestarían muy poco interés por toda remisión a sus orígenes, una remisión interesada e insultante. En ocasiones, y en la línea de lo subrayado por D. Juliano, la cultura de origen se convierte en una jaula para el indígena que llega a la ciudad, un factor de enclaustramiento en una supuesta “identidad” primordial e inalterable. Actúa, por debajo de esta estrategia, un dispositivo de clasificación y jerarquización de los seres humanos…

5) En la práctica, la Escuela “trata” la Diferencia, con vistas a la gestión de las subjetividades y a la preservación del orden en las aulas (J. Larrosa). El estudiante ‘extraño’ es percibido como una amenaza para el normal desarrollo de las clases; y por ello se atienden sus señas culturales, su especificidad civilizatoria -para prevenir y controlar sus manifestaciones disruptivas. La hipocresía y el cinismo se dan la mano en la contemporánea racionalización “multiculturalista” de los sistemas escolares occidentales. J. Larrosa ha avanzado en la descripción de esa doblez: “Ser ‘culturalmente diferente’ se convierte demasiado a menudo, en la escuela, en poseer un conjunto de determinaciones sociales y de rasgos psicológicos (cognitivos o afectivos) que el maestro debe ‘tener en cuenta’ en el diagnóstico de las resistencias que encuentra en algunos de sus alumnos y en el diseño de las prácticas orientadas a romper esas resistencias”. En países como México, donde porcentajes elevados de estudiantes, por no haber claudicado ante la ideología escolar y por no querer “implicarse” en una dinámica educativa tramada contra ellos, son todavía capaces de la rebeldía en el aula, del ludismo, del disturbio continuado, etc., estas tecnologías para la atenuación de la “resistencia, del atributo psicológico inclemente atrincherado en alguna oscura región del carácter, cobran un enorme interés desde la perspectiva de los profesores y de la Administración…
La “atención a la diferencia” se convierte, pues, en un sistema de adjetivación y clasificación que ha de resultar útil al maestro para vencer la ‘hostilidad’ de éste o aquél alumno, de ésta o aquella minoría, de no pocos indígenas y demasiados subproletarios. Más que ‘atendida’, la Diferencia es tratada -a fin de que no constituya un escollo para la normalización y adaptación social de los jóvenes. “Disolverla en Diversidad”: eso se persigue…
Las Escuelas del “multiculturalismo” atienden la Diferencia en dos planos: un trabajo de superficie para la ‘conservación’ del aspecto externo de la Singularidad -formas de vestir, de comer, de cantar y de bailar, de contar cuentos o celebrar las fiestas,…-, y un trabajo de fondo para aniquilar sus fundamentos psíquicos y caracteriológicos -otra concepción del bien, otra interpretación de la existencia, otros propósitos en la vida,… La “apertura del currículum”, su vocación ‘interculturalista’, tropieza también con límites insalvables; y queda reducida a algo formal, meramente propagandístico, sin otra plasmación que la permitida por áreas irrelevantes, tal la música, el arte, las lecturas literarias o los juegos -aspectos floklorizables, museísticos… Y, en fin, la apelación a la “comunicación” entre los estudiantes de distintas culturas reproduce las miserias de toda reivindicación del diálogo en la Institución: se revela como un medio excepcional de ‘regulación’ de los conflictos, instaurado despóticamente y pesquisado por la ‘autoridad’, un ‘instrumento pedagógico’ al servicio de los fines de la Escuela…
Todo este proceso de “atención a la diferencia”, “apertura curricular” y “posibilitación del diálogo”, conduce finalmente a la elaboración, por los aparatos pedagógicos, ideológicos y culturales, de una identidad personal y colectiva, unos estereotipos donde encerrar la Diferencia, “con vistas a la fijación, la buena administración y el control de las subjetividades” (J. Larrosa). El estereotipo del “indio bueno” compartirá banco con el estereotipo del “indio malo», en esta comisaría de la educación vigilada y vigilante. El éxito de la Escuela multicultural en su ofensiva anti-indígena dependerá del doble tratamiento consecuente… De este modo, además, se familiariza lo extraño (“la inquietud que lo extraño produce -anota el autor de ¿Para qué nos sirven…?- quedaría aliviada en tanto que, mediante la comprensión, el otro extranjero habría sido incorporado a lo familiar y a lo acostumbrado”) y nos fortalecemos, consecuentemente, en nuestras propias convicciones, dictadas hoy por el Pensamiento Único.

Sucediendo al “asimilacionismo clásico” (que, en tantos países de América Latina, valga el ejemplo, no modificaba los ‘currícula’ a pesar de la escolarización de los indígenas; y situaba su horizonte utópico, su límite programático, en la organización de ‘clases particulares de apoyo’ o ‘programas complementarios de ayuda’, etc., sin alterar el absoluto eurocentrismo de los contenidos, ‘idénticos’ y ‘obligatorios’ para todos), tenemos hoy un “asimilacionismo multiculturalista” que produce, no obstante, incrementando su eficacia, los mismos efectos: occidentalización y homologación psicológico-cultural por un lado, y exclusión o inclusión socio-económica por otro…

Desmitificado, el multiculturalismo se traduce en un asimilacionismo psíquico cultural que puede acompañarse tanto de una inclusión como de una exclusión socio-económica. El material humano psicológica y culturalmente ‘asimilado’ (diferencias diluidas en diversidades) puede resultar aprovechable o no-aprovechable por la máquina económico-productiva. En el primer caso, se dará una “sobre-asimilación”, una “asimilación segunda”, de orden socioeconómico, que hará aún menos ‘notoria’ la “diversidad” arrastrada por el inmigrante (asunción de los símbolos y de las apariencias occidentales). En el segundo caso, la asimilación psicológico-cultural se acompañará de una segregación, de una exclusión, de una marginación socio-económica, que puede inducir a una potenciación compensatoria -como “valor refugio”, decía D. Provansal- de aquella ‘diversidad’ resistente (atrincheramiento en los símbolos y en las apariencias no-occidentales, a pesar de la sustancial y progresiva ‘europeización’ del carácter y del pensamiento).

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 15 de setiembre de 2018
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

IGUALDAD DE DERECHOS PARA EL HOMBRE, EL ANIMAL Y LA MÁQUINA

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on septiembre 1, 2018 by Pedro García Olivo

Austeridad convivencial

1. La belleza de su alma

En Argentina conocí la «bicicleta mínima». De tan sencilla, de tan elemental, solo le pide al ciclista que tome las curvas y que pedalee. Sin frenos ni timbre en el manillar, carece asimismo de cambios. Le basta con un plato y un piñón. No tiene guardabarros ni portaequipajes. A menudo, aparece desprovista de rótulos, sin inscripciones o motivos decorativos sobre el metal pintaldo. Recibe el nombre de «playera»; y consiste exactamente en dos ruedas, un cuadro, los pedales, un manillar y un sillín. Nada más.

En su simpleza, es la bici más «inteligente» del mundo: ella se encarga de todo, ocupándose por completo de la marcha, ya que a nosotros, salvo darle a los pedales y controlar la dirección, nada nos corresponde hacer… Esta «playera» hubiera encantado a I. Illich, pues aparece meramente como una prolongación del cuerpo humano, un refuerzo inmediato de su potencia: amplifica del modo más descomplicado la fuerza motriz del usuario, y ya está. Tecnología mínima, herramienta convivencial y recurso extremadamente «austero» al servicio de la movilidad de las personas. Un puro corte de mangas a la complejidad y a la soberbia del transporte público… Es, también, el velocípedo más barato, el de las gentes con pocos medios.

Me sedujo esa máquina, tan sobria, tan «desnuda»; y cuido de ella como si se tratara de un ser humano o, si he de decir la verdad, un poco mejor que de mis semejantes. Suscribo así aquella vindicación, a primera vista desconcertante, de P. Sloterdijk: «igualdad de derechos para el hombre, el animal y la máquina». Respeto su derecho a la vida, y me acompañará el resto de mi existencia; respeto su derecho a la vivienda y la guardo siempre bajo cubierto; respeto su derecho a la salud, y reparo en el acto cualquier pequeña avería que la aqueje; respeto su derecho al descanso, y no la hago trabajar de sol a sol. La trato en el reconocimiento de la belleza de su «alma» y ella, en correspondencia, me ayuda en lo que puede.

2. Que sabía del sabor

Soy amigo de poseer pocas cosas, pero muy queridas y conocidas a fondo. Todos los objetos con los que convivía en la cueva del Alto Juliana conservan para mí su propia y singular historia. Yo los contemplaba siempre con embeleso, recordando el momento en que se cruzaron en mi vida y el equipaje existencial que por aquel entonces portaban. No hay ningún cubierto, ninguna olla, ningún paño, ningún libro, etcétera, que, en cierto modo, no dialogara conmigo en el instante de ser mirado o usado. En cada jornada, me recordaban las vicisitudes que habían atravesado y el azar que los puso en camino hacia mi ser y mi morada. Por eso, siento que mi cueva es un recinto sagrado: no hay en ella nada desprovisto de sentido, nada anodino o masificable, nada irrelevante, despersonalizado, meramente «utilitario» o no-significativo. A las pocas cosas que me acompañaban allí, desde el amanecer hasta el crepúsculo, las distingue un «alma» hermosa. Las estimo y sé que me estiman. Por la consideración con que los trato, agradecidos, los objetos desisten de abandonarme y se hacen eternos en mi refugio: duran y duran, viven y viven, sin estropearse, sin envejecer. Y sin callarse.

Un machete bien afilado que me traje de Nicaragua en los tiempos de la Revolución Sandinista, y que necesitaba cada día para las labores de acopio y preparación de la leña. Un molino manual, como el que siguen utilizando muchos indígenas para triturar el cereal y obtener sus harinas, que me obsequió hace años, en el Tolima, mi querido amigo Julio César. Una cuchara de latón, muy grande y abombada, que me encontré en un corral de ovejas y que todas las noches sabía del sabor de mis caldos. Una manta de pastor, hallada en una casa en ruinas del Rento de Barrachina, que me protegía con generosidad del frío. Una estufa de leña, que sirve para calentar y para cocinar, como las que ya no se fabrican ni se venden. El maravilloso cubo-lavadora que funciona a fuego, una auténtica «reliquia» que se me hizo imprescindible. El cuaderno de enamorado en cuya solapa pegué la reproducción de un cuadro de Van Gogh. El «paliakate» zapatista que me dieron en Chiapas y regalé a Adara, mi compañera, la culpable del cuaderno. Una mesa y un banco muy alargados que adquirí cuando era estudiante universitario, y que me sirvieron, durante décadas, de comedor, cama y escritorio. Etcétera. En la soledad del Alto, esos objetos, y algunos pocos más, al lado de una pequeña colección de libros, constituían mi «familia electiva».

3. Catástrofe social permanente

Soy partidario de «espiritualizar» todas las herramientas, todos los enseres, todos los objetos con los que convivimos. Me parece importante tener muy pocas cosas, poquísimas, menos que menos; y cuidarlas casi con veneración. Esa suerte de «fetichismo consciente» me permitió arraigar en la austeridad y confrontar en cierta medida el consumo. También aminoró mi contribución a esta catástrofe ecológica que nos hemos asegurado de tanto «progresar» y mi dependencia de aquella catástrofe social permanente denominada «empleo».

A mi círculo de objetos con vida se añadió, en Buenos Aires, esta bici reducida a la mínima expresión, esta máquina sumaria y humildísima. Me parece perfecta… Cuando la aparco al lado de las otras bicicletas arrogantes, con sus sistemas de platos y de piñones, sus cambios, sus veintitantas velocidades, sus frenos y sus luces, etc., se me antoja «pueblo», rebeldía, denegación, verdad, dulce y sabia pobreza… Mi orgullo se complace en pensar que me parezco a ella, que tenemos en común como un «ansia de desvestimiento» y de «existencia ligera». Pero, siendo tan grande la capacidad de auto-engaño del ser humano, no sé ya si se trata de una realidad o de un deseo.

Cuando la miro, me siento como Alejandro ante Diógenes; y pienso: «Si no fuera un estúpido y peligroso animal racional, me gustaría ser esa playera».

Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 31 de agosto de 2018

RELACIONES DE DIFERENCIACIÓN CON UNO MISMO

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF) with tags , , , , , , , , , , , , , , , on agosto 26, 2018 by Pedro García Olivo

Requerimiento, refinadamente ético, de resistencia individual y de compromiso contra la opresión

Cabe hablar de una triple “canibalística” (social general, devoradora del individuo y de la comunidad, etnocida) protagonizada esencialmente por el Estado. Admitiéndola, los críticos del biopoder relativizan el rol del aparato administrativo en ese despliegue de la voluntad de destruir y de integrar. Desde este punto de vista, el canibalismo (“relaciones de poder”, “estados de dominación”) se daría, en cierto sentido, “por debajo” de la estructura estatal, de manera más bien “dispersa”‭—‬aunque susceptible de coordinación‭—‬ y con independencia de la forma concreta que revista el gobierno (Estado social o Estado neoliberal).

Para el caso de Argentina, el enfrentamiento actual entre el “macrismo” y el “kirchnerismo” aparecería solo como una cortina de humo, sin cambiar determinantemente los datos del problema…

A) Estado coordinador
Partiendo de los trabajos del último Foucault, cabe plantear de forma distinta las relaciones que, desde las postrimerías del siglo XVIII, se establecen entre la Sociedad y el Gobierno, a fin de ensayar una crítica “política” que afecte tanto al Estado mínimo neoliberal como al vasto Estado Social de Derecho:

“Entiendo por biopolítica el modo en que, desde fines del siglo XVIII, la práctica gubernamental ha intentado racionalizar aquellos fenómenos planteados por un conjunto de seres vivos constituidos en población: problemas relativos a la salud, la higiene, la natalidad, la longevidad, las razas y otros (…). Me parecía que los problemas de la biopolítica no podían ser disociados del marco de racionalidad dentro del cual surgieron (…): el liberalismo”. (“Nacimiento de la biopolítica”, en “¿Eres la Noche?”, Sala Virtual de Lecturas Incomodantes, 2013, p. 1).

El protagonismo sustancial de la Administración como instancia constrictora de la libertad se verá radicalmente cuestionado: al margen de los aparatos del Estado, la sociedad toda se hallaría atravesada (y constituida) por una multiplicidad de relaciones de poder, de situaciones de dominación, de prácticas colectivas e individuales sobre las que descansaría la “opresión de hecho”. Ante una tal “microfísica del poder”, ante este haz de luchas estratégicas, “pulsos”, pretensiones de dominación y signos de la resistencia, el Estado asumiría una función meramente “coordinadora”, procurando orientar y dar finalidad al conjunto de las fuerzas y de los litigios.

Desde el último Foucault, el interés recae en la crítica de una biopolítica que se considera “subyacente”, operativa por debajo de toda forma de Estado. Una nueva “gobernabilidad”, que incluye la acción del Estado pero la rebasa por todas partes, se instituye bajo el liberalismo, permitiéndose los lujos de la “reducción” de los órganos y prácticas ejecutivas precisamente en la misma proporción en que se “amplían” los dispositivos de control de la población.

B) Relaciones de poder
Entre estas nuevas tecnologías cabe hacer una distinción, muy importante en la reflexión del mencionado autor: “Creo que es necesario distinguir entre “relaciones de poder” como juegos estratégicos entre libertades ‭—‬que hacen que unos traten de determinar las conductas de los otros (…)‭—‬ y los “estados de dominación”, que son eso que de ordinario se llama “el poder” (citado por M. Lazzarato, en “Del Biopoder a la Biopolítica”, Revista “Multitudes”, núm. 1, 2000, p. 5).

Tendríamos, de un lado, las “relaciones de poder”, en sentido estricto, con minúsculas, que cabe denominar también “relaciones estratégicas” o incluso “forcejeos”, y que caracterizan a los más diversos ámbitos de la asociación humana (relaciones paterno-filiales, de pareja, amistosas, magistro-discipulares,…). En ellas, a la “víctima” le cabe aún revertir el vínculo; conserva siempre una relativa capacidad de respuesta, de resistencia efectiva, de defensa e incluso de huida: “Los cuerpos no están capturados de forma absoluta por los dispositivos de poder. No hay una relación unilateral, una dominación totalitaria sobre los individuos…, sino una relación estratégica” (2000, p. 4). De otro lado, encontraríamos los “estados de dominación”, escenarios de unas Relaciones de Poder, con mayúsculas, donde ya no es posible aquella reversibilidad, una “resistencia” verdaderamente digna de su nombre; y ello porque la relación se cosifica, cristaliza en institución, en organización, en aparato. De los estados de dominación saben demasiado las escuelas, las cárceles, los cuarteles, los manicomios, los hospitales…

Como “coordinador” y “dotador de finalidad”, el Estado opera en el seno de tales relaciones, unas más agresivas que otras, estas menos abiertas que aquellas, pero no las funda, no las instituye. Y la suerte de eugenesia individual y de ingeniería social que propenden pueden servirse tanto de un Estado planificador e interventor como de un micro-estado que lo confía todo a la interrelación reglada de sus súbditos.

C) Política de seguridad
No es la “disciplina”, sino la “seguridad”, el objeto de la biopolítica. Más que prohibir, negar, perseguir y encerrar, procura más bien incitar, sugerir, impulsar, movilizar. La disciplina bloquea o aniquila al sujeto peligroso, mientras que la seguridad suprime, mediante una intervención en la subjetividad misma y un diseño flexible de los escenarios de la actuación, la ocasión del peligro. La primera muestra una cartografía explícita de lo permitido y de lo prohibido, de las recompensas y de los castigos, mientras que la segunda suprime los riesgos al lograr que el sujeto se mueva voluntariamente, sin coacción visible, en un ámbito perfectamente inocuo, regulado a consciencia. “Mientras que la disciplina configura un espacio y plantea como problema esencial la distribución jerárquica y funcional de los elementos, la seguridad constituirá un entorno en función de los acontecimientos o de la serie de eventos posibles, series que habrá de regular en un marco polivalente y transformable” (M. Foucault, citado por M. Lazzararo, en “Biopolítica/Bioeconomía”, Revista “Multitudes”, núm. 22, 2006, p. 4).

Tal y como lo he caracterizado, en “El enigma de la docilidad” y en otras obras, el demofascismo contemporáneo apunta a esta “política de seguridad”. De ahí su preferencia por las estrategias represivas de orden simbólico, psíquico, procedimental, y ya no inmediatamente “físicas”. De ahí también la dulcificación progresiva de todas las figuras de poder, de todas las posiciones de autoridad. Por último, de ahí el “carácter” que promueve a escala planetaria, que he nombrado “policía de sí mismo”.

D) Crítica del biopoder y auto-construcción del sujeto
La crítica del biopoder baliza el territorio de una trascendental “lucha ético-política”. Entronca así con el énfasis de los anarquistas individualistas en la auto-construcción del sujeto…

Para M. Foucault, aquella reversibilidad que caracteriza a las “relaciones de poder” (“estratégicas”), su índole no-cerrada, funda la posibilidad de una “lucha política” consciente por su atenuación, su inversión o su desaparición: en todos los ámbitos en los que el poder se ejerce, cabe plantear una resistencia, una impugnación, negación de lo dado en sí misma afirmadora de una alteridad. El maestro debe esforzarse por no aplastar al discípulo, y al discípulo le atañe precaverse contra el maestro; en la pareja, la mujer puede enfrentar la voluntad de dominio del hombre y está en la mano del hombre mantener esa pretensión a raya; hay progenitores que saben explorar relaciones menos directivas con sus hijos, y pertenece a la iniciativa de los hijos confrontar los signos del autoritarismo en la familia; cabe establecer procedimientos para que las asambleas mitiguen su desenvolvimiento manipulador y falseador de la verdadera democracia, etc.

Aunque la Biopolítica apunta a un gobierno casi absoluto de nuestras vidas, al inmiscuirse en ámbitos que suponíamos privativos (natalidad, higiene, alimentación, ocio,…) y regirlos de hecho; aunque tiende a forjarse en la modernidad una entidad antropológica sustancialmente dócil, sumisa, hasta el punto de suscitar el decrecimiento de los aparatos y de la acción del Estado; aunque, contra los estados de dominación, poco esté pudiendo en verdad la resistencia…, a pesar de todo ello, Foucault, en sus últimos textos y en sus últimas clases, sostiene que el individuo aún puede aspirar a escapar del control, a sustraerse de la opresión. Y ello mediante una lucha ético-política como la que distinguía al «anarquista individualista» de Armand, siempre enfrentado al orden coactivo de la sociedad; como la que resultaría inherente a la condición humana, según el optimismo de Bakunin; como la que sugieren los mil ejemplos históricos de la heterotopía de Kropotkin… La «fe» postrera de Foucault en la capacidad creativa y auto-creativa del ser humano, en la posibilidad de la construcción de una nueva subjetividad y, por su medio, de una nueva sociabilidad, puede concebirse, en rigor, como una «actualización» de la ética libertaria, y bulle en ella el supuesto básico de la ontología ácrata: la capacidad auto-generativa del hombre y de la sociedad.

«No se trata únicamente de defenderse y de resistir, sino de crear nuevas formas de vida, crear otra cultura (…). Afirmarnos no solo en tanto identidad, sino en tanto fuerza creadora. Las relaciones que hemos de mantener con nosotros mismos (…) deben ser más bien relaciones de diferenciación, de innovación, de creación» (M. Foucault, citado por M. Lazzarato, 2000, p. 6).

Con Agamben, la Biopolítica casi se resuelve en ingeniería socio-genética, en constitución de un «espécimen», poco menos que una «raza». En Lazzarato, el rechazo del biopoder lanza cabos a las formas, más o menos convencionales, de asociacionismo combativo. Foucault incide particularmente sobre el ámbito de la subjetividad, del pensamiento y la moralidad. Pero, en todos los casos, la crítica contemporánea de la Biopolítica desemboca en una llamada a la acción; en un requerimiento, refinadamente ético, de resistencia individual y de compromiso contra la opresión —requerimiento en el que reverbera, insolente, la vieja concepción anarquista del Sujeto como auto-forjador, escultor de sí, y como potencia transformadora de la sociedad.

En aquellos países, como Argentina, donde la lucha política se sigue leyendo en gran medida bajo los términos anacrónicos de la ya desvencijada «racionalidad política clásica» (Causa, Sujeto, Revolución; Partido, Sindicato, Urna; Huelgas Legales y Manifestaciones Autorizadas; Crítica de la Ideología, Denuncia de la Alienación y Conscienciación de las Masas; etcétera), esta perspectiva libertaria suena intempestiva, casi extramundana: ¿Quién quiere, en realidad, transformar su vida, des-hacerse y re-hacerse? ¿Quién quiere renunciar a la posibilidad del acomodo, de la instalación, de la vida muelle? ¿Quien va a dar la espalda, de verdad, en los hechos y no solo en las palabras, a los servicios envenenadores que regala el Estado, a los «bienestares» brindados por las instituciones y a las seducciones del consumo?

Pedro García Olivo
Buenos Aires, 26 de agosto de 2018

https://pedrogarciaolivo.wordpress.com/itinerario-del-extravio-sala-virtual-de-lecturas-incomodantes/

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¿CAMINOS CORTADOS, DIRECCIÓN OBLIGATORIA?

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on agosto 14, 2018 by Pedro García Olivo

Cuando una legalización deviene necesidad no transgresora

1)
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, se fueron cortando los caminos. Era hermoso, por diverso, el panorama del mundo hasta esas fechas. En su belleza había, por supuesto, una enorme mancha de horror, determinada por el Capitalismo. Pero en América Latina, en África, en Asia, en Oceanía, en rincones de Europa, distintas formaciones sociales conservaban aún la posibilidad de avanzar históricamente por vías propias, por sendas desconocidas o, al menos, diferentes.

Contra esa posibilidad se maquinó, ya en el siglo XX, la añagaza del “desarrollo”… Lo señaló I. Illich y lo recuerda hoy G. Esteva: no había países “subdesarrollados”, sino regiones que seguían otras lógicas y otros procesos de desenvolvimiento en lo temporal. Las potencias del Norte, y particularmente EEUU, no escatimaron medios para convencerlos, no obstante, de que su “discrepancia” era “insuficiencia”, su “diversidad” era “defecto”, y de que todo su “problema” radicaba en que, por la Dirección Única de la Historia, corrían por detrás y más despacio que los llamados “Estados desarrollados”, ese terrible y temible Primer Mundo. Sería casi un deber de consciencia, una obligación ética, para los países ricos del planeta, “ayudar” a los más pobres a “desarrollarse” y, de ese modo, lograr que se asemejaran paulatinamente, en su iniquidad, a los Estados dominantes…

Y en el siglo XX se terminaron de cortar los caminos… El “sistema de aldeas” del África Negra (esas llamadas “anarquías organizadas” o “pueblos sin gobernantes”), del que no tuvieron más remedio que dar cuenta antropólogos de muy distinto signo ideológico, desde M. Fortes y E.E. Evans Pritchard hasta H. Barclay, J. Middleton y D. Tait, fue abatido sin más por el imperialismo europeo: la magia de la igualdad y de la libertad que se respiraba entre los Igbo, Birom, Angas, Idoma, Ekoy, Ndembe, Tiv, Shona, Lodogea, Lowihi, Bobo, Dogón, Konkomba, Birifor, Bate, Kissi, Dan, Logoli, Gagu, Kru, Mano, Bassa, Grebo, Kwanko, Tallensi, Mamprusi, Kusaasi, Nuer, etc., casi 200 millones de personas, en evaluación de S. Mbah y E. Igariwey, sucumbió ante la lógica de unos Estados capitalistas en expansión que ansiaban fuentes de energía, materias primas, ocasiones para el “intercambio desigual” (manufacturas a cambio de recursos estratégicos), campos para la inversión de capitales, mercados para sus productos y masas laborales que explotar. “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, de V. Lenin, es un texto temprano que pone el dedo en la llaga, aún con su sometimiento a la teleología productivista.

Diseminadas por América Central y del Sur, las “comunidades en usos y costumbres”, que tuve ocasión de visitar en los primeros años de este siglo, tan semejantes en sus caracteres estructurales a los poblados afriacanos pre-capitalistas, arrostraban también una belleza indígena con el aroma de ese “Reino de la Libertad” soñado por los idealistas europeos -muchos de los cuales terminaron involucrándose, de algún modo, en la aniquilación de todo aquello que no se dejaba traducir a su propio vocabulario sectario. Dediqué casi tres lustros a corroborar cómo, a lo largo y ancho de América Latina, se repiten cautivadores rasgos de fondo entre los pueblos originarios que mejor han resistido a la apisonadora liberal-capitalista-occidental: comunalismo, “democracia indígena”, derecho oral consuetudinario, ausencia de fractura social, amplitud y diversidad en las manifestaciones de la ayuda mutua, localismo trascendente, educaciones comunitarias no-escolares, aspiración a la “vida buena”… Sobran los estudios, al respecto. Baste con recordar los trabajos de C. Cordero para Oaxaca, de G. Lapierre para Chiapas, de R. Jaulin para Venezuela y de P. Cingolani para Bolivia.

También en los medios rural-marginales de los propios países del Norte subsistieron, como oasis o islotes, reductos de igualdad y de libertad que se reservaban el derecho a inventar su propia forma de caminar en el tiempo. Analizados recientemente (por S. Santos e I. Madina para la montaña vasca, valga el ejemplo), están siendo eliminados por el avance de la agricultura capitalista, el agro-eco-turismo y los “proyectos para el desarrollo” concebidos desde las distintas agencias de la Unión Europea…

En todos los continentes, al mismo tiempo, la persistencia del nomadismo, de los grupos étnicos sin arraigo territorial, mantenía como un espolvoreo de estrellas danzarinas de las que tantos occidentales acomodados se enamoraron (J. Baudelaire, R. M. Rilke y A. Pushkin, entre tantos otros, seducidos por la idiosincrasia gitana, cantaron a la vida errante). La historia trágica de estos nómadas ha encontrado asimismo emocionados “cronistas”. Yo siento gran estima por B. Leblon y F. Grande.

2)
Y alcanzamos el siglo XXI con la sensación de que se ha impuesto definitivamente la “dirección única”. No era de extrañar que patronos y gobernantes volvieran la espalda a aquella diversidad de caminos atacada metódicamente por sus ejércitos, sus empresas y sus escuelas. Pero cabe lamentar que los sujetos de la protesta, los movimientos que se presumían “disidentes”, los colectivos antagonistas, las gentes entregadas al criticismo activo, etcétera, cerraran también los ojos ante lo que eran y lo que hacían esos millones de hombres y mujeres que “no se nos parecían”, que nos temían y que nos sufrían… Ya contamos con toda una tradición teórica y analítica que ha denunciado con firmeza la responsabilidad del marxismo en esa tenaz “invidencia de los privilegiados” (H. Lefebvre, J. Baudrillard, M. Maffesoli,…). Si ha sido una “venda” lo que tapó los ojos de los rebeldes y de los revolucionarios, su nombre es de sobra conocido: “materialismo histórico”.

No faltaron, por supuesto, investigadores, escritores e intelectuales en general que, presintiendo la verdad de esa “dirección obligatoria”, quisieron volver la vista a los pueblos originarios, buscando inspiración teorética, herramientas simbólicas, sugerencias de cara a la crítica y motivos para el diseño de alternativas entre sus deslumbrantes realizaciones materiales e inmateriales, en el conjunto inabarcable de su cosmovisión. Desde el “socialismo raizal” de O. Fals Borda hasta el “pluriversalismo transmoderno decolonial” de R. Grosfoguel, pasando por las diversas concreciones de la llamada Filosofía Latinoamericana, toda una hueste de pensadores y activistas pareciera empeñada en avanzar por la “dirección contraria” o, para expresarme con más rigor, en rescatar la posibilidad de un desbroce de otras sendas, de una apertura de nuevas vías, en la reinvención indefinida de los caminos… Yo he sostenido que ha sido, esa, una tentativa frustrada, dada la “incapacidad específica” del occidental y del occidentalizado (la expresión es de C. Lenkersdorf) para acercarse sin prejuicios ni imposiciones al Otro y “comprender” la diferencia civilizatoria.

Hablé, a propósito, de “impostura intelectual”, de la “indignidad de declamar por otro”, de aproximación parasitaria a las resistencias indígenas, de la pretensión de alterar y reconducir la praxis de los demás. Me distancié de los “mestizos disfrazados de indígenas” que, en nombre de la des-colonización, colonizaban de hecho a las gentes de las reservas y de los resguardos. Me pareció que la tradición decolonial era, asimismo, absoluta y profundamente “occidental” en sus categorías rectoras, en su definición epistémica, aunque fuera capaz de generar un sinfín de nuevos términos para ocultar dicha afinidad. Distanciándome de esa perspectiva, y de la teoría clásica del conocimiento en la que sigue amparándose, propuse una “lectura productiva” de la alteridad cultural, un acercamiento “poético” a la diferencia, a la otredad no doblegada, sin más propósito que la auto-crítica, que la denegación permanente de las sociedades democráticas occidentales.

3)
Y, desde estas percepciones, me pareció entristecedor que una lucha tan respaldada y tan aplaudida como la que llenó las calles de Buenos Aires el pasado 8 de agosto, exigiendo la sanción administrativa de un “derecho al aborto” (posibilitación de una intervención médica segura, gratuita, controlada por el Estado y efectuada en los escenarios sanitarios del Estado), algo más que la mera “legalización” de la interrupción voluntaria del embarazo, no dejara de progresar, a pesar de la contundencia de sus denuncias, por la mencionada “dirección única”, un sentido del avance marcado por las potencias hegemónicas.

Porque el proyecto de ley lamentablemente rechazado por el Senado es, no hay razón para ocultarlo, de neta factura europea; y aparece como un signo más de la occidentalización progresiva de todas las formas de lucha, de todos los modos de la protesta, de todo el horizonte de la vindicación. Una demanda tan clamorosa hoy en Argentina, con cuyo principio me solidarizo, “muere” en las ya conocidas playas del Estado Social de Derecho, esa perversidad concebida por el capitalismo occidental… Que una lucha tan popular, tan “sentida” por la gente, particularmente por las mujeres y la juventud; que una causa así de invencible, “condenada” a la victoria, pues es seguro que alcanzará, antes o después, su meta; que una exigencia tan irreprochable en su origen termine hablando, mayoritariamente, el lenguaje del ciudadanismo, del bienestarismo, del estatalismo (es decir, del demofascismo occidental), se me antoja aturdidor…

Y corro entonces a refugiarme en la contemplación de las vías que no se han seguido, de los caminos que se han cortado, de las posibilidades desechadas -la de inventar una nueva ruta, en primer lugar. Y veo que saben a “autonomía”, a “satisfacción comunitaria de las necesidades reales”, a “autogestión”, a un orgulloso “prescindir del Estado”, a “derechos” que las gentes se toman por su mano, sin necesidad de validación administrativa alguna. Percibo que saben a mayor libertad… Y recuerdo lo que he leído últimamente a propósito de los wichis antiguos, indígenas del Chaco, de Salta y de Formosa, en los libros de Patricio Doyle, quien tanto tiempo viviera entre ellos: que las mujeres tenían solo los hijos que querían tener; que, siendo frondosa y rica la vida sexual de este pueblo, la natalidad no era un fenómeno meramente descontrolado; que eran múltiples y eficaces los procedimientos que seguían para evitar concepciones no deseadas y para interrumpir voluntariamente el embarazo; que eran las propias mujeres las que conocían y compartían esos saberes, anticonceptivos o abortivos; que, para regular el tamaño de la comunidad o de la familia, nada tenían que «reclamar» a un poder exterior, a una administración o a un gobierno; que, gracias al vigor de la vida comunitaria, mujeres y hombres retenían sus cuerpos a salvo de los tentáculos del Estado -es decir, conservaban cuerpos no medicalizados, no estatalizados, no bio-políticamente gestionados… Entristecedor que hayan sido muy pocos los feminismos interesados por estas formas no-occidentales de vivir la sexualidad y contemplar la reproducción.

Porque, como cabría decir sacando quizás a G. Esteva de sus casillas, Argentina no es un país «subdesarrollado» en cuestiones de género y de derechos de las mujeres: es un país que está siguiendo la «dirección única» marcada por las potencias centrales y coloniales, un país que ha perdido también, al afrontar esta cuestión, la oportunidad de mirar a otra parte y seguir otros caminos… El feminismo hegemónico no ha querido hacer una «lectura productiva» de las maneras no-occidentales de vivir la sexualidad y valorar los nacimientos. Antes al contrario, una sección de él, soberbia, arrogante e imperialista, proyectó sin más sus clichés sobre la cosmovisión de los otros y quiso reconocer en todas partes aquello que caracterizaba más bien a las gentes de su entorno: los estigmas del patriarcado… I. Illich, como un pionero, oteó algo de este proceso cuando estaba elaborando su libro «La lengua vernácula». La mera sospecha de que, más allá y por fuera del área occidental, hubieran podido darse “relaciones de complementariedad entre los sexos”, argumentada por este autor en el marco de una crítica de la episteme establecida, fue motivo sobrado para que, desde el feminismo alterófobo yanqui, se le tachara de «machista». El libro quedó empantanado, su difusión se vió obstruida y a veces considero que todavía no se ha calibrado adecuadamente su aporte desmitificador.

Hoy, cuando tantos investigadores redescubren por aquí y por allá, siempre en ámbitos no occidentales o apenas occidentalizados, signos de «matrística» histórica, de matriarcados tradicionales, de efectivas «relaciones de complementariedad entre los géneros», y se dibuja, desde la Civilización de la Vieja Europa exhumada por M. Gimbutas hasta el actual experimento socio-político de Rojava, pasando por las culturas antiguas de la India, por el microcosmos de los grupos nómadas y de determinados pueblos originarios, etcétera, un cuadro abigarrado de sociedades capaces de auto-gestionar sus procesos de natalidad, de resolver comunitariamente los problemas de las familias y de las sexualidades, sin recurrir a un Gobierno o a una Administración y por fuera de la tela de araña del Patriarcado; hoy, decía, parece desgarrador que una causa merecedora de tanta solidaridad y de tanta simpatía avance, en su definición mayoritaria y por ofuscarse en mendigarle un “derecho” al Estado (todos los “derechos” recortan “libertades”, como ya es sabido), por la «dirección obligatoria» de la protesta domesticada, línea de reivindicación que cierra también los ojos a las realizaciones y los logros de los otros.

Pero no todas las sensibilidades feministas han sido capturadas por el Dulce Leviatán demofascista; y nos consta, por fortuna, que hay gentes fomentando y fortaleciendo redes de mujeres, tramas autónomas, independientes de las instituciones del Estado, autogestionadas, que sortean de modo comunitario los cepos dispuestos por la sociedad patriarcal-capitalista. Desde la sororidad y la ayuda mutua, estos complejos relacionales, estas formas de auto-organización, en las que la comunidad sueña rehacerse, pueden resistir el proyecto bio-político de una medicalización-estatalización integral del cuerpo de la mujer… Porque, así como «para ser libres no es necesario pedir permiso», para interrumpir voluntariamente el embarazo, prerrogativa de la mujer que no requiere la bendición de los juristas, tampoco es precisa siempre, en el orden ideal y en la medida en que tales redes se extiendan y operen eficazmente, la comparecencia interesada y amordazante del Estado.

Por el horror indiscutible del aborto penalizado clandestino, por la forma en que esta peligrosa práctica veja de hecho a las mujeres y por la lógica de discriminación social que instaura entre ellas, el «aborto legal, seguro y gratuito» aparece como una necesidad. Pero, en la medida en que esta necesidad se resuelve tal mero «reclamo» al Estado, cae de lleno en el campo de lo que Illich denunció como «necesidades postuladas». Le ocurre entonces lo mismo que a la «necesidad» de escuelas, de hospitales, de policías y de cárceles, de envenenadora industria de la alimentación, de alienantes viviendas estandarizadas, de empleos embrutecedores o de «transporte público» para los paralíticos de incógnito en que nos estamos convirtiendo: respondiendo a una muy concreta «génesis ideológica» (J. Baudrillard), sirve desde el principio a la reproducción de las nefastas «burocracias del bienestar social», a la perpetuación de la coerción estatal y, en definitiva, del sistema capitalista en su conjunto. La legalización del aborto, causa por la que marché el pasado miércoles por las calles de Buenos Aires, deviene entonces «necesidad» no transgresora.

Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 14 de agosto de 2018

 

CRISTO, MARX Y VIRIDIANA

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La hegemonía del socialcinismo

1. A la búsqueda del sustituto funcional del Proletariado

Elaborado histórico-cultural de Occidente, el Relato clásico de la Emancipación descansa, perceptiblemente, sobre un trípode metafísico, sobre tres abstracciones fundamentales: Sujeto, Causa y Emancipación.
Imaginó el Sujeto como unidad, como forma definida de Conciencia, sustancialmente igual a sí misma a lo largo del tiempo y del espacio, erigida en agente de la Historia, sustancia y razón de la misma. En las inmediaciones del Sujeto, rozándolo, instituyó una Causa, un principio mesiánico, un «telos», un Sentido absoluto, totalizador; y, por último, completó el trípode mágico con el pie dorado de la Emancipación, verdad última de la Causa y destino profético del Sujeto (1).
Bajo el «estado de excepción» civilizatorio de la contemporaneidad («la norma es el estado de excepción en que vivimos», sugirió W. Benjamin) («Tesis de Filosofía de la Historia», en Discursos Interrumpidos I, Taurus, Madrid, 1975, p. 182), esa secuencia estrictamente onto-teo-teleológica, trascendentalista, hace ya tiempo que dejó de embaucarnos. Como respuesta «simétrica» al logos de la dominación, nos encerraba una y otra vez en la jaula de lo dado; nos ataba en corto a aquello que, desde la idealidad de su discurso, negaba sin ambages…
Cuando el Relato de la Emancipación ya no pudo seguir engañándonos en relación con el Proletariado, pues el trabajador real que asaltaba todos los días nuestros sentidos se situaba en las antípodas de lo que cabía esperar de él, según la construcción típica reelaborada por el marxismo (y declararlo, sin más, «alienado», «reo de la Ideología», «víctima de la Falsa Conciencia»,… obligaba a un retorcimiento grotesco-pastoral del discurso: admitir Sujetos «segundos» que, no se sabe por qué, ven claro, piensan lúcido, enuncian la verdad y desatan una crítica redentora) (2); cuando, tras la quiebra de uno de sus pies, se desplomó el trípode y se abrió en la narración un hueco por el que el mito podría desangrarse, sus sustentadores tuvieron que buscar un reemplazo, un sustituto para el papel del Sujeto.
Desde la segunda mitad del siglo XX, un sector de la filosofía política se ha prodigado en tales exploraciones… Candil en mano (a eso se rebajaron Las Luces), y al modo de Diógenes el Perro, buscaba un Sujeto. No lo encontró, ciertamente, pero lo soñó…
Lo soñó en los estudiantes, hasta que, tras Mayo del 68, despertó sin Nanterre (3); lo soñó sofocado en el subconsciente, aplastado, reprimido, pero un día logramos abrir ese oscuro cajón de sastre y nos aburrió la trivialidad de sus mil objetos patéticos, en absoluto «subversivos» (4); lo soñó en los marginados, cuando no en los marginales, ignorando que sus anhelos apuntaban mayoritariamente hacia la integración (5); lo soñó en la femineidad, hasta que las mujeres, sintiéndose utilizadas, denunciaron tal onirismo como mera fantasía masculina (6); lo soñó en los evadidos de la razón, en los caracteres irregulares, en los locos, y desvarió identificando una fantasmal «izquierda esquizofrénica» (7); lo soñó en los parados aguerridos, mas pronto comprobó que se pacificaban con el empleo (8); lo soñó en los pueblos del Sur, en el Tercer Mundo, en «los condenados de la Tierra» (9); lo soñó en la «nuda vida» de las poblaciones flotantes sin registro, de los inmigrantes, de los indocumentados (10); lo soñó en las «multitudes», noción analgésica (11); lo soñó fragmentado, repartido, diseminado por toda la superficie social, y se subrayó entonces la heterogeneidad de las resistencias, de los espacios de contestación, de los actores, etc. (12); lo soñó transfigurado, formalizado, de algún modo «descarnalizado», y sembró el espejismo de una «sociedad civil» cívica, garante de la libertad de los individuos, bastión anti-autoritario, «formadora» (13); lo está soñando todavía hoy en la desafección de los otros ante el rodillo compresor de la modernidad occidental, en las insurgencias indígenas, aunque no encuentre el menor eco en las voces de esos hombres que no se nos parecen, voces que nos dicen: «nosotros no somos un universal, nosotros no somos la esperanza de nadie» (14). Como jalones de esa búsqueda, o balizas de los trabajos previos exploratorios, debemos bellas páginas «ilusionantes» a Marcuse, Fromm, Guattari, Deleuze, Foucault, Fanon, Heller, Agamben, Negri, Kollontai, Dussel, Furtado, Gellner, Walzer, Habermas, Taylor, etc., etc., etc.
Donde cundió la certeza de que había un «hueco» que tapar en la teoría, pero no una sustancia apropiada para colmarlo en el mundo real, emergió una literatura adyacente, compensatoria, más amiga de la «forja » que de la «búsqueda»; y se empezó a hablar de la «construcción del sujeto social», de la «constitución del sujeto colectivo», de las luchas por el «reconocimiento como sujeto»… Consciencia de un agujero devorador en el Proyecto, que urgía a una empresa estrictamente demiúrgica, a una labor de «hacedores de hombres»: re-creación del individuo histórico, en pro de la Utopía y a cargo de emboscados sucedáneos de la divinidad; tarea de ingeniería psico-social, de diseño industrial de la personalidad, embriagada de pedagogismo, de elitismo por tanto, que ocultaba la ranciedad de sus presupuestos bajo nuevas prácticas y nuevos discursos, surgidos al rebufo del compromiso social. Trabajadores y educadores sociales, filántropos, asistentes, activistas en barrios, etc., esgrimen todavía hoy esas intenciones, con la firmeza estulta de los «devotos» en muchos casos. Más adelante enunciaré la «enfermedad profesional» de estos benefactores sociales como «síndrome de Viridiana»…
El reconocimiento implícito de que el Relato de la Emancipación naufragaba por el terrible boquete que la desaparición del Sujeto clásico había abierto en su línea de flotación, la conciencia del desplome del trípode, dio alas, desde luego, a una lucrativa reactivación de la industria cultural; y nos llovieron cientos de libros, de artículos, de conferencias, de actos académicos… Pero, en lo teórico, la empresa no pudo disimular su fracaso: los «sustitutos», que casi se codeaban en la dilatada lista exploratoria, terminaron revelándose, uno tras otro, como «tardo-sujetos», cuando no como «pseudo-sujetos» (15).
Si ya no hay Sujeto identificable, si raya en la infamia la pretensión demiúrgica de «elaborarlo» desde un cierto exterior, ¿debemos concluir que murió la lucha y que toda resistencia es falaz, que toda praxis crítica habita en lo ilusorio? En absoluto, solo que el camino ya no es recto, acaso nunca lo fue, y no se precisan «luces» para alumbrarlo (16). Lo sabían los quínicos de la Antigüedad, lo expresó Nietzsche, lo vivieron los libertarios de la primera hora y palpita todavía en la reciente crítica del «bio-poder»: contra la Vida Predestinada, contra las explotaciones y coerciones que la constituyen, cabe siempre un combate. El combate contra la Predestinación puede decirse también de otra forma: «autoconstrucción ético-estética del sujeto para la lucha»…

2. En torno al activismo social-cínico

En el film Viridiana, Buñuel refleja con acritud una disposición carroñera, deprecadora/depredadora: la del benefactor que acoge a pobres y «necesitados» para ganarse el Cielo de los cristianos, por la vía de la caridad; virtuoso que sería verdaderamente «desdichado» si no los encontrara por las calles, en los parques, donde los basureros, si no pudiera acudir a socorrerlos, es decir a «reclutarlos». Viridiana será agredida por sus propios protegidos: «justicia poética», cabría sostener… Blake: «La caridad no existiría si antes no hubiéramos llevado a alguien a la pobreza» (17).
El «síndrome de Viridiana» ha estragado buena parte de las prácticas políticas de la izquierda convencional. Burgueses y pequeño-burgueses bienintencionados corrieron a «ayudar» a la clase trabajadora; quisieron «emanciparla», «liberarla», «redimirla». No provenían del mundo del trabajo físico, pero se pusieron al frente, tal una «vanguardia», iluminando y encauzando. Incurriendo en lo que Deleuze llamó «la indignidad de hablar por otro» (M. Foucault, «Los intelectuales y el poder», en Microfísica del Poder, La Piqueta, Madrid, 1979, p. 80), prejuzgaron que algo iba definitivamente mal en la conciencia de los trabajadores, pues no seguían diligentemente sus consignas; y que se requería un trabajo educativo para des-alienarlos, para centrarlos en el modelo esclarecido del Obrero Consciente, del Sujeto Emancipador, cuando no del Hombre Nuevo. El Cielo que estos privilegiados pretendían ganarse, con su entrega generosa a la causa proletaria, ya no era, por supuesto, el cielo común de los cristianos: era el Cielo selecto de los revolucionarios (18). Hoy, en el ámbito de la crítica al neo-liberalismo, al Tratado de Libre Comercio con EEUU, al Plan Colombia, etc., un sinnúmero de organizaciones e individuos «relevantes» se han acercado al movimiento indígena con propósitos, a menudo y en lo secreto, innobles, si no expoliadores. Tras haber recalado en diversos sustitutos lógico-teóricos de la Clase Obrera, Viridiana reaparece… (19).
Más allá de la casuística de los compromisos dudosos o inestables, reencontramos siempre la misma secuencia: 1) Conmiseración social (socio-étnica, en muchos casos) ante las vicisitudes de un otro; 2) Declaración de «simpatía», hiperbolizada en ocasiones como «empatía»; 3) Disposición «auxiliadora» inmediata; 4) Exacción psicológico-moral («ganarse» un Cielo), acompañada de un rédito económico y/o político y/o cultural… Siempre el mismo concepto, que he nombrado «síndrome de Viridiana». Sé de él por haberlo padecido; y me temo, como apunté en Desesperar, que nunca superaré esa afección por completo….
Toda esta lógica viciada de la cooperación se resuelve finalmente, y como quinto aspecto, nota cardinal, en una voluntad de «intervención», de «constitución», sobre la movilización ajena. Se habla de «colaboración», «diálogo», «intercambio», etcétera, para ocultar la inevitable pretensión, definitoriamente occidental, de corregir, reformular, reconducir la praxis del otro. Una cultura esencialmente «expansionista», que predica valores «universales», no sabría hacer otra cosa ante la índole «localista», «particularista», de la mayor parte de las reivindicaciones coetáneas (20).
En nuestra área, el «síndrome de Viridiana» ha inficionado por completo el ámbito del llamado «trabajo social», institucional o alternativo, «administrado» o activista, que tradicionalmente eligió su objeto entre las capas subalternas de la población (minorías étnicas, marginados, colectivos particularmente vulnerables, pobres, víctimas de las violencias o de las discriminaciones, etcétera) (21). Asistentes, educadores sociales, profesionales de la integración, activistas en barrios, burócratas del bienestar social, ONGentes, psicólogos, abogados o asesores al servicio de los movimientos sociales, sindicalistas, tardo-agitadores, etc., cayeron sobre los desposeídos y los desahuciados, sobre los vejados y los oprimidos, con toda la desfachatez del ave de carroña, lo mismo que el personaje de Buñuel sobre los indigentes y menesterosos, siempre dispuestos a «hacer el bien» en provecho (material y/o simbólico) propio, reparando y encauzando. La perversidad cínica del Estado del Bienestar se ha nutrido hasta el hartazgo de esa disposición infra-sacrificial y necroparasitaria, procurando atraer y «encuadrar», por un doble movimiento complementario, no menos al sujeto que al objeto de la práctica social, a los «auxiliadores» pero también a los «auxiliados», gestionando tanto el excedente de «generosidad» de los primeros como el monto de las «necesidades» de los segundos.

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NOTAS

(1) Subyace a ese planteamiento aquella concepción logocéntrica de la historia contra la que se revolviera una y otra vez F. Nietzsche. En palabras de M. Foucault: «En realidad, lo que Nietzsche nunca cesó de criticar es esta forma de historia que introduce (y supone siempre) el punto de vista suprahistórico: una historia que tendría por función recoger, en una totalidad bien cerrada sobre sí misma, la diversidad al fin reducida del tiempo; una historia que nos permitiría reconocernos en todas partes y dar a todos los desplazamientos pasados la forma de la reconciliación; una historia que lanzara sobre todo lo que está detrás de ella una mirada de fin del mundo. Esta historia de los historiadores se procura un punto de apoyo fuera del tiempo; pretende juzgarlo todo según una objetividad de apocalipsis, porque ha supuesto una verdad eterna, un alma que no muere, una conciencia siempre idéntica a sí misma. Si el sentido histórico se deja ganar por el punto de vista suprahistórico, entonces la metafísica puede retomarlo por su cuenta.» («Nietzsche, la genealogía, la historia», en Microfísica del Poder, Madrid, La Piqueta, 1980, p. 18-9).
(2) Así lo denunció, con toda elocuencia, J. Baudrillard (en El espejo de la producción o la ilusión crítica del materialismo histórico, Gedisa, Barcelona, 1980, p. 178 y siguientes).
(3) Asunto recreado por J. L. Godard, en su film La Chinoise (1967). Para profundizar el análisis sociológico-filosófico de «la juventud» en nuestras sociedades, continúa resultando imprescindible el estudio clásico de Estanislao Zuleta («La juventud ante la crisis actual», en Elogio de la dificultad y otros ensayos, Hombre Nuevo Editores-Fundación Estanislao Zuleta, Medellín, 2007, p. 93-115).
(4) Véase, a este respecto, «La Utopía ha perdido su inocencia» (entrevista de Fabrice Zimmer a P. Sloterdijk, publicada en Magazine Littéraire, en mayo de 2000). Cabe acceder a ella por internet: http://www.alcoberro.info/V1/sloterdijk.htm#slo1.
(5) Para este asunto, resulta esclarecedora la entrevista que realizó Glenda Vieites a Zygmunt Bauman, en la que se des-idealiza el papel social de los marginados en conflicto. Cabe acceder libremente a «Entrevista a Z. Bauman» (2012) por Internet.
(6) Determinadas corrientes feministas de nuestro tiempo vienen dando la espalda, en este punto, al idilio que el movimiento por los derechos de las mujeres y las organizaciones comunistas mantuvieron al menos desde los días de A. M. Kollontái.                          (7) En esta línea, cabe destacar la obra-hito de Gilles Deleuze y Felix Guattari, Anti- Edipo. Capitalismo y esquizofrenia (Paidós, Barcelona, 1972).
(8) «No disfrutamos trabajando, no disfrutamos en el paro», cantó Evaristo, al frente de La Polla Records, sumándose en cierta medida a una tan optimista perspectiva (álbum Salve, 1984).
(9) Recordemos Los condenados de la tierra, obra clásica de F. Fanon, referencia fontal en esa exploración (FCE, México, 1971).
(10) Términos de G. Agamben, en Homo sacer: el poder soberano y la nuda vida (Pre-Textos, Valencia, 1999).
(11) Cabe ubicar a Toni Negri y Michael Hardt, autores de Imperio (Paidós, Barcelona, 2002), vinculados a la revista Multitudes, en una determinada línea de búsqueda («posmarxista») del sustituto funcional del proletariado.
(12) Desplazamiento de la perspectiva muy influenciado por los movimientos sociales de los años setenta, que se concretará en los análisis «sectoriales» de Michel Foucault y otros investigadores de la denominada Teoría Francesa (Deleuze, Querrien, Donzelot,…), interesados por los juegos del poder y de la resistencia en ámbitos específicos, tal la Escuela, la Familia, la Cárcel, el Manicomio, la Sexualidad, etc.
(13) Para una revisión de la ya achacosa mística de la Sociedad Civil, remito a «El largo siglo de la violencia», artículo de J. Keane (en Debats, Edicions Alfons el Magnànim-IVEI, núm. 61, Valencia, 1997, p. 38-49).
(14) Desde las postrimerías del siglo XX, y como última generación de rastreadores del Agente Transformador, muchas individualidades y no pocas organizaciones reconocieron en el indígena sublevado al Actor que se echaba en falta, al sustituto funcional del Proletariado. La gesta de los indios de Chiapas, bajo la bandera zapatista; la resistencia de los indígenas de Oaxaca, decantados hacia el magonismo; la insubordinación mapuche, etc., excitaron las simpatías de las minorías descontentas, a un lado y a otro del Atlántico, y se celebró con entusiasmo la emergencia de un nuevo y poderosos sujeto socio-político. Como el portador de este nuevo relato no era indígena, como el objeto de la seducción radicaba en las luchas de los otros, blancos y mestizos, formados en «nuestras» universidades, inventaron nuevos conceptos, nuevas categorías, para tender un puente entre las culturas, para soldar las «causas» de los indios y de los afrodescendientes con la Causa residual de los intelectuales descontentadizos de Occidente; y se habló entonces de «activismo transfronterizo», de «redes de solidaridad local-global», de «subpolítica transnacional» (Boaventura de Sousa Santos, «Nuestra América. Reinventando un paradigma subalterno de reconocimiento y redistribución», en la revista Chiapas, México, núm. 12, 2001, p. 37); de apertura colaboradora a todas las formas de resistencia nacionales e internacionales levantadas contra el neoliberalismo y la globalización capitalista, de alianza entre los diversos sujetos sociales de la protesta (indígenas, obreros, estudiantes, mujeres oprimidas, minorías sexuales,…), en la línea de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y de las proclamas de la Otra Campaña zapatista, debidas fundamentalmente al Subcomandante Marcos; de los «pluri-sujetos» orgullosamente enfrentados a la apisonadora cultural occidental, enlazados por un mismo afán decolonial y la bonita propuesta de buscar, no ya la respuesta a nuestras preguntas en las «luchas de los otros», sino un sustento para las «luchas de todos» en las preguntas de los otros (R. Grosfoguel, por ejemplo, como un punto de desenlace del llamado Pensamiento Latinoamericano, en «Descolonizando los universalismos occidentales: el pluri-versalismo transmoderno decolonial desde Aimé Césaire hasta los zapatistas», en El giro decolonial, Siglo del Hombre Editores, Bogotá, 2007, p. 63-78), etcétera.
(15) Hablo de «tardo-sujeto» para señalar una cosificación, un supuesto Agente (permanente) de la Historia, mitificado como tal, cristalizado en su idealidad transformadora, determinado onto-teo-teleológicamente, de conformidad con las categorías rectoras de la racionalidad política clásica. Y aplico el término «pseudo-sujeto» para referirme a un Agente ilusorio, postulado institucionalmente, simulación del Actor elaborada por el orden del poder-saber, en correspondencia con la gestión política de la desobediencia y con la lógica del «ilegalismo útil» descritas por Foucault.
(16) Véase, en esta línea, «El caos en el pensamiento mítico», artículo de E. Lizcano recogido en el libro Urdimbre (Suport Mutu, Castellón, 2003, p. 9-27).
(17) En su film Viridiana (1961), L. Buñuel dramatiza admirablemente una perspectiva que W. Blake desliza una y otra vez en Las bodas del Cielo y del Infierno: el modo en que las supuestas bondades de la ética cristiana (compasión, caridad, amor al prójimo,…) arraigan necesariamente en una subjetividad turbia, morbosa, secretamente necrófila, cuando no coprófaga. Al cabo de unos siglos, Nietzsche extraerá todas las consecuencias filosóficas de esta singular perversidad del bien anotada por el grabador y poeta visionario.
(18) En América del Sur, la guerrilla clásica, que importó el pensamiento «liberador» de Occidente, se trajo también, en el kit, el síndrome funesto. Hombres de los estratos sociales superiores, formados en las Universidades (ferozmente «clasistas» en el área), se pusieron muchas veces al frente de la insurgencia… «Henry», uno de los fundadores de «La Cometa», organización político-militar en sus inicios, que hizo parte del Ejército Popular de Liberación, me reveló la consigna nunca dicha, pero «sentida», asumida por la dirigencia de ese movimiento guerrillero, una consigna rigurosamente cínica: «Vencer o París». Me habló de esos «señores», que se sirvieron de la causa popular, causa «ajena», para viajar por toda Europa, con el pretexto de «difundir» el proyecto revolucionario, comiendo en los restaurantes más caros, hospedándose en los mejores hoteles de París, departiendo con todo tipo de representantes de los poderes establecidos. Burgueses que se vincularon entonces a distintas organizaciones, a menudo del ámbito de los derechos humanos; y que hoy siguen «trabajando» para ellas, vale decir: «viviendo», como ellas, del conflicto, de las masacres, de los cadáveres… «A mayor crueldad, cuantas más muertes —me dice «Henry» —, más plata para esas organizaciones». Me cuenta que se ha suscitado, incluso, un interés, apenas ocultable, en inflar las cifras… El Cielo que estos «movilizadores del pueblo» consiguieron ganarse ni siquiera es ya el de los revolucionarios: es el Cielo de la aprobación «izquierdista», de la reputación en los ambientes internacionales del «progresismo» institucional —un crédito político que renta económicamente.
(19) En lo documental (programas, manifiestos), sostienen discursos «antagonistas», enraizados en las modas contestatarias regionales de los último años, convergentes con posicionamientos teóricos de intelectuales muy respetados en estos ambientes disconformes, como Boaventura de Sousa Santos, John Holloway, Atilio Boron, Pablo González Casanova,… Y hablan, entonces, de «confluencia» en las luchas, de «coordinación» entre los diferentes movimientos sociales, de «construcción del sujeto político colectivo», de «cooperación» en el respeto de la autonomía de las organizaciones,… Pero, en lo operativo, despliegan estrategias tendentes a la «rentabilización» (económica, política, cultural) de la movilización indígena. Habiéndose ganado el Cielo de la respetabilidad ideológica anti-capitalista, los laureles de la «lucha social» y del «activismo político», usufructúan, de muy diversos modos, tanto el genocidio de paso lento que se cierne sobre las comunidades indígenas como los esfuerzos de auto-organización y denuncia pública en que se concreta su resistencia.
(20) Los sudamericanos que se aproximan, valga el ejemplo, a la «causa» indígena, a la que proclaman «consagrarse» en ocasiones, blancos y, sobre todo, mestizos, en tanto especificaciones de esa Subjetividad Única que el demofascismo contemporáneo globaliza, como señalé en El enigma de la docilidad, no son capaces de desterrar la proclividad «colonizadora» de la Ratio moderna, la inclinación al avasallamiento de la forma burguesa de racionalidad. A fin de cuentas, su cultura es la occidental; y, como ya señalara Fanon hace más de cincuenta años, siguen apareciendo, en el contexto intelectual de sus países, como «capas ilustradas» occidentalizadoras.
(21) Así ha caído la tropa psico-socio-terapeuta, en la contemporaneidad, sobre la propia institución familiar, sobre las relaciones filio-parentales, como atestiguara hace años J. Donzelot en La policía de las familias (Pre-Textos, Valencia, 1979).

[Cumplo hoy 57 años y me acerco ya al ecuador de mi existencia, porque es seguro que todavía me quedan por lo menos otros 57 por vivir. Desde niño, abrigo la idea de suicidarme: de suicidarme a los 120 años… Como regalo a mí mismo, y a cualquiera que sienta interés por los asuntos que me han obsesionado durante casi medio siglo, «libero» mi última obra, editada en Chile por Mar y Tierra y en Argentina por Gramínea Ediciones.

Lentamente, muy despacioso, como una tortuga o un caracol, fabrico respuestas insatisfactorias para las preguntas que me lanzó la vida. Para mí es importante que las respuestas sean siempre deficientes y que las preguntas me las formule en primer lugar, no este o aquel libro, sino la vida misma. Esas respuestas, que nunca me convencerán del todo, aunque normalmente procuro creer en ellas, me sirven para escribir y para poco más; es decir, me valen para vivir.

Soy muy repetitivo. «En cada libro deposito la semilla del siguiente»: si lo digo de esta forma, ya me siento menos plomizo. «Cada ensayo hunde sus raíces en el anterior»: otra manera de justificarme… Pero da igual, ya que no espero nada de mi labor, escrituras que, sin causa discernible ni finalidad clara, brotan porque brotan.

Por eso, y a modo de presentación de «Me enseñó a ser árbol. Composiciones intempestivas desde la antipedagogía y la desistematización», recupero aquí un pasaje de «Dulce Leviatán. Críticos, víctimas y antagonistas del Estado del Bienestar». El libro que se ha publicado en América Latina aparece como una re-escritura y un desarrollo considerable del texto que se editó en Barcelona. Muchos de sus fragmentos fueron apareciendo, desde hace cuatro años, en esta red. La red une, la red atrapa, la red enreda…]

ME ENSEÑÓ A SER ÁRBOL

portada1

2017

“EL CARÁCTER REACTIVO” Y OTRAS DIVAGACIONES

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1.

EL CARÁCTER REACTIVO
(Carta al Hijo)

Hay bellezas ásperas, amargas, casi dolorosas. Las más bellas de las bellezas no son gratas, y conservan el poder de herirnos. El “carácter reactivo” es de esa índole: dañado, daña; dañando, se hace daño a sí mismo. Pero es hermoso.

Planta sus tiendas en las comarcas de la Negación, y, acto seguido, las quema. Vive desnudo en el territorio del No, como una alimaña a la intemperie.

Si le empujan, no se mueve. Si le aplauden por moverse, se detiene. No hay quien pueda convencerlo de nada (“Las ideologías no me interesan: son pensamientos de otro. Queden donde están”, así habla su soberbia) y se siente mal si, en determinada circunstancia, persuade a alguien de esto o de aquello.

El “carácter reactivo” nada sabe y nada quiere del Proyecto. No admitiendo cadenas externas, desiste por completo de forjarlas por su propia mano y para su propia vida. Vive entonces el instante, vive del instante; y es sabido que nada mata como el instante…

Rebelde sin causa, estima que donde hay Causa no se da una verdadera rebeldía. Rebelde sin futuro, considera que ya solo queda futuro para la obediencia. Rebelde para nada, hace de la Nada su patria.

Entre el “carácter reactivo” y el “mundo del trabajo” las relaciones son escasas y hostiles; entre este carácter y el orden de la Razón la incompatibilidad es manifiesta: las personas reactivas en ocasiones andan del brazo de la locura y en ocasiones bailan del brazo de la locura.

La existencia del “carácter reactivo” es difícil y peligrosa. Así como no se asemeja a la existencia mayoritaria, a la existencia promedio, carece de las salvaguardas que proporciona la normalidad. Es una vida que, desde el principio, merodea el abismo.

El “carácter reactivo” es un espejo en el que se refleja, sin disfraz, el horror de lo real. En él, es la realidad misma la que sufre y se desespera.

Pero no brota en todas parte… Ha correspondido a las sociedades democráticas occidentales elaborar “individuos extremadamente individualizados” y luego lanzarlos al infierno de una cotidianidad marcada por la fractura social, la explotación de unos seres por otros, la opresión burocrática, la competencia egoísta y la voluntad particular de poder.

Los más sensibles de los occidentales contemporáneos, que devienen como un fruto de aquella fisura devoradora, de aquella escisión irreparable, “reaccionan” bella y consuntivamente. Mientras naufragan, son nuestro espejo.

Donde subsistía la Comunidad, donde se desconocía el trabajo alienado, donde no llegaban los Estados…, la “subjetividad reactiva” no emergía y lo que se daba a la observación era una euforia de los “caracteres afirmativos”.

Dedico estas palabras a Pikmin de Lucía, mi hijo.

https://www.youtube.com/playlist?list=PLqcjjmpBS6yz_eHCt8h1C4sBQqIMd-_8u

2.

LA ESCUELA ES LA CIFRA DEL IMPERIO
(“Quiso imponerle otra vida y la mató”)

Llevando siglo y medio bajo el rodillo compresor de la Escuela, nosotros, las subjetividades escolarizadas y escolarizantes, las personas estatalizadas y estatalizantes, los seres producidos y productivistas, consumidos y consumistas, marionetas patéticas de nosotros mismos, ¿conservamos todavía el poder de admirar aquello que nos cuestiona y nos deniega? ¿Alguna vez fuimos capaces de estimar a las otredades que nos impugnaban y que, en defensa de nuestros sucios intereses, arrasamos metódica y sistemáticamente?

Para el exterminio de la alteridad civilizatoria, se recurrió siempre a la Escuela. América Latina lo comprobó. Llegaron los occidentales, ciegos ante todo lo que no se les asemejara, y perpetraron un inmenso etnocidio, con guerreros, misioneros y educadores. Balas y escuelas…

Pero, ¿qué es un Profesor, aparte de un soldado mental asalariado, de un predicador con nómina? ¿Qué es, si no un educador mercenario?

Comparto un cuento de la etnia wichi (1), pueblo que resistió a los incas y a los españoles pero fue sofocada y aplastada por el Estado-Nación de la Argentina asimismo imperial.

“Un padre tenía dos hijos. Cierto día les regala un arbolito a cada uno. El mayor salta de contento y exclama: ¡Siempre quise tener un algarrobo! Feliz, le hace un cerco a su plantita para protegerlo de los burros, chivas y cuchis. La riega diariamente, con ojos entusiasmados… Llegado el momento de los primeros brotecitos, como no son de algarrobo, se los arranca; y, en su lugar, le pega con barro otros de algarrobo. Hace lo mismo en el tiempo de las flores y de lo frutos: arranca los que nacen espontáneamente de la planta y pega con barro flores y chauchas de algarrobo. Está constantemente sobre su arbolito y su atención no puede ser más intensa…, pero este se muere.

El hermano menor se pone igual de contento. También le hace el cerco, lo riega, le quita los bichos dañinos. Al tiempo de los primeros brotes, llama a su padre y le muestra con orgullo las formas y los distintos tonos verdes de los brotecitos. Lo mismo cuando las hojas… El perfume de los azahares lo fascina… “Padre, creo que es un naranjo”, dice con ilusión un día. Está también constantemente sobre su arbolito. Su atención no es menos intensa que la de su hermano mayor sobre el suyo, con la deferencia de que su planta vive.

El hermano menor respetó la vida de su planta. El mayor no tuvo respeto; quiso imponerle otra vida y la mató”.

Ese árbol muerto representa a los pueblos originarios que no se quisieron doblegar ante las expectativas de los europeos y de los estadounidenses, aunque fueron vencidos; a las etnias del continente americano masacradas y culturalmente anuladas por los Estados Independientes que ahí se prodigaron, con su celo exterminista; a todas las víctimas de la Escuela, a todos los reacios a la educación administrada, a todos los revueltos contra la pretensión institucional de dictar la vida que se debe vivir…

¡Que no hay Imperio sin Escuela y que solo se da la Escuela donde persiste la Opresión!

Sobre un etnocidio que no cesa, hoy por hoy armado de nocividades interculturalistas, escuelas reformadas, programas de integración, ideologías de la tolerancia y del respeto a la diferencia, subsidios y remuneraciones estratégicas, consignas de los más influyentes organismos internacionales (Banco Mundial, FMI, Unesco, …), implementación del Estado de Derecho, bienestarismos de izquierdas o de derechas, todavía balas y todavía desaparecidos…, conversaremos en adelante, al calor de un proyecto de experiencia-escritura que llevo entre manos.

—————–
(1) Argentina, como Estado, desplegó dos metodologías para el etnocidio. En el sur, sobre los mapuches y otros pueblos, anhelando las tierras exterminó a sus pobladores. En el norte, donde se necesitaba mano de obra esclava para los ingenios, los algodonales y los obrajes, despojó asimismo a los wichis, también entre otras etnias, pero no los diezmó tanto, pues le convenía explotar su fuerza de trabajo.

No obstante, lo que nos interesa ahora es identificar los modos bajo los que el etnocidio continúa, a pasos agigantados, desde las coordenadas del ciudadanismo universal, de la democracia representativa, del Estado de Derecho, de las Universidades prostibularias y de la Cientificidad servil, del progresismo bonachón y de la oposición “baja en oposición”, la del izquierdismo “light”.

Queremos teorizar el etnocidio como un rasgo esencial de toda forma de Estado…

3.

MORIR O HACER OTRA COSA
(Huevos de gallinas muertas se me antojan, hoy por hoy, todos los sacerdotes, todos los policías, todos los políticos y todos los escritores)

Padecí a un montón de profesores (son como ladillas, como garrapatas, como cucarachas, saltando siempre de mugre en mugre), me sufrí profesor, caparra de mí mismo; pero también disfruté de unos pocos maestros. Entre ellos está Basilio, un pastor perfecta y afortunadamente analfabeto, filósofo profundo, uno de los hombres más libres que he conocido. Esta mañana, harto de leer textos académicos y otras insustancialidades universitarias, me acordé de él. Lo que me enseñó a duras penas cabe encerrar en las palabras, porque este pensador solitario, más que hablar, “hacía”…

Morir O Hacer Otra Cosa

Una tardecica de Febrero, por culpa de la gallina muerta (1), Basilio estuvo a punto de perecer. Ante este hecho, se multiplican de nuevo las interpretaciones: para unos, habiendo realizado un esfuerzo imprudente, se le agrandó en consecuencia la hernia, por lo que el desventurado, sin poder hacer frente a la infección, perdió el conocimiento de tanto dolor; para otros, dióse por casualidad un golpe terrible en el testículo inflamado, quedando momentáneamente sin sentido; por último, según la sospecha de Ernesto, teoría que muy pocos comparten, alguien avisado de las costumbres del pastor le propinó una paliza tremenda y le robó el fajo de los billetes…

Sea como fuere, lo cierto es que un camionero de Alobras divisó en medio de la nieve, cerca de la cuneta, el cuerpo yacente de Basilio, más rígido que la virtud, descomunal como la noche que se cernía y sangrando a borbotones lo mismo que una bestia herida. Cambiando de dirección, trasladó al accidentado a Teruel, donde fue socorrido por los Servicios de Urgencias e inmediatamente hospitalizado. Examinando con frialdad el asunto, estimo más convincente la versión del propio pastor: “No es que la gallina esté muerta del todo; a veces, se me remueve”.

Al camionero le impresionó sin medida el proceder de Basilio. Recuperando el conocimiento en el trayecto, saludó educadamente a su salvador y guardó silencio. “Le daba igual lo que hiciera con él…” -cuenta el chófer. “Le pregunté si lo llevaba a Urgencias, y respondió con toda tranquilidad: ‘Haga usted lo que tenga a bien’. Insistí en si prefería que lo acercara a la aldea, y me contestó casi como antes: ‘Lo que usted convenga’. Enfadado, paré el camión; y le dije que, o se decidía, o lo dejaba allí mismo. Y él hizo ademán de bajarse. Entonces arranqué y me dirigí a Teruel. Se aguantaba con las dos manos el bajo vientre, por donde sangraba sin cesar…”.

Comentando la peripecia con mi amigo, me confesó “no se más partidario de reparar el carro que de vender los machos”. “Vi que podía morir, y no me pareció mal; luego vi que aún podía salvarme, y tampoco me pareció mal. Así que esperé a que pasara esto o aquello, sin esforzarme en nada”. En el día de hoy como en el de ayer, igual que en el día de mañana, a Basilio le da lo mismo morir que hacer cualquier otra cosa. No solo no teme a la muerte: le es indiferente que llegue antes o después. “Uno empieza a morir ya en las entrañas de su madre. Como todos tenemos que ir a parar a la muerte, de poco sirve acortar el paso. Me hace compañía saber que no viviré siempre”.

Estamos ante una de las más desgarradoras implicaciones del carácter desesperado: desacralizada la vida, la muerte se percibe también en su justa proporción. Nada que ensalzar en la primera, nada que denigrar en la segunda. Vida y muerte aparecen como las dos caras de una misma moneda devaluada: lanzada al aire de la existencia cada día, puede caer por uno u otro de sus lados. Y, en todo caso, nada hay en ello de extraordinario. El hombre está vivo como lo están las ratas, las hormigas que sucumben bajo la suela de nuestros zapatos, la lechuga que degollamos en el huerto, esa mosca, el pavo que os vais a cenar el día de Navidad… Aquí no hay magia, ni milagro, ni maravilla. Es lo más trivial del mundo. Igual sucede con la muerte. Damos un paseo por el bosque, y nuestro disfrute cuesta la vida a millones de insectos. Se lanza una red de pescar al mar, y ya está preparada la masacre. Los niños torturan y finalmente matan, serios en su juego criminal, la reluctante mariposa que persiguieron entre risas…

Así como no hay otra vida que aguardar, tampoco cabe esperar nada de esta. Si la vida no es algo en sí mismo demasiado estimable, aún menos valioso resulta el suicidio. No vale la pena esforzarse en acabar con esta insignificancia de existencia… Además, la desesperación no supone en modo alguno aversión al existir: se le bajan los humos, simplemente. Vivir no es tan gran cosa. ¿Qué más da perecer antes o después, si no hay nada que conquistar, nada en el punto de mira de nuestro deseo? ¿Qué más da morir mañana mismo o dentro de cincuenta años, si el tiempo está vacío y ninguna Ilusión lo fecunda de mentiras? Evidentemente, poco importa.

Así lo ha sentido siempre Basilio, y de ahí que no luchara por subsistir el día en que se le removió la gallina moribunda. Así lo siento yo hoy. Si el “instinto de supervivencia” no constituye solo una versión laica del cristianísimo Ángel de la Guarda, si aparte de ocultar la fragilidad e indefensión humanas trabaja de alguna manera en beneficio del hombre, ese dudoso cómplice de la manía de perdurar se halla en nosotros sumamente debilitado. No buscamos la muerte, más bien se diría que la rehuimos, pero todo ello a modo de trámite, sin aspavientos, acaso por un simple recelar de la Nada desconocida o por tener alguna pequeña empresa entre manos que no quisiéramos dejar inconclusa…

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(1) Sobre la gallina muerta que tan tremendo bulto produce en el pantalón de Basilio, se cruzan varias teorías: para unos, Jacinta La del Bar entre ellos, se trata de una hernia, con un montón de tripas asomando. “Algún día, se le saldrá todo el mondongo…” Para otros, la gallina muerta es un testículo, terriblemente inflamado a causa de unas maltesas con complicaciones. “Se curaba las fiebres con buenos vasos de leche, seguro que de la misma cabra enferma”. Ernesto piensa que, en realidad, esconde ahí el fajo del dinero, a buen recaudo… En mi opinión, es la versión del propio Basilio, no obstante, la que debe hallarse más cerca de la verdad: “guardo aquí, de nacimiento, una gallina muerta”. Gallinas muertas en el cerebro las llevan, con toda probabilidad, la mayor parte de los profesores; y, en el corazón, casi la totalidad de los empresarios. Huevos de gallinas muertas se me antojan, hoy por hoy, todos los sacerdotes, todos los policías, todos los políticos y todos los escritores.

4.

ENCRUCIJADA
(¿A la búsqueda de la fecalidad?)

Absolutamente incuestionable que ya no hay sujeto para una derrocación revolucionaria y violenta del Capitalismo enquistado. Nadie va a arriesgar la vida en nombre de un Ideal cuyo sabor se parece mucho al de la mermelada en tarro. Pudre los dientes, que nos hacen falta para morder.

Absolutamente incuestionable que no se ha dado nunca una superación revolucionaria y pacífica del Capitalismo cancerígeno. Quienes proclamaron apostar por esa vía, desde la socialdemocracia alemana hasta los populismos latinoamericanos, eran mentirosos redomados, incapacitados para morder porque habían vendido sus dientes.

Y, entonces, un mínimo respeto a la verdad desvergonzada nos sitúa en un cruce de caminos y ante una encrucijada. El cruce de caminos: podemos seguir jugando a asustar sin dientes, ladrando no más, pidiendo armas, que son caras, para un Pueblo que no existe o no quiere empuñarlas. O recogiendo ovejas para que acudan a las urnas a votar falacias de izquierda.

Innegable que así no se cambia nada y que así se reproduce todo…

Aunque así todo se perpetúa y nada se transforma, son multitud los que se detienen en ese cruce de caminos, sopensando qué les renta más para su bienestar físico y psicológico: ¿Recomendamos ir a las brutas, con el puño cerrado, o pedimos el voto para el cinismo de las siglas socialistas?

Esa multitud ya no busca la felicidad, que solo puede brotar de un acto salvaje de sinceridad interior y de una opción desesperada por la pequeña e ingrata, desacomodadora y hasta inhóspita, libertad personal posible. Busca la fecalidad.

Hay una encrucijada, más allá del cruce de caminos trazado por el Sistema… Porque puedes correr hacia la fecalidad de la Revolución, violenta o pacífica, que, como ya no está a la orden del día, solo te va a pedir declaraciones entusiásticas, soflamas encendidas, gesticulaciones lírico-patéticas de canta-autores “socialmente comprometidos”. O puedes olvidarte de ese cruce engañoso de caminos y pararte un rato ante una dichosa encrucijada cruel, que cabe enunciar en estos términos: ¿Te basta con el consumo, el poder, el prestigio, las mierdas que te dan la propiedad privada y el trabajo alienado a fin de cuentas? ¿O prefieres la carencia, la impotencia y la desacreditación pública, en aras de una reinvención dolorosa para la felicidad concreta y para la libertad en germen?

5.

¿CÓMO SE LLEVA? ¡CÓMO SE LLEVA!
Alforjas cargadas de sangre ajena

¿Cómo se lleva decirse “español” y saber que, desde que una parte de la Península Ibérica se nombró “España”, empezaron los genocidios y los etnocidios encadenados: persecución de los judíos, de los musulmanes y de los gitanos en el nuevo Estado, eliminación de la población aborigen en las Islas Canarias, exterminio de gran parte de los pueblos originarios en América Latina…

¿Cómo se lleva decirse “español” cuando, del brazo del imperialismo yanqui y del “laborismo” inglés (¡qué triste destino, el de un partido de los trabajadores!), invadimos, ocupamos y llevamos al caos a un país, Irak, de cuyos recursos queríamos apoderarnos para seguir sufragando nuestro exclusivo “bienestar”?

¿Cómo llevan los alemanes el saber que, en tanto flor y cima de la cultura europea, asesinaron a millones de personas (judíos, gitanos, comunistas, homosexuales,…) solo porque no coincidían con su ideal antropológico?

¿Cómo llevan los chilenos, los uruguayos y los argentinos conocer que sus banderas nacionales están ensangrentadas desde el principio, pues se enarbolaron partiendo del etnocidio, naciendo de la masacre, desplegándose desde la aniquilación de los indígenas que vivían en ese territorio?

Karl Otto Apel, un autor que a mí no me gusta, escribió no obstante algo que me ha hecho pensar y pensar. Era, más o menos, esto: “Como alemán, como fruto de la tradición socio-cultural de este Pueblo, me siento co-responsable de todos los crímenes que mis antepasados pudieron cometer, incluidas las cámaras de gas bajo el nazismo”.

Como español, como fruto de una tradición cultural expansionista y altericida, me siento co-responsable de todas las brutalidades que el Estado en el que me inscribieron ha llevado a cabo desde el siglo XV.

Para nada hay aquí “cristianismo”, “idea de culpa”, “resignificación del Pecado”, “perversión masoquista”, etcétera, como podrían alegar esas personas que buscan sustento para un Ego indigente: hay, apenas, una voluntad de abrir los ojos y de interpretar quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, en términos de P. Gauguin, un anti-intelectual.

Pero el etnocidio sigue, con menos balas y más escuelas, sin cámaras de gas pero con programas interculturalistas de integración, atrayéndolo todo hacia la esfera de los partidos y del Estado, llevando cualquier diferencia aún insumisa al plano aplastante de la institucionalidad.

¿Cómo se lleva esta masacre de guante blanco, esta liquidación tan suave, este dulce exterminio?

¡Cómo se lleva!

¿¡Cómo nos llevamos!?

Se lleva, y nos llevamos muy bien, que somos consciencias satisfechas con una trastienda llena de sangre ajena… Cabe temer lo peor por lo que hicieron de nosotros, por lo que somos nosotros y por lo que hacemos con nosotros todos los días.

Cabe temer, para el mañana, los horrores de hoy y los de ayer, seguro que incrementados. Pero, aunque el tren está en marcha, y corre a gran velocidad, siempre se puede saltar y arriesgarse a las heridas. Sabido es que los viajeros, en su inmensa mayoría, buscan más bien un asiento y esperan ahí el final del trayecto… Les contaron que un pasajero saltó por una ventanilla y murió, y admito que sea verdad. Lo que no les dicen es que ese tren transporta mayormente moribundos que matan.

Van Gogh saltó…

6.

LA MIRADA CEGADORA
¿Y por qué no pudimos abortar este mundo?

Para nada se sentía amenazado el Sistema Capitalista cuando los abortos eran clandestinos. El Capital, el Mercado, los Negocios privados sacaban tajada de esa necesidad de abortar de tantas mujeres. Muchas murieron… Sobre todo, las pobres.

Para nada se siente amenazado el Sistema Capitalista cuando los abortos son legales. El Capital sigue obteniendo su parte y también empieza a sacar tajada el Estado, que entra, con la fuerza de la Ley, en el útero de las mujeres. Mueren menos… Y ya no solo las pobres.

Melancolía por un sendero que se perdió, y que no sabemos a dónde conducía: el camino de una autonomía de las mujeres, de una capacidad femenina de inventar modos de afrontar y de asumir este problema que no pasaran ya por la tutela, tan patriarcal, tan femicida, del Estado. Llamar a la puerta del Estado es lo más fácil y lo más nocivo del mundo.

Y hay una mirada ciega y cegadora que nos impele, siguiendo el dictado de una Teoría, de una Ideología, de una Filosofía, de una Ética determinada, a avanzar por la autopista de una desconsideración del dolor concreto de la persona, de un volver la vista ante su sufrimiento ostensible, de un dar la espalda a su angustia manifiesta.

Mirada cegadora de los pro-vida cristianos. Mirada cegadora de algunas expresiones del antifeminismo anticapitalista occidental.

Mirada ciega y cegadora de cuantos presentan a la Mujer como el Sujeto Revolucionario, sustituyendo al Proletariado o caminando de su mano, cuando es evidente que ni las mujeres reales ni los trabajadores reales quieren, en su inmensa mayoría, acabar con el Capìtalismo: procuran, más bien, acomodarse en su seno, instalarse lo mejor posible en lo dado.

Alguna vez compuse para alentar una “epistemología del dolor”, una manera de acercarse a las cosas de esta realidad que padecemos estando cerca de las personas que más la padecen. Y, a partir de ahí, reiniciar el pensar y refundar el conocimiento.

Por todo esto, me embriagué de ilusión y re-soñé comunidades perdidas en el Buenos Aires de ayer, cuando miles y miles de personas entusiasmadas cercaron el Congreso, reclamándole al Estado, como a mí no me gusta (con la Administración no hay que hablar, así lo creo), “aborto legal, seguro y gratuito”, lo que atenúa el dolor innegable de una infinidad de mujeres, lo que yo deseo y deseo.

Ojalá hubiéramos podido abortar este mundo, en el que la reducción del dolor va acompañada de una mayor sujeción de la gente, en el que para sufrir menos te amordazan más. ¿Y por qué no pudimos abortar este mundo?

www.youtube.com

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IMG-20180702-WA0005Pedro García Olivo, 2018

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Buenos Aires, 3 de julio de 2018

LA ESTATALIZACIÓN DEL CUERPO O EL ESTADO CORPOREIZADO

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Indigenismo, Proyectos y últimos trabajos with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , on junio 18, 2018 by Pedro García Olivo

Cuando el “derecho a decidir” dice Sí a la Administración

Mientras en determinados sectores de la “corrección política antagonista” se hablaba del Cuerpo y de sus potencialidades, siguiendo modas intelectuales de última generación, se estaba produciendo, en parte alentada por dicha publicística, una progresiva “estatalización” de los cuerpos reales y concretos, de los cuerpos visibles, palpables, los únicos que conocemos. Como si se pasara de un “derecho a decidir qué hacer con el propio cuerpo” a una “entrega voluntaria del cuerpo al Estado”. Proceso aborrecible, pues la belleza del “derecho a decidir” solo puede hacerse más bella si lo que se decide es dar la espalda a Leviatán para explorar vías de recuperación del propio cuerpo que ya no transiten por las galeras de la Administración, vías de regeneración de lo autónomo, de reinvención de la Comunidad allí donde fue borrada a conciencia desde la consolidación de los Estados Nacionales.

Pero se “está decidiendo” reconquistar el propio cuerpo para entregarlo, sin más, a la “medicina política”; y tenemos entonces cuerpos “medicalizados”, cuerpos “tratados”, cuerpos “reforjados” por el presunto saber de una disciplina tan científica como policial. Lo denunció sin descanso, y entre otros, I. Illich…

Y se “está decidiendo” recuperar el propio cuerpo, con sus capacidades bio-psíquicas de aprendizaje espontáneo, para entregarlo, sin más, a la “educación administrada”, a la Escuela, en donde muere todo lo inmotivado y el aprendizaje natural es sustituido por el adoctrinamiento, el dirigismo moral y el diseño industrial de la personalidad, como requiere la reproducción del orden socio-político vigente. Lo denunció la crítica radical de la Escuela, de toda forma de Escuela, nombrada hoy “antipedagogía”…

Y se “está decidiendo” recuperar el propio cuerpo, con su motricidad maravillosa al servicio del desplazamiento físico, para entregarlo, sin más, al “sistema público de transporte”, en el que el cuerpo se apoltrona y se enmohece, se “pierde” literalmente… Tácitamente, la denuncia se reitera todos los días en la intención y el gesto de moverse a pie o en bicicleta…

Y se “está decidiendo” recuperar el propio cuerpo, con su “instinto de auto-conservación”, que le llevaba a satisfacer por sí mismo, y con el concurso del grupo, sus necesidades de nutrición, para entregarlo, sin más, a la “industria de la alimentación”, que nos envenena metódica y sistemáticamente. Y no nos envenena menos, por cierto, cuando ese comercio tóxico engalana su mercancías con etiquetas como “bio”, “eco”, “orgánico”, “de proximidad”, “alternativo”, “solidario”, “de precio justo”, etcétera. Algunos pueblos originarios lo denunciaron: “Los alimentos no se deben vender, y aquellos alimentos que se compran saben siempre a muerte y matan poco a poco”…

Y se “está decidiendo” recuperar el propio cuerpo, con sus facultades de auto-protección, de colaboración con otros cuerpos en la salvaguarda del ser colectivo, para entregarlo, sin más, a las “fuerzas de seguridad”, a las policías y a los ejércitos, esperando de ellos que nos libren de ser atacados por otros y de la tentación de atacar a otros. Esas “fuerzas de seguridad” nos atacarán todos los días, desde lo explícito o desde lo implícito, y nosotros, ayunos de cuerpo verdadero, ya ni siquiera podremos soñar con defendernos.

Si “recuperar el cuerpo” significa meramente “entregarlo al Estado”, si el “derecho a decidir” dialoga enseguida con la Administración, diciéndole que sí, y, como consecuencia, nos convertimos en organismos administrados, en Estado corporeizado, por fin se habrá alcanzado la “Utopía del Capital”: una dominación total, si bien indulgente y gratificadora, con cuerpos satisfechos, orgullosos de su servidumbre voluntaria… Mis primeros escritos apuntaban en otra dirección, que sigo suscribiendo:

LA RECUPERACIÓN DEL CUERPO

El Funcionario ha sido inventado para extraviar aún más el sentido de la tierra, para evitar que el Libertino consiga por fin “hacerse un cuerpo” –nada menos que un cuerpo: ajusticiamiento del Más Allá, descodificación de los flujos del deseo

¡No vuestro pecado –vuestra moderación es lo que clama al cielo, 

vuestra mezquindad hasta en vuestro pecado es lo que clama al cielo!

¿Dónde está el rayo que os despierte con su furia?

¿Dónde la demencia que habría que inocularos?

F. Nietzsche

Me han enseñado a odiar al Gran Burgués y, sin embargo, no le temo –apenas me preocupa. No veo en él más que a un esclavo: explotar al obrero, esa es su forma de servir a la maquinaria capitalista, esa su manera de perseguir el bienestar y no encontrar más que la desdicha. Como también me educaron en el amor al Proletario, dediqué cierto tiempo a describir su dolor, relatar sus luchas, celebrar sus triunfos y lamentar sus derrotas; intuía que de aquella escritura, supuestamente explosiva, dependía incluso el Valor de mi vida. Pese a ello, nada que tenga que ver con sus miserias, con su opresión evidente, ha logrado hasta el momento desencadenar toda la irritación de que me creo capaz. Odio, temo, al Funcionario”. He aquí la confesión del Libertino, el secreto de su extraña disidencia.

Para el Libertino, el Funcionario no es tanto el sujeto de una profesión, de una actividad laboral concreta, como la encarnación de cierto perfil psicológico moderno –síntesis burguesa de la moralidad cristiana. Define al Funcionario por su percepción de la tierra, por su relación con el propio cuerpo. Sorprende en él una forma peculiar de codificar los flujos del deseo y apaciguarlos sobre imágenes siempre fijas, idénticas e inmutables: imágenes de la seguridad, de la obligación incondicional y, por tanto, tecnologías del sojuzgamiento del cuerpo, de su mutilación por una figura de la policía social anónima que se hace cargo de las riendas de la subjetividad y organiza los ámbitos complementarios de lo permitido y lo prohibido.

Y, en este sentido, como estructura psicológica y determinación moral, el Funcionario tiende a neutralizar tanto la voluntad de resistencia de los colectivos oprimidos como la capacidad de placer de las fracciones de clase hegemónicas. Perpetuará así la desigualdad social al homogeneizar la circulación del deseo (moralización despótica de las costumbres); y, con el objeto de convertir no menos a los dominantes que a los dominados en siervos profundos de la axiomática capitalista, procurará siempre y en todos los casos un mismo olvido de la tierra.

¡Permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores y calumniadores de la vida, lo sepan o no. Son moribundos y están ellos también envenenados. La tierra se halla harta de ellos”: esta es la recomendación nietzscheana violada en toda regla por el Funcionario. A nadie escapa ya la iniquidad de sus fines: desplazar la Moral –preservar la Moral mediante su simple desplazamiento. Con esta movilización de la moral, y como el último hombre de Zaratustra, el Funcionario ha abandonado las comarcas donde era duro vivir, ha cultivado la discusión superficial como premisa de la reconciliación de fondo y ha organizado su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche. En pocas palabras: ha inventado la felicidad. Sí, el Funcionario ha inventado la felicidad y, con ello, ha prestado al Orden del Capital el mayor de los servicios –por fin reparada la atadura interior, de nuevo codificado el deseo, una vez más la mutilación del cuerpo.

De espaldas a la Virtud, con la Razón en la cuneta, los defensores de la tierra vienen denunciando ásperamente la felicidad del Funcionario como lamentable bienestar, sucio disfrute, atrincheramiento en posiciones políticas de complicidad. Vienen preparando, casi desde la emergencia antitética del Libertino, la hora del gran desprecio: “La hora en que incluso vuestra felicidad se os convierta en náusea, y eso mismo ocurra con vuestra razón y con vuestra virtud.” Mientras el Funcionario anhela un poco de veneno de vez en cuando eso produce sueños reconfortantes y mucho veneno al final, asegurando un morir agradable, el Libertino arriesga la salud y prescinde del narcótico para entregarse, como un niño, al peligro de la existencia sin ídolos. Vivir sin ídolos: “Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso correr, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse.” Vivir sin ídolos: simplemente, atreverse a Vivir, recuperar el Cuerpo.

Aquí Artaud: “Para VIVIR hay que tener un cuerpo”. Y ya lo hemos perdido por dos veces. Lo sacrificamos ante el Alma cuando aún vivía Dios, y lo sustituimos por un Organismo, un Código, un Engranaje…, tras su muerte, cuando la Razón y la Virtud modernas volvieron a enturbiar la percepción de la tierra. El Funcionario nos hurtó el cuerpo antes de que aprendiésemos a usarlo (“el hombre común ignora hasta qué punto puede llegar el vicio de tener un cuerpo y servirse de ese cuerpo”), y demostró a la maquinaria capitalista que todavía era preferible una moralidad sin Dios –una moralidad atea, la más funesta de las moralidades, el último escondrijo de la Metafísica y la mejor garantía de la dominación burguesa.

Al enterrar el Cuerpo Sacrificado (cuerpo de la moral antigua: “en aquel tiempo, el alma miraba al cuerpo con desprecio; y ese desprecio era entonces lo más alto –el alma quería un cuerpo flaco, feo, famélico”), el Funcionario suspendía la exigencia, inaceptable para la sensibilidad ilustrada, de un Dios cruel, punitivo, torturante, y desplegaba en su lugar el nuevo Orden del Simulacro. Como impostura del cuerpo, el Organismo liberará así los flujos del deseo y los protegerá de la vigilancia residual del alma –impotente. Pero solo para someterlos a la tiranía de la nueva axiomática capitalista (“jamás el cuerpo es un organismo, los organismos son los enemigos del cuerpo”). Sancionaba con ello la transición del deseo detenido al deseo dirigido: “Al cuerpo humano se le ha obligado a comer, se le ha obligado a beber, para evitar que baile; se le ha obligado a fornicar con lo oculto, para dispensarle de exprimir y ajusticiar la vida oculta”. Contra la reconducción del deseo surgió entonces la rebeldía de los inmoralistas, la búsqueda difícil de la auténtica vida sensual –D. H. Lawrence: “Existe una enorme diferencia entre el ser sensual, auténtico, y la desvergüenza escandalosa de la mente liberada que tanto nos seduce”.

En el tiempo del Cuerpo Sustituido, apenas puede vislumbrarse el destino político del deseo descodificado. Pero hemos aprendido ya a intuir su peligrosidad inherente:

¿Quién soy?

¿De dónde vengo?

Soy Antonin Artaud y si lo digo

como sé decirlo

inmediatamente veréis mi cuerpo actual

saltar en pedazos

y constituirse bajo diez mil aspectos

un cuerpo nuevo

por el que no podréis

olvidarme jamás”.

No imaginemos la liberación del deseo como instalación en la Era de la Fidelidad a la Tierra. Que nada en nuestro discurso recuerde el teleologismo del Gran Desenlace. Pensemos más bien la recuperación del cuerpo como proceso interminable de descodificación política del deseo, negación indefinida de los modelos coactivos de la moral burguesa y articulación fragmentaria de un nuevo tipo de subjetividad histórica. Valoremos asimismo la trasgresión de la Moral por el Libertino, su desaprobación radical de la felicidad del Funcionario, como declaración de guerra al pensamiento de la Repetición y a la sicología de la Repetición. Para los Defensores de la Tierra, “hacerse un cuerpo” (“el cuerpo se lo hace cada uno, o de lo contrario ni sirve ni se aguanta”) significará, pues, ensayar la diferencia existencial, anticipar la novedad subjetiva, promover la transformación social.

Ensayar la Diferencia, anticipar la Novedad, promover la Transformación… Quizás por eso, el Libertino busca la compañía de aquellos que, desde la periferia de la Razón y en medio de la noche de la Virtud, abandonan los caminos de los demás para enfrentarse a lo imposible de la Creación –un tránsito y un ocaso. De alguna forma, el Libertino contiene al Creador, encierra la condición de la Obra –la voluntad de hacerse un cuerpo. Nadie como Nietzsche ha sabido precisar la naturaleza de su “práctica social”, evitando cualquier confusión con las desahuciadas figuras del Predicador, el Profeta, el Caudillo o el Dirigente:

¡Ved los buenos y los justos!

¿A quién es al que más odian?

Al que rompe sus tablas de valores, al quebrantador,

al infractor –pero ése es el creador.

¡Ved los creyentes de todas las creencias!

¿A quién es al que más odian?

Al que rompe sus tablas de valores, al quebrantador,

al infractor –pero ése es el creador.

Compañeros para su camino busca el creador,

y no cadáveres, ni tampoco rebaños de creyentes.

Compañeros en la creación busca el creador,

que escriban nuevos valores en tablas nuevas.

Compañeros busca el creador, que sepan afilar sus hoces.

Aniquiladores se les llamará,

y despreciadores del bien y del mal.

Pero son los cosechadores y los que celebran fiestas.

Compañeros en la creación busca Zaratustra,

compañeros en la recolección y en las fiestas busca Zaratustra:

¡qué tiene él que ver con rebaños y pastores y cadáveres!”

El Funcionario se reproduce a lo largo de toda la cadena de Instituciones Sociales configuradas por el Capitalismo. Encuentra, sin embargo, en la Escuela un lugar privilegiado de emergencia y consolidación. La Escuela: producción del Funcionario a cargo del Funcionario por excelencia. O también: constitución del Funcionario por medio del funcionario mejor centrado sobre la impostura del Organismo.

Una sola boca que habla y muchísimos oídos, con un número menor de manos que escriben: tal es el aparato académico exterior, tal es la máquina cultural puesta en funcionamiento. Por lo demás, aquel a quien pertenece esa boca está separado y es independiente de aquellos a quienes pertenecen los numerosos oídos; y esa doble autonomía se elogia entusiásticamente como libertad académica. Por otro lado, el profesor para aumentar todavía más esa libertad puede decir prácticamente lo que quiera, y el estudiante puede escuchar prácticamente lo que quiera: solo que, a respetuosa distancia, y con cierta actitud avisada de espectador, está el Estado, para recordar de vez en cuando que él es el objetivo, el fin y la suma de ese extraño procedimiento consistente en hablar y en escuchar”. El Estado como objetivo: la aceptación generalizada de la coacción estatal como propósito y la interiorización progresiva del principio de autoridad en que se funda como premisa… He aquí la finalidad más notoria del aparato educativo.

Y, al otro lado, el Estudiante, “un bárbaro que se cree libre”, algo menos que una víctima: “De hecho, tal como es, es inocente, tal como lo conocemos es una acusación callada pero terrible contra los culpables. Deberíamos entender el lenguaje secreto con que ese inocente vuelto culpable habla a sí mismo. Ninguno de los jóvenes mejor dotados de nuestro tiempo ha permanecido ajeno a esa necesidad incesante, debilitante, turbadora y enervante, de cultura. En la época en que es aparentemente la única persona libre en un mundo de empleados y servidores, paga esa grandiosa ilusión de la libertad con tormentos y dudas que se renuevan continuamente. Siente que no puede guiarse a sí mismo, que no puede ayudarse a sí mismo: se asoma entonces sin esperanzas al mundo cotidiano y al trabajo cotidiano. Lo rodea el ajetreo más trivial, y sus miembros se aflojan desmayadamente”. El Estudiante, una acusación callada pero terrible contra los culpables, atravesado por el deseo de saber, por la enervante necesidad de cultura, y arrojado por la máquina escolar finalmente al ajetreo más trivial, al mundo cotidiano (la familia) y al trabajo cotidiano (la producción)… Así resumía Nietzsche, en 1872, la operación policial sobre el deseo desplegada por la Escuela con el objeto de “formar lo antes posible empleados útiles y asegurarse de su docilidad incondicional”. Operación que cabría definir también en estos términos: transformar el deseo de saber, de aprender, en necesidad de trabajar, en necesidad de desear trabajar; convertir el deseo de huir de la familia en necesidad de fundar una familia, y el deseo de independencia, de autonomía, de libertad, en necesidad de aceptar una autoridad, una regla, una disciplina.

Autoridad, Familia, Trabajo…: una vez más, la felicidad del Funcionario, el lamentable bienestar del autómata al que se garantiza un empleo bien retribuido para que perpetúe el infierno del hogar y reproduzca, de la mejor manera, el principio de obediencia y auto-constricción. Todo ello, por supuesto, en nombre de la Razón…

Y no pensemos que la influencia de la Escuela se agota en esa codificación extrema del deseo del estudiante. Al contrario, arranca de ahí para alcanzar, por la mediación de los saberes disciplinarios, el dominio de la familia, modelándolo según las expectativas de la nueva moralidad.

Ustedes vienen para saber si los mediocres resultados de su hijo

son debidos a una tara hereditaria o si lo hace a propósito.

Pues bien, no es ni lo uno ni lo otro;

y si se confirma que los tests muestran un desnivel

entre sus capacidades y su rendimiento escolar,

precisamente por eso será necesario que me cuenten

cómo se comporta en la escuela y en casa,

cómo se lleva con sus hermanos y hermanas, con ustedes,

si tienen problemas familiares, cuáles son sus actitudes educativas…

Háblenme de su matrimonio, de sus discusiones, de sus infancias,

de sus relaciones con sus padres…

Díganme si les satisface su empleo, si saben qué hacer con su tiempo libre,

si disfrutan de una equilibrada vida social,

si son capaces de mantener la armonía en la familia…”.

De igual modo que el joven se ve dirigido hacia la figura represiva del Buen Estudiante, la familia padecerá la intromisión de los nuevos especialistas (pedagogos, sicólogos,…) en demanda de un clima ideal de convivencia: a saber, unos padres trabajadores, la proscripción de todos los vicios (“vicios son, nadie lo ignora, lo que se quiere”), una cotidianidad amable en la que la norma social apenas se discuta, la remisión permanente a la sexualidad domada y a la virtud laica del “hombre maduro”,…

Para contrarrestar la efectividad coercitiva de esa reconducción del deseo (formación de la libido del buen alumno, formación de la libido trabajadora y familiarista), el Libertino huye de todos los púlpitos y evita la claudicación estúpida de todos los discípulos. Busca compañeros de viaje y emprende la Fuga –desguace de la Máquina. Para ello, persevera en el inmoralismo y cultiva la irresponsabilidad beligerante del saboteador sin escrúpulos. Desmontar la Máquina familiar, escolar, laboral,… para descodificar el deseo y restablecer el sentido de la tierra; paralizar el Engranaje para que, de la ruina del Organismo, surja la posibilidad de una oscura recuperación del cuerpo: ese es el viaje al que nos invitan los Inmoralistas de nuestro tiempo, ese es el viaje que más teme el Funcionario –porque adivina en él la demencia que habría que inocularle. “Inocencia y olvido, un nuevo comienzo, una rueda que se mueve por sí misma, un primer paso, un inquietante decir Sí”.

Pedro García Olivo

Buenos Aires, 18 de junio de 2018

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LA SUBJETIVIDAD ÚNICA Y SU MUNDO

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1.

La disolución de la Diferencia en Diversidad, proceso occidental en vías de mundialización, prepara el advenimiento de la Subjetividad Única, una forma «global» de Conciencia, un modelo planetario de alma, un mismo tipo de carácter especificado sin descanso a lo largo de los cinco continentes. Cuanto más se habla de «multiculturalismo», cuanto más «diversas» son las formas que asaltan nuestros sentidos, cuanto más parece preocupar —a nuestros gobernantes y educadores— el «respeto a la diferencia», la «salvaguarda del pluralismo», etc., peor es el destino en la Tierra de la «alteridad» y de «lo heterogéneo», más se nos homologa y uniformiza.

Se avanza, con prisa, hacia la hegemonía en la Tierra de una sola voz y un solo espíritu, voz y espíritu de hombres dóciles e indistintos, intercambiables y sustituibles, funcionalmente equivalentes. La participación de la Escuela en este adocenamiento planetario del carácter es decisiva: a nada teme más que a la voluntad de resistencia de la Diferencia.

2.
En Tristes trópicos, Claude Lévi-Strauss sostiene que las sociedades «primitivas» despliegan una estrategia para conjurar el peligro de los seres extraños («diferentes») muy distinta a la que empleamos nosotros, los «civilizados». Su estrategia sería antropófaga: se comen, devoran y digieren (asimilan «biológicamente») a los extraños, que se suponen dotados de fuerzas enormes y misteriosas. Diríase que esperan así aprovecharse de esas fuerzas, absorberlas y hacerlas propias. Nosotros, por el contrario, seguiríamos una estrategia antropoémica (del griego «eméô»: «vomitar»): expelemos a los portadores del peligro, eliminándolos del espacio donde transcurre la vida ordenada —procuramos que permanezcan fuera de los límites de la comunidad, en el exilio, en enclaves marginales, en la periferia social…

Pero, como ha señalado Zygmunt Bauman, Lévi-Strauss está en un error, pues ambas estrategias se complementan y son propias de todo tipo de sociedad, incluida la nuestra: por un lado, se recurre a una estrategia «fágica», inclusiva, que busca la asimilación del adversario, su integración desmovilizadora, su absorción en el cuerpo social después de una cierta corrección de sus caracteres «diferentes»; por otro, se vehiculan estrategias «émicas», exclusivas, que expulsan al disidente irreductible y no aprovechable del ámbito de la «sociedad ordenada» y lo condenan a la marginalidad, a la pre-extinción, a la existencia amordazada y residual.

La disolución de la Diferencia en Diversidad se fundamenta en el empleo de ambas estrategias: lo «diferente» convertido en «diverso» es inmediatamente asimilable, recuperable, integrable; aquellos «restos» de la diferencia que no han podido diluirse en diversidad, aquellos «grumos» de alteridad que se resisten tercamente a la absorción, son expulsados del tejido social, llevados a los flecos del Sistema, lugar de la autodestrucción, excluidos, cercenados, segregados. De esta forma se constituye y gestiona el espacio social, instrumentalizando lo que Bauman llama proteofobia —temor general, «popular», a los extraños, a lo diferente y a los diferentes. El exterminio contemporáneo de la diferencia se basa en el despliegue de las estrategias «fágicas» y «émicas» habituales, a partir de una movilización y focalización inquisitiva de la «proteofobia».

¿De qué fuente se nutre el mencionado proceso de atenuación «global» de la Diferencia? ¿De dónde parte? Aunque con esta observación se contraríen los dogmas del insulso democratismo que se presenta hoy como prolongación —y casi estertor— de la Filosofía de las Luces, no son pocos los autores que han localizado en la Ilustración misma, en las categorías sustentadoras del Proyecto Moderno, la secuencia epistemológico- ideológica que aboca a la aniquilación de la Alteridad, al exterminio de la Diferencia (1) .

3.
La mayor parte de los «indicios» de que se está cancelando a nivel planetario la Diferencia y de que, en su lugar, solo nos va a quedar una tediosa y deprimente declinación de Lo Mismo, proceden del campo de la Cultura y de lo que está sucediendo, a escala global, con el choque contemporáneo de Civilizaciones. De una forma deliberadamente desordenada, y casi a modo de ejemplos, voy a mencionar algunas señales, algunas pruebas, de cómo se aniquila en nuestros días la alteridad…

Los inmigrantes

En la medida en que, entreabierta la puerta de la inmigración, nuestras ciudades se pueblan de gentes de otros países, no pocas evadidas del entorno indígena, con hábitos y mentalidades «diferentes», observamos cómo, con el paso del tiempo, estos hombres y mujeres empiezan a calcar nuestras pautas de conducta, nuestros modos de pensamiento, nuestras formas de interacción, hasta que llega un punto (a menudo coincidente con la adolescencia y juventud de sus hijos, inmigrantes de «segunda generación») en que la cultura de origen ya no «dicta» los comportamientos, ya no es sentida como referencia insoslayable, como código de interpretación de la realidad y patrón de actuación en los escenarios sociales.

La «diferencia» cultural que estos inmigrantes arrostraban ha sido abolida en lo esencial, y, como irrelevante rescoldo, solo nos ha dejado un variopinto crisol de aspectos (atuendos, símbolos, cortes de pelo,…), una «diversidad» fenoménica que coincide con la asimilación de estos hombres, con su integración en el orden cultural de la sociedad capitalista. Han sido absorbidos, «digeridos», por Occidente (consecuencia de las estrategias fágicas); y los «restos», los residuos de ese proceso, arrojados a los márgenes de la «sociedad bien», donde se mixtificarán, se fundirán con las restantes figuras de la exclusión (efecto de las estrategias émicas) y probablemente se autodestruirán (2).

La vivienda rural

La vivienda rural tradicional de media o alta montaña, fruto del saber arquitectónico popular, con sus materiales humildes tomados del terreno (madera, piedra, barro, paja,…), su disposición «defensiva» contra los vientos dominantes, sus puertas y sus vanos orientados preferentemente al mediodía, su forma de adosarse (en algunas regiones) como si cada una buscara el apoyo y el sostén de todas las demás, su composición «orgánica», rigurosamente interminable, una estructura interna estudiada para asegurar la subsistencia con medios económicos escasos (que no se pierda calor, que baste con la estufa de leña, que de por sí el habitáculo sea fresco en verano y abrigado en invierno, que alguna estancia haga de «nevera» para conservar los alimentos,…), y, en general, un resultado de los conocimientos informales de sus constructores no especializados —saber «del lugar», conservado por la tradición y ejercitado por las familias— y de la atención inteligente a las condiciones de la naturaleza (proximidad a las fuentes, a los arroyos, a los ríos; ubicación en parajes de acceso relativamente cómodo y particularmente protegidos contra las inclemencias climáticas habituales, etc.); esta «vivienda rural antigua», portadora indiscutible de la Diferencia, cede en casi todas partes ante la impostura de las «nuevas viviendas rurales» (consecuencia del poder económico y del capricho de algunos privilegiados, del ahorro de los jubilados o de los planes de promoción del medio rural tendentes a aprovechar la explosión del «agroturismo» y del «ecoturismo»), que obedecen siempre a la filosofía del Piso de Ciudad (rechazo de la sabiduría arquitectónica popular; materiales estándar como el ladrillo o los bloques de cemento; arrogancia del habitáculo, que se levanta donde «más le gusta» al propietario, al margen de toda consideración geográfico-climática; preferencia por el aislamiento y la independencia de las casas, que más bien huyen unas de otras; concepción unitaria, regular, finita; estructura interna más interesada en exhibir el poderío material del morador que en economizar los gastos de la existencia —habitaciones enormes, sistemas de calefacción caros, proliferación de electrodomésticos,…; etcétera) y, normalmente, devienen como el resultado de los conocimientos «técnico-científicos» de los ingenieros, arquitectos, constructores y albañiles (lamentables «expertos»), profesionales y asalariados que trabajan en el olvido de lo autóctono y de lo primario…

Estas «nuevas viviendas rurales», subvencionadas en ocasiones por la Administración, sancionan la extinción de la «vivienda rural tradicional», disimulando ese aniquilamiento de Lo Diferente mediante la conservación «retórica» de elementos identificativos falseados:verbi gratia, el recubrimiento, con losas de piedra, de los muros de bloques o de ladrillos; un cierta imitación del color de las paredes antiguas —que era el color del barro y de los materiales comunes originarios—, conseguido a través de sofisticadas «pinturas de exteriores» o «monocapas» cementosas; una característica redundancia de maderas, si bien demasiado nobles y exógenas y siempre subordinadas a las estructuras metálicas, o de hormigón, que configuran el espacio habitable… Y poco más.

La «antigua vivienda rural» ha sido excluida (hoy subsiste vinculada a propietarios pobres o particularmente «descuidados», especialmente en el mundo rural-marginal); y la «nueva» solo retiene de su antecesora elementos folclóricos, testimoniales, podría decirse «museísticos». La aldea se convierte así, herida de señuelo y de impostura, en algo parecido a un «parque temático»… En relación con la vivienda urbana, con el piso de ciudad o la casa de urbanización, estas «nuevas viviendas rurales» aportan, no cabe duda, un componente de «diversidad» (aunque solo sea visual: la piedra, el color, las maderas, los tejados,…); pero responden en lo profundo a una cancelación del habitáculo campesino «diferente» y a un trabajo de colonización del medio rural por los conceptos y las expectativas urbanas.

La música

La música «etno» que se difunde por Occidente, los experimentos de «fusión»o de «sincretismo» transcultural que promueven las grandes casas discográficas para explotar la moda del «multiculturalismo», etc., dan siempre la impresión de atenerse al código de la música euro-americana, que «incorpora» elementos accesorios de las otras culturas (africanas, orientales, sudamericanas, de los indios de las reservas estadounidenses, etc.) para asegurarse una nota de elegante exotismo, de aparente novedad, pero siempre en el respeto de lo que el oído occidental considera «aceptable», «armonioso», «no-estridente», «música y no ruido».

La diversificación resultante de las ofertas (mixturas, síntesis, cócteles,…), compatible con una universalización del concepto occidental de música y del código musical occidental, oculta así el exterminio de la Diferencia —esas músicas de los otros que «no» pueden gustarnos porque contravienen los principios tácitos de nuestra educación musical y de nuestros hábitos de escucha, y que, por tanto, al no «rentar», no se difundirán: las músicas de la Amazonía, por ejemplo, o las de los indígenas de Centroamérica, increíblemente repetitivas, si no «hipnóticas», con cadencias «sostenidas», casi interminables, y un uso preferente de instrumentos «propios», desconocidos en otros medios, como el caparazón de la tortuga y tipos particulares de flautas y de tambores.

Los artistas

La concepción misma del «artista» occidental (escritor, pintor, escultor, músico, actor,…), contra la que con tanta insolencia se batiera Marcel Duchamp, que comporta invariablemente una renuncia al anonimato (soberbia de los nombres propios) y casi también a lo colectivo, que parte de una sacralización del autor como hombre «tocado» por el privilegio del talento, de la inteligencia, de la imaginación o de la creatividad —hombre siempre excepcional, en ininterrumpido celo de prestigio, de reconocimiento, de aplauso…— y que produce una curiosa fauna de hombrecillos estrambóticos, distintos por fuera e iguales por dentro, todos narcisistas, todos patéticamente enamorados de sí mismos, todos endiosados, muchos idiotizados; esta manida concepción del Arte y del artista se globaliza en la actualidad, acabando con formas «diferentes», y no-occidentales, de entender y de vivir el hecho estético: concepciones que giran aún en torno al anonimato del artista, o a la suma de incontables esfuerzos individuales en la génesis de una obra que termina siendo «de todos y de nadie»; que remiten más a la figura humilde del «artesano» que a la figura chillona del «artista»; que frecuentemente se imbrican con funcionalidades de orden extra-estético, ya sea religiosas, económicas, educativas,…; que no se compatibilizan bien con la lógica capitalista de exhibición, mercantilización y «entierro» en museos; etc., etc., etc.

De África, de Asia, de América del Sur, de las reservas indias, de los guetos, etc., nos llegan hoy artistas «a lo occidental», con sus obras rentabilizables (vendibles, consumibles) debajo del brazo. A su lado, los creadores anónimos, las factorías populares, las formas tradicionales de producción de objetos estéticos, etc., tienden a extinguirse, aunque hayan dejado un «rastro» importante en el mundo rural-marginal. Se diversifica así el resultado (obras y artistas con otros «formatos», otras referencias, otras connotaciones…), pero en el sometimiento a Lo Mismo estético, sometimiento a las categoría y a los usos occidentales. ¿Y si la misma idea de «estética», de «obra de arte» y de «artista», no fuera más que una acuñación occidental, un capricho o una manía de solo un puñado de hombres sobre la Tierra?

El mundo rural-marginal

La diferencia rural-marginal está también amenazada… El pastor antiguo, perfecta y exquisitamente «ágrafo», constituye ya una rareza, una curiosidad; y es percibido casi como un «residuo», cuando no como un «fósil». Las aldeas relativamente «sustraídas» del poder del Estado tienden a decrecer; y su marginalidad, de un tiempo a esta parte, ha sufrido un grave deterioro. La crisis de los pequeños agricultores, el abandono de los pueblos y la venta de los rebaños modestos, por la ausencia de «relevo generacional», quisieran convertir en «desierto» lo que, hasta ayer, esplendía como «insumisión». Muchas localidades recónditas, a duras penas accesibles, de media o alta montaña, han terminado «tercerizándose», tras la extinción de la actividad agrícola y ganadera, convirtiéndose en micro-urbanizaciones de veraneo, ámbito de la «segunda residencia» de unos cuantos privilegiados: asentamientos «diversos» para señoritos, hospedaje para los períodos de vacaciones, pero ya no poblados «diferentes». Y no son pocos los núcleos absolutamente deshabitados, literalmente «muertos».

Los indígenas

Las estrategias «fágicas» desplegadas por el sistema tardo-capitalista han abierto el abanico del indigenismo, concediendo cada día menos varillas a su facies sublevada, en «resistencia», diferente. Se sabe de tribus «no contactadas» en Bolivia, en diferentes regiones de la Amazonía; de comunidades muy beligerantes, aferradas a sus «usos y costumbres», a su «ley del pueblo», a su autonomía política y su comunalismo económico, en Chiapas, en Oaxaca, en otros rincones de América Latina. Pero, en muchos países, la norma es un indigenismo claudicante, que sucumbió a la propiedad privada y al mercado, a la escisión en clases y a la asalarización de una fracción de la comunidad. En buena parte de Colombia, por ejemplo, la «diferencia» indígena ha dado paso a una «diversidad» político-ideológica irrelevante; y encontramos indígenas en las listas electorales de los partidos de izquierda, candidaturas indígenas para el Senado, incluso «partidos políticos indígenas». Hace unos años, las calles y plazas de Popayán se llenaron de indígenas en demanda de «un sistema educativo propio», entendiendo por tal escuelas de planta occidental con profesores indígenas y un control indígena del presupuesto… Guatemala ofrece un panorama todavía más desolador; y cabe hablar de la emergencia, en muchas regiones, de un «indigenismo mendicante», absolutamente adulterado y asimilado, que solo aspira ya a merecer el «proyecto» de esta o aquella ONG, alguna subvención estatal, la «caridad» de los países ricos,… Mera «diversidad» en la súplica, y una disolución acelerada de la Diferencia sociocultural… Por no decir nada de los programas anti-indígenas de Chávez, de las tácticas «integradoras» de Evo Morales, de los proyectos avasalladores de la administración brasileña…

Las minorías sexuales

Probablemente, también las llamadas “minorías sexuales” están siendo neutralizadas como ‘diferencia’ y asimiladas en tanto inofensiva ‘diversidad’. Creo que, en relación con los homosexuales, el Sistema ha cambiado de táctica y va dejando atrás las estrategias exclusivas (marginación, discriminación, penalización tácita o efectiva) para abundar en las estrategias inclusivas, asimiladoras. El pasaje no se ha completado y las dos estrategias pueden estar aún conviviendo (una exclusión que se relaja pero no desaparece y una inclusión que va ganando terreno), aunque los indicios hablan de un decantamiento hacia la integración, hacia la absorción. Así, la conceptuación de la pareja homosexual como “pareja de hecho” y su progresiva equiparación legal con las parejas heterosexuales, junto a la posibilidad, abierta en algunos países, de que las familias homosexuales puedan adoptar niños, hacerse —de un modo o de otro— con ‘hijos’, revela el propósito (política e ideológicamente inducido) de encerrar la homosexualidad en los esquemas dados, establecidos, de Familia y Vínculo de Pareja. Una pareja homosexual con hijos es ya, únicamente, una variante ‘diversa’ de la pareja clásica, “familiarizada”.

El Sistema intenta ‘atraer’ a los homosexuales y regular su sexualidad —de ese modo acabaría con la diferencia que hasta hoy connotaban. La ideología de la igualdad (de derechos, de oportunidades, de respetabilidad) le sirve de instrumento en esa tarea: prometer un “trato igual” a la pareja y a la familia homosexual para que, precisamente como ‘pareja’ y como ‘familia’, habiendo abdicado de su diferencia, contribuya a la reproducción del orden social general. El peligro, de cara al Sistema, que implicaba la figura del homosexual, no radicaba en su preferencia de género; sino en el modo en que atentaba contra la institución familiar, uno de los soportes incuestionables del entramado social. “Familiarizado”, el homosexual deja de constituir una amenaza. Habrá familias ‘diversas’, y ya no una decantación erótico-afectiva ‘diferente’…

Los gitanos

Contra la idiosincrasia gitana, los poderes de la normalización y de la homogeneización han desplegado tradicionalmente todo su arsenal de estrategias inclusivas y exclusivas, asimiladoras y marginadoras. Se ha pretendido sedentarizar al colectivo gitano; y se ha puesto un delatador empeño en escolarizar a los niños, laborizar a los mayores, domiciliar a las familias… El éxito no ha sido completo; pero es verdad que, aún a regañadientes, una porción muy considerable de la etnia gitana ha tenido que renunciar a sus señas de identidad, des-gitanizarse, para simplemente sobrevivir en un mundo que en muchos aspectos aparece como la antítesis absoluta, la antípoda exacta, de aquel otro en que hubiera podido ser fiel a sí misma. Otros sectores del colectivo gitano, por su resistencia a la normalización, han padecido el azote de las estrategias excluyentes y marginadoras, cayendo en ese espacio terrible de la delincuencia, la drogadicción, el lenocinio y la autodestrucción.

La tribu gitana, nómada, enemiga de las casas y amante de la intemperie, con niños que no acuden a la escuela y hombres y mujeres que no van a la fábrica, indiferente a las leyes de los países que atraviesa,…, era un ejemplo de libertad que Occidente no podía tolerar; un modelo de existencia apenas ‘explotable’, apenas ‘rentabilizable’ (económica y políticamente); un escarnio tácito, una burla implícita, casi un atentado contra los principios de fijación (adscripción) residencial, laboral, territorial, social y cultural que nuestra formación socio-política aplica para controlar las poblaciones, para someterlas al aparato productivo y gestionar las experiencias vitales de sus individuos en la docilidad y en el mimetismo.

La hipocresía del reformismo, particularmente la del “reformismo multiculturalista” (que extermina la Diferencia alegando que su intención es la de salvaguardarla), se ha mostrado casi con obscenidad en esta empresa de la domesticación del pueblo gitano. Recuerdo esas urbanizaciones proyectadas para los gitanos pensando —se decía— en su ‘especificidad’ (“en contacto con la naturaleza”, vale decir en los suburbios, en el extrarradio, donde el suelo es más barato y los miserables se notan menos; con patios y zonas destejadas para que pudieran ser felices contemplando sus luceros, sus lunas, sus estrellas, “de toda la vida”; con corrales y establos para sus “queridos” animales, caballos o burros, perros, algunas cabras, etc.; habitaciones amplias donde cupiera todo el clan; etc., etc., etc.) y a las que, en rigor, solo tengo una cosa que objetar: están muy bien, pero les faltan ruedas —pues esta gente ama el camino. ¡Ponedle ruedas y serán perfectas! Recuerdo los programas “compensatorios”, o “de ayuda”, con los que en las Escuelas se pretendía doblegar la altiva e insolente personalidad de los gitanos descreídos e insumisos. ¡Qué horror!

El asociacionismo obrero

A la par que se persigue la asalarización de la mayor parte de la población del Planeta, también se pretende mundializar el modelo de asociacionismo obrero, de supuesta ‘auto-organización de los trabajadores’, que mejor sirve al control y explotación de esa mano de obra universal: el sindicalismo de Estado, con su parafernalia de sindicalistas-liberados, subvenciones institucionales, apoyo material de la empresa, circo de las elecciones sindicales, falseamiento de la democracia de base, conformación de estructuras jerárquicas y burocráticas, etc.

Esta fórmula, adornada con cierta ‘diversidad’ en las siglas (en España: UGT, CCOO, CGT, etc.), con cierta singularización en la letra pequeña de los manifiestos y en el eco apagado de las filiaciones ideológicas, se va a imponer en todo el globo sobre la aniquilación de aquellas otras formas de “autodefensa” obrera que no se miran en el espejo estatal/occidental: modelos de auto-organización de los trabajadores que desconfían del tutelaje empresarial-gubernamental, que ven en cada subvención institucional un caramelo envenenado, que retienen savia obrera en sus cauces y han esquivado el peligro de la burocratización; entidades autónomas, en ocasiones temporales, que nacen de la exigencia de reunir y coordinar esfuerzos ante los abusos de la Empresa y el desinterés de las administraciones, y que no buscan forzosamente su normalización-regularización legal, etc.

La vida cotidiana

También en la esfera cotidiana, y en lo que atañe a la privacidad de cada individuo, se deja notar esta tendencia a suprimir (debilitar, ahogar) la Diferencia. Es como si existiese una “policía social anónima”, una vigilancia de cada uno por todos los demás, que pesquisa nuestras decisiones, que registra nuestros actos y presiona para que nuestros comportamientos se ajusten siempre a la Norma, obedezcan a los dictados del “sentido común” y sigan la línea marcada por las costumbres. Una policía social anónima que se esfuerza, sin escatimar recursos, en que no nos atrevamos a diferir, no nos permitamos la deserción, no nos arriesguemos a la ‘mala fama’, no sintamos la seducción de esa terrible y maravillosa soledad de los luchadores desesperados —soledad de las personas que resisten persuadidas incluso de la inutilidad de su batalla, que combaten sin aferrarse ya a ninguna Ilusión, a ninguna Quimera, que luchan sencillamente porque perciben que está en juego lo más valioso, si no lo único, que conservan: su dignidad…

No se puede dudar de la verdad de esta “represión anónima”, a la que se han referido Horkheimer (“conciencia anónima”), Marcuse, Fromm y tantos otros en el pasado y, hoy mismo y en nuestro país, López-Petit, valga el ejemplo; y que casi todos hemos padecido en alguna ocasión o padeceremos toda la vida. Hay en los manicomios muchos hombres que le plantaron cara por decisión o fatalidad… Esta “policía de los ojos de todos los demás” trabaja también para que la Diferencia se disuelva en Diversidad y los irreductibles se consuman en el encierro o en la marginación. Podrían contarse tantas historias…

***

Mejor no continuar. Los «indicios» de la disolución de la Diferencia en Diversidad son innumerables; saturan todas las dimensiones de la existencia humana contemporánea…

Antes de dejar este asunto, quisiera sin embargo introducir una matización: no me gusta pensar que es la Diferencia misma la que se gestiona, la que se gobierna. He leído páginas de Calvo Ortega en las que habla de un «gobierno por la diferenciación», y no deseo suscribirlas. No es la Diferencia en sí la que se administra, sino la Diversidad en tanto forma degradada, vacía, de la Diferencia. Con este matiz escapo al «idealismo negativo» que sugiere que todo está controlado y todo está perdido. No soy apocalíptico: creo aún en el peligro de la Diferencia resistente y en la posibilidad de una lucha desesperanzada por su defensa y preservación.

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NOTAS

1) El Proyecto Moderno es un proyecto de orden homogéneo, con aspiración universalista, que parte de una cadena de «incondicionalidades», de abstracciones, de trascendentalismos y principios metafísico-idealistas; y que se ha revelado incapaz de tomar en consideración el dolor de los sujetos empíricos (Subirats). Intransigente frente a las diferencias, propenso a las cruzadas culturales y a resolverse en una u otra forma de despotismo político (fascismo histórico, estalinismo, democracia real), como subrayaron Foucault, por un lado, y Horkheimer y Adorno, por otro, el programa de la Ilustración fue inseparable desde el principio de las campañas de matanzas sistemáticas (recordemos el jacobinismo francés) y no ha sido ajeno en absoluto a la génesis intelectual del Holocausto (G. Bergfleth). En nombre de la Razón (y de todos sus conceptos filiales: Progreso, Justicia, Libertad,…), bajo su tutela, se han perpetrado genocidios y crímenes contra la Humanidad; y es por la pretendida excelencia de esa misma Razón (Moderna, Ilustrada) por lo que Occidente se autoproclama juez y destino del Planeta, fin de la Historia, aplastador de toda diferencia cultural, ideológica, caracteriológica, etc. La homologación «global», la homogeneización casi absoluta de las conductas y de los pensamientos, la uniformidad ideológica y cultural, el isomorfismo mental y psicológico de las gentes de la Tierra, están de algún modo ya inscritos en los conceptos y en las categorías de la Ilustración. Es la Modernidad misma, nuestra Razón Ilustrada, la que prepara y promueve, a escala mundial, el acoso y derribo de la Diferencia…

(2) En París, por ejemplo, hallamos a los africanos de los barrios del Centro, con su ropa y su psicología sustancialmente «occidentalizadas», viviendo y pensando a la europea, hombres que han sido asimilados, recuperados; y, por otra parte, a los africanos de los distritos de la periferia, de las zonas suburbiales, desesperadamente aferrados a sus vestimentas, a sus costumbres, viviendo como en un gueto, procurando conservar sus tradiciones, condenados a una existencia sumamente difícil, en precario —forman parte del subproletariado, de la llamada «nueva pobreza»— agonizando como «diferencia» que no ha querido o no ha podido disolverse en mera «diversidad»…

azul
Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 4 de junio de 2018

BIO-POÉTICA DE LA LUCHA

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF) with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on junio 2, 2018 by Pedro García Olivo

De delantales, caníbales y “trabajadores de la educación”

1.
LE DIJERON DEMASIADAS COSAS, PERO NO LE HABLARON DEL DELANTAL

Le dijeron que el sentido de la vida era el trabajo, pero él no le encontró sentido a su vida hasta que dejó de trabajar.

Le dijeron que en la Escuela se enseñaba y se aprendía, pero las cosas realmente importantes él las aprendió fuera de la Escuela y lo que enseñó en ella fue solo sumisión y adaptación al infierno de lo social.

Le dijeron que la política podía cambiar el mundo, pero él, para cambiar de verdad “su” mundo, tuvo que dar la espalda a la política.
Le dijeron que el amor apasionado, romántico, era terrible y podía llevar al asesinato del ser amado, pero él, que amaba con pasión, no sentía el menor deseo de dañar a quien estimaba y le daba igual que lo tacharan, a propósito, de romántico.

Le dijeron que las tareas domésticas eran feas, esclavas, indeseables, pero él empezó a disfrutar el día en que aceptó limpiar la casa para sus gentes queridas, procurarles alimentos, cocinar para ellas, cuidarlas, sobre todo cuidarlas.

Lo que no le dijeron es que, cuando fríes en la cazuela, el aceite salta y te puede manchar la ropa, en particular las mangas. Y aprendió entonces, fuera del trabajo y de la escuela, por amor y para seguir cuidando de los suyos sin echar a perder por eso toda su escasa vestimenta, a colocarse un delantal sobre el pecho, aunque terminara pareciendo no sé qué cosa.

Nunca le dijeron que la libertad podía llevar delantales…

2.
EL FACTOR CANÍBAL
(Pinceladas sueltas desde un otoño en Argentina)

Me dice la señora que, para evitar el asalto de su tienda, tiene que pagar una cantidad mensual a la Policía. También me explicó que los ladrones son niños que acabaron en las comisarías y fueron obligados, por la Policía misma, a robar en las tiendas. Los polis recaudan por “proteger” a los comerciantes de los menores apresados que convirtieron en atracadores. Luciano Arruga se negó y fue asesinado por los Defensores del Orden… Canibalística de las gentes armadas al servicio del Estado…

Subes a un bus y el conductor decide si debes pagar o no por el trayecto. Sus amigos no pagan, las personas por las que siente simpatía o interés tampoco. Los demás sí, todos y siempre. A las gentes, en su mayoría, no les parece mal que esto sea así: están acostumbradas. Procuran, más bien, caerles en gracia a los chóferes, para viajar también gratis. Canibalística de las gentes desarmadas que reclaman servicios al Estado…

Varios niños secuestrados en los últimos días en la circunscripción de Haedo. Se dice que para el tráfico de órganos, la explotación laboral o la prostitución. Son conocidos los vehículos de los raptores: Ada y yo vimos uno de ellos circulando por nuestra calle. Un auto destartalado, con plástico negro en el lugar de una de las ventanas, conducido por un tipo de aspecto casi tan devastado como devastador. Me asusté, la verdad, aunque mis órganos no sirvan ya a ese mercado, poco pueda dar mi cuerpo para la explotación del trabajo y nadie pagaría ni un céntimo por un prostituto tan risible. Canibalística de las gentes armadas o desarmadas que obtienen ingresos, o se labran un trono, aparentemente por fuera del Estado.

Mujeres con miedo, más que justificado, a caminar solas por las noches. Las cifras de las violaciones, de los femicidios, son escandalosas. Y es que son demasiados los varones que se prodigan a cada minuto en todas las gestualidades de la “hombría”, de la “virilidad”, de la perpetuación del “machismo”. Muchos andan de un modo que a mí se me antoja grotesco, como si les pesaran las extremidades inferiores y tuvieran que señalar con el bajo vientre la dirección de sus pasos. Canibalística de género.

Hay personas, por la ciudad, que llevan “uniforme”. Quienes se dedican a la enseñanza primaria, a menudo. También los ejecutivos y los funcionarios de alto rango, con sus trajes de chaqueta. Los albañiles, los mecánicos, los carniceros… no caminan por las vías públicas centrales, si pueden evitarlo, con la ropa de trabajo. Es como si a estos les avergonzara manifestar lo que hacen y a aquellos les gustara exhibirlo. Descuartizar una vaca está peor visto que descuartizar a un alumno. Pero todos quieren disfrutar de un asado… Canibalística jerarquizante.

Se vota al fascismo neoliberal, y se vota en masa, agradeciéndole su apuesta descarada por el mundo de la Empresa, por las inmundicias del Capital.

Argentina caníbal allí donde Europa también lo es, si bien por vías disimuladas, no tan obscenas, me hallo persuadido de que aún más temibles.

3.
MENTIRAS AMBULANTES, ESOS PRETENDIDOS “TRABAJADORES DE LA EDUCACIÓN”

Está bueno esto de trabajar en la Universidad. Lo tuve entre ceja y ceja durante muchos años y al final lo conseguí. Está bueno porque cobro bastante y no trabajo tanto. Además, laboro a cubierto, a salvo del clima y de los rigores de la intemperie. Y está bueno porque las gentes me miran de un modo especial, casi con respeto, como si yo fuera, en algún sentido, mejor que ellas. Y a mí eso me gusta…

Está bueno, pero podría estar mejor. Para que esté mejor haremos huelgas docentes pidiendo el aumento de nuestras remuneraciones y otras ventajas corporativas. Y diremos que, al mirar de esta forma egotista nuestros bolsillos y defender airadamente nuestros intereses particulares, estamos dando un “ejemplo” de lucha a la sociedad; les diremos que “enseñamos” incluso cuando faltamos al aula. Pareceremos semi-dioses…

Estará cada vez mejor, pero nos está faltando una cosa: a los que venimos de la izquierda no nos gusta que nos sugieran que, trabajando para el Estado, servimos a la Opresión. Nos hace falta un discurso racionalizador de nuestra práctica, justificativo de nuestra situación de privilegio; y se lo pedimos a gentes que comparten nuestro estilo de vida y nuestras ambiciones.

Estas gentes DIRÁN que somos “trabajadores”, “trabajadores de la educación”; y que, por tanto, estamos del lado de la fracción social explotada a la que incumbiría, cuando tome consciencia de su situación material y de su rol histórico, cambiar el mundo en beneficio de todos. Somos casi “proletarios de la enseñanza”, con nuestros sindicatos y nuestras reclamaciones laborales, como todos los obreros. Dirán que ya no somos “apóstoles”, “predicadores”, “domesticadores”, etc., sino valedores de la Crítica y sustentadores de la esperanza revolucionaria.

Estas gentes NO DIRÁN que, según Marx, “el Estado de una sociedad dividida en clases es el Estado de la clase dominante”, por lo que todos aquellos que “trabajan” para el Estado lo hacen en realidad para la clase dominante. No dirán que somos “funcionarios”, el factor carnal de esos “aparatos ideológicos del Estado” imprescindibles, como recordaba otro marxista, apellidado Althusser, para reproducir el Capitalismo. No nos remitirán a aquellas hermosas palabras redactadas por un marxista encarcelado (los días en que el marxismo era un peligro y podía llevarte al presidio ya pasaron: ahora, en América Latina, el marxismo te lleva a la Universidad y a veces incluso al Gobierno), el italiano Antonio Gramsci, para quienes los docentes ejercían, lo admitan o no, de “funcionarios del consenso”.

NO DIRÁN que, más allá de ese “reduccionismo economicista” desde el que se amparan (hablándonos de “produccion social”, “excedente”, circulación de la “plusvalía”, etcétera), el perfil psico-político y la forma de cotidianidad que caracteriza a los profesores es, exactamente, la del “funcionario”, la de ese “envenenador de la existencia” en términos nietzscheanos. Aburguesados a más no poder, sus vidas son una muerte confortable.

NO DIRÁN, con J. Keane, que el colectivo socio-laboral que más ha matado, torturado, violentado, etcétera, a lo largo de los últimos siglos es precisamente el de los “empleados del Estado”, los “trabajadores públicos”, los “funcionarios”, entre los que se ubican los profesores.

Pero, digan lo que digan, callen lo que callen, prediquen lo que prediquen en las aulas, y aunque exijan a sus alumnos que, de alguna manera, hablen bien de ellos en sus ejercicios y exámenes, quienes por fortuna no somos profesores, o ya no somos profesores, sabemos, sin lugar a dudas, de qué lado están y de qué lado viven: son el Poder y viven del Poder, son Estado y son Capitalismo, son y viven como Mentiras Ambulantes.

Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
1 de junio de 2018

EL “CAPITALISMO DE ROSTRO HUMANO” Y SUS PALABRAS

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Indigenismo with tags , , , , , , , , , , , , on May 21, 2018 by Pedro García Olivo

“Globalización” como “occidentalización”

“El discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual, se lucha; aquel poder del que quiere uno adueñarse”, se ha dicho. Y se da, entonces, una conflagración por las palabras, contra las palabras y en las palabras. Nos robaron expresiones ayer beligerantes, como “revolución”, “igualdad”, “libertad”, “fraternidad”, “comunidad”, “autonomía”, etcétera, y las re-semantizaron para hacerlas servir a la justificación de lo establecido y, en ocasiones, a este o aquel negocio, a una u otra forma de mercado.

“Revolución” es el nombre de un montón de cafés y restaurantes en Europa, de varias tiendas de ropa en el mundo, de decenas de canciones… Se sabe que es una “marca” rentable. Aparece también en las siglas de minúsculos partidos de izquierda, organizaciones sostenidas por grupos de acomodados que anhelan lavar su sucia y mala consciencia de integración en el capitalismo con el jabón de de expresiones extremosas (palabras ayer incendiarias, habitadas por muchos, que hoy ya no se dejan caminar, que en absoluto cabe vivir). Aunque las manchas quedan…

Nos roban palabras, desde siempre; pero también nos envenenan con nuevos vocablos, altamente contaminantes en el ámbito político e ideológico. Si nos acostumbramos a usarlos, aceptamos sin darnos cuenta su terreno de juego (conservador o meramente reformista). Nos intoxican con conceptos que connotan mucho más de lo que denotan, términos que han sido pensados para tachar otros, para hacernos olvidar otros. Es el caso de “globalización”, invención léxica que procuro evitar en mis trabajos. Hace años, y para despedirme de ella, compuse el siguiente texto, que obedecía a una ambición desenmascaradora:

“Globalización” como “occidentalización”
1)
La palabra…
Si, desde el punto de vista que he adoptado, la docilidad de la ciudadanía y la disolución de la Diferencia en inofensiva Diversidad constituyen los dos rasgos capitales de Occidente, conviene añadir enseguida que esos dos preocupantes caracteres se hallan hoy en proceso de globalización, ya que nuestra Cultura avanza decididamente hacia su hegemonía planetaria -Occidente se va a “universalizar”: esta es la verdad y el contenido principal del término globalización. “Globalización” es “occidentalización” (mundialización del Capitalismo liberal), o no es nada…
Globalización aparece, pues, como una nueva palabra para aludir a una realidad ya vieja, designada por otras palabras: la realidad de la occidentalización del Planeta, de la hegemonía universal del Capitalismo. Pero no es una palabra inocente, y su función consiste en tachar lo que “occidentalización” e “imperialismo económico y cultural” sugieren. Produce la impresión de un ‘convivencia en armonía’, de una ‘coexistencia pacífica y enriquecedora’, entre partes distintas situadas al mismo nivel de fortaleza. Global… Hablar de “occidentalización” supone, por el contrario, señalar una imposición, una generalización coactiva; y subrayar una pérdida, una reducción complementaria de lo no-occidental. Mientras la palabra globalización desiste de delatarnos, de acusarnos, el término “occidentalización” nos identifica como representantes de una cultura avasalladora, irrespetuosa con lo extraño, con lo diferente. Globalización alimenta aún la engañifa del diálogo intercultural, la mentira de una suma de civilizaciones; es, por utilizar una expresión antigua, un término “ideológico”…

2)
El negocio…
Pero aún más: “Occidentalización” no renta como “Globalización”… En tanto término ‘económico’, inversión lexicográfica, soporte de un negocio editorial, de unas ventas de libros que lo incluyen en sus títulos, de un encadenamiento de conferencias retribuidas, de congresos, debates, intervenciones televisivas, etc., “Globalización” se erige en un nuevo estímulo, una nueva ocasión para la revitalización de la factoría cultural -de la máquina universitaria. “Occidentalización”, “imperialismo”, etc., se habían gastado; hacía falta una nueva palabra para seguir produciendo, para continuar vendiendo, rentabilizando…
“Globalización” emerge, sin duda, como un fenómeno de moda cultural, de ambiente filosófico pasajero, como lo fueron el de la “crisis de la Razón”, el de la “muerte del Hombre” (o del Sujeto), el de la “Postmodernidad”, el del “Fin de casi todo” (Fin de la Historia, Final de la Ideología, Fin de la Educación, Final de lo Social, Fin del Tiempo, etc.). Grandes montajes económico-culturales con escasa aportación analítica y teórica detrás… Temas que polarizan la atención de los autores y de los lectores, de los creadores y del público, durante unos años, con un apoyo mediático considerable y con el propósito inconfesado de reanimar la producción y el mercado cultural, surtiendo a la vez títulos de justificación (de legitimación) al orden político-social vigente. Y esto es, quizás, lo más importante…

3)
El servilismo político-ideológico de la nueva literatura…
La literatura de la globalización está sirviendo para un rearme ideológico del Capitalismo; está proporcionando una nueva ‘legitimidad’ al orden económico-político dominante. Trabaja, pues, para la conservación de lo dado y para la obstrucción de los afanes de la crítica. Desde un enfoque antiguo, se diría que es una temática regresiva, reaccionaria… Expresiones como “Retos de la Globalización”, “Desafíos de la Globalización”, “Tareas de la Globalización”, etc., (títulos de ensayos, de ‘reflexiones’, que invaden las revistas, los Congresos, las portadas de los libros, las charlas televisivas, las conferencias universitarias,…) connotan, una vez más, la perspectiva reformista -cuando no inmovilista- de que, estando ya bajo el umbral de Lo Inevitable, Lo Intocable, Lo Incuestionable (la sociedad ‘globalizada’; es decir, la implantación universal del modelo burgués de sociedad), solo cabe, en lo sucesivo, aspirar a corregir excesos, afrontar desafíos, superar retos, emprender tareas reparadoras, enmendar errores concretos, subsanar pequeñas anomalías, matizar los perfiles de unos procesos de todas formas irreversibles, etc.

4)
Pensando en el “nuevo mundo globalizado”, Galbraith apuesta por un Capitalismo de rostro humano. Ese es el sistema por cuya universalización declama… A. Giddens, testimoniando la incorporación de la izquierda anglo-americana a esta retórica, aboga por unos gobiernos de “centro-izquierda” para la sociedad globalizada; unos gobiernos inspirados en el laborismo inglés, pero “más avanzados” -habla de “alentar una renovación social y económica”, de “prestar atención a las inquietudes ecologistas”, de “reformar el mercado laboral”, de “limar desigualdades”, de “resolver los problemas de las mujeres”, de “revisar los modelos dados de familia”, etc. “La desigualdad -nos dice- es disfuncional para la prosperidad económica en el mercado mundial. En conjunto, las sociedades más desiguales parecen menos prósperas (y menos sólidas) que las sociedades con menos desigualdades. ¿Por qué no lanzar una ofensiva concertada contra la pobreza dentro de una estrategia para incrementar la competitividad económica ‘global’?”. Resulta que, desde el nuevo punto de vista, la desigualdad y la pobreza ya han dejado de ser ‘males’ en sí mismas, lacras objetivas, y ahora aparecen solo como ‘pequeñas deficiencias’ que habría que subsanar en beneficio de la competitividad económica global, de la prosperidad del mercado global. Aquí se percibe cómo la literatura de la globalización parte de una aceptación implícita, y en ocasiones explícita, de lo establecido, y solo se abre -en los autores que aún se presentan como “de izquierdas”- a un timorato reformismo conservador. Subsiste, en la base de estos planteamientos, una fetichización del crecimiento económico, de la competitividad material, convertidos en bienes absolutos, nuevos dioses laicos, lógicas eternas e inmutables, fin de todos los fines… Todo ha de disponerse para que este novísimo motor de la historia funcione como debe funcionar…
Giddens suspira, significativamente, por lo que llama centro radical. “El centro-izquierda no excluye el radicalismo -nos cuenta-, de hecho persigue desarrollar la idea del centro radical (…). Quiero decir, con esto, que existen problemas políticos necesitados de soluciones radicales, pero para los que se puede recurrir a un amplio consenso interclasista”. La misma postura reaparece en John Gray, que también se incursiona por estas temáticas de los retos de la Globalización. En el nuevo contexto del mundo globalizado, de la actual “globalización del mercado de trabajo y de los mercados de capitales”, las prácticas socialdemócratas -apunta- se revelan tan inoperantes e inviables como las prácticas neoliberales puras. Se precisa, entonces, otra cosa, algo muy parecido al “centro-izquierda” (o “centro radical”) de Giddens: “Habrá que idear -explica- instituciones y políticas que moderen los riesgos a los que la gente se ve sometida, y que le hagan más fácil conciliar en sus vidas la necesidad de relaciones duraderas con los imperativos de la supervivencia económica. Habrá que hacer más equitativa la distribución de conocimientos especializados y de oportunidades”. Gray se inclina, de forma vaga y vaporosa, hacia un sutil intervencionismo del Estado, pero en sentido no-socialdemócrata; y hacia una humanización de las instituciones y de las prácticas liberales (“A menos que sean reformadas de manera que su funcionamiento sea más tolerable en términos humanos, las instituciones liberales de mercado sufrirán una merma de legitimidad política”, concluye). Su punto de partida coincide con el de Giddens, con el de Galbraith (y de Rorty, y de Taylor, y de Habermas, y de Walzer, y de Rawls, y de casi todos los autores hoy ‘en candelero’, las cabezas visibles del Pensamiento Único…): “No hay alternativa defendible a las instituciones del capitalismo liberal, aún cuando hayan de ser reformadas”.
El Capitalismo de Rostro Humano: he aquí la meta; he aquí la última, y acobardada, utopía. (Que el Capitalismo cambie mañana de rostro, ¿no constituye, aunque disminuida y casi indigna de su nombre, una “utopía”, la más miserable y desmadejada de las conocidas hasta hoy? ¿Dónde está el cirujano, dónde la técnica plástica? ¿Cómo soñar, después de haber vivido un día, abiertos los ojos, que el Capitalismo puede hermanarse de corazón al Humanismo? El Capitalismo será siempre lo que ha sido hasta ayer, lo que está siendo hoy mismo. ¡Terrible patraña, la de alegar que podemos hacerlo otro sin que deje de ser él mismo! Como ha señalado Emil M. Cioran, el liberalismo constituye una farsa sangrienta que inauguró su historia con una soberbia campaña de matanzas -el Terror francés- y que, desde entonces, siempre ha guardado una guillotina en su trastienda).

5)
En España, Adela Cortina, por ejemplo, propone también como una de “las grandes tareas de nuestro tiempo”, y ante el “imparable proceso de globalización”, una “transformación ética de la economía” (“economía social”), para “hacerla capaz de asumir sus responsabilidades” y a fin de que no quede “socialmente deslegitimada”… Darle rostro humano a la economía capitalista, en resumidas cuentas, para que no se nos torne ‘odiosa’ en su proceso de globalización… Como los autores anteriores, aboga por un “Estado limitado”, que no puede abandonar por completo a los individuos pero que tampoco ha de acabar con su esfera de autonomía, como ocurriera bajo el comunismo. Y, en la línea de Walzer, deposita su fe en “el potencial transformador de la sociedad civil” (organizaciones voluntarias, asociaciones, opinión pública, cultura social, nuevos movimientos ciudadanos, revitalización de las profesiones,…). En definitiva, ante los retos de la Globalización, un poco de trabajo para el Estado (“social”) y mucha confianza en lo que pueda dar de sí la “sociedad civil”; todo ello, por supuesto, dentro de las coordenadas de este Capitalismo que hay que humanizar, reformar, pero que ya no cabe rebasar…
A la sombra de Rawls y Habermas, J. de Lucas convierte los “Derechos Humanos” y “la fuerza del Mejor Argumento” (el argumento ‘más razonable’) en el tribunal competente para dirimir los conflictos entre las diferentes concepciones, tradiciones culturales y pretensiones valorativas que el “proceso de globalización” pondrá irremediablemente sobre la mesa. Los “Derechos Humanos” no son considerados, por este autor, como una mera realización occidental (algo que incluso el conservador Rorty ha tenido que admitir), sino como “el producto de la conciencia histórica de justicia y de las luchas sociales en pos de la libertad y de la igualdad” -una especie de conquista de la Humanidad, un valor universal, incondicional, eterno. Pensando en el correlato jurídico del Nuevo Mundo Globalizado, en los usos de justicia a los que deberá someterse la Humanidad toda, De Lucas ‘decreta’ que “todo lo que resulte incompatible con los Derechos Humanos habrá de renunciar a encontrar cobertura jurídica”. Y así resume su postura, ingenua, idealista y racionalizadora de la pretendida excelencia de Occidente: “Que el pluralismo sea en sí un valor no significa necesariamente que haya que poner en pie de igualdad todas y cada una de las distintas ideologías, tradiciones culturales y pretensiones valorativas, sobre todo cuando se trata de extraer pautas de conducta, deberes y derechos. La preferencia entre ellas (…) debe obedecer a lo que nos parece como más razonable después de argumentar (…). Hay que distinguir entre pretensiones que resultan razonablemente dignas de la protección y garantía que comporta su reconocimiento como derechos, y las que no se hacen acreedoras a ese instrumento”. Detrás de la “indiscutibilidad” de los Derechos Humanos y de la “fuerza del Mejor Argumento” se esconde sin duda Occidente (formación que encarna esos “derechos” y que presumiblemente “argumenta” mejor), con su complejo de superioridad, parte y juez, contendiente y árbitro, de los conflictos y discusiones interculturales en el mundo ‘globalizado’…
Pero, ¿qué es, en realidad, un “derecho humano”? El Islamismo político conceptúa el interés bancario, ya lo he anotado, como un flagrante atentado contra el “derecho humano” a obtener, en caso de necesidad, un préstamo sin recargo, un dinero a salvo de la usura. ¿Qué diría de eso Occidente, tan orgulloso del poder de sus bancos? Y, ante una controversia que involucra principios filosóficos, cuestiones de hondura, y ya no solo matices de opinión, ¿dónde está y donde no está el “mejor argumento”? Las tesis de J. de Lucas, que no constituyen más que una retranscripción de las de Habermas y Rawls, entre otros, basadas en apriorismos, peticiones de principio, valores genéricos, etc. -de hecho, se insertan en la tradición kantiana-, aparecen hoy como un mero artefacto metafísico para justificar y legitimar la occidentalización ético-jurídica del Planeta. No de otra forma cabe entender, como veremos, el “Derecho de Gentes” de Rawls o la “Sociedad Liberal de Grandes Dimensiones” de Taylor…

6)
Al repasar toda esta literatura de la Globalización, se tiene la impresión de que, ante la certeza del inminente exterminio de la diferencia cultural, los filósofos de Occidente han empezado ya a lavarse las manos, cuando no a justificar cínicamente lo injustificable. Sabedores de que se está produciendo un choque, una batalla cultural, no ignoran qué formación se hará con la victoria. Nada temen, pues. Pertenecen al bando que ha de triunfar; y eso les garantiza que sus propias realizaciones, sus libros, sus tesis, podrán asimismo ‘globalizarse’, imponerse planetariamente. Les irá bien…
Pero son “filósofos”, y no les está permitido mirar a otra parte. Algo deben decir, algo han de aconsejar (a los poderes políticos, al común de las gentes, a sus estudiantes). Arrancando de la tradición kantiana, y recalando en los trabajos recientes de Habermas, Apel, Rawls, etc., ya es posible justificar la mundialización de las ideas ‘occidentales’ de Justicia, Razón, Democracia,… Estos autores parten siempre de cláusulas supuestamente transculturales, de categorías pretendidamente universales, y las conclusiones que alcanzan en Occidente (las conclusiones a que ha llegado Occidente) las consideran perfectamente extensibles a todo el Planeta. Los “pragmáticos” tipo Rorty, anti-kantianos, alardeando de un sano empirismo, no pueden hablar el mismo lenguaje, y se revelan más relativistas, más contextualistas. Pero su celebrado pragmatismo les conduce a no hacer nada “por adelantado”: será lo que tenga que ser y, sobre la marcha, haremos lo que juzguemos oportuno…
“No podemos dejar de ser Occidentales y leales con los nuestros”, advierte Rorty. Y enseguida llegan los subterfugios: “No impondremos nada a las otras culturas, pero ‘propondremos’. Les diremos: esto nos ha ido bien a nosotros, mirad si a vosotros también os funciona (…). Creo que la retórica que nosotros los occidentales empleamos al intentar que toda otra comunidad se asemeje más a la nuestra se vería mejorada si nuestro etnocentrismo fuera más franco y nuestro supuesto universalismo menor. Sería preferible afirmar: he aquí lo que, en Occidente, consideramos resultado de abolir la esclavitud, de escolarizar a las mujeres, de separar la Iglesia y el Estado, etc. Y he aquí lo ocurrido tras empezar a tratar ciertas distinciones interpersonales como algo arbitrario y no como algo cargado de significado moral. Puede que, si intentáis darle este tratamiento a vuestros problemas, os gusten los resultados”. Subterfugio grosero, no cabe duda, pues Rorty sabe que nuestros criterios se van a implantar bajo coacción (en lugar de ser ‘libremente adoptados’); y porque raya en la infamia estimar que el Otro puede aproximarse de ese modo, sin temor, sereno y reflexivo, al “ejemplo” que le suministra Occidente, a la “propuesta” que le dejamos caer tan desinteresadamente, como si lo pusiéramos todo en sus manos. Rorty se olvida de la lógica económica de dependencia que deja a ese ‘otro’ a nuestra merced, del poder de los medios de comunicación occidentalizadores, de la fascinación de los modelos aristocráticos (hoy euro-americanos) subrayada hace años por G. Duby,… Se olvida del interés concretísimo de las llamadas “burguesías externas”, de la orientación de sus gobiernos (tan a menudo dirigidos por nuestras multinacionales),… Se olvida de la situación económica, se olvida de los procesos ideológicos, se olvida de la historia,… En realidad, no se olvida de nada: finge olvidarse, y quisiera que a sus lectores les flaqueara al respecto la memoria… “Desechar la retórica racionalista heredada de la Ilustración permitiría a Occidente aproximarse a las sociedades no-occidentales como si obrase con ‘una historia instructiva que relatar’, y no representando el papel de alguien que pretende estar empleando mejor una capacidad universal”, nos dice. ¿Una historia instructiva que relatar?
Rorty, en el fondo, pugna por dulcificar y llevar de la mejor manera, más elegantemente, la occidentalización de la Tierra. Apuesta por un acercamiento al Otro menos arrogante, pero con las mismas intenciones… No en balde es un filósofo conservador, feroz partidario de la “democracia representativa” -y nunca “participativa”: “En términos políticos, la idea de democracia participativa me parece un objetivo muy poco realista. Podríamos considerarnos afortunados si conseguimos generalizar la democracia representativa como realidad política”.
Esta postura de Rorty (el pragmatismo) nos demuestra que la crítica contemporánea de la metafísica, el antilogocentrismo ambiente, el anti-racionalismo, la negación del Proyecto Moderno y de los mitos de la Ilustración, etc., han sido también absorbidos, recuperados, por el pensamiento conservador -por una fracción ‘renovadora’ del mismo-, en la línea de lo que Foster y Jameson llamaron Postmodernismo de reacción.
Hay, pues, dos modos de legitimar la occidentalización del Planeta, una “idealista” y otra “pragmatista”. Así las ha definido el propio Rorty:
“Cuando las sociedades liberales de Occidente piden a las del resto del mundo que emprendan ciertas reformas, ¿lo hacen en nombre de algo que no es puramente occidental -en nombre de la moralidad, de la humanidad o la racionalidad? ¿O son simplemente expresiones de lealtad hacia ciertas concepciones locales, occidentales, de justicia? Habermas respondería afirmativamente a la primera pregunta. Yo diría que son expresiones de lealtad hacia cierta concepción occidental de justicia, y que no por ello son peores. Creo que deberíamos abstenernos de afirmar que el Occidente liberal es mejor conocedor de la racionalidad y de la justicia. Es preferible afirmar que, al instar a las sociedades no-liberales a emprender esas reformas, lo único que hacen las sociedades liberales de Occidente es ser fieles a sí mismas”. Parece convincente este “relativismo” de Rorty, pero oculta lo fundamental: con la invitación (irritante eufemismo, pues deberíamos decir “forzamiento”) a las ‘reformas’ no hacemos solo un acto de fidelidad a nosotros mismos; sino que procuramos sentar las bases del dominio político-militar y de la explotación económica de las mencionadas sociedades por los países del Norte… Paralelamente, la apelación al “mejor argumento” y la noción de “razonabilidad” de Rawls “limitan la pertenencia a la Sociedad de las Gentes a aquellas sociedades cuyas instituciones incorporan la mayoría de las conquistas obtenidas por Occidente desde la Ilustración, tras dos siglos de esfuerzos” (R. Rorty).
Al final, Rorty comparte con Rawls, con Habermas, etc., el “complejo de superioridad de la cultura occidental”, y es también un apóstol de la occidentalización -solo que por vías más astutas, sutiles, casi insuperablemente pérfidas: “No niego que las sociedades no-occidentales hayan de adoptar costumbres occidentales contemporáneas, como abolir la esclavitud, practicar la tolerancia religiosa, escolarizar a las mujeres, permitir los matrimonios entre miembros de distintas razas, tolerar la homosexualidad y la objeción de conciencia ante la guerra, etc. Como alguien leal a Occidente, estoy convencido de que han de hacer todas esas cosas. Coincido con Rawls acerca de qué cosas han de contar como razonables, y qué tipo de sociedades hemos de aceptar, en cuanto occidentales, como miembros de una comunidad moral de carácter global”. Resulta que la “occidentalización jurídica y moral” de todo el globo se justifica como mera consecuencia de la lealtad a la propia comunidad -que es la más poderosa-; y que la llamada “comunidad moral de carácter global” se fundamenta en nuestra particular visión de la moralidad y de la justicia. No solo se globaliza la moral de Occidente, sino que se profundiza el potencial represivo de dicha disposición ética: abolir la esclavitud, pero para afianzar la nueva servidumbre del trabajo asalariado; practicar la tolerancia religiosa, pero asegurándose de que subsistan las iglesias, esas “hermanas de la sanguijuela” (por utilizar una expresión de Lautréamont); escolarizar a las mujeres, para moldear también, en el conformismo y en la indistinción, la subjetividad femenina; permitir los matrimonios entre distintas razas, de modo que el color de la piel no sea un obstáculo para ese “fin de la experiencia” (Lawrence) que la institución familiar garantiza; tolerar la homosexualidad, pero siempre señalándola con el dedo y con una mueca de asco en el rostro; permitir la objeción de conciencia, pero solo ante la guerra (¿por qué no ante la Escuela, por ejemplo?); etc.
“La justicia como lealtad extensiva” (título de un trabajo de Rorty) quiere decir, para este autor, en definitiva, que ‘hoy’ es perfectamente “fiel” a Occidente -y se muestra convencido de la preferencia, de las ventajas comparativas de nuestras prácticas e instituciones-, y que ‘mañana’ podrá ser suficientemente “fiel” (leal) a la Comunidad Moral Global en la medida en que esta incorpore las conquistas ético-jurídicas de Occidente. Se trata de llegar al mismo destino de Rawls, Habermas y Apel, pero por trayectorias no-kantianas: de ahí la necesidad de un nuevo concepto, el de lealtad extensiva, a fin de evitar las ‘incondicionalidades’ de los alemanes y del inglés. Pero la meta es la misma: glorificar una Sociedad de las Gentes que coincide con la nuestra universalizada…

7)
El neo-pragmatismo norteamericano, que halla en Rorty uno de sus voceros más carismáticos y en Dewey un venerado inspirador, proclama abiertamente que “la democracia (representativa) tiene prioridad sobre la filosofía”: la reflexión ha de partir de la Democracia, sus exigencias, sus posibilidades, sus expectativas; y no de un ‘apriori’ filosófico, de un supuesto externo, ajeno a la misma. Se piensa para la Democracia… “Cuando una concepción filosófica ha querido fundamentar un proyecto político, las consecuencias se han demostrado nefastas”, pontifica Rorty. El pensador pragmatista lleva, como Dewey, como Rorty, una doble vida: una como filósofo y otra como comentarista político; carece de todo programa político, pues es “un experimentalista, atento a los cambios de la situación y dispuesto a avanzar nuevas propuestas, a acometer la nueva problemática intentando algo distinto, sin aferrarse a grandes principios ideológicos” (Rorty). Esta prioridad de la democracia y esta ausencia de grandes principios ideológicos, lleva a fundar la ‘bondad’ del régimen liberal ya no en algo exterior, como un criterio teorético o un concepto filosófico, sino exclusivamente en sus “ventajas comparativas” respecto a las restantes formas de organización política. “Los filósofos han ansiado desde siempre ‘comprender’ los conceptos, mientras que para un pragmatista sería preferible ‘transformarlos’ de manera que sirvan mejor a nuestros intereses comunes”, concluye Rorty.
Como se apreciará, el pragmatismo procede siempre desde la aceptación de la democracia (representativa) como un bien absoluto; para justificar esa alabanza se alude a “mejorías objetivas” frente a otras formas de organización, lo que de nuevo evidencia aquella autocomplacencia enfermiza de la sociedad capitalista. Considera que la filosofía debe estar al servicio de la generalización de la Democracia; y que no puede ir “por delante”, examinándola, reorientándola, cuestionándola de acuerdo a principios externos. Con ello, se invalida la filosofía como herramienta de la crítica político-social y de la transformación ético-jurídica. De un modo efectista, Rorty reprocha a los filósofos admitir sin excepciones alguna forma de autoridad, y no ser lo bastante parricidas (por subordinarse a la idea de Dios, de Progreso, de Razón,…); pero el pragmatismo tiene también su propio Dios, su propio forma de autoridad, su propio Padre: la Democracia Liberal. He aquí el tremendo conservadurismo de un autor y de una corriente supuestamente iconoclastas: derivan de la aceptación de lo existente y disponen todos sus argumentos en la línea de un reforzamiento y una generalización (universalización) de lo instituido en Occidente -esos “nuestros intereses comunes”. Frente a las filosofías europeas, el pragmatismo se propone como el pensamiento a globalizar por excelencia, pues su vínculo con la democracia liberal y el tipo de sociedad que esta protege es más transparente, más cristalino, más límpido… Constituirá la “apuesta americana” para la filosofía del Planeta…
Me he detenido en el neopragmatismo norteamericano porque, involucrado en todas las temáticas de la Globalización, aparece como una de las vías más francas de justificación de la occidentalización en curso. La tradición kantiana alemana se presenta como una segunda vía, muy transitada hoy. Como si miraran hacia otro lado, pero legitimando también el imperialismo político-cultural de Occidente, las literaturas de la sociedad civil y los posicionamientos ecléctico-moralizantes de los filósofos ex-contestatarios (ex-marxistas, ex-socialistas, ex-izquierdistas radicales,…) completan de algún modo el panorama contemporáneo de las narrativas centradas en la mítica de la globalización”.

Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 21 de mayo de 2018.

(El camión rojo de la Coca-Cola entrando en el territorio autónomo zapatista, donde “manda el pueblo y el gobierno obedece”. Bajo el auspicio del EZLN, las comunidades decidieron, en asambleas, prohibir el consumo de bebidas y de sustancias embriagantes, aunque fueran tradicionales. Pero ni el Ejército de Liberación Nacional ni el indigenismo zapatista pusieron freno a la Coca Cola… Fotografía tomada en Roberto Barrios, caracol zapatista de la Selva Norte, Chiapas, 2005)

DESENLACE SOCIAL-CÍNICO DEL “PRINCIPIO IZQUIERDA”

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF) with tags , , , , , , , , , , , on May 19, 2018 by Pedro García Olivo

Saber lo que se hace y seguir adelante

Con el ascenso de la Ilustración, el principio izquierda no tiene más remedio que volverse «cínico». Pudo congeniar con ella, cuando esta blandía sus filos críticos contra las anacrónicas legitimaciones feudales; y, de hecho, se dejó investir, refundar, por el discurso de la Modernidad. El principio izquierda brilla así por derecho propio en la atmósfera intelectual que envuelve la génesis de la Revolución Francesa y en sus primeras fases, mientras aparecía como un poder de contestación, una instancia «negativa», una herramienta de desmontaje. Pero, conforme se erige en «administración», en poder regulador (por fuerza, de conservación), conforme derriba a su adversario y lo «sustituye» en la cúpula del Estado, sus filos críticos se embotan (1), iniciando una loca carrera hacia el cinismo que hoy se manifiesta casi con obscenidad en todas las actividades englobadas bajo el rótulo de «lo social» y, particularmente, en el ámbito de la lucha, de las movilizaciones, de la praxis efectiva.

1
Cuando la izquierda se erige en “administración”… La denuncia pionera de Graco Babeuf

Graco Babeuf, el «tribuno del pueblo», señala, con una lucidez estremecedora, el «instante del peligro» en el proceso revolucionario francés (2). Como anotara Walter Benjamin, a mediados del siglo XX, «el peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a los que lo reciben. En ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase dominante» (1975, p. 180-1). Y Babeuf lo detecta con dolor: «Gobierno revolucionario: talismán que oculta todos los abusos» (1975, p. 13). Cuando describe la táctica del silencio a que se acogen los izquierdistas adheridos a la maquinaria del Estado, pronto instalados en la estructura del gobierno, dispuestos a involucrarse en las labores de la organización, identifica ya uno de los rostros del cinismo contemporáneo, por aquellas fechas «callado», hoy insoportablemente locuaz. Babeuf, tal un psicólogo de inspiración nietzscheana, practicando ese análisis psico-político en el que tanto ha redundado el autor de Crítica de la razón cínica, denuncia, escandalizado, el travestismo de los viejos patriotas, de los antiguos revolucionarios, que «cambian de código», arrinconan sus propios principios radicales y se disponen a colaborar con la Administración, a integrarse en los escalafones del gobierno —bajo la excusa de que solo así cabe transformar la realidad, de que es preciso «tomar las instituciones», luchar «desde dentro» del sistema político establecido (3).

2.
Mezclándose necesariamente en las vilezas de la represión. La socialdemocracia como “muy inteligente perro sanguinario”

Que el principio izquierda hubiera de mezclarse desde entonces, necesariamente, en las vilezas de la represión marca una constante histórica, un ingrediente de ese cinismo devenido al fin signo de los tiempos: en tanto «cuento de hadas monstruoso», que diría Cioran (1980, p. 46), cristalizó, bajo el emblema de la guillotina, en el período que execramos como El Terror, lo mismo que, un siglo y algunos años después, se manifestaría en los gulags y en el tracto histórico denominado «estalinismo». El extraño anhelo de Sade (una revolución dentro de cada revolución, una lucha destructiva al interior de cada efecto consolidado de la destrucción) (4) nos hubiera mantenido, al menos, a salvo de este «viaje de regreso» de los proyectos revolucionarios, constituyente, en términos de Sloterdijk, de una suerte de «cinismo señorial» (2006, p. 161-9 y 365-371): se continúa esgrimiendo un discurso de la «crítica» y de la «transformación», de la «igualdad» y de la «autodeterminación», del «gobierno del pueblo por el pueblo» y de la «equidad sustancial», mientras las prácticas apuntan hacia la «justificación» y la «conservación», la «desigualdad de hecho» (bajo un nuevo orden del privilegio) y la «administración de la vida», el «gobierno del pueblo por unas minorías ilustradas» y la «inequidad definitiva». Con una perspectiva de la que carecía Babeuf, Anatole France señalaría la circunstancia «inaugural» más reveladora de todo este proceso: el liberalismo se acompañó, nada más acariciar la idea de un asentamiento en el poder, de un campaña de matanzas sistemáticas (5).
Desde entonces, defender, a pesar de todo, los principios y los valores de la Ilustración precisamente al socaire de intenciones «progresistas» o «izquierdistas», empezó a oler mal, cada vez peor. Y molesta el tufo a racionalización de la socialdemocracia, que reclutó a Marx para el cinismo y más tarde se despidió, también cínicamente, de su legado. En «El inteligente perro sanguinario. Una elegía socialdemócrata», Sloterdijk sintetizó, con sobrada elocuencia, en unas escenas brutales, todo este fenómeno de la «división» (de la «escisión», de la «esquizofrenia») que estigmatiza a los afanes izquierdistas cuando se instituyen como un momento de la organización, como un poder ávido de auto-legitimación, como un elaborado burocrático. Afincada en la cúpula del Estado, sustentada por un poderoso aparato político, nutrida por una intelligentsia de origen «escasamente popular», la dirigencia socialdemócrata, tal una jauría homicida, dará una y otra vez la orden de fuego contra los descontentos, contra las masas, incluso contra sus propias bases, siguiendo el patrón establecido en 1919…

«Por orden de Ebert, en estos días y noches, se liquidó a tiros la revolución de Berlín (…). Ebert se había decidido a poner el lema «calma y orden» por encima de la nueva configuración revolucionaria, rica en perspectivas, de la situación alemana (…). Ebert y Noske reunieron las tropas reaccionarias de voluntarios (…). Sobre quienes tenían que disparar estas tropas (…) no era un grupo de conspiradores ultraizquierdistas. Eran en su mayor parte masas de obreros socialdemócratas a las que resultaba obvio que, tras la bancarrota de la burguesía feudal del Estado de los Hohenzollern, debía surgir un nuevo orden social democrático que sirviera a los intereses del pueblo (…). Ebert, Scheidermann y Noske, a los ojos de las masas, ya no eran verdaderos socialdemócratas (…). El 11 de enero, el Cuerpo de Cazadores voluntarios Maercker («Por fin otra vez soldados de verdad») marchaba sobre una manifestación por los barrios del oeste burgués de Berlín. A su cabeza, un civil, alto, con gafas, Gustav Noske, «socialdemócrata». Así se imaginaba él lo que llamaba «asumir la responsabilidad»: ponerse a la cabeza de una tropa irresponsable (…) y reaccionaria. Algunos días más tarde los asesinos, protegidos socialdemocráticamente, de la «División de Guardia de tiradores de Caballería» mataban a las mejores cabezas de la revolución: Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht (…). El nombre de Noske se convirtió a partir de entonces en el símbolo del aparente realismo socialdemócrata. «La era Noske» es una expresión que recuerda el asesinato en pro de la calma y el orden repetido miles de veces. Designa los sangrientos meses de enero a mayo de 1919, en los que en Alemania un gobierno socialdemócrata ahogó un movimiento de masas en su mayor parte socialdemócrata, con clara tendencia reformista en los modos (…). El papel desempañado por Noske lo convirtió en un cínico de la tendencia más burda. Su concepto de «responsabilidad» tenía la tonalidad de un desafío cínico que se hace fuerte profesando su propia brutalidad «desgraciadamente necesaria». «Alguien tenía que ser el perro sanguinario…». En esta trágica consigna de la contrarrevolución socialdemócrata se percibe ya un aliento fascista» (2006, p. 613-4).

Para el caso de la revolución rusa, I. Babel ya lo había captado también tempranamente, anotándolo en su Diario de 1920 y teniendo la desgracia de «ejemplificarlo» con su propio encarcelamiento y posterior ejecución, acusado de «actividades anti-soviéticas». «El modo en que llevamos la libertad —apuntó— es horrible» (1992, p. 104): no se puede expresar mejor, ni con mayor concisión, la manera en que el principio izquierda se vuelve loco cuando toma el poder… Como Saturno en el cuadro de Goya, dios hecho monstruo,la Revolución, fuera de sí, enajenada, devora a sus hijos (6).

3.
Una mentira homicida: «No hay más cura para las heridas de la Ilustración que una radicalización de la Ilustración misma»

Siempre cabe, por supuesto, sostener que el monstruo no es un monstruo, sino solo un enfermo; y que se puede curar homeopáticamente, administrándole la sustancia misma que produce su dolencia. «No hay más cura para las heridas de la Ilustración que una radicalización de la Ilustración misma»: este sería, según Habermas, y como anoté más arriba, el «credo» de los profesores de Frankfürt, que no ven un monstruo en la Ratio, en el Proyecto Moderno, sino más bien un enfermo susceptible de restablecer, de sanar, mediante la inoculación de una sobredosis de Razón y de Modernidad misma (1986, p. 102).

No fueron pocos los «patriotas» que, como Danton y como Robespierre, no quisieron admitir del todo la corrupción del proceso revolucionario y soñaron con reconducirlo, curarlo, llevarlo de nuevo a los cauces saludables del proyecto emancipatorio (7). Pero, frente a ellos, se plantó Babeuf, con los ojos abiertos, más abiertos de lo que exigía su propia autoconservación: fue guillotinado.

Y no fueron pocos los «bolcheviques» que, como Medvedkin, no quisieron aceptar del todo que el jardín del socialismo se había llenado de malas hierbas y que las flores todas se habían secado. Pero, frente a ellos, se plantó Babel, con los ojos demasiado abiertos: fue ejecutado (8).

Y no están siendo pocos los «socialistas», los «socialdemócratas», los apologistas del Estado del Bienestar que, como Habermas, ven todavía en la Modernidad un «proyecto inconcluso» y no quieren asumir del todo que esa Comunidad Liberal de Grandes Dimensiones (Taylor) por la que suspiran se está fundando de hecho en las guillotinas del geno-etnocidio, del avasallamiento político-cultural y de la explotación socio-económica «global» (9). Pero, frente a ellos, se plantan gentes como Bergfleth, como Dussel, como Cioran, etcétera, tan alejados en lo teorético unos de otros, abriendo los ojos allí donde la terapia oficial contra «el malestar en la cultura» (una cultura que se presiente despótica) aconseja cerrarlos: están siendo simbólicamente fusilados.

4.
¿Por qué el “posmodernismo de resistencia” molesta tanto a los fundamentalistas de izquierda?

Curiosamente, esta definición «totalitaria» de nuestra formación cultural, inhabilitada conceptualmente para tolerar la Diferencia, pasa desapercibida siempre a los hagiógrafos del Proyecto Moderno, que descubren «ideologías fundamentalistas» por todas partes (en el Islam, en el comunismo, en el ecologismo radical, en los movimientos alternativos, en determinadas propuestas pacifistas y feministas, en las concepciones del postmodernismo, etc.; expresiones, todas, del «dogmatismo» y del «irracionalismo», según A. Künzly y T. Meyer, entre otros), salvo en sus paupérrimas, redundantes y sustancialmente acríticas apologías de la democracia liberal. La particular saña con que descalifican el llamado postmodernismo de resistencia (Foster)(10) revela, por lo demás, que se han sentido «afectados» por sus invectivas, por la desacralización de una Razón que, en lo sucesivo, será señalada por su responsabilidad en las destrucciones (de los individuos, de los pueblos, de la naturaleza,…) y en los horrores de los últimos tiempos, promotora del aniquilamiento de Lo Diferente (Bergfleth: «Razón y terror son intercambiables», «democratización significa adaptación, y adaptación es homogeneización»). Véase, a este respecto, el acento con que Arnold Künzly denigra a los «postmodernos»:

“Quedan los «postmodernos». Este multicolor tropel de superficiales filosóficos, acróbatas lingüísticos del cuchicheo, vaporizadores del sentido que brillan por su incomprensibilidad, nietzscheómanos, freudistas y heideggeristas, este quijotismo filosófico recreativo que ha erigido la Ilustración y la Razón en sus particulares molinos de viento, tras los cuales presuponen las causas de todos los desastres de esta época y contra los que arremeten con incansable bravura a lomos de sus esqueléticos rocinantes conceptuales. La diversión del espectáculo desaparece por completo, sin embargo, cuando se ve con qué argumentos se esgrime y qué irracionalismos se predican. Se podría dejar tranquilamente a su suerte a esta moda, que parece conquistar el ámbito lingüístico alemán gracias, esencialmente, al carisma de su origen parisino, si no fuera porque tratan de destruir precisamente lo que hoy tan imperiosamente necesitamos en la polémica con el fundamentalismo: Ilustración y Razón” (1990, p. 76) (11).

INSISTENCIA

En la contemporaneidad, el principio izquierda se vuelve «social-cínico»; y su doblez se percibe tanto en el ámbito de la administración, cuando toma el poder como socialdemocracia, Estado del Bienestar, liberalismo progresista, etc., como en el dominio de la protesta, de la reivindicación política y de la praxis social pseudo-antagonista.

——–

NOTAS

1) Véase, a este respecto, Dialéctica de la Ilustración, de T. W. Adorno y M. Horkheimer. En «Crisis de la Razón», Horkheimer caracterizó también, de un modo sintético, el marco general de este proceso (en Sociológica, Taurus, Madrid, 1980).
2) Véase el escrito que G. Babeuf tituló «El Manifiesto de los Plebeyos» (en El Tribuno del Pueblo, 2005, México, Ediciones Roca, p. 52-4).
3) Consúltese «¿Qué hacer?», de Graco Babeuf (op. cit., p. 107-8).
4) Para esta lectura del pensamiento de Sade, remito a «La razón de Sade», texto de M. Blanchot, en Lautréamont y Sade, 1990, México, FCE, p. 11-63).
5) En este sentido, y retomando la perspectiva de Anatole France, Emil M. Cioran aglutinó las ideologías, que gustan de auto-proclamarse «emancipatorias», bajo el rótulo de «farsas sangrientas» (véase la «Introducción» de La caída en el tiempo, 1986, Barcelona, Planeta-De Agostini, p. III).
6) Para la intelección de esta metáfora, véase «Los ojos de la locura», texto que incluí en Cadáver a la intemperie (2013, p. 390-4).
7) Aspecto muy bien reflejado en el film Danton, del director polaco Andrzej Wajda (1983).
8) Remito a El último bolchevique, ensayo fímico de Chris Marker a propósito del cineasta ruso A. I. Medvedkin (1992).
9) Para una crítica de esos posicionamientos, afines al liberalismo social o a la socialdemocracia, véase «El mito de la sociedad civil», «Literaturas de la Globalización» y «La deriva del pensamiento que un día se nombró contestatario», composiciones que formaron parte de El enigma de la docilidad (2005) y reaparecen en Cadáver a la intemperie (2013, p. 109-142).
10) Como señala H. Foster, «en la política cultural existe hoy una oposición entre un posmodernismo que se propone deconstruir el modernismo y oponerse al status quo, y un posmodernismo que repudia al primero y elogia al segundo: un posmodernismo de resistencia y otro de reacción» (La Posmodernidad, Madrid, Kairós,1985, p. 11).
11) Opiniones vertidas en el libro Zur Kritik der pala vernden Auf klärung (Munich, 1984, p. 17 y p. 186), citado por A. Künzli, con fines crítico-satíricos, en «En defensa de un pensamiento radical contra el fundamentalismo» (en Debats, núm. 32, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim-IVEI, 1990, p. 76). [Este ensayo forma parte del libro Fundamentalismus in der modernen Welt, (1989) Meyer Th. ed., Suhrkamp Verlag]

BIBLIOGRAFÍA

Adorno, T. W. y Horkheimer, M., (1990) Sociológica, Madrid, Taurus.
Babel, I., (1992) Diario de 1920, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim-IVEI.
Babeuf, G., (1975), El Tribuno del Pueblo, México, Ediciones Roca.
Benjamin, W., (1975) «Tesis de filosofía de la historia», en Discursos Interrumpidos, Madrid, Taurus.
Cioran, E. M., (1986) La caída en el tiempo, Barcelona, Planeta-De Agostini.
Habermas, J., (1986) «Perfíl filosóficopolítico. Entrevista con Jurgen Habermas», en Materiales de Sociología Crítica, Madrid, La Piqueta.
Künzli, A. (1990) «En defensa de un pensamiento radical contra el fundamentalismo» (en Debats, núm. 32, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim-IVEI).
Sloterdijk, P., (2006) Crítica de la razón cínica, Madrid, Siruela.

Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

18 de mayo de 2018

EL EDUCADOR COMO ARISTÓCRATA

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Aproximación a las aporías del proselitismo de izquerdas y al daño causado por la pedagogía autonombrada “crítica”, “libertaria” o “transformadora” en los entornos no-occidentales. Los pueblos originarios de América Latina como ventana

¿Cómo explicar que los dos bandos en litigio, el bando del horror y el de la esperanza, consideren la escuela como su arma? ¿Cómo comprender que el demonio y el ángel se guiñen con disimulo un ojo ante el espectáculo descorazonador de una infancia intermitentemente encarcelada? ¿Quién se equivoca, atendiendo a sus proyectos explícitos y a sus secretas intenciones? Ante un niño enclaustrado, adoctrinado, disciplinado, evaluado…, ¿quién, poder o anti-poder, gobierno o pueblo, capital o trabajo, ideología o cultura, tiene motivos para sonreír?

1. Las aporías del proselitismo “de izquierdas”

En el primer lustro de la década de los ochenta cooperamos con el sandinismo en una comunidad de desplazados de guerra del norte de Matagalpa. Algunos europeos daban clases a los niños indígenas en la Escuela de planta occidental de San José de las Latas. Bastaba con atravesar el umbral de la puerta para percibir un detalle que, en aquel tiempo, no había ningún interés en disimular: estábamos ante un centro de adoctrinamiento intensivo. Los pósteres que llenaban las paredes, los temas de las redacciones, el núcleo del “currículum”,…, todo, absolutamente todo, giraba en torno a la causa sandinista. A nadie puede sorprender esta índole “proselitista” de la Escuela de la revolución en un contexto de “guerra no declarada”, soportando casi cotidianamente las acometidas de La Contra y ante el reforzamiento del “quintacolumnismo” civil, sufragado por los Estados Unidos. Sin embargo, aunque comprensible, el proselitismo de izquierdas, el adoctrinamiento ‘bienhechor’ de los insurgentes, encierra enormes peligros, atestiguados por la historia de la escuela; estalla en irresolubles aporías.

No se puede negar que las escuelas zapatistas de los territorios autónomos chiapanecos desempeñan, asimismo, un papel adoctrinador. Sobra con reparar en las asignaturas… El “promotor de educación” de la Comunidad Ojo de Agua, que daba clases en el poblado y también ayudaba en las escuelas de otras localidades de la Selva Norte, a varias horas de camino, nos describió, en agosto de 2005, el “plan de estudios” zapatista. “Tiene como dos brazos”, nos dijo. Matemáticas, Lengua (castellana e indígena), Vida y Medio Ambiente, e Historia, por un lado; “Integración”, por otro. El adoctrinamiento se manifiesta en que la asignatura de “Integración”, que constituye por sí sola uno de los dos brazos, en lo esencial se resuelve como análisis de las “Trece Demandas Zapatistas”; y en que en Historia solo se enseñaban los hitos del México Contemporáneo, a partir de la Revolución, con un énfasis especial en el movimiento campesino y en el alzamiento zapatista del 94 (si se introducían referencias “externas”, estas tenían por objeto el Movimiento Obrero y las ideologías anticapitalistas). Un “sano” adoctrinamiento, pues, si es que el adoctrinamiento tiene algo que ver con la “salud”.

La organización “curricular” puede experimentar cambios, adaptarse a condiciones locales, plegarse a solicitudes de la coyuntura; puede variar notablemente de una a otra región, reformarse con el paso del tiempo,… Pero sería faltar a la verdad negar la hegemonía aplastante de la temática zapatista dentro del conjunto de las materias, y las intenciones expresamente ‘adoctrinadoras’ de los promotores de educación y de los “formadores de promotores”.

Si bien los zapatistas aciertan en su crítica de los programas “vigentes” en las Escuelas del Mal Gobierno (propaganda más que “información”, enmascaramiento y distorsión de la realidad social y nacional, difusión de los mitos del Sistema Capitalista, de la representación del mundo propia de la clase dominante mejicana), luego confeccionan unos temarios de reemplazo demasiado cerrados, casi de nuevo dogmáticos, que sirven de soporte a unas prácticas en las que la proclividad proselitista no puede ocultarse, entrando en contradicción, y esto es lo más importante, con los propósitos declarados de formar hombres “críticos”, “moral e ideológicamente independientes”, autónomos, dueños de su pensamiento y de su voluntad, “ilustrados” (en la insuperable acepción de un Kant que, en esta ocasión, no se parece demasiado a sí mismo: “Ilustración es la salida del ser humano de su minoría de edad, de la cual él mismo es culpable. ‘Minoría de edad’ es la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin dirección de otro… ¡Ten el coraje de servirte de tu “propio” entendimiento! es, en consecuencia, la divisa de la Ilustración”). Los mercenarios de la educación capitalista nunca han situado ahí su meta: la Escuela debía servir para el mercado y para la política; la educación era heterónoma, miraba hacia fuera, tal un instrumento. Ha sido el pensamiento disconforme, anticapitalista, insumiso, de todas formas occidental, el que ha conferido a la educación una misión “interna”, un cometido “propio”, una labor que le confiere “autonomía”, afincándola en un ámbito específica y exclusivamente humano, en la prescindencia de todo aval económico o político. Le cabría, entonces, la más digna de las tareas: la de inculcar el hábito de la crítica, de desatar los ‘buenos demonios’ de la imaginación, de alimentar la creatividad insomne, la independencia más acre, la ilustración kantiana.

No hay contradicciones en el proselitismo de derechas: consigue lo que quiere y hace lo que dice, como revela, para el caso mejicano, un análisis reciente de Mario Aguilar (1). La contradicción está en la izquierda, entre las filas de los insurgentes, los rebeldes, los anticapitalistas; y les asalta por haber admitido la fórmula escolar, por haberse rendido ante ella, y no haber sido lo bastante “críticos”, “independientes”, “autónomos”, “dueños de su pensamiento”, etc., ante el prejuicio escolar, ante la “vaca sagrada” de la Escuela, por recordar la metáfora de Ivan Illich. Los educadores zapatistas reproducen así, en cierto modo, la aporía que habitó entre los proyectos de sus viejos inspiradores ‘pedagógicos’ (Ferrer Guardia, los pedagogos libertarios de Hamburgo, Neil,… valga el ejemplo, por un lado; Makarenko y los educadores de la pos-revolución soviética, por otro; y el propio Freire, con sus seguidores, al lado de un multiforme experimentalismo pedagógico libertario sudamericano, casi insinuando una tercera vía). Y no se trata de “errores personales”, de fallos individuales o colectivos subsanables: es la propia estructura de la escuela, la lógica docente, la “forma” educativa que nombramos Escuela, la que induce fatalmente al adoctrinamiento, la que aboca sin remedio al proselitismo.

Para ello ha sido decisivo que los procesos oficiales de elaboración y transmisión del saber separen artificialmente la órbita de la “creación-recreación cultural” (que Occidente asigna a las Universidades y otros centros de investigación) de la órbita de la “transmisión-divulgación de la cultura” (dominio de la Escuela). Allí donde solo se transmite, el adoctrinamiento es insalvable. Adorno y Horkheimer dedicaron páginas preciosas a este asunto. Incluso el “mito”, tan ajeno al ámbito educativo estatal, señalaron en el ensayo Concepto de Iluminismo, se degrada en doctrina si hace presa en él la lógica escolar de recopilación y crasa divulgación: “En el cálculo científico del acontecer queda anulada la apreciación que el pensamiento había formulado en los mitos respecto al acontecer. El mito quería contar, nombrar, manifestar el origen: y por lo tanto también exponer, fijar, explicar. Esta tendencia se vio usufructuada por el extendimiento y la recopilación de los mitos, que se convirtieron enseguida, de narraciones de cosas acontecidas, en doctrina.” En El irresponsable, y a un nivel casi impúdicamente empírico, nosotros abundamos en la denuncia de la mencionada separación (2).

Distinto era el caso de la “educación comunitaria indígena” y, en general, del grueso de los procedimientos informales (no-oficiales, no-estatales, no-regulados por la administración) de socialización de la cultura: aquí los escenarios y dispositivos de la transmisión del saber son asimismo los dispositivos y escenarios de su producción; en ellos, la cultura se difunde pero también se crea. Donde el mito, por poner un ejemplo, se “cuenta”, también se “rehace”, se “reinventa”; donde se rememoran mitos tradicionales, se forjan, a su vez, mitos nuevos. La interacción comunitaria, en su informalidad, en su no-institucionalización, esquiva de ese modo el peligro del adoctrinamiento puntual, aun cuando deba satisfacer una demanda de subjetivización. En ella, el receptor del legado cultural, que, de hecho, no puede distinguirse absolutamente del emisor, y no está separado del mismo, retro-actúa sobre ese legado y no se somete meramente a él: no se concibe como un “depósito” que llenar (tal los alumnos de las escuelas), sino como un productor de saberes y de conocimientos que trabaja entre saberes y conocimientos resguardados por la tradición.

Como se apreciará, en modo alguno hacemos nuestra la “perspectiva liberal” que proclama, como valores supremos de la ciencia y como exigencia de la educación pública, la “objetividad”, la “imparcialidad”, la “verdad”, el “realismo”, la “fidelidad a los hechos”, etc., y que denuncia como “manipulaciones” o “tendenciosidades” todos los esfuerzos críticos por trascender y arrumbar su territorio ideológico. El promotor de educación de la comunidad zapatista, como el educador de la escuela “libertaria” europea, o el propiciador de la enseñanza “autogestionaria” latinoamericana, no “adoctrina” por una nociva inclinación de su carácter o por un déficit de precaución, de prevención y protocolo, en la exposición o en la metodología didáctica; no adoctrina por faltar a la “neutralidad” y caer en el “subjetivismo”: adoctrina porque trabaja en una Escuela, porque es el suyo un oficio sobredeterminado por el a priori filosófico y por la estructura misma de la institución escolar. Diríamos que la Escuela es, por definición, proselitista y enemiga de la verdadera autonomía moral e intelectual, adoctrinadora y hostil a la sensibilidad crítica, secuestradora metódica del pensamiento y de la voluntad libres; y que los maestros, profesores, educadores,… son los resortes de que se sirve, sus herramientas carnales.

La historia de la Escuela y de sus salvaguardas pedagógicas ofrece muchos ejemplos de este influjo corruptor que ejerce la forma escolar sobre las excelentes intenciones de los educadores “reformistas”, muchas manifestaciones de la “aporía” constituyente del proselitismo de izquierdas (3). Desprendiéndose de esta aporía, surge un dilema al que habrán de enfrentarse los educadores zapatistas. Si privilegian el objetivo de la “concienciación”, de la “formación ideológica”, habrán de recurrir a procedimientos ‘agresivos’, deplorables desde el punto de vista de toda ética emancipatoria, y cosecharán cierto ‘distanciamiento’, cierta ‘desafección’ por parte de los jóvenes más “críticos”, intelectualmente más “inquietos”. “Para moverme, no necesito que me empujen”, escribió Nietzsche. Y esto será lo que, sin palabras, con su desconfianza y alejamiento, tales estudiantes dirán a sus bienintencionados instructores zapatistas. Y si, por el contrario, exacerban el respeto a la autonomía moral y a la independencia de criterio de los alumnos, y abandonan todo propósito ‘asegurador de la afiliación’, si no directamente ‘reclutador’, advertirán con preocupación que el abanico de las simpatías políticas se abre hasta extremos en los que peligra la hegemonía zapatista y que muchas de las consignas del EZLN, contrastadas con otras o arrojadas al baúl de lo olvidable, se relativizan y hasta se pierden… A efectos prácticos, lo más “mundano” que se puede objetar al proselitismo de izquierdas es, precisamente, que no funciona.

Por otra parte, y como han subrayado Illich y Reimer, registrándose acusadas diferencias al nivel de la pedagogía “explícita” (temarios, contenidos, mensajes,…) entre las propuestas escolares ‘conservadoras’ y las ‘progresistas’ o ‘revolucionarias’, no ocurre lo mismo en el plano de la pedagogía “implícita”, del currículum oculto, donde se constata una sorprendente afinidad: las mismas sugerencias de heteronomía moral, una idéntica asignación de roles, semejante trabajo de normalización del carácter, etc. Para estos autores, el revisionismo de los temarios, la confección de programaciones alternativas, nunca podrá considerarse un instrumento efectivo de la praxis transformadora, pues, sujeto a veces a afanes proselitistas y de adoctrinamiento (que constituyen, en sí mismos, la negación de la autonomía y de la creatividad estudiantiles), queda invariablemente preso en las redes de la “pedagogía implícita” -atenazado y reducido por esa fuerza etérea que, desde el trasfondo del momento verbal de la enseñanza, influye infinitamente más en la conciencia que todo discurso y toda voz. “Poco importa que el programa explícito se enfoque para enseñar fascismo o comunismo, liberalismo o socialismo, lectura o iniciación sexual, historia o retórica, pues el programa latente ‘enseña’ lo mismo en todas partes” observó Illich en Juicio a la Escuela.

Con esta apreciación, nos introducimos en el nivel más general de nuestra crítica: los efectos de la “pedagogía implícita” inherente a toda forma de Escuela (incluida la forma libertaria -en sentido amplio-, de la que se nutren las pedagogías zapatistas) sobre la sensibilidad y el comportamiento de los niños indígenas.

2. Daño infligido a la idiosincrasia indígena por la “pedagogía implícita” de la Escuela

Nuestra charlas con los promotores de educación de distintas comunidades corroboraron que la Escuela zapatista de nuestro tiempo se afinca en la llamada “tradición progresiva” de la Pedagogía Moderna; hace suyas las conclusiones de las corrientes críticas que, desde el socialismo y desde el anarquismo, se batieron contra la infamia desnuda de la Escuela Capitalista. Constituyen, por tanto, un exponente de lo que, en nuestros trabajos, hemos definido como Reformismo Pedagógico.

El promotor de Ojo de Agua nos explicó que, en sentido estricto, no hay “cursos” en la Escuela de la Comunidad: todos los niños entran juntos a la misma aula y allí se les agrupa por niveles (A, B y C). En cada hora o segmento temporal, tres promotores, uno por nivel, entrando también juntos, trabajan con sus grupos de alumnos, adaptando a los diferentes niveles la materia que corresponde a dicho tiempo (Matemáticas, o Historia, o Integración,…). El nivel A es el inferior o elemental y el C el superior. Dentro de una materia y una hora concretas, cada niño se está formando al lado de todos los demás niños de la Comunidad y cada promotor está “enseñando” al lado de los dos restantes. La fluidez y la intercomunicación son absolutas. Las dinámicas procuran incentivar al máximo la “participación” de los alumnos, de modo que la educación pueda conceptuarse como “activa”, esquivando el verbalismo implacable de la tradicional clase magistral y la “pasividad” que fomentaba en los jóvenes. Se insiste en la “motivación” más que en la “imposición”, y se explotan imaginativamente las virtualidades educativas del “juego”, de la “actividad lúdica”. No hay “exámenes”, ni “calificaciones”, hablando con propiedad, aunque de algún modo se ha de discernir si un niño puede pasar al nivel inmediatamente superior o le conviene permanecer un año más en el mismo. Los promotores evitan los castigos y las amonestaciones mediante el diálogo razonado con los niños que generan incidentes, instrumentando la conversación juiciosa y el tratamiento asambleario de los problemas, etc.; pero, en determinados casos, se hace preciso avisar al padre y concertar con él algún “procedimiento correctivo”. La asistencia está controlada, de un modo u otro, por los promotores; y puede estimarse que es obligatoria, aunque en este punto no se haga gala de un celo excesivo. Se procura no imponer nada a los alumnos, contar con ellos, recoger su opinión para cualquier eventualidad que altere la rutina escolar. La Escuela zapatista se presenta como un ámbito formativo basado en el diálogo, la solidaridad y el respeto mutuo, y en la repulsa de toda inclinación profesoral tiránica, de toda proclividad despótica. Los promotores de educación no se escinden del grupo en razón de su cometido cívico, no se especializan y corporativizan: siguen siendo ‘campesinos’ y, como tales, han de trabajar en las parcelas y cumplir con sus deberes físicos comunitarios. Como hubiera gustado a Marx, el trabajo mental no se separa del trabajo manual… Pero, como estos promotores disponen de menos tiempo, y pasan las mañanas en el aula, aceptan las “ayudas” provenientes de sus compañeros, que los sustituyen regularmente en la milpa o los eximen de tareas colectivas puntuales. Se procura, en la medida de lo posible, acentuar la “significatividad” local y étnica de las materias, y se sale con frecuencia del aula, para desarrollar la clase al aire libre, conectando, por esta doble vía, la educación con el medio geográfico y social. Etc., etc., etc.

El modelo de Ojo de Agua no debe considerarse “cerrado” ni “excluyente”. En cada comunidad, las propuestas pedagógicas zapatistas se adaptan a las circunstancias locales, y el patrón educativo puede transformarse, cambiar de naturaleza. En algunas poblaciones cabe ensayar experiencias más ambiciosas, proyectos de mayor complejidad… Pero, en todo caso, se trata siempre de una práctica escolar que, como modulación indígena del Reformismo Pedagógico, apunta hacia una postulación no maximalista de la obligación de asistir a las clases, la reforma o sustitución de los temarios “del gobierno”, el diseño de métodos alternativos tendentes a incrementar la participación de los alumnos (“clases activas”) y la interacción con el medio eco-social, cierto desprestigio y relegación del examen y de la nota, que, de todos modos, no exime de la obligación de “evaluar”, “medir los progresos en la formación”, etc.; y, como telón de fondo, la subrepción del autoritarismo profesoral y la democratización aparente de la enseñanza (involucrando al alumnado en la gestión del aula o del Centro y fomentando los procesos de reflexión y discusión “colectiva” de los asuntos escolares). En otra parte hemos señalado el “punto de llegada” de este Reformismo Pedagógico, ocasionalmente ataviado de “anticapitalismo”:

“Por el juego de todos estos deslizamientos puntuales, algo sustancial se está alterando en la Escuela: aquel dualismo nítido profesor-alumno tiende a difuminarse, adquiriendo progresivamente el aspecto de una asociación o de un enmarañamiento. Se produce, fundamentalmente, una “delegación” en el alumno de determinadas incumbencias tradicionales del profesor; un trasvase de funciones que convierte al estudiante en sujeto/objeto de la práctica pedagógica… Habiendo participado, de un modo u otro, en la Rectificación del temario, ahora habrá de ‘padecerlo’. Erigiéndose en el protagonista de las clases re-activadas, en adelante se ‘co-responsabilizará’ del fracaso inevitable de las mismas y del aburrimiento que volverá por sus fueros conforme el factor “rutina” erosione la capa de novedad de las dinámicas participativas. Involucrándose en los procesos evaluadores, no sabrá ya contra quién revolverse cuando sufra las consecuencias de la calificación discriminatoria y jerarquizadora. Aparentemente al mando de la nave escolar, ¿a quién echará las culpas de su naufragio? Y, si no naufraga, ¿de quién esperará un motín cuando descubra que lleva a un mal puerto? En pocas palabras: por la vía del Reformismo Pedagógico, la Nueva Escuela confiará al estudiante las tareas cardinales de su propia coerción. De aquí se sigue una invisibilización del educador como agente de la agresión escolar y un ocultamiento de los procedimientos de dominio que definen la lógica interna de la Institución.

Cada día un poco más, la Escuela Alternativa es, como diría Cortázar, una “Escuela de noche”. La parte ‘visible’ de su funcionamiento coercitivo aminora y aminora. Sostenía Arnheim que, en pintura como en música, la “buena” obra no se nota -apenas hiere nuestros sentidos. Me temo que este es también el caso de la “buena” represión escolar: no se ve, no se nota. Hay algo que está muriendo de paz en nuestras escuelas libertarias; algo que sabía de la resistencia, de la crítica. El “estudiante ejemplar” que asoma por esos centros es una figura del horror: se le ha implantado el corazón de un profesor y se da a sí mismo escuela todos los días. Horror dentro del horror, el de un autoritarismo intensificado que a duras penas sabremos percibir. Horror de un cotidiano trabajo de poda sobre la conciencia. “¡Dios mío, qué están haciendo con las cabezas de nuestros hijos!”, pudo todavía exclamar una madre alemana en las vísperas de Auschwitz. Yo llevo todas las mañanas a mi crío al colegio para que su cerebro sea maltratado y confundido por un hatajo de ‘educadores’, y ya casi no exclamo nada”.

En “Artificio para domar”. Escuela, Reformismo y Democracia ofrecimos una especie de retrato-robot de estas nuevas tecnologías educativas escolares, nominalmente “progresistas”. Vamos a recuperar, con pequeños retoques y adiciones remarcadas (por corchetes), el hilo de la argumentación de aquel ensayo, pues afecta por entero a la escuela zapatista. De hecho, la “pedagogía implícita” (o “currículum oculto”, o “programa latente”) de la forma libertaria de Escuela, erosiva de la idiosincrasia indígena, se nutre de los cinco aspectos allí reseñados. Por la eficacia entrelazada de esta determinación quíntuple, de poco importa -como diría Illich- que en las aulas autónomas chiapanecas todos los días se enseñen las Trece Demandas o se recuerden las gestas y la legitimidad del movimiento zapatista. De nada sirve, pues el “programa latente” de la Escuela, embellecido por la retórica libertaria, enseña lo mismo en todas partes… He aquí las cinco fuentes del “currículum oculto” sobre el que, desavisadamente, un sector de la izquierda ha querido levantar su vano proselitismo:

1) La aceptación -por convencimiento o bajo presión- de la obligatoriedad de la Enseñanza y, por tanto, el control, ora escrupuloso, ora displicente, de la asistencia de los alumnos a las clases.

Los educadores reformistas aceptan este principio de mala gana, se diría que a regañadientes, y buscan el modo de ‘disimular’ dicho control, evitando el “pase de lista” tradicional, omitiendo circunstancialmente alguna falta, etc. Pero no se da nunca un rechazo absoluto, y explícito, del correspondiente requerimiento “institucionalizador”.

Para claudicar, aún de forma ‘revoltosa’, ante la exigencia del mencionado control, el profesorado “disidente” cuenta con los argumentos de varias tradiciones de Pedagogía Crítica, que aconsejan circunscribir las iniciativas innovadoras, los afanes transformadores, al ámbito de la ‘autonomía real’ del profesor, al terreno de lo que puede efectivamente hacer sin alterar la definición “estructural” de la Institución -por ejemplo, las pedagogías no-directivas inspiradas en la psicoterapia, con C.R. Rogers como exponente; y la llamada “pedagogía institucional”, que se nutre de las propuestas de M. Lobrot, F. Oury y A. Vásquez, entre otros. Recabando la comprensión y la complicidad de los alumnos en un lance tan enojoso, sintiéndose justificado por pedagogos muy radicales, y sin un celo excesivo, el educador progresista controla, de hecho, la asistencia. Ignorando la célebre máxima de Einstein (“la educación debe ser un regalo”), despliega sus “novedosos” y “beneficiosos” métodos ante un conjunto de interlocutores forzados, de ‘partícipes’ y ‘actores’ no-libres, casi unos prisioneros a tiempo parcial. Y, en fin, se solidariza implícitamente con el triple objetivo de esta “obligación de asistir”: dar a la Escuela una ventaja decisiva en su particular duelo con los restantes, y menos dominables, vehículos de transmisión cultural (erigirla en anti-calle); proporcionar a la actuación pedagógica sobre la conciencia estudiantil la ‘duración’ y la ‘continuidad’ necesarias para solidificar hábitus y, de este modo, cristalizar en verdaderas disposiciones caracteriológicas; hacer efectiva la primera “lección” de la educación administrada, que aboga por el sometimiento absoluto a los ‘designios’ de la Autoridad (inmiscuyéndose, como ha señalado Donzelot, en lo que cabría considerar esfera de la autonomía de las familias, la forma instituida de Poder no solo ‘secuestra’ y ‘confina’ cada día a los jóvenes, sino que “fuerza” también a los padres, bajo presiones de muy diverso orden, a consentir ese rapto e incluso a hacerlo viable). He aquí, desde un primer gesto, la doblez consustancial de todo progresismo educativo…

[La educación comunitaria indígena, intrínsecamente hostil a toda idea de un “confinamiento” sistemático de la niñez y de la juventud, respetaba la libertad de la población a la hora de exponerse en mayor o menor medida a su labor socializadora. Ante el ritual, ante la danza, ante el relato del mito,… no hay pase de lista; la posibilidad de conversar con los Ancianos está abierta a todos y no impuesta a todos; el aprovechamiento, de cara a la auto-educación, que cada miembro de la comunidad haga del tiempo de desempeño del cargo público rotativo, no es mensurable; etc., etc., etc. Como el “regalo” del que hablaba Einstein, la educación comunitaria sugiere la idea de una mesa bien provista, con manjares abundantes y variados, de la cual los invitados, todos y cada uno de los miembros de la localidad, pueden servirse libremente, sin cuota ni plazo. Sostenemos que la obligación de ir a las clases, la mera existencia de un calendario escolar y de un horario ‘lectivo’, clausuras impuestas a la infancia lo mismo en los territorios autónomos zapatistas que en los administrados por el Mal Gobierno, han ejercido y siguen ejerciendo una violencia imponderable sobre la sensibilidad indígena; la daña, la mutila, la moldea dolorosamente… Basta con observar los rostros de los niños en tales escuelas, basta con mirarles a los ojos, con retener sus expresiones, para percibirlo: son presos, y están sufriendo. Hay violencia y hay daño.]

2) La negación (en su conjunto o en parte) del temario oficial y su sustitución por “otro”considerado ‘preferible’ bajo muy diversos argumentos -su carácter no-ideológico, su criticismo superior, su ‘actualización’ científica, su mejor adaptación al entorno geográfico y social del Centro, etc.

El “nuevo” temario podrá ser elaborado por el profesor mismo, o por la asamblea de los educadores disconformes, o de modo ‘consensuado’ entre el docente y los alumnos, o por el ‘consejo autogestionario’, o por una organización ‘representativa’ o, en el límite, solo por los estudiantes…, según el grado de atrevimiento de una u otra propuesta reformista.

En el área de las humanidades, en particular, los temarios alternativos de nuestros días apenas sí se distinguen de los ‘oficiales’ por la mayor atención que prestan a los asuntos de crítica y denuncia social; por la apertura a temas eventualmente ‘de moda’, como el feminismo, el ecologismo, el pacifismo, el antirracismo, etc., y a problemáticas de índole regional, nacional o cultural; y por la ocasional asunción de aparatos conceptuales o bien pretendidamente “más críticos” -el materialismo histórico, de forma residual-, o bien presuntamente “más científicos” (jergas “sistémicas”, o funcionalistas, o estructuralistas, o semiológicas,…). Solo entre los profesores de orientación libertaria, los docentes formados en el marxismo y los educadores que -acaso por trabajar en zonas ‘problemáticas’ o socio-económicamente ‘degradadas’- manifiestan una extrema receptividad a los planteamientos “concienciadores” tipo Freire, cabe hallar excepciones, aisladas y reversibles, cada vez menos frecuentes, a la regla citada, con un desechamiento global de las prescriptivas curriculares “oficiales” y una elaboración detallada de auténticos temarios ‘alternativos’. Y en estos casos en que el currículum se remoza de arriba a abajo, surge habitualmente una dificultad en el seno mismo de la estrategia reformista: la finalidad en última instancia ‘adoctrinadora’ de las nuevas programaciones, su vocación proselitista…

[Desde el punto de vista de la “pedagogía implícita” es indiferente el ‘contenido’ concreto de los currícula alternativos, la materia particular de las programaciones y la semántica de los discursos; para ella lo esencial es que exista, de una manera clara, impositiva, un temario, este o aquel, que pesquise la interacción en el aula, “fijando” de qué se puede hablar y, en negativo, aquello de lo que no se puede hablar, los objetos permitidos y los excluidos, al modo de una verdadera policía de la comunicación, ejerciendo de hecho lo que Félix Guattari denominaría “trabajo de represión lingüística”.
En El orden del discurso, maravilloso opúsculo de Foucault, se explicitaban los procedimientos a través de los cuales las instituciones y las sociedades se defendían de los peligros del lenguaje y procuraban domeñar sus poderes aleatorios. Entre estos, ciertos “mecanismos de exclusión del discurso indeseable” garantizaban la paz verbal en los diversos escenarios de la dominación y la arbitrariedad. El “temario”, en el contexto de la Escuela, es uno de ellos… Daña, además, la subjetividad del niño indígena desde el momento en que le tapa la boca como nunca ocurría en la educación comunitaria (donde, a partir de una circunstancia expresiva fontal, el discurso se libera, queda suelto, abierto a todo, sin otro amo que el hablante); hiere y transforma el carácter del “recluso” por forzarle a escuchar aquello que a menudo no le interesa, por obligarle a decir lo que no quisiera, a hablar de lo que no siempre le importa. Con el temario, la tiranía se ha hecho “verbo”: los maestros la sufren tanto como los alumnos, en un secuestro de su libertad expresiva.
No ha interesado suficientemente a la sicología contemporánea la investigación de las consecuencias sobre el carácter, sobre la personalidad, de esta temprana represión del habla del individuo, de esta violenta reconducción de los diálogos ‘posibles’ y de los intercambios orales ‘practicables’ hacia determinados objetos, políticamente (en la más amplia acepción del término) seleccionados. Pero en el caso de niños habituados a una considerable libertad comunicativa, como los indígenas mesoamericanos, su incidencia deviene estrago. Tras un adecuado “baño de escuela”, el indígena, cabe sospecharlo, habla menos, de menos cosas, calla más, duda más, acaso se reprima, tal vez se sujete a sí mismo mejor…]

3) La modernización de la “técnica de exposición” y la modificación de la “dinámica de las clases”

La Escuela Reformada procura explotar en profundidad las posibilidades didácticas de los nuevos medios audiovisuales, virtuales, etc., y está abierta a la incorporación ‘pedagógica’ de los avances tecnológicos coetáneos -una forma de contrarrestar el tan denostado “verbalismo” de la enseñanza tradicional. Proyecta sustituir, además, el rancio modelo de la “clase magistral” por otras dinámicas participativas que reclaman la implicación del estudiante: coloquios, representaciones, trabajos en grupo, exposiciones por parte de los alumnos, talleres,… Se trata, una vez más, de acabar con la típica pasividad del alumno -interlocutor mudo y sin deseo de escuchar-; ‘pasividad’ que, al igual que el fraude en los exámenes, ha constituido siempre una forma de resistencia estudiantil a la violencia y arbitrariedad de la Escuela, una tentativa de inmunización contra los efectos del incontenible discurso profesoral, un modo de no-colaborar con la Institución y de no ‘creer’ en ella…

Todo el énfasis se pone, entonces, en las mediaciones, en las estrategias, en el ambiente, en el constructivismo metodológico. Estas fueron las inquietudes de las Escuelas Nuevas, de las Escuelas Modernas, de las Escuelas Activas,… Hacia aquí apuntó el reformismo originario, asociado a los nombres de Dewey en los EEUU, de Montessori en Italia, de Decroly en Bélgica, de Ferrière en Francia,… De aquí partieron asimismo los “métodos Freinet”, con todos sus derivados. Y un eco de estos planteamientos se percibe aún en determinadas orientaciones “no-directivas” contemporáneas. Quizás palpite aquí, por ultimo, el corazón del reformismo ‘clandestino’, ese reformismo individual, cotidiano, que asoma en variable medida por las Escuelas de la Democracia, por los Institutos de hoy, protagonizado por profesores “renovadores”, “inquietos”, “contestatarios”…

Es lo que, en El Irresponsable, he llamado “la Ingeniería de los Métodos Alternativos”; labor de ‘diseño didáctico’ que, en sus formulaciones más radicales, suele hacer suyo el espíritu y el estilo inconformista de Freinet: una voluntad de denuncia social desde la Escuela, de educación ‘desmitificadora’ para el pueblo, de crítica de la ideología burguesa, apoyada fundamentalmente en la renovación de los métodos (imprenta en el aula, periódico, correspondencia estudiantil, etc.) y en la negación incansable del sistema escolar establecido – “la sobrecarga de materias es un sabotaje a la educación”, “con cuarenta alumnos para un profesor no hay método que valga”, anotó, por ejemplo, Freinet.

Cabe detectar, me parece, una dificultad insalvable en la lógica de estos planteamientos: el “cambio” en la dinámica de las clases deviene siempre como una imposición del profesor, un dictado de la Autoridad; y deja sospechosamente en la penumbra la cuestión de los fines que propende. ¿Nuevas herramientas para el mismo viejo trabajo sórdido? ¿Un instrumental perfeccionado para la misma inicua operación de siempre? Así lo consideraron Vogt y Mendel, para quienes la fastuosidad de los nuevos métodos escondía una aceptación implícita del sistema escolar y del sistema social general. No se le asigna a la Escuela otro cometido mediante la mera renovación de su arsenal metodológico: esto es evidente.

Por añadidura, aquella “imposición” del sistema didáctico alternativo por un hombre que declara perseguir en todo momento el ‘bien’ de sus alumnos, sugiere -desde el punto de vista del ‘currículum oculto’- la idea de una Dictadura Filantrópica (o Dictadura de un Sabio Bueno), de su posibilidad, y nos retrotrae al modelo histórico del Despotismo Ilustrado: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Aquí: “Todo para los estudiantes, pero sin los estudiantes”. Como aconteció con la mencionada experiencia histórica, siendo insuficiente su Ilustración -poco sabe de la dimensión socio-política de la Escuela, de su funcionamiento ‘clasista’, que no se altera con la simple sustitución de los métodos; demasiado confía en la ‘espontaneidad’ del estudiante (Ferrière), en los aportes de la ‘ciencia’ psicológica (Piaget), en la ‘magia’ de lo colectivo (Oury); nada quiere oír a propósito de la “pedagogía implícita”, de la hipervaloración de la figura del Educador que le es propia, etc.-, su Despotismo se revela, por el contrario, excesivo: es el Profesor el que, desde la sombra y casi en silencio, lleva las riendas del experimento, examinándolo y evaluándolo, y reservándose el derecho a ‘decretar’ (si es preciso) las correcciones oportunas…

Gracias al vanguardismo didáctico, la educación administrada se hace más soportable, más llevadera; y la Escuela puede desempeñar sus funciones seculares (reproducir la desigualdad social, ideologizar, sujetar el carácter) casi contando ya con la aquiescencia de los alumnos, con el agradecimiento de las víctimas. No es de extrañar, por tanto, que casi todas las propuestas didácticas y metodológicas de la tradición pedagógica “progresiva” hayan sido paulatinamente incorporadas por la Enseñanza estatal; que las sucesivas ‘remodelaciones’ del sistema educativo, promovidas por los gobiernos democráticos, sean tan receptivas a los principios de la Pedagogía Crítica; que, por su oposición a las estrategias “activas”, “participativas”, etc., sea el proceder inmovilista del ‘profesor tradicional’ el que se perciba, desde la Administración, casi como un peligro, como una práctica disfuncional -que engendra aburrimiento, conflictos, escepticismo estudiantil, problemas de legitimación,…

[Pertenece a la idiosincrasia indígena un exquisito sentido de la democracia comunitaria. Toda la vida política tradicional se construye a partir de la ‘voluntad’ del pueblo, expresada y moldeada por la Reunión de Ciudadanos. Las asambleas indígenas destacan por su honestidad, por su moralidad, por una especie de sano instinto dialógico que las lleva a conjurar los protagonismos personales, las artimañas facciosas, las influencias ilegítimas, las coacciones difusas,… Aquella “Comunidad Ideal del Discurso” soñada por J. Habermas comparte muchos rasgos con estas “reuniones” de los indios de Centroamérica, expresión y vehículo de la educación informal tradicional. De forma complementaria, casi nada de lo que hoy es habitual en las asambleas europeas, y que las emponzoña definitivamente (toda esa nauseabunda articulación de estrategias y dispositivos para escamotear la voluntad general y garantizar la hegemonía de intereses particulares, toda esa logística infame nombrada por expresiones como “preparar la asamblea”, “conducir la asamblea”, “rentabilizar la asamblea”, etc.), encuentra un eco, un reflejo, en las reuniones de ciudadanos indígenas.
Pues bien, el currículum oculto de la Escuela promueve el fin de ese genuino espíritu democrático, de esa auténtica “racionalidad dialógica” india, por el influjo diario de una comunicación radicalmente “asimétrica”, en la cual el discurso profesoral, sin reconocerlo, velándolo, ostenta prerrogativas innegables, y por la mentira infinita de un “protagonismo estudiantil”, de unas “metodologías participativas”, de unas “didácticas abiertas”, que, como hemos señalado, devienen en realidad imposiciones paternalistas, “decretos” de una Autoridad incontestada, sutiles mecanismos de control y dirección del aula, burla y escarnio de la democracia práctica. También desde este ángulo procedimental, perspectiva de las dinámicas y de los recursos, se percibe el “daño” a la diferencia indígena…]

4) La impugnación de los modelos clásicos de ‘examen’ (trascendentales, memorístico-repetitivos), que serán sustituidos por procedimientos menos “dramáticos”, a través de los cuales se pretenderá medir la adquisición y desarrollo de ‘capacidades’, ‘destrezas’, ‘actitudes’, etc.; y la promoción de la participación de los estudiantes en la definición del tipo de prueba y en los sistemas mismos de evaluación.

Permitiendo la consulta de libros y apuntes en el trance del examen, o sustituyéndolo por “ejercicios” susceptibles de hacer en casa, por “trabajos” de síntesis o de investigación, por pequeños “controles” periódicos, etc., los profesores reformistas desdramatizan el fundamento material de la evaluación, pero no lo derrocan. Así como no niegan la obligatoriedad de la Enseñanza, los educadores ‘progresistas’ admiten, con reservas o sin ellas, este imperativo de la evaluación. Normalmente, declaran ‘calificar’ disposiciones, facultades (el ejercicio de la crítica, la asimilación de conceptos, la capacidad de análisis,…), y no la repetición memorística de unos contenidos expuestos. Pero, desdramatizado, bajo otro nombre, reorientado, el “examen” (o la prueba) está ahí; y la “calificación” -la evaluación- sigue funcionando como el eje de la pedagogía, explícita e implícita.

Por la subsistencia del “examen”, las prácticas reformistas se condenan a la esclerosis político-social: su reiterada pretensión de estimular el criticismo y la independencia de criterio choca frontalmente con la eficacia de la “evaluación” como factor de interiorización de la ideología burguesa (ideología del fiscalizador competente, del operador ‘científico’ capacitado para juzgar objetivamente los resultados del aprendizaje, los progresos en la formación cultural; ideología de la desigualdad y de la jerarquía naturales entre unos estudiantes y otros, entre estos y el profesor; ideología de los dones personales o de los talentos; ideología de la competitividad, de la lucha por el éxito individual; ideología de la sumisión conveniente, de la violencia inevitable, de la normalidad del dolor -a pesar de la ansiedad que genera, de los trastornos psíquicos que puede acarrear, de su índole ‘agresiva’, etc., el “examen”, llamado a veces “control”, se presenta como un mal trago socialmente indispensable, una especie de adversidad cotidiana e insuprimible-; ideología de la simetría de oportunidades, de la prueba unitaria y de la ausencia de privilegios; etc.).

En efecto, componentes esenciales de la ideología del Sistema se condensan en el “examen”, que actúa también como corrector del carácter, como moldeador de la personalidad -habitúa, así, a la aceptación de lo establecido/insufrible, a la perseverancia torturante en la Norma. Elemento de la perpetuación de la desigualdad social (Bourdieu y Passeron), destila además una suerte de “ideología profesional” (Althusser) que coadyuva a la legitimación de la Escuela y a la mitificación de la figura del Profesor… Toda esta secuencia ideo-psico-sociológica, tan comprometida en la salvaguarda de lo Existente, halla paradójicamente su aval en las prácticas evaluadoras de esa porción del profesorado que, ¿quién va a creerle?, dice simpatizar con la causa de la “mejora” o “transformación” de la sociedad…

Tratando, como siempre, de distanciarse del modelo del “profesor tradicional”, su enemigo declarado, los educadores reformistas pueden promover además la participación del alumnado en la ‘definición’ del tipo de prueba (para que los estudiantes se impliquen decididamente en el diseño de la tecnología evaluadora a la que habrán de someterse) y, franqueando un umbral inquietante, en los sistemas mismos de calificación -nota consensuada, calificación por mutuo acuerdo entre el alumno y el profesor, evaluación por el colectivo de la clase, o, incluso, auto-calificación ‘razonada’… Este afán de involucrar al alumno en las tareas vergonzantes de la evaluación, y el caso extremo de la auto-calificación estudiantil, que encuentra su justificación entre los pedagogos fascinados por la psicología y la psicoterapia, persigue, a pesar de su formato progresista, la absoluta “claudicación” de los jóvenes ante la ideología del examen -y, por ende, del sistema escolar- y quisiera sancionar el éxito supremo de la Institución: que el alumno acepte la violencia simbólica y la arbitrariedad del examen; que interiorice como ‘normal’, como ‘deseable’, el juego de distinciones y de segregaciones que establece; y que sea capaz, llegado el caso, de suspenderse a sí mismo, ocultando de esta forma el despotismo intrínseco del acto evaluador. En lo que concierne a la Enseñanza, y gracias al ‘progresismo’ benefactor de los reformadores pedagógicos, ya tendríamos al policía de sí mismo, ya viviríamos en el neofascismo.

Recurriendo a una expresión de López-Petit, Calvo Ortega ha hablado del “modelo del autobús” para referirse a las formas contemporáneas de vigilancia y control: en los autobuses antiguos, un ‘revisor’ se cercioraba de que todos los pasajeros hubieran pagado el importe del billete (uno vigilaba a todos); en los autobuses modernos, por la mediación de una máquina, cada pasajero ‘pica’ su billete sabiéndose observado por todos los demás (todos vigilan a uno). En lo que afecta a la Enseñanza, y gracias al invento de la “auto-evaluación”, en muchas aulas se ha dado ya un paso más: no es ‘uno’ el que controla a todos (el profesor calificando a los estudiantes); ni siquiera son ‘todos’ los que se encargan del control de cada uno (el colectivo de la clase evaluando, en asamblea o a través de cualquier otra fórmula, a cada uno de sus componentes); es ‘uno mismo’ el que se ‘auto-controla’, uno mismo el que se aprueba o suspende (auto-evaluación). En este autobús que probablemente llevará a una forma inédita de fascismo, aún cuando casualmente no haya nadie, aún cuando esté vacío, sin revisor y sin testigos, cada pasajero ‘picará’ religiosamente su billete (uno se vigilará a sí mismo). Convertir al estudiante en un policía de sí mismo: este es el objetivo que persigue la Escuela Reformada. Convertir a cada ciudadano en un policía de sí mismo: he aquí la meta hacia la que avanza la Democracia Liberal en su conjunto. Se trata, en ambos casos, de reducir al máximo el aparato visible de coacción y vigilancia; de camuflar y travestir a sus agentes; de delegar en el individuo mismo, en el ciudadano anónimo, y a fuerza de “responsabilidad”, “civismo” y “educación”, las tareas decisivas de la Vieja Represión.

[Una práctica tan ajena a los procesos informales de transmisión cultural como la “evaluación”, justificada, en el ejemplo de la escuela zapatista de “Ojo de Agua”, por la exigencia de determinar qué alumnos pasan del nivel A al B y de este al C, probablemente involucrada en los procedimientos de “selección” de aspirantes a “promotores de educación”, cargo que confiere prestigio, entre otras cosas, atenta flagrantemente contra el igualitarismo tradicional y el sentimiento indio de una primacía de la comunidad sobre el individuo: nada, en la cosmovisión india, faculta a un “hermano” para violentar de ese modo a los demás; nadie puede, en las culturas indígenas mesoamericanas, usurpar el papel de la comunidad a la hora de ‘valorar’ comportamientos o actitudes individuales. Que se haya aceptado finalmente la figura del promotor-evaluador individual es un signo de lo que “ya” ha sido arrasado en la mentalidad indígena. Daño ya hecho que se profundiza cada día…]

5) La estimulación de la participación de los alumnos en la gestión de los Centros (a través de ‘representantes’ en los órganos competentes) y el fomento del “asambleísmo” y la “auto-organización” estudiantil a modo de lucha por la ‘democratización’ de la Enseñanza.

En el primero de estos puntos confluyen el reformismo administrativo de los gobiernos democráticos y el “alumnismo” sentimental de los docentes progresistas, con una discrepancia relativa en torno al “grado” de aquella intervención estudiantil y a las “materias” de su competencia. Dejando a un lado esta discrepancia, docentes y legisladores suman sus esfuerzos para alcanzar un mismo y único fin: la integración del estudiante, a quien se concederá -como urdiéndole una trampa- una engañosa cuota de poder.

Dentro de la segunda línea reformadora, en principio radical, se sitúan las experiencias educativas no-estatales de inspiración anarquista -como “Paideia. Escuela Libre”- y las prácticas de pedagogía “antiautoritaria” (‘institucional’, ‘no-directiva’ o de fundamentación psicoanalítica) trasladadas circunstancialmente, de forma individual, a las aulas de la enseñanza pública. Se resuelven, en todos los casos, en un fomento del asambleísmo estudiantil y de la autogestión educativa, y en una renuncia expresa al poder profesoral. La Institución (estatal o para-estatal) se convierte, así, en una escuela de democracia; pero de “democracia viciada”, en nuestra opinión. Viciada, ante todo, porque, al igual que ocurría con la pirotecnia de los Métodos Alternativos, es el profesor el que impone la nueva dinámica, el que obliga al asambleísmo; y este gesto, en sí mismo ‘paternalista’, semejante -como vimos- al que instituyó el Despotismo Ilustrado, no deja de ser un gesto autoritario, de ambiguo valor “educativo” -contiene la idea de un Salvador, de un Liberador, de un Redentor, o, al menos, de un Cerebro que implanta lo que conviene a los estudiantes como reflejo de lo que convendría a la Humanidad. A los jóvenes no les queda más que “estar agradecidos”; y empezar a ejercer un poder que les ha sido ‘donado’, ‘regalado’. La sugerencia de que la “libertad” (entendida como democracia, como autogestión) se conquista, deviene como “el botín que cabe en suerte a los vencedores de una lucha” (Benjamin), está excluida de ese planteamiento. Por añadidura, parece como si al alumnado no se le otorgara el poder mismo, sino solo su ‘usufructo’; ya que la “cesión” tiene sus condiciones y hay, por encima de la esfera autogestionaria, una Autoridad que ha definido los límites y que vigila su desenvolvimiento.

Como se apreciará, estas estrategias estallan en contradicciones insolubles, motivadas por la circunstancia de que en ellas el “profesor”, en lugar de auto-destruirse, se magnifica: con la razón de su lado, todo lo reorganiza en beneficio de los alumnos y, de paso, para contribuir a la transformación de la sociedad. Se dibuja, así, un espejismo de democracia, un simulacro de ‘cesión’del poder. De hecho, el profesor sigue investido de toda la autoridad, aunque procure invisibilizarla; y la libertad de sus alumnos es una libertad contrita, maniatada, ajustada a unos moldes creados por él.

Esta concepción “estática” de la libertad -una vez instalados en el seno de la misma, los alumnos ya no pueden ‘recrearla’, ‘reinventarla’-, y de la libertad “circunscrita”, “limitada”, vigilada por un Hombre al que asiste la certidumbre absoluta de haber dado con la Ideología Justa, con la organización ‘ideal’, es, y no me importa decirlo, la concepción de la libertad del estalinismo, la negación de la libertad. Incluso en sus formulaciones más extremosas, la Escuela Reformada de la Democracia acaba definiéndose como una Escuela sin Democracia…

[Los Usos y Costumbres de las comunidades indígenas subrayaban que la “autoridad municipal” recibía el poder del pueblo y era responsable ante el pueblo; que, en cualquier momento, podía ser destituida si no interpretaba bien la voluntad del pueblo. El “mandar obedeciendo” zapatista recoge admirablemente ese sentir indígena. La Escuela de los territorios autónomos, sin embargo, introduce la hipocresía en el escenario educativo: los promotores de educación, los adultos, aún cuando alegan “contar” con la opinión de los alumnos, aún cuando en ocasiones proclaman también disolver su mandato en la obediencia a la ‘comunidad’ educativa, convierten el “obedecer” en un simulacro y simplemente “mandan”. El promotor de educación indígena asume, por su función, por su sometimiento a la lógica escolar, un rol forzosamente autoritario que la democracia tradicional india repudiaría si no estuviera ya herida de gravedad: esta suerte de “autoridad educativa” se enquista en el puesto, que no es rotativo, se especializa y se encumbra socialmente. Profundiza la herida y puede provocar la muerte…]

Como las antiguas misiones católicas, la Escuela dispone su arsenal latente contra el espíritu tradicionalmente “distinto” del indígena, contra una sensibilidad étnica y local “que difiere”. Ataca el corazón mismo de su insumisión, de su independencia, en la medida en que le reclama “cooperación” con la lógica docente, es decir “subordinación” y “aquiescencia”. Ataca el hálito de su beligerancia al exigirle obediencia por su pretendido bien, acatamiento en falaz provecho propio. De nuevo procura engañarlo, como los españoles hace medio milenio, como los políticos izquierdistas robabanderas del siglo XX y los gobernantes vendepatrias del XXI; y, así, miente al proclamarlo “beneficiario” de la máquina escolar, miente al sugerirle que tal tinglado es su órgano, su báculo, su aliado. Miente cuando apunta que el gobierno de las aulas está abierto a los damnificados juveniles de las aulas y miente cuando no reconoce a los reclusos de la escuela esa índole victimada. Daña al indígena, profundamente, la organización escolar, cuando le hace olvidar la fuente tradicional de su saber, el abono de su inteligencia: la educación comunitaria indígena. Daña a la idiosincrasia indígena porque atenta contra su igualitarismo secular y su inveterado criterio democrático, instituyendo figuras a pesar de todo autoritarias y en el fondo privilegiadas, como los promotores de educación, los formadores de promotores,… Daña al indígena porque los niños empezarán a concebir como “propio” y como “natural” este engendro monstruoso, “exógeno”, “extraño”, “importado”, este descomunal “artificio”, una máquina fría, desencantada, que ofende al instinto y a la vida; y porque su universo cultural, la cosmovisión india, habrá de resentirse de un injerto tan aparatoso. Clava en la sensibilidad de cada niño la púa enrobinada de una obligación de asistir, de una evaluación humilladora, de unas cosas apenas interesantes que escuchar y que decir,… La Escuela marca el principio del fin para muchos componentes de las culturas originarias mesoamericanas y nos tememos que, asimismo, señala el fin de no pocas esperanzas principiantes, esperanzas liberadoras. ¿Estará ya marcando el fin de este principio de la autonomía indígena en Chiapas?

A la pregunta: “¿para qué escuelas en la selva?”, el Mal gobierno, que ha puesto en marcha, lo mismo que sus antagonistas embozados, un ambicioso proyecto de dotación de instituciones educativas en Chiapas, podría responder que, entre otras cosas, para acabar con la insurgencia zapatista, para diluir la diferencia de las comunidades indígenas. Podría indicar que la pedagogía implícita de la Escuela, de cualquier forma de Escuela, sirve para eso: para aplastar rebeliones y borrar alteridades. ¿Qué respuesta le cabe, por su parte, a la autonomía zapatista? ¿Cómo explicar que los dos bandos en litigio, el bando del horror y el de la esperanza, consideren la escuela como su arma? ¿Cómo comprender que el demonio y el ángel se guiñen con disimulo un ojo ante el espectáculo descorazonador de una infancia india intermitentemente encarcelada? ¿Quién se equivoca, atendiendo a sus proyectos explícitos y a sus secretas intenciones? Ante un niño enclaustrado, adoctrinado, disciplinado, evaluado,…, ¿quién, poder o anti-poder, gobierno o pueblo, capital o trabajo, ideología o cultura, tiene motivos para sonreír?
Nos parece, y hemos de decirlo, que el zapatismo está desbravando y desnaturalizando a sus propias bases con el insensato remake de sus escuelas progresistas. Sordo, progresivo, intangible, difícil de apresar con las palabras, hay un daño evidente que todos los días se inflige a la idiosincrasia indígena en las aulas de los territorios autónomos chiapanecos. La escuela “tiene una mano que es invisible y que mata” (Rimbaud). Entonces, ¿para eso Escuelas en la selva?

3. La “aristocratización” de los educadores

Los programas de escolarización promovidos por el zapatismo han sido recibidos con ilusión en las comunidades. En los poblados de la Selva Norte, los indígenas nos mostraban con orgullo sus escuelas en construcción. Agradecían la circunstancial colaboración de algunas organizaciones occidentales en los proyectos escolarizadores y manifestaban su deseo de prolongarla, de completarla; mostraban su contento por la financiación de las construcciones, solicitaban mayor cooperación en lo referente a los materiales didácticos,… Todo lo que concernía a la Escuela quedaba revestido, en sus discursos y en sus actitudes, de una aureola especial, de un halo de dignidad. Los promotores de educación eran señalados con respeto y estos evidenciaban en sus maneras una plena conciencia de la importancia atribuida a su función. Situándose en todo momento al lado de las “autoridades” locales, casi protagonizaban los actos de recepción y bienvenida; en las “pláticas”, sus intervenciones eran escuchadas con particular interés. La promotora de educación de “La Cascada” nos pidió que la fotografiáramos con ‘sus niños’ y también sola. Las autoridades la propusieron para una entrevista grabada. El promotor de “Ojo de Agua” no dejaba de vigilar y de algún modo dirigir el comportamiento de los niños mientras permanecimos en la comunidad. En “La Cascada” se nos presenta, admirativamente, a un joven como “futuro promotor de educación”: el niño se sonroja, sintiéndose halagado… En “San Rafael” lamentan que todavía no cuenten con un promotor de educación permanente, a pesar de llevar tan adelantada la construcción del local de la escuela, financiado por una entidad catalana. Un “formador de promotores” demanda, a las organizaciones internacionales solidarias, recursos didácticos para un centro de capacitación de educadores que se fundaría en “La Cascada”. Los campesinos de la comunidad “Francisco Villa” nos muestran, complacidos, el reproductor de vídeo que puede usar el promotor de educación en sus clases y un reportaje que ahora mismo están estudiando, a propósito del uso de plaguicidas en la agricultura y sus consecuencias sobre la salud de los trabajadores. En “Unión Juárez”, el promotor de educación se ocupa de responder a nuestras preguntas más problemáticas, bajo el consenso general campesino de que nadie como él puede abordar las cuestiones complejas o delicadas…

Este nuevo “cargo”, el único no electivo, no rotativo, sin raíz en la tradición, proporciona ‘prestigio’ y ‘respeto’, tanto o más que los restantes (genuinamente democráticos). Las potestades de los promotores de educación transcienden del “horario escolar”: como el protagonista del film El ángel azul, vigilan a sus alumnos fuera de las aulas, a lo largo de todo el día, censurando su comportamiento cuando consideran que no es el apropiado, amonestándolos, reconviniéndolos, prodigándose en órdenes y requerimientos, felicitándolos también cuando obran ‘correctamente’, etc.; al igual que el “profesor” de la película de Sternberg, actúan como un insomne tribunal moral, una policía de los comportamientos infantiles que nunca baja la guardia. Hay quien ha relacionado, para el caso alemán, este concepto de “educación” con la génesis intelectual y moral de Auschwitz…

En cualquier caso, el equilibrado sistema político-moral de los Usos y Costumbres, la llamada “ley del pueblo”, se ve alterado, conmocionado, por la arrogante irrupción de esta figura colonizadora, que toma a su cargo tareas antes desempeñadas por la comunidad y por el sistema de cargos, asumiendo un protagonismo irrestricto en las labores de socialización y subjetivización de los niños. La “moralización” de las costumbres y de los comportamientos infantiles le compete más que a nadie, desmantelando casi con insolencia el bien trabado andamiaje informal de la educación comunitaria indígena.

El promotor de educación zapatista se pliega, en definitiva, sobre el modelo del educador occidental, extremando todavía más, si cabe, su perfil inquisitivo y tutelar. Embriagado de “pedagogismo”, le cabe, por tanto, la crítica que, desde hace casi un siglo, ha merecido esa figura, “el azote de la esfera intelectual” según Oscar Wilde. La hemos sintetizado en otra parte:

“El saber pedagógico ha constituido siempre una fuente de legitimación de la Escuela como vehículo privilegiado, y casi excluyente, de la transmisión cultural. En correspondencia, la Escuela (es decir, el conjunto de los discursos y de las prácticas que la recorren) ha sacralizado los presupuestos básicos de ese saber, erigiéndolos en dogmas irrebatibles, en materia de fe -y, a la vez, como diría Barthes, en componentes nucleares de cierto verosímil educativo, de un endurecido sentido común docente.

La escuela de los progresistas, de los rebeldes y de los insurgentes, profundiza aún más, si cabe, su “pedagogismo”, apoyándose en conceptos que, desde el punto de vista de la filosofía crítica, conducen a lugares sombríos y saben de terrores pasados y presentes. Hay, en concreto, un supuesto (¿puedo decir abominable?) sobre el que reposa todo el reformismo educativo contemporáneo, un supuesto que está en el corazón de todas las críticas ‘socialistas’ y ‘libertarias’ a la enseñanza tradicional y de todas las ‘alternativas’ disponibles. Es la idea de que compete a los “educadores” (parte selecta de la sociedad adulta) desarrollar una importantísima tarea en beneficio de la juventud; una labor ‘por’ los estudiantes, ‘para’ ellos e incluso ‘en’ ellos -una determinada operación sobre su conciencia: “moldear” un tipo de hombre (crítico, autónomo, creativo, libre, etc.), “fabricar” un modelo de ciudadano (agente de la renovación de la sociedad o individuo felizmente adaptado a la misma, según la perspectiva), “inculcar” ciertos valores (tolerancia, antirracismo, pacifismo, solidaridad, etc.),…

Esta pretensión, que asigna al educador una función demiúrgica, constituyente de “sujetos” (en la doble acepción de Foucault: “El término ‘sujeto’ tiene dos sentidos: sujeto sometido al otro por el control y la dependencia, y sujeto relegado a su propia identidad por la conciencia y el conocimiento de sí mismo. En los dos casos, el término sugiere una forma de poder que subyuga y somete.”), siempre orientada hacia la “mejora” o “transformación” de la sociedad, resulta hoy absolutamente ilegítima: ¿En razón de qué está capacitado un educador para tan ‘alta’ misión? ¿Por sus estudios? ¿Por sus lecturas? ¿Por su impregnación “científica”? ¿En razón de qué se sitúa tan ‘por encima’ de los estudiantes, casi al modo de un “salvador”, de un sucedáneo de la divinidad, “creador” de hombres? ¿En razón de qué un triste enseñante puede, por ejemplo, arrogarse el título de forjador de sujetos críticos?

Se hace muy difícil responder a estas preguntas sin recaer en la achacosa “ideología de la competencia”, o “del experto”: fantasía de unos especialistas que, en virtud de su formación ‘científica’ (pedagogía, sicología, sociología,…), se hallarían verdaderamente preparados para un cometido tan sublime. Se hace muy difícil buscar para esas preguntas una respuesta que no rezume idealismo, que no hieda a metafísica (idealismo de la Verdad, o de la Ciencia; metafísica del Progreso, del Hombre como sujeto/agente de la Historia, etc.). Y hay en todas las respuestas concebibles, como en la médula misma de aquella solicitud demiúrgica, un elitismo pavoroso: la postulación de una providencial aristocracia de la inteligencia (los profesores, los educadores), que se consagraría a esa delicada corrección del carácter -o, mejor, a cierto diseño industrial de la personalidad. Subyace ahí un concepto moral decimonónico, una “ética de la doma y de la cría”, por recordar los términos rotundos de Nietzsche, un proceder estrictamente religioso, un trabajo de ‘prédica’ y de ‘inquisición’. Late ahí una mitificación expresa de la figura del Educador, que se erige en autoconciencia crítica de la Humanidad (conocedor y artífice del “tipo de sujeto” que esta necesita para ‘progresar’), invistiéndose de un genuino poder pastoral e incurriendo una y mil veces en aquella “indignidad de hablar por otro” a la que tanto se ha referido Deleuze. Y todo ello con un inconfundible aroma a ‘filantropía’, a obra ‘humanitaria’, ‘redentora’…”.

La “aristocratización” de los educadores presenta, como se observará, una doble vertiente: un plano epistemológico-moral que les confiere cierta intimidad exclusiva con la verdad y con el bien, cierta relación privilegiada con la esencia de las cosas y el corazón de los hombres; y un plano social, casi fenomenológico, que los reviste de signos de distinción, que los segrega de la sociedad y los corporativiza como élite cultural.

En todas partes, lo mismo en Occidente que en Oriente, en el Norte que en el Sur, en los altiplanos que en las selvas, la figura del educador escolar desencadena fuertes tendencias a la jerarquización social y política. Si, como no se cansó de repetirnos Michel Foucault, “el saber es poder”, un pretendido “conocimiento” concentrado en exiguas minorías, dispuesto piramidalmente, que se derrama desde el vértice y llega cada vez más empobrecido a la base, habrá de impulsar necesariamente la corrupción del igualitarismo social, allí donde este subsistía, y de la democracia directa, promoviendo modelos oligárquicos, sistemas de estratificación social y de coerción política. La idea implícita en la educación comunitaria de un “saber”, por decirlo así, subterráneo, horizontal, que ‘aflora’ por distintos puntos del entramado local (un anciano, un padre, un cargo, un mito, una danza, un trabajo,…) y en las más diversas ocasiones, pero que no cabe monopolizar, “de nadie y de todos” como las aguas freáticas, flujo casi sanguíneo, irrigador de todo el organismo social tal si se tratara del cuerpo de un solo hombre, idea sustentadora de una organización económica y política libertaria, es hoy reemplazada por el concepto “escolar” de un saber detentado por una aristocracia cultural, saber vertical, diríamos que aéreo por prolongar la metáfora, que se desprende de las cúpulas y que alienta dinámicas de dominio político y explotación social.

La “excelencia” humana que se le supone al educador escolar, solitario y excluyente en su cometido, ya no proviene, como el caso de los Ancianos (educadores comunitarios, acompañados por otros, casi por todos los otros, en su tarea no-reglada), de una suerte de “veredicto” popular, que se gana con la práctica, con el ejercicio honesto de la función, siempre ante los ojos del pueblo; deriva simplemente de unas categorías filosóficas idealistas, de unos conceptos gnoseológicos sacralizados: es una excelencia “intrínseca”, de por sí, previa e independiente de la práctica, que desdeña toda posibilidad de valoración “externa”. De hecho, los profesores pronto se quejarán de no ser “comprendidos” por la comunidad, de que esta no valora suficientemente su trabajo…

El núcleo epistemológico de la aristocratización de los educadores se proyecta en su comportamiento social, que los ha llevado, por ejemplo, a combatir durante años regímenes socialistas que no reconocían su pretendida superioridad moral y los retribuían como “simples obreros”; a desgañitarse en la demanda de un “reconocimiento” social y una “apreciación” de su labor que el común de las poblaciones, al menos en los países del Norte, cada vez estima menos atendible; a consumir sus limitadas energías contestatarias en luchas corporativistas, salariales, crematísticas; a segregarse en todas partes de la colectividad y abandonar por etapas las causas populares y los proyectos sociales emancipatorios… Se hecha en falta una “antropología social” crítica interesada en el análisis ‘empírico’ de este nefasto personaje, el educador, que mostrara, en lo concreto, su funcionalidad represiva y su contribución cotidiana al sostenimiento de los ordenes vigentes de dominación. Lo que, en España, Fernando Ventura Calderón ha podido hacer con la figura del “sindicalista de Estado”, redescubriéndolo como un servidor de la patronal y del stablishment político, urge también que se proyecte ante la ‘posición de subjetividad’ representada por el “educador escolar”.

Por este lado, por lo que atañe a la aristocratización de los promotores de educación, no es pequeño el peligro que acecha a los territorios autónomos zapatistas…

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Notas:

1) Desde la segunda mitad del siglo XX, incluyendo la gestión “populista” de Echeverría, la Escuela mejicana se pliega a una finalidad estrictamente material. “Educación para una economía competitiva: hacia una estrategia de reforma”: ese es el título del libro del Centro de Investigación para el Desarrollo, A. C. (CIDAC) que recoge sin embozos la filosofía educativa del stablishment. La principal misión de la escuela sería capacitar en forma eficaz a la mano de obra, como demanda una economía abierta, condición postulada del desarrollo nacional. “Vincular la educación con las necesidades de la producción” y elevar su ‘calidad’ como requiere “la interacción de los mercados mundiales, el dinamismo del conocimiento técnico y de la productividad”, en palabras de Aguilar, constituye la “obsesión” expresa de las sucesivas reformas educativas. A ese objetivo cadyuva un adoctrinamiento liberal que no siente la necesidad de disimularse, un proselitismo sin aporías: “En educación básica -escribe Aguilar, suscribiendo el propósito de las reformas- deben integrarse avances técnicos y promover una mayor sensibilidad de los estudiantes hacia el sentido de la competencia como un elemento que en un futuro contribuirá al desarrollo de facultades individuales”.

2) “CONVERSIÓN DEL INSTITUTO EN UNA MÁQUINA DE REPRODUCCIÓN DEL SABER GENERADO EN OTRA PARTE, ABSOLUTAMENTE DESVINCULADA DE LAS TAREAS DE INVESTIGACIÓN Y CRÍTICA:

Las intermitentes Reformas de las Enseñanzas Medias prestarán, en consecuencia, una especial atención a la problemática metodológica (didáctica, técnica), ahuyentando la posibilidad de un trabajo de investigación desde la Escuela y sobre la Escuela. Convertir la Institución en el lugar de la “repetición” de un saber producido en otra parte, privilegiando por añadidura el aspecto consensual del conocimiento y exasperando la preocupación por el rigor técnico de los métodos, permitirá el hallazgo de fórmulas de ideologización más efectivas y optimizará el funcionamiento del aparato educativo como “fragua” del carácter de los alumnos”.

3) Francisco Ferrer Guardia, verbi gratia, legitimaba su enseñanza (escolar) en función de dos ‘títulos’ sacralizados: el racionalismo y la ciencia. Por “racionalista”, por “científica”, su enseñanza era verdadera, transformadora, un elemento de Progreso. Buscaba, y no encontraba, libros racionalistas y científicos (de Geografía, por ejemplo); y tenía que encargar a sus afines la redacción de los mismos. En la medida en que su crítica socio-política del Capitalismo impregnaba el nuevo material bibliográfico, este pasaba mecánicamente a considerarse ‘racionalista’ y ‘científico’ y, sirviendo de base a los programas, se convertía en objeto de aprendizaje por los alumnos, garante del adoctrinamiento libertario. El compromiso ‘comunista’ de Makarenko era también absoluto, sin rastro de auto-criticismo, por lo que los “nuevos” programas se entregaban sin descanso al comentario de dicha ideología, alentando un proselitismo frontal. Incluso Freire diseñó un proceso relativamente complejo (casi barroco) de “codificación del universo temático generador”, posterior “descodificación”, y “concientización final”, que, a poco que se arañe su roña retórica y formalizadora, viene a coincidir prácticamente con un trabajo de adoctrinamiento y movilización. Se reproduce, así, en los tres casos, aquella contradicción entre un discurso que habla de la necesidad de forjar sujetos ‘críticos’, ‘autónomos’, ‘creativos’, ‘enemigos de los dogmas’, por un lado, y, por otro, una práctica tendente a la homologación ideológica, a la asimilación pasiva de un cuerpo doctrinal dado, a la movilización en una línea concreta, prescrita de antemano…

Esta aporía radical, contenida en todo proyecto escolar que pretenda aunar la “inculcación” de determinados valores, de determinados principios, con el respeto a la libertad del alumno y la estimulación de su capacidad crítica, se manifiesta hoy de forma paradójica en la “deserción” de un buen número de profesores libertarios que trabajaban en centros “alternativos” (Escuelas Libres, Escuelas Convivenciales, etc.). Hemos podido conversar con algunos de estos “desilusionados” de la Escuela Libertaria, que, en España, partiendo del modelo de la Escuela Moderna de Ferrer Guardia, se ha concretado en diversas experiencias pedagógicas “alternativas”, como Paidea. Escuela Libre, en Mérida. La mencionada “paradoja” se expresa en que, muchos de ellos, han abandonado la “Escuela Libre” por estimar que, en aras de la libertad de los jóvenes, de un paidocentrismo que confía demasiado en la espontaneidad del alumno (alimentado por una discutible recepción de las obras de Ferrière y otros pedagogos ‘progresivos’), de un “terror a dirigir y a amonestar”, etc., el espacio educativo anti-autoritario acababa convirtiéndose en una suerte de “centro social”, especie de “divertidero”, donde realmente no se formaba en los valores y en los principios del anarquismo, del anti-capitalismo al menos, por lo que muchos jóvenes desarrollaban allí ideologías y pensamientos “conservadores”, “de derechas”, “reaccionarios” y hasta “fascistas” –se obtenía, a menudo, la subjetividad opuesta a la deseada, signo del fracaso del experimento. Paralelamente, otros profesores se habían retirado de un determinado proyecto educativo “libertario” por las razones contrarias, rigurosamente antitéticas: porque su conciencia anti-autoritaria no podía admitir el recurso a procedimientos y dinámicas de “inculcación de valores”, de ideologización sistemática, que atentaban contra la autonomía del estudiante y disminuían su capacidad crítica, determinando que, en muchos casos, los alumnos mejor dotados, por un reverberar de su criticismo asediado, de su libertad violentada, dieran la espalda y hasta llegaran a odiar el pensamiento anarquista –afiliándose a movimientos o tendencias opuestas, signo del fracaso de la experiencia.

                                                                                                                                                                                                                      
Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 16 de mayo de 2018

QUIEN NO SABE QUÉ HACER CON SU VIDA MIENTRAS VIVE  (Y LAS GENTES DEL MISMO CÍRCULO, OCUPANTES DEL HOYO)

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Uncategorized with tags , , , , , , , , , , , , , on May 12, 2018 by Pedro García Olivo

1.

‭“‬El que no sabe qué hacer con su vida mientras vive necesita una de sus manos para desviar un poco la desesperación por su destino‭ (‬y aún eso de modo imperfecto‭)‬,‭ ‬pero con la otra puede tomar nota de lo que ve por debajo de las ruinas,‭ ‬porque ve cosas diferentes y en más abundancia que los otros‭; ‬es,‭ ‬sin duda,‭ ‬un muerto en vida y,‭ ‬a la vez,‭ ‬el único superviviente,‭ ‬lo cual no presupone que no necesite las dos manos,‭ ‬y más,‭ ‬si las tuviera,‭ ‬para luchar contra la desesperación…‭”.

‭Kafka

“Dentro del mismo círculo,‭ ‬lo que se sabe es siempre lo mismo.‭ ‬Las conversaciones mantenidas por dos hombres del mismo círculo solo sirven para llenar el hueco del tiempo.‭ ‬Algunas veces uno de ellos mira al suelo,‭ ‬y el otro el vuelo de un ave‭; ‬en tales diferencias se materializa su trato.‭ ‬Otras veces se unen en la fe y,‭ ‬juntas las cabezas,‭ ‬se entusiasman mirando a lo alto…‭ ‬Pero el reconocimiento de la propia ligazón solo se manifiesta cuando ambos bajan la cabeza al mismo tiempo y el martillo común desciende sobre ellos‭”.
‭Dostoievski

“Habíamos cavado un hoyo en la arena.‭ ‬Por la noche nos enroscábamos todos juntos en el interior del hoyo‭; ‬nuestro padre lo cubría con troncos de árbol y ponía ramajes encima,‭ ‬lo que nos protegía dentro de lo posible de las tormentas y de los animales.‭ ‬Después nos quedábamos dormidos casi a la vez.‭ ‬El hoyo resultaba demasiado estrecho para nosotros,‭ ‬pero habríamos tenido miedo de no haber podido pasar la noche tan apretados y amontonados‭”.
‭Kafka

“Incluso un hombre del círculo como yo puede intuir que‭ ‬el hoyo no es una trinchera y que‭ ‬escarbar no es el arma.‭ ‬Hasta un hombre del círculo como yo puede atisbar que‭ ‬no hay más enemigo que el Padre.‭ ‬Y que no se sale del hoyo trepando por la pendiente‭ –‬allí arriba os espera el Padre.‭ ‬Incluso un hombre del hoyo como yo puede abducir que‭ ‬las tormentas y los animales,‭ ‬bajo su horror aparente,‭ ‬son vuestros secretos aliados,‭ ‬como vuestros hermanos y compañeros son los aliados secretos del Padre…‭ ‬Solo escapará del hoyo aquel que sepa blandir el cuchillo entre sus hermanos,‭ ‬hasta rodearse de cadáveres y pisar la sangre de sus compañeros‭ –‬aquel que haya acabado literalmente con todos los hombres de su círculo.‭ ‬No habrá salvación colectiva.‭ ‬Y,‭ ‬por supuesto,‭ ‬el que escape del hoyo no sabrá en adelante qué hacer con su vida.‭ ‬Kafka pudo hablarnos de él‭ –‬yo solo sé que ese será el martillo».
De «El husmo…»

2.
A propósito de un hombre del círculo, que fuera mi mejor amigo, compañero de hoyo, comunista convencido represaliado por Pinochet…

‭“‬Un mar helado en sus ojos‭”

Dejando a un lado que es,‭ ‬por añadidura,‭ ‬una mirada homicida,‭ ‬fulgor de un rostro por cuyos ojos la muerte mira y habla y mata,‭ ‬me interrogo acerca de su insondable dureza.‭ ‬No es la mirada atisbona de un dictador o la expresión de lerdo regodeo de un burócrata estalinista‭ (‬ojos de rata en la oscuridad o de pavo cebón sobre la mesa de cocina‭)‬,‭ ‬pero tampoco es la aterrorizada mirada que Goya soñó en Saturno.‭

Como no hay en ella locura,‭ ‬aún menos cobijo presta a la inocencia:‭ ‬la dureza de esa mirada se fragua bajo un cielo todavía más inclemente‭ –‬fuego que se hace roca,‭ ‬alfanje remoto de pedrería,‭ ‬la cuchilla de ese torvo semblante distingue a un ser que hubiera sido capaz de matar por sus ideas y,‭ ‬por tanto,‭ ‬de morir bajo el yugo de sus ideas.

No es,‭ ‬simplemente,‭ ‬la mirada adusta y disecante de un fanático:‭ ‬el pedernal incendiario de sus pupilas delata a un hombre que cree saber en qué se diferencian sus convencimientos de los convencimientos de un fanático.‭ ‬Aparece,‭ ‬así,‭ ‬como un fanático doblado a sí mismo,‭ ‬un fanático a la segunda potencia…‭

Sin ser los ojos de un guerrero,‭ ‬sí son los ojos de un pensamiento que guerrea a la desesperada,‭ ‬hendiendo el aire con la roma espada de su verdad caduca y sin alcanzar jamás a un Enemigo antiguo que,‭ ‬de tanto haberlo odiado,‭ ‬ya empieza a amar en secreto.

Como no persigue exclusivamente su propio interés,‭ ‬como no piensa de ese modo para salvarse o salvar a los suyos,‭ ‬no hay ambigüedad en sus ojos.‭ ‬Su mirada es pura,‭ ‬noble,‭ ‬límpida como el agua helada y helada como la ausencia de confusión:‭ ‬en el frío de sus ojos se congela un mar en calma,‭ ‬profundo,‭ ‬inmenso,‭ ‬amenazador.

No son los ojos escrutadores de un errabundo que halle consuelo en desnudar el alma de los demás y apenas sí ilumine con ese humilde candelero la senda,‭ ‬nevada de estrellas,‭ ‬de su bello extravío‭; ‬no brilla su iris escarchado al sol de la arqueología‭; ‬ni siquiera arañan la superficie herida de los hombres.‭ ‬Juegan a ello,‭ ‬como a la guerra el niño y el adulto al amor,‭ ‬pero tan solo juegan.‭ ‬Y,‭ ‬mientras fingen ese humano rebajamiento,‭ ‬se dedican a otra cosa.

Es cortante de suyo esa mirada,‭ ‬de suyo es oscura como un pozo.‭ ‬Es,‭ ‬en primer lugar,‭ ‬una mirada acusadora,‭ ‬en la que se denuncia y condena por un solo movimiento:‭ ‬la mirada del Juez dictando sentencia‭ –‬dictando siempre una sentencia de culpabilidad.‭ ‬No es la mirada del verdugo,‭ ‬ni la del sacerdote asistiendo por última vez al desahuciado.‭ ‬Siendo la mirada de un juez de hierro,‭ ‬es también la mirada del condenado que afronta con orgullo su propio destino.‭ ‬Sabiéndose más íntegro que el juez,‭ ‬que el público y que el cronista,‭ ‬persuadido de su necesidad y de su valor,‭ ‬este reo irredimible,‭ ‬escapado de una novela de Genet,‭ ‬ha juzgado asimismo a los magistrados que se ocuparon de su caso.‭ ‬Y los ha encontrado culpables,‭ ‬no importa si de bondad o de crimen consentido.‭ ‬En su mirada se funde el orgullo de acabar en la horca con la satisfacción de haber decapitado simbólicamente a quienes,‭ ‬por ritual o por encargo,‭ ‬se atrevieron a encausarlo.

Este hombre de los ojos de hielo se aferra a sus ideas para no perecer de levedad y para saber aproximadamente quién se despierta en su cuerpo cada mañana.‭ ‬Echó raíces en su pensamiento para que no lo arrastrara el arroyo de la vida ligera y por la común costumbre de hollar caminos de otro.‭

Por eso,‭ ‬en un tiempo en que la conmoción y el vértigo se ungen de Iglesia,‭ ‬en que las doctrinas estallan como los corazones y revelan su estruendoso vacío,‭ ‬en que se arremolinan los deseos en torno a hogueras de mezquindad y servilismo,‭ ‬en que las certezas enloquecen y se torna vagabunda la inteligencia,‭ ‬tiempo de las consignas furtivas,‭ ‬de las patrias sembradas de sal y de los discursos de humo,‭ ‬en estos días de ocaso y tránsito,‭ ‬de túnel y abismo,‭ ‬él no parpadea‭ –‬o mejor,‭ ‬su pensamiento,‭ ‬solo uno y siempre el mismo,‭ ‬no parpadea…‭

Condenado a vivir con un cadáver en la consciencia,‭ ‬con una ideología cadáver y hasta con el fósil doctrinal de esa ideología enquistado en la consciencia,‭ ‬más que pensar este hombre espera.‭ ‬Acepta el cruel veredicto de la época sobre su conducta pretérita con un gesto gastado de arrogancia y de sabiduría fingida,‭ ‬y acusa a quienes vuelven la espalda a la Razón‭ (‬su norte y su infierno‭) ‬de haber perdido el rumbo.

Ante la ventana de sus ojos no hay una piedra atravesada que dificulte la observación de lo real:‭ ‬hay un muro de ladrillos con una Biblia segunda pendiendo de un triste clavo,‭ ‬con una Biblia abierta por su penúltima página y a punto de caer.‭ ‬Cuando,‭ ‬sin caer el Capital,‭ ‬su libro caiga,‭ ‬cuando caiga con la Biblia también el clavo,‭ ‬y nada,‭ ‬salvo el horrible muro,‭ ‬se entregue a sus sentidos,‭ ‬entonces cerrará los ojos.‭ ‬Mientras tanto,‭ ‬este hombre de inhóspita mirada contemplará el mundo a través de sus ajadas páginas‭ –‬a través de lo que un segundo Mesías escribió para otorgar una hermosa patria de papel a los luchadores chinescos como él,‭ ‬combatientes de corazón de piedra y mano de acero,‭ ‬hombres de un mar helado en los ojos y en los labios un desierto de ceniza.

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Pedro García Olivo
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Buenos Aires, 12 de mayo de 2018

PONIENDO EN CIRCULACIÓN MONEDA FALSA: DESÓRDENES EN EL LENGUAJE

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Proyectos y últimos trabajos with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , on May 8, 2018 by Pedro García Olivo

1.Desistematización no es des-alienación, crítica de la ideología o “conscienciación”

Decía Roland Barthes que nada es tan importante para una sociedad como mantener en orden sus palabras. Trastocarlas, invertirlas, desnaturalizarlas, oponerles vocablos nuevos… constituye casi un suerte de revolución. “Antipedagogía», “demofascismo» y “desistematización» se suman a esa insurgencia del lenguaje contra el orden que él mismo ha instaurado. Nietzsche entendía esta suerte de contaminación del léxico como un “poner en circulación moneda falsa»; y se ha podido hablar, a propósito, de la “criminalidad lingüística» de Illich, un gran generador de expresiones perturbadoras.

Ante la crisis del Relato de la Emancipación, y de la forma de racionalidad política en que se insertaba, sentimos la necesidad de cambiar de vocabulario, de inventar conceptos “preventivos” que nos pongan a salvo de los horrores suscitados por las categorías aún hegemónicas. Y hablamos de “desistematización”, expresión que se opone frontalmente a las series discursivas alentadas por conceptos como “alienación”, “falsa consciencia”, “distorsión ideológica”, “vanguardia consciente”, “minoría consciente”, “labor de ilustración-conscienciación”, “disciplina consciente”, “trabajo político consciente”, “obrero consciente”, “maduración de la consciencia de los trabajadores”, “consciencia (asignada) de clase”…

La desistematización deja en paz al otro y no mete las manos en su consciencia: ahí evidencia su matriz antipedagógica. Para ella, nadie puede discernir lo que va mal en el otro y nada hay que nos incumba rectificar en su subjetividad: la alienación, por ejemplo, o no existe o afecta también al campo del denunciante, por lo que no puede ser señalada y curada desde un fantasmal “afuera”.

Hiede a elitismo la rancia suposición de que la población está “alienada”, de que nos rodean meros “hombres-masa», “individuos-promedio», “seres unidimensionales» que decía Marcuse, y de que, no obstante, contamos con profesores universitarios, educadores, dirigentes políticos o sindicales, autoridades morales, escritores y otros individuos lúcidos capacitados para sacarlos de ese pozo y, siempre con la ayuda de algún Texto Canónico (El Capital o la Declaración de los Derechos Humanos, en nuestros días), llevarlos a la superficie de la Verdad y de la Consciencia. Las gentes son tal y como las vemos, y es absurdo pensar que su verdadera condición es otra y que nos necesitan para reencontrarse con ese ser profundo que ha quedado soterrado por las ideologías, las manipulaciones y otras maldades del Capital o del Estado, nos sugiere Baudrillard.

También la llamada “crítica de la ideología» ha quedado en las mallas de la antigua racionalidad política. En “Crítica de la razón cínica», Sloterdijk denunciaba el círculo vicioso en que ese proceder, meramente “teorético», se movía sin cesar. Siempre criticamos la ideología adversa desde una ideología personal, propia, que no reconocemos como tal y que postulamos como “la verdad» o “la realidad». De ese modo, la crítica de la posición intelectual del otro deviene mero “comentario» o “glosa» de nuestra posición particular. Cada vez que los críticos socialistas o comunistas, por ejemplo, emprendían la denegación de las llamadas “ideologías burguesas» no hacían, en lo implícito, más que “recitar» y “reiterar» el texto marxista. En “El Orden del Discurso», Foucault acuñó una “moneda falsa» para designar ese método: el “principio del comentario». Y se refirió a esos relatos que no cesan de “comentarse» a sí mismos, de decirse una y otra vez, de cantarse y de celebrarse, aprovechando ese viaje por el texto del otro que nombramos “crítica de la ideología».

Volviendo la vista a la escuela quínica y a los modos de polemizar de Diógenes el Perro, Sloterdijk ha propuesto otra forma de entender la crítica. En ella, ya no se separaría al autor de su obra, al pensador de su pensamiento, a la persona de sus palabras. “Señalaría con el dedo», al gusto de Nietzsche, y practicaría, de modo descarado, la llamada “crítica ad hominen». Dando la espalda al teoricismo plomizo, a la asfixiante “argumentación lógica», a la estéril y esterilizante “búsqueda de contradicciones», este nuevo ejercicio crítico se solidarizaría con motivos que, hasta ahora, han gozado más bien de mala prensa: la ironía, el sarcasmo, la parodia, la burla, la sátira… Ilustrando su propia propuesta, Sloterdijk, en el capítulo que dedicara a la “crítica» de Althusser y del estructuralismo marxista, parte de la siguiente circunstancia, a la que da un papel central en su reflexión: el afamado filósofo y profesor comunista, que quiso enseñarnos a “leer El Capital», asesinó a Hélène, su compañera. Un femicida pretendía “des-alienarnos», “conscienciarnos» y contribuir, de ese modo, escribiendo libros y dando clases, al advenimiento del “Reino de la Libertad»…

Pertenece a la racionalidad política clásica el prejuicio de que la lucha política pasa por la “conversión” y “movilización” del otro, de un ciudadano afectado por alguna tara, por este o aquel “déficit”, por ciertos “velos”, siempre resueltos o superados, desde lo externo, por minorías ilustradas. La desistematización, fiel a su inspiración antipedagógica, parte, por el contrario, de la crítica de Bakunin, el ateólogo: no se requieren “yugos bienhechores” que nos caigan “desde arriba”, porque los hombres no son “menores de edad perpetuos” necesitados de esclarecimiento y de conducción eclesiástica, escolar o estatal.

2. Doble sentido de la expresión

De forma inmediata, el término sugiere que “somos el Sistema”, por lo que nuestra capacidad de crítica no debe dirigirse solo y siempre a entidades “externas” ya sobradamente desacreditadas (la Oligarquía, los Ricos, los de Arriba, la Burguesía,…). Somos el Sistema en cada acto de compra, de venta, de mando, de obediencia, de trabajo… Por eso, la lucha contra el Capital y el Estado puede empezar, precisamente, por nosotros mismos, que somos su territorio biológico: localizar y extirpar los puntos en los que el Sistema se encarnó en nosotros, se enquistó en nuestro corazón y en nuestro cerebro, se hizo hábito y rutina, se transmutó en deseo. Estamos “sistematizados” porque nos hemos convertido en la cifra “corporal” del Capitalismo: para saber en qué consiste basta con observarnos a lo largo del día.

En segundo lugar, estamos sistematizados porque nuestra vida cotidiana se resuelve en un “saltar de sistema en sistema”: sistema residencial, sistema de transporte, sistema escolar, sistema laboral, sistema comercial, sistema de salud, sistema de seguridad, sistema del ocio…

Cada sistema es un lugar de consumo casi inevitable y una instancia de supresión de nuestra autonomía. Porque se han dado experiencias históricas y sociales en las que las gentes, con la asistencia de la comunidad, se bastaban por sí mismas para construir sus viviendas, desplazarse de un lugar a otro, aprender, proveerse los medios de subsistencia, intercambiar bienes y favores, evitar la enfermedad, preservar la tranquilidad en el poblado, divertirse…

Cada sistema justifica y reproduce las “profesiones tiránicas” que hay detrás de él y a los técnicos y legisladores, todos pedagogizados, que lo diseñan y reforman. En los sistemas muere la libertad, porque es el hombre el que debe adaptarse a sus lógicas, horarios, dinámicas, productos, reglamentos… Nuestros días quedan definidos, en lo empírico, por la sucesión y combinación de ámbitos sistematizados que debemos transitar para cumplir cualquier objetivo. Es pues el Estado, con sus burocracias del bienestar social, el que ha diseñado nuestras jornadas, evaluando el impacto de los diferentes sistemas en nuestra subjetividad pesquisada.

Por ello, “desistematización” quiere decir, por un lado, confrontación con los aspectos del Capital y del Estado que, por habitar en nosotros, casi nos constituyen; evitación o reducción de las maneras en que nuestra cotidianidad reproduce el Capitalismo; supresión o atenuación del impulso a comprar-vender-mandar-obedecer-trabajar… Y, en su segunda acepción, sugiere una recuperación, individual y colectiva, de parcelas de nuestra autonomía, de nuestra libertad, que nos fueron robadas y regladas por la Administración: vivienda, educación, salud, movilidad, seguridad…

[Fragmento de un borrador. Materiales previos para el ensayo que estamos concibiendo en la actualidad: “En los tiempos de la protesta domesticada”. Fotografías tomadas en la comunidad “San José El Alsinat”, Guatemala. Territorios invadidos por familias sin-techo y asentamiento “viviendista” que lucha por su legalización. Desórdenes en las imágenes]

Pedro García Olivo
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Buenos Aires, 8 de mayo de 2018

LAS DOCTRINAS COMO ALFORJAS DEMASIADO PESADAS PARA VIAJES QUE JAMÁS HABRÁN DE HACERSE

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Proyectos y últimos trabajos with tags , , , , , , , , , , , , , on May 1, 2018 by Pedro García Olivo

El anarquismo existencial

1‭) ‬Doctrinario y existencial

Entendiendo la‭ “‬doctrina‭” ‬como una cristalización de la teoría,‭ ‬una suerte de endurecimiento dogmático del pensamiento,‭ ‬pudo darse,‭ ‬no obstante,‭ ‬en los libertarios de la primera hora una síntesis entre la firmeza y el rigor en las convicciones y una índole inquieta,‭ ‬apasionada e inobediente en el modo psíquico y social de desenvolverse:‭ “‬creían‭” ‬en los principios del anarquismo y,‭ ‬al mismo tiempo,‭ “‬vivían‭” ‬anárquicamente.‭ ‬Les caracterizaba una exigencia,‭ ‬que más tarde se perdió:‭ ‬la de vivir,‭ ‬a cualquier precio,‭ ‬las propias ideas.

Mientras las teorías del anarquismo respondían a un horizonte histórico-social que abonaba poderosamente su credibilidad‭; ‬mientras,‭ ‬por así decirlo,‭ ‬estaban‭ “‬llenas‭” ‬de realidad y las gentes se podían abrazar perfectamente a su dimensión utópica,‭ ‬pues‭ “‬Revolución‭” ‬era una palabra viva y casi se podía tocar con la punta de los dedos su sentido‭; ‬en ese contexto,‭ ‬era plenamente factible que conviviera,‭ ‬en una misma persona,‭ ‬lo‭ “‬doctrinario-anarquista‭” ‬y lo‭ “‬existencial-libertario‭”‬.‭ ‬Bakunin,‭ ‬el‭ “‬filósofo activista‭”‬,‭ ‬el prícipe Kropotkin,‭ ‬Proudhon,‭ ‬Malatesta…‭ ‬se enfrentaron a la vida desde una perspectiva‭ “‬creativa‭”‬,‭ ‬artística,‭ “‬decidida‭”‬,‭ ‬componiendo un bio-texto libertario.

De la mano del socialismo,‭ ‬se estaba remodelando a consciencia una forma de racionalidad política que ha perdurado hasta nuestros días‭; ‬y las concepciones obreristas alentadas por‭ ‬esa disposición histórica de la Ratio encajaban perfectamente en la realidad.‭ ‬Los‭ “‬teóricos‭” ‬eran,‭ ‬también,‭ “‬agitadores‭”; ‬y lo mismo gastaban sus energías en escribir un libro que en escapar de una cárcel.‭ ‬Eran perseguidos a menudo por publicar sus opiniones y saltaban de país en país‭ “‬viviendo‭” ‬profundamente sus ideas,‭ ‬criticando,‭ ‬organizando,‭ ‬conspirando…‭ ‬El anarquismo originario era pues,‭ ‬simultáneamente,‭ “‬doctrinario‭” ‬y‭ “‬existencial‭”‬.

2‭) ‬Solo doctrinario

Pero,‭ ‬con el paso de los años,‭ ‬década tras década,‭ ‬los planteamientos del anarquismo clásico van despegándose poco a poco de la realidad,‭ ‬pues son muchas las circunstancias y condiciones históricas nuevas que ya no contempla‭ (‬por ejemplo,‭ ‬la emergencia de una subjetividad obrera reconciliada con el Capitalismo‭)‬.‭ ‬A la par,‭ ‬las formas de protesta se fosilizan,‭ ‬logrando la aceptación administrativa en la medida en que quedan para siempre iguales a sí mismas,‭ ‬des-vitalizadas y casi momificadas:‭ ‬obedecen a unas lógicas políticas que han iniciado ya el‭ “‬viaje de vuelta‭” ‬desde la contestación a la aprobación y justificación.‭ ‬Lo que en el siglo XIX fue un arma,‭ ‬en el XX deviene mordaza…

Y aparece,‭ ‬entonces,‭ ‬una curiosa figura:‭ ‬personas que‭ “‬creen‭” ‬en la doctrina anarquista‭ (‬colectivista o individualista‭)‬,‭ ‬que muy a menudo‭ “‬militan‭” ‬en organizaciones anarco-sindicalistas,‭ ‬y que llevan una existencia absolutamente‭ “‬ordenada‭”‬,‭ ‬testimoniendo la más perfecta adaptación al sistema capitalista y desempeñándose a veces como funcionarios‭ (“‬anarcofuncionarios‭”)‬,‭ ‬o llevando una empresa,‭ ‬o viviendo del salario…‭ ‬Como adquieren y evidencian estilos de vida burgueses o pequeño-burgueses,‭ ‬su‭ “‬libertarismo‭” ‬es ya de índole meramente doctrinaria,‭ ‬sin correlato existencial o espiritual.

Una ideología contra el Sistema y una vida que lo reproduce óptimamente‭; ‬pensamientos que no se viven y vidas que no se quieren pensar…‭ ‬Estos seres‭ ‬manifiestan sustentar todavía el ideal de la Revolución,‭ ‬el Principio Esperanza,‭ ‬que diría Bloch,‭ ‬pero es esa una declaración estrictamente cínica,‭ ‬que podemos leer así:‭ “‬Se me perdonará mi oficio mercenario y mi estilo burgués de vida porque proclamo creer en la Utopía‭”‬.‭

Al lado del‭ “‬doctrinario marxista‭” (‬pensemos en Althusser,‭ ‬afiliado al P.C.F,‭ ‬dando clases en la Universidad y viviendo en el acomodo‭)‬,‭ ‬tenemos,‭ ‬pues,‭ ‬al‭ “‬solo doctrinario anarquista‭”‬.‭ ‬Pero la coartada que esgrime el marxista no le sirve al anarquista:‭ “‬El Capitalismo es una fase necesaria para el advenimiento del Comunismo,‭ ‬y tiene que cumplir indefectiblemente sus tareas‭ (‬desarrollo tecnológico,‭ ‬maximización de la capacidad productiva,‭ ‬maduración de la consciencia de los trabajadores,‭ ‬etc.‭)‬.‭ ‬Mientras tanto,‭ ‬mientras eso ocurre,‭ ‬y se van agravando sus contradicciones internas,‭ ‬nosotros,‭ ‬los comunistas,‭ ‬podemos dedicarnos a la lucha ideológica,‭ ‬cultural,‭ ‬política,‭ ‬ocupando espacios de poder,‭ ‬posiciones de influencia‭; ‬y,‭ ‬para ello,‭ ‬no debemos desprendernos a la ligera de nuestros medios,‭ ‬pues es preferible contar con economías solventes,‭ ‬sólidas,‭ ‬para sufragar nuestra lucha‭”‬.‭ ‬Y así lo hizo Engels,‭ ‬dirigiendo una factoría textil‭; ‬y Marx,‭ ‬a ratos meramente‭ “‬mantenido‭” ‬por un empresario‭; ‬y el citado Althusser,‭ ‬cobrando del Estado capitalista que proclamaba combatir‭; ‬y Adorno y Horkheimer,‭ ‬sacando réditos económicos del poderoso aparato universitario y editorial que los respaldaba,…

Pero esa coartada,‭ ‬decíamos,‭ ‬no le sirve al anarquista,‭ ‬que no cree demasiado en las‭ “‬leyes‭” ‬de la historia,‭ ‬en las fases necesarias,‭ ‬en el lado positivo del Capitalismo,‭ ‬por lo que se queda sin ese‭ “‬mientras tanto‭” ‬justificador de acomodos e integraciones,‭ ‬y se ve impelido a vivir inmediatamente sus ideas:‭ ‬P.‭ ‬Kropotkin renunció a sus propiedades y se las transfirió a los campesinos que habían trabajado para él,‭ ‬valga el ejemplo.‭ ‬Aquellos que,‭ ‬llamándose‭ “‬anarquistas‭”‬,‭ ‬renuncian a vivir su pensamiento y se instalan en la sociedad y en el Estado que dicen negar o resistir son cínicos insuperables…‭ ¿‬Es el caso de García Calvo o García Rúa,‭ ‬en España‭?

3‭) ‬Anarquismo existencial

Sobran las‭ “‬doctrinas‭”‬,‭ ‬alforjas demasiado pesadas para viajes que jamás habrán de hacerse o que,‭ ‬en todo caso,‭ ‬se harían mejor sin tanta carga.‭ ‬Pero no sobran los principios,‭ ‬los valores,‭ ‬las ideas…‭ ‬El‭ “‬anarquismo existencial‭”‬,‭ ‬tal y como lo entendemos,‭ ‬comparte con el doctrinal mucha de las cosas que se encuentran en la sala de máquinas del movimiento libertario:‭ ‬aversión al Capital y al Estado,‭ ‬rechazo de la Autoridad y de la Disciplina,‭ ‬denegación del trabajo en dependencia,‭ ‬voluntad de resistir al Productivismo/Consumismo ambiente,‭ ‬desacreditación de la idea de Patria y de la práctica de la Representación,‭ ‬inclinación permanente a la Acción Directa y a la Ayuda Mutua…‭ ‬En el anarquista existencial,‭ ‬o espiritual,‭ ‬se pueden dar cita todos estos rasgos o solo una parte de ellos,‭ ‬y en mayor o menor medida.‭ ‬Pero una circunstancia lo distingue:‭ “‬vive‭” ‬esos principios,‭ ‬los manifiesta en su cotidianidad o,‭ ‬al menos,‭ ‬tiende a ello.‭ ‬Aspira,‭ ‬con toda seriedad,‭ ‬a‭ ‬“realizar‭”‬ su pensamiento‭; ‬y,‭ ‬en este sentido,‭ ‬compone un‭ “‬bio-texto‭” ‬negativo.

Externamente,‭ ‬el rasgo más llamativo del‭ “‬anarquista espiritual‭” ‬es su modo de entender la vida,‭ ‬de encarar el futuro,‭ ‬de‭ “‬diseñar‭” ‬sus días:‭ ‬vive la vida como‭ “‬obra‭” ‬y la quiere‭ “‬de arte‭”‬.‭ ‬Se enfrenta al futuro como el escultor a la roca,‭ “‬creando‭”‬,‭“‬ideando‭”‬,‭ “‬inventando‭”‬.‭ ‬Para nada sigue las‭ “‬instrucciones de uso‭” ‬de la vida‭ (‬G.‭ ‬Perec‭)‬,‭ ‬aceptando la existencia estándar,‭ ‬el‭ “‬modo de empleo‭” ‬indicado para‭ ‬todas las jornadas.‭ ‬Es un‭ “‬artista‭” ‬en el vivir,‭ ‬y su especialidad es la vida en conflicto‭ (‬M.‭ ‬Stirner y E.‭ ‬Armand‭)‬,‭ ‬la vida‭ “‬a la contra‭”‬.‭ ‬Contra lo instituido y contra la parte de su propio ser que reproduce lo instituido….‭ ‬Como recomendaba O.‭ ‬Wilde,‭ ‬compone ética y estéticamente una vida en resistencia.‭ ‬Quizás por eso,‭ ‬bastantes‭ “‬anarquistas existenciales‭” ‬llevan vidas extrañas,‭ ‬vidas que incluyen capítulos inauditos,‭ “‬novelescos‭” ‬o‭ “‬poéticos‭”‬,‭ ‬imprevisibles.

En las biografías de los‭ “‬anarquistas existenciales‭”‬,‭ ‬dos rasgos llaman la atención:‭ ‬dificultades para soportar la‭ “‬repetición‭” ‬y,‭ ‬como consecuencia,‭ ‬tendencia a la ruptura,‭ ‬a la huida,‭ ‬a la fuga,‭ ‬a las separaciones que desgarran.‭ ‬De la mano de la‭ “‬repetición‭”‬,‭ ‬se filtran en la vida la instalación,‭ ‬el acomodo,‭ ‬el aburguesamiento‭; ‬y los anarquistas espirituales buscan siempre la viveza de la vida,‭ ‬el aroma de un riesgo y hasta de una‭ “‬aventura‭” ‬en absoluto arbitrarios.‭ ‬Por eso,‭ ‬sienten escasa simpatía hacia la declinación del verbo‭ “‬permanecer‭” ‬y su talante recuerda en ocasiones al de los fugitivos.

El anarquista existencial es un enemigo del Sistema que lo combate en sí mismo,‭ ‬pugnando por‭ “‬desistematizarse‭”‬.‭ ‬Deniega en sí lo que no estima en los demás y lo confronta conscientemente.‭ ‬Para la lucha,‭ ‬se auto-construye meditadamente.‭ “‬Desarregla‭” ‬su vida y lanza sobre el afuera y sobre el cuestionamiento del afuera una perspectiva siempre‭ “‬imaginativa‭”‬,‭ ‬abierta a la fantasía,‭ ‬al juego,‭ ‬a la más saludable de las‭ “‬locuras‭”‬,‭ ‬a lo no-racional…‭ ‬Sortea,‭ ‬así,‭ ‬todo el ámbito de la protesta domesticada.

Una dosis,‭ ‬grande o pequeña,‭ ‬de espíritu libertario,‭ ‬de‭ “‬anarquismo existencial‭”‬,‭ ‬hemos llegado a percibir en la vida/obra de autores tan diversos y distantes como los siguientes,‭ ‬que referimos en un perfecto desorden:‭ ‬Diógenes el Perro,‭ ‬al frente de los quínicos antiguos,‭ ‬e Hiparquia,‭ ‬integrante del mismo movimiento,‭ ‬precursora inadvertida de secuencias teórico-prácticas que acabaron insertándose en variadas luchas de las mujeres‭; ‬Heliogábalo,‭ ‬el‭ “‬anarquista coronado‭” ‬a quien cantó A.‭ ‬Artaud,‭ ‬niño-dios-emperador que se vende por cuarenta céntimos a las puertas de los templos romanos y de las iglesias cristianas,‭ ‬y el propio Artaud,‭ ‬diciéndose embrujado por los tarahumara‭; ‬G.‭ ‬Borrow,‭ ‬infante que atraviesa solo toda Europa,‭ ‬de Inglaterra a Rusia,‭ ‬y acaba integrándose en un clan gitano,‭ ‬y Pushkin,‭ ‬tentador también de la trans-etnicidad,‭ ‬seducido por los cíngaros‭; ‬Valle-Inclán en México,‭ ‬donde nada se le había perdido y donde perdió un brazo‭; ‬Rimbaud,‭ ‬que abandona la poesía muy joven,‭ ‬en contra de la opinión de la crítica,‭ ‬del público,‭ ‬de todo el mundo,‭ ‬y Bukowski,‭ ‬que lo abandona todo desde el principio,‭ ‬salvo la escritura‭; ‬Pierre Riviére,‭ ‬el asesino que encantó a Foucault,‭ ‬y que se burló genialmente de la justicia y de la medicina de su tiempo,‭ ‬y puede que el propio Foucault en sus andanzas por Centroamérica y en los últimos años de su vida‭; ‬Mailänder,‭ ‬el filósofo de la‭ “‬voluntad de morir‭”‬,‭ ‬que se suicidó al día siguiente de la publicación de su primer y último libro,‭ ‬ahorcándose sobre la pila de los ejemplares recibidos‭; ‬Nietzsche,‭ ‬renunciando a la brillante carrera universitaria que se le auguraba en Basilea y Jaspers abandonando la docencia tras el ascenso de fascismo‭; ‬Kleist,‭ ‬romántico al que le cabe el orgullo de haberse ganado la antipatía y hasta el odio de Goethe,‭ ‬ese estatista‭; ‬Lou Salomé,‭ ‬advirtiéndonos de las miserias del psicoanálisis y procurando alejar a Rilke de Freud,‭ ‬su maestro‭; ‬Wilde,‭ ‬abriéndonos su corazón,‭ ‬tan extraño,‭ ‬desde la cárcel,‭ ‬y Dostoievski,‭ ‬agradeciéndole sinceramente al zar su encierro en la colonia penitenciaria de Siberia‭; ‬Benjamin,‭ ‬pegándose un tiro ante el espejo,‭ ‬quizás porque no quería que ese tiro se lo pegara la vida misma en EEUU,‭ ‬hacia donde se encaminaba en fuga del nazismo‭; ‬la Bolten,‭ ‬oponiéndose a todo el principio de realidad patriarcal de su país y de su tiempo‭; ‬Van Gogh,‭ ‬en su bello y durísimo‭ “‬margen‭”; ‬Genet,‭ ‬ese depravado que fue de lo malo‭ (‬la delación y la colaboración con las autoridades penitenciarias‭) ‬a lo peor‭ (‬la estima de la clase política francesa y el aplauso de los gobernantes‭); ‬el Bosco,‭ ‬con su enigma impenetrable‭; ‬Arendt en Jerusalén,‭ ‬rompiéndonos los esquemas en relación con la índole no-monstruosa de la camarilla de Hitler,…

Solo en los anarquistas del espíritu,‭ ‬en los libertarios existenciales,‭ ‬detectan las sociedades democráticas occidentales,‭ ‬y en lo que concierne a su propio ámbito cultural,‭ ‬un surtidor no controlable de disidencia y de contestación,‭ ‬así lo creo.

Pedro García Olivo
pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires,‭ ‬1 de mayo de‭ ‬2018

LAS RURALIDADES NO DOBLEGADAS

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Indigenismo, Uncategorized with tags , , , , , , , , , , , , , , , on abril 26, 2018 by Pedro García Olivo

MUNDO RURAL-MARGINAL

Diferencia amenazada que nos cuestiona

En unos tiempos en los que, para salvaguardar el Relato de la Emancipación y a pesar de que ningún «sujeto» quería portar ya la antorcha revolucionaria, tantos analistas buscaron, por todo el territorio de lo social, sustitutos funcionales del Proletariado, depositando sus esperanzas transformadoras en los estudiantes, en los marginados, en los pueblos del Sur, en las mujeres, en las “multitudes”, en las “fuerzas emergentes de la sociedad civil”, en los indígenas, en los “pluri-sujetos contra-hegemónicos transnacionales”, etcétera, nosotros preferimos arrumbar de una vez el falso consuelo de la Utopía y poetizar la Diferencia como peligro, como interpelación y cuestionamiento de lo establecido.

Empezamos por el mundo rural-marginal, que integra el universo de los llamados «pueblos originarios» y las áreas occidentales pastoriles y campesinas de subsistencia. Fruto de ese esfuerzo fue el libro que hoy presentamos, publicado en 2014, y que se puede descargar desde nuestro blog. Danza entre muy distintos registros estilísticos y se aventura a la novedad reflexiva desde los puertos de mis obras anteriores. Recogemos aquí uno de sus capítulos más relevantes…

II) LOS MÁRGENES DE LA RURALIDAD. RASGOS ESTRUCTURALES

La “diferencia” rural-marginal se nutre de poderosas determinaciones socio-políticas, culturales y filosóficas; y cabe percibir analogías de fondo, sustantivas, entre su expresión occidental pastoricia y su manifestación extra-occidental indígena.

Comunalismo”

Como un dique contra la propiedad privada de los medios de producción, el mundo rural-marginal esgrimió el “comunalismo” y en buena media lo sigue esgrimiendo.

El comunalismo sobredetermina todos los aspectos de la vida cotidiana de los pueblos indios “en usos y costumbres”, pues se sitúa al nivel de la reproducción material, se inscribe en la lógica primera de la subsistencia. La cancelación de la propiedad privada capitalista se reviste, en este entorno, de formas diversas; adopta muy variadas soluciones, dentro de un concepto nítido e invariable: el concepto de la inalienabilidad del territorio del municipio, entendido como prohibición de la venta de parcelas locales a extranjeros, lo que supondría una disminución, una amputación, del organismo material de la Comunidad. La tierra de la Comunidad no puede ser vendida porque no pertenece a nadie: la tierra de la Comunidad es la Comunidad misma. Los habitantes de la Comunidad viven de ella (habría que decir en ella, con ella), siguiendo pautas familiares, comuneras y cooperativas; y cualquier ataque a esa base común de la subsistencia sería sufrida por todos. En algunas localidades, cada unidad familiar dispone de un lote de tierras, de donde extrae sus medios de alimentación; y, de hecho, lo trabaja a su manera, siguiendo su propio criterio, esencialmente con las fuerzas laborales de la casa, lo traspasa en herencia a sus hijos, de forma equitativa, etc. Pero aquello que se cultiva, que se traspasa, que en ocasiones se vende a un vecino, siempre y solo a un vecino, nunca a un forastero, es el derecho de usufructo de la parcela, no la parcela misma, cuyo único dueño reconocido es la Comunidad. En otros asentamientos, no se permite la herencia y las tierras son redistribuidas entre las unidades familiares periódicamente, tolerando la cesión o venta del derecho de usufructo solo en casos excepcionales. Hay también poblados en los que las tierras del común cuentan más para la subsistencia de los vecinos que las minúsculas parcelas familiares, por lo que recuerdan experiencias colectivistas occidentales.

Al lado de las parcelas asignadas a las familias, existen, en todos los casos, terrenos estrictamente comunales, ejidos, bienes colectivos,… que se trabajan en común para obtener los medios con que sufragar eventos locales, como las festividades patronales, para cubrir gastos relacionados con la gestión municipal, para hacer frente a alguna circunstancia extraordinaria, como la visita de una personalidad importante o el envío de una delegación a este o aquel foro, para surtir de fondos a una u otra caja comunitaria. Determinados recursos comunales, como los bosques, los montes, etc., están abiertos a un aprovechamiento individual, familiar, pero bajo la supervisión de un comisario y en el cumplimiento de reglamentos consensuados. Los estudios de Carmen Cordero, Bartra o Ceceña, entre muchos otros, han iluminado estos aspectos para América Latina; así como Mbah e Igariwey, al lado de otros antropólogos, los han ilustrado para el caso de África (“sistema del aldeas”) y determinadas comunidades de Asia o de los medios fríos.

En el medio rural-marginal occidental, en las aldeas de pastores y pequeños campesinos, se han registrado procesos análogos, con importantes recursos para la autosuficiencia obtenidos comunalmente: en muchos casos, rebaños “colectivos”, conducidos de modo rotativo por los vecinos, para obtener ingresos que redundan en beneficio de toda la comunidad; aprovechamiento “comunero” de los bosques y montes (suministro de leña, recolección de frutos silvestres, disponibilidad de pastos para el ganado,…); disfrute libre de instalaciones e infraestructuras básicas, levantadas cooperativamente (horno de la aldea, almacén comunal, molino público, lavadero del pueblo, etc.). Que los lugareños dispusieran también, a título personal, de determinadas parcelas para surtirse de cereales y de pequeños huertos de auto-consumo, ni erosionaba el igualitarismo social y económico fundamental de la localidad ni atenuaba la preeminencia de los lazos comunitarios, de la reciprocidad y ayuda mutua campesina. La aldea rural-marginal occidental, como el poblado indígena, mantenía a raya la voracidad del Capital, protegiéndose de una generalización de la plusvalía, del trabajo alienado, de la división en clases, del acaparamiento individual de los medios de producción, etc. De un tiempo a esta parte, se suceden las obras que exploran los restos de este colectivismo en los medios de montaña del norte y centro de España, valga ejemplo. Nosotros vivimos aún en ese contexto, en una aldea casi despoblada del Rincón de Ademuz.

Democracia directa

Ha distinguido a las comunidades indígenas de América Latina y a los pueblos nativos del África Negra, pero también de otras regiones de la Tierra, en lo político, un modelo radicalmente democrático, que, durante muchos años, los antropólogos han denominado “sistema de cargos” o “jerarquía cívico-religiosa”. No tiene nada que ver con el histrión de la democracia representativa liberal; no hunde sus raíces en Occidente, a pesar de las similitudes estructurales con las fórmulas de la Grecia Antigua. La “diferencia política indígena”, en nuestra concepción, no se presenta como reminiscencia o supervivencia de un sustrato inalterado, mítico, cosificado; surge como elaboración histórica, como resultado de un proceso social que la sitúa hoy, ante nuestros ojos, como forma resplandeciente de la alteridad. En La bala y la escuela, detallamos ese proceso para el caso de los pueblos indios mesoamericanos; y en África rebelde, libro editado por Alikornio, se describe en lo que concierne al tradicional “sistema de aldeas” de dicho continente.

Esta forma política descansa en la Asamblea o Reunión de Ciudadanos como verdadero depositario de la soberanía. En Juquila Vijanos, localidad zapoteca de la Sierra Juaréz de Oaxaca, cada familia, sin excepción, envía a esa reunión un delegado. A principios de cada año, en sesión ordinaria, se elige a los cargos públicos, con la autoridad municipal al frente, en votación directa, abierta, valorando la experiencia acumulada en los ejercicios anteriores y en puestos de menor responsabilidad. Sabemos por Carmen Cordero que en otras comunidades varía la mecánica, sin afectar nunca a la soberanía última de la Asamblea: la propuesta de nombramiento puede corresponder al Consejo de Ancianos y la ratificación definitiva a la Asamblea, las autoridades religiosas tradicionales pueden también ser consultadas a la hora de selecciona a los más aptos, etc.

En todas las comunidades, los cargos son rotativos y no remunerados: responden al concepto de un servicio a la comunidad, rigurosamente desinteresado en lo material, que proporciona respeto y prestigio. El desempeño puede ser anual, bienal o, como mucho, trienal, según las regiones; y, en todos los casos, se evitan las repeticiones y permanencias para que el ejercicio prolongado no corrompa al detentador del cargo y suscite fraudes a la voluntad popular. El desempeño de cargos, entendido como obligación cívica, suele empezar a los 15 años, por los puestos inferiores del sistema cívico-religioso; y, a partir de los 25, los hombres, considerados por fin “capaces de pensar bien”, han de acceder al resto de obligaciones y responsabilidades comunitarias (“dar tequio”, por ejemplo), incluido el desempeño de los cargos superiores. El escalafón culmina en el cargo de autoridad municipal, que recae en las personas que han destacado en el desempeño previo de todos los cargos inferiores y el pueblo considera aptos para tal cometido; quienes ejercen como autoridad municipal con rectitud y dedicación ejemplares, ganándose la estima especial de la comunidad, entran en la categoría de Anciano, gente grande, gente de respeto, miembro del Consejo de Ancianos, con funciones informales de asesoramiento y cooperación con los cargos y autoridades tradicionales. El ejercicio de los cargos, así como los procesos de elección y las múltiples reuniones deliberativas de la Asamblea para seleccionar a los más adecuados, se hallaba profundamente ritualizado, envuelto en ceremonias de diverso tipo, como corresponde a un capítulo crucial de la vida comunitaria inscrito en la esfera de Lo Sagrado.

El carácter genuinamente democrático de este sistema (dentro de los que las tradiciones políticas occidentales denominarían “democracia directa”, “democracia participativa” o “democracia de base”) queda garantizado por las prerrogativas de la Asamblea: es ella la que interviene, antes y después, deliberando y cribando, en el proceso de elección, y a la que se le reserva la última palabra del nombramiento definitivo, de la ratificación. Los cargos son responsables ante el pueblo, que la Asamblea encarna, y deben dar cuenta constantemente de su gestión; pueden ser revocados, en cualquier momento, si lo decide la Asamblea. Incluso la autoridad municipal puede ser fulminantemente destituida si no respeta la voluntad del pueblo y la Asamblea así se lo hace saber.

Sin embargo, la Asamblea no es la “fuente” de la democracia, sino solo su principal “colector”: es preciso que cada iniciativa, cada idea, cada cuestión, sea estudiada y discutida por todos los miembros de la comunidad antes de parar en la Asamblea –primero en el ámbito familiar, luego en los círculos de compadrazgo y de amistad, más tarde en los espacios de la labor y finalmente en los del recreo (1).

El lema zapatista de “mandar obedeciendo”, y la presunción de que en los territorios autónomos chiapanecos “manda el pueblo y el gobierno obedece”, deben ser entendidos a partir de este concepto visceralmente democrático preservado en las tradiciones políticas de las comunidades indígenas, en sus “usos y costumbres” centenarios, en su consuetudinaria “ley del pueblo”.

El sistema de cargos, constituye, pues, la forma política que corresponde a la educación comunitaria. Pero, en este caso, utilizamos el término “correspondencia” en su acepción fuerte, que sugiere casi la idea de identificación: la democracia directa es educación comunitaria.

En las comunidades indígenas el sistema político mismo desempeña funciones educativas, transmisoras de la cultura, socializadoras. De ahí la importancia de un segundo rasgo del sistema de cargos, que en ocasiones pasa desapercibido: la rotación. Los cargos no solo son “electivos”, son rigurosamente “rotativos”… Esto quiere decir que todos los miembros de la comunidad, a partir de los 15 años, y ya de un modo intensivo desde los 25, van a ocupar sucesivamente puestos de actividad práctica que les reportan un enorme conjunto de conocimientos significativos. La “hora del cargo” es también la hora de la apropiación cognoscitiva de la realidad comunitaria, en todas sus determinaciones (económicas, políticas, psicológicas, culturales,…). Los indígenas advierten que las obligaciones cívicas constituyen la ocasión de un aprendizaje vasto, y no meramente técnico. Un topil no solo ha de conocer la naturaleza de su función, la especificidad de su cargo: para ejercerlo a la altura de las expectativas de la comunidad, con la rectitud que se le exige, ha de asimilar progresivamente los rasgos del entorno social que condicionan su labor. Puesto que los muchachos actuarán como topiles de varios regidores, las distintas parcelas de la vida comunitaria se les irán abriendo gradualmente, forzándoles a una experiencia en las mismas inseparable de un conocimiento de las mismas, y, lo más importante, aportándoles una comprensión progresiva de la dimensión humana, social, de dichas áreas (la salud de la localidad y la medicina tradicional, las instalaciones públicas y las formas cooperativas de mantenerlas, las posibilidades reales de relación y comunicación con los hermanos de los municipio próximos y las formas solidarias de proveerse de las infraestructuras requeridas para fomentarlas, etc., etc., etc.).

Cuando, después de años “rotando” por los puestos inferiores, años de formación, de preparación y de aprendizajes básicos, se alcance la verdadera edad de la razón, y cada ciudadano deba empezar a desempeñar cargos de mayor responsabilidad, que exigen una atención intensificada al medio y proporcionan conocimientos más amplios y más profundos, en ese momento decisivo, la educación comunitaria indígena incorpora a la asamblea como tutor de primer orden: a ella se le rinde cuentas, pero también de ella se recogen informaciones, datos, recomendaciones,… imprescindibles para prestar un mejor servicio a la colectividad y para ampliar la comprensión del horizonte social local. La asamblea, desde este punto de vista, es una “fuente de documentación”.

Desde el principio, los Ancianos, interesándose por el desenvolvimiento cívico de los muchachos, prodigándose en consejos, asesorando, premiando simbólicamente y amonestando cuando es preciso, han constituido el otro resorte de la educación comunitaria, una educación ‘para’ los cargos y ‘por’ los cargos; desde el principio, los hombres más respetados de la localidad, los más dignos y los más sabios, se han implicado de corazón en el proceso formativo y moralizador de la juventud, erigiéndose sin duda en el tutor mayor.

En las comunidades, pues, se instaura una relación entre política y educación que Occidente desconoce radicalmente. Nuestras escuelas “preparan” y “modelan” el material humano atendiendo a los requerimientos del orden político establecido; trabajan, por así decirlo, por encargo. Con su doble lenguaje cínico y des-moralizador, los pedagogos de Occidente declaman en favor de una “educación para la democracia”, evidenciando la triste circunstancia de que nuestro modelo político, indirecto y representativo, no educa por sí mismo, corroborando que la democracia liberal no es educativa. En los pueblos indios, por el contrario, la organización democrática tradicional, el sistema de cargos, actuaba como agente de la educación comunitaria: formaba, socializaba, moralizaba, culturizaba. Europa educa para un uso democrático-liberal de los hombres, para que el ciudadano se someta a un aparato de gobierno que sanciona la desigualdad en lo socio-económico y la subordinación en lo político; la comunidad indígena mesoamericana garantiza un uso educativo de la democracia, para que el ciudadano se integre en un sistema de auto-gobierno que preserva la igualdad en lo material y la libertad en lo político.

Al concepto de ciudadanía occidental se adhiere una disposición heterónoma de la moral: no admite la idea de una bondad del ser humano centrada sobre sí misma. Se es un “buen ciudadano” en la medida en que uno sirve para el funcionamiento del orden económico-político impuesto. Es la noción del “hombre-herramienta”, “hombre-instrumento”, apuntada en diversas ocasiones por Adorno y Horkheimer. El concepto de ciudadanía indígena supone una disposición autónoma de la moral: el auto-gobierno democrático hace al hombre “bueno” para que se regocije en su bondad; el servicio desinteresado a una comunidad de iguales dignifica al ser humano y esa dignidad reconocida en uno mismo es la fuente de la autoestima y de la felicidad. Tal bondad, tal dignidad, es un regalo de la organización comunitaria carente de finalidades segundas, se cierra sobre sí misma en la aspiración última de lo que algunas etnias llaman “la buena vida”, la felicidad; la democracia india forja al ciudadano libre como condición de la felicidad. He ahí la meta de la “educación comunitaria indígena”. El anhelo imposible de Fausto, que cifra el utopismo desmadejado de Occidente (y no es banal que lo haya señalado un estadista: Wolfang Goethe), aquel “vivir con gente libre en suelo libre”, era cotidianidad en las comunidades indias, un tesoro salvaguardado por su modos informales de educación.

La “democracia india”, asaltada en toda América Latina por el fundamentalismo imperialista del “Estado de Derecho”, comparte sus rasgos de fondo, estructurales, con las formas de autogestión política que caracterizaron a las “sociedades sin Estado” (también llamadas “Anarquía organizadas” o “Pueblos sin Gobernantes”) del África Negra. Que pueblos como el de los Igbo hallan practicado la democracia directa durante décadas, a pesar de aglutinar a una población de siete millones de personas, es una constatación histórica que los celadores del Pensamiento Único liberal tienen mucho interés en ocultar…

También el mundo rural-marginal occidental, aprovechando su aislamiento, su lejanía de los centros de poder, ha sabido durante siglos escabullirse de la ley positiva del Estado, haciendo valer el desinterés que hacia él mostraban las administraciones y los burócratas para perseverar en prácticas asambleístas, de democracia participativa, directa, encaminadas más a la obtención del consenso que al triunfo de una determinada fracción. Reuniones de ciudadanos, a veces en las iglesias, muy a menudo en las plazas de los pueblos, sustituían a la mera voluntad del “alcalde”, que por fortuna residía lejos, en la cabecera del distrito. Donde la complejidad de los problemas lo recomendaba, surgieron asimismo “cargos”, electivos, rotativos, no remunerados, siempre temporales,… Como, en rigor, “los niños no existen” en este entorno, y sí los “hombrecitos”, los “hombres de corta edad”, como aquí no arraigó el concepto de “niñez”, con su efecto segregador y confinador, estrictamente ideológico, tal nos recordó Illich, los más jóvenes aparecen por las asambleas y reuniones de campesinos lo mismo que aparecen por los huertos y por los corrales, para continuar aprendiendo, para educarse en comunidad. También el asambleísmo rural-marginal occidental constituía una ocasión y una herramienta educativa…

Ayuda mutua

Hace décadas, hubo un incendio en Sesga, núcleo rural-marginal de la media montaña valenciana. Ante el infortunio, los vecinos, que perdieron sus casas, alcanzaron un consenso en el olvido de la Administración, desafectos hacia la ley positiva del Estado y de espaldas a sus agencias “asistenciales”: pedirían ayuda (en primer lugar, “hospedaje”) a los habitantes de Mas del Olmo, la aldea más cercana. El auxilio les fue prestado sin reservas; y, a partir de ahí, se forjó un vínculo de “apoyo mutuo” que hoy sigue en pie. Las gentes de Sesga están siempre atentas a las necesidades de las familias que les prestaron socorro, y no desaprovechan la menor ocasión de cooperar en su satisfacción. Todos los años, valga el ejemplo, los sesgeños se desplazan a Mas del Olmo para ayudar en la vendimia. De hecho, se ha establecido un “compadrazgo”, una suerte de “solidaridad perenne”, entre vecinos de los dos pueblos: se juntan para celebrar bodas, bautismos y cualquier otro evento trascendente o festivo. Se ha forjado una especie de “familia ampliada”, una “alianza entre familias” al menos…

Como los indígenas o los gitanos, los pastores de Sesga confiaron en sí mismos y en sus compañeros a la hora de afrontar la Adversidad. Se sabían “defendidos” por mallas de apoyo mutuo, que los salvaban asimismo de la toxicomanía más extendida: la adición a la protección estatal. Iván Illich señaló, en La sociedad desescolarizada, que las burocracias del bienestar social tienen como objetivo el “subdesarrollo progresivo de la confianza en uno mismo y en la comunidad” y dejan al individuo verdaderamente a merced del Estado, culminando una desposesión absoluta…

Este tipo de relaciones de ayuda mutua, que presenta tres vertientes (trabajo cooperativo en beneficio de la comunidad, intercambio de favores entre particulares y atención cotidiana y colectiva a las necesidades de cada uno de los compañeros), todavía se recuerda en el medio rural, y no solo marginal, y se ha practicado tradicionalmente hasta sucumbir bajo el rodillo compresor de la Modernidad (individualismo capitalista, sacrificio de la ruralidad, apoteosis del Estado,…). En cada región recibía un nombre distinto, que cubría las tres modalidades de apoyo: “tornallom” en Valencia, por ejemplo.

Pero es en el entorno indígena donde subsiste de un modo más nítido, convirtiéndose en bandera de la resistencia contra la globalización etnocida. Tanto allí como aquí, este tipo de relaciones desempeñaba asimismo una función “educativa”, en el contexto de modalidades socializadoras y de transmisión cultural no-escolares hoy parcialmente desmanteladas.

G. Lukács, en el prólogo a un libro de su discípula Agnes Heller, reconocida socióloga de la Escuela de Budapest, definió la vida cotidiana como “el espacio intermedio de la dominación”. Sería el ámbito donde el doble dominio inherente a toda sociedad de clases, la doble coacción de lo económico y lo político-ideológico, se sintetizaría en relación humana, en interacción diaria, en hábito colectivo, uso social, disposición de la afectividad,… La vida cotidiana aparecería, pues, y así lo ha argumentado la propia Heller, como el espacio en el que la opresión (política) y la subordinación (económica) se reflejan y se refuerzan

Como modalidad de organización igualitaria, de sociedad no-clasista, la comunidad indígena confiere a sus formas de cotidianidad una funcionalidad semejante, pero ya no al servicio del dominio, sino de la educación. La esfera cotidiana del pueblo indio es el ámbito en el que la educación comunitaria “se refleja y se refuerza”. Lo que en una sociedad de clases, como la occidental, sirve para la reproducción de la desigualdad y para la profundización de la opresión, en el “pueblo de indios” comunero alimenta sin descanso, reactiva, el proceso informal de auto-educación para la justicia social y para la democracia política. Usos sociales como el “tequio”, la “gozona” y la “guelaguetza”, que tan importante papel desempeñan en la vida cotidiana de las localidades indígenas, ilustran perfectamente esa dimensión “educativa” del espacio intermedio comunitario. Inducen una saturación de la comunicación cotidiana, de la interrelación social, por los valores de la solidaridad y la ayuda mutua. Es así, en definitiva, cómo se traducen, sobre el plano intermedio de la formación social, las determinaciones de un ordenamiento económico comunero y de una sociedad sin clases, por un lado, y de un sistema político democrático y un pensamiento igualitarista, por otro.

Jacobo Tomás Yescas, zapoteco de Juquila Vijanos y militante del Consejo Indígena y Popular de Oaxaca, nos explica el sentido del tequio y la gozona:

– “Acá estamos acostumbrados al tequio para realizar los trabajos del pueblo. Cuando una Autoridad llega a necesitar gente, convoca a todos los ciudadanos de la comunidad a realizar los trabajos del pueblo, ya sea limpiar caminos, desmontar lo que es de la carretera (“desmontar” decimos nosotros; porque la Autoridad que termina su año tiene su obligación ir a limpiar la carretera), y limpiar los caminos, para que él ya deja todo limpio a otra Autoridad que entre. O sea, a todo eso lo llamamos ‘tequio’.

– Para nosotros la gozona es para… Por ejemplo, tengo un vecino, ¿no?, voy un día de él a trabajar, y ya va conmigo… Así es, ya van conmigo, ya voy con ellos. Eso en la gozona… Yo mi vecino le voy a ver: “ven a trabajar conmigo porque no tengo ayuda”. Hacemos gozona… El va de conmigo dos, tres días; y ya le repongo yo luego los días que trabajó conmigo… Somos gente de escasos recursos; entonces, ya con la gozona nos evitamos de dinero… Y así funcionamos unos con otros, cooperamos… Aquí no hay gente contratada: ya con la gozona tenemos, pues; resolvemos los trabajos…

El tequio y la gozona rigen buena parte de la vida económica y de la interacción social en las comunidades. No se trata de meros sustitutos funcionales del dinero: arrostran también una dimensión político-filosófica. Evitan las posiciones empíricas de sometimiento y de explotación de un hombre por otro -enmascaradas en la sociedad mayor por el salario, por el contrato, por la nómina,…- y colocan sin cesar en primer plano el valor de la cooperación y del trabajo comunitario. Ahí reside su función educativa: el pueblo, que se desea siempre unido, debe subvenir a sus necesidades colectivamente, evitando segregaciones y desigualdades. Todos los ciudadanos son campesinos y hombres que saben hacer más cosas, unos mejor que otros, aparte de cultivar sus parcelas; pero no debe haber “oficios” especializados, que excluyan a un hombre de la relación cotidiana con la Madre Tierra. La especialización laboral crearía jerarquías, diferencias internas de intereses y de pensamiento, exigencias de pagos en dinero,… En esta acepción, el tequio y la gozona aparecen como vectores de la igualdad y de la cooperación entre iguales; ensanchan el ámbito de la ayuda mutua en detrimento del contrato y del salario. Expresan el aborrecimiento indígena del trabajo alienado y de la plusvalía. Al mismo tiempo, como decíamos, “forman” a los jóvenes en el sentimiento de la fraternidad comunitaria, de la equidad, de la autosuficiencia cooperativa, de la aversión al individualismo burgués… Promueve una rigurosa “educación” en valores (2).

Al lado de la “gozona”, y dentro del conjunto de relaciones de reciprocidad y acuerdos de ayuda mutua característicos de las sociedades indígenas mesoamericanas (englobados por George M. Foster en la categoría de “contratos diádicos”), encontramos el “compadrazgo”. Surge cuando dos personas acuerdan cooperar en eventos críticos de la vida: bautismo, matrimonio, enfermedad, muerte,… E implica un compromiso por el bienestar y la seguridad del ahijado, resuelto como atención y ayuda a sus padres. En muchas etnias, los compadres no son parientes, por lo que el vínculo de colaboración, respeto e intimidad casi convierte en familiares a personas exteriores a la familia…

Todos estos “contratos diádicos” permean la cotidianidad indígena, sirviendo, según Foster, de “cemento que mantiene unida a la sociedad y lubricante que suaviza su funcionamiento.” Más allá de estas valoraciones “funcionalistas”, a nosotros nos interesa destacar el carácter socializador y moralizador de tales vínculos, que suponen un concepto no-utilitario del ser humano (aforismo tseltal: “ante cada hombre, debemos ser capaces de tomar su grandeza”) y se inscriben en una forma de racionalidad en absoluto “instrumental”, por utilizar el término de Max Weber. Nos interesa subrayar su dimensión educativa informal.

Sin embargo, es la “guelaguetza” la práctica social más sorprendente y entrañable, más delicadamente ‘educativa’, de cuantas surcan este espacio, decididamente espiritual, de la vida cotidiana comunitaria. Para caracterizarla, vamos a reparar en un bonito relato del escritor oaxaqueño Abel Santiago Díaz. Trata de una pareja, recién instalada en la comunidad de Loogobicha, que puede contraer matrimonio gracias a la ayuda de los lugareños.

[El sacerdote] les hizo saber la verdad:

– El pueblo los ha aceptado como sus coterráneos -les dijo con fruición-, como nativos de este solar. Los ha hecho suyos. Les ha brindado familiaridad, parentesco. Han sido objeto de una guelaguetza, gracia que a muy pocos se concede: consiste en ‘la entrega de un don gratuito, sin más efectos que la reciprocidad del que lo recibe’. [En este caso: todo lo necesario para la fiesta nupcial: pollos, guajolotes, maíz, fríjol, especias, cartones de cerveza, cajas de refresco, aguardiente, loza, etc.]. Como hijos adoptivos del pueblo, han recibido el primer ‘acto de cortesía, de exquisitez y de finura’. Lo que les solicitan (…) es la aceptación de la consanguinidad.

Santiago Díaz se refiere aquí a un tipo particular de “guelaguetza”, que se materializa en fiestas, bodas, celebraciones, momentos especiales de alegría pero también de dolor, como las defunciones. Al lado de esta “guelaguetza” por motivos excepcionales, existe otra ‘ordinaria’, ‘cotidiana’, ‘frecuente’, que exige muy pocas condiciones para desplegarse. Puede responder a la mera “simpatía”, o al deseo de agradar al receptor. Sin embargo, en otros muchos casos, los que más nos interesan, se revela como un método para resolver problemas de los vecinos, para satisfacer necesidades ajenas, para atender carencias del otro, para eliminar esos “disturbios” que impiden la paz, la armonía, comunitaria. A través de ella, los ciudadanos pueden sortear dificultades de muy diverso orden, pueden salvar obstáculos, diluir amenazas, superar crisis,… Todo esto al margen del dinero, de espaldas al cálculo crematístico, en la prescindencia del trabajo servil y de la “ganancia”, en la proscripción de la subordinación, desterrando de la comunidad la mera eventualidad de una explotación del hombre por el hombre. Como el tequio y la gozona, la guelaguetza opera para preservar la salud de la comunidad, su dignidad. Salud y dignidad radicales: expeler el problema, resolverlo o cancelarlo, por las vías de la ayuda mutua y de la colaboración. Los ciudadanos pueden así satisfacer cooperativamente la mayor parte de sus necesidades, gracias a las apretadas redes de los “contratos diádicos”, a la infinidad de “relaciones de reciprocidad” que establecen cotidianamente con sus vecinos, absolutamente al margen de las lógicas productivistas y consumistas de la sociedad occidental, sin pagar el precio de una opresión del hombre y de un maltrato a la naturaleza.

El saludo indígena tradicional, que, como tal, como saludo en sentido estricto, se ha perdido (sustituido por fórmulas que incluyen una referencia a “Dios”, como el “Padiuxh” zapoteco, un “buenos días le dé Dios”, saludo no-indio en el decir escueto de Molina Cruz), subsiste hoy como hábito dialógico, como predisposición a la conversación, casi como “interrogatorio afectuoso”, al servicio de una expectativa de guelaguetza. Se dispara ante la mera presencia del otro, del vecino, del conocido; y se ha dicho de él que es “un diálogo completo”, tendente a recabar toda la información sobre el ‘partenaire’, toda la verdad en relación con su salud, familia, tareas, proyectos, inquietudes, dificultades,… El saludo indio permite detectar en el interlocutor un motivo para la guelaguetza, una carencia en el hermano entrevistado que acaso se pueda subsanar, un problema que lo anda buscando y que puede exigir la atención comunitaria. Presupone en el saludador una disponibilidad, una voluntad de ayudar de acuerdo con sus posibilidades. Como los saludos cruzados a lo largo de la jornada son muchos, incontables, es también tupida la trama de guelaguetzas que en cada momento se está tejiendo.

Habituar a los jóvenes a saludar de este modo, a prodigarse cotidianamente en guelaguetzas, en cariños, es, exactamente, educarlos en la voluntad de servicio a la comunidad, en la atención a las necesidades del otro, en la ayuda desinteresada, en el compromiso colectivo en pos de la “vida buena”, la paz local, la armonía, la bonanza eco-social…

Localismo trascendente

La mayor parte de los arqueólogos e historiadores actuales estiman que la “fidelidad a la localidad”, el “sentimiento comunitario”, se erige en el principal criterio de afiliación y solidaridad entre los indios centroamericanos, dejando a un lado los vínculos insuperablemente ‘primarios’ de la familia conyugal y la familia extensa. Pesa más el vínculo local que la identidad étnica; y, por ello, habiendo constituido una constante milenaria la rivalidad y el enfrentamiento entre localidades de la misma región o de regiones próximas, en todo tiempo y en todo lugar ha sido considerado un mal terrible, un peligro insondable, una verdadera abominación, la “división” intracomunitaria, la hostilidad ente hermanos de un mismo pueblo, la existencia de facciones en el municipio.

Asentada sobre el vigor de esta fraternidad local, la educación tradicional indígena sobredimensiona la significatividad de sus enseñanzas: agricultura local, climatología local, fauna y flora local, geografía local, historia local, costumbres locales, derecho local, usos políticos locales,… Se muestra, en verdad, muy poco interesada por lo que ocurre más allá de los límites de la comunidad porque, como órgano casi vital de los indígenas y preservadora de su condición y de su cultura, los quiere por siempre allí, en el pueblo. No prepara para la emigración –eso atañe hoy a la Escuela; sirve a la causa de una integración física y espiritual del indígena en su medio geográfico y en su tradición cultural. Desmantelada en variable medida esta educación comunitaria, el campesino se extraña de su propia comarca: lo que oye en la Escuela le ayuda poco a sobrevivir en la comunidad, a comprender y amar a sus hermanos, a sentirse cómodo en su propia piel.

Según Joseph W. Whitecottom, dejando a un lado las obvias determinaciones lingüísticas y culturales, cabe definir la condición india como “campesinado que mantiene una peculiar relación con la tierra y con la comunidad”. Es precisamente la singularidad de esa relación con la tierra de aquí y la comunidad nuestra, instituyente, como veremos, de un “localismo” sublimado en filosofía, en cosmovisión, la que se halla hoy en el centro de la diana sobre la que dispara la Escuela…

Lo local no es solo el conjunto de los edificios del pueblo; la comunidad no es solo el conjunto de los residentes. Una canción tseltal, recogida por A. Paoli, sugiere el verdadero alcance de estos conceptos:

Está contento nuestro corazón

cuando no hay problemas en nuestra comunidad:

somos todos entonces un solo corazón

y sentimos que el ambiente también sonríe.”

Dentro de la comunidad, todos los entes, personas, objetos, fuerzas de la naturaleza, animales, rasgos del relieve, prácticas sociales,… son sujetos que influyen y son influidos, que actúan unos en otros, que coexisten en una movediza interdeterminación. Se diría que hasta el más ínfimo elemento de la realidad comunitaria es “espíritu” para el indígena, es “gente”, “alma” (en el sentido platónico: “aquello que se mueve por sí mismo”), pero nada puede y en nada se manifiesta sin el concurso de todo lo demás. Para aludir a este aspecto capital de la mentalidad india, Carlos Lenkersdorf, entre otros, ha hablado de “intersubjetividad”.

Las lenguas indígenas resultan particularmente “esquivas” para los afanes traductores occidentales en virtud del papel que juega en ellas la multiplicidad de los sujetos y por los diversos tipos de intersubjetividad y transubjetividad que obtienen expresión verbal, gramatical, sintáctica. Lenkersdorf ha analizado con detalle este fenómeno de la intersubjetividad en la lengua maya tojolabal. Pero parece que se trata de un rasgo compartido por todas las lenguas mayas, incluso por todas las lenguas indígenas mesoamericanas. El zapoteco no constituye una excepción: hemos notado que los indígenas de Juquila padecen, cuando hablan en castellano, esa especie de dictadura de la primera persona, esa hegemonía del “yo”, que complica indeciblemente la expresión de unos sentimientos comunitarios en los que el sujeto, aun conteniendo al “yo”, habría de ser distinto y más vasto, habría de estar abierto a una identificación más profunda del hablante con “el ambiente”, debería ser capaz de referir interrelaciones específicas entre seres y objetos y de indicar la disolución circunstancial del individuo en esos conjuntos inestables de interdependencias.

Este protagonismo innegable de la intersubjetividad en la cosmovisión indígena, reflejada en el lenguaje y reforzada por el lenguaje, nos señala que la comunidad, lo local, es vivido como una realidad colectiva, donde naturaleza y sociedad están necesariamente integradas, donde la materia y el espíritu rompen sus corazas formales y se funden en un abrazo que ya lo abarca todo. El objetivo esencial, constituyente, de la educación tradicional indígena se cifra en promover la “armonía”, el perfecto avenimiento entre todos los componentes de esta colectividad, la paz en la comunidad, entendida siempre como ausencia del problema, el ideal de la “vida buena”.

Es de esta forma como “lo local” adquiere una dimensión filosófica, trascendente, manifiesta en los mitos y en las leyendas, y se adhiere a un proyecto colectivo de vida que es a su vez un proyecto de vida colectiva, asumido por la educación comunitaria. La expresión tseltal que subsume ese proyecto, y que en ocasiones se ha traducido como “vivir en el bien”, ha merecido estudios. Es esta: “lekil huxlejal”.

La paz y la “vida buena” constituyen el objetivo último de la educación comunitaria porque son sentidos también como el ideal de existencia indígena. Solo puede haber paz en la evitación del “problema”, y se entiende por tal aquel proceso que altera la armonía deseable de la comunidad, una armonía que aparece, a la vez, como cuestión social y del ecosistema, humana y medioambiental, material y espiritual. Como ha señalado A. Paoli, y podemos hacer extensible al resto de las etnias mesoamericanas, “los tseltales y los tsotsiles hablan de la paz como de una cuestión social y cósmica, aunque experimentada por el individuo”.

Cuando hay paz, la vida es perfecta.

Cuando hay paz no existe la tristeza en el corazón,

no hay molestia, no hay llanto, no hay miedo ni hay muerte;

existe la vida buena en su esplendor:

somos un solo corazón, somos unidad,

es igual el derecho para todos,

todos tomamos igual la grandeza de todos,

hay amor,

hay igualdad en nuestros corazones.”

El localismo trascendente de las comunidades no puede admitir una resolución en falso del “problema”. La comunidad en su conjunto sufriría las consecuencias; el ambiente seguiría acusando la tristeza y la misma naturaleza exteriorizaría su pesar. Nadie puede “hacer la paz” por la comunidad; solo la comunidad misma puede hallar y eliminar el problema que se ha personalizado en un hermano y, volviéndolo contra sí mismo, contra sus compañeros, contra la armonía local, ha afligido a todo “el cosmos de aquí”. Los poderes externos, policías, jueces y tribunales, quedan desautorizados. La “vida buena” es un conjunto de condiciones socio-ecológicas y morales locales que los extraños no pueden comprender. Toda intromisión ‘universalista’ es una agresión: Jan de Vos ha hablado, al respecto, de “agresión ladina”, subrayando su doble índole, taimada y mestiza.

Paralelo es el caso de las asambleas convocadas para resolver litigios y reprobar comportamientos atentatorios contra la “armonía e integridad” de la comunidad. Como ya se ha indicado, la asistencia de los niños a estas reuniones era aprovechada sistemáticamente por el colectivo para enriquecer el proceso de formación de los jóvenes, mostrándoles aspectos cardinales del derecho consuetudinario y profundizando su asimilación de la cosmovisión indígena.

Lo local indígena está amenazado. Su enemigo es el avance de la propiedad privada capitalista en el medio rural, con sus efectos erosivos y disgregadores de la comunidad. En la medida en que los pueblos indios empiezan a asimilar una lógica empresarial, mercantil, y dejan de valorar la tierra tal un bien espiritual para concebirla como ‘objeto de explotación’, como materia, el apego al “patrimonio común territorial” se debilita. Las estrategias del gobierno procuran acelerar ese tránsito conceptual, movilizando para ello las fuerzas de la seducción (alienación cultural) y las de la opresión (ahogo económico, acoso político).

Bien por necesidad (por el estrangulamiento de la relativa autosuficiencia económica de la comunidad y por la crisis de los sectores ejidales modernos), bien por fascinación (por las expectativas de mejora material y de enriquecimiento suscitadas en determinados sectores indígenas) son ya muchos, demasiados, los “comuneros” que han renunciado a su condición, erigiéndose en pequeños propietarios ‘libres’ o en jornaleros rurales. El magnífico edificio de la localidad indígena comunal, regida por sus Usos y Costumbres tradicionales, orgullosa de su autarquía económica relativa y de su autogobierno democrático, ve multiplicarse sus grietas a golpes de ofensiva cultural occidentalizadora, política económica neo-liberal y campaña de terror policíaco-militar (3). Estamos apuntando que el futuro es incierto, siendo horrible el presente. Que todavía hay una lucha por librar, aunque en muchas partes ya se perdió la guerra…(4).

La desgracia infinita de las comunidades indígenas radica, en última instancia, en la condena contemporánea del “localismo” subalterno, no-expansivo. Hay, por supuesto, un localismo triunfante, siempre sonriente (es, la suya, la sonrisa del criminal, si usamos con propiedad las palabras), que se mundializa hoy, que asoma por todas partes: es el localismo de los pueblos de Occidente, el localismo ilustrado. Y hay también localismos menos arrogantes, no tan poderosos, localismos subalternos: este es el caso de las comunidades indígenas. Conservan la posibilidad de dialogar con el otro, porque no quieren rebasar sus fronteras, no contemplan la idea de una ‘colonización’ de la alteridad. Es un localismo que en absoluto aspira a la globalización (5).

Nada en la cultura occidental retiene la capacidad de una comprensión de la idiosincrasia indígena. Todo en la cultura occidental apunta a una voluntad de extermino de la alteridad india, a un programa sin cesar renovado para sofocar la insumisión indígena. El combate se inició hace doscientos años: de un lado una Ilustración por siempre insuficiente (Adorno), desde muy pronto destructiva (Subirats), hoy ya cínica (Sloterdijk), que ondea al aire la bandera de una farsa sangrienta (Cioran), afeitada de Modernidad igual que se embellece un cadáver en el tanatorio; de otro, un localismo comunero, “democrático” en la más noble acepción de esta palabra, humilde hasta el punto de no anhelar otra cosa que su propia y sencilla vida. Al margen del pronóstico sobre el resultado de la contienda, hay una cosa cierta: si la Humanidad ha de sobrevivir sobre la tierra, no lo hará bajo el estandarte de la globalización capitalista, de la muy racional mundialización del productivismo occidental. El planeta ya nos lo ha hecho saber: si seguimos así, él no aguanta –o no nos aguanta.

Solo el localismo no-expansivo cuenta hoy con credenciales atendibles; un localismo vinculado al exterior, pero no hasta el extremo de la dependencia. Persuadido de ello, Jerry Mander ha defendido “la viabilidad de economías diversificadas y localizadas, de escala más pequeña, enganchadas a las fuerzas externas pero no dominadas por ellas”. En la misma línea, Douthwhite apunta que “en vez de una economía global que dañara a todo el mundo hasta el colapso, un mundo sustentable podría contener una plétora de economías regionales (subnacionales) que produjeran todo lo esencial para vivir de los recursos de sus territorios, y que fueran, como tal, independientes unas de otras”. Frente al “monstruo” ilustrado, nos queda, pues, la esperanza ‘local’… Resistirse al monstruo es lo que las comunidades indígenas vienen practicando desde hace casi dos centurias; hallar en ellas, o en otros localismos, sustento para la esperanza es lo poco que todavía cabe a cuantos, como nosotros, se temen occidentales.

El campesino indio no ignora que solo puede “resistirse al monstruo” con los pertrechos de su democracia tradicional y en la vieja trinchera de la propiedad comunera de la tierra.

Paralelo ha sido el pulso entablado entre el mundo rural-marginal occidental y la expansión urbano-industrial capitalista. La “modernización” de la agricultura llevó las mejores tierras al punto de no retorno de la propiedad privada, de su “explotación” individual y de su sometimiento al mercado. En las sierras pobres, en las aldeas recónditas, en los medios montañosos poco atractivos para la inversión de capital…, pudo subsistir un concepto diferente de lo “local”, de la relación del hombre con el territorio. Pastores antiguos, como mi amigo Basilio, a quien de algún modo dediqué Desesperar, aparecen todavía como un compendio “vivo” de esa filosofía que nunca se llamaría a sí misma “filosofía”, de ese localismo trascendente enfrentado al universalismo altericida de la Ratio. Las analogías con la cosmovisión indígena son sorprendentes; y su ocultamiento constituye un cargo más contra la disciplina historiográfica académica. Vamos a recuperar algunos pasajes de Desesperar, para mostrar, de la mano de Basilio y otros pastores tradicionales, el modo (acaso descolorido, difuminado) en que un “localismo trascendente” muy semejante al indígena sigue palpitando en los montes.

Las relaciones de Basilio con la naturaleza lo convierten en una especie de nuevo Robinsón, desencantado. Su isla desierta es la montaña. En ella encuentra todo lo que necesita para sobrevivir. En primer lugar, pasto para el ganado, que, proporcionándole carne y leche, le permite también confeccionarse su propia ropa, de lana y de cuero. A menudo, protección y escondrijo -cuando huye de los entrometidos, veterinarios, asistentes sociales y policías. Y, siempre, leña para el hogar; plantas medicinales y alimenticias, tal la manzanilla, el té de roca o el tomillo, cuyas cualidades conoce perfectamente; frutos silvestres como el champiñón, el espárrago, las setas; aguas, duras o blandas; arenas, para construir y para lavar; a pesar de su denostación de la caza, liebres, perdices, algún jabalí; piedras con que afilar su enorme cuchillo de hoja curva; aliagas para la estufa; ramaza de pino, de sabina, de enebro, para cubrir sus corrales; espliego y ajedrea para perfumarse de sierra; y, sobre todo, senda para sus pies incansables, follajes para aliviar las calores y abrigos profundos donde defenderse del frío, lechos de hierba que invitan al reposo, cielos límpidos bajo los que declararse feliz, vastos paisajes en que explayar sus ojos, el ritmo de las estaciones evitando el aburrimiento, lluvias y nieves para especular con las mieses; flores que alegran la vista mientras, también alegres, viven, y no como cadáveres en el jarrón; fatiga para dormir bien; la magia de un ciervo apenas sí atisbado entre las brumas del amanecer; la solemnidad del águila y la risa de los buitres; esos atardeceres lentísimos que lo embriagan de serenidad, y esas auroras encendidas que sientan como una arenga para los trabajos ordinarios del día…

Estas son las cosas que quiere Basilio. Son, también, las cosas que tiene. Ahí se agota, se apaga, la luminaria humildísima de sus deseo. Entre Basilio y esta alta montaña del olvido valenciano se configura un mundo aparte, un universo autónomo, cerrado sobre sí mismo, que nada demanda (y nada espera) del exterior. Aquí, Basilio podría vivir prescindiendo de los demás, al margen de las leyes de los hombres y de la lógica de sus mercados. La única relación que el pastor mantiene con el mundo exterior consiste en la venta de los corderos. Podría renunciar a ella, ya que no anhela incrementar su fortuna -y se diría que la detesta. Pero el equilibrio del hato, la buena marcha del ganado, exige esa periódica transacción. Además, Basilio, hombre descomplicado, jamás se ha propuesto la autosuficiencia, jamás ha pretendido bastarse a sí mismo en todo. No alimentó la esperanza de remedar a Robinsón, ingenio y proeza. Nada tiene en contra de la venta de corderos. Nunca se vio como un héroe; no quiso convertir su vida en una epopeya. Su suficiencia, que jamás fue un proyecto, ni le place ni le enoja. Simplemente, va con él. “Yo me apaño solo”, me dice.

Desvinculada la naturaleza de la esperanza, deja de funcionar como sostén de un negocio o fundamento para el candor del idealismo. Lo mismo que Basilio no ha soñado erigirse aquí en un “hombre natural”, en perfecta armonía con la montaña, tampoco ha procurado nunca aprovechar sus frutos para ganar dinero (venta de setas, de caracoles, de semillas de enebro, de endrinas, de fósiles, de manzanilla, de té de roca, de cardos, de espliego, de madera,…). Desvinculada la naturaleza de la esperanza, aún se puede vivir en ella sin destruirla, rentabilizarla o pretender salvarla.

Quien diga que Basilio es un pastor, se equivoca… Igual que conduce un hato, sacrifica un animal, prepara unas canales, embute, ahuma fiambres, cura jamones, poda, hierra, castra, descuerna, curte pieles, confecciona un zurrón, diseca cabezas, levanta una casa de mampuesto, arregla hornos y chimeneas, construye terrazas de piedra en las faldas de la montaña, limpia acequias, excava pozos, sanea vigas, fabrica una mesa, una puerta, una cuna, cocina, hace pan, tortas, magdalenas, buñuelos, trabaja el barro, pinta, doma un potro, arregla huesos quebrados, esquila, carda la lana, teje, vende huevos, miel, cortinillas de junco, badajos, jabón casero, botas para el vino, toneles de carrasca, ayuda al parto, corta el pelo, afeita a navaja, inventa cepos para zorros, nidos de madera para pájaros, colmenas de corcho, destila licores, recolecta frutos silvestres, cultiva un huerto, trenza mimbres y espartos, investiga la vida de los animales, entierra a los muertos de la aldea, llena una despensa de conservas, surte al vecindario de esteras, cestos, sandalias, quesos, cuajadas, cecinas, persigue al rastro, explica los hábitos del jabalí, la liebre, la perdiz, la víbora, el águila, el ciervo, la jineta, el buitre… Basilio no es un pastor como otros son sastres, buhoneros, abogados o cineastas. Basilio es un superviviente, un hombre autónomo en estos parajes, como un animal perfectamente adaptado a su territorio. Si tiene algún oficio, ése es “la vida aquí”. Pudiéndose llamar “ganadero”, o “agricultor”, o “artesano”, o “constructor”, etc., se llama “Basilio” a secas. Trabaja por el gusto de trabajar, y ya no impelido por la necesidad. Nada espera de su esfuerzo, a nada pretende contribuir. Las cosas que hace son formas diversas de llenar el hueco del tiempo. Desesperado, escapa de la mutilación del empleo. Autónomo, trabaja en lo suyo. Libre, si quisiera dejaría de hacerlo. Inteligente, nada le ilusiona.”

Habrá que vestir luto por el hombre -anotó E. M. Cioran- el día en que desaparezca el último iletrado”. Completamente de acuerdo. El hecho decisivo que ha permitido a Basilio conservar durante toda su vida un innegable punto de honda lucidez ha sido su no-exposición a la cultura impresa. Tuvo la suerte de evitar la escolarización; y esa ausencia de estudios determinó que fuera, de verdad, capaz de pensar por sí mismo. No se vio pedagógicamente forzado a repetir ningún discurso escrito, por lo que nunca confundió la práctica individual del pensamiento con la reiteración de enunciados canónicos -como suele ocurrir entre los estudiantes y las personas pagadas de su saber. La circunstancia de que perdiera pronto a su familia (falleciendo su padre de gangrena y su madre de cáncer cuando aún era niño; y pereciendo por congelación en el mismo invierno, poco después, sus dos hermanas pastoras), de que rehusara buscar esposa y huyera, como del diablo, de las relaciones con la Administración, aseguró, asimismo, la originalidad un tanto avasalladora y la autonomía casi insultante de su reflexión. Cuando habla, no cita a nadie. No toleró que le enseñaran a usar de una determinada manera su cerebro. Por último, al vivir tan desconectado del mundo exterior (estropeada la radio desde el día en que la arrojó contra un árbol por anunciar, casi en son de fiesta, la invasión americana de un país para él extraño pero que imaginaba hasta ese momento en paz, tranquilas sus gentes al cuido de los ganados o afaenadas y ruidosas en las labores; sin televisión; sin preguntar nunca nada ni rendir cuentas a nadie), pudo defender sus ideas arrinconando el temor de que alguna fuente de autoridad cayera descalificadora sobre su persona y sus concepciones. No siguió jamás ninguna “moda” ideológica, pues, ignorando lo que estaba en cartelera en cada momento, ni siquiera sabía lo que, en rigor, significaba la palabra “ideología”. La montaña y los animales fueron sus únicos instructores. No militó en otro partido que en el de sí mismo. A ninguno de sus semejantes le fue concedido nunca hallar el pretexto por el que someterlo a un examen: nadie sepultó su discurso bajo el horror cotidiano de un número sancionador. Como no discutía con los demás, sus ideas se fueron endureciendo y solo la vida misma podía modificarlas. Hombre apegado a la tierra, amante de lo primario, jamás perdió ni un segundo meditando sobre una realidad inconcreta, sobre un fantasma conceptual o una abstracción mitificadora. El idealismo, la metafísica, el logocentrismo, quedan tan lejos de su raciocinio como la palabra impresa. Visual, casi físico, su pensamiento no deriva del lenguaje: cabe identificarlo en su modo de comportarse, procede de la práctica. Porque hace cosas, tiene una forma de pensar. La vida que lleva es el compendio definitivo de sus ideas -no reconocería como propias sus concepciones si, tras haberlas recogido en un escrito, alguien se las leyera. “Pienso lo justo para vivir”, me dice. “Solo entiendo de lo mío”. “Creo en aquello que me ayuda”. Deleuze apuntó una vez que deberíamos servirnos de las ideas lo mismo que de una caja de herramientas…

Basilio no es de esta época; pertenece a un futuro que no será el futuro del hombre. Habrá que vestir luto por nosotros cuando fallezca.”

Tampoco mi vivienda puede recibir, sin sombra de duda, el título de “casa”. Se trata, más bien, de una guarida. Mi cubil. Como la de Carla, o la de Basilio. Un lugar para dormir y protegerse del frío. Las gentes de esta aldea llaman “casa” a toda la zona: “llueve en casa”, “se está bien en casa”,… Cada arroyo bullicioso y cada valle sosegado, lo mismo cada heladora umbría que cada peña bañada de soles débiles, cada gruta intransitable como cada vasta dehesa centenaria… forman parte de “su” casa. Conociendo el terreno palmo a palmo, viven en este refugio del poblado y sus alrededores. Casa común, compartida, inalienable, ella sí que merece el cuidado y el respeto, mucho más que los pequeños ataúdes con ventanas que el hombre de la ciudad llama “pisos” o esas otras viviendas de propiedad privada que se denominan “hogares” acaso porque, a fuego lento, no es poco lo que en su interior se consume. En la Casa de mis vecinos, de Basilio y ya también mía, con su techo estrellado y sus paredes de horizonte, cabe casi toda la muchedumbre de una ciudad; y cada vez son más los urbanos que vienen a hollar por fin sin prisas los pasillos de sus sendas, a acomodarse y retozar -liberados por un día- en la salita verde de su boscaje. Nosotros, sin embargo, las gentes de aquí, no entramos a gusto, como si nuestro espíritu no cupiera, en las artificiosas y desencantadas casas particulares de los hombres modernos.”

Basilio jamás ha salido del territorio de la aldea y sus pastos. “Viajar debe ser muy aburrido. Estar siempre viendo cosas diferentes, y ya está”. Ésa es la opinión de mi padre, que este hombre hace suya con matices. “Yo no entiendo eso de ir a un sitio y luego volver. Las tierras son para vivirlas”. Nosotros, los hombres civilizados, para conjurar el tedio, inventamos ese pequeño viaje de dolor que nuestra hipocresía denomina “viaje de placer” y que se resume muy exactamente en la sentencia de mi padre: “Estar siempre viendo cosas diferentes, y ya está”. Mi viejo, emigrante, vivió en lugares distintos, habitándolos profundamente: disfrutó y padeció las costumbres de sus gentes, luchó por la existencia, se afincó y echó raíces, hizo amigos y enemigos, amó tanto como odió, tuvo miedo e infundió temor, admiró, detestó, procuró comprender y olvidó a su pesar… El verdadero nomadismo se sitúa también en la antípoda de los risibles viajes pequeñoburgueses de placer: más que “resbalar” por las tierras, el nómada arraiga en el camino. No regresa, no visita. Se incrusta.

La ignorancia del viajero común, hoy llamado “turista”, no escapa a la severidad de una mirada sedentaria: habiendo estado en todas partes, se comporta como si no hubiera aprendido nada en ningún lugar. Atestó de fotos sus álbumes narcisistas, alivió un poco de peso su cartera de privilegiado, aburrió después a sus amigos con el relato jactancioso de peripecias sin gracia ni trascendencia, frivolizó sobre otros hombres y disertó superficial sobre curiosidades y rarezas de otros países… Finalmente, retornó cabizbajo a su posición de tornillo, momento indistinguible de la máquina social que lo humilla y adocena; regresó a la servidumbre del trabajo, al hastío indecible del hogar, a su insignificante, descolorida y amarga existencia de esclavo en el mejor de los casos bien pagado… Más que en busca del placer, viajaba para huir del dolor.

Basilio no se sintió nunca impelido a escapar de este páramo, nada en la sucesión sin pena de sus días le incitó jamás a partir: extranjero, el dolor no se instaló en ésta, su casa. “Por la sierra, la amargura anduvo siempre solo de paso”. Los pastores se ahorraron por eso el efímero consuelo de los viajes de idea y vuelta; y continuaron, como la mayor parte de los turistas, sin saber mucho de las otras tierras y de los otros hombres.

Es preciso sentirse devorado por un sufrimiento insaciable, presa de una aflicción atenazadora, para considerar los avatares de un viaje de vacaciones como formas del disfrute. Hay que saberse reo perpetuo, en una celda muy estrecha, para transfigurar la marcha veraniega, pequeña y periódica, contados los días, en una suerte de liberación. Apunta Basilio: “No por darle más cuerda al perro, deja de ser perro; no porque llegue más lejos, está suelto”. Mi amigo, que desconoce la angustia y acaso debería reconocerse libre, no viaja de ese modo. “Si algún día me fuera de aquí, sería para pelear en otra parte”. “Pelear” quiere decir procurarse un medio de vida en el que uno sea su propio amo, subsistir sin obedecer, comer sin cebar a otro. Cuando le explico a Basilio las miserias y torturas que inducen a viajar a los funcionarios, los maestros, los oficinistas, la élite de los trabajadores, etc., noto que casi se consterna: “¡Ah! Entonces sí… ¡Que viajen! ¡Que viajen! Si hay cuerda, que sea larga. El perro quiere más era…”

Con su hato, Basilio se siente arraigado en la tierra y en la vida; se sabe eslabón de la cadena de la naturaleza, animal entre los animales, hollando caminos olvidados, sobre las peñas, entre las zarzas, cruzando arroyos, casi hecho de roca, de hierba, de viento; se percibe salvaje, indómito, libre; se descubre bestia, criatura, cuerpo. Se siente.”

Educación comunitaria

Como hemos anticipado, la modalidad educativa del mundo rural-marginal en absoluto se reconoce en el trípode socializador occidental (Escuela-Profesores-Pedagogía). He aquí sus rasgos defnidores:

1) Se trata, en primer lugar, de una educación de, en y por la Comunidad: todo el colectivo educa a todo el colectivo a lo largo de toda la vida. No hay, por tanto, ninguna “franja de edad” erigida en objeto de la práctica educativa; no hay un “artífice” (un “forjador de hombres”) especializado en la subjetivización, socialización, transmisión cultural y moralización de las costumbres. De ahí que el “laurel de la sabiduría” distinga a los ancianos (bebieron, durante más tiempo, de las aguas del conocimiento); y que, no existiendo “profesores”, todos puedan ser “maestros” (si se ganan el respeto de la comunidad y son “elegidos” por sus discípulos).

En lugar de relaciones autoritarias “profesor-alumno”, hallamos una diseminación de relaciones libres “maestro-discípulo” que, como señalara Steiner, se basan en la estima recíproca y en la ayuda mutua, comportando siempre una índole “erótica” (en sentido extenso), en una suerte de “amistad moral”.

Por el protagonismo de la comunidad en la educación tradicional indígena, por el rol de la familia y la colectividad en los entornos rural-marginales occidentales, la figura del Profesor/Demiurgo queda cancelada, estructuralmente “repelida” (6).

2) En todos los casos, asistimos a una educación en libertad, a través de relaciones espontáneas, desde la informalidad y la no-regulación administrativa. Se excluye, de este modo, la figura del “prisionero a tiempo parcial”, del “interlocutor forzado”, del “actor y partícipe no-libre” (estudiante). La educación, entonces, “se respira”, “acontece”, “ocurre”, simplemente “sucede” -en rigor, y por utilizar los términos de Derrida, ni siquiera es “deconstruible”: así como cabe deconstruir el Derecho y no tanto la Justicia, podemos deconstruir la Escuela pero acaso no la Educación informal.

“Para educar es preciso encerrar”: este prejuicio, distintivamente occidental, responsable del rapto y secuestro diario de la infancia y de parte de la juventud, que, según conceptos del último Foucault, convierte al alumno en la víctima de un “estado de dominación”, no tiene cabida en el universo comunitario indígena o rural-marginal. Persistiendo, en estos dos ámbitos, y en lo concerniente a la educación, “relaciones de poder” (relaciones estratégicas, “forcejeos”), queda suprimida la posibilidad de un “estado de dominación”. Distingue a las “relaciones de poder”, que se dan en todo tipo de sociedad y en cada ámbito de la interacción humana, la circunstancia de que al individuo le cabe aún en ellas un margen de defensa, de protección y de respuesta, cierta reversibilidad del vínculo que abre, para los dos polos, la puerta de una lucha ético-política por la debilitación de la influencia, por la atenuación del efecto de la relación. Los “forcejeos”, que no pueden suprimirse en las relaciones discipulares (como tampoco en las relaciones padre-hijo, de pareja e incluso meramente “amistosas”), caracterizan a las educaciones comunitarias lo mismo que los “estados de dominación” (del alumno por el profesor) definen a las prácticas escolares de todo signo, incluidas las de orientación libertaria o no-directiva.

3) Nos hallamos ante una educación sin auto-problematización, que ni siquiera se instituye como esfera separada o segrega un saber específico. No cabe separar el aprendizaje de los ámbitos del juego y del trabajo (“el niño gitano aprende jugando en el trabajo”, ha escrito Juan Manuel Montoya, médico calé, subrayando un rasgo que concurre también en el caso de la educación comunitaria rural-marginal); no cabe encerrar las prácticas educativas en un campo, en una parcela delimitada (de actividad, del saber, de la organización…), pues no se “objetivizan” y se resisten a la “cosificación” (¿qué son y qué no son?, ¿religión?, ¿política?, ¿economía?, ¿cultura?). Puesto que la educación no se subordina a un “saber especializado”, a una “disciplina”, a un “corpus” doctrinal y a una tropa de expertos, queda también descartada toda supervisión pedagógica de los procesos de socialización y transmisión cultural. La Pedagogía carece de terreno abonado en el ámbito indígena tradicional y rural-marginal. De hecho, la disciplina pedagógica solo aparece allí donde se suscita la demanda de una policía estricta, y especializada, de la subjetividad juvenil; allí donde surge el problema educativo en tanto estudio de las tecnologías más eficaces para la transformación y re-diseño del carácter del estudiante.

4) Es esta, como hemos visto, una educación que se corresponde con órdenes sociales igualitarios, con prácticas tradicionales de democracia directa (asamblearia) o con disposiciones abiertamente anti-políticas, negadoras de los supuestos del Estado de Derecho y del concepto liberal de “ciudadanía”. El marco de esta modalidad socializadora, su escenario, es una cotidianidad educativa, una vida cotidiana no-alienada que se traduce en diversas prácticas de ayuda mutua y cooperación. Y tiene como objetivo la “vida buena” (armonía eco-social), la “libertad”, la “evitación del problema”…

Entre los ámbitos y recursos de esta cotidianidad formativa encontramos las asambleas y reuniones de compañeros; la milpa, el cafetal, los bosques, los ríos, las veredas, los caminos, los pastos, los corrales, los montes; las canciones, los mitos, las leyendas, los cuentos, las escenificaciones; las festividades, las conmemoraciones y otros eventos cívicos-religiosos; las charlas vespertinas de los mayores; las irrupciones constantes de la “oralitura”…

5) Las educaciones no-escolares excluyen toda “policía del discurso”, toda forma de “evaluación individual” y toda dinámica de “participación forzosa”.

En esta esfera, el discurso queda “abierto”, sin otro norte que el interés de los hablantes, en ausencia de un “currículum” definido, temporalizado, plegado sobre “objetos” explícitos,… No se evalúan los aprendizajes adquiridos y nadie “califica” a nadie, pues solo la Comunidad puede “premiar” (reconocimiento, prestigio) o “censurar” -en casos excepcionales. La “evaluación”, extraña y ajena, recaería en el individuo, midiendo sus esfuerzos y progresos individuales, desgajándolo de la Colectividad. Por último, se proscribe toda metodología de “participación forzosa”, todo activismo bajo coacción, que partiría necesariamente de una “asimetría de poder”, de una “jerarquía no-natural”, de una exigencia arbitraria de “obediencia”, de un principio exógeno de “autoridad” y de “disciplina”,

Desatiende una parte fundamental del formidable organismo comunitario rural-marginal quien menosprecie el papel de esta modalidad inveterada de educación, de estos procesos informales de elaboración de la cultura y transmisión del saber (7).

NOTAS

1) Los principales cargos de la vida política, sometidos también a este control riguroso y permanente, en absoluto han sido agraciados con un cheque en blanco para su gestión: les atañe una función de iniciativa, de propuesta, y sus proyectos o programas han de ser refrendados siempre por la Asamblea. No pueden decidir y ejecutar nada por su cuenta: la Reunión de Ciudadanos, enterada de todo, supervisándolo todo, ha de dar su aprobación definitiva. En muchas localidades puede suceder perfectamente, porque así lo contempla su derecho consuetudinario, que, en una Asamblea convocada para estudiar la propuesta de un Regidor, tal idea sea desestimada y, en su lugar, aceptada una contra-propuesta nacida en la misma discusión colectiva o debida a la reflexión brillante de un vecino. Esto indica que la capacidad de iniciativa o de propuesta, si bien recae en los cargos, no es un monopolio de los mismos. Son frecuentes las iniciativas populares, los proyectos concebidos por ciudadanos particulares, que, tras ser aceptados por la autoridad municipal para su debate comunitario, la Asamblea puede estudiar y, en su caso, aprobar, en inhibición o incluso con el desacuerdo del Regidor ocupado del área en cuestión.

2) Jacobo Tomás Yescas nos confirmó que, ante la exigencia de emprender una obra pública, edilicia o de comunicaciones, la autoridad municipal tradicional, con el respaldo del pueblo, descartaba inmediatamente dos opciones indignas: recurrir a una empresa constructora o contratar por su cuenta brigadas de obreros. El conjunto de los vecinos, como quiere la filosofía del tequio, se ocupaba solidariamente de las faenas. Si el proyecto exigía poca mano de obra, y no había necesidad de movilizar de una vez a toda la población, se organizaba un sistema rotativo y se trabajaba por turnos, sin privilegios ni exclusiones. Para las tareas de mantenimiento de la localidad (limpieza de caminos, reparación de carreteras,…), de vigilancia de instalaciones especiales (casa de salud, escuela,..), etc., se evitaba también el procedimiento que en México distingue a las administraciones invariablemente “corruptas”: instituir algo semejante a un ‘funcionario’, una suerte de ‘empleado’ del municipio. La flexibilidad del tequio satisfacía esas demandas… Por su parte, la gozona multiplicaba hasta el infinito las ocasiones para la reciprocidad, para el intercambio, para el trabajo gratificador entre amigos, para la comunicación y el conocimiento mutuo. Hasta ocho personas colaboraron con Felipe Francisco en la corta de su café, durante varios días, correspondiendo a la ayuda que habían recibido de él en los meses anteriores. En los casos de campesinos ancianos, viudas, discapacitados, enfermos, etc., la “gozona” permite recibir una asistencia sin desdoro: Felipe, por ejemplo, podía ayudar a su vecina anciana en el desmonte de las laderas para el cultivo del maíz o en la tarea durísima de acarrear la leña desde el bosque, y ésta le devolvía el favor con labores a su alcance, como extender el café sobre los petates para que se secara, seleccionar sus granos, envasarlo, etc.

3) La reforma del artículo 27 constitucional ha dado en México alas jurídicas al desmantelamiento económico de las comunidades, respondiendo al convencimiento gubernamental de que el autogobierno democrático indio, el sistema de cargos tradicional, no podrá soportar la supresión de su nutriente socio-económica, la cancelación del igualitarismo comunero, y caerá por sí solo, tras corromperse y pervertirse, minado por los nuevos juegos de intereses.

Acertada en lo fundamental, esta inteligencia del poder (socavar la base económica para que no pueda sostenerse la superestructura política e ideológica), compatible con el reconocimiento jurídico de los Usos y Costumbres, una aceptación demagógica y estratégica, ha chocado en los últimos años con la emergencia de un movimiento político indígena que recoge la tradición de las luchas campesinas del siglo XX, perfeccionando sus modos organizativos y recreando sus formulaciones ideológicas. El caso más espectacular es de sobra conocido: el zapatismo chiapaneco. Pero los próximos años contemplarán el auge de otras tendencias, como el magonismo de Oaxaca, las resistencias que no sabríamos etiquetar de Guerrero, etc. La defensa del comunalismo tradicional contra la propiedad privada, del autogobierno democrático indio contra la democracia representativa liberal y de las culturas étnicas locales contra el seudo-universalismo occidental se hayan en la base de todos estos movimientos, por lo que existe una respuesta simétrica, una relación conflictual biunívoca, una inteligencia de la insumisión tan clara como la inteligencia de la dominación.

4) Una mirada restrospectiva crítica debería reconocer, sin asombro, que la tragedia histórica de las comunidades indígenas, tal y como hoy se nos presenta, sitúa su “punto conceptual de anclaje” en la importación de las categorías de la Ilustración europea.

En la etapa colonial, y con los pertrechos de un legado prehispánico difícil de aislar y de describir, una lucha social prolongada, popular, anti-española y anti-aristocrática, que abarca los siglos XVI, XVII y XVIII, conquista, con lentitud y demora, el modelo, todavía vigente, del pueblo indio autogestionario. La localidad indígena democrática y comunera no se forja, rigurosamente hablando, contra el dominio español, sino bajo este dominio. De algún modo, se vio alentada, incluso, por la política de la Corona. Aquello que (ojalá nunca podamos sancionarlo) cabría identificar como el “principio del fin” de la comunidad indígena, la fragua del holocausto, toma forma en el siglo XIX, tras la Independencia, de la mano del liberalismo político y económico, de la ordenación social capitalista –del Proyecto Ilustrado, en suma.

La misma Modernidad que en Europa arrostró un componente supuestamente progresista, revolucionario, superador de las formas feudales, en México asume desde el principio, y en lo que afecta a los pueblos indios, un carácter opresivo, avasallador. Todavía hoy cabe identificar, en los idola de la Ilustración, la episteme (el sustrato teorético y filosófico) de las prácticas etnocidas y occidentalizadoras desplegadas por los Malos Gobiernos mexicanos contra el peligro de la “diferencia” indígena.

En efecto, la disciplina historiográfica puede reconstituir sin excesiva dificultad la génesis de la comunidad indígena en usos y costumbres. La democracia directa de las comunidades se configura a partir de la implantación del modelo español del “cabildo municipal” en las repúblicas de indios, desde 1530. A este modelo, injertado sobre un nebuloso legado prehispánico, debe rasgos tan decisivos como el carácter electivo y rotativo de los cargos, las regidurías, el papel de la Reunión de Ciudadanos,… También en esta época se instituye la base territorial de las comunidades, con las frecuentes concesiones de predios, las llamadas “mercedes”, etc., alcanzándose el “reconocimiento legal de la comunidad”. En definitiva, cabría conceptuar la organización india como una “donación” española a un sujeto ancestral, modificada y recreada por las luchas indígenas populares. La larga duración de las formaciones culturales permite descubrir, tras muchos de los conceptos nucleares de la vida espiritual indígena, tras muchas de sus creencias, de las prácticas que determinan su ámbito de lo sagrado, un basamento prehispánico, en el que se superponen influjos preclásicos, clásicos y posclásicos. Pero la forma económica y política del “pueblo de indios” cristaliza en la época colonial.

Para que, por la vía del conflicto social (la denominada “rebelión de los macehuales”), la comunidad indígena se despojara de su índole jerárquica, elitista, de su rígida estructuración social, de las formas de gobierno que sancionaban los privilegios de una oligarquía, de los modos seculares de acaparamiento de la tierra, etc., sentando las bases del igualitarismo y de la democracia participativa que hoy la enjoyan como verdadera rara avis de la contemporaneidad, fueron decisivas ciertas contingencias históricas, determinados factores coyunturales: un descenso importante de la población, que redujo el número de nobles elegibles para los cargos (la ley vetaba el acceso de los indígenas “comunes” a los puestos del gobierno municipal); la aculturación y el desprestigio de esos nobles, que, como señalara Ch. Gibson, deben optar, o por una ‘españolización’ que les priva del respeto del pueblo, o por una “plebeyización”, acelerada por la crisis de sus empresas, que los desposee del poder sobre el pueblo; el reforzamiento de la autoridad de una burocracia española que (ante la multiplicación de los conflictos entre los macehuales y los nobles, el uso creciente de las vías legales -solicitudes, peticiones, tramitaciones,…- por parte de los indígenas ‘corrientes’ y la decadencia de los caciques, que en todos lados se empobrecen y en todos lados pierden prerrogativas políticas) ratifica en sus cargos a un número creciente de indios de origen humilde elegidos por las asambleas comunitarias; los abusos de muchos poderosos locales, que originan insurrecciones a menudo victoriosas; etc.

En el marco de esas condiciones históricas “propicias”, la lucha popular indígena de la etapa colonial manifiesta tres dimensiones, tres componentes, que se instalan para siempre en la médula de la resistencia comunitaria: una batalla por la democratización del gobierno municipal (evitación de “permanencias” en los cargos, de exclusiones sistemáticas, de influencias ilegítimas en la gestión, y, en general, de todo aquello que pudiera redundar en un menoscabo del papel de la asamblea); una lucha por la igualdad social y económica (conflicto de pobres contra ricos, de comuneros contra aristócratas); y una pelea por la salvaguarda de las señas civilizatorias indígenas, amenazadas por una u otra asechanza del imperialismo cultural.

Hay algo crucial que, evidenciando su matriz europea decimonónica, su constitución burguesa, la “ciencia de la historia” tiende a perder de vista: que fenómenos históricos tan sacralizados como la Independencia y la Revolución mejicanas supusieron una calamidad para los pueblos indios (aunque en aspectos puntuales pudiera hablarse demagógicamente de “mejoras”) e inauguraron una catástrofe inconclusa que se alimenta precisamente de las categorías y de los principios de la Ratio burguesa, tal y como se perfilaron en el liberalismo ‘modernizador’ del siglo XIX y en el reformismo de la mayor parte del siglo XX, desembocando, sin soluciones importantes de continuidad, en un vástago degenerado que ha recibido el nombre de “neo-liberalismo”…

La primera aparición ‘coherente’ del liberalismo en México, la llamada Reforma, encabezada por el indio Benito Juárez en la segunda mitad del siglo XIX, constituye ya una terrible amenaza para la comunidad indígena: promueve la privatización, la “individualización” al menos, de las propiedades comunales. De hecho, suscitó la venta de bienes colectivos, agudizando los contrates económicos entre los campesinos de los pueblos indios. Por otro lado, con la creación de los “distritos” y, para ello, de la figura de un funcionario intermedio entre el poder municipal y el poder estatal, se atenta contra la autonomía política de la comunidad.

A pesar de que en las sublevaciones independentistas de Hidalgo, Morelos y Guerrero se percibe con nitidez, desde el principio, una faceta de lucha indígeno-campesina por la defensa de los intereses específicos de las comunidades (por la autonomía y contra una Estado fuerte centralizador, por la tierra y contra los latifundistas, por la democracia india y contra los abusos e imposiciones de la burocracia,…), aquello que la historiografía hagiográfica centroamericana ensalza como la “flor” del proceso, el movimiento de la Reforma juarista, no hizo, en muchos planos, más que traicionar a la causa indígena, fomentando dinámicas anti-comunitarias desatadas en los siglos anteriores (en el periodo colonial, a la vez que se instituye legalmente el relativo autogobierno indígena, la comunidad campesina es atacada de facto y se ve privada de parte de sus tierras, en beneficio de propietarios individuales, caciques, nobles, españoles…) y que alcanzarán su punto de máxima exacerbación en el tránsito de milenios (usurpaciones, expropiaciones y privatizaciones a favor de las transnacionales, de los oligarcas locales o regionales, de las empresas capitalistas modernas, de los réditos fraudulentos de la clase política estatal y federal,…).

La Reforma liberal juarista se resuelve, en definitiva, como un ataque a la base territorial de los pueblos indios, a la autonomía comunitaria, a la propiedad colectiva, al igualitarismo socio-económico y a la propia democracia india –los más ricos pudieron aprovechar su capital para desvirtuarla y asegurarse posiciones de control e influencia… El Porfiriato, que a otros niveles se presenta como una antítesis de la política juarista, en este ámbito constituye su mera prolongación. El autoritarismo de Porfirio Díaz, la apertura paralela al capital extranjero, nubla definitivamente, para los pueblos indios, unos cielos que empezaron a encapotarse con Juárez…

Pero esto no quiere decir que los campesinos se limitaran a aceptar con resignación el nuevo cariz de la política. Al contrario, las espectaculares insurrecciones rurales del siglo XIX constituyen, como ha sintetizado Armando Bartra, una “manifestación de la resistencia campesina a la expansión de una sociedad burguesa que impone sus premisas a sangre y fuego”. El carácter defensivo y conservador, desde el punto de vista económico, de las sublevaciones indígenas decimonónicas (respuesta ‘milenarista’, idealizadora del pasado, a una oleada desamortizadora, expropiadora, que se ampara en los conceptos ilustrados de “libertad individual”, “modernización”, y “progreso”), en absoluto les confiere un carácter socialmente reaccionario, sobre todo cuando, en México, “el crecimiento económico y el desarrollo de las fuerzas productivas no significan una liberación, así sea parcial, sino un reforzamiento de los viejos yugos, a los que se adicionan nuevas cadenas” –en este país, “las reformas burguesas no aparecen como ruptura de la servidumbre agraria, y con la liberación de las tierras no se emancipa a los hombres”, concluye el autor de “Los herederos de Zapata”.

La tremenda ofensiva liberal contra las comunidades indígenas determina que, en los albores del siglo XX, éstas, subordinadas a las necesidades laborales de la hacienda, la finca o la plantación, ya no aparezcan como el sujeto único, o principal, del movimiento reivindicativo campesino. Al lado del comunero empobrecido, asaltado en su autonomía, tenemos ahora al “peón acasillado”, que en absoluto es un trabajador libre, y que cuenta con el ‘pegujal’ para mantener la ilusión de su condición campesina; y los “jornaleros” que proliferan en el norte, esbozo de proletarios rurales o urbanos, carne ‘itinerante’ de salario exiguo y víctimas de una insufrible inestabilidad laboral. Este sujeto social heterogéneo alentará una Revolución pronto desvirtuada, que, para justificar la represión de las demandas campesinas, continuará utilizando el lenguaje del iluminismo, insistiendo en los mitos liberal-burgueses del Progreso, el Estado Moderno, la Nación, la bondad intrínseca de la Propiedad y del Mercado, las Libertades Ciudadanas, el Desarrollo de la Producción,…

Se inicia, con la Revolución de 1910, un proceso dual, tendente, de una parte, al control político de las comunidades indígenas y a su subordinación a los requerimientos orgánicos del proyecto del Estado-Nación; y, de otra, a la progresiva disminución de su base territorial, eliminando los mecanismos consuetudinarios y legales que obstruían la libre expansión de los intereses privatizadores.

Por un lado, se avanza lentamente por la vía del pleno reconocimiento jurídico de la comunidad india (la Ley de Derechos de los Pueblos y Comunidades Indígenas del Estado de Oaxaca, de 1998, constituye uno de los ‘desenlaces’ de ese largo y muy interesado caminar), procurando aunar la aparente defensa de los usos tradicionales y de las culturas autóctonas con la integración efectiva de la organización política comunitaria en el conjunto de las instituciones y aparatos del Estado –“reconocimiento asimilador”, sanción jurídica que, como toda oficialización, significa también supeditación, control político externo.

Por otro lado, y a pesar de las experiencias reformistas radicales que aceleraron el proceso de la redistribución agraria y protegieron el sector ejidal, justamente para convertirlo en motor de un “desarrollo económico nacional” objetivamente coincidente con los intereses de la burguesía hegemónica mejicana (debilitando más que nunca, a tal fin, la relativa autosuficiencia económica de las comunidades, al tiempo que se controlaba al modo populista sus organizaciones), a pesar de los proyectos cardenistas y echeverristas, se irá cerrando el cerco territorial a los pueblos indios, permitiendo la transferencia de buena parte de los bienes inmuebles comunales al sector privado, moderno, de la economía federal y dejando finalmente a las disminuidas comunidades indígenas supervivientes prácticamente a expensas de los proyectos lucrativos del capital nacional y transnacional (la modificación del artículo 27 constitucional y la generalización de programas como el PROCEDE figuran entre las iniciativas legales más efectivas de cara a la consecución de tal objetivo).

En todo este proceso expropiador e integrador, que desemboca en la fase actual (neoliberal) de indefensión económica y asimilación política de las comunidades indígenas, las fracciones “progresistas” y “conservadoras” del entramado político-ideológico mejicano han sumado esfuerzos, trabajando cada una de ellas en parcelas complementarias, en los ámbitos de su reconocida ‘especialidad’: el populismo (Cárdenas, Echeverría) acentuaba el control político de las comunidades y de sus expresiones reivindicativas y organizativas, con la conocida estrategia del “robo de banderas” y la “concesión envenenada”; mientras que los gobiernos “de derechas”, haciendo saltar salvaguardas legales y ralentizando, paralizando o reconduciendo el proceso de la Reforma Agraria, estimulaban la erosión de la base territorial de los pueblos indios y multiplicaban los mordiscos al patrimonio material de las comunidades (gobiernos de Ávila Camacho, Alemán Valdez y Ruiz Cortines, con sus resoluciones de inafectabilidad agraria, el amparo a la “pequeña propiedad” no tan pequeña y la obstrucción burocrática de las tramitaciones de derechos de provisión de tierras, de 1940 a 1958; administraciones de López Portillo, Miguel de la Madrid, Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo y Vicente Fox, bajo las que se decreta el fin de la fase redistributiva de la Reforma Agraria, se modifica convenientemente la Constitución, se firman tratados de libre comercio, y se prepara jurídicamente el país para permitir el óptimo desenvolvimiento del capital privado, nacional o multinacional, de 1976 a 2006).

Lo mismo bajo el discurso “progresista” que bajo las proclamas “conservadoras”, encontramos una y otra vez las categorías de la Ilustración, las supersticiones de la Modernidad; y, al lado de todas las administraciones, de derechas o de izquierdas, hallamos la Escuela, en su versión occidental, ganando terreno a la educación comunitaria indígena, reformándose, extendiéndose, con una puerta abierta a las exigencias del mercado laboral y una trastienda en la que se forja, casi industrialmente, la personalidad de los ciudadanos.

5) Pero al localismo que se sirve de la Escuela como punta de lanza, como dardo envenenado, al localismo de Occidente, le pertenece la idea de que no se puede subsistir sin conquistar. Es un localismo con vocación universalista; un localismo que, para serse hasta el final, ha de proclamarse el localismo exclusivo. No dialoga, aunque lo declare: aplasta. En razón de su pretensión de soledad, ha terminado hablando un lenguaje abstracto, palabras sin raíz, declamaciones sin una tierra que les de calor, que las sustente. La idea de una comunidad inseparable de su medio, de una lengua por la cual piensa el medio, le resulta odiosa, irritante.

Consciente del vacío que se abría desde el principio bajo sus pies, y con una avidez casi nutritiva, este localismo ensoberbecido pudo solidarizarse con un fantasma: el sujeto burgués. Pendiendo de la nada, con un hueco por corazón, empezó pronto a adolecer de éxito, a enfermar de triunfo. A partir de ahí, no pudo ni quiso saber nada de nadie. Adorno y Horkheimer diagnosticaron su mal: emprendía la “huida hacia la totalidad” de aquel que, victorioso, ya no encuentra un enemigo superior; iniciaba la “ascensión en la infamia” de quien ha dado la espalda a la verdad (después de exprimirla) y “miente” para conservarse, persuadido en lo más íntimo de que le abandonó sin retorno la dignidad de la víctima en tanto rebelde.

Universalista, abstracta, imperialista, encerrada en la cárcel de sí misma, una cárcel enorme en la que anhela enclaustrar a todo el mundo, la cultura occidental manifiesta hoy su muy locuaz incompetencia: nada ha aprehendido nunca del dolor concreto, real, de los seres humanos, pues su aliento era, y es, el de un espectro, el de un interés sombrío, ambición sin alma y sin cuerpo. Su aliento era, y es, el del Capital descarnado, Oro y látigo desterritorializados. Resultan patéticos sus trascendentalismos, sus recaídas metafísicas, sus raptos idealistas, sobre todo cuando se la contempla desde el lado de la necesidad, del sufrimiento irrevocable, lado del individuo empírico y de su descontento…

Pero su fortaleza sobrecoge, su poder es también un sol. Las comunidades indígenas le han plantado cara, con sus armas increíblemente modestas. Le salieron al paso, con las coas de la educación comunitaria. Se resistieron, y aún resisten. No menos Porfirio que Cárdenas, Juárez que Echeverría, Obregón que Zedillo, Calles que Alemán, juraron fidelidad, en México, al espectro de la Razón Ilustrada. También le rindieron pleitesía Calderón y López Obrador, mientras libraron un pulso irrelevante. Por eso son todos, en el fondo, “un solo hombre”. Y ese hombre único, que se deja nombrar de muchas maneras, y existe como existió y existirá como existe, es, por definición, el enemigo del indio.

6) Uno de los rasgos esenciales de la educación administrada occidental (la función demiúrgica del educador) queda así abolido en el entorno comunitario indígena y rural-marginal. En tanto “modelador de sujetos” (tal un dios creador, un principio activo), la figura del Profesor se fundaba en un elitismo clamoroso: a una “aristocracia del saber”, a una “crema de la inteligencia”, incumbía desplegar una decisiva “operación pedagógica sobre la consciencia” de los jóvenes, un trabajo de ingeniería mental en, por y para la subjetividad estudiantil. Asistido de un verdadero “poder pastoral” (Foucault), incurriendo una y mil veces en aquella “indignidad de hablar por otro” que tanto denunciara Deleuze, el Profesor, avalado meramente por un título o unas lecturas, se suma al proyecto moderno de una “reinvención moral de la juventud”, de una “corrección del carácter” del estudiante, empresa eugenésica (siempre en pos de un Hombre Nuevo) afín a una etimología cristiana de la Salvación, de la Redención, de la Filantropía cuanto menos (“ética de la doma y de la cría”, en el decir de Nietzsche), que subyace tanto al liberalismo como al fascismo y al estalinismo, y que pondrá las novísimas tecnologías virtuales del siglo XXI al servicio de un concepto moral decimonónico. En “Los siete saberes básicos para la educación del futuro”, libro auspiciado por la UNESCO, Edgar Morin, capturado por esta secuencia ético-política, señala entusiasmado el objetivo de las Escuelas Renovadas: “una reforma planetaria de las mentalidades”…

Mitificado, el Educador occidental se erige en “auto-consciencia crítica de la Humanidad”: él sabe lo que va mal en el mundo, el tipo de individuo capaz de enmendar la situación y los métodos utilizables para la forja de ese sujeto… Custodio, Predicador y Terapeuta (Illich), acepta que la sociedad se divide entre “domesticadores” y “domesticables” (Sloterdijk), y coloca de nuevo encima de la mesa una rancio “idealismo” (de la Verdad, de la Ciencia…), una “metafísica” trasnochada (del Progreso, del Hombre como sujeto/Objeto de la Historia…), que nos retrotraen ciertamente a la filosofía griega y a la reelaboración de ese legado clásico por la Ilustración. Como se ha señalado insistentemente, el horror de Auschwitz, lo mismo que el horror del estalinismo o del liberalismo, es “hijo” de esa lectura ilustrada del fondo greco-cristiano, deviene lógicamente como un fruto de la tradición metafisica occidental…

7) Sin el influjo continuado, profundo, constituyente, de esta “educación comunitaria tradicional”, que la Escuela de planta occidental pretende devastar, no se pueden entender las recurrentes insurrecciones indígeno-campesinas, la resistencia centenaria de los pueblos indios, el aliento popular del zapatismo contemporáneo. Y solo desde la malevolencia o la necedad se puede negar hoy que las Escuelas modernas, en lugar de subsanar una falta, de tapar un hueco, de colmar un vacío, se despliegan por encima de ese legado educativo tradicional, descomponiéndolo, arrasándolo, sepultándolo… La Escuela occidental se ha injertado en el tejido de la educación comunitaria para deshilarlo, desgarrarlo, destruirlo. Sobre ese cuerpo de los modos y de los usos tradicionales, crece tal un cáncer; y lo triste es que muchas de sus víctimas la hayan confundido con una “medicina”. Paradójicamente, la educación comunitaria de los entornos rural-marginales ha sido combatida también desde la izquierda. Ideologías occidentales en principio anticapitalistas enarbolaron la bandera de la escolarización, soñándola al servicio de las causas populares; y, en América Latina, movimientos pro-indigenistas, tal el zapatismo, se empeñaron pronto en escolarizar a sus bases…

Para descargar la obra: https://pedrogarciaolivo.wordpress.com/sin-protocolos/

Mundo rural-marginal. Diferencia amenazada que nos cuestiona. De indígenas y pastores

Mundo rural-marginal_Portada-1

Pedro García Olivo

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Buenos Aires, 27 de abril de 2018

TRASTORNO ANTISOCIAL DE LA PERSONALIDAD

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Proyectos y últimos trabajos, Uncategorized with tags , , , , , , , , , , , , , , on abril 20, 2018 by Pedro García Olivo

 


Invectiva contra la medicina política y en pro de la desistematización

W)

Si detestas la sociedad establecida, si no aceptas sus convenciones, si estimas injustas y arbitrarias sus leyes, y todo esto se manifiesta en tu comportamiento, en tu modo de encarar la vida, no pienses, ni por un instante, que eres un “rebelde”, un “antagonista”…

Lo único que pasa es que estás enfermo. Padeces el TPA, un trastorno antisocial de la personalidad que, por fortuna, se cura con psiquiatras y con pastillas.

Ya no nos das miedo, malote; más bien sentimos pena por ti. Y, entre todos, padres y madres, profesores, asistentes sociales, médicos, jueces…, te vamos a ayudar. Te curaremos, seguro.

Y, sobre todo, queremos muchos como tú, tan gamberros y tan traviesos, que tenemos un montón de psiquiatras buscando empleo y una fábrica de pastillas a punto de quebrar por falta de antisociales”.

 

X)

Hace unos días, en C.A.S.O. “La Sala”, Avellaneda 645, cerca de la estación de Caballito, a las siete de la tarde, en el seno de las “Jornadas Anárquicas» de Buenos Aires, un grupo estimable de trastornados conversaron sobre su propia enfermedad (la disposición libertaria), felices de ella. Fue como si dijéramos: “No metas una pastilla en tu cuerpo ni un médico en tu vida, querido enfermo…

También hace unos días, los compañeros de Mar y Tierra Ediciones me comunicaron que “Me enseñó a ser árbol. Composiciones intempestivas desde la antipedagogía y la desistematización” había parado ya en la imprenta. Una obra perfectamente antisocial, trastornada, en busca de enfermos orgullosos de su dolencia…

De la antipedagogía a la desistematización hay un salto tan grande como desde el árbol a la nube. Porque el árbol es el símbolo de la antipedagogía: está en su lugar, quieto, sin perseguir a nadie, ofreciendo sombra y cobijo a quien lo necesite. Su nobleza radica en que no es para el otro, es solo para sí; pero puede servir al otro. Y porque la nube es el símbolo de la desistematización: está en constante movimiento, siendo y dejando de ser, persiguiendo y perseguida, siempre a punto de resolverse en otra cosa, lluvia, nieve o nada. Su dignidad estriba en que no se ama tal y como es, y en que procura dejar de serse para ser de otra forma.

 

Y)

Me enseñó a ser árbol. Composiciones intempestivas desde la antipedagogía y la desistematización” es una obra/bisagra en mi vida. En muchos sentidos, la parte en dos…

Nace de la muerte de mi padre, un hombre sin igual. Nace de la muerte.
Nace en América Latina, como la primera obra que compongo respirando estas realidades, viviéndolas. Nace en lo extraño.
Nace en el nido de afecto que me une a una mujer y tres niños, a quienes dedico el libro. Nace en el amor.

Ensayo, invectiva, narrativa, poesía,… se dan la mano en este texto plural; y es que ya no tengo el menor interés en unificar mis registros estilísticos. Composiciones recientes y antiguas, muchas inéditas y otras que ya conocieron el beso de la imprenta, palabras que navegaron por las redes o por los diarios…, se unen para dejar clara, desde la discontinuidad y la irregularidad, una postura contra la Escuela y ante el mundo.

Mi agradecimiento a Camilo Araya Fuentes y a los compañeros de Mar y Tierra Ediciones, que tanto se han esforzado por llevar este proyecto a buen puerto.

Os dejo con el epílogo del mencionado trabajo:

Z)

EPÍLOGO

LA PALABRA EN LOS TIEMPOS SOMBRÍOS

¿Qué le ocurre a la palabra, en los tiempos sombríos?

Es entonces cuando se forjan las mentiras más bellas y las más horrorosas, las ficciones más enamoradas de la vida y también las más desesperadas.

Es entonces cuando surgen «filantropías» armadas hasta los dientes, dejando enseguida tras sí un reguero de sangre; «idealismos» que acaban con seres humanos en nombre de la Humanidad misma; «malditismos» siniestros en los que late, no obstante, una moral de santo.

Es entonces cuando el deseo de hablar y de escribir brota salvaje, como la risa de un niño, y ondea sonoro en el rojo de los labios de muchos; y cuando el anhelo de silencio, de un suicidio de todas las palabras, se viste de negro y espera a ser enarbolado como una bandera muda, como la única bandera de nadie y para nadie.

¿Qué le sucede a la palabra, en los tiempos aciagos?

Como poder «constituido», el lenguaje, en tanto cifra de la Civilización, arrastra la mácula de la fractura social, de la dominación de género y de la opresión política. Como poder «constituyente», ese lenguaje manchado nos «forma» como sujetos y nos «conforma» con lo dado. Poder constituido y poder constituyente, el lenguaje se mira a sí mismo sin complacencia en los tiempos oscuros. Y acontece el «descrédito» de las palabras…

Vivimos tiempos sombríos; y yo siento, dividido, un deseo ardiente de hablar y una necesidad lúgubre de dejar de hacerlo. Y me acuerdo de Strindberg… «¿Para qué queremos hablar, si ya no podemos engañarnos?». «Las palabras lo pueden ocultar todo, el silencio no». Y rememoro a Brecht, el escritor de otro tiempo en sombra: «¡Borra todas tus huellas!». Y recuerdo a Antístenes, el maestro quínico, reprendiendo a Diógenes (a quien aceptara como discípulo) por su adición al escándalo y a la polémica, por su afición al espectáculo y la controversia pública: «Eres esclavo de tu propia necesidad de manifestarte, de provocar, de incidir en la comunidad. ¡Atrévete a esconder tu vida!». Y me llega el cante de Camarón: «¡Ay, la grandeza de los hombres que no hablan!». Y me seduce la sentencia de Wittgenstein, que yo reelaboré a consciencia: «Los hechos dignos de ser narrados, al ser narrados pierden su dignidad». Y me adhiero al misticismo de Bataille: «¡Palabras, palabras, palabras que me ahogáis, dejadme; tengo sed de otra cosa!». Y termino regresando a un poema que compuse a los doce años, en aquella habitación en la que me recluía voluntariamente todos los días para escribir y no tener amigos. Porque, de niño, amaba la escritura y odiaba la amistad:

«La belleza reside en cosas sin palabras,

como la palabra habita en seres sin belleza».

Pero no puedo renunciar a la escritura… «Si bien son muchas las palabras que matan, ¿en qué se distingue el silencio de la muerte?», me pregunto ahora. Y vengo a parar en un aforismo de Cioran, que me permite instalarme en mi duda, en mi contradicción, como si no pasara nada cuando, en verdad, es casi todo lo que está pasando: «NECESIDAD DE LA PALABRA PARA PODER CALLAR».

Y elaboro este escrito para los compañeros de Mar y Tierra, en el que tomo la palabra una y otra vez, casi en todos los registros (filosóficos, narrativos, poéticos, académicos, coloquiales…), contra la disposición pedagógica y la sistematización capitalista de la vida. Quise una obra compuesta al modo de los impresionistas, por adición estudiada de pinceladas; quise sugerir un desplazamiento en la labor de la crítica, un cambio de perspectiva, para superar el círculo cerrado, vicioso y cansino, de la crítica teórica tradicional.

Queda, como un árbol, cerca de vosotros…

Mar

Pedro García Olivo

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Buenos Aires, 20 de abril de 2018

EN LOS TIEMPOS DE LA PROTESTA DOMESTICADA

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Crítica de las sociedades democráticas occidentales with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on abril 9, 2018 by Pedro García Olivo

El anarquismo existencial como resistencia sin reglas, disidencia creativa y poética de la lucha

(Charla-debate en C.A.S.O. «La Sala», Avellaneda 645, cerca de la estación de Caballito, Buenos Aires)

El panorama de la contestación social y política en las sociedades democráticas contemporáneas es, literalmente, desolador.

Se reivindica lo que el Sistema está dispuesto a conceder, lo que de hecho anhela establecer, si bien prefiere que se lo pidamos acaloradamente: aumentos de sueldo, privilegios corporativos, servicios públicos, reformas bienestaristas, regulación de la vida,…

Se protesta a la manera que la Administración diseñó para gestionar desobediencias y permitir a las gentes desahogar su indignación con menos peligro que cuando pasean los domingos por el parque.

Se acude a todas las misas, a todas las homilías, a todos los rituales de la Consciencia Comprometida; y luego se regresa al puesto de adaptación social, para reproducir de modo optimizado, mediante la servidumbre voluntaria y el consumo masivo, aquello que se deniega cínicamente en las pancartas de las manifestaciones legales y de las huelgas autorizadas.

Se esgrimen discursos del siglo XIX o de la primera mitad del XX, contra una represión que ya ha contemplado escenarios para el siglo XXII…

Cansino, aburrido, hastiante, empobrecedor, auto-justificativo, fuera del tiempo y de la realidad, ese horizonte de la protesta domesticada, alimentado por los patetismos de la militancia y del doctrinarismo, aparece hoy como un recurso más para la consolidación del Demofascismo, como una herramienta entre otras para el fortalecimiento del fascimo de las democracias, que moviliza inquisitivamente a las poblaciones.

Ya es hora de dejar de seguir recetas teóricas, instrucciones para la desobediencia civil, manuales para la lucha “políticamente correcta”; basta ya de lavarnos las manos de la complicidad y de la culpabilidad políticas con el agua y jabón de las convocatorias narcisisto-progresistas y los eventos venales del marketing “alternativo”. Si no se reinstala la creatividad, la imaginación, la fantasía, el juego, el don recíproco, lo gratuito, la poesía y la locura extraordinaria en el seno de la resistencia contra lo establecido, podemos morir de repetición, fosilizándonos en las eucaristías del izquierdismo tontorrón, como quiere la lógica de la conflictividad conservadora.

Sobre ese telón de fondo, pretendemos resaltar el alcance y la belleza del anarquismo existencial, espiritual, no doctrinario. Encontramos ahí un surtidor de inspiraciones para desarreglar el espectáculo amañado de la oposición política bajo las democracias y avanzar por vías, individuales y colectivas, de desistematización y de auto-construcción ética y estética para la lucha. Porque, domesticada, la protesta de nuestros días se ha resuelto en una forma de religiosidad laica, de fundamentalismo esquizoide para la reproducción social.

“La vida es la ocasión para un experimento”, un experimento de rebeldía que empieza por la re-invención de nuestra propia cotidianidad, por la escultura artística de nuestros días y de nuestras noches. Para ello, hay mucho que recuperar, que re-crear, en los bio-textos de aquellas personas existencialmente anarquistas, espiritualmente libertarias, que supieron enfrentarse a la “vida predestinada», a la existencia estándar que la Sociedad les proponía. Para nada “modelos” y nunca “ejemplares”, estos hombres y estas mujeres nos arrojaron perspectivas motivadoras, sugerentes, disparadoras de nuestra capacidad de análisis y de auto-crítica. Porque, desde que el marxismo se rebajó a aquel “matrimonio de conveniencia” con la axiomática del Capital y del Estado, convirtiéndose en el aliado de fondo de la opresión, correspondió a las tradiciones anarquistas no-dogmáticas mantener en alto el puño cerrado de la disidencia.

Estos son algunos de los temas que, de la mano de Bakunin, ese incansable filósofo activista; del príncipe Kropotkin y del perro Diógenes; de Villón el Golfo y de Artaud el Surreal; de Borrow y de Poe, niños extraños, inusitados, y escritores inquietantes más tarde; de Valle-Inclán, de Vigó, de Baroja, de Gide; del Conde de Lautréamont y de Genet, malditos con aroma de santidad; de Van Gogh el Inolvidable y de De Quincey, orgulloso comedor de opio; de los presos de Fontevrault y de Roscigna, el genial expropiador argentino; de Pierre Riviére, un asesino brillante que se burló de los jueces y de los psiquiatras; de Lou Salomé, discípula de Freud que nos previno enseguida contra el psicoanálisis; de Nietzsche, el viejo martillo martilleado por la vida; de Wilde el Paradójico; de la Borten y de la Rosas, luchadoras indoblegables; de Sade y Sacher-Masoch, padres respectivos del sadismo y del masoquismo, mucho más honestos de todas formas que nosotros, los occidentales, sadomasoquistas de incógnito; de los mayas mesoamericanos y de los Igbo, ocho millones de indígenas africanos viviendo hasta no hace mucho sin Estado; de los gitanos antiguos que tanto estimo y de los pastores tradicionales entre los que me conté; de Philipp Mainländer, el filósofo de la «voluntad de morir» que se suicidó muy joven, al día siguiente de publicar su primer y último libro, titulado significativamente «Filosofía de la Redención», etcétera; mi querida familia intelectual, a fin de cuentas, evocada en un perfecto desorden; estos son, decía, algunos de los asuntos que abordaremos el próximo sábado en C.A.S.O. “La Sala”, a partir de las seis de la tarde, en el marco de las “Jornadas Anárquicas” de Buenos Aires.

Pedro García Olivo
pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 9 de abril de 2018

CONOCÍAN LA OSCURIDAD

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Crítica de las sociedades democráticas occidentales with tags , , , , , , , , , , on abril 7, 2018 by Pedro García Olivo

Invertidos

Ella salía todos los días de la casa para buscar vida. De ella dependía que la familia pudiera comer, vestirse, defenderse de la enfermedad… Él quedaba todos los días en la casa cuidando vidas. De él dependía que los alimentos fueran buenos, que las ropas estuvieran limpias, que la enfermedad nada tuviera que hacer contra el grupo…

Ella conocía la luz y la sombra de su empleo. Inepta para el auto-engaño, no declaraba estar contribuyendo desde el aula a no sé qué soñada Transformación Social, a qué Despertar de las Consciencias, a qué Revolución de mermelada. Pero se desempeñaba con rigor, con una dedicación absoluta: implicándose al máximo en la relación con cada uno de sus alumnos, les daba todo lo que podía darles. Les daba conocimientos que necesitaban, aunque en verdad los habrían podido recaudar de otras formas; y les daba esa simpatía y ese cariño que, tristemente, no siempre lograban obtener a satisfacción en otros medios.
Sobre todo, conocía la oscuridad de su oficio, soldado para siempre al Capital y al Estado, “soldado” desde siempre del Estado y del Capital. La Enseñanza es soldadesca.

Él conocía la luz y la sombra de su labor. Poco amigo de engañarse por sistema, no levantaba cantos de cisne en torno a las beldades del Hogar. No exaltaba los valores de la Familia, no suscribía las apologéticas encendidas de lo Conyugal. Pero se ocupaba con una seriedad definitiva de la limpieza de la casa, de la economía en las compras imprescindibles, de la cocina para cinco personas, del cuido de los niños y de la conversación y el juego con ellos.
Sobre todo, conocía la oscuridad de su esfuerzo, soldado para siempre al Capital y al Estado, “soldado” desde siempre del Estado y del Capital. Lo Doméstico es soldadesca.

Cuando estaban todos juntos, da igual si entre risas o entre disputas, sentían, no obstante, que una luz brotaba del conocimiento de las respectivas oscuridades y de la inversión completa de los roles tradicionalmente asignados. Era como una tranquilidad muy grande que permanecía por debajo de los conflictos de superficie, como una seguridad a pesar de las tormentas del momento. Me hallo persuadido de que este sosiego de fondo se desprende del reconocimiento de nuestro lado sombrío, de la admisión sin tapujos del poso de fealdad y de infamia que nos constituye y que procuramos combatir en la medida de nuestras fuerzas y de las necesidades de los nuestros.

Conocer la propia oscuridad es el primer paso de toda política de la vida, de toda poética de la vida, de toda ética subversiva. Solo ese gesto temerario de la auto-denegación personal, condición de la auto-construcción para la lucha, puede abrir pequeñísimas grietas en el paredón soberbio del Sistema.

[Adjunto un cómic que me dedicaron mis alumnos del Benlliure, en Valencia. Ellos sabían de mi oscuridad y de mi revuelta contra ella]

Pedro García Olivo
www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 6 de abril de 2018

¿SE INVENTÓ EL AMOR PARA SOPORTAR EL TRABAJO?

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Uncategorized with tags , , , , , , , , , , , , , on marzo 30, 2018 by Pedro García Olivo

“¿Se inventó el amor para soportar el trabajo?”, me preguntó mi compañera bien temprano, mientras la acariciaba. Ella enseguida partiría para la Escuela, y yo en un instante empezaría a ocuparme de las tareas llamadas “domésticas” (limpiar, lavar ropas, cocinar,…).

Desconcertado por esa forma suya de decir lo que no se espera, no supe qué alegar.
Pasó un tiempo, limpié la casa, lavé, cociné; y ahora, por fin, me llega la respuesta:

“Estrella, el amor es casi lo único que no se inventó. Se inventó el trabajo, se inventó la Escuela, se inventó la propiedad privada, se inventó el Estado, incluso se inventó la Clase Trabajadora. Pero el amor verdadero, que ya solo se da entre los pobres y entre los perdidos, entre los marginales y los erráticos, entre gentes como nosotros, no necesitó ser inventado. Estaba en la naturaleza de los animales humanos.
Ahí también estaba el odio…

¿Me preguntarás algún día si el odio se inventó para escapar del trabajo?
No lo harás, porque ya conoces mi respuesta: capaz del amor, necesitado del amor, dependiente del amor, amo y amo y amo el odio. Odiar desde las vísceras todo aquello que merece ser odiado es la expresión máxima del amor y el refugio último de la libertad.

Pedro García Olivo
www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 30 de marzo de 2018

FRAGMENTOS CONTRA LA ADAPTACIÓN SOCIAL Y LA TRANQUILIDAD DEL ESPÍRITU

Posted in Activismo desesperado, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Indigenismo with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , on marzo 28, 2018 by Pedro García Olivo

PRIMERO FUERON LAS RUINAS, Y LUEGO EL PALACIO. PRIMERO LAS CENIZAS, Y LUEGO LA HOGUERA

En unas partes del globo, los enemigos de la alegría combaten a muerte las “permanencias” (idiosincrasias, raíces, vínculos primarios); en otros lugares, nos invitan a “permanecer”, a instalarnos de una vez, a echar el ancla. Los enemigos de la vida viva anhelan que el adversario no sea como ha sido casi desde siempre, porque de ahí emana su fuerza; y que los adeptos, sus secuaces, sigan siendo lo que son, que se parezcan a sí mismos todo el tiempo. Que el antagonista no permanezca y que el reproductor permanezca eternamente.

En diferentes registros, vuelco siete fragmentos sobre el “permanecer”. Como yo los escribí, no estoy absolutamente de acuerdo con ninguno de ellos. Como, además, los escribí hace ya años, estoy en franco desacuerdo con buena parte de lo que sugieren.

1.

Ocaso de las cosas

No basta con aceptar el término de las cosas. De nada sirve reconocer la temporalidad de todo proyecto, de toda ilusión, de todo dolor y todo remedio, si luego se sufre por la desaparición de lo conocido. Solo la repetición debería aterrorizarnos. Lo que se repite pierde rápidamente el interés que lo suscitó, y pretende sobornarnos con la seguridad de la posesión. La normalización de una relación es ya otra relación y, por supuesto, ignora la emoción de lo desconocido. La continuidad no solo amenaza con sumirnos en el hastío. Prepara también una reducción del horizonte del deseo, una pacificación general de los instintos y una emergencia compensatoria de la pulsión de propiedad. Si debo creer en mis palabras, el ocaso de las cosas presagia el despunte de una nueva voluntad y de una nueva salud. Primero fueron las ruinas, y luego el palacio. Primero las cenizas, y luego la hoguera. El principio está siempre al final, pero no es su contrario. Tanto uno como otro se oponen a la repetición y la repetición es el vacío. No hay más muerte que la de lo que ya fue, está siendo y será por tiempo indefinido del mismo modo. No morimos al concluir, sino al permanecer. Y ya está bien de angustiarse por conservar la vida (suspender la continuidad). Debo endurecerme para aprender a terminar. No se trata de concluir, sino de saber concluir: percibir claramente todo lo que está en juego y, por tanto, desear el fin.

2.

Morir de inmovilidad

Murió de oscuridad”: eso dicen. Cuando advirtió el Apátrida la muerte de aquel Infiltrado que se soñaba eterno (según dicen, murió de oscuridad), redactó de un tirón la Elegía del Niño de Luto y empezó a desconfiar profundamente de quienes permanecen ENTRE QUEJAS, comenzó a sospechar cada día más de cuantos se deshacen en lamentos pero pese a todo permanecen, y llegan incluso a consumirse en la desesperación para permanecer también de esa forma. Intuyendo de nuevo un Engaño, persuadido de que el Infiltrado murió ciego, por una sacudida de Luz, paralítico (él lo sabe: murió de inmovilidad, bajo el Sol excesivo que te ata a las sombras menguantes murió de inmovilidad, aferrado a la sombra cobarde del bienestar, secado al Sol de la felicidad mecánica, ciego de tanta Claridad, paralítico por no moverse, por permanecer como una roca donde le habían enseñado), decidió bruscamente echar a correr, preparar la más radical de las evasiones, el último viaje, la única ruptura: transgredir de una vez el Orden del Salario, destruir en lo que a él concernía la Prisión del Funcionario, escapar del Trabajo.

3.

Juguemos a esto así

La lucha política contra la Escuela no reconoce un Sujeto Unitario, un Agente Privilegiado. Procede menos de la voluntad de resistencia de un colectivo particular, de una organización concreta, que de la sucesión, sin regla ni ritmo, de los asaltos dispares (el fraude de un alumno, la desidia de un padre, el error de un burócrata, la irresponsabilidad de un funcionario…). La Avería del Dispositivo Escolar no remite tanto a la colisión frontal con otra imaginada Máquina de la Contestación como almovimiento defectuoso de alguna de sus piezas, al dinamismo disfuncional de su propia estructura.

No, no existe un Sujeto de la Lucha contra la Institución. Por eso, el Apátrida desacredita, desde la Fuga, la ilusión de la Eficacia Sostenida, de la Efectividad Duradera llega un momento en que el gesto negativo, repetido indefinidamente, se recupera como una nueva forma de la afirmación…

Tirar. ¿Y después? Quitar.

Paz para nuestras… posaderas.

Y volver a poner. Llegamos.

Un poco de poesía…

Tú llamabas. Reclamabas el atardecer.

Viene. Desciende: helo aquí.

Instantes nulos, siempre nulos, pero que cuentan,

pues la cuenta está hecha y la historia terminó.

Si pudiera tener a su hijo con él…

Sería el momento esperado.

¿No quiere usted abandonarlo?

¿Quiere que crezca mientras usted disminuye?

¿Qué le dulcifique los cien mil últimos cuartos de hora?

¡Oh, le enfrenté con sus responsabilidades!

Bien, ya está, aquí estoy.

Ya basta. ¡Sí, es cierto! Bueno.

¡Padre! Bueno. Llegamos.

¿Y para terminar? Tirar

¡Tomad!

¡No!

Bueno. Ya que jugamos a esto así…,

juguemos a esto así…

y no hablemos más…,

no hablemos más” (Beckett)

Al reaccionar contra la culpabilidad de los que permanecen, al denunciar su complicidad por inmovilismo, el Apátrida pretende esquivar, por lo menos, el destino de aquel infeliz embriagado de buenas intenciones que murió paralítico por representarse a sí mismo como Proceso, Cáncer, Encarnación de la Guerrilla, Agente de la Lucha, Enemigo, Adversario Perpetuo, Sujeto, Máquina y Antagonista de la Máquina, Promesa de Destrucción y Garantía de Sustitución… Pensando en él, en su ceguera y en su parálisis, en su modo de citar a la muerte y acudir a la hora prevista -porque para él acudir es no moverse-, redactó una Elegía que es también una Advertencia y una Despedida: la Elegía del Niño de Luto.

4.

Tres lluvias después

Elegía del Niño de Luto

Desencajada sonrisa de otro niño de luto,

perdido en la inmensidad de la tristeza

como un perro

encharcado

en medio de la noche.

El niño balbucea palabras de dolor enfermizo

mientras contempla atormentado

la mentira de su cuerpo

y la hipocresía de su cuerpo.

Por dos veces agachó su corpacho

dolorido

para arrojar piedras sin camino

a un camino

tan próximo como distante.

Por dos veces brillo su costado desnudo,

exhalando hedor a trabajo

en porquería.

Miró a un lado y a otro

en demanda de un pedazo

maldito

de pan, de ayuda o de aire puro,

pero solo encontró el estiércol

de todas las horas,

en el mismo lugar de siempre,

con la amenaza de nunca.

Embarró sus pies

y embarró sus piernas

con la delicadeza de un cerdo sofocado,

y restregó por el muladar de su rostro

unas gotas brutales de agua

sucia.

Levantó la cara al sol de infierno

y cerró los ojos al peso del cansancio.

Quiso andar hacia alguna parte,

pero nada ni nadie le esperaba.

Lo comprendió al ver el salto

viejo

del gato

y se arrodilló descoyuntado para besar el suelo,

de donde lo recogieron

tres lluvias después

por enterrarlo.

5.

Tradicionalismos revolucionarios

Andrei Tarkovsy hizo decir al protagonista de su película “El sacrificio” unas frases muy bellas en su aparente paradoja, que subrayan el circunstancial valor transformador del inmovilismo, la eventualidad de que también la tradición pueda revestirse de un potencial revolucionario:

Sabes, algunas veces me digo a mí mismo que, si cada día, exactamente a la misma hora, realizara el mismo acto siempre, como un ritual, inmutable, sistemático, cada día a la misma hora, el mundo cambiaría. Sí, algo cambiaría, ¡a la fuerza!”.

6.

La tragedia del observador impotente

El adiós del fugitivo

Se abalanza, salta como un tigre.

No quiere llaves;

porque, cuando se le permite acercarse a una puerta,

se apodera de ella al asalto e incendia la casa,”

Thomas De Quincey

Había llegado la mañana de un día solemne de un día de crisis y de esperanza final en la naturaleza humana, que padecía entonces de algún misterioso eclipse y era martirizada por una terrible angustia. En algún lugar, no sabía cómo, por no importa quién, no los conocía, se libraba una batalla, una lucha se sufría una agonía, desarrollada como un gran drama o pasaje musical. Y la simpatía que sentía por todo aquello se convertía en un suplicio debido a mi incertidumbre del lugar, de la causa, de la naturaleza y del posible resultado de la contienda. Parecía estar en juego un grandísimo interés, la causa más importante que nunca defendiera espada o proclamara trompeta. Al poco brotaban repentinas alarmas; por doquier, pasos precipitados; terrores de fugitivos innumerables, fugitivos en plena dispersión…” (De Quincey)

De la batalla no se seguía ninguna victoria. No estaba siendo derrotada la causa del Mal pensé que quizás el Mal fuera la guerra misma, o el triunfo de cualquier formación. Se multiplicaban a mi alrededor los fugitivos. “Yo no sabía si procedían de la buena causa o de la mala –tinieblas y resplandores, tormentas y rostros humanos…”. Abrumado por tanta confusión, quise seguirles como si intuyera que el espectáculo se desplazaba con ellos, tras ellos, y todo hubiera de depender en adelante de las vicisitudes de su fuga. Pero solo pude alcanzar hasta el momento de la despedida.

Aparecían formas de mujeres, semblantes que habría querido reconocer a cualquier precio y que no podía vislumbrar más que un instante. Y después manos crispadas, separaciones que desgarraban el corazón; y después, ¡adiós para siempre! Y, con un suspiro como exhalado por las cavernas del infierno, ¡adiós para siempre!, ¡adiós para siempre!, y más, y más, de eco en eco, reduplicado: Adiós para siempre…” (De Quincey).

Intenté afilar la mirada, sortear con los ojos el desorden de las filas, reconocerme en algún fugitivo… Pero fue inútil: el adiós de los desertores no dejaba tras sí más rastro que el desgarramiento de nuestras vidas. Partían hacia lo desconocido, y nos arrojaban a la ciénaga de la incertidumbre. Con su adiós para siempre, el Fugitivo se despedía también de nuestra tragedia de observadores impotentes.

7.

La hora del suicidio antiguo

Despiden los campos la tarde

con el ademán misterioso de todos los días

pero con un soplo de nostalgia nuevo.

Se recrea todavía el sol

vistiendo de sombras los árboles tan poco verdes

de las desgastadas lomas.

De lejos,

un resplandor rojizo

confunde nubes y cielos en los límites

de una imagen desfalleciente.

Tres pájaros aún descansan sobre el viejo tendido de la luz.

Bocanadas de aire cálido mueven graciosamente

las ropas casi secas de los cables.

Una mujer se dirige presurosa a retirarlas.

Dos perros esqueléticos cruzan cansinamente los bancales

siempre en guardia.

Un zagal

les lanza piedras desde una esquina mal encalada.

Los perros huyen entonces, sin excesiva alarma,

esbozando los gestos de la rutina.

Ya sólo queda un pájaro sobre el tendido,

un pantalón oscuro sobre el cable,

una banda de sol sobre las lejanías melancólicas de las tierras.

La mujer regresa también con presteza,

buscando el abrazo de la casa.

El zagal abandona lentamente las piedras;

mueve la cabeza con desdén.

La noche empuja al día hacia otra parte.

Es la hora del suicidio antiguo,

sin rastro de náusea en los labios,

sin rastro de ira en el fondo de los ojos.

Hueco

Pedro García Olivo

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Buenos Aires, 28 de marzo de 2018

LA FUGA, EL ÍDOLO MÁS CRUEL

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales with tags , , , , , , , , , , , , , , , , on marzo 21, 2018 by Pedro García Olivo

De militancias y de deserciones

(¡TAN GRANDE, LA DISTANCIA QUE NOS UNE!)

¿Hay «caracteres sedentarios» para quienes la lucha política y social se resuelve bajo los modos de la instalación (en un partido que se proclama «revolucionario», una profesión que se pretende «contrahegemónica», una ideología que se nombra «verdadera» o «científica», etcétera) y, frente a ellos, formas de subjetividad abrazadas a los motivos de la «fuga», de la movilidad incesante y de la reinvención? ¿Hay personas que se estiman rebeldes, inconformistas, “comprometidas”, “conscientes”, solidarias…, justamente por arraigar, por plantar las tiendas de su oposición en fórmulas dadas, consagradas, en prácticas vetustas, ritualizadas, en poses venerables que inventaron los venerados para uso de los desposeídos? Y, al lado, o enfrente, ¿hay seres que cultivan su presunción de beligerancia desde una épica del romper, saltar, partir, escapar? ¿Hay, de una parte, “militantes” y, de otra, “fugitivos”?

El texto que comparto procede de una novela en elaboración (“El espíritu de la fuga”), y esboza la distancia enorme que unía a dos amigos. De un lado, Juan Contreras Figueroa, militante comunista chileno, exiliado en los tiempos de Pinochet, con toda su familia encarcelada y desaparecida bajo la Dictadura, cooperante armado de muchos proyectos guerrilleros africanos, sociólogo e historiador marxista. De otro, Víctor Araya, mi “alter ego”, un fugitivo sin más, desertor de todo, espiritualmente libertario. Juan toma la pluma en cierta medida contra Víctor, su mejor amigo. Una enorme distancia unía al sedentario y al nómada…

[Me hice amigo de Juan Contreras en la Budapest del bienestar comunista (1987). El Muro de Berlín cayó, para entusiasmo de las democracia occidentales. Cayó también sobre nosotros… Los anticapitalistas declarados fuimos expulsados, pues nada aportábamos ya a un país que se sentía orgulloso de retomar la senda del liberalismo burgués. Él regreso a La Serena, en Chile, y yo me fui a Ademuz. Juan murió hace dos años. Hace poco estuve en La Serena, para dar una charla en un local ocupado: un marxista convencido como él no se hubiera pasado nunca por un centro así, orgullosamente anarquista. Pero sentí su espíritu sobre la sala y su huella palpitó en mis palabras…]

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LA FUGA, EL ÍDOLO MÁS CRUEL

La Fuga. He aquí otra hermosa fantasía de Araya. Otra quimera… Me consta que, durante muchos años, Víctor Araya permitió que los ídola de la Huida, de la pasión errática, determinaran sus más importantes decisiones vitales. Por “creer” en la Fuga abandonó, quizás precipitadamente, todo aquello que había conquistado o que le había sido concedido, los frutos de su esfuerzo y los regalos de la fortuna. ¡Con qué periódica obstinación se obligó Araya a renacer, a empezar de nuevo, a abrirse otra vez un hueco en este mundo! ¡Y cuántas cosas valiosísimas para el común de los mortales arrojó alegremente por la borda! ¡De cuánto se desposeyó a sí mismo! ¡De cuánto se privó!

Como en el caso de la Sexualidad Poética, el mito de la Fuga se alimenta en Araya, a la vez, de un criterio político-ideológico y de una oscura inclinación de su carácter un antojo inextinguible de su voluntad. En El Irresponsable se avanzaba la justificación teórica de esta exigencia de la huida, particularmente en el capítulo décimo, titulado, con toda elocuencia, “Huir, el arma”

Huir, el arma

Esquizofrenia y Corrosión

Presentimos una verdad que vosotros, pobres ratas,

ni siquiera os atrevéis a imaginar:

Esquizofrenia”.

Eskorbuto

La lucha política contra la Institución no puede concebirse al margen de un peligroso proceso esquizofrénico (…). El Esquizo escapa. Escapa a toda definición porque, trabajando oscilante y hasta simultáneamente como profesor-policía, profesor-verdugo, profesor-amigo, profesor-cómplice, profesor-ausente, profesor-conciencia, profesor-experto, profesor-payaso, no-profesor, profesor-suicida,…, añade siempre un plus desquiciante que desborda cualquier modelo y arruina la pretensión carcelaria del prototipo. Solo su movilidad incesante le permite huir, transgredir el Orden de la Escuela hasta el momento de la quiebra definitiva.

Mientras el Ingeniero de los Métodos Alternativos se atrinchera en un Modelo presuntamente progresista o emancipador, convirtiéndose así en un “prisionero de su propio ideal”, fácilmente capturable por la empresa legitimadora…, el Esquizo se hace cargo de la imposibilidad de la coherencia, de la inevitabilidad de la traición, para buscar en la promiscuidad de las Máscaras y en la colisión de los Disfraces la condición profunda de la Corrosión. Sabe que la Escuela siembra la contradicción en la práctica de los rebeldes y prepara luego la ilusión de la unidad como conquista, de la consistencia como propósito, con el objeto de agotar sus fuerzas en una guerra sin enemigos. Sabe que la neurosis espera al reformista desilusionado y pese a todo inquieto, como la esquizofrenia aguarda al irresponsable que no quiere dejar de serlo.

El Esquizo se distingue del Ingeniero en que ha comprendido que la “reforma” es solo un refugio y, por ende, nada menos que una trampa. Y en que no reniega de la inconsistencia radical, de la incoherencia manifiesta hasta ese punto ama Lo Necesario. Artaud lo vio: “Heliogábalo o el anarquista coronado”. El Irresponsable como contra-profesor magistral, como pedagogo de la deseducación o educador en la anti-pedagogía.

El Esquizo huye. Huye de cada figura para caer en todas las demás, para acabar con todas las demás. Es lo que destruye al destruirse, y evita los lugares de complicidad al instalarse en ellos solo por un momento y partir de nuevo hacia ninguna parte. Al borde siempre de cualquier cosa, huye de sí mismo tanto como de los otros: por eso, no se tira de los cabellos, no se queja, desconfía de los que sufren y se entretiene en los desniveles de la risa. “A los que dicen que huir no es valeroso, responde: ¿Quién no es fuga? El valor radica, más bien, en aceptar el huir antes que vivir quieta e hipócritamente en falsos refugios. Es posible que yo huya, pero a lo largo de toda mi huida busco un arma” (G. Deleuze).

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Esta obsesión (la de “evitar los lugares de complicidad”; la de no tolerar que, en razón de una permanencia o de un enquistamiento, el Sistema lo “asimilara”), exacerbada quizás por alguna moda literaria o filosófica de la época, o por el retallecer de cierta prescriptiva libertaria heterodoxa, puesta más tarde en cuarentena por el brutal auto-criticismo de Desesperar, se recobra no obstante, si bien amortiguada y bajo los nuevos acordes de una caución teñida de melancolía, en la Carta a Fernando Hilador:

He transformado el escapismo en una estrategia personal de la Fuga. Evitar los lugares de complicidad, de connivencia con los sujetos de la opresión política y económica: esa es mi meta. Incapaz de obedecer, negarme también a mandar. Renunciar a servirme del trabajo de otro hombre, ya que no consiento que nadie me explote. Esquivar, por medio de la Fuga, las cláusulas de solidaridad con el sistema de dominación imperante, sortear los cepos de una aquiescencia culpable ante Lo Dado. Subsistir a salvo del salario y de la nómina no menos que del beneficio empresarial o de la renta bancaria. Que no se me identifique con un empresario, ni se me confunda con un obrero. Desterrar la mentalidad del empleado lo mismo que la del gobernante. Que no se me encuentre arriba, ni tampoco abajo. Que no se me encuentre. O que se me encuentre en otro lugar, no se sabría decir dónde. De ahí las cabras, en parte… No es este, por supuesto, un modelo intersubjetivamente válido, un ideal que se pueda proponer a todo el cuerpo social. Pero a mí me sirve. Me sirve, sobre todo, para acallar, no por cuánto tiempo, a mi peor enemigo: esta consciencia mía, desgraciada y vigilante.

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El discurso de la Fuga resulta, pues, de la sinergia de esas dos instancias que han pesado como una condena sobre la vida de Araya: una consigna política y una disposición de la personalidad, un “arma” y un “talante”. Así aparece en la novela que estáis leyendo y así se presentaba en El Irresponsable:

Sin hogar

Nómada, siempre nómada

Cuando caiga, lloraré de felicidad”

S. Beckett

Sin Hogar. El Apátrida se declara “nómada, siempre nómada”. Nada logrará jamás detenerle retenerle. Nadie lo poseerá. Nunca se convertirá en el siervo de sus propiedades, recluso de la Familia, esclavo de una pasión. Para aprender a huir tuvo que abandonar primero el Hogar de Sus Padres y, más tarde, Su Propio Hogar. Para enseñar a huir tendrá que abandonar además el Hogar de Sus Gentes esos amigos “bastante escandalizadores pero monocordes a su manera”, aquellos bares inequívocos, las conversaciones del café rojo, las preguntas exigidas y las respuestas de siempre tan exaltadas como siempre, las ceremonias narcóticas de la Lucha de los Lúcidos, y los ritos tranquilizadores del Viejo Compromiso… Abandonar el Hogar de Sus Gentes: sin duda, la deserción definitiva, la huida en la huida y hasta de la huida, la fuga que ya es la Fuga (…).

Una Ruptura tal no esconde ya secretas continuidades, no promueve insidiosamente el enmascaramiento de lo Mismo bajo el falso ropaje de lo Inédito. Como Último Viaje (desplazamiento vertical, desprendimiento), borra todas las huellas, arrincona la fidelidad al pasado y transforma repentinamente al viajero construye al Viajero como negación festiva de cualquier Refugio, de cualquier Hogar, de cualquier Patria. La Evasión Radical: reivindicación inactual del vagabundo, de la intemperie, del cielo proscrito por nuestros techos conyugales y a punto de ser alquilado.

El Apátrida abandona la Escuela porque no puede soportar por más tiempo el Éxito momentáneo de su práctica corrosiva. Suspende la lucha política en la Institución porque no aguanta ni un segundo más la Victoria provisional de su estrategia del sabotaje. Sentirse molesto por arraigar en el éxito, saberse incapaz de instalarse en la victoria: he aquí la señal del Apátrida. “Huyendo a tiempo…”. Solo así conserva la esperanza de que la Máquina no termine integrándolo como signo de salud, momento del Engranaje, dinámica reproductora. “Recuperemos el sentido de lo perecedero y echemos a correr antes de que se nos atrofien las piernas o nos las roben”: esta es su consigna. “No ve nada duradero. Pero por eso mismo ve caminos por todas partes. Donde otros tropiezan con muros o montañas, él ve también un camino. Y como lo ve por todas partes, por eso tiene siempre algo que dejar en la cuneta. Y no siempre con áspera violencia, a veces con violencia refinada. Como por todas partes ve caminos, siempre está en la encrucijada. En ningún instante es capaz de saber lo que traerá consigo el próximo. Hace escombros de lo existente, y no por los escombros mismos, sino por el camino que pasa a través de ellos” (Benjamin).

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Sostengo, en relación con este punto, la tesis de que, si bien Víctor pudo, en un momento dado, “dejar de creer” en la Fuga como panacea política, como estrategia de lucha, y llegó a desengañarse de sus propias soflamas, pasando a cuchillo, uno tras otro, todos sus ideales, todas sus ensoñaciones, desde la Sexualidad sin Figura a la Vida como Obra, desde el Suicidio Antiguo a la “fuga que ya es la Fuga”, etcétera un arrumbamiento de su armadura mitológica particular que, curiosamente, trabajaba en beneficio de un super-mito, de un mega-mito, el de la Desesperación, como si este hombre paradójico solo supiera des-mitificar para re-mitificar, deicida e idólatra al mismo tiempo, “mitóvoro” siempre…, lo que ya no estuvo en sus manos, lo que en modo alguno logró, fue dejar de ser en sí mismo un fugitivo, un implacable “espíritu de la fuga”, aplastar aquel erizo de la sed de tempestad que se despertaba de vez en cuando en su cerebro y trashumaba dolorosamente hasta su corazón, incitando a los estragos del abandono repentino y de la partida crudelísima.

Y creo que, habiendo minado el edificio intelectual de la Fuga, pero recogiendo y guardando casi con veneración los cascotes, esos pequeños agregados de ideas; morando todavía, por así decirlo, entre sus escombros, como si llevara para siempre en el alma las ruinas, acaso irreemplazables, de su más soberbia construcción, Víctor Araya se ha fugado de hecho, se ha fugado en la verdad palpable de las cosas, en la realidad inmediata y consumada del acontecimiento. Víctor ha sido una vez más él mismo y ha hecho lo de siempre: romper, tirar, huir,… Y siento ahora la tentación de añadir que mi amigo debe haberse fugado, a pesar de todo, como creyente, “buscando un arma”, tal el hijo pródigo de una inflexible teodicea de la Huida, gacha la cabeza de arrepentimiento y herida la sensibilidad por un imprudente exceso de hogar. Probablemente, Araya “creyó” para “descreer” y, al fin, “volvió a creer” aunque de otra forma

No es mi propósito polemizar con el autor de El espíritu…, rebatir sus opiniones, medir el calibre de sus ideas. Nuestra amistad se ha basado siempre en la disensión, en la imposibilidad del acuerdo… Debo anotar, sin embargo, que en modo alguno simpatizo con todos esos “fantasmas” que pueblan las obras de mi amigo, con todos esos “demonios” de su corazón. Como Araya, yo he consagrado mi vida a la lucha (contra el imperialismo yanqui y al lado de Allende, contra Pinochet más tarde, contra las dictaduras del Tercer Mundo, aquí y allá por la Revolución,…); y he luchado de verdad, con el cerebro y con las manos, en la edición y en las fábricas, en las aulas y en las calles, sobre el asfalto y sobre el barro, en los suburbios y en las selvas, en las huelgas y en las guerrillas, hablando y disparando,…, pero sin hacerme, por ello, la vida intolerable, sin complicármela todavía más, sin renunciar al disfrute de la existencia, sin mortificarme y causar daño a mis camaradas, sin tirar por el balcón los frutos de mi trabajo, la cosecha de mi experiencia, sin abandonar lo que estimo y a quienes estimo, sin obligarme a ir de un lado para otro como un titiritero, sin abusar tanto de una elocuencia vana en su narcisismo, sin tanta ininteligible retórica filosófica (o seudo-filosófica), sin tantas complejidades metafísicas paralizantes, sin desgarrarme estéticamente ante el espejo…

Reconozco que vindicar hoy la “fuga”, en este mundo de hombres sedentarios, instalados, aferrados a la conservación de lo que han hecho suyo, clavados en sus casas, en sus oficios, atornillados a sus bienes y a sus afectos, tiene algo de atentatorio, de subversivo, de hostigador… Viene a ser como una denuncia saldada en desafío. Acaso valga la pena, a ese nivel… Pero vivir en la Fuga, constituirse en “fugitivo”, al modo de Araya, me parece ya histriónico, excesivo: es esa, considero, una senda de espinas que no lleva a ninguna parte, una extraña auto-inmolación (sacrificio bárbaro en nombre de no se sabe qué ideal fantasioso), una forma de negarse la felicidad y de hacerse los días todavía más angustiosos, más lacerantes de lo que ya son…

Uno lucha para crearle problemas al Opresor, no para resolvérselos ensayando la auto-destrucción y el propio fastidio. Uno va a la huelga, grita en las manifestaciones, apedrea a la policía, abre fuego horrorizado,… pero, allí donde el combate desfallece, cuenta siempre con un pequeño mundo suplementario, el mundo precioso de su gente querida y de sus otras cosas amables, un horizonte precario sobre el que se afirma la dignidad de su dolor y hasta de su rabia, y que sería suicida descuidar… Abandonarlo, huir de sus dulzuras tan humanas, se me antoja necio, si no fúnebre. No, por “inhóspita”, por “torturante”, por “desalmada”, la mística de la Fuga nunca ha merecido mi aprobación. Perdonad este excurso…

 

Pedro García Olivo

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Buenos Aires, 21 de marzo de 2018

CREER

Posted in Activismo desesperado, Autor mendicante, Crítica de las sociedades democráticas occidentales with tags , , , , , , , , , , , , , on marzo 16, 2018 by Pedro García Olivo

Dejé de creer en las banderas
porque teñían de sangre el cielo
y las que más proclamaban libertades
más asesinaban.
No ondeo ninguna.

Dejé de creer en los libros
porque siempre mataban bellezas:
devastaban la capacidad hermosa de observar
sin conceptos ni velos de la teoría en la retina,
de pensar por uno mismo
y de aprender sin patrones.
Y porque muy a menudo mataban personas.
Cada día leo menos.

Dejé de creer en las patrias,
de tierra, de sangre o de papel;
mortíferas las de papel,
como la Biblia o El Capital;
oscuras las de la sangre
para lo bueno y para lo malo;
corrompidas ya las de la tierra.
No reconozco ningún ligamen.

Dejé de creer en mí,
dañado por el exceso de banderas que ondeé,
rojas, negras, rojas y negras;
por los libros que leí
y que me querían empujar;
por las patrias que elegí y que amé,
a veces tan solo por la necesidad de amar.
No me justifico, no me celebro,
no me aplaudo.

Cuando te conocí,
te soñé bandera hecha de viento y de noche,
bandera de nadie y de ninguna parte;
te soñé libro que no se lee,
con páginas en blanco
y otras que nadie entiende;
te soñé patria nómada, aerea, inconstante,
como los miedos o el deseo.

Después de conocerte,
volví a creer;
pero a creer ya solo en ti.

Pedro García Olivo
www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Buenos Aires, 16 de marzo de 20018

El Ciudadano-Robot como ratificación y sublimación del Policía de Sí Mismo

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En el Ciudadano-Robot se ratifica y sublima el Policía de Sí Mismo

https://youtu.be/AZ6NKH7hTA0?si=huojwTRq0tO-M2zc

Hace décadas que murió el anhelo de libertad, sustituido por reclamos de un «bienestar», fundado en la producción y en el consumo, que administra el Estado.

La desobediencia de fondo, «vivida», se percibe como una extravagancia, una rareza que brota de mentes trastornadas. Decir NO, en lo sociopolítico y en lo cultural, ya casi despierta sospechas.

Pasajes de un conversatorio que se desarrolló en el local de la CNT de Málaga, el día 26 de este mes. Lo elaboró Ediciones Fantasma a partir de la presentación de «La forja del Ciudadano-Robot. Virus, Capitalismo necrófago y optimización del Fascismo Democrático».

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

RAZÓN LÚDICA CONTRA EL IMPERATIVO ECONÓMICO-POLÍTICO

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EN DEFENSA DE LA RAZÓN LÚDICA

Para resignificar el «juego libre»

«No es ya el sueño de la Razón el que engendra monstruos,

sino la Razón misma, insomne y vigilante»

G. Deleuze

1. UNA LUCHA «EN» EL LENGUAJE: RE-SEMANTIZAR PARA DE-SEMANTIZAR

1. El lenguaje es uno de los principales campos actuales de lucha, pues se desveló su solidaridad profunda con la opresión en las sociedades democráticas occidentales. Lleva la mácula de todo aquello que reproducimos: clasismo, sexismo, especismo, belicismo, productivismo… Para fines antagonistas, esto significa que estamos en conflicto con las palabras, que no las usamos ya de un modo automático o pasivo, que hay conceptos que nos hieren, que de algún modo nos vigilamos al hablar… En la modernidad, correspondió a F. Nietzsche afianzar la denuncia: «Me temo que nunca nos desembarazaremos de Dios, pues todavía creemos en la Gramática». En un sentido muy determinado, «somos hablados por el lenguaje». A un nivel epistemológico, «fundacional», pues, queda desvelada la maldad congénita del lenguaje, su absoluta ausencia de inocencia. Y la «mancha» no recaería ya solo en la semántica, donde ciertamente se ha hecho más notoria: toda la sintaxis, la gramática en pleno, el léxico en su conjunto sabrían constitutivamente de los estigmas sobre los que descansa la forma de coerción de nuestra civilización.

2. A un nivel más inmediato, M. Foucault, en un bello opúsculo (El orden del discurso), señaló el modo en que los poderes instituidos, en su concreción histórica, a través de las instancias públicas y privadas, de las entidades y de las prácticas, encabalgándose sobre la malevolencia histórica de las palabras, las inventaban y reinventaban con fines reproductivos, «actualizando», por así decirlo, su infamia y su perversidad: más aún, inscribían esas palabras, el lenguaje de lleno, en una axiomática, una forma de «legalidad», un orden destinado a conjurar los peligros de su materialización. Así se expresó:

«El deseo dice: No querría tener que entrar yo mismo en este orden azaroso del discurso; no querría tener relación con cuanto hay en él de tajante y decisivo; querría que me rodeara como una transparencia apacible, profunda, indefinidamente abierta, en la que otros responderían a mi espera, y de la que brotarían las verdades, una a una; yo no tendría más que dejarme arrastrar, en él y por él, como algo abandonado, flotante y dichoso. Y la institución responde: No hay por qué tener miedo de empezar; todos estamos aquí para mostrarte que el discurso está en el orden de las leyes, que desde hace mucho tiempo se vela por su aparición; que se le ha preparado un lugar que le honra pero que le desarma, y que, si consigue algún poder, es de nosotros y únicamente de nosotros de quien lo obtiene».

Mirando menos a la Institución que a los detentadores del poder, F. Nietzsche había concluido algo semejante: que las palabras siempre habían sido inventadas por las clases dirigentes… «En todo tiempo estuvo entre las prerrogativas del Señor la de poner nombre a las cosas». En este sentido, «las palabras no desvelan un significado, imponen una interpretación».

En recapitulación de M. Foucault: «En toda sociedad la producción del discurso esta a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad (…). [Porque] el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual, se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse».

3. Partiendo de estas denuncias, e insistiendo en el control político (en sentido amplio) del lenguaje, se ha subrayado la apropiación «conservadora» de conceptos críticos, el modo en que las instituciones, los poderes políticos y económicos, incluso también las instancias del saber, re-significan términos y expresiones del universo antagonista o contestatario para llevarlos a los lugares conocidos de la reproducción del sistema. Esta «hemorragia de conceptos críticos» (R. Barthes) habría afectado a nociones como las de «revolución», «clase social», «ideología», «transformación social», «lucha de clases», «proletariado», «plusvalor», «compromiso», «resistencia», etcétera. Expuestos inevitablemente a la erosión del devenir, sujetos a aquella estricta contingencia (temporalidad) de todas las acuñaciones de la crítica, de todos los conceptos y de todas las teorías de la historia y de la sociedad (K. Marx), recayó también, sobre los universos terminológicos disidentes, la nueva asechanza de los «media», intrínsecamente vinculada al mercado y a la gobernabilidad. Y quedó desangrado el corpus discursivo anticapitalista…

4. Pero quedó desangrado en el marco de la misma constelación económica, política y cultural que denegaba: el Capitalismo vampirizó al anti-capitalismo, robándole sus palabras, sus símbolos, sus emblemas. Y «revolucionario», por ejemplo, es hoy también una marca de cerveza y de ropa; y un término que aparece en el nombre de un partido conservador, con un proyecto político «reaccionario» en opinión de muchos, asentado en el gobierno durante años y años (el Partido Revolucionario Institucional, en México). Y podemos comprar camisetas estampadas con el rostro del Che en El Corte Inglés. Y existe un periódico que se llama «Liberación». Y «Emancipados» puede estar en el logotipo de una boutique de lujo. Y no hay político, periodista o profesor que no cante a la igualdad, a la libertad y a la fraternidad. Y se desconoce organización política pro-capitalista, en el límite «humanizadora» del sistema establecido, bienestarista en tal caso, que no incluya el ecologismo, el feminismo y el pacifismo entre sus credenciales propagandísticas…

El antagonismo se quedó sin palabras en un marco histórico que impide la emergencia absoluta, repentina, de un Nuevo Pensamiento. Si no cambia sustancialmente el mundo, esto es sabido, no puede surgir una Novedad Radical en la reflexión o en la teoría, pues todos los conceptos, todos los frutos de la inteligencia humana (ya sean para la conservación, ya para la transformación), son productos histórico-sociales y la imaginación crítica, incluso subversiva, tiene un límite marcado por la época. Estamos obligados a batallar, pues, de momento, en el territorio lexicológico del enemigo, en el universo conceptual de un capitalismo que nos robó las armas del lenguaje y adulteró las palabras con las que lo denegábamos. ¿Cómo hacerlo?

5. Cabe pagar al Sistema con su misma moneda, «re-significando» conceptos que utilizaba apaciblemente en aras de su propia justificación; cabe «re-semantizar» todos esos términos por los que siempre se sentía halagado, legitimado. Cabe introducir un principio de discordia, de conflicto, de inseguridad y de inquietud en el campo lexicológico del Capitalismo. Podemos «hurtarle» sus palabras para devolvérselas envenenadas, destempladas, enloquecidas… Es lo que pretendo hacer, en los últimos tiempos, con estas tres expresiones: «juego», «territorio» y «recreación». Estas tres nociones, tan queridas por el status quo, tan gastadas por la intelectualidad reclutada, por los funcionarios mohosos y por los agentes culturales del capitalismo, pueden ser «leídas» de otro modo (o, mejor, pueden «darse a leer» bajo otro aspecto); pueden re-vestirse de un nuevo y desafiante sentido, en la línea de la hermenéutica crítica o de la deconstrucción, estrategia epistémica que ya no procura exhumar «significados primeros» o «verdades ocultas», sino que opera rescates selectivos, re-creaciones y actos de producción discursiva disidentes… Hablamos de «deconstrucción» en el sentido de J. Derrida:

«Las relaciones entre deconstrucción y hermenéutica son también complejas. Lo que se llama en general hermenéutica designa una tradición de exégesis religiosa que pasa por Schleiermacher y la teología alemana hasta Gadamer entre otras fuentes, y supone que la interpretación de los textos debe descubrir su querer decir verdadero y oculto. La deconstrucción no tiene que ver con esa tradición; por el contrario, pone en duda la idea de que la lectura debe finalmente descubrir la presencia de un sentido o una verdad oculta en el texto. Pero hay otra manera de pensar la hermenéutica, que se percibe en Nietzsche o en Heidegger, donde la interpretación no consiste en buscar la última instancia de un sentido oculto sino en una lectura activa y productiva: una lectura que transforma el texto poniendo en juego una multiplicidad de significaciones diferentes y conflictuales. Esa acepción nietzscheana de la interpretación es mucho más cercana a la deconstrucción, tal y como es la mención de Heidegger a la «hermeneuin» que no busca descifrar ni revelar el sentido depositado en el texto sino producirlo a través de un acto poético, de una fuerza de lectura-escritura».

Como apunté en otra parte (breve ensayo en el que se situaba a E. Zuleta entre los inspiradores de esta forma distinta de entender la «interpretación»), fue también perfectamente «poético», «lecto-escritural», hermenéutico o deconstructivo, el acercamiento de A. Artaud a la obra/vida de V. Van Gogh…

La dirección de mi «rescate selectivo», de la «lectura productiva» que propongo, es clara: llevo el juego, la recreación y el territorio a la arena de la crítica antipedagógica y desistematizadora…

6. Vinculada a este asunto, corre una cuestión crucial, magistralmente esbozada por R. Barthes en Crítica y Verdad: ¿De qué voy a hablar cuando trate del «territorio», del «juego» y de la «recreación»? ¿Cómo hablaré, en calidad de qué? ¿Desde qué especialidad, disciplina o «prisma» lanzaré mis tesis? Responderé ahora concisamente y recuperaré a continuación las palabras del autor francés… Hablaré de palabras, trataré del lenguaje; y no de un fantasmal «en sí» del juego, del territorio o de la recreación. Hablaré de lo que esas palabras pretenden designar y de lo que están connotando de hecho; y sugeriré lo que aún podrían llegar a referir. Y hablaré como «escritor» sin más; no como historiador, sociólogo, «ludólogo», psicólogo, etnólogo o filósofo. En palabras de R. Barthes:

«Lo que no se tolera es que el lenguaje pueda hablar del lenguaje. La palabra desdoblada es objeto de una especial vigilancia por parte de las instituciones, que la mantienen por lo común sometida a un estrecho código: en el Estado literario, la crítica debe ser tan disciplinada como una policía; liberar aquella no sería menos peligroso que popularizar a esta —sería poner en tela de juicio el poder del poder, el lenguaje del lenguaje. Hacer una segunda escritura con la primera escritura de la obra es en efecto abrir el camino a márgenes imprevisibles, suscitar el juego infinito de los espejos, y es este desvío lo sospechoso. Mientras la crítica tuvo por función tradicional el juzgar, solo podía ser conformista, es decir conforme a los intereses de los jueces. Sin embargo, la verdadera crítica de las instituciones y de los lenguajes no consiste en juzgarlos, sino en distinguirlos, en separarlos, en desdoblarlos. Para ser subversiva, la crítica no necesita juzgar: le basta hablar del lenguaje, en vez de servirse de él. Lo que hoy se reprocha a la nueva crítica no es tanto el ser nueva: es el ser plenamente una crítica, es el redistribuir los papeles del autor y del comentador y de atentar, mediante ello, al orden de los lenguajes (…).

Nada es más esencial para una sociedad que la clasificación de sus lenguajes. Cambiar esa clasificación, desplazar la palabra, es hacer una revolución. Durante dos siglos, el clasicismo francés se ha definido por la separación, la jerarquía y la estabilidad de sus escrituras; y la revolución romántica se ha considerado a sí misma como un desorden de la clasificación. Ahora bien, desde hace cerca de cien años, desde Mallarmé sin duda, está en curso una reforma importante de los lugares de nuestra literatura: lo que se intercambia, se penetra y se unifica es la doble función, poética y crítica, de la escritura. No basta decir que los escritores mismos hacen crítica: su obra, a menudo, enuncia las condiciones de su nacimiento (Proust) o incluso de su ausencia (Blanchot); un mismo lenguaje tiende a circular por doquier en la literatura; el libro es así atacado de flanco y por la retaguardia por el que lo hizo; no hay ya poetas, ni novelistas: no hay más que una escritura».

7. Pudiera considerarse que esta literatura de la lucha «en» y «por» el lenguaje se desentiende del horizonte «real» de la conflictividad, del ámbito material de la reivindicación, con sus «causas», sus «sujetos», sus «motores». Cabría estimar que no constituye más que una huida «culturalista», una «sofisticación» de la teoría crítica, casi una embriaguez del escrúpulo político-ideológico. Pero nada más alejado de la verdad: en el contexto de la crisis definitiva del Relato de la Emancipación, postrados el Sujeto, la Causa y la Revolución, el horizonte de la cultura asume un protagonismo sustitutorio como ámbito del antagonismo objetivo. Más aún: desde el momento en que los instrumentos y los procedimientos de la racionalidad política clásica quedan absorbidos como formas de la desobediencia inducida, del ilegalismo útil o de la conflictividad conservadora, y su esfera ya no es otra que la de la «protesta domesticada», la lucha recupera al individuo, a la cotidianidad y a la propia vida (investidos o revestidos por el lenguaje) como escenarios privilegiados del antagonismo. El propósito de la «auto-construcción ética y estética para la lucha», paralelo a la desistematización de la existencia, se hace perfectamente conciliable con esta vigilancia de las palabra que proferimos, de los lenguajes que utilizamos, de las escrituras que practicamos. Y, a la inversa, en absoluto basta con un «compromiso» que permanezca sin más en el dominio de la comunicación. Se precisa tratar la propia vida del mismo modo que tratamos las palabras: «resignificando», deconstruyendo, reinventando. Erigir nuestros días en objeto de la crítica y de la escritura, «poetizarlos». Como parte de la existencia particular, el lenguaje que usamos se convierte en asunto de la desistematización…

8. Pero, si dejamos a un lado el proyectismo utopista (el ideal aquí, aunque mañana) y nos abrazamos al realismo heterotópico (la belleza hoy, aún hoy, si bien en otra parte), la labor de re-significación tenderá a disolverse en una de-significación terminal. Porque el objetivo último no es alterar los vocablos y devolvérselos indefinidamente al poder: quisiéramos establecer las condiciones, primero subjetivas y luego objetivas, de una «desaparición» de tales términos… Borrar palabras, diluir las separaciones arbitrarias y las cosificaciones interesadas, reventar los conceptos «como pompas de jabón», que decía F. Nietzsche…

Porque ha correspondido a la civilización occidental, desde Platón si damos credibilidad a P. Sloterdijk, estimar que «pensar» consistía en «dividir». Y llegaron los dualismos, las tesis y las antítesis, los opuestos, las contradicciones entre dos términos, las trinidades (santas o no santas), la dialéctica… Pensar era «dividir»; y «pensar bien», subdividir y subdividir. Las ciencias, bajo ese paradigma, se convirtieron en sistemas de clasificación, de ordenamiento, de distinción y de definición, aquejadas de una «taxonomomanía» insuperable. La filosofía se resolvió académicamente como una silogística de los conceptos (conceptos-madre, conceptos filiales, conceptos adyacentes…), configurando mallas o redes discursivas por anudamiento de entidades abstractas separadas, asimismo jerarquizadas, distribuidas lógicamente, obedeciendo a una sintaxis de agregación.

El pensador occidental, se dedicara a la engañifa que se dedicara, actuaba como un leñador enajenado en medio de un río, dando hachazos para dividir el agua fluyente. Y tenemos, al fin, la sociología, la antropología, la etnología, la historia, la psicología…; y tenemos la política, la economía, el derecho, la cultura…; y tenemos la Edad Antigua o el esclavismo, la Edad Media o el feudalismo, la Edad Moderna y Contemporánea o el capitalismo; y tenemos el Arte, la Ciencia, la Filosofía; y tenemos la ética y la estética, la crítica y la poesía; y tenemos…

Pero no todas las culturas han sucumbido a semejante furor segregacionista, divisionista. Considerando que «lo correcto» era lo nuestro, y casi cediendo a la conmiseración, denominamos «holísticas» a las civilizaciones que no escindían… Y coincide hoy que los mayores grados de libertad y de autonomía entre las gentes se dan allí donde menos progresó el virus de la separación. Se diría que, a más «división», más opresión, más envilecimiento, más dolor…

Escolasticismos y neo-escolasticismos, funcionalismos de una u otra índole, estructuralismos diversos, «pensamientos leves» o «complejos», etcétera, no constituyen más que vástagos de la separación y de la división, de la segregación y de la cosificación. He ahí el estigma de los pensadores y científicos occidentales. «Nada ha salido con vida de sus manos», decía el «viejo martillo»: todo lo disecan, todo lo convierten en «momias conceptuales».

Cabe agregar que, al parcelar y re-parcelar, se desarmó y reclutó el pensamiento. Y se esterilizó la filosofía. Y se malbarató la ciencia. Y se emponzoñó la vida toda… Al escapársenos el principio de la totalidad, al desatender la indivisibilidad de lo real, fue también la unicidad de la libertad lo que perdimos; y la historia de la humanidad occidental se convirtió en un navegar amargo de seres fracturados y fracturantes…

Pero no les sucedió lo mismo a todos los pueblos, decía. El «holismo» indígena no distingue etapas en el tiempo, campos en el saber, sectores en la organización de la vida, heterogeneidades sustantivas en los móviles, grados en la satisfacción… «Comunitario», su aliento jamás tendió a establecer fisuras, fronteras, grietas, demarcaciones. Cuando las gentes del poblado se reúnen bajo un techo enorme para resolver un problema o reflexionar colectivamente sobre un asunto, ¿a qué tipo de acto estamos asistiento? ¿A un acto estrictamente «político», en la línea de la denominada «democracia india»? ¿«Religioso», ya que queda envuelto en ritos, ceremoniales y simbolismos, reteniendo el aura de lo sagrado? ¿«Cultural», pues es toda la cosmovisión indígena la que se concita y excita ante cada asunto particular? ¿«Educativo», ya que los niños acuden y escuchan, intervienen y aprenden? ¿«Lúdico», puesto que no faltan las risas, las bromas, las conversaciones animadas, el café y las tortillas, los refrescos…?

Cuando por la mañana, con toda la dignidad del mundo, serias y casi solemnes, esas mismas gentes parten hacia la milpa, los huertos, el cafetal o el bosque, ¿a qué actividad se entregan? ¿A una labor económica, de signo agrario? ¿Espiritual, ya que acontece el reencuentro con la Madre Tierra? ¿De conocimiento y enseñanza, puesto que de esos terrenos brota buena parte del saber tradicional y allí se congregan todos los días los menores? ¿Lúdica, pues en tales escenarios se desata y realiza el principio de placer? Si, al atardecer, se reúnen en una iglesia,o en una casa comunitaria o particular, y conversan con interés y sin prisa, ¿a qué móviles obedecen? ¿Amistosos? ¿De ocio? ¿Comunicativos? ¿Recreativos? ¿Intelectuales? ¿Políticos? ¿Rituales? La modalidad de don recíproco que recibe el nombre de «guelaguetza» en los entornos mayas, y que parte de una atención constante a las necesidades de los demás, ¿que «funcionalidad» asume, si le cabe ese término? ¿Material, económica y redistributiva? ¿Asistencial, cooperativa y solidaria? ¿Ética y hasta religiosa? ¿Estética y gestual? ¿Filosófica? ¿Amorosa?…

El llamado «holismo» de los indígenas, de los nómadas y de los pastores tradicionales choca sin remedio con el «hacha» occidental; y ese conflicto impide que comprendamos de verdad el sentido de unas prácticas ante las que naufragan nuestros conceptos y nuestras herramientas cognoscitivas. Por añadidura, en ese universo unitario se da la libertad de la que nosotros carecemos y por la que tanto creemos haber luchado, una libertad concreta, tangible, efectiva…

9. Regresando a nuestro asunto, «desemantizar» el juego, la recreación y el territorio significa devolver esos tres conceptos a un universo epistémico en el que no existían como tales, pero del cual, en algún sentido, fueron arrancados; un ámbito de conocimiento y de vida en el que la igualdad y la libertad, el sentimiento comunitario y el particularismo trascendente evitaron los estragos de un pensamiento de la separación y la delimitación… «Re-significados», bajo una lectura crítica por libertaria, volvemos esos tres conceptos contra el sistema. «De-semantizados», desde el prisma de una mirada heterotópica, nos permitimos soñar con mundos en los que ya no es necesaria esta «lucha en el lenguaje»…

Cuando los zapotecos de Juquila Vijanos se engalanan para reecontrarse con sus huertos o con la milpa, a menudo en compañía de los niños, no van a «trabajar», a «aprender» o a «jugar». Pero sí hacen algo en lo cual esas tres expresiones están fundidas, en su sentido más noble: una labor que convoca al cuerpo y a lo que no es el cuerpo, un acto de aprendizaje-enseñanza sin cesar reanudado (aprendizaje comunitario y enseñanza destinada a los menores) y un desencadenamiento de la alegría, del contento, del comportamiento placentero. Cuando J. M. Montoya nos cuenta que «el niño gitano aprende jugando en el trabajo», nos sugiere lo mismo. En ese acto «holístico» está sucediendo algo que no es trabajar, jugar o aprender, ni la mera suma de las tres acciones. Es la vida misma la que discurre, sin admitir recortes conceptuales. Por último, si preguntamos a un pastor tradicional, ágrafo y desescolarizado, cómo aprendió lo que sabe y cómo enseñó a sus hijos, nos contará tranquilamente «toda» la vida que hace, el croquis detallado de sus días, la existencia completa de los rural-marginales en su discurrir cotidiano.

Porque, donde se da la igualdad y la libertad, ni existe el trabajo, ni existe la escuela, ni se da el ocio o la recreación. Por contra, donde la coerción y la inequidad son la norma, el pensamiento separa y cosifica, en primer término. Y, en un segundo movimiento, de modo demagógico, cuando no cínico, propone una «recomposición» meramente aditiva de lo parcelado. Primero creamos «ciencias», «disciplinas», «especialidades», «subdisciplinas», etc.; y luego apostamos por estrategias «interdisciplinares» o «transdisciplinarias» para adosar cosméticamente fragmentos del conjunto despiezado. Pero se pierde la totalidad, que hubiera exigido, como advirtió K. Marx, un saber unitario, «una» ciencia (que podríamos denominar «de la sociedad», «del hombre» o «de la historia») abarcadora e indivisible… Siguiendo la misma lógica, Occidente separa el trabajo, el aprendizaje y el juego, estableciendo espacios distintos para cada actividad, formando a menudo técnicos o «profesionales» para el desempeño en los sectores «cercados», creando incluso saberes o disciplinas específicas; y, acto seguido, con la mayor hipocresía, proyecta «adiciones»: llevar, por ejemplo, el juego a la escuela o al puesto de trabajo; introducir el trabajo en la enseñanza; diseñar «juguetes educativos», «mobiliarios educativos» (la Bauhaus); concebir «trabajos lúdicos»; convertir la fábrica asimismo en un «escenario del aprendizaje» (la URSS), etcétera.

He aquí el mapa conceptual de mi intervención: re-significar el territorio, el juego y la recreación para poetizar escenarios de su de-semantización…

2. TURBIEDAD POLÍTICA DE LA NOCIÓN CONVENCIONAL DE «JUEGO»

El lenguaje, ciertamente, «nos habla»… Cuando proferimos la palabra «juego» somos llevados inmediatamente a un ámbito de reflexión y de conversación ya acotado, delimitado de antemano, sin que se nos conceda la posibilidad de cuestionarlo o de idear otro. Y es que aceptamos acríticamente la noción convencional de «juego», sin reparar en los intereses que acompañaron su génesis: ¿Por qué reunir bajo ese concepto actividades y disposiciones tan heterogéneas? ¿Por qué decimos que esto sí entra en la categoría de «juego» y aquello no, aunque desde algún punto de vista se le asemeje? ¿Por qué decimos que esto y aquello son «juegos» a pesar de todo cuanto los separa y distingue? Evidentemente toda selección, lo mismo que toda clasificación, es en cierto sentido «arbitraria», socio-culturalmente determinada y, respondiendo a estrategias tácitas o manifiestas, induce efectos de poder…

Asumiendo de alguna forma la noción común de «juego», J. Huizinga advirtió, no obstante, que cada lengua organizaba a su modo los objetos del espacio lúdico; y había unos idiomas que establecían distinciones lexicológicas desconsideradas por otros, incluyendo estos bajo los alcances del término «juego» realidades que aquellos excluían… Para mí, ese apunte es muy pertinente, pues quiero denunciar la calculada «heterogeneidad» de los elementos que nuestra lógica lingüística aglutina en la categoría única e indiscutida de «juego». Ello me obligará a resignificar un concepto, a inventar un recurso terminológico que dibuje una línea de demarcación en el interesado «cajón de sastre» de los juegos: es la noción de «juego antipedagógico y desistematizador» o, desplazando los acentos, «juego libre»…

Obviamente, una cosa es «jugar» al ajedrez contra un rival, en esa apoteosis de la competencia y bajo el mandato de reglas muy estrictas; y otra construir de forma espontánea un castillo de arena a la orilla del mar, cooperando con un amiguito… Una cosa es dramatizar siguiendo papeles dictados, memorizados, bajo la mirada inquisitiva de un «director»; y otra jugar a los personajes, improvisando roles, sin supervisión de nadie… Una cosa es «jugar» con el auto teledirigido comprado por Navidad; y otra «jugar» a inventarse coches con botellas de plástico, palos y tapones a fin de regalarlos… Son tan grandes las diferencias estructurales entre unos llamados «juegos» y otros que cabe sospechar un fallo o un fraude en el proceso de génesis del concepto. Se hubiera podido esperar dos o tres acuñaciones terminológicas distintas, ya que las actividades reunidas se contraponen en aspectos decisivos. Pero, como todo acabó encerrado en una misma y única vasija conceptual, el motivo de una tan llamativa heterogeneidad fenomenológica deberá buscarse en el campo de la reproducción socio-política. En pocas palabras: se ha querido «diluir» (en el conjunto, en la amalgama) la especificidad de un tipo de juego potencialmente «subversivo», «crítico», «desestabilizador» —lo que llamo «juego libre»… Ubicándolo al lado de los juegos de obediencia, de los juegos reglados, de los juegos competitivos y «adaptativos», de los juegos sujetos a una mirada adulta o a una planificación institucional, se ha logrado que su bella irreverencia pase desapercibida a no pocos analistas; se ha conseguido desviar, de su obstinada disidencia y de su alegre rebeldía, el foco de atención…

Llamo «juego libre» a aquel que acontece sin normativa identificadora, sin «reglas» formales, sin competencia, sin triunfo y sin derrota, sin rédito material o simbólico, preferiblemente sin exigir un «juguete» adquirido en el mercado, desconocedor de todo ámbito institucional, sin dirección o supervisión externa, abierto a la espontaneidad, a la creatividad, a la cooperación entre los participantes… Así enunciado, parece muy exigente; sin embargo, esta clase de juego aflora constantemente, cuando el niño está solo y cuando se reúne con sus amigos. Es el tipo de juego al que el menor se entrega primero, desde su más temprana edad y antes de que los adultos pretendan «redireccionar» su actividad espontánea.

Hasta donde he podido comprobar, los investigadores «científicos» de la actividad lúdica (psicólogos, sociólogos, pedagogos,…) pocas veces han cuestionado, con el necesario punto de radicalismo, aquella interesada y calculada «heterogeneidad» introducida en la categoría de «juego» por las agencias socio-político-culturales; pocas veces han subrayado la «diferencia» que asiste al juego libre y la turbiedad ideológica inherente al gesto de malbaratarlo en cajones de sastre anuladores.

3. RASGOS DEL «JUEGO LIBRE»

Las manifestaciones empíricas del juego libre son infinitas. Y empiezan en los primeros años, cuando los infantes están todavía a salvo de la forma de servidumbre inducida por la lógica del «juguete» y excitada por el conocimiento de los juegos tradicionales, de los juegos ya dados. Entonces, el niño juega con cualquier cosa y juega de cualquier manera. A cubierto del juguete y del juego instituido, históricamente forjado, tampoco puede afectarle la figura del «supervisor» o «conductor» de la actividad lúdica. Ayuno de reglas, de patrones, de instrucciones, sin «asesores» o «ayudantes» que lo distraigan y condicionen, el niño, bajo la mirada complaciente de su propia libertad, no cesa de jugar…

Cuando una persona se entrega al juego libre, no sabemos muy bien qué es lo que está haciendo. Pero sí comprendemos lo que «no» hace, por lo que podemos caracterizar esa actividad en términos negativos: desinteresado en grado extremo, el jugador no persigue una rentabilidad material o simbólica. Deja a un lado, pues, toda la órbita de la racionalidad económica, que tiene que ver con la ganancia, los trabajos, el mercado… Por otra parte, en gran medida aislado de la normatividad y de sus escenarios, al practicante del juego libre no se le exige obediencia o comportamiento aquiescente y aprobador; y tampoco se le suministran incentivos para sojuzgar a nadie, para influir deliberadamente en la conducta de los otros. De este modo, escapa asimismo de la vieja razón política. Ya que su proceder no responde a la racionalidad estratégica, bajo ninguna de sus modalidades, cabría suponerle una índole a-racional o deberíamos elaborar, a propósito, la noción deconstructiva y paradojal de una «racionalidad lúdica». Por último, y también en función de ese carácter no instrumental, dota al protagonista del juego de una coraza anti-pedagógica y de-sistematizadora. Se trata, pues, de un juego que respeta al máximo la iniciativa personal del sujeto y en el que este puede manifestar ampliamente su espontaneidad, su creatividad, su imaginación, su fantasía…

Sobre la disposición «insumisa» del niño, que tiende de un modo natural al juego libre, pronto caerán agentes restrictores, unos vinculados a la ludo-industria, cuyos elaborados mercantiles someterán al menor a sus lógicas de funcionamiento (todo comercio de juguetes es un comercio de cadenas), otros asociados al instinto «pedagogista» de los progenitores, que pronto procurarán reconducir tales iniciativas «caprichosas» hacia el logro de determinados objetivos «educativos» o «formativos», incorporando sin remedio cláusulas de reprehensión y de violencia.

Fuera de los marcos de la infancia, cabe extender la esfera de influencia del juego libre, como estoy sugiriendo, por los escenarios desolados de la vida adulta, implementando ahí, en tales pasadizos y en tales laberintos, su virtualidad impugnadora. Por su carácter a-racional, o por su racionalidad lúdica, por su relación de contigüidad con instancias como la poesía, el absurdo, la locura, lo gratuito, el don recíproco, etcétera, terminaría erigiéndose en una poderosa herramienta para la reinvención combativa de la vida, sumándose al proceso de auto-construcción ética y estética para la lucha. De su mano, cabe reducir los alcances de la sistematización moderna de la existencia…

Ya que el juego libre, en cierto sentido, «no se ve» (vemos, eso sí, personas en una muy concreta interacción), pues carece de «estructura», de «forma», de «regularidad», situándose en las antípodas de los juegos reglados y de las dramatizaciones con guion, casi podríamos concebirlo como la plasmación de una «actitud»: actitud no-productiva, anti-política, creativa, insubordinada… Correspondería también a esa «actitud», circunstancia no menor, abocar a la cooperación, a la «fraternidad», a la ayuda mutua y a la colaboración entre iguales. Se distingue así, diametralmente, de los «juegos deportivos» modernos, cuya crítica pionera fue desarrollada por J. Ellul, entre otros: individualismo competitivo que contempla al «partenaire» como mero rival, máximo sometimiento a reglas, dependencia absoluta de la institución y atención preferente al mercado, asunción de una ética heterónoma y postergación de la creatividad personal…

Identifica también a la «actitud lúdica» su natural festivo, alegre, gozoso; su inclinación hedonista. Este «placer» del juego libre está asociado en ocasiones a lo indeterminado de su curso, a la ausencia de cauces, a la incertidumbre que gravita sobre su desarrollo —un «no saberlo todo» y, no obstante, «tener que decidir los pasos futuros». Es el placer de la iniciativa sin cálculo, aventurera y riesgosa; el goce de enfrentarse a enigmas no fatales. Recuerda, de algún modo, la «felicidad» de los nómadas ante la imposibilidad del proyecto y la emocionante variabilidad de un mañana que preocupa pero no se teme; y evoca también la serenidad jubilosa del campesino antiguo ante las mil pequeñas novedades que debe afrontar cada día en su labor, habituado a navegar accidentes e imprevistos. Bajo esa alegría y esa forma de contento, el jugador puede dar la apariencia de «estar trabajando» (cuando, por ejemplo, imita a un artesano o a un obrero; o reproduce de hecho, y en el plano del juego, su labor física) y también de «estar aprendiendo» (si orienta el juego hacia el conocimiento o la investigación); pero no cabe duda de que de encuentra fuera de la lógica «económica» o «pedagógica», y la confirmación de ello radica precisamente en la atmósfera risueña, animada, dichosa, bajo la que se desenvuelve la actividad…

De la mano de J. Huizinga, historiador que anega el juego libre en el conjunto indistinto de las actividades lúdicas, sin remarcar su singularidad y sus implicaciones, podemos recapitular, en estos términos, sus rasgos más visibles: actividad libre, que puede resolverse a modo de «representación» improvisada (juegos «como si»); que se desarrolla bajo una inapelable «seriedad» (tensión, concentración, apasionamiento), pero también, y al mismo tiempo, en un ambiente festivo, placentero, lleno de motivos para la satisfacción y la alegría; que manifiesta un muy neto «desinterés» y una finalidad intrínseca, centrada sobre sí misma; que expresa una consciencia nítida de constituir una «fuga» o una «huida» de la «vida corriente» y de la «realidad establecida» (un paréntesis, una interrupción en el tedioso discurrir de la cotidianidad organizada); que tiende a crear vínculos y camaraderías entre los participantes, sabedores de que comparten una experiencia imprescindible, «necesaria», de extrema importancia, casi sagrada; y que queda envuelta siempre en una aureola de «misterio», de «enigma», de indeterminación…

Separándome, en este punto, de J. Huzinga, quiero hablar ahora de los aspectos menos visibles del «juego libre», rasgos que, en mi opinión, apuntan a la anti-pedagogía y a la desistematización…

4. ¿ES LA «RAZÓN LÚDICA» LO PRIMERO?

Cabe la posibilidad de que la disposición lúdica sea la actitud inmediata del ser humano, allí donde no se han establecido relaciones de coerción política y de subordinación económica. Las gentes, cuando no están inscritas en órdenes de dominación política o en ámbitos de subalternidad económica, impelidas a dejarse oprimir y explotar para asegurar su subsistencia, en ese ambiente que puede antojársenos «ideal», solo tienen una cosa que hacer, más allá de garantizar la autoconservación: entregarse al «juego libre», en el sentido en el que lo estoy determinando. Es eso lo que hacen los niños aún antes de alcanzar su primer año de edad; es lo que harán después, desde que se despierten en la mañana…

El jugar, entonces, no es una opción, como sí lo es el buscar empleo o el trabajar para otro; el jugar en libertad es el plano subyacente, es el marco, es «lo que hay», es lo real, es lo que ocurre, mientras no se instauren, recortando y recortándose sobre ese telón de fondo, las figuras del trabajo alienado, del empleo, por una parte, y, por otra, de la obediencia, de la servidumbre política. El juego libre es lo que habría de darse siempre, el transfondo de todo.

Ni siquiera ante la exigencia de la auto-conservación personal y comunitaria, la disposición lúdica ha permitido fácilmente que otras actitudes ocupen su lugar. La entronización de la razón económica puede verse como el punto de llegada de un largo e irregular proceso civilizatorio, culminado con el ascenso y la consolidación del Capitalismo. El afianzamiento de la propiedad privada y del trabajo en dependencia, ciertamente, le dio alas; pero nosotros suscribimos la tesis de esos investigadores que ubican la irrupción del «hombre económico» en el corazón mismo de la contemporaneidad, en nuestro tiempo. Donde la coerción económica y la fractura social no se conocían, y mientras nada hacía presagiar la generalización de «homo aeconomicus» como forma hegemónica de subjetividad, de mil maneras se evidenció esa disposición lúdica de las personas incluso a la hora de buscarse las fuentes de subsistencia. P. Clastres lo ilustró para el caso de algunas etnias llamadas «primitivas» del subcontinente americano: pasaron del nomadismo y la recolección a la vida sedentaria y a la agricultura, pero, cuando comprobaron que, por cambios decisivos en las circunstancias de la región, podían vivir invirtiendo menos tiempo en la consecución de los alimentos, sorteando los esfuerzos requeridos por la agricultura (es decir, cuando comprendieron que de nuevo les cabía subsistir a la antigua usanza, al modo de sus antepasados), ante esa certeza afortunada y bajo un consenso absoluto, regresaron dichosos a la vida errante y a la actividad recolectora, abandonando las casas y los campos de cultivo. Bajo la recolección y el nomadismo, la disposición lúdica brilla especialmente… También en esa línea se explica el tenaz desinterés de determinadas comunidades indígenas por la acumulación, por el excedente y por el comercio: se contentan con cosechar lo que necesitan para alimentarse. Y es proverbial el gusto de los pueblos nómadas por «la vida al día», sin cálculo, previsión ni atesoramiento. Por último, está en el talante de muchos individuos contemporáneos una suerte de incapacidad caracteriológica para arrinconar la disposición lúdica y, por ejemplo, dejarse sepultar en un empleo, comportándose como meros «hombres económicos» (pensando, entonces, en el salario, el ahorro, el consumo, la inversión, la ganancia…). Estos seres las más de las veces hollarán la sugerente senda del «trabajo mínimo», o buscarán otras vías, sin duda arriesgadas, para escapar del salario y desatar su potencial de existencia lúdica. También yo llevo toda la vida recorriendo ese camino, que me abocó finalmente a la agricultura de subsistencia y, después del final, pues todo final es un nuevo comienzo, a la recolección sistemática y rigurosa: en nombre de la razón lúdica, lo crucial para mí era no dejarme explotar y no tener que obedecer…

En todos estos casos se manifiesta la prevalencia de la disposición lúdica: se buscan los medios de subsistencia de una manera alegre, positiva, optimista… Pero como, a pesar de todo, en esa labor cabe la fatiga, el cansancio, que no siempre es muy «feliz», uno busca la manera de castigarse lo menos posible; y entonces amplía conscientemente, de forma paralela, el tiempo y el margen para el resto de las ocupaciones, tareas que no merecen vincularse a la palabra «ocio» sino que se aprehenden mejor bajo el rango de «actividades plenamente humanas» —en las que el juego, lo lúdico, y aquí quería llegar, acampa por completo de nuevo.

Estamos tan intoxicados por la racionalidad estratégica, que nos dejamos embaucar por la demagogia política más extendida, de raíz decimonónica, y terminamos aceptando una patraña: que la economía y el poder manifiesto, la producción y la gobernabilidad, son los verdaderos pilares de la existencia humana… A lo sumo, para los “huecos”, para los “intersticios” que se abrían entre los tiempos de la servidumbre laboral y de la obediencia política, admitimos el campo (menor, secundario, accesorio) del “juego”. La responsabilidad del marxismo en esta idolatría de la Producción y del Estado es inmensa, como denunciara en su día J. Baudrillard (El espejo de la Producción o la ilusión crítica del materialismo histórico). Pero cabe invertir, exactamente, los datos del problema: sobre el suelo de la potencialidad lúdica del ser humano, mediante la violencia y la coacción, se implantó el infierno de la racionalidad productivista y burocrática.

“El niño gitano aprende jugando en el trabajo”, decía J. M. Montoya; y me ha gustado recordarlo cientos de veces. Quería decir que hay en su pueblo, o que había, una forma de jugar que está mezclada con el aprender sin escuela y con el trabajo no alienado, el trabajo autónomo. Lo que quería significar, y esto vale para todas las formaciones socio-culturales que mejor se han resguardado del Capitalismo, es que el juego está en todas partes y que lo lúdico es, en algún sentido, enemigo de aquello que no es el trabajo libre (sino que aparece como trabajo esclavo, en dependencia) y enemigo del aprendizaje que no es el aprendizaje natural, informal, comunitario (porque deviene aprendizaje en la Escuela). Cabría admitir, entonces, que en lo lúdico late una instancia negadora del empleo y de las aulas, un principio de derrocamiento de la majestad del salario y de la soberbia de la educación administrada…

He podido percibir esa secuencia en los entornos rural-marginales que habité y, en la medida en que se me permitió acercarme, en los ámbitos indígenas menos mixtificados por la globalización capitalista. Es la sensación de que, allí donde la autoconservación no supone extracción de la plusvalía y donde la educación no murió en la Escuela, y tanto aquella labor como este aprender pasan naturalmente, por así decirlo, a los pulmones, el juego también se “respira”; y, de un modo completamente espontáneo, no reglado, se disuelve en esas esferas. Y entonces vemos niños que se supone que están trabajando; pero no están trabajando, que están jugando. Que se supone que están jugando y no están solo jugando, porque están aprendiendo.

Esta fusión del juego con áreas que podemos considerar “libres” se pierde en el Occidente capitalista. Y ahora, una vez que la asociación se truncó, en parte porque volvimos a utilizar esa “hacha” epistemológica que segmenta y parcela, que divide para pensar, queremos re-insertarlos, re-fundirlos; y llevamos un juego desnaturalizado y no-libre a las escuelas (donde la educación tampoco se da en libertad), y llevamos el juego servil al cautiverio del empleo, donde la labor nunca es autónoma, para hacerlo más “soportable”, más “tolerables”, más “humano”. Y llevamos un juego risible y tontorrón, romo y adaptativo, a los hospitales, a los psiquiátricos, a las cárceles, a todas partes… Y se recompone así cierta nefasta armonía: juego no-libre, reglado y supervisado, para un trabajo de esclavos y para un aprendizaje de prisioneros a tiempo parcial.

No era la rebeldía, como soñó M. Bakunin, lo que, en cierto modo, habría estado en la supuesta esencia de la especie humana. No, no era la insumisión. Cerca del ser de las gentes, y que se me perdone este “naturalismo” retórico, hubo otra cosa, más difusa, inconcreta, poco complaciente: lo que quizás sí dio la impresión de rondar en algún momento la genericidad de los seres humanos fue el juego libre. Cada vez más maniatado, menos orgulloso, encogido y hasta avergonzado de sí, el juego sigue estando en el quehacer de casi todos los hombres y casi todas las mujeres sobre la Tierra; y continúa instalado en el centro de la cotidianidad de todos los niños. Pero este juego en parte sofocado, en parte reprimido, ¿alcanza a ser tan peligroso como la rebeldía? Respondo que sí. Que más peligroso todavía… Porque la rebeldía no está dada; “debe ser deseada”, como decía M. Stirner. Y el juego libre sí parece estar dado, como confirman nuestros niños todos los días…

Y el juego libre es peligroso porque, de alguna forma, da la espalda a todo aquello que nos mueve a nosotros, los inoperantes, inactivos, desactivados, reproductivos “ciudadanos”, meros artífices carnales del Capitalismo. Da la espalda a la razón económica, en la que nosotros nos desvivimos (“¡Trae dinero a casa para comprar! ¡Trabaja y déjate explotar para traer dinero a casa!”). Saca también la lengua a la razón política, esa que, inversamente, nos desvive (“¡Cree! ¡Vota! ¡Milita! ¡Organízate!”). Porque en el juego libre no entra la economía, ni la política; y porque esa disposición no congenia con la “razón instrumental”, pues se repliega sobre algo distinto y distante, que nos atrevemos a designar “razón lúdica”.

Cabe todavía concebir la vida como la oportunidad para el juego en libertad… Orientar la vida hacia el juego libre quiere decir procurar inventar un devenir biográfico que no obedezca, o que obedezca menos, a la Ratio, a la lógica, a la gramática, al lenguaje; quiere decir aspirar a forjarse un universo propio, con significado, con sentido. Y, desde ese devenir y ese universo, capacitarse para denegar el orden temible, universal, global, de un Capitalismo que se presume definitivo.

Solo que, así como malbaratamos la “economía”, en el sentido, si cabe, “noble” de la palabra (autoconservación personal y comunitaria); y así como degradamos la “política”, igualmente en la acepción “digna” de la expresión, que suena casi a anti-política (gestión comunitaria de los asuntos públicos), y para “auto-gobernarnos” tuvimos que votar y esperar a votar; también del mismo modo hemos corrompido el juego y, para jugar, tenemos cada vez más que comprar, adquirir juguetes, caer en el espacio del ocio, de la recreación, hundirnos en las redes del mercado y del Estado… Economía, política y juego fueron envenenados por el Capitalismo hasta un punto en el que el retorno es difícil. Nada que esperar de la economía, nada que esperar de la política; todavía un poco que anhelar por el lado subversivo de la razón lúdica…

Lado subversivo que linda desde luego con la poesía, pero con la poesía que no se comercializa y dejando a un lado a todos los poetas; que linda con la locura, pero no con esa demencia que se cura en el manicomio o con ingesta de barbitúricos, sino con aquel maravilloso extravío que no se cura nunca y que nos regala una forma superior de vida; que linda con el arte, pero no con el arte de las exposiciones, de los museos, de los artistas, narcisistas y mitificados, sino con el arte combativo de retomar de verdad las riendas de nuestra existencia, decidiendo hacia dónde y de qué manera avanzamos. Todavía un poco que anhelar… Y defensa adolorida de la Razón lúdica.

5. JUEGO Y CAPITALISMO

5.1. La “ofensiva” contra el juego libre: mercado, poder y ciencia

¿Por qué hablo de “defensa” de una Razón lúdica sustancialmente subversiva? Porque hay fuerzas que operan en sentido contrario y quisieran llevar lo lúdico al lugar de la reproducción social, a los enclaves de la perpetuación del Capitalismo. Son el mercado, el poder y la ciencia; y, por debajo de estas tres instancia, la pedagogía: pedagogía de mercado, pedagogía para la adaptación y la inclusión socio-políticas, pedagogía avalada por la ciencia más acomodaticia…

Siendo difícil y acaso innecesario “definir” el juego (“toda definición es una cárcel”, se ha dicho), sí cabe, tras caracterizarlo, denunciar qué es lo que se hace con él. En concreto, denunciar los mencionados tres avances sobre el juego: el mercado arrastró el juego al terreno del “juguete”, y creó una industria alrededor; el poder se acercó al juego para utilizarlo en función de intereses concretos, ya fueran conservadores o transformadores, y generó juegos fascistas, juegos comunistas, juegos democráticos; la ciencia empezó a hablar del juego para instalar también esa actividad, esa afición, ese proceso, en su campo específico —la “investigación”, ideológicamente orientada y bajo regulación política—, auto-glorificándose de paso y legitimando, como acostumbra, el status quo.

El resultado de esta triple acometida ha sido, o está siendo, una reducción progresiva de las ocasiones para el juego libre, que se verá literalmente “arrinconado”; una producción masiva de juegos y juguetes estrictamente “reclutados”, adaptativos, justificadores de los modelos sociales y de las formas políticas establecidas (pensemos, por ejemplo, en la difusión mundial del “Monopoly” o en el éxito incontenible de los actuales videojuegos competitivos o agonales); y una cancelación del protagonismo tradicional del jugador en la dinámica lúdica, pues, de un tiempo a esta parte, el papel determinante recaerá en el ingeniero, en el diseñador, en el político, en el legislador, en el educador, en el animador y, en la base de todo, en el pedagogo.

Especializada en la reforma moral de la infancia y de la juventud, poderoso agente subjetivizador, la pedagogía, sirviendo al mercado, al poder y a la ciencia, encerrará el juego en su esfera propia, que es por un lado el niño y por otro la educación administrada. Tomará la palabra sin descanso, pues sabido es que del juego no hablan nunca los jugadores, no hablan los niños. Sobre el juego hablan, en primer lugar, aquellos “profesionales” que han encontrado ahí un medio de vida, personas que se dedican a “hacer jugar”, a reeditar el juego, a inculcarle valores “educativos”, etcétera. Del juego hablan, ante todo, los pedagogos… Y a nadie escapa la iniquidad de sus fines: adoctrinamiento difuso, diseño de la personalidad de los ciudadanos…

Mención especial merece, en este punto, el llamado “juguete educativo”. En él se mezclan y confunden las dos instancias principales de corrupción del juego libre: el mercado, puesto que este juguete se compra y exige por tanto la venta de la capacidad de trabajo del adquiriente, y el poder, ya que lleva incorporada precisamente la pedagogía como un medio de domesticación social, de inculcación de determinados valores. Y ha habido juguetes que educaban en el cristianismo, otros que formaban para el fascismo, algunos ideados para “conscienciar” al estilo comunista, muchísimos hoy para la propagación de la democracia y el ciudadanismo universal… Recuerdo, a propósito, un “pequeño poema en prosa” de J. Baudelaire, titulado “El juguete del pobre”. Me permito recrearlo… Un niño encuentra una rata, quizás enferma. Se apiada de ella. Le prepara una jaula. Le pone comida, le pone agua y la lleva consigo a todas partes. Juega con ella, la acaricia, la toca, la mueve, la estimula… Se para un día, con su mascota, ante la verja de la casa de un niño rico, que debe tener muchos juguetes de esos que se compran, de esos que se dicen “educativos”. Y el niño rico se queda asombrado ante el juguete del pobre: “¿Qué es eso? ¿Cómo lo conseguiste? ¿Me lo dejas?”. Y el niño pobre sonríe porque sabe que el rico nunca podrá acceder a ese género de juguetes… La rata es aquí “el juguete del pobre”, porque los niños pueden jugar con cualquier cosa, todo puede ser en su imaginación una herramienta para lo lúdico. Pero el “juguete educativo” constituye una perversión lanzada por los adultos sobre el mundo de los menores…

El Capitalismo sorprendió un peligro, una fuente de inquietud, en el juego genuino, indomable; y lo atacó con todas sus fuerzas. Porque persistía el juego libre, se daba un componente lúdico en las maneras en que las gentes se procuraban los medios de subsistencia, ya mediante sus parcelas familiares, ya recurriendo al cultivo cooperativo, ya a través de la recolección… Era lúdica la disposición con que se afrontaba dicha tarea, que no se sentía como molestia ni como oprobio y de la que dependía la reproducción del grupo familiar, del clan, de la tribu. Nada parecido a lo que ocurriría más tarde con la generalización del salario…

El Capitalismo prácticamente universalizó la propiedad privada y el trabajo remunerado; y, desde entonces ya no hay alegría, no hay disfrute, en la forma que tienen los obreros de acercarse a la fábrica o los campesinos de acudir a la finca donde laburan a cambio de un jornal. A partir de ahí, la labor de la sobrevivencia, que incluye todo lo necesario para mantenerse y para conservar la salud, deja de ser placentera, deja de ser lúdica.

Donde aún quedaba una actitud lúdica vinculada a la reproducción social, el Capitalismo la atacó: quiso llevar el juego al mismo terreno que llevó la tierra. Y así como llevó esta al mercado, creando “propiedades privadas”, y también a la política, instituyendo circunscripciones, jurisdicciones, Estados; del mismo modo arrastró el juego al mercado (generando la industria de los juguetes, la industria del ocio, la industria de la recreación) y, paralelamente, a la política, donde, armado de pedagogía, será utilizado para fines de gestión de las poblaciones. La “historia del juguete” ilustra perfectamente este aspecto, registrando una suerte de “pulso” entre los juguetes artesanales y populares, confeccionados muy a menudo por los propios niños, que escapaban admirablemente de las garras del comercio y que acompañaron a la razón lúdica a lo largo de todos los tiempos, y esos otros juguetes más sofisticados, dotados de elementos mecánicos en ocasiones, que circulan por ambientes aristocráticos y no son inmunes a las mordidas del mercado. A partir de la Revolución Industrial, el pulso se decide en el sentido más nefasto, con la invasión de los juguetes industriales, primero de hojalata, luego eléctricos, después de plástico y hoy de índole telemática y digital. Masificados, testimonian también su apresamiento político-pedagógico bajo el Capitalismo con la explosión de los “juguetes educativos”…

Y es que el juego libre, el juego genuino, siempre fue sentido por el Capital como un enemigo: para nada le servía la estampa de un gitano cantando mientras recolecta, o la labor de una campesina que se engalana, se arregla, se pinta, se pone sus mejores ropas para ir al huerto o a la milpa, donde la espera la Madre Tierra… La racionalidad lúdica que asiste a esas dos escenas atenta contra la esencia misma de la formación social capitalista…

5.2. Juego servil y demofascismo bienestarista

El juego, como la educación, “pasa”, “ocurre”, “acontece”. Los niños, pero no solo los niños, juegan y juegan. El juego es ambivalente; puede tender a soldar o a des-soldar, a adaptar o a des-adaptar, a reproducir o a resistir. En este sentido, ahí no veo mayor problema… El problema aparece cuando entran en escena los “profesionales” que hablan y viven del juego. Como “burocracias del bienestar social”, actuarán a modo de publicistas y catequistas del Estado, difundiendo y profundizando ese fundamentalismo de la Administración que tan bien se disfraza de laicismo. Como “agentes bienestaristas”, pasarán el juego por la criba del Estado Social de Derecho y utilizarán la selección resultante para “dulcificar”, en sentido demofascista, la Escuela, el Hospital, la Fábrica, la Cárcel, el Cuartel,…

El interés por “ludificar” esas instituciones es, en efecto, un interés característicamente “demofascista”, tendente a hacer más soportable la dominación, tolerables las estructuras de encierro, admisibles el despotismo y la jerarquía, hegemónica la razón burocrática. La introducción del juego allí donde se registran “estados de dominación” (en los “aparatos del Estado”, que decía L. Althusser, o en las “instituciones de la sociedad civil”, en expresión de A. Gramsci) contribuye a que el ejercicio del poder se torne menos cruento y a que la autoridad se invisibilice; y, por ello, el Estado ha reclutado a estos “técnicos de la recreación”, a fin de que diseminen una cierta adulteración del principio lúdico (afín a lo que denominamos “juego servil”) por todas sus agencias. Simple tecnología de la subrepción, si bien no meramente “cosmética”, la dulcificación-ludificación de las instituciones y de las prácticas socio-políticas optimiza la reproducción del sistema capitalista y coadyuva a la domesticación integral de la protesta.

Pero he escrito “demofascismo bienestarista”… Si, para alcanzar una visión más completa de la teoría del demofascismo, remito a mi ensayo El enigma de la docilidad, para denunciar el aprovechamiento “bienestarista” de los beneficios del juego cabe recuperar las tesis de I. Illich en torno a la gestión política de las “necesidades”. La “necesidad originaria” de jugar, sentida por todos y en especial por los menores, “tratada” por el Estado Social, nos es devuelta como “pseudo-necesidad” de consumir elaborados lúdicos institucionales o mercantiles, siempre serviles, siempre adaptativos y reproductivos (juguetes educativos, ludotecas, animadores socio-culturales, programas recreativos,…); y lo que podría estimarse “derecho al ocio” deviene “restricción de la libertad de jugar”: al mismo tiempo que los niños son “encuadrados” metodológicamente para jugar y “socializarse jugando”, bajo una regulación institucional, se restringen a consciencia las posibilidades del juego libre, espontáneo, auto-motivado —pérdida de la calle, prolongación del encierro escolar, inspección y vigilancia “legal” de los juguetes, reglamentación de las actividades recreativas, etcétera.

Mediante estos dos pasos (de la necesidad a la pseudo-necesidad y del derecho a la restricción de la libertad), lo que se sanciona es el control administrativo de la esfera lúdica, con una persecución-exclusión del “juego libre” y una sobre-producción y sobre-difusión del “juego servil”, del juego reglado, pedagogizado, institucionalizado, mercantilizado. Como en los casos de la educación, de la salud, de la vivienda, del transporte, de la seguridad, del empleo, etc., esta profunda intromisión del Estado en el ámbito de las necesidades humanas genera la cancelación de la comunidad como enclave de autonomía y de auto-organización y la máxima postración del individuo ante los servicios de la Administración, alcanzándose una dependencia y un desvalimiento absolutos, una inhabilitación clamorosa y casi una toxicomanía de la protección gubernamental.

Ineptos para gestionar nuestra salud sin caer en las redes de la medicina envenenadora, para educarnos sin padecer el encierro adoctrinador, para movernos sin avalar sistemas de transporte que aseguran la ruina de nuestros cuerpos, para garantizar la tranquilidad en nuestros barrios sin arrodillarnos antes una policía peligrosa, etcétera, ya casi tampoco somos capaces de jugar sin comprar, sin obedecer, sin dejarnos bombardear por mensajes adaptativos subliminales, sin reforzar nuestra dependencia de las instituciones y nuestros lazos oprobiosos con el Estado.

Herida de muerte, la razón lúdica nada quiere saber de un bienestar cuyo precio se fija en docilidad y en trabajo asalariado. Porque los servicios y la tutela del Estado se pagan con la moneda de la libertad.

6. MÁS ALLÁ DEL “JUEGO REPRODUCTOR”: TOPOLOGÍA DE UNA RAZÓN LÚDICA SUBVERSIVA

6. 1. Juego reproductor

1. Para identificar, con toda precisión, el tipo de juego que cabe caracterizar como “reproductivo”, sobra con ojear la producción científica en torno al asunto. En las obras de los psicólogos, de los sociólogos, de los historiadores, de los investigadores académicos en general, se dibuja una interpretación del juego y de sus “bondades” que subraya su funcionalidad de cara a la adaptación social satisfactoria de los menores. El juego sería como una “herramienta” imprescindible para el desarrollo psicológico, cognoscitivo y socio-cultural de los niños… Propendería, de algún modo, la aceptación del mundo que le sirve de contexto, la asunción del orden social bajo el que se despliega. A este respecto, cabría retomar la crítica de J. Ellul a los planteamientos de M. Montessori: ¿Qué hay de “positivo” en una instancia (la Escuela, lo mismo que la actividad lúdica reproductiva) encaminada a facilitar la “integración” de la población, procurando hacer más dichosas, más felices, a unas gentes que, si atendemos a los rasgos objetivos de la sociedad en que se desenvuelven (injusta, opresiva, destructora), deberían sufrir intensamente, hundiéndose en el desasosiego y en la negatividad?

No solo se asiste a un “avance” de la ciencia contra el “juego libre”, procurando limar sus aristas críticas; también se invita a los adultos, a los terapeutas, a los padres, a los hermanos mayores en ocasiones, a intervenir en la esfera lúdica reglada, siguiendo las pautas de los científicos…

En razón de esta connivencia profunda, y como señalara en su día J. Huizinga, las sucesivas interpretaciones sobre el juego, emanadas desde el campo científico, pueden perfectamente sumarse las unas a las otras, insertándose en una lectura superior abarcadora. Cada autor subraya un aspecto, desarrolla una cuestión, aporta este o aquel matiz, pero siempre en la aceptación del terreno de juego establecido, sin cambiar el tablero y apenas moviendo piezas secundarias, por expresarlo de esta forma.

Esta índole complementaria de las aproximaciones académicas a la dimensión lúdica queda muy bien reflejada en la panorámica que nos ofrece A. Cabrera Angulo. No solo cabe conciliar perfectamente las distintas perspectivas, sino que, en determinados aspectos, llegan a solaparse, a superponerse:

“El foco de atención se ha centrado en cuatro funciones del juego: 1) las intrapersonales (capacitación personal para el desenvolvimiento social, desarrollo cognoscitivo de la propia individualidad, ejercitación de las facultades de exploración y compresión del mundo, adiestramiento en el dominio de conflictos, satisfacción de deseos…); 2) las biológicas (desarrollar habilidades básicas necesarias, liberar energía excesiva, relajarse, estimulación cinestética, ejercitar físicamente el organismo); 3) las interpersonales (desarrollo de las habilidades sociales y separación e individuación ante los grupos); 4) las socioculturales (imitación de papeles sociales, asunción de roles, reproducción de los caracteres sociales dominantes)”.

Y las teorías psicoanalíticas, desde S. Freud, enfatizarán el papel del juego en el desarrollo emocional del niño. Nos hablarán de su “función catártica” (exteriorización de sentimientos negativos, asociados a eventos traumáticos), del modo en que permite al menor asimilar y superar experiencias desagradables, confrontar frustraciones de su vida social, etcétera. El juego aparecerá siempre como un “medio de expresión”, ya de necesidades, ya de instintos, ya de deseos inconscientes, ya de conflictos emocionales. Obedeciendo al “principio del placer”, y desde la asunción por el niño de su “irrealidad” (suspensión de lo real a fin de propiciar una resolución simbólica de los problemas), el juego actuará como una herramienta casi “reparadora” de crisis e inestabilidades psíquicas, al tiempo que suscita una aproximación experimental al orden social vigente.

Esta orientación, con gran predicamento en la década de los ochenta (investigaciones de Neubauer, Moran, Arlow, Cohen, Gavshon, Ostow, Solnit, Laub, etcétera), suele resolverse en un conjunto de “recomendaciones” a los padres, a quienes se asigna un cometido doble: la “mediación” en los juegos y el establecimiento de “límites” —restricciones estimadas imprescindibles para el desarrollo de las capacidades adaptativas de los niños. Y se les instará entonces a incrementar su receptividad y buena disposición ante las actividades lúdicas de sus hijos; a estimular sistemáticamente los juegos en los que se expresan fantasías, facilitando así un desarrollo armónico de las nacientes estructuras psíquicas antes de que se establezca la “barrera de la represión”; a conciliar la exigencia de la “supervisión” con la manifestación de sentimientos de complicidad y de placer en la interacción lúdica, etcétera.

Dentro de esta corriente, R. Eifermam, en 1987, analizó los “juegos con reglas”, sujetos a procesos de transmisión y de recreación análogos a los de los mitos y cuentos de hadas. Para este autor, en tales juegos se “expresan” las fantasías, los impulsos creativos y los conflictos del niño ante los sitemas de pautas. En el caso de los niños mayores, y más allá de ese papel “expresivo” remarcado por toda la tradición psicoanalítica, el juego reglado puede servir también para el ocultamiento de los dilemas, angustias y ansiedades desencadenados por el conjunto de las normas y de las convenciones imperantes.

Desde la teoría de la comunicación, G. Batenson, a mitad de siglo, recalcará la índole “paradójica” del juego: los niños elaboran primero los marcos y contextos del juego, para evidenciar que los participantes ingresan en un mundo “no real”, en el que solo serán admitidas determinadas conductas; a partir de ahí, se esfuerzan por “hacer creer”, por conferir verosimilitud a cuanto acontece, en un acto de comunicación a varios niveles que les permite descubrir y vigilar sus propias identidades, acceder a los caracteres de los otros jugadores, comprender el significado real de los objetos y de los actos involucrados en la ficción lúdica. Desde 1955, y en parte por la influencia de los escritos de Batenson, ha ido creciendo el interés por los aspectos comunicativos y metacomunicativos del juego.

Corresponderá a la perspectiva neoconductista, en el marco de una atención prioritaria a las utilidades del juego para el desarrollo social, apelar directamente al papel de los padres, de los maestros, de los adultos en general, en el estímulo y en la expansión de las tan “benéficas” actividades lúdicas. Como, desde este punto de vista, el juego enseña a los niños habilidades sociales necesarias y les proporciona competencias y conocimientos sociales asimismo imprescindibles; como las actitudes y capacidades requeridas y desarrolladas por el juego —no menos que los roles que en él asumen los participantes— se erigen en “facilitadores” del desarrollo social; toda una hueste de investigadores nos hablará sin descanso de los modos y ventajas de aquella aplicación de los adultos (madres, padres, hermanos mayores, familiares, amigos, maestros) en la esfera lúdica. Esta “intervención”, reclamada y casi normatizada, será entendida como estímulo, “influencia” y, a fin de cuentas, “conducción”… Autores como Radke-Yarrow, Bandura, Skinner, Hoffman, Copple, Siegel y Saunders, etcétera, nos propondrán que, a través de “reforzamientos” (“positivos”, como la atención, la aprobación y el afecto; y “negativos”, tal el castigo), “moldeamientos” (servir de “modelos”, suministrar referencias dignas de imitar) e “instrucciones” (concretadas en métodos diversos, entre los que se halla el “distanciamiento”, que ubica al menor en un horizonte hipotético, separándolo de su realidad concreta, de su “aquí y ahora”, y la “explicación”, adaptada a su nivel de desarrollo social y cognitivo), nos impliquemos, activa y conscientemente, en el universo lúdico de los niños, de lo que se seguiría un bien para los menores y un impulso al desarrollo social.

Muy considerable ha sido la influencia de las teorías cognoscitivas a la hora de interpretar el juego. J. Piaget, por un lado, y L. S. Vygotski, por otro, aparecen como autores de referencia en esta línea de investigación.

Para Piaget, los niños atraviesan diferentes etapas cognoscitivas hasta alcanzar los procesos de pensamiento propios de los adultos. A cada nivel de desarrollo corresponde un tipo de juego, de experiencia lúdica, por lo que tendríamos tres clases de juego asociadas a tres fases evolutivas del pensamiento: el juego como simple ejercicio, el juego simbólico y el juego reglado. En la “etapa senso-motriz” (desde el nacimiento a los dos años) el niño aprende a través de la actividad, la exploración y la manipulación constante. En esta fase, los menores se ven envueltos solo en “juegos de práctica o de ejercicio”, que consisten fundamentalmente en la repetición de movimientos físicos, no pudiendo participar en juegos de simulación o dramatización. En la “etapa pre-operativa” (de los dos a los seis años), el niño representa el mundo a su manera y actúa sobre tales representaciones como si creyera en ellas; es la fase de inicio del “juego simbólico”, en la que el menor se prodiga en imágenes, expresiones y dibujos fantásticos. En la “etapa operativa o concreta” (desde los seis o siete hasta los doce), la comprensión todavía depende de experiencias inmediatas con hechos y objetos y, aunque ya se han asumido ciertos procesos lógicos elementales, no se vincula a ideas abstractas o hipotéticas. A partir de los doce años, se entra en la “etapa del pensamiento operativo formal”, en la que el niño ya es capaz de razonar de manera lógica y gusta de formular y someter a prueba tipos diversos de hipótesis y de abstracciones. En esta fase, el “juego reglado” alcanza su máxima expresión.

Con este esquema evolutivo, J. Piaget inserta el asunto del juego en su teoría general. Para él, los actos biológicos son procesos de adaptación al ambiente físico y a las organizaciones del medio. Como, en su opinión, la mente y el cuerpo no funcionan de forma independiente, la actividad mental estaría sujete a las mismas leyes que rigen, en general, la actividad biológica. Por ello, los actos cognoscitivos pueden contemplarse como actos de organización y adaptación al medio; y es en este contexto en el que cobra importancia el juego. Pero el niño no aprendería nuevas habilidades cuando juega: estaría, más bien, practicando y consolidando las habilidades recién adquiridas. Es decir, en el juego no dominaría el proceso de la “acomodación” (modificación de esquemas como resultado de nuevas experiencias), sino el de la “asimilación” (ubicación de nuevos objetos y experiencias dentro de esquemas pre-existentes). Concibiéndose el desarrollo como una interacción entre la madurez física (organización de los cambios anatómicos y fisiológicos) y la experiencia, la acción y la resolución autodirigida de problemas se hallaría en el centro del aprendizaje y de la evolución; y ahí, como un balance o desequilibrio entre los procesos de “acomodación” y “asimilación”, volcándose sobre los segundos, aparece, con toda su importancia, el juego, imprescindible para la consolidación de las habilidades que se van adquiriendo progresivamente.

Sin romper de un modo rotundo con la teoría general de J. Piaget, la llamada “escuela soviética”, con L. S. Vygotski en primera línea, sí introduce algunas correcciones y matizaciones decisivas. El juego se percibe como un fenómeno de tipo social, cuya comprensión debe rebasar el ámbito de los instintos y de las pulsiones internas e individuales. Al lado de la línea evolutiva biológica (preservación y reproducción de la especie), el ser humano se ve constituido también por una línea evolutiva socio-cultural (organización propia de una cultura y de un grupo social). A través del juego, entonces, el niño no solo actúa sobre su entorno concreto, en un dinámica absorbida por su mero ser individual: al contrario, así como interacciona con otras personas, adquiriendo roles o papeles sociales, lo hace con la cultura en su conjunto.

Desde esta posición, que subraya los aspectos afectivos, motivacionales y circunstanciales del sujeto, cabe reprochar a J. Piaget un cierto “reduccionismo”, un relativo encierro en lo meramente cognitivo… Frente a su “teoría psicogenética”, y admitiendo la ampliación del enfoque propuesta por L. S. Vygotski, un conjunto de autores han cultivado la teoría cognoscitiva desde una visión netamente histórico-cultural. Se centran en aspectos concretos o ponen de relieve circunstancias particulares, sin alterar los marcos de esta variante histórica, social y cultural del “constructivismo” cognoscitivo. Y Bruner destaca que el juego promueve la creatividad y la flexibilidad, ya que en él los niños no se obsesionan con lograr una meta definida. De este modo, se capacitarían para afrontar y resolver problemas imprevistos en la vida real. Y Dansky se interesa especialmente por los juegos de “hacer creer”, capaces de incrementar la creatividad y la divergencia en el pensamiento. Y también Sutton-Smith valora muy positivamente las transformaciones simbólicas vinculadas al “como si” de todos los juegos de “hacer creer”: flexibilizan el pensamiento del niño y lo resguardan de tópicos y asociaciones mentales convencionales. Y Pellegrini y Wolfgang ensalzan todavía más estos juegos, sosteniendo que incrementan la capacidad lingüística, la habilidad lecto-escritora e incluso la comprensión de la historia. Etcétera.

Alrededor de estas cuatro grandes corrientes interpretativas del juego (psicoanalítica, comunicativa, neoconductista y cognoscitiva), que, como hemos visto, se complementan en muchos aspectos y resultan hasta cierto punto conciliables, encontramos un sinfín de teorías mixtas y algunos planteamientos en cierto sentido “singulares”, cuya revisión acentúa aquella sensación de un gran consenso de fondo, de un gran acuerdo en la dirección de un concepto “reproductivo” de la actividad lúdica. De una forma un tanto desordenada, saltando en el tiempo hacia adelante y hacia atrás, podemos cerrar esta reseña de la aproximación “cientificista” al juego recordando algunos nombres…

Siguiendo los postulados de Darwin, Karl Groos (1902) atendió al juego como preparación para la vida adulta y la supervivencia. Su “tesis de la anticipación funcional” ve en el juego un “pre-ejercicio” de funciones necesarias para etapas posteriores de la vida. De ese “pre-ejercicio” nace el símbolo, muy importante para el desarrollo de la capacidad de abstracción del menor. En 1855, Spencer relaciona el juego con el “exceso de energía”: como las necesidades de los niños son satisfechas por otros, estos requieren de un medio para liberar y dar rienda suelta a la energía acumulada. En 1904, Hall propuso una curiosa teoría “evolucionista”: el niño, desde que nace, va realizando a través de sus juegos una suerte de “recapitulación” de la historia natural de la especie humana (un animal, al principio; luego, un salvaje; un civilizado, finalmente). En 1935, Buytendijk contradice a Groos y se representa el juego como una plasmación de características propias y distintivas de la infancia, muy diferentes de las que se manifiestan en la edad adulta —entre estos rasgos específicos de la niñez se hallaría el deseo de autonomía. Un año antes, Claparede remite la diversidad del juego a la forma de interactuar de cada persona concreta, tal una actitud de cada organismo dado ante la realidad. Por las mismas fechas, Bühler sitúa en el placer la esencia del juego. En 1980, Elkonin, representante de la “escuela soviética”, remarca que en la acción lúdica el niño pretende resolver deseos insatisfechos mediante la creación de una situación fingida. En el juego, actividad fundamentalmente social, el niño se conoce a sí mismo y a los demás. Un año después, Smith y Robert presentan la “teoría de la enculturación”: los valores de la cultura se expresan en los juegos de los niños y mediante ellos se internalizan. Bronfenbrenner, con su “teoría ecológica”, describe los diferentes niveles ambientales o sistemas que condicionan el juego. Winnicott nos habla de la “seriedad” de los niños al jugar, de los “objetos transicionales” vinculados al juego que permiten reconciliar la realidad con el mundo interno, de cómo mediante la actividad lúdica el niño se va separando de la madre y adquiriendo conciencia de su propia capacidad de creación autónoma y de control de la realidad. G. Mead analiza el juego como una de las condiciones sociales en las que emerge el “Sé” y empieza asimismo a definirse el concepto del “Otro”. Etcétera.

2. Un caso paradigmático de la neutralización teórico-política del juego lo constituye “Homo ludens”, de J. Huizinga. Este reclutamiento “reproductor” de la actividad lúdica no es incompatible con la circunstancia de conferirle un protagonismo inmenso en la esfera de la cultura y hasta la más soberbia de las centralidades en una postulada “esencia” de lo humano. La definición de “juego” propuesta por este autor, que pretende incluir todas las modalidades de lo lúdico, se halla interesadamente volcada sobre el juego reglado, el menos libre de los juegos; y puede por ello privilegiar la “competencia” como uno de sus rasgos fundamentales. En Huizinga, el juego es a-lógico, a-económico y a-político, en cierto sentido; pero, a pesar de ello, ya no conserva ningún aspecto inquietante, denegador, subversivo: antes al contrario, estando en la base de la cultura, se halla también vinculado, por ejemplo, al derecho, a la guerra, a la ciencia, a lo sacro, al arte… En su proceder analítico hay una suerte de “trampa” determinante: una definición “estratégica” de juego, con rasgos elegidos arbitrariamente (carácter reglado, encierro espacial y temporal, competencia entre los participantes, etc.) que parten del “acto de jugar” y que asimismo se dan en las restantes esferas de la cultura o de la actividad humana. Cuando alguno de los rasgos del juego, así entendido, se presenta también en otro ámbito o dimensión (“tensión”, “regla”, “misterio”, “como si”…), se considera que, más allá de la mera coincidencia o analogía, es el juego mismo el que, de algún modo, está incidiendo o está actuando, dejando su impronta, en la correspondiente esfera. De ahí que se magnifique e hiperbolice lo lúdico casi como motor o sustancia de la humanidad toda…

Para esto, fue necesario que Huizinga prácticamente desconsiderara el tipo de juego que a mí más me interesa: el juego sin reglas, cooperativo, en el que varias personas disfrutan juntas, “creando” y no siguiendo instrucciones, “inventando” y no obedeciendo, colaborando y no compitiendo…

He aquí los rasgos que el historiador y filósofo atribuye al juego, decisivos para su “hipervaloración reproductiva” de la actividad lúdica: libertad, “como si”, seriedad, desinterés, carácter “imprescindible”, índole “sagrada”, limitación o encierro espacial y temporal, repetición, orden, “tensión”, regla, asociación, misterio, faceta representativa o agonal (lucha), aspecto no-instintivo, “cósmico”, festivo,… De estos rasgos, yo acepto, pensando en el juego no-servil, la libertad, un circunstancial “como si”, el carácter eventualmente representativo, la seriedad, el desinterés, la tensión y la proyección cósmica. Y desestimo con fuerza su índole necesariamente “reglada”, “ordenada y ordenadora”, “limitada espacial y temporalmente”, “agonal”, “competitiva”…

El propio Huizinga, en el trance de resumir su caracterización del juego, para proponer una definición escueta, recapituladora, realiza una suerte de “selección” de los rasgos que, a lo largo de las páginas de Homo ludens, ha ido anotando. Requiere esa “selección” para avanzar en el sentido contrario al mío: el juego ya no va “contra” la sociedad y “contra” la cultura, sino que está en su esencia, en su fundamento, en su base —en el lenguaje, en el derecho, en la ciencia, en al arte, en la poesía, en la guerra… Como un “pantocrátor”, se halla en todas partes… He aquí su “definición”: “El juego es una acción u ocupación libre, que se desarrolla dentro de unos límites temporales y espaciales determinados, según reglas absolutamente obligatorias, aunque libremente aceptadas, acción que tiene su fin en sí misma y va acompañada de un sentimiento de tensión y alegría y de la consciencia de ser “de otro modo” que la vida corriente”. Pero si el juego, como yo lo percibo, es más una “actitud” que un mero “acto”, esos límites espaciales y temporales no existen, como tampoco las reglas; y solo así se entiende la posibilidad de una “disolución” del acto de jugar en una esfera más amplia e indefinida que contemple también el acto de trabajar y el acto de aprender…

En otro pasaje, Huizinga apunta: “El juego, en su aspecto, formal, es una acción libre ejecutada “como si” y sentida como situada fuera de la vida corriente, pero que, a pesar de todo, puede absorber por completo al jugador, sin que haya en ella ningún interés material ni se obtenga de ella provecho alguno, que se ejecuta dentro de un determinado tiempo y determinado espacio, que se desarrolla en un orden sometido a reglas y que da origen a asociaciones que propenden a rodearse de misterios o a disfrazarse para destacarse del mundo habitual”. ¡Para nada el juego genuino, no avasallado por el poder o el capital, se desarrolla en un “orden sometido a reglas”, para nada se halla “limitado” o crea “asociaciones misteriosas propensas al disfraz!

3. Más allá del caso de J. Huizinga, hay una dificultad, estimo que insalvable, en todas las teorizaciones psicológicas, sociológicas, biológico-cognitivas, en torno al juego. Ya que proceden de ciencias experimentales, orgullosas de sus basamentos empíricos y de sus ortodoxias metodológicas, cabe preguntarse si su “campo de observación” ha sido suficientemente amplio, lo bastante “completo”; si las “muestras” a partir de las cuales alcanza sus conclusiones validan afirmaciones tan “genéricas”, con presunción de “universalidad”. Por ejemplo: J. Piaget, para alumbrar su psicología evolutiva del niño, con tantas fases y etapas, con tantos procesos de transición y de discontinuidad, etcétera, ¿incluyó en su “mesa de pruebas”, en su “banco de datos”, en su “territorio de análisis”, los comportamientos y las actitudes de los niños de los grupos sociales subalternos; de los menores de los colectivos “marginales”, que no se dejan interrogar ni mucho menos “estudiar”; de los infantes de los grupos nómadas, perfectamente ágrafos; de los niños de las otras culturas (orientales, islámica, del África Negra, de los pueblos originarios latinoamericanos…)? Me temo que no; me hallo persuadido de que esos estudios se han centrado mayoritariamente en el niño blanco occidental, e incluso en el niño de clase media occidental, por lo que no pueden “proyectar” o “extrapolar” sus conclusiones.

A esta primera dificultad se añade una segunda, complementaria. Imaginemos que J. Piaget, o L. S. Vigotsky, o cualquier otro, hubiera partido de una “muestra” de menores bien completa, extensa y rigurosa, con exponentes de todos los grupos sociales y de todas las culturas. Imaginemos que, a partir de ahí, obtiene sus tablas, sus periodizaciones, sus tesis… Imaginemos que tales conclusiones llegan a parecer “irrebatibles”, coincidentes con las sensaciones de la mayor parte de las personas, que su “efecto de verdad” es poderosísimo… En ese hipotético (y raro) caso, ¿las tesis sobre las etapas y la evolución psíquica del niño, en relación con el tema del juego, tienen que derivar irremisiblemente de un “en sí” de la infancia, de una suerte de genericidad o esencia, de una determinación establecida biológicamente, genéticamente, de un sustrato inscrito por necesidad en el “ser” de los menores, de todos los menores, al margen de las formaciones socio-culturales en las que se desenvuelven y de su distinto devenir en el tiempo? Porque, aunque admitiéramos que tales procesos son ciertos, incuestionables, siempre cabría suponer que no responden a cuestiones físico-biológico-psíquicas, constituyentes de una especie de “naturaleza” de los niños, sino que son fruto de las condiciones sociales, culturales, históricas que están afectando, en el marco de la globalización civilizatoria occidental, a casi todo infante sobre la Tierra.

Expuestos a una biopolítica global, que incluye una escolarización global, a unas tipologías de familia globales, a una interacción reglada global, a una ética global, a unos peligros globales y a unos engaños globales, los niños de todas las culturas se parecen cada día más y tienen unos desarrollos bio-psíquicos, unas estructuras caracteriológicas y unas mutaciones de la personalidad crecientemente convergentes, de alguna forma “dictados” por esas instancias socio-políticas comunes que se ciernen sobre sus vidas. No habría nada de “natural”, de “genético”, de “psico-inmanente” en los procesos de juego de los niños; y sí un resultado de las estrategias socializadoras del capitalismo mundializado. Las teorías tipo-Piaget podrían considerarse, entonces, etnocéntricas, “innatistas”, naturalistas…

4. “El saber es poder”, se dice sin cesar… Y, desde su refundación moderna, la Ciencia se ha plegado a los objetivos de la política. Hasta tal punto es así, que hoy nos hallamos literalmente saturados por una sobreproducción científico-política tendente a optimizar el rendimiento psicológico e ideológico del “juego reproductor”. Toda una publicística entusiástica se está dedicando a “cantar” las excelencias del juego (reglado, competitivo, servil, en la mayoría de los casos) y sus magníficos aportes a la “seguridad democrática”, a la “convivencia nacional”, a la “salud de las sociedades”, al “proyecto revolucionario”, etcétera. Aunque esta apologética burda del juego esclavo y esclavizante puede orientar su afán legitimador en muy diversas direcciones (desde el fascismo hasta el comunismo, pasando por todas las variantes cosméticas del liberalismo), se percibe hoy cierta hegemonía de las tendencias de filiación socialdemócrata, “reformistas” o “progresistas”, en la línea del Estado Social de Derecho. Como botón de muestra, podemos citar “Dimensión política del deporte y la recreación”, artículo de A. Córdoba Obando. Para este autor, “el deporte y la recreación son dispositivos que contribuyen a la consolidación de la seguridad democrática”. Elaborado desde la perspectiva de la gestión pública municipal (es decir, desde la Administración), el texto constituye casi una compilación de los “conceptos-fetiche”, de los eslóganes, de los eufemismos enmascaradores y de los tecnicismos ideológicos sobre los que se levanta la mitificación “social-reformista” del juego no-libre: “seguridad democrática”, “participación ciudadana”, “convivencia”, “progreso”, “diálogo interdisciplinar”, “DDHH”, “gasto público social”, “responsabilidad del Estado”, “equidad”, “inclusión social”, “desarrollo humano integral”, “poblaciones en condiciones de vulnerabilidad”, “universalidad de los derechos”, “incorporación de la población”, “soberanía popular”, “cumplimiento de una función pública”, “ejercicio de ciudadanía emancipada”, “recuperación y resignificación del espacio público”, “identificación y análisis de los actores sociales”, “diseño de estrategias comunitarias y pedagógicas”, “formación de ciudadanía”, “comunicación pública”, “corresponsabilidad”, “transparencia”, “control social”, “cultura democrática”, “empoderamiento ciudadano”, “fortalecimiento del tejido social”, “gobernabilidad democrática”, “formación ética del profesional para la gestión”, “la Universidad como productora de conocimiento y como formadora de agentes transformadores sociales”, “valores humanos”, “sociedad compleja y en crisis”, “interinstitucionalidad”, “intersectorialidad”,… Articulando todos esos engendros terminológicos, al modo estándar del ciudadanismo bienestarista, el autor alcanza la conclusión más tópica: el deporte y la recreación representan “una inmensa riqueza para la salud de las sociedades, para la sobrevivencia de la especie humana, para la sostenibilidad, para la equidad y para la paz mundial”. Particularmente, se insiste en que contribuirían a “disminuir los niveles de inequidad y exclusión social en nuestra sociedad”. El juego, pues, al servicio de la democracia liberal…

Pero no es muy distinto el estilo de las racionalizaciones socialistas del juego servil. A la lumbre del proyecto bolivariano, autores como A. Reyes debaten para convertir la recreación, valorada en tanto “patrimonio cultural universal e intangible”, en herramienta para la concienciación política, la profundización de la democracia y la transformación social. Admiten que el juego ha sido mercantilizado, objeto de planificación y programación política represiva, pero solo quieren ver ahí “la huella de la neocolonialidad”. Y surge así una esfera lúdica tentativamente al servicio de una modalidad latinoamericana del “Estado del Bienestar”… Véase, por ejemplo, “Cultura de la Recreación, Democracia y Consciencia Política”, del mencionado autor.

En la misma línea, hallamos en Brasil, Colombia o Argentina exponentes de esta parasitación científico-política del juego, puesto inmediatamente al servicio de propuestas o programas de pretendida “transformación” social. En Argentina, tales estudios se prodigaron al abrigo del kirchnerismo, con títulos así de reveladores: “El juego recreativo y el deporte social como política de derecho. Su relación con la infancia en condiciones de vulnerabilidad” (de I. Tuñón, F. Laiño y H. Castro). Y, de algún modo bajo la estela del Relato de la Emancipación, pero tocando de todos modos a las puertas del Estado Social de Derecho, hallamos trabajos con rótulos tan “utopistas” como el siguiente: “Fundamentos conceptuales del ocio crítico desde una perspectiva latinoamericana” (H. C. Duque Buitrago, S. A. Franco Betancur y A. Escobar Chavarriaga).

5. Como una barricada contra la intromisión de los investigadores y de los especialistas en el ámbito de lo lúdico, el juego antipedagógico y desistematizador (vale decir, el juego libre) esgrime una negatividad específica: desautoriza a toda esa capa de tecnócratas, de profesionales, de empleados, que caen sobre los niños, de un modo particular pero no exclusivo, intentando de alguna forma “hacerles jugar”, “llevarlos al juego”, “educarlos a través del juego”, “re-crearlos”, administrar sus tiempos de ocio, etcétera. Porque este tipo de juego se da en la “exclusión de un tercero”: hay dos o más de dos, pero no hay un agregado externo. Están los que juegan y no puede haber nadie por encima de ellos, ni siquiera al lado de ellos. No cabe un espectador, un vigía; no cabe un “director”, un “tercero”. El juego espontáneo, no-servil, excluye por completo la posibilidad de un “profesional del juego”, del ocio o de la recreación —de un burócrata del bienestar social.

6. 2. A propósito del “juego combativo”

1. Había una dualidad en la definición griega de “juego”, en la percepción antigua de “lo lúdico”, del ludos. Por un lado, señalaba una evidencia, reconocida hoy por todo el mundo: que el juego es algo placentero, agradable, tal una fuente de satisfacción. “Positivo” y enriquecedor, inseparable de la vida humana, merecería todos los aplausos y todas las congratulaciones. Pero, por otra parte, daba cabida a un aspecto que en ocasiones tiende a olvidarse: que es también una actividad en cierto sentido “negativa” de la vida social o que, por lo menos, no respeta necesariamente las reglas de la cultura. El juego tendría la capacidad (no la obligación, pero sí la capacidad) de “salirse” de lo social y culturalmente establecido…

De modo que podría haber, al lado de aquel aspecto benéfico, saludable, del juego, una dimensión del mismo que no nos satisface, que no sabe “satisfacer”, que no solo desatiende los requerimientos del mercado, del poder, de la pedagogía o de la ciencia, sino que también iría en contra de nuestros principios más arraigados; dimensión que pondría encima de la mesa aspectos inquietantes, que nos cuestionan.

Hay una inmensa literatura, una “factoría” cultural indetenible, que no cesa de redundar (insistir, profundizar) en aquellos avances del comercio, la política y el saber organizado sobre el juego. Cada día se publican artículos, ensayos, libros que hablan de la “dimensión educativa” del juego; que pontifican sobre el juego y la escuela, sobre el juego y la política transformadora, sobre los juguetes adecuados a cada fase del desarrollo del niño, sobre cómo incentivar los aspectos lúdicos del trabajo, etcétera. Sin embargo, también se han dado históricamente reflexiones sobre el juego que apuntaban en sentido contrario y que todavía cabe recuperar. Y este puede ser, y no mucho más, el sentido de mi aporte: retomar algunas tradiciones que pensaron lo lúdico de otra manera, muchas veces desde ámbitos del discurso sobre los que se colgaron etiquetas como “irracionalista”, “existencialista”, “literario”, “poético”. Y ver entonces qué dijeron del juego voces que no estaban interesadas en ponerlo al servicio ni de la democracia, ni de la escuela, ni del trabajo, ni de un proyecto político determinado; y que merodearon aquel lado “inefable” del juego, aquel lado perturbador, asociándolo a “lo demoníaco” (en la acepción de Goethe), a la fantasía, a lo no-racional, a lo no-consciente, a veces a lo destructivo —pensemos en los defensores del ludismo…

Avanzaríamos así hacia un concepto desistematizador de “juego”: el sistema capitalista se basa en una doble forma de racionalidad, económica y burocrática, contra la que el juego retiene la virtualidad de atentar. De espaldas al productivismo y al estatalismo, es decir a la racionalidad estratégica, el juego presta al “individuo” que somos la posibilidad, el vislumbre, de una praxis para la denegación de lo existente y para la reinvención personal, en la fuga o suspensión provisoria del Sistema que nos oprime y nos constituye. Sin atender a los requerimientos del cálculo económico o a los dictados de la organización, el juego que observamos en los niños mientras no se da la intromisión de los adultos, el juego puro y espontáneo, no reglado y no dirigido, no sometido a las “instrucciones de uso” del juguete industrial, los preserva de las fuerzas que pretenden “socializarlos”, alistarlos para la mera reproducción de lo dado. Deviene instancia de “resistencia”, de “protección”, de “deconstrucción” y de “desistematización”. En su naturaleza anti-económica y anti-política, este juego “libre” aspira a establecer vínculos entre las personas, incluso a restablecer tentativamente formas perdidas de comunidad.

Históricamente, el “juego subversivo” ha tenido apariciones sociales de gran envergadura. Y ya no eran necesariamente los niños los que se entregaban a la actividad lúdica trastocadora: también los adultos, como si sacaran la lengua a la muy honorable lógica económico-política, mezclaron el juego con otras prácticas y, de su mano, se resistieron a procesos objetivos de dominación o de explotación. Probablemente, el caso más espectacular lo constituya el ludismo…

Más arriba hablé del pasaje de una disposición lúdica a la hora de afrontar las tareas de la conservación personal y familiar (actitud que todavía se conserva en determinados espacios indígenas, rural-marginales, lumpen-urbanos o nómadas) a una disposición sumisa, estoica, resignada, en ocasiones incluso adolorida, que es la que se consolida con el mundo del trabajo en dependencia, del empleo. Esa transición no fue fácil, y solo pudo darse con lentitud, de un modo gradual. Y siempre los “peores” trabajadores fueron conscientes de lo que estaban perdiendo, de lo que se habría de perder irremisiblemente. De ahí su reacción virulenta, destructiva, contra las máquinas; de ahí el ludismo. En el ludismo hay un componente lúdico y también uno de conocimiento: “romper máquinas” era, desde luego, un acto “festivo”, desbordante de alegría encorajinada, una forma diabólica de “juego”; pero respondía también a un alcance de la sabiduría popular (la máquina era la enemiga de la capacidad que conservaba la persona de buscarse los medios de subsistencia sin depender de un artefacto tecnológico complejo y, a su través, de otra persona, de un patrón, de un empresario). Todo el andamiaje político del capitalismo, que no solo contempla el circo de las elecciones, de los partidos, de los gobiernos, sino que incluye también, como mano izquierda (pero mano izquierda de la represión), los sindicatos y las organizaciones supuestamente “revolucionarias”, todo ese aparato político, en el que tienen cabida las agrupaciones que se proclaman “transformadoras”, empieza enseguida a combatir el componente lúdico de la protesta obrera. Por eso, como anotó L. Maffesoli, se “satanizó” el ludismo, sobre el que cayeron las más diversas etiquetas descalificadoras (“infantilismo”, “irracionalismo”, “lucha instintiva pre-consciente”, etcétera); y todo lo que respondía a un “principio del placer” en la revuelta de los trabajadores fue “condenado”, “denigrado”, “dialectizado” por esa conjunción siniestra que se estableció entre el movimiento obrero organizado y la teoría marxista. En ese punto, el marxismo, en la medida en que no se previno contra las marejadas dogmáticas de sus propios conceptos (“vanguardia”, “disciplina consciente”, “consciencia de clase”, “formación política de los trabajadores”, “partido obrero”, “Hombre Nuevo”…), se constituyó en un enemigo de la actitud lúdica, un adversario de la disposición para el juego…

Se dijo del ludismo “que no conducía a ninguna parte”, que no era más que una “manifestación de enojo”, una “reacción visceral irreflexiva”, una “señal de descontento carente de significado político y de coherencia teórica”. J. Baudrillard, en El espejo de la producción, nos ha recordado a qué parte condujeron, a dónde nos llevaron, las luchas obreras organizadas, sujetas a la crítica y a la teoría marxista: a la coerción estalinista, la impostura socialdemócrata y el empirismo reformista más vulgar… En el contexto de la sujeción demofascista, un reverdecer de las prácticas ludistas, desatadas en todos los campos y ya no solo en los gulags de las fábricas, asociadas al principio de placer y a la voluntad de juego combativo, mantendría vivo el anhelo de libertad.

En los últimos años se ha venido llamando la atención sobre determinadas circunstancias y determinados movimientos, relacionados también con lo lúdico, que concurrieron en la llamada “Edad Media”. Esa pretendida “Edad Oscura”, dialectizada también y esquematizada por el materialismo histórico hasta extremos de burda caricatura, albergó secuencias psico-ideológicas, epistémicas y existenciales que atentaban contra la línea central de constitución y desarrollo de la civilización occidental. Para definirse tal y como lo conocemos hoy, Occidente tuvo que desplegar una sistemática persecución de todo aquello que, en su propia área territorial, se distanciaba de su racionalismo constituyente y hasta lo confrontaba. Contra la Ratio, surgieron o subsistieron aquellos islotes de libertad que, entusiasmado, describió P. Kropotkin en su opúsculo El Estado. Contra el frío racionalismo enquistado en la centralidad de la cultura occidental, se prodigaron propuestas y prácticas de muy distinto signo, que compartieron no obstante, casi como “leit motiv”, un acoger y un estimular la dimensión lúdica de la actividad humana. El juego libre, subversivo, late en el quehacer cotidiano de las denominadas “brujas”, de los frailes sectarios, de los asistentes a los aquelarres, de los libertinos y herejes de todo pelaje, de los campesinos cuando se saben a salvo de la mirada del Señor, de los vagabundos y de los nómadas, etcétera. En el ámbito de la lengua castellana, esta cuestión ha sido esclarecida por autores como J. C. Carrión Castro, interesados por la índole festiva, insolente, cuestionadora y desaforadamente “lúdica” a la vez, de movimientos tal el de los goliardos. Y sabemos que estas tradiciones divergentes, que de ninguna manera apuntaban al telos de la razón moderna, debordan hacia atrás y hacia adelante los marcos temporales del Medioevo.

Y, muy cerca del punto de arranque de Occidente, hallamos lo que hubiera podido constituir también el principal punto de fuga: los quínicos antiguos, con la Secta del Perro al frente. No se trató del único movimiento cultural enfrentado a la especie de “doxa” que se estaba afirmando en las escuelas de filosofía más reputadas y en la labor de los pensadores canónicos, de Platón a Sócrates; pero hay en su contestación aspectos que lindan con lo lúdico y hasta lo excitan (el papel de la oralidad, la importancia concedida a lo escenográfico, la búsqueda incesante de la transgresión y de la provocación, la vindicación del desacato y de la desobediencia, aquella bella exigencia de vivir el pensamiento, el apetito de huida y de margen, una placentera admisión de todos los recursos y todas las implicaciones del humor, etcétera). A juego, a subversión lúdica, saben, en efecto, todas y cada una de las intervenciones, de las “performances”, de las teatralizaciones protagonizadas por Diógenes de Sínope y los demás quínicos, que nos han llegado a modo de “anécdotas”, gracias a la labor compiladora de Diógenes Laercio, y que parecen partir del lado sensitivo del humor para desembocar en su lado intelectual. La crítica irreverente, la parodia anti-metafísica, el pensamiento negativo y el juego como corrosión tramaban, en tales actuaciones, un verdadero contubernio contra la pretensión de seriedad y de rigor que animaba por entonces a la razón clásica. Los estudios de C. García Gual, P. Sloterdijk y M. Onfray nos han dejado jugosas páginas a propósito.

En mi opinión, la razón lúdica subsiste en la contemporaneidad, siempre cerca de los márgenes; y se halla más cómoda en los suburbios que en los centros de las ciudades o en los barrios residenciales, más a gusto entre las personalidades irregulares que entre las gentes sensatas, más amiga de los supuestos “perdedores” que de los “triunfadores” en la vida, más fecunda cuanto menor es la incidencia de la cultura occidental, con sus universidades y sus escuelas, sus propiedades privadas y sus empleos, sus autoridades y su democracia… En el plano intelectual, la razón lúdica ha bailado y sigue bailando del brazo de los románticos, de los “malditos”, de los anarquistas no-doctrinarios, de los “nihilistas”, de los “irracionalistas”, de los “heterodoxos”, de los “inclasificables”, etcétera. Pero es en la destrucción de máquinas, en los escaparates rotos y en las escuelas quemadas donde esta racionalidad juguetona, dulcemente cruel, se enamora demoníacamente de sí misma.

2. Si hubiera que establecer una topografía de la razón lúdica subversiva, dos serían los puntos mayores del mapa: el territorio, entendido de un modo divergente, y la recreación, también bajo un concepto desplazado…

Cabe la tentación de pensar el “territorio” como algo necesariamente relacionado con el Estado, con la Nación, con un espacio “administrado” que tiene fronteras, subdivisiones y particularidades jurídicas distintivas. Pero esa no es la noción de “territorio” que me interesa. También cabe la tentación de pensarlo en relación con la “propiedad privada”, con una posesión, una mercancía, un “medio de producción” a fin de cuentas. Y decimos que se compran y se venden tierras, terrenos, territorios… Es esa una acepción que, de hecho, me interesa aún menos… Rompiendo relaciones terminológicas con el Estado y la propiedad privada, con el gobierno y el acaparamiento individual de un recurso estratégico, gentes que querían constituir discursos “críticos” volvieron la vista a la llamada “Naturaleza”, denunciando su explotación y como bajo el anhelo de “protegerla”. La idea de territorio tenía que ver, de algún modo, con una “naturaleza” poblacionalmente sectorializada, con distintos “medios ambientes” delimitados por grupos homogéneos de personas que habitaban en ellos. Esta tercera opción provoca, a mi parecer, un desplazamiento insuficiente. Y es que, desde esa perspectiva, el territorio devendría como exterioridad que se nos impone y que casi nos ignora, que desatiende nuestra muy móvil y asociativa corporeidad real.

El territorio que esgrimo solo puede darse, más bien, en la desconsideración del Estado y de la propiedad privada. Como no me gusta “dividir” para pensar, como no llevo siempre un hacha en el cerebro, el territorio que poetizo no se contempla fuera del propio cuerpo. Más aún: no se contempla “fuera”. Todavía un poco más: no se “contempla”. Somos territorio y somos el territorio que pisamos mientras, al caminar, nos caminamos el plural es aquí muy importante. La sabiduría de los pueblos originarios lo sintió siempre así; y por eso jamás admitió la idea de Estado, apropiación privada de la tierra y “Naturaleza” —en tanto objeto “exterior”, imaginable “al otro lado” de un sujeto y de un pensamiento recortados, de una cultura recortada, casi como externalidad magnífica que habría que explotar sin destruir.

El concepto de “territorio” se ha mantenido históricamente en una muy interesante ambigüedad. Es nebuloso y casi excesivo. Se superpone, pero excediéndolos, a otros conceptos que parecían próximos o conexos; les añade un “plus”, un “algo más”, que los traspasa y hasta transgrede. Se superpone y excede a “paisaje”, “región”, “comarca”, “localidad”, “espacio geográfico”, “lugar”…

Así como el “factor humano” contribuyó a librar a la Geografía, en su conjunto, del hieratismo y la cosificación a la que parecía abocarla la llamada “geografía física”, ha sido el “factor comunitario”, e incluso el “factor contestatario”, el que ha dinamizado la reflexión en torno a lo que sea el territorio. Y entonces este concepto se desvinculó de aquella materia “determinista”, “objetivista”, que casi parecía más próxima a las “ciencias naturales” que a las “ciencias sociales” (la geografía física, con sus elementos del relieve, sus climas, sus topografías…); y pasó, por así decirlo, a la geografía humana o social, a la sociología, a la historia, a la antropología, a la filosofía, entendiéndose de un modo más complejo y también menos nítido. De manera casi hegemónica, el territorio se categorizó como “producto social”…

Entendido como “producto social”, la discusión podía estabilizarse, estancarse en la arena académica otra vez: el territorio sería “una construcción humana a partir de distintos agentes que operan en diversas escalas y que de distintas maneras ejercen o intentan ejercer poder sobre un espacio concreto” (J. E. Serrano Besil). En esta línea podemos citar también a Montañez y Delgado: “La actividad espacial de los actores es diferencial; y, por lo tanto, su capacidad real y potencial de crear, recrear y apropiar territorio es desigual”. Y cabe entonces “analizar”, con los métodos consagrados de las disciplinas académicas, esos “distintos agentes”, esas “diversas escalas” y esas “diferentes maneras”…

En tanto “producto social”, el territorio se seguía concibiendo, no obstante, como algo “externo” a la persona concreta, casi como una “materia separada”, un campo de incidencia de lo social-humano: era “producido” por la gente, desde sus relaciones sociales, pero “sobre” un espacio que estaba de algún modo “ahí” y “sobre” el que se quiere ejercer poder, “sobre” el que los agentes despliegan su actividad. Distinto es el concepto que propongo, tomado de los pueblos originarios de América Latina; un concepto que no separa, no escinde, no “objetiviza”…

Porque toda aquella problematización del territorio deriva, por así decirlo, del materialismo histórico; y centra su atención en lo “social”, en la mediación y producción social, incorporando reflexiones posteriores en torno al poder, en la línea por ejemplo de M. Foucault. Frente a ella, poco a poco, se va levantando otro discurso, que incide en lo comunitario y hasta en lo antagónico, capaz de vincularse con el orden de cuestiones que engloba la razón lúdica. Sería la “comunidad” la clave del territorio, en el sentido de un localismo trascendente. Y la “defensa del territorio” sería “defensa de la comunidad” (que integra también a todo lo que no es humano). El antagonismo aparecería como una reacción frente a los poderes bio-etnocidas que la acosan: si se ha de perder la comunidad, se perderá el territorio… Allí donde, maltrecha, subsiste la comunidad, o es muy fuerte el deseo de restablecerla, se abre un campo para la lucha “heterotópica”: forjar territorio allí donde prácticamente ya no hay comunidad es un modo de “correr al margen”, de deconstruirse y de auto-construirse. Cuando, en ese empeño, se echan por la borda el cálculo económico y los dictados de la administración, ingresamos plenamente en el dominio del juego libre y de la racionalidad no-estratégica, subversiva.

Cabe tentar esa experiencia en el campo o en la ciudad. Se trataría de evitar la “cosificación” del espacio, la “separación” de la naturaleza, mediante un ensayo de re-fusión que, admitiendo siempre sus límites y su radical insuficiencia, puede resultar satisfactorio y disidente: volver a vivir la tierra, el poblado, el grupo, el paisaje como “parte de uno mismo”, sintiendo que “uno mismo” también está en las otras partes y en el todo. Este es el sentido de lo “comunitario-antagónico”, adherido a una razón que se predica lúdica por su aversión a lo instrumental. Se ha dado entre los originarios y los nómadas, por ejemplo…

Con este desplazamiento teórico, me aproximo a percepciones del territorio que enfatizan la determinación del aspecto comunal-social y de la vivencia local, como la propuesta por la llamada “geosemántica social”. El territorio, desde esta perspectiva, se da “en la intersección entre lugar y sentido”. Y la producción del sentido es comunitaria, vivencial, local, de manera que el territorio sería validado como tal por una masa de personas, que lo sienten y lo viven y lo crean y lo recrean. En cierto sentido, el “territorio”, así concebido, aparece como el lugar natural del juego libre…

Me distancio, no obstante, de posicionamientos como los de D. Cerda Seguel (“Más allá del sentido del lugar. Geosemántica social, ciencia del territorio”), que sobredimensionan el papel de los medios digitales, de las tecnologías informáticas, de las redes virtuales y de los programas y aplicaciones telemáticos para sugerir la idea de un territorio en constante reformulación, creado cotidianamente por la interrelación e interacción de comunidades de usuarios, internautas, gentes “conectadas” que usan también aplicaciones de índole geográfica o local, etcétera. De tan vago y fluctuante, el territorio pierde entonces su materialidad, se “digitaliza”, se va “a las nubes”…

El asunto de la razón lúdica lleva al tema del territorio de forma lógica, porque “el juego se emplaza”. La actividad del juego, la actitud lúdica, tiene siempre un marco (físico, pero no solo físico; geográfico, pero no meramente geográfico), un escenario, un “territorio”. Pero este territorio no es nada parecido a una “propiedad” que pertenece al que juega, o una circunscripción política que dé reglas a los jugadores. Era el territorio, por ejemplo, de las comunidades; era el territorio de los que no tenían tierras, sino solo caminos; era el territorio de las pequeñas aldeas… Era el territorio que respondía a un localismo o particularismo trascendente, filosófico, de manera que las gentes se hallaban intrínsecamente vinculadas, cabría decir soldadas, a ese ambiente y no lo explotaban sino que vivían “con él”.

Este “territorio” (muy bien caracterizado en las páginas de G. Lapierre o de A. Paoli) es el escenario del juego genuino, del juego indomable, no domesticado… Sobre el territorio operan las dos fuerzas de siempre, el Capital y el Estado. Y resulta entonces la propiedad privada, que en mi acepción no es ya territorio; y tenemos así el municipio, la provincia, el departamento, que tampoco constituyen territorio, pues son, estos como aquella, estrictamente, “tierras mercantilizadas y politizadas”. Al mismo tiempo, la ofensiva se centró en el juego… Y deviene el juego que responde a la “industria del ocio”, juego reglado, juego que se compra, juego que se vende, que ya no es “juego libre”; y hallamos el juego que se lleva a las escuelas, a las cárceles, a los hospitales, por recomendaciones administrativas, juego “pedagógico”, juego “político”, juego “demagógico”, que tampoco es juego genuino.

Para el indígena, para el pastor, para el campesino antiguo, para el nómada, para el habitante de la villa suburbial, el “territorio” no era algo que se debía “explotar” o que podía acapararse, no era una “fuente de recursos”, no era el objeto de un negocio, no era un espacio regulado bajo normas por satisfacer o por cumplir. El territorio era, en un sentido muy concreto, el ambiente de la pulsión lúdica: estas gentes jugaban con el territorio, hallaban en él su “partenaire”, su compañero. Esto quiere decir que desplegaban disposiciones para la relación desinteresada, para la cooperación, para la coexistencia alegre. Estaban las gentes y estaban las cosas, las personas y los árboles, los vecinos y el río, estaban los caminos y estaban las casas; y ahí, unos y otros, unos al lado de otros e incluso unos “en” otros, jugaban: jugaban a crear, a inventar los instantes, a envolverse en el día de forma placentera. No “uno” teniendo que utilizar al “otro”, debiendo servirse de él, sino los dos, los tres, todos juntos, fundidos, demorándose en un presente eterno.

El territorio es para el niño, para la mujer y para el hombre el mejor de sus compañeros de juego. En este sentido, la relación que establece la gente “libre” con el territorio “libre” es una relación lúdica: no se juega “con” el territorio en el sentido de jugar “sobre” un espacio o de erigir el territorio en una suerte de juguete, sino que el territorio y las personas, en una especie de conversación o de cooperación, forjan decursos lúdico-existenciales y lúdico-históricos. Es como si el juego englobara lo humano y lo no-humano; absorbiera el territorio que hacemos, el territorio que nos hace y el territorio que somos.

Como apunté más arriba, probablemente la actitud lúdica sea la actitud natural del hombre allí donde no se han establecido relaciones de opresión política y de explotación económica. En ese marco, el jugar ya no es una opción: es el telón de fondo, lo que se da siempre, lo concreto y lo real; y la razón o es lúdica o desaparece afortunada y gozosamente…

Juego, territorio y recreación configuran un trípode conceptual que cabe disponer contra la pretensión de eternidad del Capitalismo. En torno al juego y al territorio, se abrieron vastos campos de discusión y de matización. Menos polémicas y menos disquisiciones político-terminológicas ha suscitado, hasta ahora, la expresión “recreación”. Se asocia, casi sin más, a la “diversión”, al “entretenimiento”, a la “relajación”, a la “distracción” y hasta a la “terapia”. Se relaciona con el “uso del tiempo libre”, con el “ejercicio del cuerpo y de la mente”… Sería algo bonancible, diáfano, positivo. En este estudio, se propone una re-semantización nada complaciente…

Partiendo de la definición de la Real Academia Española de la Lengua (“diversión para alivio del trabajo”) y del concepto de “recreo” escolar, vinculamos la “recreación” al dolor empírico del sujeto, al sufrimiento ostensible del individuo, necesitado de una suerte de “tregua” para seguir soportando un orden infernal desahogo, calmante, compensación… Por otro lado, llevamos la expresión a la teoría del margen: “re-creación” como posibilidad de re-hacernos, re-fundarnos, re-inventarnos…

Como decía al principio, nos han robado muchas palabras. Transformación, Revolución, Emancipación, Crisis… Muchos términos nos hurtaron, y no solo para fines de reproducción social o integración. En este contexto, yo me permito asimismo ese gesto, que decía Illich, de la “criminalidad lingüística”, para sustraerle palabras al opresor. Y entonces hablo de “re-creación”. Y puedo decir que, así como creo en el “territorio” (bajo otra noción) y en el “juego libre” (re-significado), también creo en la “recreación” (entendida de otra manera). Y aquí recurro a su doble sentido: “re-crear”, “recrear”.

Por un lado, el término sugiere la idea escolar de “recreo”, que es hermosa: trance en el que los niños por fin abandonan las aulas y se van al patio a jugar. Es un “descanso”, un “alivio”, una “tregua”. La palabra “recreo” quiere recordarnos que estamos siendo castigados, y que necesitamos un tiempo para sobreponernos a tal calamidad… Nos alivia, por ejemplo, del trabajo, tortura indecible. En su segunda acepción, deriva de “crear”: “re-crear”, volver a crear, rehacer, reinventar. Y cabe entonces utilizarlo en el sentido de una “construcción” de la propia vida bajo la razón lúdica, en este caso.

“Recrear” quiere decir, pues, “darse una tregua”, escapar del horror económico y político bajo el que vivimos, “respirar”; y, en segundo lugar, en ese marco, en ese escenario de “interrupción”, hallar los modos para una reinvención personal, para una re-creación de nuestra existencia. En este sentido, hablo de “recreación” en tanto ventana que lo lúdico nos abre para la deconstrucción personal y la re-construcción como sujetos de la lucha. Ya no se trataría de un mero “pasar el rato”, un “descanso” irrelevante, una suerte de “intermedio”. Se abraza al territorio en reinvención y al juego dislocador; y termina siendo una suerte rara de placer en el drama, en la tragedia, en el ocaso. La recreación es un acaso en el ocaso: funda la posibilidad de la auto-construcción en el seno de la decadencia social y civilizatoria, y lo hace para resistir.

[Este ensayo hace parte de «La Peste Pedagógica», obra publicada en Chile y susceptible de descarga libre y gratuita desde este blog, en la entrada «Protocolo»]

Pedro García Olivo

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Aldea Sesga de Ademuz

SE PUBLICÓ «LA FORJA DEL CIUDADANO-ROBOT»

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Fragmentos de “La Forja del Ciudadano-Robot”, ensayo libre publicado recientemente por Ediciones Fantasma. Lo compuse en los tiempos del Covid, presintiendo el ascenso de una nueva facies del Capitalismo, vírica y bélica.

LA FORJA DEL CIUDADANO-ROBOT

(VIRUS, CAPITALISMO NECRÓFAGO Y OPTIMIZACIÓN DEL FASCISMO DEMOCRÁTICO)

La sociedad, no por razones de ternura,

sino debido a sus extrañas necesidades,

había cuidado de los dos hombres,

prohibiéndoles todo pensamiento independiente,

toda iniciativa,

toda desviación de la rutina;

y se lo había prohibido bajo pena de muerte.

Solo podían seguir viviendo a condición

de ser como máquinas”

J. Conrad, “Una avanzada del progreso”

I) INTRODUCCIÓN: GUERRA MUNDIAL DEL ESTADO CONTRA LA SOCIEDAD

(El Coronavirus en tanto cifra de una nueva forma de reproducción de la sociedad mercantil)

Es la hora del apretón de manos, del abrazo y del beso como forma de resistencia

1. La inteligencia del Capital comprendió de una vez que el «crecimiento indefinido» de la economía no era tolerado por la Biosfera: supo que era preciso detener esa carrera frenética que abocaba al «fin de todo» y preparó episodios de destrucción-regeneración para que el sistema capitalista se perpetuara de un modo nuevo.

Se requieren intermitentes «destrucciones», «devastaciones», «crisis agudas» que originen quiebra de muchas empresas y surgimiento de otras, naufragio de bastantes negocios y emergencia de otros, declive de formas tradicionales de obtener beneficios y ascenso de nuevas maneras para el enriquecimiento… Una «salutífera» destrucción-renovación de la economía, como la que conoció Europa tras las dos guerras mundiales, como la que experimentó Alemania tras la frustración del sueño nazi: este es el caso de la actual «conflagración mundial del Estado contra la sociedad» que se sirve del coronavirus para reproducir el Capitalismo de un nuevo modo traumático.

2. Este «rejuvenecimiento» del Capitalismo, esta higiene profunda del sistema establecido, que exige la extirpación de buena parte de sus tejidos enfermos o seniles, va a presentar una factura: la pagarán los más pobres, los vulnerables, los más explotados y oprimidos. Porque el coronavirus tiene dos vertientes beneficiosas para el sistema: su lado «destructor», que aniquila para regenerar, que «borra para escribir», que mata para alumbrar; y su lado «conservador», que ratifica la fractura social, la división en la comunidad, y hunde todavía más a «los de abajo» para que permanezcan en lo alto o sigan ascendiendo «los de arriba».

3. Se siguió el modelo del «campo de concentración», pero con una salvedad. Las gentes estuvieron confinadas y solo pudieron salir para trabajar o para comer (comprar alimentos), lo mismo que en Auschwitz. Y esta es la salvedad: nadie, en los campos de trabajo y de exterminio, estaba de acuerdo con la clausura, con la reclusión, mientras nosotros agradecemos este «arresto domiciliario» y nos reprimimos a nosotros mismos para cumplir con las ordenanzas que emanan del Estado. Somos auto-policías y albergamos Auschwitz en nuestro corazón y en nuestro cerebro.

4. Es evidente que están ocurriendo dos cosas distintas: una lucha legítima contra la enfermedad y, lo más importante, un aprovechamiento de la coyuntura sanitaria para implementar de una vez modalidades de sumisión absoluta del individuo y de la comunidad, definitivamente atados a los designios de la Administración y del Capital.

Bajo la sobreactuación de los aparatos represivos del Estado (policía, ejército), que estuvo aconteciendo tantos días -y de la que fueron víctimas los sin-techo, los vagamundos, los simples ciudadanos que quisieron dar un paseo o sentarse en el banco de un parque para respirar un rato al aire libre, los despistados que sintieron que tenían que salir y recibieron una multa, los amigos que acordaron encontrarse para conversar o pasar el túnel del encierro juntos y fueron castigados, etcétera-, se dejó ver otra cosa, un aspecto conmocionante de dimensiones acaso antropológicas: se percibió con claridad que, desde ahora y para siempre, la ciudadanía, asustada, mediáticamente aterrorizada, «consentía» esa vigilancia, ese despliegue de poder, esa presencia ofensiva del custodio, esa saturación de las calles y de las plazas por uniformes y por armas, por botas militares y por porras policíacas…Y que no solo lo consentía, sino que lo agradecía y hasta lo demandaba. Policías de nosotros mismos…

5. Ha llegado el momento de la «desobediencia civil» para hacer frente a esta perversa estrategia regeneradora del Capitalismo: dejar de pensar que el Estado, con sus aparatos coactivos e ideológicos, nos está «haciendo un favor», para empezar a hacérnoslo nosotros mismos. Y juntarnos, sí, y organizarnos, y actuar, para cooperar, por ejemplo, con las personas que hoy en día están padeciendo en primer lugar tal añagaza, los más desacomodados en el sistema, los precarizados, los marginados y también los marginales, los elegidos como «cebo» de la anulación psíquica y de la indigencia venideras.

«Desobediencia civil» y «objeción de conciencia» para recuperar los deteriorados valores del apoyo mutuo, del don recíproco, de la auto-regulación comunitaria e individual. «Desobediencia civil»: no hacer caso de esa «separación de metro y medio entre las personas» que pretende ultra-individualizarnos, que quisiera erigirnos en una suerte de egotistas combatiendo airadamente por el alejamiento de todos los demás. Es la hora del apretón de manos y del abrazo como forma de resistencia. Y del beso, que amenaza convertirse en asunto de privilegiados existenciales.

Hora de desobedecer, pero no para el mero disfrute personal o el hedonismo mal entendido, sino para inventar o reinventar redes de ayuda comunitaria, texturas insumisas de colaboración individual y trans-individual, maneras de neutralizar esta «guerra mundial de los Estados contra la sociedad».

Que la enfermedad deje de ser una excusa para aherrojarnos, para apretar todavía más los grilletes que nos aplicaron la administración y el mercado. Y algo más: recuperar el derecho de las comunidades a subsistir y resplandecer al margen e incluso en contra de los Estados avasalladores. Esgrimir el anhelo personal y colectivo de vivir en libertad.

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Cuando desaparezca el virus, quedará algo peor que toda enfermedad: el ciudadano-robot

Uno controla a todos, muchos controlan a uno, uno se controla a sí mismo

(Demofascismo optimizado, bajo la rentabilización socio-política de la pandemia)

Uno controla a todos (dictadura clásica): desde la Presidencia del Gobierno se nos da la orden del confinamiento y obedecemos.

Todos controlan a uno (vigilancia de la colectividad sobre el individuo): surge la llamada «policía del balcón» y, de entre los sumisos, muchos denuncian a los transgresores.

Uno se controla a sí mismo (auto-coerción, auto-dominación, fin del anhelo de libertad): y sale cada cual, sujeto a franjas horarias, a medidas, a plazos, a reglamentos; sale como un robot, como un policía de sí mismo.

Durante mucho tiempo me equivoqué y consideré que estos tres modelos de dominio y opresión eran sucesivos, como por fases, y ahora estábamos en la última, en la del auto-policía.

Hablé del «modelo del autobús» que leí en Calvo Ortega y López Petit: en los autobuses antiguos un empleado picaba el billete de todos los pasajeros (uno los controlaba a todos, dictadura directa); pasó el tiempo y se colocó una máquina para que cada usuario picara el billete por sí mismo, pero bajo la mirada de todos los presentes, por quienes era observado y podía ser denunciado (todos controlaban a uno, coerción comunitaria); por último, se alcanzó el momento en que uno subía a un autobús vacío y, sin presión externa, sin testigos, picaba «libremente» su billete (uno se controla a sí mismo, sujeción demofascista).

Pero hoy se está dando la suma de las tres fases, como si ya no fueran «etapas» sino superposiciones: el Estado que decreta, la ciudadanía que obedece y señala a los disidentes, los individuos que se auto-reprimen y consienten su robotización integral.

Se pudo sacar a los perros; y mucha gente se prodigó en ese paseo fiscalizado, en el que se manifestaba una suerte de ambigüedad civilizatoria: ¿cómo explicar la relación entre un animal doméstico, el ser humano, y otro, el ser canino?, ¿qué puede brotar de la relación entre estas dos servidumbres?

Se pudo sacar a los niños como si fueran perros, y surge una pregunta derivada: ¿qué puede surgir de un paseo conjunto del domesticador y del domesticable?

Ahora, cada persona puede sacarse a pasear a sí misma, en el cumplimiento forzoso de normas, de franjas (¿deberíamos decir «fajas», porque oprimen, molestan y ocultan supuestas fealdades?), de limitaciones sociales y geográficas; y la interrogante es clamorosa: ¿cabe esperar algo de esta suerte de robot, absolutamente programado, aparte de que, ojalá, desaparezca junto al virus del Capital y del Estado?

Durante más de un mes, las gentes de muchas pequeñas localidades se privaron de salir, de pasear, de ir a los campos para recoger sus alimentos (podían, eso sí, ir al supermercado, porque lo primero y lo último sigue siendo el mercado, el negocio). Y a las autoridades políticas, encarceladoras, les daba igual que en esas zonas no hubiera contagiados, no hubiera enfermos. A día de hoy, les dicen que ya pueden salir, y entonce salen.

Esto me recuerda una imagen desalentadora, que me asaltó en la ciudad de Alta, en pleno círculo polar noruego… Unas cuantas personas tenían que cruzar una carretera, pero el semáforo para los peatones estaba en rojo. Yo miro a la derecha y a la izquierda, y la vista casi se me desvanece en una llanura tan inmensa: no hay ningún vehículo por ningún lado y es verdad que, en toda la mañana, apenas habían aparecido por allí dos o tres autos. Me dispongo a cruzar, pues, tan tranquilo; y las gentes mi chillan, me recriminan, se enfadan conmigo. Regreso entonces al puesto de espera y cruzo con ellas, tras disculparme, cuando el semáforo de los peatones se pone en verde. «Obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer», escribí entonces. Y es lo que está pasando ahora: se nos insta a la obediencia no tanto para superar una crisis sanitaria como para sancionar el auto-aniquilamiento de nuestra autonomía y de nuestra libertad.

Optimización del demofascismo.

Cuando desaparezca el virus, quedará algo peor que toda enfermedad: el ciudadano-robot.

Más que mirar a la llamada «mayoría social», tan nauseabunda, reparo en las plantas humildes: a pesar de todo, como decía, el romero, la aliaga y el tomillo están en flor…

Pedro García Olivo

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana de Sesga, en el Rincón de Ademuz

(Ya disponible a través de las distribuidoras Traficantes de sueños y El local Cambalache en librerías de toda España o, directamente, a través de este e-mail (sin gastos de envío en el Estado Español): edicionesfantasma@gmail.com)

Ediciones FANTASMA

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SENSUALIDAD Y CREACIÓN

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“Yo, Antonin Artaud, que tengo cojones en el coño, os los puedo decir: con copular no basta”. He aquí una frase condenada a perseguirme a través de los años, destinada a acompañarme (si es verdad que la persecución no se conjura más que como compañía) de país en país, de lenguaje en lenguaje, de costumbre en costumbre, como de misterio en misterio e incluso de caída en caída, hasta el desmayo inconcebible de la voluntad de saber.

Y, junto a ella, el recuerdo de lo que un día llegó a escribir el viejo, muy viejo, Van Gogh: “Queda siempre la sospecha de no encontrarse en la verdadera vida, y el pensar que más valdría trabajar en la carne misma que en el yeso o en el lienzo”.

Sensualidad y creación: las dos riberas de un único río, profundo como el horror; las dos orillas de una poderosa corriente que apenas sabemos nombrar y mucho menos describir. Y, de una costa a otra, como el abrazo impensable de las playas, un puente precario desde el que siempre es posible arrojarse de cabeza.

Toda la vida corriendo de un extremo a otro, sintiendo en cada margen la nostalgia de la opuesta y hasta su necesidad. Y, de vez en cuando, tentando lo prohibido, detenerse en medio del puente, pensar que desde allí se participa del auxilio de las dos riberas y que se está más cerca del enigma de las aguas. Sentir entonces que la posesión de los dos extremos en nada se distingue de su pérdida; y que cuando se apacigua la guerra de las pasiones queda en el aire no sé qué extraño olor a muerte, una muy temible invitación a la renuncia y a la asfixia…

Volver a correr de nuevo, de orilla a orilla, sin descanso ni esperanza, hasta la noche estrellada en que, bajo la paz de la luna, se desplome el puente como se yergue un ciprés y, en la misma caída, se reconcilien —de una vez y para nunca— todos los contrarios.

Creación y sensualidad.

(De «El Espíritu de la Fuga», libro para descarga libre y gratuita desde mi blog)

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Alto Juliana

TANATOESTÉTICA DE LAS POTENCIAS HEGEMÓNICAS CLÁSICAS

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(Aseando cadáveres)

Los países que se creyeron los amos del mundo durante décadas ya son meros cadáveres. Occidente es un muerto que mata. No cabe esperar nada de él, aparte de masacres y etnocidios. Pensemos en Gaza. Nadie puede confiar en las palabras de Estados Unidos, de Europa o de Israel, valga el ejemplo; nadie se va a tomar en serio sus proclamas “humanitarias”, sus declaraciones de derechos, sus tribunales internacionales…

De joven, pero ya licenciado, me presenté a una suerte de oposición para vigilante nocturno del cementerio de Murcia. Para mí era un paraíso en la tierra: vivir de día, con mis lecturas, mis escrituras, mis amistades; y dormir tranquilo y gratis en el cementerio, cobrando además un sueldo. Los muertos son buenas gentes que no molestan y los vivos le tienen aversión a las tumbas, por lo que mi bienestar sería insuperable.

Era el ideal: ser libre trabajando… Saqué una de las notas más altas, pero se eligió para el puesto a una persona de nota más baja, de nota en la media. Se dijo que no querían personas con estudios, calificadas, pues siempre eran más problemáticas por su tendencia a exigir derechos, mejoras laborales y otras cosas.

Más tarde, en Budapest, se me ofreció trabajar en la Morgue, aseando cadáveres o trozos de cadáveres. No se cobraba poco, ciertamente, y regalaban un botella de vodka cada noche al empleado para que se anestesiara un tanto. No acepté el empleo, pues sabía de mi corazón frágil y de los asuntos que mi sensibilidad nunca había hallado el modo de superar.

Asear cadáveres es lo que están haciendo la mayoría de nuestros intelectuales, escritores, pensadores, artistas y gentes de la cultura en general. Los cadáveres que asean somos nosotros, las gentes de Europa, de Norteamérica, del llamado Norte… Es una buena tanatoestética, pues nos dejan muy favorecidos, asemejando incluso que estamos vivos.

Contra ese muerto que mata, contra nuestra civilización etnocida, responsable de incontables genocidios en todos los continentes desde hace siglos, siempre diré lo mismo: es la hora de dar la espalda, en la medida de lo posible, al Estado y al Mercado; es la hora de deconstruirse como triste exudado de la sociedad mercantil y burocrática para aspirar a reinventar, en los márgenes, la propia vida. Pero observo que la mayoría social avanza en sentido contrario y que cada paso que da coincide con un reguero de sangre.

Probablemente, si me hubieran dado la plaza de custodio nocturno del cementerio, hubiera pasado mis jornadas en mejor compañía…

Concebí un podcast a propósito. Puede escucharse aquí:

https://www.google.com/url?q=https%3A%2F%2Fanchor.fm%2Fpedro-garcia-olivo&sa=D&sntz=1&usg=AOvVaw1iKDsoziU0c-vqk_8ZRvcj

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Alto Juliana de Sesga, en Ademuz

EL TRÍPODE DE LA MUERTE: EUROPA, ESTADOS UNIDOS E ISRAEL

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1. ¿Nos hemos hermanado con el Horror?

En la Edad Contemporánea, las principales potencias homicidas han sido Europa (bajo el imperialismo que la llevó, desde el siglo XIX, a masacrar y explotar a tantos pueblos), Estados Unidos interviniendo criminalmente en América Latina y Asia (organizando guerras prolongadas, golpes de Estado y dictaduras asesinas) e Israel, que, desde su fundación, inició una campaña etnocida contra las gentes de Palestina y por el control del territorio.

La ONU es un satélite de estos poderes, una instancia servil medio cómica y medio patética. Cuando se funda, una buena parte de los territorios del mundo eran “colonias” de los países europeos y, por lo tanto, no estaban representados ahí. Cuando se enuncian los tan cínicos Derechos Humanos, los habitantes de esos territorios ocupados tampoco pudieron pronunciarse, para cuestionarlos y acaso añadir otros.

La capacidad de matar del Estado de Israel, apoyada por los Estados Unidos y consentida por la ONU y la Unión Europea, es enorme.

Estamos en la época de la estadística, de las matemáticas, de los números; pero hay una cifra que no se difunde: ¿cuántas personas han muerto en los últimos dos siglos a manos de Europa, Estados Unidos e Israel, sobre todo en África, América Latina y Asia?

Es el trípode de la muerte, no cabe duda.

Primo Levi, prisionero judío en los campos de exterminio nazis, anotó en “Los hundidos y los salvados” algo que me afectó para siempre, refiriéndose a los carceleros alemanes: “No eran monstruos. Tenían nuestro mismo rostro”. Los definió como funcionarios corrientes. Hannah Harendt, en “Eichmann en Jerusalén. Ensayo sobre la banalidad del mal” concluyó que este nazi, organizador del transporte de los judíos a Auschwitz, no era una persona clínicamente enferma, psíquicamente deforme, sino algo peor, lo más temible: “un hombre normal”, como todos nosotros. Obedecía y se plegaba a los designios del Estado, sin discutir la moral del sistema, como la mayoría social de los norteamericanos, de los europeos y de los ciudadanos de Israel.

Como no creo en la continuidad histórica, no voy a decir que “las víctimas de ayer se convirtieron en los verdugos de hoy”, pues los judíos que propician y respaldan las atrocidades de estos días ya no son los supervivientes de Auschwitz y, en un sentido profundo, “son otros”, constituyentes y constituidos por un Estado. Pero sí diré que esa organización estatal y los partidarios de esta ofensiva genocida en Palestina se están comportando, desde hace tiempo, de un modo estrictamente fascista. Pareciera que, al lado de la Torá, tienen en su mesilla de noche “Mi lucha” de Hitler. Han convertido la franja de Gaza en un campo de concentración y no se puede descartar que pronto mute a campo de exterminio. Se bombardea un hospital y se mata a más de quinientas personas: es el Horror, que diría J. Conrad.

Y nosotros, los europeos, nos hemos erigido en cómplices del etnocidio, pues seguimos apegados al Capitalismo hegemónico, expansionista e invasivo, basado en la docilidad de las poblaciones y en la persecución de la Diferencia, sustentador de tres necedades mayúsculas: la producción, el consumo y el consentimiento de la pseudo-democracia liberal. Somos los hermanos del Horror, me parece.

2. Estoy con Palestina

En 1948, la ONU perpetró un crimen histórico, que allanaba el camino para la creación de un Estado expansionista, Israel. Mientras en la ONU mantenga «derecho de veto» Estados Unidos, sabemos qué carta juega esa entidad y por qué no tiene nada que ver con la democracia ni con los falaces Derechos Humanos.

Dos teorías: que hubo un error en los sistemas de espionaje de Israel, lo que dio lugar a la invasión de Hamás; que no hubo ningún error y que ese Estado dejó abierta la puerta a una infiltración del enemigo para luego justificar una ocupación de Gaza, siguiendo las lecciones de Maquiavelo.

El resultado va a ser el mismo, ya lo está siendo: un genocidio, acaso un etnocidio.

Israel es el baluarte del Capitalismo imperialista en Oriente Medio. Desde 1948, no ha cesado de ocupar y ocupar territorios, con sus asentamientos y con sus guerras.

Convirtió la Franja de Gaza en un campo de concentración, parecido al que sufrieron los judíos bajo el fascismo alemán.

Ahora tortura a sus gentes, dejándolas sin luz, sin agua, sin alimentos, para luego tomar posesión del terreno.

Detesto la violencia, pero también defiendo el derecho a la insurrección.

Yo estoy con Palestina, porque mi corazón siempre está del lado de las víctimas. Y van a ser muchas, incontables.

Occidente, la ONU y todas esas organizaciones internacionales cínicas seguirán dándole una palmadita en el hombro a un Estado innegablemente fascista.

Estoy con los palestinos.

3. Capitalismo vírico y bélico

Nuestro sistema se reproduce ahora mediante auto-devastaciones controladas. Entendió que el crecimiento indefinido de todos los países no era soportado por la Biosfera. Debía destruir para regenerar.

Dejó abierta la puerta a los virus, que lo libraban de seres no productivos, ancianos, inmigrantes, sin techo, indígenas…

Y regresó al recurso de la guerra, las que estamos contemplando y las que vendrán.

En Palestina se da un genocidio más, otro etnocidio tan del gusto de las potencias occidentales, que llevan así desde el siglo XV.

Para los virus hay vacunas. Y para las guerras, el negocio de las vendas: unas para curar heridas y la mayoría para tapar los ojos.

Ojalá estés en tus estertores, Capitalismo Occidental! Pero morirás matando, esto es seguro.

4. Todos somos Israel, por desgracia

Un vídeo, a propósito:

@drucho0

Todos somos Israel, por desgracia pedrogarciaolivo

♬ sonido original – Pedro García Olivo

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Alto Juliana de Sesga

«SE HUNDE VERTIGINOSAMENTE ANTE UNOS OJOS ESCRUTADORES POR PRIMERA VEZ SIN DUEÑO Y UNA MANO, FIEL CRONISTA, QUE YA NO PUEDE ASEGURAR QUÉ VOLUNTAD LA MUEVE NI PARA QUIÉN ESCRIBE»

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(La leyenda del Sujeto-Agente)

E. Subirats ha constatado la inadecuación de toda perspectiva “humanista” ante la situación real del individuo en el capitalismo consolidado, celebrando como mérito del estructuralismo la demolición integral de la mítica del Sujeto-Agente:

“La filosofía de la historia del estructuralismo concibe a esta como el proceso de un desarrollo objetivo susceptible de reconstruir como sistema o estructura por parte de un sujeto del conocimiento, pero no constituido por este. Antes bien, el sujeto no existe en el proceso objetivo de la historia sino como constituido o determinado. Asume, a este respecto, la teoría marxiana de la sociedad mercantil, así como la crítica nietzscheana del kantismo y del idealismo en general. De algún modo, la concepción estructuralista coincide con la experiencia de cada cual. Nadie es nada como sujeto empírico, y todo lo que es lo es como miembro y como objeto de las distintas esferas institucionales que componen el todo de una sociedad y ejercen un poder total… La confrontación más o menos explícita del estructuralismo con la tradición cultural moderna del pensamiento clásico ha tendido a poner de manifiesto la falacia del sujeto trascendental en tanto figura de la subjetividad moderna, y asociarla con la tarea histórica de la dominación de la naturaleza y de la sociedad”.

Y en el punto de arranque de esta tradición crítica hallamos, como viene sucediendo en cada apartado, el trabajo en cierto sentido complementario de Marx y Nietzsche: el primero anegando metódicamente al Hombre-Sujeto en el espesor de lo social y de lo histórico; y el segundo pasando a cuchillo la fundamentación filosófica (idealista) de tal fetichización del ser humano. “El ser humano no es ninguna abstracción inherente al individuo particular. En su realidad, es el conjunto de las circunstancias sociales”, anotó Marx en las Tesis…; y, en La ideología alemana, precisó aún más el sentido de su desacuerdo con la filosofía clásica: “La suma de fuerzas de producción, capitales y formas de intercambio social con que cada individuo y cada generación se encuentran como algo dado es el fundamento real de lo que los filósofos se representan como la sustancia y la esencia del hombre”. Y, como si por tortuosos caminos El ocaso de los ídolos corriera al encuentro de la “crítica de la economía política”, Nietzsche acometió en estos términos el derribo del Sujeto-Agente:

“La psicología más antigua y más largo tiempo vigente era la que imponía la pauta aquí: para ella, todo acontecimiento era un acto, y todo acto el efecto de una voluntad; el mundo era visto por dicha psicología como una pluralidad de agentes y a todo acontecimiento se le asignaba uno de ellos (un sujeto)… Se suponía que, en el acto de la voluntad, la causa era el sujeto; igualmente, tampoco se dudaba de que se debía buscar todos los antecedentes de un acto, sus causas, en la conciencia… Nada ha tenido hasta hoy un poder de convicción más nocivo que este error relativo al ser. Cuenta a su favor con cada palabra, con cada frase que pronunciamos”.

El Hombre, que, al diluirse en la necesidad y en el todo, pierde así su condición de Sujeto de la Historia (“el individuo es, de los pies a la cabeza, un fragmento de destino, una ley y una necesidad para todo lo que está por venir… Somos necesarios, un pedazo de fatalidad, formamos parte del todo, somos en el todo; no hay nada que pueda juzgar, medir, comparar y condenar nuestra existencia”), se desvanece también, mediante la impugnación del menor residuo kantiano, como Sujeto (trascendental) del Conocimiento: “A partir de ahora, señores filósofos, evitemos, pues, esa peligrosa y antigua farsa conceptual que ha inventado un sujeto puro del conocimiento, el cual es ajeno a la voluntad, al dolor y al tiempo; guardémonos de los tentáculos de conceptos contradictorios del estilo de razón pura, espíritu absoluto y conocimiento en sí” (F. Nietzsche).

Una tal recomendación, recogida por buena parte de la filosofía crítica posterior, sería relegada al olvido por la metodología académica de la historia. E iguales destinos conocerían las reelaboraciones de tales ideas en el seno de la tradición marxista -Lukács y Gramsci, p. ej.- o entre los acólitos de la “negación” nietzscheana (de Foucault a Baudrillard). Parafraseando a Engels, podríamos sostener que el peculiar modo histórico-científico de pensar “atendiendo a las cosas pierde su conexión, atendiendo al ser pierde su devenir y su perecer, atendiendo al reposo se olvida del movimiento”.

En polémica con P. Vilar, preso aún de la tradición humanista moderna, A. Akoun explicó así el alcance de la intervención estructuralista contra la filosofía del Sujeto: “Lo que Althusser ha demostrado en su lectura de Marx es que no se puede hablar de una filosofía del sujeto en el interior del marxismo: ser hombre, en un análisis marxista, no quiere decir nada; se es burgués o se es proletario, se es siervo o se es señor; se es, así, pura y simplemente, una puesta en escena de la estructura de las relaciones de producción… El Hombre no es el sujeto de la historia; son las relaciones de producción las que ponen en escena al hombre”.

Bien sea, pues, en la dirección de una desublimación radical del hombre-actor como mero “objeto”, determinado en su comportamiento social hasta un punto en el que ya no le cabe la dignidad del Sujeto Transformador de la Historia (la Escuela Francesa, a partir de Nietzsche), bien en el sentido de un desplazamiento del protagonismo histórico desde el individuo en tanto “ser humano” hasta la clase social como producto de las relaciones de producción y del juego complejo de las estructuras (Althusser y sus discípulos, a partir de una peculiar lectura de Marx), la tradición idealista del Sujeto-Agente se ve hoy impugnada desde la filosofía crítica con un vigor que ha hecho hablar, a propósito, de la “muerte del hombre”. Mientras tanto, los metodólogos ortodoxos de la Historia Científica continúan ubicando su disciplina entre las llamadas “ciencias humanas”, con una convicción espantosamente ingenua.

La insostenibilidad actual de la Filosofía del Sujeto, bajo cualquiera de sus formas, se nutre precisamente de la incongruencia detectable entre la realidad fáctica de los individuos concretos, por una parte (que ya se auto-perciben y representan como simples portadores de procesos sociales, como meros objetos de las prácticas institucionales), y su horizonte cultural, por otra -remitente a los paradigmas de la edad clásica moderna y todavía grávido de conceptos hoy tan irrisorios como los de autonomía, libertad, responsabilidad, fidelidad, virtud… La consciencia de esta desproporción, de esta escisión radical entre los conceptos culturales hegemónicos y la realidad sensible que les corresponde bajo los sistemas de poder y dominación del capitalismo finisecular, ha hecho escribir a Foucault una página extraña y sugerente:

“A todos aquellos que quieren hablar aún del hombre, de su reino o de su liberación, a todos aquellos que plantean aún preguntas sobre lo que es el hombre en su esencia, a todos aquellos que quieren partir de él para tener acceso a la verdad, a todos aquellos que en cambio conducen de nuevo todo conocimiento a las verdades del hombre mismo, a todos aquellos que no quieren formalizar sin antropologizar, que no quieren mitologizar sin desmitificar, que no quieren pensar sin pensar a la vez que es el hombre el que piensa, a todas estas formas de reflexión torpes y desviadas no se puede oponer otra cosa que una risa filosófica -es decir, en cierta forma, silenciosa”.

Como manifestación de la Crisis de la Razón, este hombre impotente, derrotado y desterrado de sí mismo, inerme como nunca en su historia, apenas sí puede identificar al fantasma que hoy ocupa lo que un día fue su trono. Sugiere Foucault que la nueva divinidad se llama “lenguaje”, pero no sostienen lo mismo los modernos adoradores de la Mecánica Estructural. En cualquier caso, el hombre, en su caída, sucumbiendo con la Razón en la que ayer soñó encontrar sus alas y que hoy, fardo inclemente, ni siquiera le sirve ya de ancla, se hunde vertiginosamente ante unos ojos escrutadores por primera vez sin dueño y una mano, fiel cronista, que ya no puede asegurar qué voluntad la mueve ni para quién escribe. “El edificio mismo de la Razón, tras un instante de valor insensato, ve disiparse su majestad; lo que subsiste, pese a todo, como un lienzo de pared resquebrajado, acrecienta, no calma, el sentimiento vertiginoso”.

Debe quedar claro, no obstante, que el cuestionamiento radical de la Filosofía del Sujeto -y de su asimilación cientificista- no propende un “rendicionismo” de nuevo cuño, descreído, ante los avatares de la dominación social y la eficacia multiplicada de los poderes coactivos. Antes al contrario, precisamente en la medida en que desilusiona al científico social respecto a las virtualidades emancipatorias de su saber “humanista”, llamando la atención sobre las condiciones históricas en las que formula su pretensión de compromiso a través de la práctica disciplinaria -como nuevo sujeto histórico que resuelve la transformación de la realidad social en la banal acumulatoria de los “conocimientos objetivos”-, justamente en esa medida, desbloquea el camino de un nuevo engarce con la praxis real del sujeto empírico de la resistencia, menos atenta, en la coyuntura actual de la hegemonía capitalista, a la mítica de la Revolución que a la tecnología de la subversión local y fragmentaria y, en cualquier caso, absolutamente vuelta contra la hipocresía del reformismo y de la liberación por la ciencia autónoma, metodológicamente definida.

Como último y más seguro refugio de la Filosofía del Sujeto, el humanismo marxista se atrinchera en la crítica logocéntrica de la metafísica del Hombre-Agente. Manteniendo un sustrato indisimulablemente “antropologista”, la concepción humanista de la historia, suscrita y desarrollada por A. Heller en nuestros días, exigiría, como fundamento último, la creencia en ciertos valores genéricos del ser humano, susceptibles de represión o realización histórica. El Sujeto, idéntico a lo largo del tiempo, se iría determinando antropológicamente por la síntesis de los “valores” realizados o conquistados en cada etapa histórica. Como final del proceso, incluso, según las exégesis marxistas, la constitución histórica de “necesidades radicales”, difícilmente neutralizables por el sistema social, mantendría en pie la posibilidad de la emancipación… Frente al naturalismo subrepticio de semejante construcción, J. Baudrillard ha sostenido la imagen, perfectamente antitética, de una indefinida “génesis ideológica de las necesidades”: incluso “instintos” tan venerados como la pulsión de supervivencia será remitidos, inflexiblemente, al arsenal de las técnicas de reproducción del sistema social. Con ello, efectivamente, se destierra del análisis toda tentación esencialista; pero, simultáneamente, se incurre en cierto idealismo negativo no menos reñido con la historia: frente al optimismo desmadejado de las “necesidades radicales” (apuntadas por Heller en Para cambiar la vida y por Marcuse en El final de la utopía), necesariamente apoyado en cierto naturalismo recatado e incluso en un teleologismo latente que apenas se insinúa por detrás del postulado de la unicidad de la consciencia, tendríamos ahora un pesimismo apocalíptico (sobre todo en La génesis…) socorrido puntualmente por una fetichización del Sistema y una concepción adialéctica del carácter -o estructura de la personalidad- y de las formas dominantes de subjetivización.

Tan lejos de uno como de otro extremo, encontramos la consideración de las “necesidades” como productos intrínsecamente histórico-sociales, sujetos inevitablemente todas las estrategias de canalización y reconducción política reproductiva, pero, en virtud de su fundamental ambivalencia, suscitadores de demandas y reivindicaciones no siempre integrables, rectoras de la praxis y de la resistencia. De ahí la repulsa nietzscheana de aquella “moral de la doma y de la cría” obsesionada en la rectificación (doma) de los individuos y en su proliferación táctica (cría) como condición de la transformación social; de ahí también la propuesta de un “pensamiento afirmativo”, que no condene los comportamientos y las actitudes por su impureza política, sino que refuerce y exprese sin descanso las demandas efectivamente presentes, extremando su poder de perturbación y su eventual -también contingente- peligrosidad política.

Frente al modelo de la “consciencia transhistórica” -substrato inalterable de los planteamientos que acabamos de revisar-, consagrado por cierta tradición marxista y determinante asimismo de las teorías humanistas de la “alienación” y de la “ideología como falsa consciencia”, M. Foucault propuso, contrariando convicciones firmemente arraigadas en la fragua de la Historia Científica, la alternativa genealógica de la “emergencia” sucesiva de diferentes tipos históricos de subjetividad. De esta forma, p. ej., la transición al capitalismo, en el siglo XIX, ya no supondría un nuevo “avance” en el desarrollo genérico del Hombre, o la conquista por la consciencia humana de nuevas cotas de libertad y conocimiento, sino más bien la simple irrupción de un “nuevo tipo de subjetividad histórica”, contemporáneo de la reordenación del saber conforme a las exigencias de las nuevas formas de dominación y de poder (concretado, por lo demás, en el abanico de las “ciencias humanas” burguesas) . Como anunció en La Verdad y las Formas Jurídicas:

“Me propongo mostrar cómo es que las prácticas sociales pueden llegar a engendrar dominios de saber que no solo hacen que aparezcan nuevos objetos, conceptos y técnicas, sino que hacen nacer además formas totalmente nuevas de sujetos y sujetos de conocimiento”.

De este modo, Foucault se situaba en las antípodas de la teoría marxista de la “ideología como falsa consciencia” y concretaba teoréticamente una de las exigencias formuladas por la tradición antilogocéntrica moderna: instalar la discontinuidad en el corazón mismo del Sujeto. Complementariamente, y en lo concerniente a la relación con el Objeto, el señuelo de la unidad, de la identidad y de la síntesis se veía suspendido sin ambages:

“Es preciso concebir una doble disociación: la de un sujeto central y fundador al que sucederían, de una vez para siempre, acontecimientos, mientras que desplegaría a su alrededor significaciones; y la de un objeto que sería el foco y el lugar de convergencia de las formas reconocidas y de los atributos afirmados… Es preciso concebir, no el sujeto sintetizante-sintetizado, sino esa insuperable fisura. Fisura del Yo y serie de los puntos significantes no forman la unidad que permitiría que el pensamiento fuese a la vez sujeto y objeto; sino que son ellos mismos el acontecimiento del pensamiento y lo incorporal de lo pensado, lo pensado como problema (multiplicidad de puntos dispersos) y el pensamiento como mimo (repetición sin modelo)”.

Y aunque, según algunas opiniones, las posiciones de Foucault, tanto en lo relativo a la teoría de la historia y de la sociedad como en lo que atañe a la concepción puramente epistemológica, no están exentas de graves problemas y (más allá de sus puntos de inacabamiento, de sus blancos y de sus necesarias aporías) rozan eventualmente lo inadmisible, lo insuficiente, lo pre-crítico, es forzoso reconocer la fertilidad teórica de la tradición en que se inserta. Sucede, pues, con la Escuela Francesa lo contrario que con el althusserismo: si aquella, a pesar de sus deficiencias, “produce” teoría, desarrolla la crítica; este, incluso cuando se arroga la magnanimidad de la Ciencia, no cesa de dar vueltas alrededor de sí mismo, obstruyendo la deconstrucción y vedando la innovación teórica.

De la doble impugnación de la Filosofía del Sujeto se han seguido, pues, dispares consecuencias; y la sensación inicial de convergencia crítica se ha desvanecido ante la evidencia de la incomunicabilidad de los resultados… La corriente estructuralista marxista recaería en un “cientificismo” todavía irreprochablemente religioso y sustituiría el reinado del Hombre en la Historia por el despotismo del Juego de las Estructuras -proceso sin sujeto-, mientras que la tradición antilogocéntrica francesa, recalcando la contingencia implacable de las formaciones científicas modernas, suspendería la primacía incontestada del Hombre y, en su lugar, no dejaría más que un extraño “hueco”, un vacío inquietante y testimonial, rondado por el Lenguaje pero no meramente reductible a él. En la práctica, la Teoría Francesa desarrollaría diversos modelos teoréticos, proponiendo formas en parte compatibles y en partes antinómicas de conjurar el efecto desmembrador de un tal agujero. No resulta arriesgado concluir, sin embargo, que la empresa, lejos de arrojar resultados satisfactorios y a pesar de sus perseverantes acometidas, tiende actualmente a revelar su propio fracaso ante un límite infranqueable, un punto de clausura de la teorización, histórica y conceptualmente determinado -manifestación local de la imposibilidad, ya mencionada, de trascender en nuestros días, de forma absoluta, el paradigma clásico.

En cualquier caso, la terrenalización del hombre, al margen de las perplejidades teóricas que suscite, con independencia de las paradojas críticas en que nos hunda, figura como una conquista irrenunciable del pensamiento antimetafísico contemporáneo y ha sido incorporada como presupuesto de partida, como condición de respetabilidad, a los campos filosóficos regionales del psicoanálisis (J. Lacan), la teoría de la escritura (J. Derrida), la problemática política del deseo (G. Deleuze) o el replanteamiento del viejo, e indispensable, asunto de la ideología (de W. Reich a M. Maffesoli).

Sorprende, pues, que la metodología académica de la historia, contraviniendo un punto innegable de consenso crítico contemporáneo (a saber, la negación del Hombre, abstracto y eterno, en tanto Sujeto de la Historia y del Conocimiento), extraiga todavía sus conceptos nucleares del “dominio de juego” de la Filosofía del Sujeto.

(Capítulo completo de «La Policía de la Historia Científica. Crítica del discurso historiográfico», mi tesis doctoral)

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Alto Juliana de Sesga

“HOY SABEMOS QUE AQUEL REINO DE LA RAZÓN NO ERA MÁS QUE EL REINO DE LA BURGUESÍA”

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(El mito de la Cientificidad)

Distanciándose de una tan pertinaz sujeción al Trascendentalismo (mística de la Verdad, fetiche de la Ciencia, “presencia” del Objeto, idealidad y permanencia del Concepto…), F. Nietzsche porfió por la modificación de la perspectiva:

“El origen del lenguaje no sigue un proceso lógico; y todo el material sobre el que, y a partir del cual, trabaja y construye el hombre de la verdad, el investigador, el filósofo, procede, si no de las nubes, en ningún caso de la esencia de las cosas…

La omisión de lo individual y de lo real nos proporciona el “concepto” del mismo modo que también nos proporciona la forma, mientras que la naturaleza no conoce formas ni conceptos, así como tampoco ningún tipo de géneros, sino solamente una “X” que es para nosotros inaccesible e indefinible… Cabe admirar en este caso al hombre como poderoso genio constructor, que acierta a levantar sobre cimientos inestables y, por así decirlo, sobre agua en movimiento, una catedral de conceptos infinitamente complejos…

Entre dos esferas absolutamente distintas, como lo son el sujeto y el objeto, no existe ninguna causalidad, ninguna exactitud, ninguna expresión, sino, a lo sumo, un extrapolar abusivo, un traducir balbuciente a un lenguaje completamente extraño…”.

Y, de la misma manera, si bien con herramientas críticas diferentes, K. Marx se aplicó a la demolición de ese “paradigma clásico” todavía hoy sostenido por la concepción dominante de Ciencia:

“La pregunta de si una verdad efectiva llega al pensamiento humano no es una pregunta de la teoría, sino de la práctica. El hombre ha de comprobar en la práctica la verdad, es decir, la realidad y el poder, la temporalidad de su pensamiento. La polémica sobre la realidad o no realidad de un pensamiento, fuera de la práctica, es una pura pregunta escolástica…

La vida social es práctica en esencia. Todos los misterios que inducen la teoría al misticismo tienen su solución radical en la práctica humana, en la comprensión de esta práctica”.

Frente al “misticismo” de la Teoría del Conocimiento, se sentaban así las bases de un par de tradiciones críticas: la Arqueología del Saber y la Epistemología de la Praxis. La Historia Académica, sin embargo, se permitió desconsiderarlas de forma casi absoluta, como si nunca nadie hubiera dudado bajo ningún concepto de la fiabilidad de sus presupuestos rectores o jamás hubiera sido puesta en tela de juicio la “terrenalidad” de sus premisas de fondo… Peor aún: en la medida en que los más venerados “metodólogos” marxistas -a quienes, en tanto superadores indiscutidos del positivismo conservador, se les presumía una superior “formación teórica”- sintieron la tentación de examinar el sentido de las nuevas corrientes antilogocéntricas, solo consiguieron evidenciar las estremecedoras lagunas intelectuales que los confirmaban como “historiadores de oficio”, levantando sucesivas empalizadas mitificadoras con que salvaguardar a la disciplina histórica de los amenazadores vientos del “relativismo”, el “irracionalismo” o la -pretendida- “reacción” filosófica.

En un pequeño opúsculo, y casi glosando una de las más sugerentes “intuiciones” nietzscheanas, M. Foucault caracterizó así el punto de partida de todo “proyecto arqueológico”:

“No hay nada absolutamente primario que interpretar, porque en el fondo ya todo es interpretación; cada signo es en sí mismo no la cosa que se ofrece a la interpretación, sino la interpretación de otros signos. En efecto, la interpretación no aclara una materia que con el fin de ser desvelada se ofrece pasivamente; ella necesita apoderarse, y violentamente, de una interpretación que está ya allí, que debe trastocar, revolver y romper a golpes de martillo…

Es también en este sentido en el que Nietzsche dice que las palabras fueron siempre inventadas por las clases superiores; no indican un significado, “imponen” una interpretación… No se interpreta en realidad lo que hay en el significado, sino que se interpreta “quién” ha propuesto la interpretación. El principio de interpretación no es otra cosa más que el intérprete, y este es tal vez el sentido que Nietzsche dio a la palabra “psicología”.

Como se observará, desde esta óptica, determinada por Nietzsche, Freud y Marx para objetos diferentes, asumida por Foucault entre otros, toda la problemática de la “teoría del reflejo” (o teoría del conocimiento) aparece como reminiscencia de una epistemología absolutamente anacrónica.

La “epistemología de la praxis” opera un desplazamiento análogo desde el dominio logocéntrico del Objeto (como presencia, como sustancia que exige un Sujeto fundador y un acto original de “constitución”, como entidad emancipada de la historia que hace valer su permanencia e identidad a lo largo del tiempo) hasta el terreno inmediato de la Praxis -pura contingencia, variabilidad y transformación sin límite, actuación sin norma, diferencia en perpetuo movimiento. El criterio de validez del saber ya no se solidarizaría con los motivos metafísicos de la “fidelidad”, la “objetividad”, la “exactitud”, la “verdad”…, sino con los temas, necesariamente políticos, de la “resistencia”, la “modificación”, la “fertilidad práctica”, la “operatividad movilizadora”… Con ello, se vivifica el saber, abandona aquella “mímica de sepulturero” con que torturaba al sujeto de la protesta; y se identifica con ese sujeto y con su lucha hasta el punto de desaparecer como coacción externa, luz autónoma o tradición independiente. Y, solo en virtud de esa fusión, los portadores de los nuevos discursos se hallarían enteramente a salvo de la certera imprecación que Marx lanzara sobre los filósofos neo-hegelianos: “Solo luchan contra frases. A estas frases por ellos combatidas no saben oponer más que otras frases, y no combaten en modo alguno el mundo real existente”.

Por muchas dificultades que encuentre el proyecto del mutuo acercamiento de estas dos tradiciones críticas, por trabajoso que resulte pensar sus articulaciones, hay algo en la Teoría del Reflejo, en el paradigma clásico, que, al desairarlas simultáneamente, establece el fundamento de una convergencia “en la huida”… A ese algo escandaloso (a saber, la neutralización del concepto de cultura) sigue apegada, sin embargo, la historia académica -incluso, o sobre todo, en su modernización marxista.

Debemos a Th. W. Adorno una temprana aproximación al origen y alcance de dicha “neutralización”, así como una toma reactiva de posición filosófica ante la ignominia de la Razón Instrumental que, a partir de ese desarme, dominará los discursos y las prácticas de la Modernidad:

“Algo esencial ha cambiado en la relación entre lo cultural y el poder organizado. La cultura, como aquello que apunta más allá del sistema de la conservación de la especie, incluye un momento de crítica frente a todo lo existente, frente a todas las instituciones. Sin embargo, el concepto de cultura se ha neutralizado en gran medida gracias a la emancipación de los procesos vitales que había recorrido con la ascensión de la burguesía y de la Ilustración: se había embotado su filo ante lo existente… El proceso de neutralización, la metamorfosis de la cultura en una cosa independiente, que ha renunciado a toda relación con la praxis posible, permite entonces adaptarse sin contradicciones y sin peligro a la organización de lo que se purifica incansablemente. Y cabe leer algo de tal neutralización de lo cultural, así como de la compatibilidad de lo neutralizado y la administración, en el hecho de que actualmente puedan fomentarse y presentarse por instituciones oficiales manifestaciones artísticas extremosas, e incluso que deban hacerlo así si es que estas han de despuntar, no obstante que denuncien lo institucional, lo oficial. Mientras el concepto de cultura sacrifica su relación posible con la praxis, se convierte en un momento de la organización”.

Como corolario de esta “integración” del concepto de cultura, todo el área de la cientificidad, con sus prácticas específicas y sus instituciones productoras, cae bajo el maleficio de la cosificación, encajándose en lo existente y contribuyendo a la reproducción de los órdenes políticos establecidos. En palabras de M. Horkheimer:

“Actualmente el acento descansa en lo instrumental; la totalidad de una ciencia forma parte de una herramienta social, todo hombre amenaza en convertirse en una herramienta… Más también en esta evolución actúa, subyacente, la Ilustración. La exigencia de educar a los estudiantes en la fidelidad frente a los hechos -en lo cual reside hoy el pathos de la formación académica- tiene también un sentido humano: han de desvanecerse las quimeras, los seudo-saberes, las supersticiones… Pero, si la imparcialidad abstracta se transmuta en un concentrarse testarudamente en lo dado en cada caso, entonces la fidelidad frente a los hechos se muda en limitación por medio de los hechos -y la limitación es lo contrario de la libertad.

El triunfo de la ciencia natural y de la técnica, desde hace cien años, ha ocultado la opresiva circunstancia de que la universitas no ha sido capaz de resistir suficientemente a esta fuerza dialéctica… La Universidad se encajaba en lo existente con docilidad, y cuanto más machaconamente alardeaba de autonomía e independencia tanto más acomodaticia a lo establecido se mostraba”.

No debe extrañarnos, entonces, que las tradiciones críticas enfrentadas al momento epistemológico de la comentada neutralización de la cultura (es decir, la teoría clásica del conocimiento, degradada aún en “teoría de la ciencia” por el positivismo moderno) tiendan de algún modo a converger, y afiancen esa proclividad al re-encuentro en la remisión, matizada pero inevitable, a las posiciones de Adorno y Horkheimer. Como ha señalado J. Habermas:

“Existen muchas similitudes entre la dialéctica negativa y los procedimientos de deconstrucción -entre la crítica de la razón instrumental y los análisis de las formaciones del discurso y del poder.

El componente lúdico-subversivo de una crítica de la razón que es consciente de su propia autorreferencialidad paradójica y la explotación de las posibilidades empíricas que fueron reveladas en un primer momento por la estética de la vanguardia: ambos aspectos caracterizan un pensamiento y una presentación de corte nietzscheano, que establece la afinidad espiritual de Adorno con Derrida, por un lado, y con Foucault, por otro. Lo que separa a Adorno de estos dos pensadores, como de Nietzsche mismo -y esto me parece políticamente decisivo-, es lo siguiente: Adorno no se desprende meramente del contradiscurso que ha ocupado la modernidad desde sus comienzos; más bien, en su desesperada adhesión al procedimiento de la negación determinada, permanece fiel a la idea de que no hay más cura para las heridas de la Ilustración que la radicalización de la Ilustración misma”.

Y, si la relación de la Arqueología del Saber (proyecto deconstructor, genealogía del poder) con el criticismo de la Escuela de Frankfürt apenas requiere tales matizaciones, aún más perceptible resulta la “continuidad” de los intereses teóricos de Adorno y Horkheimer en los representantes de la llamada Epistemología de la Praxis -que busca igualmente apoyo fundamentador en las tesis de K. Korsch y A. Gramsci.

Por último, y como muestra de la mencionada “convergencia” (testimonio, además, de las inquietudes proscritas en la forja de la Historia Científica), podemos recoger un texto sobradamente esclarecedor, consigna teórica de la denominada Teoría Francesa:

“Quisiera sugerir una manera distinta de avanzar hacia una nueva comprensión de las relaciones de poder que sea a la vez más empírica, más directamente ligada a nuestra situación presente y que implique además relaciones entre la teoría y la práctica. Este nuevo modo de investigación consiste en tomar como punto de partida la forma de resistencia a cada uno de los diferentes tipos de poder…”.

Bastaría con desplazar ligeramente los acentos para que esta sugerencia de Foucault se reconociera, como ante un espejo, en las prescripciones más características de los enfatizadores radicales de la praxis. Uno de ellos, E. Subirats, ha escrito, por ejemplo, lo siguiente:

“El ataque a esta Razón, que históricamente coincide con el logos de la dominación, es la primera tarea que ha de afrontar la filosofía crítica. Esta, en la medida en que asume la defensa del individuo determinado ante los poderes establecidos y hace suya la causa de la conservación del sujeto empírico que el progreso capitalista amenaza y destruye efectivamente, tiene que identificarse también con el protagonista de la protesta y las formas más radicales de resistencia frente a estos poderes… Su solidaridad con el individuo social, para el que pretende ser un medio de su defensa, solo se concreta allí donde su crítica y las categorías teóricas que emplea se articulan de una manera transparente con formas de resistencia colectiva”.

Las nociones de Ciencia, Razón, Objetividad -o, simplemente, Verdad- asumidas por la narrativa de la “metodología de la historia” se sitúan, sin embargo, muy lejos de lo que acabamos de presentar como Arqueología del Saber y Epistemología de la Praxis. En todos los casos, la consagración logocéntrica de los conceptos fundamentales de la prescriptiva metodológica requirió, significativamente, una cancelación de la historia y de la política como instancias temporalizadoras, y articuló sustitutivamente un universo del discurso pretendidamente a salvo de la erosión del devenir y de la implicación en las luchas sociales. Se podría aplicar así a los metodólogos de la historia aquello que F. Nietzsche escribió a propósito de los filósofos:

“¿Qué es lo que pertenece a la idiosincrasia del filósofo? Pues, p. ej., su carencia de sentido histórico, su odio a la idea misma de devenir, su afán de estaticismo egipcio. Los filósofos creen que honran algo cuando lo sacan de la historia, cuando lo conciben desde la óptica de lo eterno, cuando lo convierten en una momia… Todo lo que han utilizado los filósofos desde hace miles de años no son más que momias conceptuales; nada real ha salido con vida de sus manos. Cuando esos idólatras adoran algo, lo matan y lo disecan…”.

Al eternizar sus recomendaciones procedimentales y hacerlas derivar indefinidamente de una concepción pétrea, cósica, ahistórica, de la Razón y de la Ciencia, estos metodólogos olvidaron además, a pesar de su ocasional presunción de progresismo, una de las más importantes observaciones marxianas: “Los hombres, al establecer las relaciones sociales con arreglo al desarrollo de su producción material, crean también los principios, las ideas y las categorías conforme a sus relaciones sociales. Por tanto, estas ideas, estas categorías, son tan poco eternas como las relaciones sociales a las que sirven de expresión. Son productos históricos y transitorios”. Y, en este sentido, de igual modo que, en el decir de F. Engels, “hoy sabemos que aquel Reino de la Razón no era más que el Reino de la Burguesía”, tampoco nos cabe ya duda de que el Imperativo del Rigor en el que se fundaba la mítica de la Objetividad Científica no era otra cosa que el Imperativo de la Legitimación que sostenía, al nivel de las superestructuras, las formas establecidas de subjetivización y reproducción capitalistas.

Como vimos, el mayor interés -para nuestros propósitos- de la Teoría de la Posmodernidad radicaba en su contribución, somera y hasta tardía, al establecimiento de los parámetros históricos del Proyecto Moderno y de la cadena conceptual en que habría de fosilizarse: Objetividad, Disciplina, Ciencia, Verdad, Razón… En otra parte, nos referimos asimismo a las principales obras comprometidas en esta “historización” de la Ciencia Moderna. Interesa ahora destacar que la literatura de la metodología de la historia, reconocible o no bajo tal título, se ha desatendido por completo de dicha tarea; y no tanto por desidia o por cierta jerarquía extravagante de los intereses como por el escaso “sentido histórico” de sus realizaciones: la “historia de la ciencia histórica” ha sido resuelta como un difícil ascenso a la cima del rigor, sin que en ningún momento se planteara la determinación histórico-social de eso que celebraba como “método científico”.

Al abordar la historia del saber historiográfico como “progreso” o evolución meramente técnico-procedimental, al superponer simplemente a ese núcleo positivista cierta panorámica diacrónica de los temas más tratados, de las teorías sociales e históricas asumidas en cada momento y, como mucho, de la efectividad legitimatoria coyuntural de las sucesivas “tendencias”, la crítica historiográfica académica se condena, a su vez, a la racionalización de los modos imperantes, a la justificación de la forma hegemónica de discurso histórico (regido aún, como señalamos, por la ordenación “burguesa” del saber).

Como alternativa, solo un replanteamiento de la problemática gnoseológica -“política” en un determinado sentido- de la Historia Científica, especialmente atento a los aprioris históricos de cada “episteme”, convencido de la fatal contingencia de todos los conceptos, interesado también por las condiciones materiales de la producción del saber y las relaciones entre las prácticas discursivas y las restantes prácticas sociales, puede devolver a la “crítica de la historiografía” aquella perspectiva histórica que F. Nietzsche echaba de menos en la “historia de los historiadores” y nosotros, concretamente, en el “discurso del método”.

Y, como condición primera de tal rectificación, habrá que liberar al más general de los conceptos, el de Razón, del yugo de la “teoría del conocimiento”, devolviéndolo, sin compasión ni acritud, a la infamia de sus orígenes. Un desplazamiento análogo deberán conocer las nociones dependientes (subordinadas) de Verdad y Objetividad. Preparando el terreno de esta desacralización, E. Subirats anotó lo siguiente:

“En Kant, la separación entre la conservación del individuo empírico y los intereses de la razón alcanza una forma ejemplar que va a ser definitiva para toda la época moderna. La razón en Kant ya no trabaja en modo alguno para satisfacer las necesidades o reproducir la existencia de los individuos concretos, es decir, históricos, determinados, de carne y hueso, que actúan y viven en una sociedad dada. La razón kantiana, y su muy penoso trabajo, solo se cumple en favor de un sujeto vacío (el sujeto trascendental) que es puro poder, pura potencia de dominación, y nada más: un sujeto lógico y, según la misma formulación de Kant, un punto vacío… Este punto vacío, portador de la razón y de sus intereses, coincide históricamente y define concretamente al sujeto burgués”.

En la proporción en que ese trabajo crítico y deconstructivo arroje algún resultado, imponga sus conclusiones y conquiste cierta credibilidad, podrá afirmarse que, por una vez, nuestra ciencia ha dejado de estar “hecha por hombres en quienes el deseo de conocer ha muerto” o, dando un paso más (el paso decisivo), relegaremos al pasado la breve y radical observación nietzscheana: “La forma moderna de hacer ciencia embrutece”… Por ello, solo se trabaja en favor de esta “corrosión” programática desde los márgenes del saber institucionalizado -terreno de juego de una escritura inclasificable, insegura, ingrata y necesaria como la renuncia a la existencia ordenada en el capitalismo extensivo que la engendra y reprime. Y en este territorio, vasto como las superficies desiertas, se conserva (rara flor de invernadero) la vieja aspiración de Antonin Artaud:

“Insistir en esta idea de la cultura en acción y que llega a ser en nosotros como un nuevo órgano, una especie de segundo aliento”.

(De «La Policía de la Historia Científica», mi tesis doctoral, ensayo en proceso de digitalización)

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Alto Juliana

DOS DE LOS MAYORES ENEMIGOS DE LA HUMANIDAD: LA ESPERANZA Y EL TEMOR

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(A propósito de la reseña de “Desesperar” compuesta por Blas Valentín)

La Esperanza nos ata a un horizonte falaz que, como tal, nunca se alcanza. Ciertamente, nos parece que avanzamos hacia él; y que caminamos hacia adelante por lo menos. Pero, en nuestro mundo, cada paso que se da es un un paso en la servidumbre y en el adocenamiento. Dando la espalda a la Esperanza y desandando los caminos trazados, acaso respiraríamos mejor.

El temor también ata. Nos ata las manos, para que ya no podamos “hacer”; y ata nuestro cerebro, convirtiendo el pensar en repetir. El miedo ata las manos del cerebro…

Lo advirtió Goethe, lamentable estadista e importante escritor, en su “Fausto” y por medio de Mefistófeles: “Tengo en cadenas a dos de los mayores enemigos de la Humanidad: la Esperanza y el Temor”.

Presento la reseña de “Desesperar” que Blas Valentín ha compuesto para su blog. Me mostró dos borradores, señalando que el segundo era más crítico y hasta me podía molestar. Por supuesto, elegí el segundo, que no me importunó en absoluto y más viniendo de una amigo.

Escribí “Desesperar” en el mejor gabinete del mundo: el monte público. Me había separado de la sociedad y recorría los parajes de Arroyo Cerezo conduciendo un hato de cabras. Todas las mañanas, apenas amanecía, acompañaba a mi rebaño con un cuaderno y un lápiz en el morral. Cada día me proponía un tema de reflexión; y, a la noche, de vuelta al hogar ansiando tirarme a la alfombra para jugar con mi hijo, que era muy pequeño, ya contaba con un capítulo o un fragmento.

Reseña de “Desesperar”, por Blas Valentín:

https://blogsaverroes.juntadeandalucia.es/blablablas/desesperar/blogsaverroes.juntadeandalucia.es

RESEÑA DE «DESESPERAR», OBRA DE PEDRO GARCÍA OLIVO

Por Blas Valentín


Desesperar: género y estructura

Publicada en 2003, Desesperar es la novela de la mirada perdida, ventana rota que da a algún vacío. (nota 1 ‘Ventana rota’). 

La primera acepción en la RAE de ‘desesperar’ nos remite a ‘desesperanzar’ (quitar la esperanza, quedarse sin esperanza). ¿Qué mueve a la desesperanza a escribir o pontificar sobre ella misma sin una mínima brizna de esperanza? En principio, García Olivo no es creíble.

Entonces, ¿por qué escribe un texto sobre la desesperación? ¿Si todo es desesperar o desesperación, para qué escribir? ¿Cuál es entonces la razón de la escritura ya que no anuncia ninguna buena nueva, ni ayuda a nadie, ni contribuye con ella a un mundo mejor?  Afirma en su nota 2 ‘Superficies desiertas’:Estoy desesperado. Hasta el punto de iniciar de un modo tan huidizo un texto sobre la desesperación (…). Desesperar: haber dejado de aguardar… Dejar de esperar, y nada más.

Y en la nota 4 perfila esta definición:Antes pensaba que una novela -una novela mía, por lo menos- debía partir siempre de una cuestión trascendente. Y que le incumbía desarrollarse de un modo riguroso. Ahora observo que mis trabajos, en verdad, comienzan de cualquier modo y concluyen cuando quieren. De la trascendencia les queda solo un regusto, un toque de empalago. Así que han dejado de valer la pena.

La respuesta, no obstante, no se nos ofrece ni en la nota 2, ni en la 4, ni en ninguna parte. ¿Qué voluntad puede mover a la desesperación a escribir sobre ella misma si no la anima una miaja de esperanza?

García Olivo puede ser considerado un «novelista atípico» o incluso un “mal novelista” debido a la desviación de las convenciones habituales que definen la novela. En contraposición a lo que generalmente se entiende de manera vaga como ‘novela’, es decir, una narración estructurada con una trama más o menos evidente y enraizada en una poética de corte realista, ‘Desesperar’ se distancia de esta norma. Filosofa, poetiza dicha filosofía y se sirve únicamente de la narración, o de múltiples narraciones porque hay muchas y dispersas, para su filosofía de frontal oposición a todo. En una nota posterior (nota 8: ‘Pocilga literaria’), cuando García Olivo aborda el tema de la literatura, lo hace empleando los siguientes términos:No espero nada de la literatura -a ella tampoco le cabe esperar mucho de mí. Me considero inmune a toda esa engañifa de “la buena escritura”. La figura, clásica o moderna, del escritor de talento me parece odiosa (y, a la vez, cómica, con un deje de patetismo que forma casi parte de su gracia de bufón). Detesto el gran mundo corrompido de los autores de renombre casi tanto como el mundillo lastimero de los escritores en busca de prestigio. Me repele la idea de que pueda existir una crítica literaria que no mueva a risa y un mercado de la obra de arte que no atufe a pocilga. Sin embargo, ‘no’ escribo.

Su pretenciosa radicalidad trasciende la «descripción minuciosa y detallada de la realidad», lo cual hacen todos los autores de novela lírica o de filosofía rupturista, pero pretende ir más allá: ruptura total, sin paliativos, con cualquier germen de literatura: «Cuando concebí este trabajo, se me representó como una cala respetuosa en un mundo reo de marginalidad, objeto del más olvidadizo desconocimiento. Sin idealizaciones. Sin prejuicios. A salvo de la exaltación romántica en igual medida que del despreciativo despotismo urbano (…) Y vuelvo a entregarme a un hablar de mí mismo que no debe interesar a casi nadie. De hecho, a mí no me interesa. No espero nada de esta obra. No es lícito anhelar algo de ella. Ni siquiera sirve para perder el tiempo.»

¿Cómo se puede renunciar a las palabras utilizando las mismas palabras? ¿Cómo no le interesa hablar de sí mismo si no ceja de hablar de sí mismo? ¿Cómo no esperar nada de la obra si la plasma por escrito?

Destaca un aspecto de vital importancia: el enfoque filosófico del mundo a través de la internalización de la experiencia, una visión integral y sin diluciones, donde no existe espacio ni margen para componendas. Esta es una actitud plenamente romántica, y cuando las palabras entran en contradicción con la actitud conviene siempre atender esta última, así en la literatura como en la vida. 

En última instancia, «Desesperar» encarna una visión filosófica que pretende ser descorazonadamente absoluta. En ocasiones, he creído ver en esta obra una suerte de novela lírica, a la manera de Valle-Inclán, González-Ruano, Unamuno o Gabriel Miró, pero sería olvidar una poderosísima vertiente filosófica desengañada y en oposición al mundo. En esta oposición, en esta lucha perpetua de García Olivo encuentro su leitmotiv y razón de ser: una oposición al poder cualquiera que sea, vistiendo siempre los márgenes, la rebeldía. 

La desarticulación narrativa, característica inconfundible de este género, alcanza su punto máximo en «Desesperar»: el texto se presenta en forma de notas de longitud irregular y con una organización interna sumamente cambiante; la trama argumental parece casi rechazar lo que comúnmente se entiende como trama; los recuerdos se entremezclan con sus ideas radicales, con su visión del mundo y la aparición de Basilio, eje cuasivertebrador de todo su discurso: el personaje real de Basilio va un paso más allá en la filosofía de la desesperación: es un matarife, sabe matar con absoluta desesperación y, pese a ello «no descubre en el hombre las cualidades que atisba en el resto de animales, domésticos o salvajes (…) No conserva la menor esperanza en ese arreglar de una vez las averías de la especie humana. Debe su desesperación a la formidable enseñanza de la vida animal y a su propia experiencia de matarife desalmado». (nota 44).

El elemento central de la obra no se encuentra en Basilio, a pesar de ser el personaje principal, sino en la radicalidad del texto en sí, a la que aspira alcanzándola con mayor acierto que Fray Luis de León en su búsqueda de la vía unitiva con Dios. 

Pese a las referencias de George Bataille, y fundamentalmente de Artaud y Nietzsche, referentes que admira, creo ver una obra de orientación centrípeta, es decir, vuelta hacia sí misma. Pero ello no suele suscitar en su escritura un discurso vacío, donde únicamente resuenan las voces internas y los ecos de una intimidad inquieta. Al contrario, si algo resalta de la escritura de García Olivo, aparte de su visión filosófica desencantada, es precisamente aquello que rechaza y le repugna: la literatura o, más concretamente, la fluidez literaria.

Los recuerdos del narrador se objetivan en cuartos cerrados, pocilgas literarias, ventanas rotas, superficies desiertas, pequeños ataúdes con ventanas, conventos o a su patio de ‘mierdas secas’.

Uno de los textos que mejor revelan la concomitancia entre la fluidez narrativa del libro y su motriz argumental, se encuentra al final de la nota 60:Hemos esperado tanto del pensamiento, que ya no sabemos para qué sirve en realidad. Y ha sido tan profunda nuestra desilusión al descubrir la mezquindad de sus frutos que, separándolo de nuestras vidas efectivas, nos hemos convertido, todos, en mentirosos, hipócritas, horda de cínicos modernos. Si hubiera dejado en paz la esperanza al pensamiento, muy probablemente lo usaríamos como Basilio, para vivir cada día. Pero estamos envenenados de esperanza, perdidos de fe, enfermos de aguardar; la esperanza nos hace hombres “de nuestro tiempo”, parásitos y criminales…Basilio no es de esta época; pertenece a un futuro que no será el futuro del hombre. Habrá que vestir luto por nosotros cuando fallezca.

Además, el texto revela una interconexión temática sumamente precisa. Aunque las 90 notas que componen la novela parezcan estar yuxtapuestas, no deben malinterpretarse como una falta de cohesión, ya que subyace una profunda unidad que sostiene la integridad sin fisuras de esta obra. Todo este entramado se basa en última instancia en una visión desencantada del mundo:Solo la desesperación nos libera de la mentira interior; solo ella nos devuelve a la realidad árida, desnuda, casi cadáver, de una condición humana ajena al menor brillo y a la más nimia trascendencia. Instrumento de la liquidación sumaria de toda Quimera, podríamos definir la desesperación como un abrir los ojos sin cobardía ante el fantasma de lo que creemos que somos; un reconocimiento frío y sosegado de nuestra pequeñez de mugre, de nuestra insignificancia de ruido tenue en medio de una noche cualquiera, de nuestra impotencia de hojarasca mecida por los vientos más comunes.

‘Desesperar’ pretender erigirse, con cierta esperanza, como un evangelio de la desesperanza. Y la desesperanza, a salvo de toda engañifa en la teoría, lleva un germen de fiereza y de lucha en sus entrañas, aunque sea en el pozo más oscuro e invisible de sus trazos. En algunas ocasiones definí esta obra como un libro de antiayuda. Desea ser todo lo contrario a un canto de alegría y esperanza: aspira a la desnudez total, a arrancarse cualquier brizna de apariencia y falsedad, y para ello rechaza incluso las palabras y los conceptos como rémoras para llegar a ella:Blindado contra las palabras (quizás la libertad no sea más que una palabra, al igual que la desesperación o la lucha), Basilio no padece tormentos como los míos. No experimenta la necesidad de situarse en el campo de tiro de un concepto, como nosotros. Yo, que quiero inscribirme en la órbita de la libertad, de la desesperación y de la lucha, que quiero incrustarme en cada uno de esos tres territorios, me desgarro. Basilio, que no busca la sombra de las palabras, vive tranquilo bajo el sol de la desesperación.  

Bajo esta óptica, el autor guía su discurso hacia un abismo absoluto, hacia la negación y la deslegitimación de la realidad, apuntando al derrocamiento de todo valor establecido, especialmente aquellos que respaldan los cimientos de la apariencia, la literatura, la retribución laboral, la servidumbre, el capitalismo (valores personificados en el vendedor de piensos) y una variedad de engañifas, que para el autor, carecen de todo fundamento real. Muestras fehacientes de la apariencia y engaño de toda existencia robótica a la que García Olivo renuncia, con todo el desgarro que produce el abismo de la desesperanza.

Lo que comenzó como una ‘ventana rota’ (nota 1), amenazando a ‘punta de navaja’ los ojos que escrutan su lectura, sus páginas incitan a una honda reflexión sobre la nada y el vacío que son este mundo.

Hay una figura oscura que pretende «domesticarlo», aquella que pretende salvarlo de su camino de autodestrucción: la representante metafórica del evangelio de la esperanza, de la buena nueva, de la vida con instrucciones de uso:Si rompía, si emprendía la fuga, era porque algo ponía en peligro dicha sensación. (…) Ella tenía razón: yo no hacía nada a derechas, y se diría que por capricho. Me reprochaba además que, seducido por la Desesperación, me internara tan alegremente por la senda “autodestructiva”, abominando de la enseñanza, de la investigación, de la literatura, de mí mismo… (…)

Voces y estilo

En «Desesperar», una voz resuena casi en exclusividad: la del escritor. De manera excepcional, se cuela otra voz: la de Basilio, acompañada por algunas voces menores. Este texto se despliega como un extenso monólogo en el cual el autor dialoga consigo mismo, dirigiéndose hacia diversos posibles receptores de sus palabras y haciéndonos partícipes de sus contradicciones internas. García Olivo se enfrenta a un espejo y no oculta sus conflictos y sus visiones fatalistas.

A pesar de sus críticas en contra de la literatura, o más precisamente, en contra de las «apariencias de la falsa literatura», ‘Desesperar’ ostenta una prosa fluida. La pluma de García Olivo ha logrado crear un flujo continuo e incansable que lleva su identidad propia, intransferible, otorgándole un matiz singular. 

Resulta notable la estructura fragmentaria de la novela, con capítulos breves que encapsulan escenas autónomas, generando así una marcada sensación de ritmo intrínseco.

«Desesperar» pone en exhibición, de manera ejemplar y constante, muchas de las mejores cualidades que caracterizan la prosa garcíaoliviana. Brillante, intenso, maleable, vibrante, diverso y a veces profundo; este estilo ejerce un rol crucial en la consecución de la notable calidad que el libro ostenta. La organización en fragmentos breves, la ausencia de una trama en el sentido convencional del término, la orientación centrípeta e intransitiva y, especialmente, las ideas rupturistas y totémicas que lo sustentan confieren al estilo un papel de vital importancia. Pero en última instancia no es creíble. 

Apunte final

Mi amigo catalán Marco Antonio Gordillo Rojas, catedrático de literatura española, leyó la reseña de El Espíritu de la fuga y compró, a raíz de ello, el libro de García Olivo. Al cabo de un mes, me escribió un email del cual reproduzco estas palabras literales:«Cómo no agradecerte la lectura de El Espíritu de la fuga, ese juego de espejos de García Olivo en el que literatura y estilo, sensibilidad y sentido, pensamiento y convicción, se unen y, pese a las diferencias de opinión que uno pueda sentir que tiene con el autor, brindan una obra que cautiva y sacude. En la obra veo una calidad literaria de grandes dimensiones, más allá de la ideología e imbricada en ella. Además de ofrecer una antología de textos del mismo autor. Un regalo. Además la leí en comunicación con Los genios de Jaime Bayly, sobre los dos autores hispanoamericanos cuyas andanzas tenían ciertas asociaciones con los «latinos» de Budapest o las inquietudes sandinistas del narrador y autor (en este libro casi en coincidencia perfecta)».

Portada de la novela Desesperar, de Pedro García Olivo

Para descarga libre y gratuita de “Desesperar”:

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana

EL ASOMBRO (Causa, Tiempo, Progreso)

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“NO ES EN ABSOLUTO FILOSÓFICO EL ASOMBRO ACERCA DE QUE LAS COSAS QUE ESTAMOS VIVIENDO SEAN TODAVÍA POSIBLES EN EL SIGLO XX. NO ESTÁ AL COMIENZO DE NINGÚN CONOCIMIENTO A NO SER DE ESTE: QUE LA REPRESENTACIÓN DE LA HISTORIA DE QUE PROCEDE NO SE MANTIENE” (W. Benjamin)

“En la anatomía del hombre está la clave de la anatomía del mono”: con esta afirmación, Marx trastocaba la relación supuesta entre el conocimiento del pasado y la comprensión del presente, desvinculándose del prejuicio “historicista” arraigado en la historiografía ideal para proponer, implícitamente, un replanteamiento del problema de la causalidad más afín a la moderna epistemología de la praxis que a la metafísica de la teoría clásica del conocimiento. De hecho, como Althusser subrayó, K. Marx partió, en El Capital, de un análisis de la sociedad de su tiempo -determinado por el sentido perceptible de las luchas sociales que la atravesaban-, y solo después de establecer su dinámica funcional específica “interpretó” la historia general de la humanidad en los términos que la búsqueda de la congruencia parecía requerir. Sabido es que los teóricos nominalmente “marxistas” de la historia continúan apegados al mito historicista del Origen -condición primera de la pretensión que ya nos harta: conocer el Presente (y preparar el Futuro) a partir de una correcta comprensión del Pasado.

Hoy, sin embargo, si la literatura histórica conserva algún sentido, no será ya el de “guiar” la praxis en función de los resultados del análisis científico del Ayer, sino, inversamente, el de “reinterpretar” lo pretérito según las exigencias de la lucha actual contra los poderes coactivos y, justamente, como prolongación de esa lucha en un ámbito que aún se empeña en mantener la coartada de la autonomía. W. Benjamin desarrolló esta perspectiva en sus Tesis…: “El historicismo se contenta con establecer un nexo causal entre diversos momentos históricos. Pero ningún hecho es ya histórico por ser causa. Llegará a serlo póstumamente a través de datos que muy bien pueden estar separados de él por milenios”. “Datos”, en fin, que no hunden al historiador en las profundidades de su objeto, como tampoco lo elevan a la sobreterrenalidad del método científico; simplemente, se le ofrecen desde el “estado de excepción de su tiempo” con la secreta ilusión de que contribuya a crear el “verdadero estado de excepción”.

Análogo impulso “práctico” se aprecia en la formulación nietzscheana de la Historia Efectiva, que concibe la demolición del Origen como disociación, disgregación, des-enraizamiento de lo que se imaginaba “fijo” y “unido, y como ruptura (corrosión) del finalismo subyacente a la operación gnoseológica clásica. Nadie como M. Foucault para evaluar el alcance de la intervención de Nietzsche en este campo:

“El sentido histórico escapará a la metafísica para convertirse en instrumento privilegiado de la genealogía si no se posa sobre ningún absoluto. No debe ser más que esta agudeza de una mirada que distingue, reparte, dispersa, deja jugar las separaciones y los márgenes -una especie de mirada disociante capaz de disociarse a sí misma y de borrar la unidad de ese ser humano que se supone conducido soberanamente hacia su pasado…

Creemos que nuestro presente se apoya sobre intenciones profundas, necesidades estables; pedimos a los historiadores que nos convenzan de ello. Pero el verdadero sentido histórico reconoce que vivimos, sin referencia ni coordenadas originarias, en miríadas de sucesos perdidos…

La historia efectiva no teme ser un saber en perspectiva. Los historiadores buscan en la medida de lo posible borrar lo que puede traicionar, en su saber, el lugar desde el cual miran, el momento en el que están, el partido que toman -lo inapresable de su pasión. El sentido histórico, tal y como Nietzsche lo entiende, se sabe perspectiva y no rechaza el sistema de su propia injusticia”.

Podría sostenerse que este desplazamiento del punto de vista, con la redefinición del problema de la causalidad que propende, supone y exige, al anegar el “valor” del conocimiento en la irreductibilidad de la praxis, la mediación de un momento afectivo (un acto de voluntad o de deseo) justamente del lado del sujeto del saber. Con ser cierta, una tal “mediación” no conlleva forzosamente una recaída demasiado molesta en la viscosidad inaguantable de la Moral. Como ha apuntado Horkheimer en “Responsabilidad y Estudio”:

“Existe una conexión interna entre el culto de los hechos en la ciencia, precisamente en sus vástagos intelectuales, y la falta de resistencia con que las gentes -en primer lugar, las llamadas personas cultas– se dejan dominar. El pensar no tiene nada que ver con datos carentes de sentido que se ensamblan exteriormente, sino que los hechos son siempre de antemano momentos de una unidad conceptual en la que participa la naturaleza espiritual del sujeto… En toda teoría genuina se halla un momento afectivo; y, verdaderamente, en todo momento afectivo, uno intelectual”.

Y, en el peor de los casos, ese componente quizá teológico de la epistemología de la praxis, de la Historia Efectiva, no hará más que manifestar, en nuestro terreno, los límites conceptuales de la crítica teórica y la vigencia (indeseada, combatida, insuperable) de la metafísica: “No podemos, en efecto, evitar toparnos en determinado momento con los límites logocéntricos y etnocéntricos del modelo clásico”. Y esos límites, puntos de clausura histórica del discurso metafísico, son también (con independencia de toda voluntad de anti-clasicismo) los del propio proyecto deconstructor. Aplicando al materialismo histórico una observación que Engels anotara a propósito de “los pensadores del siglo XVIII”, W. Benjamin llegó a escribir -en relación con esta instancia trágica del pensamiento crítico- algo turbador y solo superficialmente desconcertante:

“Ha existido, según se dice, un autómata construido de tal manera que resultaba capaz de replicar a cada jugada de un ajedrecista con otra jugada contraria que le aseguraba ganar la partida… En realidad, se sentaba dentro un enano jorobado que era un maestro en el juego del ajedrez y que guiaba mediante hilos la mano del muñeco… Siempre tendrá que ganar este muñeco que llamamos Materialismo Histórico. Podrá habérselas sin más ni más con cualquiera, si toma a su servicio a la teología que, como es sabido, es hoy pequeña y fea y no debe dejarse ver en modo alguno”.

Es posible, en fin, que no se refiriera a otra cosa E. M. Cioran con la siguiente sentencia: “Quien quiera mantener su pensamiento en equilibrio intentará no tocar ciertas supersticiones fundamentales”.

Pero, si la denegación de la quimera del Origen conserva el poder de arrojarnos a estas regiones paradójicas en las que la Crítica, para sobrevivir, se ve forzada a guarecerse en cualquier refugio, digno o indigno, y a cubrirse con los más desgastados andrajos, la instalación en las comarcas amables de la teoría clásica del conocimiento tampoco está exenta de problemas. Lo han testimoniado las derivas del estructuralismo menos consciente de su propia empresa y los promotores teóricos de los diversos reduccionismos analíticos (politicismo, economicismo, sociologismo y productivismo, en escala de relativa admisibilidad). En esas dos direcciones, la pregunta por la causalidad histórica ha conocido respuestas entrelazables, insatisfactorias incluso para la boca que formulaba la cuestión, convergentes en su pretensión de arraigar en un suelo ideal de axiomática gnoseológica formalista.

Cabe representar la historia del “reduccionismo analítico” bajo la forma, en parte, de una contienda interminable, de una conflagración ininterrumpida, con el discurso de la totalidad, oscuro e invencible. Una contienda que, como en una parodia de la dialéctica, haría surgir al “enemigo del día siguiente” justo de entre los despojos del “derrotado de hoy”: así, de las ruinas del politicismo, edificio demasiado imponente para la precariedad de sus cimientos, emergería el economicismo, orgulloso del materialismo vulgar que le servía de daga y escudo; de entre los escombros del economicismo germinaría el sociologismo, mejor educado que su antecesor pero no menos ignorante -refinadamente inculto, como un viejo aristócrata-; y con los restos del sociologismo se forjaría el productivismo, sólido, bien armado y probablemente -hasta donde nuestra vista alcanza- indoblegable.

Siendo diversos en su superficie, todos los reduccionismos comparten un mismo proceder: la atribución de una Razón fija y somera, de una Lógica inmutable y esquemática, de un Motor unidimensional e indetenible, al devenir histórico, que ya contaría por tanto con una Causa última (o primera), una Causa de las causas, tal un remedo de la Creación. Y su antagonista, verdugo de las disciplinas y de los determinismos, pensamiento que jura hablar en nombre de la totalidad maltratada, no puede identificarse con precisión, no admite ningún nombre conocido. Hasta el día de hoy, en el que se enfrenta desesperadamente al Productivismo, se nutría incluso de los prófugos, de los desertores de todo calibre, de los prisioneros del ejército enemigo. Es cierto que se amparaba bajo la majestad de la Crítica, que decía combatir al servicio de opacas liberaciones y que detestaba las religiones, los dioses, los ídolos -tal vez por no soportar verse ensombrecido.

Y en las filas de la Victoria, entre los negadores de la reducción, se hallaba también un extraño, peligroso, innoble aliado, cuya arma esencial era la remisión a la combinatoria estructural, a la dinámica de los sistemas, al juego abstracto de los niveles interrelacionados -ambiguo aliado que, más que luchar en favor de la totalidad mutilada, soñaba aún con dominarla, tiranizarla, acapararla… En este caso, la instancia crítica se avenía en secreto con el objeto de la denuncia (la baja pasión reductora) y, a pesar de su rechazo explícito de la mítica del Origen, procuraba testarudamente confinar la causalidad en “lo conocido”, recluirla en “lo habitual” -si ya no en las zarpas de un factor o elemento sobredeterminante, sí en las redes abstrusas de una combinatoria más o menos compleja, de un sistema ideológico hasta cierto punto mecánico. Nietzsche, adelantándose a estas tendencias, advirtió el efecto de dicho proceder:

“La pregunta relativa a la causa no debe dar como respuesta, en la medida de lo posible, una causa cualquiera, sino un determinado tipo de causa: una causa que tranquilice, que libere y que alivie. La primera consecuencia de esa necesidad es que determinamos que la causa es algo que ya conocemos, que ya hemos vivido, que se encuentra grabado en nuestra memoria. Queda excluido como causa lo nuevo, lo no vivido, lo extraño. En consecuencia, lo que buscamos como causa no es solo un tipo de explicación, sino un tipo escogido y privilegiado de explicación: la que de un modo más rápido y frecuente elimine el sentimiento que produce lo extraño, lo nuevo, lo no vivido -es decir, las explicaciones más habituales…

La consecuencia es que cada vez va adquiriendo mayor preponderancia una forma de determinación de las causas, que se va concretando en un sistema y que finaliza destacando como dominante, es decir, que acaba excluyendo sin más otras causas y otras explicaciones”.

No consideramos arriesgado concluir que, en la medida (insignificante) en que la Disciplina Histórica ha sido capaz de conjurar el enguillotamiento reflexivo de los sucesivos reduccionismos, la “superación” de tal deficiencia ha conducido fatalmente a la pirotecnia inútil de cierta vulgarización del estructuralismo -por lo que la denuncia de la reducción ha trabajado al servicio de una ilusoria aprehensión del secreto de la causalidad. Y, bien de la mano de los determinismos -politicistas, economicistas, sociologistas, productivistas, estructuralistas…-, bien al regate del positivismo resurgente, la Historia Científica ha perseverado en su consustancial culto del Origen, hasta un punto en que atentar contra este pone en peligro la supervivencia de aquella.

Como desarrollo lógico del mito del Origen, aparece -sobre la superficie de la filosofía burguesa y de las disciplinas científicas académicas- la religión del Progreso.

Para W. Benjamin, “la representación de un progreso del género humano en la historia es inseparable de la representación de la prosecución de esta a lo largo de un tiempo homogéneo y vacío. Pero la historia es objeto de una construcción cuyo lugar no está constituido por el tiempo homogéneo y vacío, sino por un tiempo pleno, un tiempo-ahora”. A partir de ahí, las Tesis… expondrán los fundamentos de una concepción no-teleológica del Tiempo:

“La Antigua Roma fue para Robespierre un pasado cargado de tiempo-ahora que él hacía saltar del continuum de la historia… El mismo salto bajo el cielo despejado de la historia es el salto dialéctico -que así es como Marx entendió la revolución. La consciencia de estar haciendo saltar el continuum de la historia es peculiar de las clases revolucionarias en el momento de su acción. El materialismo histórico no puede renunciar al concepto de un presente que no es transición, sino que ha llegado a detenerse en el tiempo”.

Frente a la concepción metafísica de la historia en tanto “progreso” (del ser humano como naturaleza realizable, de la civilización como refinamiento de las costumbres, de la cultura como superación de la superstición, de la ciencia como negación del mito, de la economía como racionalización de la explotación de la naturaleza, de las prácticas judiciales o penales como cancelación de la crueldad y del desorden, de las necesidades como rebasamiento de lo biológico), férreamente instalada aún, como vimos, en la práctica historiográfica disciplinaria, W. Benjamin proponía una interpretación basada en la ruptura, en la irrupción (revolucionaria) de una “diferencia” que no se deja sojuzgar por la policía del modelo teleológico -y que, de hecho, solo a la postre aparece encerrada es la continuidad idel del tiempo por obra de la clase finalmente dominante… “Hacer saltar el continuum de la historia”: ese era el objeto de la clase revolucionaria en el momento de la lucha y hacia ello apuntaba la concepción marxiana de “dialéctica”. Por último, también en esa dirección debería orientar el historiador -no “historicista”- su práctica de la interpretación, a fin de rescatar el pasado de la “inocencia” en que la mirada de fin del mundo lo mantiene recluido e impregnarlo de “actualidad” como tiemplo pleno, como tiempo-ahora en el que el sujeto de la protesta reconoce la genealogía sin regla de su resistencia. Significativamente, la narrativa histórico-metodológica, en lugar de abolir el finalismo tradicional, disolviendo la “continuidad” en la mera “sucesión”, colabora generosamente con el proyecto logocéntrico en la tarea de redefinir el motor del “dinamismo social” en términos encumbradores del Presente (con sus “libertades”, su “ciencia” y su “historia por fin iluminadora”…).

Como anota F. Jarauta, “la historia continua solo es posible a partir de la función fundadora del Sujeto. En él reposa la certidumbre de que el tiempo no dispersará nada sin restituirlo en una unidad recompuesta bajo la forma de la conciencia histórica, que será la verdad del devenir histórico de la totalidad. Pero, ¿es posible sustentar este tipo de historia después de los descentramientos producidos desde el siglo XIX?”. Y aún más expresivas son las palabras de M. Foucault:

“Si la historia se mantuviera como enlace de las continuidades ininterrumpidas, si anudara sin cesar encadenamientos que ningún análisis podría deshacer sin abstracción, si tramara en torno a los hombres, de sus palabras y sus gestos, oscuras síntesis siempre prontas a reconstituirse…, en ese caso sería un refugio privilegiado para la consciencia… La historia continua es el correlato de la conciencia… Querer hacer del análisis histórico el discurso de lo continuo, y hacer de la conciencia humana el sujeto originario de todo saber y de toda práctica, son las dos caras de un mismo sistema de pensamiento. En él, el tiempo es concebido en términos de totalización, y la revolución nunca es más que una toma de conciencia”.

No nos parece infundado sostener, en fin, que la policía de la Historia Científica permanece atada a la metafísica de esa “historia continua”. Así lo vio también, con la anticipación que tanto sorprende, F. Nietzsche, para quien todo teleologismo del “progreso” convertiría a la práctica historiográfica en instancia de legitimación del presente (“historia demagógica”). No era necesario, para ello, que la serie “ideal” de los sucesos fatales culminara concretamente en la realidad vivida del historiador: instalando la meta de la historia en un Más Allá accesible, “prometido”, al alcance del Sujeto y de su lucha, podía conseguirse también una apologética del Presente como etapa última, preámbulo o antesala, momento profético y elegido para la redención de la Humanidad… Si la continuidad teleológica desemboca en el presente, la racionalización adquiere una especial trasparencia -ese fue el caso de la historiografía liberal-; si apunta hacia un futuro mesiánico, su eficacia se reviste de mayor complejidad: será la contigüidad temporal, la proximidad lógica, la que confiera al presente una especie de “superioridad radical” sobre los períodos precedentes. Desde este punto de vista, y en la medida en que la exuberancia del futuro se ofrece como desenlace fatal de la historia, la legitimación de los órdenes políticos y económicos venideros promueve una característica “detención” de la praxis (proscrita como romanticismo estéril o como afán innecesario), dificultando la constitución de un sujeto de la resistencia liberado del teleologismo dominante. Y ese sería el caso de buena parte de la teoría marxista, con su correlato historiográfico.

En cierto modo, podría considerarse el marxismo como tentativa no resuelta de instaurar un orden no-metafísico del discurso. De ahí que se hallen en él, a la vez, las herramientas metódicas apropiadas para profundizar la crítica del logocentrismo (deconstruirlo) y un inevitable poso residual de la metafísica contra la que se bate -resto necesario, insuprimible, de una conformación del discurso aún hegemónica en nuestros días. Obsérvese, p. ej., el finalismo explícito del siguiente párrafo de Marx: “El proceso entero de la historia es así la procreación real del comunismo, el parto de su existencia empírica; pero, además, en ese proceso la consciencia pensante del comunismo comprende conscientemente su génesis”. Con tales precedentes, no es de extrañar que la tradición marxista, multiforme y hasta contradictoria, produzca también consideraciones como estas: “El hombre puede conseguir el triunfo sobre las fuerzas de la enajenación… uniendo su esfuerzo al de sus compañeros con el fin de construir la sociedad del futuro en la que el hombre verdaderamente formará parte de su comunidad” (F. Pappenheim); “La transformación de la vida cotidiana es… el requisito previo para que el socialismo pueda cumplir su misión histórica” (A. Heller).

La negación de la Teleología no debe trabajar, bajo ningún concepto, al servicio de una nueva “asepsia objetivista”, forma degradada del materialismo adialéctico en torno al cual hoy se recrea, como ante un espejo, la ideología dominante. Por el contrario, el reciente desenmascaramiento de la barbarie íntima de todo finalismo, alejándonos de falsos combates y de horrorosas luchas apocalípticas, en lugar de suscitar un retorno a la “servidumbre de lo evidente”, nos aloja en el inapresable hueco de la desesperación. “No soporto a los cansados y acabados que se rodean de sabiduría y miran objetivamente; no aguanto a los agitadores que se presentan como héroes y ocultan su cabeza de espantapájaros bajo el yelmo mágico del ideal”. Esto escribió Nietzsche para desmarcarse de quienes, a un lado y a otro de la praxis ingobernable, se cobijan bajo un complementario ultraje del devenir (negado, ignorado, en el primer caso; y esclavizado, sojuzgado, en el segundo). Y Bataille, huyendo tanto de la “privación de historia” como del historicismo metafísico, consciente de que “ahora la suerte está echada, la partida perdida mil veces, el hombre definitivamente solo y sin poder decir nada (a menos que actúe: que decida)”, nos recordó la simplicidad de la alternativa:

“La desesperación es sencilla: es la ausencia de toda engañifa. Es el estado de las extensiones desiertas y -puedo imaginármelo- del sol”.

Pedro García Olivo

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

LA AUSENCIA DE TODA ENGAÑIFA

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“La desesperación es sencilla; es la ausencia de toda engañifa. El estado de las superficies desiertas y, puedo imaginármelo, del sol” (G. Bataille).

“El escritor desesperado, consciente de su patetismo, de su flojera, hace lo que puede con los medios de que dispone, y no pretende grandes cosas. Nada tiene que enseñar a nadie, nada que hacer por nadie. Ni alumbra verdades, ni reparte placeres. Tampoco se ama a sí mismo a través del supuesto valor de lo que escribe. De hecho, la cuestión del valor le interesa aún menos que las expectativas penosas de los lectores. Escribe por debilidad, por flaqueza, por no ser capaz de callar, acaso por alguna tara, alguna grave deficiencia de su carácter, por enfermedad, por propia miseria espiritual, por no tener nada mejor ni peor que hacer, por vicio, por estupidez, por cobardía. Y su escritura, que cuenta muy poco para él mismo, nada debe valer para el lector.

Como una piedra arrojada por una mano cualquiera, ahí están mis obras, perfectamente inútiles. Como un hombrecillo que trabaja para alimentar a su familia, y un día morirá y se acabará el hombrecillo, aunque no el trabajo ni la familia, aquí estoy yo, absolutamente irrelevante. Desesperado y feliz, sin nada que aportar a nadie, como un pastor en medio del monte contemplando sus ovejas, irrelevante e inútil, seguro de que no está en mi poder haceros daño, a salvo de influir sobre lectores aún más débiles que yo, incapaz de convenceros de nada, inservible, accidental como la circunstancia de haber nacido, vacío, ligero, hueco, hoja que arrastra el viento, con muy pocas mentiras a las que aferrarme, viviendo por instinto como los animales, hostil, odiador, enemigo”.

(De “Desesperar”, mi obra más franca y una de las más estilísticamente elaboradas)

Para descarga libre y gratuita de este ejercicio narrativo:

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana de Sesga (Ademuz)

LA MUERTE DEL HOMBRE Y DE SU RAZÓN

Posted in Activismo desesperado, antipedagogía, Autor mendicante, Breve nota bio-bibliográfica, Crítica de las sociedades democráticas occidentales, Descarga gratuita de los libros (PDF), Desistematización, Proyectos y últimos trabajos, Sala virtual de lecturas incomodantes. Biblioteca digital with tags , , , , , , , , , , , , , on junio 18, 2023 by Pedro García Olivo

La insostenibilidad actual de la Filosofía del Sujeto, bajo cualquiera de sus formas, se nutre precisamente de la incongruencia detectable entre la realidad fáctica de los individuos concretos, por una parte (que ya se auto-perciben y representan como simples portadores de procesos sociales, como meros objetos de las prácticas institucionales), y su horizonte cultural, por otra -remitente a los paradigmas de la edad clásica moderna y todavía grávido de conceptos hoy tan irrisorios como los de autonomía, libertad, responsabilidad, fidelidad, virtud… La consciencia de esta desproporción, de esta escisión radical entre los conceptos culturales hegemónicos y la realidad sensible que les corresponde bajo los sistemas de poder y dominación del capitalismo tardío, ha hecho escribir a un filósofo francés una página extraña y sugerente:

“A todos aquellos que quieren hablar aún del hombre, de su reino o de su liberación, a todos aquellos que plantean aún preguntas sobre lo que es el hombre en su esencia, a todos aquellos que quieren partir de él para tener acceso a la verdad, a todos aquellos que en cambio conducen de nuevo todo conocimiento a las verdades del hombre mismo, a todos aquellos que no quieren formalizar sin antropologizar, que no quieren mitologizar sin desmitificar, que no quieren pensar sin pensar a la vez que es el hombre el que piensa, a todas estas formas de reflexión torpes y desviadas no se puede oponer otra cosa que una risa filosófica -es decir, en cierta forma, silenciosa”.

Como manifestación de la Crisis de la Razón, este hombre impotente, derrotado y desterrado de sí mismo, inerme como nunca en su historia, apenas sí puede identificar al fantasma que hoy ocupa lo que un día fue su trono. Se ha sugerido que la nueva divinidad se llama “lenguaje”, pero no sostienen lo mismo los modernos adoradores de la Mecánica Estructural.

En cualquier caso, el hombre, en su caída, sucumbiendo con la Razón en la que ayer soñó encontrar sus alas y que hoy, fardo inclemente, ni siquiera le sirve ya de ancla, se hunde vertiginosamente ante unos ojos escrutadores por primera vez sin dueño y una mano, fiel cronista, que ya no puede asegurar qué voluntad la mueve ni para quién escribe. “El edificio mismo de la Razón, tras un instante de valor insensato, ve disiparse su majestad; lo que subsiste, pese a todo, como un lienzo de pared resquebrajado, acrecienta, no calma, el sentimiento vertiginoso”.

(De «La Policía de la Historia Científica», tesis doctoral que defendí en 1991 y que por estos días estoy digitalizando para su libre y gratuita descarga)

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana de Sesga, Ademuz

RESEÑA DE «EL ESPÍRITU DE LA FUGA»

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Reseña de «El Espíritu de la Fuga»
BLAS / PEDRO GARCÍA OLIVO*

POR BLASVALENTINMORENO@GMAIL.COM · PUBLICADA 03/06/2023 · ACTUALIZADO 03/06/2023

(Blas Valentín es profesor de literatura, un gran escritor y mejor amigo)

“Repelencia de escribir una novela, lo mismo que de obedecer. La escritura es obediencia. Qué bien entiendo ahora a Artaud, incapaz de escribir; y a Bataille, incapaz de razonar. Qué bien me entiendo, incapaz de obedecer”. Pedro García Olivo, autor de El Espíritu de la Fuga.

Pedro García Olivo, “Desesperar”

Así en su novela como en su refugio
Adentrarme en la lectura de esta novela ha sido como visitar en su día su refugio en Sesga: que nadie espere una casa con jardín, con recibidor, como esas novelas ya estudias del mercado que hacen la vida más llevadera y fácil; no, al lado de este refugio de Pedro, cuya imagen aparece en la portada de su libro, hay un acantilado, un terraplén, un abismo donde en un descuido puedes dejar la vida, y en las páginas de Pedro se habla de suicidio…

No es un novelista al uso, como bien critica a Víctor Araya el implacable Figueroa, sino la obra de un filósofo poeta, con el espíritu huraño y contradictorio de un Artaud.

Nada de casa con dos plantas, nada de arquitectos; su novela es una desvencijada y destripada casa de una sola planta y con espacio reducidísimo, apenas una covacha, en lo alto de Alto Juliana, allá donde se equivoca el camino y el abismo se hace real.

Para acceder a esta novela hay que subir por enormes montañas, por las mismas que ascendí con Pedro García Olivo cuando me invitó a conocer su refugio: una vez llegas a la lectura de su novela está tan llena de telarañas como el techo de su casa: una maraña inmisericorde y negra donde las arañas no permiten que las moscas y otros insectos molestos perturben su paz. Cualquier lector moriría en sus palabras aristócratas y elevadas, en su densa e intrincada sintaxis, como lo haría cualquier insectillo en la espesa telaraña de su refugio.

Pero en su refugio, el real y no literario, habitáculo pequeño y solitario de una limpieza y sencillez abrumadoras, había una discreta biblioteca y un perro enorme y negro junto a ella que creí verlo orinar sobre los libros, alzando la pata e irrigando toda la cultura.

2. Espíritu de la fuga: espíritu libre

El espíritu de la fuga es una novela de un espíritu libre, que no busca complacer ni gustar a nadie, ni siquiera a sí mismo, blanco inmisericorde de las críticas más acerbas que se dedica a través de Figueroa. Pero es a través de su alter ego, Víctor Aranda, muy parecido al Pedro García Olivo de la vida real, que se exalta indirectamente con el espíritu romántico de los grandes ególatras.

Porque hay egos menesterosos, que buscan la aprobación, el aplauso del vulgo, el reconocimiento público con el que paliar su yo famélico y ruin; por eso Pedro, ego extraño, inquietante, que ha puesto patas arriba el manual de instrucciones de la vida, tiene derecho a crearse su propia estatua; una estatua, por cierto, continuamente bombardeada por sí mismo con disparos de mortero. ¿Qué daño podría hacerle la desaprobación ajena cuando nadie podría superar una autocrítica tan bestial?

Insisto: en su literatura palpita el espíritu romántico de los grandes ególatras, y también un barroquismo no conceptista sino directamente gongorino: tiene palabras tan sumamente doctas y difíciles que hasta él mismo Góngora podría quedar atrapado en la telaraña de su léxico. Yo mismo, que me jactaba de conocer todo el léxico castellano, tuve que echar mano del diccionario en varias ocasiones, anonadado por su ilustre vocabulario. Así palabras como feral, latescente, apriscar, arrecha, abarcia, serondo, torpor y hético, entre muchas otras palabras, ya forman parte de mi acervo gracias a esta inasible, oscurantista, autista, cerril y aristócrata obra.

Por si fuera poco, su sintaxis es copiosa en frases largas y pleonasmos, que mueven a confusión y reducen el seguidismo de la trama.

Góngora, el inmortal e intrincado Góngora, insisto, queda sencillito a su lado, queda parvulario. Con razón podemos decir: «Tras leer a Pedro García Olivo, Góngora no es para tanto. Es más, es poca cosa».

Pedro García Olivo no escribe para nadie, porque a nadie busca gustar, porque sus palabras no salvan de nada, ni ayudan a nada, ni contribuyen a una existencia más afín y esperanzada. Todo lo contrario: te hacen comprender que esta vida es mísera y lo mejor es huir, o luchar, o huir luchando, o luchar huyendo, pero nunca aceptar la realidad. Romanticismo al cuadrado. Creación de una vida al margen de las normas. Cuestionamiento de lo hasta ahora incuestionable, ya no en la forma, sino en el fondo.

No solo no escribe para nadie, sino que publica esta novela y no se hace la menor publicidad.

3. El espíritu de la fuga: un escupitajo en el ojo a la vida autómata con instrucciones de uso

Da igual por qué página abras El espíritu de la fuga: cada página es un escupitajo bacteriano en el ojo a nuestra vida de autómatas o un internamiento en sórdidos internados, hospedajes, estancias en países decadentes con personajes turbios y antihéroes de toda condición o luchas desarraigadas e inútiles. No hay lugar para la esperanza, sí para el suicidio.

Encuentro concomitancias con las vanguardias o con las postvanguardias, y sobre todo con el espíritu de Antoni Artaud, al que con razón menta en sus páginas. Es un Artaud ibérico, desesperado, desesperanzado y al tiempo esperanzado de desesperanza, caleidoscopio de desorden pero siempre guiado por la luz de su sensibilidad poética y un desprecio profundo a lo dado.

Fuera de su refugio había una jaula, regalada por su padre para que cazara conejos y no se muriera de hambre, y junto a la jaula un cuchillo de grandes dimensiones y rastros de pelo y sangre coagulada, auténticos cuajarones. No quise preguntar más… El cuchillo era tan enorme como espantoso. Daban ganas de salir corriendo.

Según nos cuenta Ernesto Figueroa en sus páginas a través de sus notas, Víctor Araya le remitió la obra “El espíritu de la fuga”, y con ella no buscaba persuadir a nadie ni granjearse simpatías. Resulta verosímil, es una escritura tan densa, tan desesperanzada, tan real y pesimista, que dan ganas de cerrar el libro y salir huyendo hacia libros bestseller de desarrollo personal y autoayuda que hagan la existencia más cómoda.

Víctor, así Pedro García Olivo, renuncia a su condición de funcionario y abandona su plaza de profesor. Sorprendente. ¿Quién renunciaría a ser funcionario? Es inmensa la cantidad de personas que cada año intentan conseguir una plaza fija. Y de pronto alguien es capaz de transgredir el mandamiento número 1 de la practicidad.

Víctor Araya, así Pedro García Olivo, se hace pastor de cabras, se sale del rebaño, de las instrucciones de uso, y huye de falsos refugios.

Avalle-Arce afirmó que el Quijotismo es la forma del heroísmo hispano: Del “yo soy yo y mis circunstancias” al “Yo soy yo a pesar de mis circunstancias”. El Quijote se va a morir sin haber vivido, arruinado, sin hijos, sin haber salido del pueblo, y decide inventarse una vida para poder vivir antes de morir sin haber vivido. Pedro García Olivo hace tiempo que se inventó una vida, y la vive literariamente.

Esto me remite a la novela de Leon Tolstoi La muerte de Iván Ilich. En su lecho de muerte Iván Ilich intenta analizar su pasado minuciosamente, tras lo cual le entra la duda de si el estilo de vida acomodado y superficial ha sido el correcto. Trata de justificarse ante su conciencia pero a medida que se acerca su muerte deja de justificarse y asume que, a excepción de su infancia, no ha vivido plenamente. ¿Somos libres o seguimos unas pautas ya marcadas?

4. Contradicciones El espíritu de la fuga

Pero en la contradicción de Pedro, encontramos una conciencia ernestofigueriana y punitiva, que así la expresa: por creer en la Fuga abandonó todo aquello que había conquistado. ¡De cuánto se desposeyó a sí mismo!, ¡de cuánto se privó!

Otra contradicción más: podría uno pensar que nuestro protagonista, Víctor Araya, se desentiende del mundo, es un eremita apartado del mundo, que ha construido un refugio en las montañas y habita los espíritus, la castidad, el desprendimiento de todo lo mundano, en la línea de un San Francisco de Asís o de las tres vías místicas de San Juan de la Cruz. Nada de eso, igual que desde su refugio, de una digna y sencilla pulcritud, se conectaba con el mundo a través de unas placas solares que le daban acceso al Internet, en su novela hay frecuentes alusiones eróticas y pornográficas, pero enunciadas con un lenguaje elevado. Víctor Araya, y su representante en la Tierra, Pedro, han tenido distintas mujeres: húngaras, españolas, hispanoamericanas… Si cada persona es un mundo, ellos han conocido bastantes.

Entre las páginas 93 a 102 hay unas disquisiciones filosóficas acerca del amor, de la posesión y de la fidelidad a través de unos personajes en ocasiones tan cuerdamente locos o tan inquietamente lúcidos como Pedro, que podrían compendiarse en estas frases: Trevor no creía en un amor libre de culpa, un amor puro, empíreo, sin mancha, ajeno a todo juego de dominación y a toda forma opresiva. (…) Como mi esclavitud ama a tu esclavitud, yo también te quiero por tus grilletes y te quiero en tus mazmorras.

Hay algunas contradicciones más, pero me limitaré a comentar el supermito de la desesperación: desmitifica para mitificar o desmitifica desde el supermito. Araya termina por sucumbir a la pasión mitificadora y construye un universo irreal, sublimado: el de los hombres-solo-hombres, seres a salvo de la patraña ideológica, “superhombres nietzscheanos”, por su apego a la tierra y que viven a espaldas de la mentira.

Tales hombres, a la manera de Diógenes el perro o los cínicos antiguos, no buscan ser mito de nada, viven desesperados, y la sublimación de Basilio es en sí una contradicción. Los protagonistas son conscientes…

5. Suicidios El espíritu de la fuga

Cerca del refugio de Pedro hay un abismo. Si uno mide mal sus pasos puede acabar reventándose en el vacío. Hay un terraplén inmisericorde a escasos metros de su chabola. Ese terraplén es, como las constantes alusiones del autor al suicidio, un erizo en el cerebro, un puñal en el fondo del despeñadero. Se contempla el vacío como lo haría una marioneta de hilos rotos y con los ojos abrumadoramente abiertos de espanto, o como diría el mismo Víctor Araya: «Como los ojos de un niño, desesperadamente abiertos ante el horror».

¿De dónde viene esa obsesión del protagonista por el suicidio? El suicidio ocupa una posición de privilegio en sus inquietudes. Cuando a lo largo de sus años de docencia atravesaba aquellas ondas negras, pensaba siempre en quitarse la vida.

Incluso sus personajes arrastran una vida frustrante, irregular, en una esperanza cifrada en un futuro que nunca llega, a través de sórdidos hospedajes, de vergüenzas y sinsabores.

6. La literatura en El espíritu de la fuga

Todo lo que he hecho a lo largo de mi vida ha sido perfectamente inútil; no espero otra cosa de mi escritura, afirma Araya en Desesperar. La mirada de Ernesto Figueroa califica su literatura de desierto y vacaciones de la inteligencia y la imaginación. Su novela la califica solo apta para consumo de minorías ilustradas decadentes, para una minoría autista o de lunáticos. Nadie normal puede acercarse a esta obra y leerla.

Porque Araya detesta tanto la arquitectura de los pomposos chalés tanto como el armazón de la novela clásica, se construyó una chabola en el monte de Sesga y escribió una novela sin esqueleto, hecha a retazos de desesperación.

7. El trabajo en El espíritu de la fuga

Como Albert Camus, a través de Sísifo y la metáfora del trabajo estéril, el trabajo es para Víctor Araya una villanía. Se degrada sin remedio la nobleza de un fugitivo en la villanía del Trabajo.

Igual que opina Camus, el trabajo es un humillante mimetismo de todos los días, una embrutecedora rotación semanal de las tareas y afanes.

Por mi condición de docente, presto especial atención a su nota número 13: EL ANTIPROFESOR, y una nota que merece ser reproducida por su extraordinaria lucidez: La Policía de la enseñanza no ha sido diseñada para manejar el hacha, sino para “administrar los sobornos”. No tiene por objeto aniquilar la sedición tanto como someterla a reglas segundas y convertir la desobediencia interna en factor de reproducción del Orden de la Escuela”.

“A los que dicen que huir no es valeroso, responde:

¿Quién no es fuga?

El valor radica, más bien, en aceptar el huir antes que vivir

quieta e hipócritamente en falsos refugios.

Es posible que yo huya,

pero a lo largo de toda mi huida

busco un arma».

Gilles Deleuze

{Blas Valentín Moreno} © . Todos los derechos reservados. Contacto: casteblas@gmail.com

Funciona con – Diseñado con el Tema Hueman

LA AYUDA ENVENENADA

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SOCIALCINISMO

Sobre el cristianismo disimulado de una izquierda opresora.
Crítica anarquista del antagonismo políticamente correcto.

Video muy corto que ya ha desaparecido varias veces de las redes. Asunto delicado que afronté a mi manera, directa, sencilla y sin escudo.

No nos vengan a ayudar, banda de buitres!

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana

DOCILIDAD

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Para escuchar en «Discursos Peligrosos»:

Presento el texto base del podcast:

LOS CIUDADANOS “DÓCILES”: ASPIRANTES TAIMADOS A LA DIGNIDAD DE MONSTRUOS

1)

Dado el conflicto, el disturbio, la insurgencia, los historiadores (y el resto de los científicos sociales) inmediatamente se disponen a investigar las “causas”, a polemizar sobre los motivos, a buscar explicaciones, a interpretar lo que se percibe como una alteración en el pulso regular de la Normalidad. Causas de los ‘furores’ campesinos medievales (Mousnier), causas de las ‘revoluciones burguesas’ del siglo XIX (Hobsbawn), causas de las ‘revoluciones de terciopelo’ de 1989 en el Este socialista,… Sin embargo, la ausencia de conflictos en condiciones particularmente lacerantes, que hubieran debido movilizar a la población; los extraños períodos de paz social en medio de la penuria o de la opresión; la misteriosa docilidad de una ciudadanía habitualmente explotada y sojuzgada, etc.; no provocan de igual modo el ‘entusiasmo’ de los analistas, la ‘fiebre’ de los estudios, la proliferación de los debates académicos en torno a sus causas, sus razones…

Se diría que la docilidad de la población en contextos histórico-sociales objetivamente explosivos, bajo parámetros de sufrimiento, injusticia y arbitrariedad a todas luces ‘insoportables’, es un fenómeno recurrente a lo largo de la historia de la humanidad y, en su paradoja, uno de los rasgos más llamativos de las sociedades democráticas contemporáneas. Aparece, a la vez, como un objeto de análisis tercamente excluido por nuestras disciplinas científicas, una empresa de investigación que nuestros doctores parecen tener ‘contraindicada’. ¿Por qué?

2)

Wilhem Reich, en Psicología de masas del fascismo, llamó la atención sobre este hecho: lo extraño, lo misterioso, lo enigmático, no es que los individuos se subleven cuando hay razones para ello (una situación de explotación material que se torna insufrible en la coyuntura de una crisis económica, de la intensificación de la opresión política y de la brutalidad represiva, del germinar de nuevas ideas contestatarias,…), sino que no se rebelen cuando tienen todos los motivos del mundo para hacerlo. Esta era la “pregunta inversa” de Wilhem Reich: ¿Por qué las gentes se hunden en el conformismo, en el asentimiento, en la docilidad, cuando tantos indicadores económicos, sociales, políticos, ideológicos, etc., invitan a la movilización y a la lucha?

Trasplantando su pregunta a nuestro tiempo, grávido de peligros y amenazas de todo tipo (ecológicas, socio-económicas, demográficas, político-militares, etc.), con tantos hombres y mujeres viviendo en situaciones límite -no solo “sin futuro”, sino también “sin presente”- y con un reconocimiento generalizado de la base de injusticia, arbitrariedad, servidumbre y coacción sobre la que descansa nuestra sociedad, podríamos plantearnos lo siguiente: ¿Cómo se nos ha convertido en personas tan increíblemente dóciles? ¿Qué nos ha conducido hasta esta enigmática docilidad, una docilidad casi absoluta, incomprensible, solo comparable -en su iniquidad- a la de algunos animales domésticos y, lo que es peor, a la de los “funcionarios”?

3)

Isaac Babel, corresponsal de guerra soviético, cronista de la campaña polaca desplegada por el Ejército Rojo en torno a 1920, contempla atónito las matanzas gratuitas llevadas a cabo en nombre de la Revolución. Cuarenta soldados polacos han sido detenidos. Los reclutas cosacos preguntan a Apanassenko, su general, qué hacen con los prisioneros, si pueden disparar contra ellos de una vez. Apanassenko, educado en el internacionalismo proletario y en la universalización de la Revolución, responde: “No malgastéis los cartuchos, matad con arma blanca; degollad a la enfermera, degollad a los polacos”. Babel se estremece y mira hacia otro lado. Esa noche escribirá en su diario algo que no será ajeno a su posterior encarcelación y a su fusilamiento acusado de actividades antisoviéticas: “La forma en que llevamos la libertad es horrible”.

Días después se repite la escena, pero ya sin necesidad de que los soldados cosacos pierdan el tiempo preguntando qué deben hacer a su general: degüellan a una veintena de polacos, mujeres y niños entre ellos, y les roban sus escasas pertenencias. A cierta distancia, Apanassenko, que se ha ahorrado la orden, los premia con un gesto de aprobación y de reconocimiento. Babel mira a los cosacos, sonrientes después de la matanza; los mira como se mira algo extraño, indescifrable, algo misterioso en su horror, algo terrible y, sobre todo, enigmático: “¿Qué hay detrás de sus rostros; qué enigma de la banalidad, de la insignificancia, de la docilidad?”, anota, al caer la tarde, en su Diario de 1920.

Yo me pregunto lo mismo, me interrogo por este “enigma de la docilidad” que nos aboca, todos los días, a la infamia de una obediencia insensata y culpable. He mirado a mis ex-compañeros de trabajo, profesores, cosacos de la educación, como se mira algo extraño, indescifrable, algo misterioso en su horror (horror, por ejemplo, de haber suspendido al noventa por ciento de la clase; de haber firmado un acta de evaluación, con todo lo que eso significa: ¿cómo se puede firmar un acta de evaluación, aunque nos lo pida el Apanassenko de turno –“matad con arma blanca”?). Ante las pequeñas ‘unidades’ de profesores, avezadas en ese degüelle simbólico del “examen”, me he preguntado siempre lo mismo: “¿Qué hay detrás de sus rostros; qué enigma de la banalidad, de la insignificancia, de la docilidad?”. Docilidad también del resto de los funcionarios, de tantísimos estudiantes, de los trabajadores, de los pobres…

4)

Recientemente, Daniel J. Goldhagen, en Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto, ha subrayado, de un modo intempestivo, la culpabilidad de la sociedad alemana en su conjunto ante la persecución y el exterminio de los judíos; ha remarcado la participación de los alemanes ‘corrientes’, afables padres de familia y buenos vecinos por lo demás, gentes completamente normales (como reza el título de un libro de Christopher R. Browning), en todo lo que desbrozó el camino a Auschwitz.

Estos alemanes corrientes, lo mismo que los cosacos de Apanassenko, torturaron y mataron a sangre fría, sin que nadie los obligara a ello, sin necesitar ya el empujoncito de una orden, deliberadamente, en un gesto supremo, y horroroso, de docilidad -seguían, sin más, la moda de los tiempos, se dejaban llevar por las opiniones dominantes, calcaban los comportamientos en boga, se apegaban blandamente a lo establecido… No es ya, como solía decirse para disculpar su aquiescencia, que ‘cerraran los ojos’ o ‘miraran hacia otra parte’ -eso lo hizo, mientras pudo, Babel-: abrían los ojos de par en par, miraban fijamente a los judíos que tenían delante, y los asesinaban. Es un hecho ya demostrado, por Goldhagen, Browning y otros, que estos homicidas no simpatizaban necesariamente con la ideología nazi, no eran siempre funcionarios del Estado (policías, militares,…), no cumplían órdenes, no alegaban ‘obediencia debida’: eran alemanes corrientes, de todos los oficios, todas las edades y todas las categorías sociales, hombres de lo más normal, tan corrientes y normales como nosotros; gentes, eso sí, que tenían un rasgo en común, un rasgo que muchos de nosotros compartimos con ellos, que nos hermana a ellos en el consentimiento del horror e incluso en la cooperación con el horror: eran personas dóciles, misteriosa y espantosamente dóciles. Toda docilidad es potencialmente homicida…

Aquellos jóvenes que, en un movimiento incauto de su obediencia, se dejaron reclutar y no se negaron a realizar el Servicio Militar, cuando la “objeción” estaba a su alcance, sabían, ya que no cabe presuponerles un idiotismo absoluto, que, al dar ese paso, al erigirse en “soldados”, en razón de su docilidad, podían verse en situación de disparar a matar (en cualquier ‘misión de paz’, por ejemplo), podían matar de hecho, convertirse en asesinos, qué importa si con la aprobación y el aplauso de un Estado. La docilidad mata con la conciencia tranquila y el beneplácito de las Instituciones. Goldhagen lo ha atestiguado para el caso del genocidio… En general, puede concluirse, parafraseando a Cioran, que la docilidad hace de los ciudadanos unos “aspirantes taimados a la dignidad de monstruos”.

5)

Sostengo que este enigmático género de docilidad es un atributo muy extendido entre los hombres de las sociedades democráticas contemporáneas -nuestras sociedades. En la forja, y reproducción, de esa docilidad interviene, por supuesto, la Escuela, al lado de las restantes instituciones de la sociedad civil, de todos los aparatos del Estado. Me parece, además, que esa docilidad potencialmente asesina y capaz de convertirnos en monstruos, se ha extendido ya por casi todas las capas sociales, de arriba a abajo, y caracteriza tanto a los opresores como a los oprimidos, tanto a los poseedores como a los desposeídos. No resultando inaudita entre los primeros (empleados del Estado, propietarios, hombres de las empresas,…; gentes -como es sabido- con madera de monstruos), se me antoja inexplicable, sobrecogedora, entre los segundos: docilidad de los trabajadores, docilidad de los estudiantes, docilidad de los pobres,…

Trabajadores, estudiantes y pobres que se identifican, excepciones aparte, con la misma figura, apuntada por Nietzsche: la figura de la víctima culpable. “Víctimas” por la posición subalterna que ocupan en el orden social -posición dominada, a expensas de una u otra modalidad del poder, siempre en la explotación o en la dependencia económica. Pero también “culpables”: culpables por actuar como actúan, justamente en virtud de su docilidad, de su aquiescencia, de su conformidad con lo dado, de su escasa resistencia. Culpables por las consecuencias objetivas de su docilidad…

Docilidad de nuestros trabajadores, encuadrados en sindicatos que reflejan y refuerzan su sometimiento. Desde los extramuros del Empleo, las voces de esos hombres que huyen del salario han expresado, polémicamente, la imposibilidad de simpatizar con el obrero-tipo de nuestro tiempo: “Es más digno ‘pedir’ que ‘trabajar’; pero es más edificante ‘robar’ que ‘pedir’”, anotó un célebre ex-delincuente…

Docilidad de nuestros estudiantes, cada vez más dispuestos a dejarse atrapar en el modelo del “autoprofesor”, del alumno participativo, activo, que lleva las riendas de la clase, que interviene en la confección de los temarios y en la gestión ‘democrática’ de los Centros, que tienta incluso la autocalificación; joven sumiso ante la nueva lógica de la Educación reformada, tendente a arrinconar la figura anacrónica del profesor autoritario clásico y a erigir al alumnado en sujeto-objeto de la práctica pedagógica. Estudiantes capaces de reclamar, como corroboran algunas encuestas, un robustecimiento de la disciplina escolar, una fortificación del Orden en las aulas…

Docilidad de unos pobres que se limitan hoy a solicitar la compasión de los privilegiadoscomo privilegio de la compasión, y en cuyo comportamiento social no habita ya el menor peligro. Indigentes que nos ofrecen el lastimoso espectáculo de una agonía amable, sin cuestionamiento del orden social general; y que se mueren poco a poco -o no tan poco a poco-, delante de nuestros ojos, sin acusarnos ni agredirnos, aferrados a la raquítica esperanza de que alguien les dulcifique sus próximos cuartos de hora…

6)

De todos modos, se diría que no es sangre lo que corre por las venas de la docilidad del hombre contemporáneo. Se trata, en efecto, de una docilidad enclenque, enfermiza, que no supone afirmación de la bondad de lo dado, que no se nutre de un vigoroso convencimiento, de un asentimiento consciente, de una creencia abigarrada en las virtudes del Sistema; una docilidad que no implica defensa decidida del estado de las cosas.

Nos hallamos, más bien, ante una aceptación desapasionada, casi una entrega, una suspensión del juicio, una obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer. El hombre dócil de nuestra época es prácticamente incapaz de “afirmar” o de “negar” (Dante lo ubicaría en la antesala del Infierno, al lado de aquellos que, no pudiendo ser fieles a Dios, tampoco quisieron ser sus enemigos; aquellos que no tuvieron la dicha de ‘creer’ de corazón ni el coraje de ‘descreer’ valerosamente, tan ineptos para la Plegaria como para la Blasfemia); acata la Norma sin hacerse preguntas sobre su origen o finalidad, y ni ensalza ni denigra la Democracia. Es un ser inerte, al que casi no ha sido necesario “adoctrinar” -su sometimiento es de orden animal, sin conciencia, sin ideas, sin militancia en el frente de la Conservación.

Los cosacos dóciles de Babel no ejecutaban a los polacos movidos por una determinación ideológica, una convicción política, un sistema de creencias (jamás hablaban del “comunismo”; era notorio que nunca pensaban en él, que en absoluto influía sobre su comportamiento); sino solo porque en alguna ocasión se lo habían mandado, por un espeluznante instinto de obediencia, por el encasquillamiento de un acto consentido y hasta aplaudido por la Autoridad. Goldhagen ha demostrado que muchos alemanes ‘corrientes’ participaron en el genocidio (destruyeron, torturaron, mataron) sin compartir el credo nacional-socialista, sin creer en las fábulas hitlerianas; simplemente, se sumergían en una línea de conducta lo mismo que nosotros nos sumergimos en la moda…

7)

Ningún colectivo como el de los funcionarios para ejemplificar esta suerte de docilidad sin convencimiento, docilidad exánime, animal, diría que meramente alimenticia: escudándose en su sentido del deber, en la obediencia debida o en la ética profesional, estos hombres, a lo largo de la historia reciente, han mentido, secuestrado, torturado, asesinado,… Se ha hablado, a este respecto, de una funcionarización de la violencia, de una funcionarización de la ignominia

Significativamente, estos profesionales que no retroceden ante la abyección, capaces de todo crimen, rara vez aparecen como fanáticos de una determinada ideología oficial, creyentes irretractables en la filantropía de su oficio o adoradores encendidos del Estado… Son, solo, hombres que obedecen… Yo he podido comprobarlo en el dominio de la Educación: se siguen las normas “porque sí”; se acepta la Institución sin pensarla (sin leer, valga el ejemplo, las críticas que ha merecido casi desde su nacimiento); se abraza el profesor al “sentido común docente” sin desconfiar de sus apriorismos, de sus callados presupuestos ideológicos; y, en general, se actúa del mismo modo que el resto de los ‘compañeros’, evitando desmarques y desencuentros.

Esta “docilidad de los funcionarios” se asemeja llamativamente a la de nuestros perros: el Estado los mantiene ‘bien’ (comida, bebida, tiempo de suelta,…) y ellos, en pago, obedecen. Igual que nuestro perro condiciona su fidelidad al trato que recibe y probablemente no nos considera el mejor amo del mundo, el funcionario no necesita creer que su Institución, el Estado y el Sistema participan de una incolumidad destellante: mientras se le dé buena vida, obedecerá ladino… Y encontramos, por doquier, funcionarios escépticos, antiautoritarios, críticos del Estado, anticapitalistas, anarquistas,…, obedeciendo todos los días a su Enemigo solo porque este les proporciona rancho y techo, limpia su rincón, los saca a pasear… Me parece que la docilidad de nuestros días, en general, y ya no solo la docilidad funcionaria, acusa esta índole perruna

8)

Desde el campo de la sicología -sicología social, sicología de la paz, sicología clínica,…- se han aportado algunos conceptos, elusivos y tambaleantes, con la intención de esclarecer este “enigma de la docilidad”, abordado como enigma de la parálisis (no-reacción, ausencia de respuesta, ante el peligro, la amenaza o incluso la agresión).

Partiendo de las tesis de Norbert Elias, que interpreta la civilización de los individuos como formación y desarrollo gradual de un aparato de auto-coerción (un aparato de auto-represión que lleva a los sujetos a no exteriorizar sus emociones, a no desatar sus instintos, a no manifestar su singularidad, a sacrificar su espontaneidad y casi a desistir de expresarse), Hans Peter Dreitzel ha defendido la idea de que “en los países industriales los individuos se encuentran doblemente ‘paralizados’ como consecuencia de la fuerza del aparato de auto-coerción y de la extremada complejidad de las cadenas de acción”. El “hombre civilizado”, vale decir el “hombre de Occidente”, es, desde esta perspectiva, un ser que se auto-reprime incesantemente, de modo que en él, y por ese hábito de la autoconstricción, de la autovigilancia, “la energía para huir o para oponerse está paralizada”(P. Goodman). Esta “parálisis”, esta “falta de energía para huir o para oponerse”, se resuelve al fin en aquella docilidad estulta y casi suicida de los hombres de las sociedades democráticas contemporáneas. En Retrato del hombre civilizado, Emil M. Cioran abundó, por cierto, en esa visión de la Civilización como degeneración, como retroceso, como alejamiento de la base natural, biológica, del ser humano -olvido de nuestra espontaneidad y de nuestra animalidad.

Para Dreitzel, como para Goodman o para Cioran, habría algo terrífico en el “proceso de civilización”; algo siniestro y no-dicho que acudiría justamente por el lado de aquel aparato de autocoerción, por el lado de la parálisis que origina y de la docilidad a que aboca; algo que nos erigiría, como he anotado, en aprendices desapercibidos de monstruos; algo, en fin, que echó a andar en Auschwitz y que aún no se ha detenido -un horror que nos persigue desde el futuro. En palabras de Dreitzel: “Hasta ahora solo se han tomado en consideración las, aún así dudosas, ganancias humanitarias del proceso de civilización; y no sus pavorosos ‘costes humanos’ (…). En este país, Alemania, la cuestión se plantea con toda brutalidad: ¿Es Auschwitz un retroceso momentáneo en el proceso de civilización, o no será más bien la cara oscura del nivel de civilización ya alcanzado? ¿Cuánta coerción internalizada debe haber acumulado un hombre para poder soportar la idea, y no digamos ya la praxis, de Auschwitz?”. La interrogación es perfectamente retórica: Auschwitz solo fue posible -y así lo considera Dreitzel- en el seno de una sociedad altamente civilizada; devino como un fruto necesario de la Civilización Occidental, un hijo predilecto de nuestra Cultura; se desprendió por su propio peso de este árbol de la auto-represión y de la docilidad que llamamos “Capitalismo Liberal”. Auschwitz es la verdad de nuestras democracias, el resumen y el destino de las mismas…

Goldhagen ha hablado de la “responsabilidad individual” de todos y cada uno de los alemanes de ayer en el genocidio (por participación o por pasividad). Karl Otto Apel ha añadido la idea de una “responsabilidad heredada”, como alemán, en todo lo que su pueblo ha podido hacer (“Soy hijo de este pueblo y pertenezco a la tradición socio-cultural e histórica de este pueblo… No puedo negar que soy corresponsable de lo que este pueblo haya podido hacer”). Dando un paso más, y acaso también para no satanizar en exceso a los alemanes (el Diablo no tiene patria: ya se ha globalizado), yo me permito apuntar la corresponsabilidad de todos nosotros, en tanto hombres dóciles, en el Auschwitz que ya conocemos y en los que tendremos ocasión de conocer. En la medida en que consintamos que la docilidad acampe a sus anchas en nuestro corazón y en nuestro cerebro, seremos los padres morales y los artífices difusos de todos los Holocaustos venideros…

9)

Otros psicólogos, como Harry Stuck Sullivan o el americano Ralph K.White, han intentado concretar un poco más los mecanismos psíquicos que acompañan y casi definen la mencionada parálisis del hombre contemporáneo. Y han aludido, por ejemplo, a la autoanestesia psíquica y a la desatención selectiva.

La autoanestesia psíquica permite al ‘hombre civilizado’, que ya ha interiorizado unos umbrales estremecedores de contención, hacerse insensible al dolor derivado de la percepción del peligro, de la constatación de la amenaza -dolor de una comprensión de la iniquidad de lo real-, y al padecimiento complementario de la conciencia de su esclerosis (reconocimiento de aquella “falta de energía” para huir o para oponerse). Autoanestesiado, todo lo acepta: la insidia de lo de ‘afuera’ y la vergüenza de lo de ‘adentro’; las miserias de lo social y su propia miseria de ser casi vegetal, casi mineral, monstruosamente dócil. Todo se admite, a todo se insensibiliza uno, como mucho con una “ligera mezcla de resignación, miedo, impotencia y fastidio” (Lifton).

Por su parte, la desatención selectiva, un mirar a otro lado, desconectar interesada y oportunamente, pretensión de no-ver, no-sentir y no-percibir a pesar de todo lo que se sabe, quisiera “lavar las manos” de la parálisis y de la docilidad cuando el sujeto se enfrenta por fin a las consecuencias de su no-movilización: la atención se concentra en otro objeto, cambiamos de canal perceptivo, hacemos ‘zapping’ con nuestra conciencia. Desatención selectiva por no querer “asumir” a dónde lleva la docilidad… White señala que la desatención selectiva se estabiliza en algunos individuos, ampliando su campo, haciéndose casi general, a través de una sobreatención compensatoria (una atención focalizada obsesivamente sobre un único objeto, o sobre unos pocos objetos), sobreatención de índole histérico-paranoide.

En el caso de los profesores, hombres normalmente dóciles, paralizados, extremadamente civilizados (es decir, auto-reprimidos), cabe observar, en efecto, cómo la desatención selectiva que les lleva a ‘desconectar’, a no querer saber, de su propio oficio (“el tema de la enseñanza no me interesa nada”, me han dicho a menudo), se complementa con una sobreatención histérico-paranoide, un centramiento desaforado y enfermizo, devorador, en algo no-escolar, extraescolar, algo que de ningún modo remite o recuerda a la Escuela: sobreatención a algún ‘hobby’, a algún proyecto (construcción de una casa, preparación de un viaje, estudio de una operación económica,…), a algún interés (afectivo, o sexual, o intelectual, o…), a alguna cuestión de imagen (la línea, el cuerpo, el vestir, los signos de ostentación,…), etc. Como la autoanestesia psíquica no es muy efectiva en el caso de la docencia -el sujeto se expone casi a diario, y durante varias horas, a la fuente de su dolor-, la desatención selectiva (desinterés por la problemática escolar, en sus dimensiones sociológicas, políticas, genealógicas, ideológicas, filosóficas,…) y la sobreatención histérico-paranoide paralela quedan como los únicos recursos para procurar ‘sobrellevar’ la mentira de una tarea envilecedora y la conciencia de que nada se le opone, nada se trama contra ella.

10)

Desde un campo muy distinto, y con unos intereses divergentes, Marcel Gauchet, analista y comentarista de ese otro enigma, ese otro absoluto desconocido (está entre nosotros, pero no sabemos con qué intenciones), que llamamos Democracia Liberal -ya he adelantado que, en mi opinión, los regímenes liberales conducen a una modalidad nueva, inédita, original, de “fascismo”-, ha pretendido asimismo arrojar alguna luz sobre este desasosegante misterio de la docilidad contemporánea.

Gauchet parte precisamente de lo que podemos conceptuar como docilidad de la ciudadanía ante la forma política de la democracia liberal -una docilidad que no significa respaldo firme y convencido, sino mera tolerancia, aceptación desapasionada y descreída. Detecta, incluso, “un movimiento de deserción cívica de la democracia que la abstención electoral y el rechazo hacia el personal político en ejercicio está lejos de medir suficientemente”. En el momento en que el régimen demo-liberal se queda sin antagonistas de peso (por la cancelación del experimento socialista en la Europa del Este), parece también que no convence a la población y que simplemente se ‘soporta’. Gauchet habla de una “formidable pérdida de sustancia de la democracia, entendida como poder de la colectividad sobre sí misma, que explica la atonía, o la depresión, que esta sufre en medio de la victoria”. El aliento que mantiene viva la democracia no es otro que el aliento de la docilidad: como fórmula vigente, consolidada, que de todos modos “está ahí”, se admite por docilidad; pero ya no despierta ilusiones, ya no genera entusiasmo, no suscita verdaderas adhesiones, resueltas militancias. “Si está ahí, y parece que no tiene recambio, que siga estando; pero que no espere mucho de nosotros”: esto le dice el hombre dócil, todos los días, al sistema democrático… Curiosamente, la hegemonía de la cultura democrática se ha acompañado de una despolitización sin precedentes de la población.

Incapaz de amar o de odiar el sistema político imperante, inepta para afirmar o negar una fórmula de la que deserta sin acritud -o que acepta sin convicción-, la ciudadanía de las sociedades democráticas se hunde hoy en una apatía difícil de explicar. Marcel Gauchet busca esa explicación en un terreno equidistante entre lo social y lo psicológico. Consumido en inextinguibles conflictos interiores, corroído por innumerables dilemas íntimos, atravesado por flagrantes contradicciones, el hombre de las democracias -sugiere Gauchet- ya no puede cuestionar nada sin cuestionarse, no puede combatir nada sin combatirse, no puede negar sin negarse. “Lo que combato, yo también lo soy (o lo seré, o lo he sido)”. De mil maneras diversas el hombre contemporáneo se ha involucrado en la reproducción del Sistema; y obstaculizar o torpedear esa reproducción equivale a obstaculizar o torpedear su propia subsistencia. Gauchet menciona el atascamiento, la inmovilización, que se sigue de esos imposibles arbitrajes internos, de esas perplejidades desorientadoras, de esos torturantes dilemas de cada sujeto consigo mismo.

Entre estas contradicciones paralizantes encontramos, por ejemplo, la de aquellos críticos del Estado y del autoritarismo que se ganan la vida como funcionarios o insertos en un aparato o en una institución de estructura autoritaria; la de los enemigos del Mercado y del Consumo que se aficionan a los “mercados alternativos” y a un consumo de élites, de privilegiados (artículos ‘bio’, o ‘eco’, o ‘artesanales’, o de ‘comercio justo’, o…); la de los padres de familia ‘antifamiliaristas’; la de los defensores de la libertad de las mujeres enfermos de celos cuando sus mujeres quieren hacer uso de esa libertad ‘con otros’; la de los antirracistas que no terminan de ‘fiarse’ de los gitanos; etc., etc., etc. La lista es interminable, y ninguno de nosotros deja de aparecer entre los afectados…

Solo se puede luchar de verdad desde una cierta coherencia, desde una relativa pureza; si se consigue que nos instalemos en la inconsecuencia y en la culpabilidad, se nos habrá desarmado como luchadores, se nos habrá desacreditado ante los demás y ante nosotros mismos, se habrá dejado caer sobre nuestra praxis el anatema de la impostura, de la doblez, de la falsía. Por otro lado, “asumidas” dos o tres contradicciones, se pueden asumir todas; cerrados los ojos a dos o tres pequeñas miserias íntimas, se pueden cerrar a la miseria total que nos constituye. La docilidad del hombre contemporáneo se alimenta, sin duda, de este juego paralizador de las contradicciones personales, de este astillamiento del ser a golpes de complicidad y culpabilidad. El individuo que se sabe culpable, cómplice, apoyo y resorte de la iniquidad o de la opresión, dócil por no poder rebelarse contra nada sin rebelarse contra sí mismo, no encuentra para sus conflictos interiores otra salida que la seudo-solución del “cinismo” (percibir la incoherencia y seguir adelante) o la huida hacia ninguna parte de la “negativa a pensar”, del vitalismo ciego, amargo, del sensualismo desesperado… No sé si con estas observaciones de Gauchet, sumadas a las de Dreitzel y otros, el “enigma de la docilidad” se hace un poco menos opaco, un poco menos abstruso. Desde luego, no son suficientes…

11)

Algunos autores asumen esta docilidad de la ciudadanía contemporánea como un hecho incontestable, un factor siempre operante; una realidad casi material que han de incorporar a sus análisis, pero sin ser analizada en sí misma; evidencia que ayuda a explicar muchas cosas, aunque permaneciendo de algún modo inexplicada (¿inexplicable?); cifra de no pocos procesos actuales, que no se sabe muy bien de dónde procede o a qué responde. Calvo Ortega, abordando cuestiones de educación, subraya, en esa línea, el “enorme automatismo del comportamiento social”; y M. Ilardi ha apuntado el “fin de lo social” como cancelación de toda forma de apertura insubordinada al Sistema…

Yo, que tampoco hallo muchas explicaciones a esta faceta dócil del hombre de las democracias, y que me resisto a esquivar el problema mediante la apelación a “conceptos-fetiche” (el concepto de alienación, por ejemplo), quiero remarcar no obstante la responsabilidad de la Escuela en la forja y reproducción de esa rara aquiescencia. Estimo que se está diseñando una “nueva” Escuela para reasegurar la mencionada docilidad, hacerla compatible con un exterminio global de la Diferencia y sentar las bases de una forma política inédita que convertirá a cada hombre en un policía de sí mismo (“neofascismo” o “posdemocracia”). Junto a la docilidad de las gentes, la disolución de la “diferencia” en irrelevante “diversidad” prepara el camino de ese Sistema. Y la Escuela está ya allanando las vías…

*** *** *** *** *** ***

Compuse este texto en 2005, e hizo parte de “El enigma de la docilidad”, obra publicada por Virus en España, Abecedario en Colombia, No ediciones en Chile y Nautilus en Italia, entre otras editoriales.

Tras la pandemia, sometí esas ideas a cierta corrección, señalando el tránsito del Policía de Sí Mismo posdemocrático al Ciudadano Robot contemporáneo, característico del Capitalismo vírico y bélico, necrófilo y necrófago.

El podcast que comparto danza entre esas dos figuras, enlazando las problemáticas abordadas en “El enigma…” con los asuntos de que me ocupé en “La Forja del Ciudadano Robot”, ensayo breve en vías de publicación, en el que se incluye el siguiente fragmento:

Demofascismo optimizado, bajo la rentabilización socio-política de la pandemia

Uno controla a todos (dictadura clásica): desde la cúpula del Gobierno se nos da la orden del confinamiento y la obedecemos.

Todos controlan a uno (vigilancia de la colectividad sobre el individuo): surge la llamada «policía de los balcones» y, de entre los sumisos, muchos denuncian a quienes transgreden la norma.

Uno se controla a sí mismo (auto-coerción, auto-dominación, fin del anhelo de libertad): y cada cual sale de casa sujeto a franjas horarias, a medidas, a plazos, a reglamentos; sale como un robot, algo más que un policía de sí mismo.

Durante mucho tiempo me equivoqué y consideré que estos tres modelos de dominio y opresión eran sucesivos, como por fases, y ahora estábamos en la última, en la del auto-policía.

Hablé del «modelo del autobús» que leí en Calvo Ortega y López Petit: en los autobuses antiguos un empleado picaba el billete de todos los pasajeros (uno los controlaba a todos, dictadura directa); pasó el tiempo y se colocó una máquina para que cada usuario picara el billete por sí mismo, pero bajo la mirada de todos los presentes, por quienes era observado y podía ser denunciado (todos controlaban a uno, coerción comunitaria); por último, se alcanzó el momento en que uno subía a un autobús vacío y, sin presión externa, sin testigos, picaba «libremente» su billete (uno se controla a sí mismo, sujeción demofascista).

Pero hoy se está dando la suma de las tres fases, como si ya no fueran «etapas» sino superposiciones: el Estado que decreta, la ciudadanía que obedece y señala a los disidentes, los individuos que se auto-reprimen y consienten su robotización integral.

Se pudo sacar a los perros; y mucha gente se prodigó en ese paseo fiscalizado, en el que se manifestaba una suerte de ambigüedad civilizatoria: ¿cómo explicar la relación entre un animal doméstico, el ser humano, y otro, el ser canino?, ¿qué puede brotar de la relación entre estas dos servidumbres?

Se pudo sacar a los niños como si fueran perros, y surge una pregunta derivada: ¿qué puede surgir de un paseo conjunto del domesticador y del domesticable?

Ahora, cada persona puede sacarse a pasear a sí misma, en el cumplimiento forzoso de normas, de franjas (¿deberíamos decir «fajas», porque oprimen, molestan y ocultan supuestas fealdades?), de limitaciones sociales y geográficas; y la interrogante es clamorosa: ¿cabe esperar algo de esta suerte de robot, absolutamente programado, aparte de que, ojalá, desaparezca junto al virus del Capital y del Estado?

Durante más de un mes, las gentes de muchas pequeñas localidades se privaron de salir, de pasear, de ir a los campos para recoger sus alimentos (podían, eso sí, ir a la tienda, porque lo primero y lo último sigue siendo el mercado). Y a las autoridades políticas, confiscadoras de libertades, les daba igual que en esas zonas no hubiera contagiados, no hubiera enfermos. A día de hoy, les dicen que ya pueden salir, y entonce salen.

Esto me recuerda una imagen desalentadora, que me asaltó en la ciudad de Alta, en pleno círculo polar noruego… Unas cuantas personas tenían que cruzar una carretera, pero el semáforo para los peatones estaba en rojo. Yo miro a la derecha y a la izquierda, y la vista casi se me desvanece en una llanura tan inmensa: no hay ningún vehículo por ningún lado y es verdad que, en toda la mañana, apenas habían aparecido por allí dos o tres autos. Me dispongo a cruzar, pues, tan tranquilo; y las gentes me chillan, me recriminan, se enfadan conmigo. Regreso entonces al puesto de espera y cruzo con ellas, tras disculparme, cuando el semáforo de los peatones se pone en verde. «Obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer», escribí entonces. Y es lo que está pasando ahora: se nos insta a la obediencia no tanto para superar una crisis sanitaria como para sancionar el auto-aniquilamiento de nuestra autonomía y de nuestra libertad.

Optimización del demofascismo.

Cuando desaparezca el virus, quedará algo peor que toda enfermedad: el Ciudadano Robot.

Pedro García Olivo

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Historiografía policíaca

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Primeras páginas de mi colaboración en el libro «La Historia o las historias. Un debate en el seno del anarquismo», coordinado por Javier Encina, Sergio Higuera y Ainhoa Ezeiza, y publicado por Volapük Ediciones.
(Para leer el artículo completo: https://pedrogarciaolivo.files.wordpress.com/2023/01/wp-1675027016292.pdf)



LA POLICÍA DE LA HISTORIA CIENTÍFICA
Crítica del discurso historiográfico I


«Tengo en cadenas dos de los mayores enemigos del hombre:
la Esperanza y el Temor»
J. W. Goethe



I) LA voz DE LOS PODERES QUE NOS DOMAN
(Introducción)

«Defender una cultura que jamás salvó a un hombre
de la preocupación de vivir mejor
y no tener hambre
no me parece tan urgente como extraer
de la llamada “cultura”
ideas de una fuerza hiriente
idéntica a la del hambre»
A. Artaud

Durante demasiado tiempo, el historiador ha encontrado en el sepulturero su figura desplazada. Historiar era “enterrar”: sepultar el acaecer irruptivo del suceso (como diferencia) para conjurar así el efecto temible de su resonancia entre los vivos. La ciencia del historiador enseñaba a identificar las tumbas en la Paz del cementerio, adivinando bajo el misterio de la muerte la promesa de la redención. Para ello había que despojar al acontecimiento de toda su inquietante movilidad; pensarlo como pura identidad estática, reconstituible -en la unidad acabada de sus ser- de una vez y para siempre. Que nunca nadie sospechara en el suceso el escenario de una lucha por el poder, el teatro de un desenmascaramiento sin fin de la Verdad; que solo reapareciese (guiado por su Señor: el Sepulturero) con la calma de un fantasma al que se le ha prometido la veneración de los hombres de otro mundo -un mundo necesariamente mejor, enriquecido por el correr saludable y compasivo del Tiempo.

En el festín de la celebración y el reconocimiento (celebración por el presente de su bondad incontestada, al enterrar ritualmente el horror en el pasado y reconocerlo solo como pasado), el Sepulturero reclamará entonces la Autoridad y la Independencia: “autoridad” del Artífice Iluminado por la Ciencia e “independencia” del operador técnico distanciado tanto del suceso al que sustraerá la vida como del destino que le reservará un lugar en el museo de la historia o entre las semillas proféticas del mañana.

Precisamente contra ese entrecruzamiento de la metafísica y el positivismo deberá batirse la Crítica de la Historiografía -empeñada en liberar al suceso de su confinamiento «cósico» o teleológico y, por tanto, enfrentada a la moderna policía de la CIENTIFICIDAD.

… … …

La forma de historia que nos domina no responde al accidente, la casualidad o la inercia de hábitos fosilizados por la negligencia de los tiempos. En último término, despunta al filo del siglo XVIII, a la sombra del «proyecto moderno» fraguado por la Ilustración, y recubre el proceso de consolidación política e ideológica de la hegemonía burguesa durante los dos últimos siglos. Como pensamiento de una fuerza social ascendente, forjado bajo las condiciones históricas que determinaron la irrupción y el fortalecimiento de aquel nuevo tipo de subjetividad, la filosofía de las Luces revistió un carácter inmediatamente desmitificador, subversivo en la medida en que acompañaba a la burguesía contestataria en su enfrentamiento con el orden coactivo del Viejo Mundo Feudal. Y la Ilustración desbloqueó así la crítica de diversos presupuestos metafísicos, arraigados en toda la historia del racionalismo occidental, agudizando la crisis de las anacrónicas legitimaciones feudales y preparando el surgimiento de nuevos saberes (entre ellos, la disciplina histórica en su forma moderna) atentos a requerimientos político-ideológicos también diferentes.

Sin embargo, de esta determinación histórica general del pensamiento de la Ilustración se sigue asimismo su «insuficiencia», su posterior fosilización como ideología de la burguesía consolidada: cuando se modifiquen las circunstancias históricas que aseguraban su “efectividad” política, cuando el sujeto social con el que había fundido su destino se constituya en clase dominante, cuando el desarrollo material de la sociedad suscite nuevos problemas -vinculados, p. ej., a la industrialización- a un sujeto histórico distinto (el proletariado, fundamentalmente)…, cuando, en definitiva, se agoten las condiciones, puramente contingentes, de su operatividad crítica, entonces lo que un día apareció como «fuerza emancipatoria» empezará a asumir funciones indisimulablemente legitimatorias, al servicio de las formas específicas de dominación instauradas con la sociedad burguesa.

Desde ese momento, la filosofía de las Luces obstruirá las vías de acceso a una crítica radical de las prácticas discursivas articuladas bajo el capitalismo, lastrando poderosamente la praxis del sujeto empírico de la protesta con la perdurabilidad heroica de sus conceptos aún logocéntricos. No solo alcanzará una posición hegemónica como instancia de reordenación ideológica del saber, sino que pretenderá hacer valer testarudamente su retórica tardohumanista (fortalecida ya en el «sentido común») desatendiendo aquella “temporalidad de los conceptos críticos» anotada, desde ángulos distintos, por K. Marx y F. Nietzsche. En adelante, combatir el trasfondo metafísico de los conceptos legados por la Ilustración (instalados en el corazón de las diversas “disciplinas científicas”, tal y como se modelan desde el siglo XIX) llevará también, como consecuencia lógica, a un definitivo ajuste de cuentas con un tipo determinado de práctica historiográfica: esa «historia de los historiadores» capturada perceptiblemente por el discurso de los ilustrados (y por su “extensión” matizada en los sistemas de Kant y Hegel) y deudora por tanto de una concepción metafísica de la Verdad, la Razón, la Ciencia, el Sujeto, el Progreso, etc.

Está por hacer la historia de esa “guerra de guerrillas” contra el discurso historiográfico moderno. Semejante empresa no suscitó el entusiasmo de los historiadores de oficio -tal vez por remitir al ámbito de la filosofía, supuestamente desatendible como marco de reflexión válido sobre los problemas de las disciplinas científicas. Parecía como si solo el historiador estuviese en condiciones de pensar «su» ciencia y como si, de hecho, el desarrollo de las investigaciones de «metodología de la historia» y de «crítica historiográfica» evidenciara, por sí mismo, la satisfacción cumplida de tal exigencia.

Desde una perspectiva transdisciplinaria, la situación no puede caracterizarse tan optimistamente: la historiografía se ha definido como práctica formal antes que como saber orientado hacia un objeto. A la indefinición del “objeto” se superpuso la desconsideración de su propio significado político y social. La crítica historiográfica, que debía haber planteado esa cuestión, se encaminó más hacia la canonización (por exclusión) de los métodos establecidos, conmemorando las gestas de una lenta aproximación a la Tierra Prometida de la cientificidad, que hacia la restitución de su auténtica «historicidad». En ese contexto, la posibilidad de examinar el secreto logocentrismo de los conceptos epistemológicos y filosóficos que fundaban, en última instancia, las premisas tácitas de la Historia Científica ni siquiera podía ser entrevista. La denuncia de los grilletes metafísicos que retenían a la Historia-Disciplina en los sótanos de la legitimación revistió, entonces, formas «exógenas», procediendo forzosamente por “extensión” o “derivación” de tesis referidas a problemas filosóficos generales.

… … ….

De ahí que todavía nos domine la vieja determinación decimonónica de la disciplina histórica. Su hegemonía universal, celebrada como éxtasis de la Cientificidad, del Método, del Rigor o de la Razón, recubre eficazmente el proceso de institucionalización que la consagra como «saber de legitimación». Toda una policía de la Historia Científica racionaliza la indignidad de las prácticas a través de un doble movimiento coercitivo: el discurso del método (momento de la prescripción, de la exigencia, de la norma) y la literatura de la crítica historiográfica (instancia de la proscripción, de la expulsión o del castigo).

Entre el taller de la «metodología de la historia» y la comisaría de la «crítica historiográfica» se articula esa Tecnología de la Exclusión que garantiza tanto la selección de los materiales y de las técnicas de forja del discurso historiográfico como la marginación de aquel relato irreverente extraviado del «paraíso» de la cientificidad.

Más adelante identificaremos, bajo la solemnidad de la «crítica historiográfica», la impostura de un discurso racionalizador del modo de operar de la historia académica, incorporado por tanto a la moderna empresa de legitimación de la democracia de clases. En negativo dibujaremos, con ello, el perfil de un Relato Crítico inspirado en “otra” tradición teórica, “perturbador” en cierto sentido, regido más por la voluntad de seguir al sujeto de la resistencia en su práctica social efectiva que por la veneración mística de las Exigencias Absolutas de la Cientificidad.

Como condición previa del “recorrido” que proponemos, y a fin de insertar nuestra intervención en la «tradición intelectual» que la respalda, vamos a recomponer a continuación la estratificación teórica de aquellas experiencias filosóficas que -persiguiendo a veces otros objetivos- arrojaron luz sobre la mítica de la Historia Científica, preparando el terreno de la futura deconstrucción. No nos interesa tanto, en este punto, exacerbar el rigor del puntillismo hermenéutico como someter los momentos decisivos de la crítica del logocentrismo occidental a una lectura transversal que resitúe constantemente en lugar de los aprioris historiográficos en la turbulencia general de la “crisis de la Razón”.

Información sobre el texto en:
https://desempoderamiento.blogspot.com/2023/01/libro-la-historia-o-las-historias-un.html

Fragmento extraído del siguiente artículo:
García Olivo, P. (2023). La policía de la historia científica. Crítica del discurso historiográfico I. En J. Encina, S. Higuera y A. Ezeiza (coord.), La historia o las historias. Un debate en el seno del anarquismo (pp.67-130). Guadalajara (España): Volapük Eds.

http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Ese ídolo sin crepúsculo
Destinos de la Diferencia
Elegir el propio camino de perdición
Ni víctimas ni verdugos?

ESCOLEROS, PERIFERIAS Y AUSENCIA DEL LIBRO

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(Prólogo, en tres pasos, para «Cartas al Docente», obra de Santiago Jurado)

ESCOLEROS

Un “escolero” no es un “escolar”, sino algo peor: es una persona que cree en la Escuela de un modo casi fundamentalista, incapaz de pensar la educación sin remitir una y otra vez al Aula, al Profesor y a la Pedagogía; un ser cuyo estilo de reflexión, modo de concebir el mundo y manera de vivir sus días responden, en términos de I. Illich, a una “mentalidad escolarizada”.

No pocos “escoleros” sentirán irritación ante este escrito de Santiago Jurado… Pero hubiera sido muy bien entendido por los “comuneros”, esas gentes que ya no quedan o están a un paso de la extinción, “hombres y mujeres libres en suelo libre”, como anhelaba Fausto en la obra de J. W. Goethe. Entre los “comuneros”, felices de desconocer la Escuela, la educación se respiraba, inseparable del trabajo y del juego, de la relación igualitaria y del amor. José María Arguedas reflejó de un modo soberbio este cisma entre los “escoleros” y los “comuneros”, este abismo que desgarró a los pueblos originarios de América Latina. Pero “comuneros” eran también muchísimas comunidades indígenas de todos los continentes, los nómadas verdaderos, los rural-marginales y hasta no pocos colectivos del mundo citadino-suburbial.

En todas partes, los “comuneros” fueron aplastados por los “escoleros”, vale decir por las fuerzas escolarizadas y escolarizantes del Capitalismo moderno. Y el tipo de Educación Administrada que estos pueblos y estas personas padecieron bajo las garras del colonialismo clásico y del neo-imperialismo posterior, que siguen sufriendo hoy por la globalización de la “sociedad mercantil” (K. Polanyi), coincide en lo sustancial con esa forma de Escuela que Santiago detesta y denuncia en sus Cartas.

Cierro este “primer paso” con tres escenas: un pasaje de Liberté, la película de T. Gatlif en torno los gitanos antiguos; un pensamiento que me regaló mi vecino Basilio, pastor analfabeto, el filósofo más profundo que se me ha dado conocer y una canción indígena del Perú, recogida por Arguedas, quizás el mejor relatador de esa existencia y esa cosmovisión “precolombinas” que cundieron entre los cerros y los ríos de los Andes.

1) Si alguien te pregunta por nuestra ausencia

Liberté, película de T. Gatlif, arroja luz sobre el modo en que el liberalismo, armado de escuelas incluso en sus formulaciones progresistas o izquierdistas (“sobre todo en ellas”, deberíamos decir), atenta contra aspectos esenciales de la idiosincrasia romaní.

Particularmente interesante nos parece la escena en la que la maestra habla con un menor gitano, intentando convencerle -no deja de ser una emisaria del Estado capitalista- de que acuda a la escuela.

La mujer se acerca y, con la arrogancia proverbial de Occidente, da órdenes: “¡Acércate!, ¡acércate!”. El muchacho suspira, en señal de desagrado; resignado y en guardia, le presta atención. “¿Cómo te llamas?”, inquiere la maestra. “¿Por qué?”, replica el chico, manifestando un rasgo de las culturas de la oralidad (respuesta consistente en una interrogación sobre el contexto, sobre el conjunto de las circunstancias en juego). “¿Sabes leer y escribir?”, insiste la educadora, manifestando su ignorancia acerca de la dimensión altericida de la alfabetización. “Eso no es para nosotros”: alegación irrefutable…

“Ha venido a robar a nuestros hombres”, exclama una gitana; y es muy significativo que no diga “niños” (la niñez es un “invento” de la sociedad burguesa). “Los niños [la maestra no ve “hombres”] deben ir a la escuela; tienen que aprender a leer y a escribir” —prueba añadida del etnocentrismo avasallador de esta educadora tan sensible. Y llega, por fin, la resolución comunitaria gitana, con un toque de ultra-realismo, y casi de insolencia, típicamente quínico: “¿Cuánto nos pagará por ello? (…). Si no nos da nada a cambio, los niños no irán. Se quedarán con nosotros. Siempre están con nosotros (…). Tienen cosas mejores que hacer”.

Los gitanos, pues, están dispuestos a cerrar un trato con la mujer paya bonachona que necesita “hacer el bien” al otro-inferior para colgarse la medalla de la conciencia humanitaria y progresista: “Si nos pagas, permitiremos que te ayudes a ti misma a ganarte el cielo de la filantropía de izquierdas” —así puede leerse el desenlace del encuentro.
(Extraído de La gitaneidad borrada)

2) Cargar De Cultura El Arma De Nuestra Vanidad

Basilio no cree en la Enseñanza. En su opinión, solo hay una maestra que no miente: la vida misma, la tierra, los trabajos, lo que se oye decir a los demás…

Conoció a un profesor desocupado que tenía mucho más que aprender que todo lo que él pudiera enseñar. “No sabía ni hacerse un guiso, confundía el nombre de los árboles, de las aves, de las labores… Era como si no tuviera manos, como si no le hubieran enseñado a hacer cosas con ellas, a trabajar, a nada importante”. Un vecino suyo estudió, luego se metió en guerras y al final murió en la cárcel. “Quería decirnos lo que teníamos que hacer. Menos mal que no le seguimos la corriente: estaríamos muertos”.

Ha oído que tampoco los estudiantes encuentran más tarde empleo, y por eso se pregunta: “¿Para qué los tendrán entonces tantas horas encerrados, para qué tanto corral?”. Responde, a su manera, con otra pregunta: “¿No será para atarlos mejor, para hacerlos tan inútiles como el maestro que conocí y tan infelices como el vecino que murió preso por estudiar demasiado y atenerse a lo que los libros decían? ¿No será para acostumbrarlos a levantar el carro de una manera y no de otra, como interese a quienes mandan en las escuelas?”.

Yo le doy la razón: en efecto, a la juventud se la obliga a estudia para controlarla mejor; para sujetarla; para hundirla un poco más en este pozo de estupidez, desdicha y servidumbre que es el mundo de los mayores, la vida adulta.

Y la juventud cae en la trampa ciega de esperanza: esperanza de conseguir un trabajo cómodo, disputándoselo, cuchillo entre los dientes, a todos los demás; esperanza de dominar un área de conocimiento y, a su través, dominar a un círculo de personas; esperanza, para los más ambiciosos, de cargar de cultura el arma de su vanidad y capacitarse así para persuadir al común de las gentes, arrastrando tras alguna interesada quimera, si hay fortuna, a un atajillo de crédulos.

“Leer no solo corrompe el escribir, también degrada el pensar”, anotó F. Nietzsche. El estudiante, máquina de leer y de repetir, adiestrado en la obediencia, desaprende en la escuela a pensar. Sobre la pizarra borrada de su carácter, escriben los funcionarios del consenso discursos de sumisión y adaptación. A través de su cerebro, el poder pensará, el capital hará negocios, la Razón matará.

Se estudia tal se deja uno explotar, como se funda una familia, igual que se acepta el engaño político…, solo por esperanza.
Esperanza de cosas turbias, sucia esperanza. Desesperados, Basilio y yo detestamos la educación. El pastor no fue a la escuela, y yo intimé lo justo con el monstruo para escupirle por sorpresa en la frente y echar a correr hacia ninguna parte.
(De Desesperar)

3) Esos hombres extraños darán media vuelta y te dejarán

Y J. M. Arguedas, ese gran escritor y antropólogo peruano que, habiendo decidido suicidarse, eligió a consciencia el día de su desaparición, para perjudicar lo menos posible a sus alumnos, teniendo en cuenta el desarrollo de las clases y la eventualidad de que quisieran asistir al sepelio, recogió, en su relato Escoleros, una hermosa canción tradicional indígena que cabe leer en clave antipedagógica.

No quieras, hija mía, a hombres de paso,
a esos viajeros que llegan de pueblos extraños.

Cuando tu corazón esté lleno de ternura,
cuando en tu pecho haya crecido el amor,
esos hombres extraños darán media vuelta y te dejarán.

Más bien ama al árbol del camino,
a la piedra que estira su sombra sobre la tierra.

Cuando el sol arda sobre tu cabeza,
cuando la lluvia bañe tu espalda,
el árbol te ha de dar su sombra dulce,
la piedra un lugar seco para tu cuerpo.

Sueño que los “hombres de paso”, los “viajeros procedentes de pueblos extraños”, hacen parte de la hueste pedagógica; y que, frente a ese inmenso artificio del Aula y del Profesor, no hay antídoto más efectivo que la naturaleza misma -el árbol, la piedra, el sol, la lluvia- y la comunidad de iguales, esas “maestras que nunca mienten”.
(Canción incluida en Cuentos escogidos)

PERIFERIAS

Todos conocemos el “centro” del Sistema, lugar de la administración, de los negocios, de la educación oficial, de los “profesionales” encumbrados (desde la judicatura hasta la medicina, pasando por los altos cargos del ejército, por las policías, por los gestores de los medios de comunicación mayoritarios…). Fuera del Centro quedan las periferias y los márgenes.

Las periferias son descontentadizas, “revoltosas”, esgrimen filos de criticismo amortiguado, dialogante; saben, por así expresarlo, a “progresismo”, a voluntad transformadora, a mejoramiento; y se asientan en una suerte de “corrección política” del antagonismo. Podría decirse que, lejos del Centro, miran hacia él y sienten su atracción. Danzan entre la Reforma y la Revolución, más atentas a la primera que a la segunda, pues consideran todo proyecto de Gran Ruptura como algo ya anacrónico o impracticable. Las periferias son líquidas…

Los márgenes se nos aparecen como lejanías sólidas, que dan definitivamente la espalda al “centro”, ubicándose más allá de las periferias, en aquellos lugares donde el Sistema, sin desaparecer, se nota menos y circunstancialmente casi desfallece.

Las periferias “pactan” con el Estado y el Mercado, dos instancias con las que más bien no simpatizan y menos bajo su forma actual. Preferirían siempre un Estado plenamente democrático, transparente, voz y brazo real de la ciudadanía, y un Mercado menos eco-destructor, rediseñado para no seguir agrandando las desigualdades sociales y territoriales -ambos, este y aquel, decididamente “sociales”. Dibujan, desde luego, ámbitos de protesta; pero, en mi opinión, de “protesta domesticada”.

Los márgenes reniegan del Estado y del Mercado “hasta el extremo de lo posible”, en términos de G. Bataille. Desobedecen: se esfuerzan en no acatar las leyes y en evitar las transacciones comerciales. Las gentes de los márgenes llevan, por ello, una existencia precaria, a menudo dramática, si no trágica. El margen es mi único hogar…

El texto de Santiago Jurado, a mi parecer, oscila entre la periferia y el margen. Y eso le confiere un gran interés. Ese baile entre la revuelta aceptable y la denuncia temeraria señala un escrito que aparece, en cierto sentido, como un organismo, como un ser vivo, tal una bullente manifestación de la “ausencia del Libro”. Desde mi marginalidad, departo -en este prólogo- con las bellas periferias de Cartas al docente.

Porque, cuando el Margen desiste de conversar con la Periferia, se convierte en una suerte de “autista” enmudecido y enmudecedor, un “trozo de hueco”, un “segmento de vacío”. Su desesperación, como la del desierto o la de los glaciales, no ayuda a la vida.

Y, cuando la Periferia evita relacionarse con el Margen, pareciera que ya no puede resistir la mencionada atracción del Centro, que avanza insidiosamente hacia él y que en él habrá de disolverse o extinguirse.

El diálogo de la Periferia (líquida) con el Margen (sólido) no es fácil ni acontece sin dolor: aquella se siente golpeada por una instancia endurecida, indestructible, casi como una piedra; y este padece el malestar de sentirse rodeado por una sustancia viscosa, igualmente invencible, que quisiera diluirlo, casi como el agua.

LA AUSENCIA DEL LIBRO

No estoy prologando un Libro, por fortuna. Amo las escrituras fragmentarias, discontinuas, irregulares, “interrumpidas”, como se dijo de algunos textos de W. Benjamin. Me desagrada esa idea teologal del Libro como discernible “unidad de sentido”, sólido en su estructura, lógico en su desarrollo, transparente en su “querer decir”. Contra el Libro, así entendido, se batieron, de modo implícito o manifiesto, poetas y escritores muy diversos, como Baudelaire, Mallarmé, Nietzsche, Blanchot, Barthes, Derrida, etcétera.

La obra de Santiago Jurado se evade de esa esfera sacralizada del Libro y vindica a su manera los valores de lo fragmentario. Sigue una técnica “impresionista”, en la que las pinceladas, sueltas pero coordinadas, los toques de expresión, las dejaciones y las redundancias, los saltos temáticos, las fugas y los reflujos, constituyen la materia del texto y se agolpan, tal orfebres, en el taller del significado. Y, como anoté, danza entre la Periferia y el Margen, sin renegar de las virtudes de la ambigüedad y de la contradicción. De ahí su fertilidad…

Decía E. Zuleta que “solo hay pensamiento donde hay contradicción”. Y es evidente: si no concurre la contradicción estamos simplemente ante un árido sistema de deducciones lógicas, un entorno más próximo al silogismo o incluso a la matemática que a la creatividad. Recuerdo también una observación de G. Bataille, en La experiencia interior: “El aparente relajamiento del rigor puede no expresar más que un rigor mayor, al que se debería responder en primer lugar”. Y, por último, para saldar esta cuestión de un modo expeditivo, remito a una observación crudelísima de X. Rubert de Ventós: “La búsqueda de contradicciones es la obsesión de las mentes tontas”.

Soy feliz, por todo ello, de las contradicciones contenidas en este pequeño preámbulo y en la obra que prologa…

Donde no se da el Libro, se da el texto. El escrito de Santiago aparece así, ya lo apunté, como una especie de “ser vivo”, un organismo palpitante capaz de suscitar muchas ideas, de abrir y de cerrar muchas puertas, de entablar tantos debates como concilios, de facilitar escuchas y de hacer también oídos sordos a no pocas chácharas oficiales.

En cierto sentido, lo que este autor piensa “verdaderamente” de la Escuela y de la docencia, el alcance “exacto” de su crítica y la definición “precisa” de su posicionamiento político-ideológico, son cuestiones que carecen relativamente de interés: “El texto lo hace el lector”, se ha reiterado; y Cartas al docente, este tan inspirador ramillete de palabras (palabras como dardos y también palabras como abrazos), ya pertenece a sus receptores.

Pedro García Olivo
http://www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

La Habana – Alto Juliana de Sesga

NO A LA ESCUELA

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Haz clic para acceder a wp-1670940994445.pdf



Significativamente, décadas y décadas de crítica antipedagógica han coincidido con una fiebre neo-escolarizadora sin precedentes, estrictamente terrorífica. Y el país se llenó de «escuelitas» y de proyectos educativos «alternativos» como de cadáveres un cebadero de buitres. El demofascismo occidental se abraza a estas tecnologías «dulces» de enseñanza, como es sabido.

Es como si la crítica radical de la educación administrada hubiera hablado en vano. Pero también en su acepción más amplia, que afecta a todas las burocracias del bienestar social y a todas las castas de los especialistas (médicos y enfermeros, jueces y abogados, reporteros y periodistas, asistentes sociales y policías, etc.), la antipedagía pareciera haber clamado en el desierto. La consolidación definitiva del Fundamentalismo Médico, a partir del aprovechamiento político-sanitario del Covid, lo atestigua.

Ediciones Fantasma reedita «No a la Escuela», transcripción de una charla que desplegué en Almería en 2007. Si por aquel entonces el tono y el contenido de la intervención se antojaban «destemplados», hoy, transcurridos quince años de furor escolarizante y plus-pedagógico, «No a la Escuela» deriva ya nítidamente hacia lo intempestivo.

https://www.instagram.com/edicionesfantasma/

Para leer el texto:

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La Habana – Alto Juliana de Sesga

CUANDO «LA DIFERENCIA» CANTA

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LA IDIOSINCRASIA GITANA TRADICIONAL EN EL CANTE FLAMENCO

Pedro García Olivo

“¡Buena ventura para los tuyos!

Si alguien te pregunta por nuestra ausencia,

dile que fuimos expulsados

desde el Cielo y desde la Luz.

Nosotros, los señores de este vasto Universo”.

Canción romaní, recogida en Korkoro (“Liberté”), filme de T. Gatlif

I)

DE LA ORALIDAD A LA ESCRITURA

“Habrá que vestir luto por el hombre

el día en que desaparezca

el último iletrado”

E. M. Cioran

Nos hallamos ante un aspecto capital, desde el que se rebate en nuestros días el privilegio otorgado a la escritura. La oralidad no señala una imperfección o una carencia, sino una modalidad particular, en absoluto inferior, de elaboración y transmisión cultural. Los gitanos, en este sentido, no son “á-grafos”, “an-alfabetos” (¿por qué definir la singularidad en términos de una ausencia?): vivencian una cultura de la oralidad, en expresión de A. R. Luria,E. A. Havelock, W. Ong y otros.

Se ha producido en los últimos años una revalorización de la obra de W. Ong(1997), desde diferentes intereses. Para nuestros fines, Oralidad y escritura se erige, por la amplitud y el rigor de la investigación subyacente, en un fortín argumental desde el que vindicar la dignidad de las culturas de la oralidad, tradicionalmente atendidas como sintomatología del déficit, de la reducción, del primitivismo, etc.

Si bien W. Ong sigue acusando achaques teleologistas, en la línea de las ideologías del Progreso (por lo que considera la aparición del “pensamiento caligráfico” —derivado de la escritura— y la irrupción del  “tipográfico” —vinculado a la imprenta— como avances en el desarrollo genérico del Hombre), la atención que presta a la especificidad y plenitud de las culturas orales, valoradas en cierto sentido como entidades “soberanas”, no dependientes, centradas sobre sí mismas, tal atención, decíamos, hace viable una utilización de sus tesis para propósitos que él no suscribiría: una crítica general de la alfabetización y de la escolarización como expedientes altericidas y uniformadores del paisaje humano.

A tal fin, interesan especialmente los capítulos III y IV, donde, aprovechando el trabajo de campo y los aportes empíricos de A. R. Luria, enuncia los rasgos identificativos del pensamiento y la expresión de los hombres de la oralidad:

  1. Acumulativos antes que subordinados y antes que analíticos (más deudores de la pragmática y de los contextos efectivos del habla que de la sintaxis o de los indicadores gramaticales).
  2. Redundantes o copiosos (a fin de retener en la memoria el objeto de la conversación, con argumentación cíclica o “en espiral”).
  3. Conservadores y tradicionalistas (preservadores del saber acumulado, aunque con formas propias de innovación).
  4. Concretos (próximos al “mundo humano vital”).
  5. Empáticos y participantes antes que objetivamente apartados (agrupadores, reforzadores del vínculo comunitario).
  6. Homeostáticos y presentistas (restauradores de la cohesión del conjunto, de la armonía entre las partes, con una reinvención continua de la imagen del pasado).
  7. Situacionales u operacionales (alejados de las categorías y de las abstracciones, lo mismo que de la lógica formal y de los silogismos).

Según W. Ong, la oralidad responde, pues, a una “psicodinámica” propia, distinta;genera estructuras de pensamiento, de expresión y de la personalidad también privativas; y se manifiesta en un estilo de vida peculiar (“verbomotor”, en expresión de M. Jousse) (1).

Marca, así, poderosamente —regresamos a nuestro objeto—, la idiosincrasia gitana, estableciendo reveladoras similitudes entre el pueblo Rom y otras colectividades humanas sin escritura: comunidades indígenas de América, África, Asia y los círculos polares; habitantes de los entornos rural-marginales occidentales; otros grupos nómadas africanos y euroasiáticos (2)… Subrayaremos, a continuación, algunos de sus aspectos fundamentales, que conciernen especialmente a la finalidad de nuestra investigación.

A) La condición oral fortalece, antes que nada, los lazos comunitarios (exige al otro, tanto en el acto del pensamiento como en el de la expresión) y cancela la preponderancia del “individuo”, con todas sus consecuencias sobre la organización social, el comportamiento político (o antipolítico) y la modalidad económica. Como subrayara W. Ong:

“En una cultura oral, la restricción de las palabras al sonido determina, no solo los modos de expresión, sino también los procesos de pensamiento (…). Con la ausencia de toda escritura, no hay nada fuera del pensador, ningún texto que le facilite producir el mismo curso de pensamiento otra vez, o aun verificar si lo ha realizado o no (…). ¿Cómo, de hecho, podría armarse inicialmente una extensa solución analítica? Un interlocutor resulta virtualmente esencial: es difícil hablar con uno mismo durante horas sin interrupción. En una cultura oral, el pensamiento sostenido está vinculado con la comunicación” (p. 4).

Y, más adelante, incide en la misma idea: “La oralidad primaria propicia estructuras de la personalidad que en ciertos aspectos son más comunitarias y exteriorizadas, y menos introspectivas de las comunes entre los escolarizados. La comunicación oral une a la gente en grupos. Escribir y leer son actividades solitarias que hacen a la psique concentrarse sobre sí misma” (p. 37, versión digital).

La prevalencia (ontológica, epistemológica, axiológica e incluso sociológica) del “individuo” en las sociedades occidentales deriva de una separación del Sujeto y del Objeto, de la interioridad humana y la exterioridad, del Yo y del Mundo, desencadenada —o, al menos, acelerada—, según E. A. Havelock y el propio W. Ong, por la aparición de la escritura y por la alfabetización sistemática de  las  poblaciones: “Más que cualquier otra invención particular, la escritura ha transformado la conciencia humana” (p. 4). “Mediante la separación del conocedor y lo conocido (Havelock, 1963), la escritura posibilita una introspección cada vez más articulada, lo cual abre la psique como nunca antes, no solo frente al mundo objetivo externo (bastante distinto de ella misma), sino también ante el yo interior, al cual se contrapone el mundo objetivo” (p. 70).

B) La oralidad determina, en segundo lugar, un pensamiento “operacional” y “situacional”, que restringe el uso de clasificaciones, divisiones, categorías, conceptos, … y no se aviene bien con la lógica pura, con los silogismos y las deducciones formales (A. R. Luria, J. Fernández),oponiendo así un dique a la expansión del pensamiento abstracto —del que tanto se enorgullece Occidente, a pesar de su terrible trastienda altericida… En nombre de una u otra abstracción (Dios, Patria, Revolución, Humanidad, Democracia, Progreso, Estado de Derecho, …) se han perpetrado todo tipo de masacres, genocidios, etnocidios —lo recordaba M. Bakunin(3). Entre abstracción, expansionismo y universalización hay unvínculo epistémico, inductor del belicismo, que las culturas de la oralidad, como la gitana, abrogan desde la singularidad de sus modos de reflexión y de representación —de ahí su pacifismo fundamental.

A. R. Luria realizó un extenso trabajo de campo con personas de cultura oral e individuos alfabetizados en las zonas más remotas de Uzbekistán y Kirghizia, en la Unión Soviética, durante los años 1931-32. Su estudio ha contribuido a una percepción menos prejuiciada de las culturas de la oralidad. Casi por las mismas fechas, en 1932, L. Mumford había lamentado así la postración del pensamiento oral: “Con el hábito de usar la imprenta y el papel el pensamiento perdió algo de su carácter fluyente, cuatridimensional, orgánico; y se convirtió en abstracto, categórico, estereotipado, contento con formulaciones puramente verbales y con dar verbales soluciones a problemas que jamás se presentarían ya en sus relaciones concretas” (1971, p. 95-6). La dignidad y el valor de los universos culturales orales se afirma, desde entonces, sobre el reconocimiento de su especificidad, de sus modos propios de elaboración y complejidad: “Las culturas orales pueden crear organizaciones de pensamiento y experiencia asombrosamente complejas, inteligentes y bellas” (insiste W. Ong, tras recordar la composición oral de La Odisea) (4).

Y, en efecto, entre los determinantes de la condición oral, contrapuestos a los que ratifican el pensamiento escritural (caligráfico o tipográfico), las investigaciones de A. R. Luria destacarían enérgicamente los siguientes: aversión a las tipologías, a las sistematizaciones, a las separaciones y agrupaciones terminológicas; denostación de lo conceptual y de lo abstracto; repudio de la lógica formal, de las deducciones silogísticas, de los lenguajes simbólicos artificiales; desinterés por la  definición de los objetos y renuncia casi absoluta al autoanálisis,…

Se dibujaba, pues, como característica de las culturas orales, una modalidad singular de pensamiento, altamente contextualista, decididamente pragmática, que resolvía la reflexión en la totalidad y actualidad de lo orgánico. La intelección, en cierto sentido, se desleía, complacedora, en el jugo de lo vital-práctico. Así lo consideró, ya en la década de los 80, J. Fernández, comentarista de los trabajos de M. Cole y S. Scribner en Liberia: de algún modo, los silogismos —valga el ejemplo que nos propone— están contenidos en sí mismos, con conclusiones que derivan solo de sus propias premisas, en el alejamiento y hasta en la omisión de las situaciones de la vida real, del entorno humano concreto, por lo que serán necesariamente incomprendidos, cuando no despreciados, por las personas de cultura oral. Frente a la frialdad sepulcral del silogismo, zombi exánime donde los haya, los hombres de la oralidad se reconocen en su pasión por el acertijo vivaz, por la terrenidad palpitante de la adivinanza

P. Romero, en “Una aproximación a la Paz Imperfecta: la Kriss Rromaní y la práctica intercultural del pueblo rrom —gitano— de Colombia”, procura llevar el derecho oral romaní al encuentro del paradigma teórico de la Paz Imperfecta —elaborado por el Instituto de la Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada (F. Muñoz, B. Molina, …). En el punto de convergencia entre el pensamiento operacional de las culturas orales (A. R. Luria, J. Fernández) y el sistema jurídico consuetudinario-transnacional del Pueblo Rom (J. C. Gamboa y C. P. Rojas), de índole asimismo situacional, encontramos un pacifismo constituyente, ilustrado por P. Romero con documentos emanados del propio proceso organizativo romaní:

Declaración

El pueblo Rom del mundo se manifiesta en contra de la guerra;

nuestro respeto por la tolerancia y por la diferencia no tiene límites.

Ello se debe a que nuestro Pueblo nunca ha participado en guerras

y, por tanto, no tiene héroes reconocidos ni odios heredados.

Si de algo nos enorgullecemos los Rom o Gitanos

es de nuestro alto sentido de convivencia pacífica

y nuestro repudio a la guerra,

lo que vale decir, nuestro amor a la vida.

Si los mundos se vieran desde la óptica propia del pueblo Rom

el mundo sentiría la verdadera paz,

porque nuestro territorio es este mundo,

 en donde pueden convivir muchos mundos” (2009, p. 15).

C) El pensamiento operacional, desafecto a la abstracción (y, por ende, reacio a los idealismos, proscriptor de toda metafísica), suscita, por último, una atención preferente a “lo más cercano” —lo tangible, lo inmediato. De ahí la riqueza y abigarramiento de las formas de ayuda mutua, de colaboración o cooperación, saturadoras de la vida cotidiana romaní y estigmatizadas por los vocablos payos opuestos a un tan intenso particularismo, como denunció M. Fernández Enguita en un escrito sobre la Escuela:

“La Escuela (…) pretende educar en reglas universalistas y abstractas, condenando como particularismo cualquier trato preferente a los más próximos (nepotismo, amiguismo, partidismo, favoritismo… son los distintos nombres, siempre condenatorios, para estas prácticas), mientras que la moral gitana es hoy, por esencia, particularista” (2005, p. 102-103).

Contra esta cultura de la oralidad, y los innegables valores que sustenta (auto-organización, rechazo del belicismo, apoyo mutuo, anhelo eco-homeostático,…), las sociedades mayoritarias dispusieron con diligencia programas de alfabetización en sí mismos altericidas: suprimen modalidades de expresión, estructuras de pensamiento, conformaciones de la subjetividad, estilos de vida, clases o tipos de hombre —antropodiversidad que, como apuntó W. Ong y lamentó E. M. Cioran, en modo alguno cabe ya restablecer. El hombre oral será eliminado escrupulosamente de la faz de la tierra, borrado para siempre del “paisaje de los homínidos” (5) —un paisaje uniformado y homogeneizado a conciencia y hasta la indecencia… Así iniciaba E. M. Cioran su Retrato del hombre civilizado:

“El encarnizamiento por borrar del paisaje humano lo irregular, lo imprevisto y lo diferente linda con la indecencia (…). Distinta en extremo me parece la situación de los analfabetos, considerable masa apegada a sus tradiciones y privaciones y a la que se castiga con una injustificable virulencia. Pues, a fin de cuentas, ¿es un mal no saber leer ni escribir? Francamente no lo creo. E incluso pienso que deberemos vestir luto por el hombre el día en que desaparezca el último iletrado” (1986, p. 29).

Acompañadas por violencias y coacciones (J. P. Clébert lo ha ilustrado fielmente para el Este de Europa) (6), tales campañas de alfabetización, asociadas normalmente a la defensa de la Escuela obligatoria, contribuyeron a la demolición de la educación clánica y a la desestructuración de la cultura gitana en general.

La evolución del cante en España refleja muy bien esta pérdida de la diferencia, con la asunción subsiguiente de estilos de reflexión y de expresión impropios del ser oral tradicional. 

En efecto, los primeros cantes de que tenemos registro, fechados de 1800 a 1850, responden a la lógica de la composición oral y nos recuerdan constantemente las pautas de pensamiento y de habla de una comunidad “verbomotora”.

Predomina la yuxtaposición de frases cortas, la adición de motivos, la redundancia, como en una técnica impresionista de acumulación de pinceladas sueltas; la subordinación brilla por su ausencia o no pasa de umbrales elementales; la sintaxis, simplificada, apenas proporciona un esqueleto sumario para la copla, etcétera. Paralelamente, escasean los conceptos, las categorías, las deducciones formales, en un ahuyentar definitivo de la abstracción y del razonamiento lógico.

El resultado suele ser lo que denominamos “estampa” o “escena”: una suerte de descripción máximamente concreta, situacional en grado sumo, cargada no obstante de connotaciones, rica en sugerencias de sentido —notable condensación/diseminación de significados desde una gran economía de significantes. Estas “inscripciones sonoras”, que en unas ocasiones remiten a la instantaneidad de la fotografía y en otras evocan la fugacidad de la secuencia cinematográfica, instituyentes de un muy atractivo minimalismo, tienden a perderse paulatinamente, desde la segunda mitad del siglo XIX y de manera acelerada a lo largo del siglo XX, conforme gana terreno la estructuración de la frase, la argumentación racional, el uso de nociones y esquemas, haciéndose más compleja la gramática —signos de la erradicación de la oralidad. En una de sus célebres conferencias, F. García Lorca, con un laconismo insuperable, lamentó esta evolución: “¡Cómo se nota en las coplas el ritmo seguro y feo del hombre que sabe gramáticas!” (1998, p. 114).

Podemos presentar como “estampas”, como elaboraciones orales, los siguientes cantes antiguos, concebidos en el siglo XIX:

 “¿De quién son esos machos,

con tanto rumbo?

Son de Pedro la Cambra,

van pa Bollullos”.

[“Estampa” de la opulencia paya y de la precariedad romaní: con la máxima economía de medios, se sugiere el asombro gitano ante unos mulos bien cebados, bien cuidados, propiedad de un hacendado rico, instalado en un pueblo, conocido de todos por su poder. Testigos del paso de los “machos”, los gitanos hacen valer su nomadismo humilde, su desinterés por la acumulación de bienes, la libertad que se desprende de su anti-política. De una soleá de Paquirri el Guanté, interpretada en nuestros días por Pericón de Cádiz, incluida en El cante flamenco…, 2004]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1gzs3r7OBWWfaiIncm9Bq6Dlf5QIS-kAS/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/osmqzlpnvkt01re/Esos%20machos.wav?dl=0

“Eres una y eres dos,

Eres tres y eres cincuenta,

eres tres y eres cincuenta.

Eres la Iglesia más Dios,

Donde toíto el mundo entra,

toíto el mundo menos yo”

[“Inscripción sonora” que refleja muy bien el aire a menudo “enigmático” de estas composiciones orales antiguas, entendidas inmediatamente por las gentes no alfabetizadas gitanas, pero extrañas y abstrusas en ocasiones para las personas de formación escritural occidental. Cante de La Niña de los Peines, recogido en el CD “Un siglo con duende”, 2002]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1DxaC9oH8j7RpxT4fjcXjoEU_xCvvi9G6/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/jvpjyufvfv086l8/Eres%20unas%20y%20eres%20dos.wav?dl=0

“A la orilla de un río

yo me voy solo.

Y aumento la corriente,

con lo que lloro;

porque mis penas,

desde que tú te fuiste,

no puedo con ellas”.

[Suerte de “escena”, que recurre a la muy característica hipérbole gitana para expresar el dolor por la separación del ser amado. De una soleá de Enrique el Mellizo, cantada también por Pericón, recogida en el mismo CD]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1ZUicCqYsRvxqslYs97GcUmYz9j-Rdwzs/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/kqay96v5kgld2ai/Me%20voy%20solo%20a%20llorar.wav?dl=0

“De noche me sargo al patio

y me jarto de llorá,

en ver que te quiero tanto

y tú no me quieres ná”.

[Composición análoga, ya en marco sedentario —sustitución del río por el patio—, transcrita por F. García Lorca, 1998, p. 45]

“Ovejitas eran blancas

y er praíto verde;

er pastorsito, mare, que las guarda

de ducas se muere”.

[Letra copiada por Demófilo, citada por Báez y Moreno, p. 32. Como sinónimos de “pena”, el cante utiliza las expresiones “duca”, “duquela”, “duquita”, “angustia”, “dolor” y “tormento”] 

“¡Ay!, en Arcos de la Frontera,

un rayo cayó,

ha mataito a mi hermano, mi alma

que de mi corazón”.

[“Estampa” de la vida insegura, a la intemperie, y del amor fraternal. Siguiriya de Arcos, casi perdida, recuperada por el Lebrijano para El cante flamenco…, 2004]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1xy0My5845JRywlrOQhDG3C13pz-Nx0RM/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/57e8trpr5040ez0/10%20Un%20Rayo%20Cayo.wav?dl=0

“Iba mi niña Ramona

por agua a la fundición.

Los guardias que la encontraron

le han quitado el honor”.

[“Escena” seleccionada por F. García Lorca, en la que la fatalidad histórica —indefensión calé, impunidad policial, gitanofobia— sustituye a la fatalidad natural, 1998, p. 48]

“¡Ay!, cuando me siento a la mesa

y en ti me pongo a pensar,

tiro el plato y la comida

de fatigas que a mí me das”.

[“Inscripción sonora”, “escena” del desamor —la silla, la mesa, el plato, la comida—. Soleá antigua recreada por Antonio Mairena, escogida para El cante flamenco…, 2004] Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1P3zuN9sDN9snlj4-PDGB4IsmSLNLJdY3/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/u1jw3lv15soepr0/Tiro%20el%20plato%20y%20la%20comida.wav?dl=0

“Yo tiro piedras por las calles

 y al que le dé que perdone;

tengo mi cabeza loca

de puras cavilaciones”.

[“Inscripción” o “estampa” del enloquecimiento bajo las dudas. Soleá decimonónicaversionada por Pericón, que forma parte del doble CD El cante flamenco…, 2004]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1fcswudEdzoKDzGEVlYE-Uuke3fxmrmjG/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/nj44a075559l7oz/16%20Tiro%20Piedras%20Por%20Las%20Calles.wav?dl=0

“Los gitanillos del Puerto

fueron los más desgraciaos,

que de las minas del azogue

se los llevan sentenciaos.

Y al otro día siguiente

les pusieron una gorra

 y con alpargatas de esparto,

que el sentimiento m’ ajoga.

Y al otro día siguiente

le pusieron con un maestro,

que a to el que no andaba listo

de un palo lo echaba al suelo

y así a palos, a palitos,

los dejaban muertos.

Los gitanos del puerto

fueron los más desgraciaos,

que se pueden comparar

con los que están enterraos”.

[Crónica sucinta de un episodio histórico de la persecución de los gitanos, bajo el “pogrom” del siglo XVIII. Romance popular del que tomó nota Demófilo en 1881. Ejecución, en trovos corridos, a cargo de Antonio Mairena, disponible en El cante flamenco…, 2004]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1F3gB_zGrzNIonvCuqpS5sm-BQcJQIYkD/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/j27mbw3odfd5cke/Los%20gitanos%20del%20Puerto.wav?dl=0

“Camino de Almería,

Venta del Negro:

allí mataron a mi hermano

los carabineros”.

[“Estampa” sumaria, desnuda, casi a modo de esquela, recogida por F. García Lorca, 1998, p. 48]

“Míralo por onde viene,

agobiao por er doló,

chorreando por la siene

gota e sangre y suor”.

[“Instantánea” en la que se funde lo real y lo simbólico —sudor y sangre—. Letra de una saeta tradicional copiada por D. Pohren, 1970, p. 124]

Y valga, como contraste, una composición contemporánea de Mercé, exponente ya de un pensamiento y una expresión definitivamente regidos por la escritura:

“El límite del bien y del mal

yo no sé dónde está;

y es que el deseo a mí me tiene desbocao (…).

Serenidad que busco y no la encuentro;

y viene la ansiedad, y con ella el miedo (…).

Un animal me siento a veces;

un humano llevo dentro y crece

en este mundo disfrazao.

La voluntad en varias direcciones,

la mente debatiendo las mejores.

Pesadilla real que acabe ya,

de forma que comprenda lo que soy”.

[Expresión, relativamente elaborada, de cierta división esquizoide en el gitano integrado, incorporado al mundo sedentario y escritural de la Ratio. Manifestación también de aquella auto-represión del deseo y de la animalidad originaria que N. Elias situaba en el eje del proceso occidental de civilización. Por último, anhelo doloroso de introspección, de búsqueda interior; voluntad de auto-análisis que, según A. R. Luria, nunca acechaba a los hombres de la oralidad, desinteresados por definir y aún más por auto-definirse. De su álbum Del Amanecer, 1998]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1zTQlgS5Qstg0j5BSqdB0WKiVNvTzHjPf/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/p9shaoshme0mqoi/El%20l%C3%ADmite.wav?dl=0

Con la supresión de la condición oral, y con la hegemonía de la littera y de las instituciones escolares, se propulsa, según P. Sloterdijk, el proyecto europeo de domesticación del hombre por el hombre (“no hay lecciones sin selecciones”, nos recuerda), en el marco de las antropotécnicas modernas. Tales “técnicas del hombre” indujeron fenómenos desconocidos en el universo gitano tradicional: jerarquía, elitismo, fractura social, subordinación económica, …  En sus palabras:

“La práctica de leer fue por cierto un poder de primer orden en la formación y domesticación del hombre, y lo sigue siendo hoy (…). Lecciones y selecciones tienen más que ver una con otra de lo que algunos historiadores de la cultura querían y eran capaces de pensar (…). La cultura escrituraria mostró agudos efectos selectivos. Hendió profundamente a las sociedades (…). Se podría definir a los hombres de tiempos históricos como animales, de los cuales unos saben leer y escribir y otros no. De aquí en adelante hay solo un paso –aunque de enormes consecuencias– hasta la tesis de que los hombres son animales, de los cuales unos crían y disciplinan a sus semejantes, mientras que los otros son criados: un pensamiento que, desde las reflexiones platónicas sobre la educación y el Estado, ya pertenece al folclore pastoral de los europeos” (2000 B, p. 7).

También el flamenco testimonió, a partir del siglo XX, esa deriva moderna, resuelta como adopción progresiva de las pautas y valores de las sociedades democráticas occidentales…

He aquí un cante terrible, que presagia la extinción de la alteridad gitana justamente allí donde esta parecía buscar refugio: en la esfera del amor. Y un par de coplas que, señalando asimismo la triste monetarización de la vida bajo el sistema capitalista, iluminan los dos ámbitos complementarios —el del trabajo alienado y el del sedentarismo forzoso— en que se desvanece la diferencia romaní:

“Si quieres que te quiera,

dame doblones, dame doblones.

Son monedas que alegran

los corazones”.

[La modalidad gitana del “amor-pasión” queda abolida ante el “amor-contable” mayoritario. Tango dela Niña de los Peines, en voz de Carmen Linares para su recopilatorio Antología. La mujer en el cante jondo, 1996]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/10MTJSH6HzogYc2MxUkDG7b0ScFRDocIx/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/fnyr58g23h5hmyq/Dame%20doblones.wav?dl=0

“Vengo de la viña andando,

y el dinero que yo gano

a mi madre se lo entrego

pa mantener a mis hermanos”.

Me crié de chavalito

en las tierras de Jerez;

y no se me pué olvidar

el tiempo que allí pasé, ¡ay!,

sin conocer la maldad”.

[Sedentarismo, laborización, atisbo de “cuestión social” y de orgullo local: signos de la dilución de la idiosincrasia romaní. Cante interpretado por Sordera, entre otros]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1ZJnBK8m5g1JBTWtMALS3iU9qatq0M4Kr/view?usp=sharing

o

https://www.dropbox.com/s/s3i4to2qz6ppvyx/Vengo%20de%20la%20vi%C3%B1a%20andando.wav?dl=0

“Bebe vino, compañero, ¡ay!,

que lo pienso pagar yo;

 quiero gastar los dineros,

que mi sudor a mí me costó,

¡ay!, y trabajando de minero”.

[Trabajo servil, que se impone a la tradicional desestima gitana del salario; y consumismo compensatorio (de la explotación económica y de la aculturación inducida) en beneficio de la industria paya del ocio. Minera, taranta de Linares, en recreación de Gabriel Morenopara El cante flamenco…, 2004]

Para escucharla:

https://drive.google.com/file/d/1d0QBlNksc7YtTQwujChW07nDBhTb-Q0o/view?usp=sharing

o   https://www.dropbox.com/s/g3u9v13l3sb2wim/08%20Bebe%20Vino%20Companero.wav?dl=0

II)

RESTANTES ASPECTOS DE LA “DIFERENCIA” ROMANÍ EXPRESADOS EN EL CANTE

“En el fondo de mi alma,

mis raíces lloran sangre

por una causa perdida”

Del cantaor José Mercé, en el álbum Hondas raíces

A) NOMADISMO 

 Desde sus orígenes, el flamenco testimonia, en efecto, el orgullo nómada del gitano tradicional. Ya a principios del siglo XIX, una debla (enigmático cante básico, recreado por Tomás Pavón en 1940), interpretada en nuestro tiempo por Rafael Moreno, expresaba sin ambages la aversión a la fijación residencial:  

“Soy caló de nacimiento.

Yo no quiero ser de Jerez;

con ser caló estoy contento”.

[Incluido en el CD El cante flamenco. Antología histórica, 2004]

Una soleá de Alcalá, de la misma época, que recogiera Joaquín el de la Paula y canta hoy Fosforito, enlaza la vida errante con el amor como horizonte:

“A pesar de tanto tiempo

por tan distintos caminos,

en mi corazón me siento

que tú eres mi destino”.

[En el recopilatorio El cante flamenco…, 2004]

En la segunda mitad del siglo XIX, conforme avanza el proceso de sedentarización, el cante se ve marcado por la memoria exaltada de la felicidad nómada:

“Y queremos divertirnos:

¡Viva el Moro! ¡Viva Hungría!”.

[Fandango popular interpretado por Gabriel Moreno, recogido en la compilación El cante flamenco…, 2004]

Y, ya en la primera mitad del siglo XX, se funde la figura del buhonero o pequeño mercader ambulante con la del cantaor y trovador peregrino:

 “Fueron buenos cantaores,

Pajarito y el Morato.

Fueron buenos cantaores,

también trovaban un rato;

pero su vida, señores, ¡ay!,

fue la tartana y el trato”.

[Cante de las minas, en la voz de Antonio Piñana, seleccionado para El cante flamenco…, 2004]

En ocasiones, el nomadismo físico se asocia en el flamenco con el nomadismo espiritual, convirtiendo el primero en metáfora o imagen inmediata del segundo, como en la petenera que cantara la Niña de los Peines y que ha sido modificada ligeramente en coplas posteriores (anhelo de “un mundo nuevo” donde por fin se encuentre ora “más verdad”, ora “remedio para la pena”):

 “Quisiera yo renegar

de este mundo por entero;

volver de nuevo a habitar,

por ver si, en un mundo nuevo,

encontraba más verdad”.

[Inscrita en el proyecto musical Antología. La mujer en el cante jondo, 1996, a cargo de Carmen Linares].

Un cante muy comentado, que se ha interpretado en claves distintas (expresión del desinterés gitano por el paisaje local, en beneficio de temáticas profundamente humanas, sostenía, por ejemplo, F. García Lorca), puede leerse también como declaración implícita de amor al antiguo nomadismo y testimonio explícito de desafección a la moderna mudanza “doméstica”, siempre al interior de un mismo ámbito, entre lugares conocidos:

“A mí se me da mu poco

que er pájaro en la alamea

se múe de un arbo a otro”.

[De la colección de Demófilo, citado por F. García Lorca, 1998, p. 112]

Un tema contemporáneo, por último, compuesto por P. Ribera y M. Molina, cantado por Lole y Manuel, evoca admirablemente la existencia nómada de los gitanos tradicionales, una constante histórica que cubre toda la migración romaní hasta la segunda mitad del siglo XX:

“Los niños quisieran seguirle detrás

y por los caminos soñar;

los niños quisieran seguirle detrás,

pero los gitanos se van, se van, se van.

 Cabalgando van los gitanos,

van los gitanos, van los gitanos;

los hombres montan las yeguas,

 y las mujeres en los carros

a sus niños chiquetitos

dan sus pechos amamantando.

 Carmelilla, la mocita,

la que va en el primer carro,

dice que anoche la luna

le prometió un traje blanco

y un gitano de aceituna (…). /

Antes de llegar al río,

los gitanos han acampao.

 La tía Carmen, la más vieja,

la del pelo plateao,

hace flores de colores,

azules, rojas y blancas.

Carmen Montoya y la Negra

hacen canastas de caña,

sentaítas sobre una piedra.

Los gitanos se han dormío;

sus camas son el romero,

la amapola y la violeta;

y pa que no se despierten,

el agüilla del riachuelo

se queda de pronto quieta”.

[«Cabalgando», en el álbum Al alba con alegría, 1991]

B) LABOROFOBIA

En el plano positivo, la laborofobia gitana se expresa en un sinfín de canciones festivas, alegres, que destilan una suerte de orgullo motivado, una especie de salutación del romaní por la libertad y regocijo con que se entrega a sus tareas y ocupaciones autónomas. Como botones de muestra, hemos elegido los siguientes cantes populares:

“Salga usted a mi puesto, hermosa;

no se esconda usted, salero;

que vengo de Zaragoza,

yo traigo nueces y peras (…)

y orejones de Ronda,

y agua de la nieve”.     

[Cante versionado por el Chocolate. Incluido en el CD Un siglo con duende. Recopilatorio del mejor flamenco del siglo, 2002]

“Dijo un día Faraón:

Gitanilla, tú has de ser

quien sin mimbres

 hagas canastos

y trasquiles los borricos

con tijeras de papel”.

[Copla recordada por J. Ramírez-Heredia, 1971, p. 138-9]

“Mañanita, mañanita,

mañanita de San Juan;

mientras mi caballo bebe,

a la orillita del mar,

mientras mi caballo bebe,

 yo me ponía a cantar,

y águilas que van pasando

se paraban a escuchar”.

[Cante de Esperanza Fernández, disponible en la compilación Un siglo con duende…, 2002]

“Debajito del puente

sonaba el agua;

eran las lavanderas:

las panaeras ¡cómo lavaban!”.

[Por la Niña de los Peines. Tango sumado al recopilatorio Antología. La mujer en el cante, 1996]

“Pasa un encajero.

Mare, que me voy con él;

que tiene mucho salero”.

[De un tango de la Niña de los Peines, rescatado para el proyecto Antología…, 1996]

La desafección gitana hacia el empleo se manifiesta, de manera negativa, en los cantes mineros y en aquellos otros que abordan la congoja de trabajar al modo payo:

“Y sale el minero cantando.

Entra con pena en la mina,

 y sale el minero cantando:

porque ve la luz del día

y sus niños lo están esperando.

¡Ay!, y se emborrachan los mineros

to los días, to los días, to los días, ¡ay!”.

[Carmen Linares, recreando un cante popular dramático. En Un siglo con duende…, 2002]

“¡Ay!, desgraciaíto de aquel

que come pan de la mano,

 siempre mirando a la cara:

si la ponen mala o buena”.

[El obrero ante/bajo el empresario; a su merced, pues “come pan de la mano” … En la voz del Diamante Negro. Tema incluido en Un siglo con duende…, 2002]

“Por una estrecha y oscura galería

un minero va cantando;

y en su cantar va diciendo

que cómo estará la prenda mía,

que me la dejé durmiendo”.

[Aflicción por la separación diaria de los amantes, que no se daba en la vida gitana tradicional. Taranta minera dela Niña de Linares, recogida en Antología. La mujer en el cante, 1996]

“¡Muchachas del Molinete,

preparad bien los moñeros!

Que viene la Méndez-Núñez

con doscientos marineros.

¡Muchachas del Molinete!”.

[Taranta de la Antequerana, incorporada al álbum Antología…, 1996]

C) SENTIMIENTO COMUNITARIO

A partir de los argumentos esgrimidos por I. Illichen La lengua vernácula, y en otras obras, ha tomado cuerpo una denuncia que afecta a determinados sectores del feminismo occidental: la posibilidad de que una cultura erigida sobre la dualidad y el conflicto (Civilización/Barbarie, Bien/Mal, Capital/Trabajo, Hombre/Mujer, Adulto/Niño, Razón/Locura, Salud/Enfermedad, etcétera) se halle epistemológicamente vedada para comprehender “relaciones de complementariedad”, sustantivamente no-conflictuales, que distinguieran a otras formaciones culturales. Ver en todas partes, en la otredad civilizatoria, y, antes que nada, relaciones de dominación de la mujer por el hombre (o de los niños por los adultos, valga el ejemplo), podría considerarse, entonces, como una manifestación más del pertinaz etnocentrismo occidental. Una gitana nómada, madre soltera, con hijos no escolarizados, líder “natural” de su clan, casi como en una reminiscencia del antiguo matriarcado, en situación de búsqueda y captura policial por todo ello y por otras cosas, lo sostuvo, con rigor y con pasión, en un encuentro organizado en 2012 en Vigo, en la Cova dos Ratos. Y no es difícil encontrar, en el cante, letras que subrayan la ascendencia de la mujer en el grupo gitano y su relación altiva, de igual a igual, con el hombre, en los asuntos del amor y de la pareja:

“Pase por lo que tú quieras;

yo he repasaíto mis libros:

cuenta me tiene el dejarte”.

[Cantiña elegida por Carmen Linarespara completar elrecopilatorio Antología…, 1996]

“Al pasar por tu casita un día,

al pasar por donde tú vivías,

me acordaba yo de aquellos ratitos

que yo contigo tenía”.

[De un tango de la Niña de los Peines,en la misma antología]

“Presumes que eres la ciencia,

y yo no lo comprendo así.

¿Por qué siendo tú la ciencia,

no me has comprendido a mí?”.

[De una soleá dela Serneta, recreada por Carmen Linarespara el CD en torno a la mujer]

 “Dios mío, dame paciencia;

pa bregar con este gitano

me falta la resistencia”.

[De un tango dela Repompa, en la compilación de Carmen Linares]

“Yo le di un duro al barquero,

por pasar el Ebro a verte:

los amores de Navarra

son caros pero mu buenos”.

[De una alegría de la Niña de los Peines, en la antología sobre el cante femenino]

“De quererte yo a ti tanto,

a mí me estaba dando pena;

y a mi verita ya no te puedo tener,

y esos sí que son quebrantos”.

“Firme te he sido,

pero la culpa de que yo ya no te quiera

tú mismo la habías tenido”.

[De unas bulerías por soleá de María la Moreno, grabadas para el compendio Antología…, 1996]

“Anda y no me llores más;

que, detrás de una tormenta,

viene una serenidad”.

[De una solea de la Jilica de Marchena, recuperada para Antología…, 1996]

“Compañero mío,

¿qué has hecho de mí,

que me has metido por una veredita

que no puedo salir?”.

[De un cante de María Borrico, insertado por Carmen Linares en Antología…, 1996]

“Y yo hice juramento:

borrar de mi pensamiento

amor que a mí me ofendió”.

[De una milonga de Pepa Oro, en el proyecto Antología. La mujer en el cante, 1996]

“¿Qué quieres conmigo,

si no te quiero?

Ya tengo en mi casa

género nuevo”.

[De una bulería de la Niña de los Peines, integrada en Antología…, 1996]

En todos estos cantes de mujer, reunidos por Carmen Linares, se refleja una disposición orgullosa, lúcida, casi soberbia, de las gitanas ante sus compañeros o amantes; una abierta liberalidad y una clara sugerencia de igualdad y simetría. No se percibe sumisión, y están ausentes la humillación y el miedo. Tal y como sugiere una bella copla de la Niña de los Peines, recogida en el álbum Un siglo con duende (2002),estamos tentados de ver, en esos cantes femeninos antiguos, reminiscencias de un orden socio-afectivo construido sobre relaciones temporales de complementariedadorden desvencijado por la irrefrenable integración gitana en la sociedad patriarcal mayoritaria:

 Eres palmera y yo dátil;

tú eres zarza y yo me enredo;

eres la rosa fragante

del jardín de mis deseos;

eres madera y yo lápiz”.

Liberalidad y simetría sugeridas también por la copla que recogiera M. Cervantes en “La gitanilla”: “Por un morenico de color verde, / ¿quién es la fogosa que no se pierde? (p. 134). Y por no pocas de las letras compiladas por Demófilo, estas dos entre ellas:

“Con er jaleo y er olé,

las muchachas de hoy en día

se lo isen a los hombres”.

[Citado por Báez y Moreno, p. 7]

“Ya no quieres ni mirarme;

y yo ya me he enterao

que tú has mandao que laven

mi ropita aparte”.

[Recogido por Demófilo, citado por F. García Lorca, 1998, p. 47. Murmurio de un “muchacho enfermo y enamoradísimo”, en palabras del poeta]

A. Álvarez Caballero, en el texto-prólogo de La mujer en el cante jondo,  recoge aquello que una de las primeras cantaoras flamencas, la Andonda, le dijo, llena de altivez, a el Fillo, que había sido su amante, como despedida, tras la ruptura sentimental: “¡Anda y vete, pollo ronco, a cantarle a los chiquillos!”. Demófilo documentó en el cante, por otro lado, el temor del gitano a provocar la infelicidad de su amada: “Siempre en los rincones / te encuentro llorando; / mala puñalada me den, compañera, / si es porque te doy mal pago” (1975,p. 126).  Una bulería muy interesante de Antonia Pozo, incluida en Antología…, nos trae, además, como un aroma del viejo matriarcado —la madre da el amor y el padre no la luz, sino una buena sombra:

“Ni mujer como María,

 no hay hombre como Dios,

ni amor como el de una madre,

ni luz como la del día

y sombra la de un buen padre”.

Por último, es interminable la serie de cantes consagrados a ensalzar el amor materno. La madre se presenta en ellos como la más valiosa garantía de afecto, como un ser al que nunca se debe contrariar ni ofender, casi sagrado; también como un inagotable surtidor de consejo y sabiduría, una instancia asesora y moralizadora:

“Como eran dos días muy señalaítos,

de Santiago y Santa Ana,

yo le rogué a mi Dios                                                                                                                           

que le aliviara las duquelas a la mare mía

de mi corazón”.

[Siguiriya decimonónica de Curro Durse, popularizada por Manuel Torre y recreada por Manolo Caracol. Se inscribe en el CD Una historia del cante flamenco, 1985]

“¡Ay!, con grandes fatigas

yo le imploro a Dios

que le alivie a mi madre

la cruz que lleva

de su corazón”.

[Siguiriya de Jerez, del siglo XIX, versionada por el Tío Borrico, incidiendo en el mismo asunto, con gran predicamento en los cantes antiguos: implorar a Dios por el término o la disminución del sufrimiento materno. Seleccionada para El cante flamenco…, 2004]

“Nunca pasé yo una pena,

mientras mi mare vivía”.

[Letra copiada por Demófilo, citada por Báez y Moreno, p. 21]

“Ya te he dicho que a mi madre

la tienes que venerar,

como a la Virgen del Carmen,

 que está puesta en el altar”.

[Cante popular, rememorado por Manolo Vargas. Inserto en Un siglo con duende…, 2002]

“Comparito mío, Curro,

dirle usté a mi mare

que me’stoy muriendo

en esta casapuertita

revorcao en sangre”.

[En L. Suárez Ávila, 2008, p. 20. El último pensamiento y la última voluntad son para la madre]

La figura de la gitana que se desenvuelve con libertad en la esfera sentimental, sin aceptar la clausura en la sexualidad del marido, ha encontrado a su vez remedos en la producción artística paya: en Kismet, R. M. Rilke nos seduce con la inteligencia alegre de una romaní danzando ante las pasiones que despierta en varios hombres, mientras su niño se remueve en la cuna. Y, como hemos visto, en Los cíngaros, A. Pushkin celebra el perfil de Mariula y de su hija Zemfira, capaces de mantener relaciones extraconyugales, sin ocultar nada ni engañar a nadie, y sin tolerar, tampoco, una prohibición o una supervisión ejercida por sus maridos. La comunidad romaní antigua —nos sugieren estas obras— asumía tales relaciones con naturalidad y descartaba la posibilidad de que, bajo la locura de los celos, un hermano dañara a otro hermano. En un pasaje del poema de A. Pushkin se contrapone, precisamente, la visión comprensiva (bajo la primacía ética y ontológica de la comunidad) del anciano cíngaro abandonado por su mujer a la posesividad machista de Aleko, individualista ruso inepto para admitir relaciones de equidad y respeto intergenéricas:

«Anciano: A mí, joven y apuesto, y a nuestra hija,

abandonó Marihula.

Yo estaba durmiendo plácidamente; brillaba el alba;

¡y me quedé sin novia! (…).

Lloraba Zemfira y empecé yo también a llorar.

Desde entonces rehuí a todas las vírgenes del mundo;

no puse en ellas mis ojos, no quise con ellas amistad.

Y me quedé libre y solo,

sin compartir mi vida con nadie.

Aleko: Pero, ¿cómo pudo no apresurarse

a buscar a la ingrata

y a los depredadores traicioneros,

y hundir la daga en los corazones desalmados?

Anciano: ¿Para qué? La juventud es un pájaro libre.

¿Quién es capaz de mantener el amor?

La muerte no da a todos la alegría.

Aleko: No me gusta eso.

No, no hablo en vano.

No renunciaré a mis derechos;

o, por lo menos, disfrutaré de la venganza.

 ¡Oh, no!”.

El amor-pasión gitano queda muy lejos de esa voluntad de apropiación de Aleko, que le lleva a hablar de “derechos”, de “traición” y de “venganza”. Mídase tal distancia en los siguientes cantes de hombres enamorados:

“Le ije a la luna

del artito sielo

que me llevara siquiera por horas

con mi compañera”.

[Copla que se cantaba a fines del siglo XIX y de la que se hizo eco A. Machado y Álvarez (Demófilo) en su Colección de cantes flamencos, 1975, p. 126)]

“Romerita mi romera,

 me la llevé a un romeral;

y ni la ropa de su cuerpo

yo le he querío tocar”.

[Cante al que prestó voz Antonio Mairena, citado por Josephs y Caballero, p. 244]

“Ya va pa tres lunas,

 contaítas las llevo,

que no diquelo a mi compañera

y de ducas muero”.

[Del libro de Demófilo, en cita de Báez y Moreno, p. 31]

“Llorar, llorar, ojos míos,

llorar si tenéis por qué,

que no es vergüenza de un hombre

llorar por una mujer”.

[Cante traído a una de sus conferencias por F. García Lorca, 1998, p. 117]

“Si acaso muero,

 mira qué te encargo:

que con las trenzas de tu pelo negro

me ates las manos”.

[Letra en la que repara F. García Lorca, 1998, p. 119. Esta enigmática petición del hombre en peligro a la mujer que ama constituye un motivo recurrente en el cante]

Desprendido ante sus compañeros, generoso en los favores, dispuesto a dar casi todo lo que tiene: así se auto-representa el “buen gitano” en el cante:

“Mira si soy buen gitano,

que cuatro reales te doy

de cuatro y medio que gano”.

“Maresita mía, que güena gitana,

de un peasito e pan que tenía

la mitad me daba”.

[Del compendio de Demófilo, en referencia de Báez y Moreno, p. 10]

D) DERECHO CONSUETUDINARIO GITANO (LA KRISS ROMANÍ)

Como el indígena, el gitano no cree en los códigos de justicia de la sociedad mayoritaria y no recurre a sus aparatos judiciales. En ambos casos, está mal visto por la colectividad que un miembro apele a las instancias exteriores (comisarios, jueces, tribunales, …), pues el grupo dispone casi desde siempre de su propio sistema jurídico, de su propia forma de derecho. Este aspecto queda muy bien reflejado en el cante: el gitano encarcelado no se arrepiente de nada, no se considera culpable, no reconoce la legitimidad de los poderes que lo apresan y juzgan. Sintiéndose más bien víctima de la sociedad o de las circunstancias, se abruma, adolorido, por la consciencia de las dificultades y de la aflicción que su ausencia provoca en la comunidad toda… En ocasiones, el cante transfunde incluso cierta admiración por la figura del bandido, del hombre que quebranta con orgullo la ley de una sociedad hostil:

“Por la Sierra Morena,

va una partía.

Al capitán le llaman,

José María, ¡ay!,

que no va preso,

mientras su jaca torda, ¡ay!,

 tenga pescuezo”.

[“Estampa” que connota simpatía, en ausencia de toda argumentación lógica o racional, como caracteriza a las culturas de la oralidad. Cante popular, recreado por Pepe de la Matronay añadido al recopilatorio Un siglo con duende…, 2002]

“Por una cosita leve,

jice de mi ropa un lío

por lo que sobreviniera”.

[Copiado por Demófilo, citado por Suárez Ávila, p. 5. Demófilo anota: “Hay criminales que llaman una cosita leve a darle a un hombre una puñalada y dejarle muerto en el sitio. Hacer un lío por lo que sobreviniere significa aquí prepararse a huir de la acción de la justicia”]

“Yo entré en la Sala del Crimen

y hablé con el Presidente:

Si el quererte es un delito,

que me sentencien la muerte”.

[Cante popular interpretado por la Perla de Cádiz, inscrito en Un siglo con duende…, 2002]

“A la luna le pido,

la del alto cielo,

cómo le pido que saque a mi padre

de onde está preso”.

[Copla de El Planeta, cantaor de fines del s. XVIII, recogida por R. Molina y A. Mairena, p. 185]

“Esquinas de Andalucía,

donde alumbran los faroles,

decirle, ¡ay!, a la gente mía

que he salío de prisiones.

¡Ay!, no me duelen las cadenas;

que me dolía a mí el pensar

que tú pases tantas penas,

 ¡ay!, por buscar mi libertad”.

[Martinete incluido por el Cigala en su proyecto discográfico Undebel, 1998]

La “firmeza” gitana viene a designar un obrar correcto, ético, plegado sobre la coherencia, la franqueza, la adecuación de la vida al pensamiento y sobre una cierta solidez (estabilidad, continuidad) en el decir y en el actuar. Lo contrario de esta firmeza sería la mentira, la hipocresía, el pensar mudable y la vida no sujeta a criterio moral —“no tener ley”. Ambos aspectos han quedado registrados en el cante:

“Firme me mantengo,

firme hasta la muerte.

Confirmo y afirmo

 que no he de cambiar (…).

Cuando muera dirán siempre:

murió, pero firme fue”.

[CantedeMenese, en José Menese con Enrique Melchor en el Albéniz, 1995]

“Aunque cien años yo dure,

yo seré como la mimbre,

que la bambolea el aire,

pero se mantiene firme”.

[De un cante de Camarón, retomado por E. Morente y otros. Incluido en Camarón nuestro, 1994]

“Fragua, yunque y martillo

rompen los metales.

Er juramento que yo a ti te jecho

no lo rompe naide”.

[Siguiriya del siglo XIX, que versionó el Viejo de la Isla, acreditada por Demófilo, p. 123]

“Cositas que no puen ser:

de la noche a la mañana

cambiaste de parecer”.

[Deun fandango alosnero cantadoporCarmenLinares. En su proyecto Antología. La mujer en el cante, 1996]

“El agua pasajera

no mueve ningún molino”.

[Deuna bulería por soleá deMaríalaMoreno, recuperada para la miscelánea Antología…, 1996]

“Mala puñalá te peguen

que te den los Sacramentos,

porque no le tienes ley

ni a la camisa e tu cuerpo”.

[Cante del siglo XIX referido por Demófilo, en cita de L. Suárez Ávila, 2008, p. 4]

Entre los valores interiorizados por el ser comunitario romaní, ligados a la idea de “firmeza”, destaca, en todo momento, la sinceridad, el apego a la verdad, como refleja este tema de J. M. Flores y M. Molina Jiménez, cantado por Lole y Manuel(grabación disponible en el álbum Al alba con alegría, 1991):

“Dime

si has mentido alguna vez;

y dime si, cuando lo hiciste,

sentiste vergüenza de ser embustero.

Dime, dime, dime,

si has odiado alguna vez

a quien hiciste creer

un cariño de verdad (…).

Dime

si de verdad crees en Dios

 como crees en el fuego cuando te quemas.

Dime, dime, dime,

si es el cielo tu ilusión

o es la verdad en la tierra.

Dime

a cada cosa sí o no;

y entonces sabré yo

si eres mi sueño”.

Esa necesidad de arraigar en el prestigio, de granjearse y preservar el buen crédito —cuando no la admiración— entre los parientes y los compañeros, origina en el romaní un miedo exagerado a la maledicencia, a los rumores, chismes y bulos, en una extrema susceptibilidad al “qué dirán”. El gitano tradicional presta una atención casi obsesiva a las vicisitudes de su imagen pública; y el cante se ha hecho eco, una y mil veces, de tal circunstancia:

“Por aonde quiera que voy

la gente me mira mucho:

mis obras dirán quién soy”.

[Letra rescatada por Demófilo, citada por Báez y Moreno, p. 12]

“Más mata una mala lengua

que las manos der verdugo;

que er verdugo mata un hombre

y la mala lengua a muchos”.

[Báez y Moreno, p. 6. A partir de la obra de Demófilo]

“¿De qué me vienes culpando?

 La culpa yo no la tengo,

si de ti habla la gente”.

[En Homenaje flamenco a Miguel Hernández. Por Enrique Morente, 1971]

“¡Ay!, Dios mío, líbrame;

¿Cómo me libras de una mala, malita lengua

 y de un mal incurable? (…).

¡Ay!, ¿Por qué me pregonas mal,

 tú, muy mal, y a la luz?

¿Por qué me pregonas?”.

[De una siguiriya de Jerez, de la Piriñaca, en voz de Carmen Linarespara Antología…, 1996]

“Miran lo que andan hablando;

 sin comerlo ni beberlo,

te lo andan criticando”.

[De una cantiña antigua, recreada por Carmen Linares para el mencionado recopilatorio]

“¿Para qué vienes ahora

a redoblar mis tormentos?

Dirá la gente que estoy

falta de conocimiento

si mi palabra te doy”.

[De un fandango alosnero de la Conejilla, en cante de Carmen Linares para Antología, 1996]

“¡Chiquilla!

Valientemente dejaste tú mi queré

por er desí de la gente”.

[Letra integrada en la colección de Demófilo, citada por Báez y Moreno, p. 11]

“Que andan hablando…

Sin tener nada contigo,

el crédito me andan quitando”.

[De una soleá de la Jilica de Marchena, rehabilitada por Carmen Linarespara el proyecto musical Antología…, 1996]

Qué cuidaíto se me daba a mí 

que de mí formaran historias;

si yo estoy comiendo y bebiendo,

y estoy viviendo en la gloria”.

[Actitud “defensiva” de la persona herida por las habladurías, que se refugia en un ultra-realismo material (comer, beber) para simular que no le afecta la opinión de sus hermanos. De una soleá de principios del siglo XIX, en ejecución de la Piriñaca para el álbum Antología…, 1996]

  En el final de Los cíngaros, A. Pushkin nos ofrece una maravillosa evocación de un acto de la Kriss. No existía aún el concepto de un derecho consuetudinario romaní, no se había constituido la materia de estudio, ningún especialista había reparado en semejante modalidad jurídica transnacional; y, sin embargo, las prácticas de la Kriss eran cotidianas e incesantes entre los gitanos y no se escondían de la mirada paya. Los muy ajustados versos de A. Pushkin ilustran las principales características de este inveterado derecho oral, tal y como se despliega ante el doble asesinato:

. -1) No busca el castigo o el dolor de Aleko, que ha matado por celos. Aspira más bien a resolver comunitariamente un problema intersubjetivo (el ruso no está hecho para la vida gitana, y es incapaz de superar los estigmas de su propia cultura); adversidad en relación con la cual, en cierto sentido, no hay culpa individual, pero que todos padecen y de cuya emergencia la tribu en su conjunto es responsable: Aleko fue admitido en el clan, agregado, aceptado como un hermano.

. -2) Expresa su determinación (la expulsión del homicida) a través de la palabra de un Anciano —autoridad moral, hombre de prestigio—, quien recoge meramente la opinión colectiva, el sentir unánime de las familias: Aleko tiene un carácter orgulloso, atormentado, impositivo y violento, que contrasta con el de los gitanos, gentes humildes, sencillas, tolerantes y pacíficas. Y este portavoz enuncia la resolución consensual (deseo de que el asesino, alejado, pueda vivir en paz) con respeto y casi pena:

“¡Déjanos, hombre orgulloso!

Somos salvajes,

y no tenemos leyes;

nosotros no torturamos,

no castigamos,

no necesitamos sangre

 ni gritos de dolor.

Pero no queremos vivir con un asesino…

Tú no has nacido para ser vida salvaje (…).

Somos almas tímidas y amables,

mientras que tú estás siempre enojado

y te envalentonas:

¡déjanos ya mismo!

Lo sentimos;

que la paz sea contigo”.

Esta forma consuetudinaria de derecho caracteriza a las llamadas “sociedades sin Estado”, entre las que se incluye la gitana tradicional: “pueblos sin gobernantes” o “anarquías organizadas” que motivaron los estudios de M. Fortesy E. E. Evans-Pritchard, C. Lévi-Strauss, P. Clastres, H. Barclay, J. Middleton y D. Tait,  S. Mbah e I. E. Igariwey,…,

Sea como fuere, la desmesura emocional gitana es inocultable; y ha dado lugar, en el cante, a una modalidad muy bella de hipérbole:

“En una piedra yo me acosté,

porque venía falto de sueño;

y cuando me desperté,

de luto vestía la piedra

de verme padecer”.

[Cante interpretado por El Rubio, incluido en el álbum Fandangos Gitanos, 1969. Tema popularizado asimismo por Camarón]

“La silla onde me siento

se l’ha caío la anea

de pena y de sentimiento”.

[Letra de la colección de Demófilo, citada por Báez y Moreno, p. 20]

“Los ojos de mi morena

son del color de la noche

de tanto mirar mis penas”.

[De una cantiña del siglo XIX, recreada por Fosforito y recogida en El cante flamenco…, 2004]

“Ni con to el agüita del río,

ni con to el agüita del mar,

podréis apagar el fuego

de un corazón encendido”.

[De una alegría decimonónica, versionada por Fosforito para El cante flamenco…, 2004]

“Si se m’ajuma er pescao

y desembaino er flamenco,

con cuarenta puñalás

se iba a rematá er cuento”.

[Letra copiada por F. Rodríguez Marín, acompañante eventual de Demófilo en las veladas flamencas del café de Silverio. Según nota de F. Rodríguez, “ajumársele a uno er pescao” significa “acabársele a uno la paciencia con que venía soportando insultos o amenazas”. En Cantos populares españoles, 1883, p. 413]

“Ar campo fui yo y a un arbo

a contarle mi sentí.

Y al arbo de oír mi pena,

¡soleá y más soleá!,

y al árbo de oír mi pena

se le secó la raís”.

[Cante transcrito por Demófilo, en cita de Báez y Moreno, p. 20]

“Nunca el agua de los ríos

podrá endulzar el mar,

igual que el corazón mío,

consuelo nunca tendrá”.

[De un fandango del siglo XIX, en voz de Gabriel Moreno. Aparece en El cante flamenco…, 2004]

“Miro el dinero mil veces,

porque aquél que está queriendo

hasta el dinero aborrece.

Te quiero más que a Dios;

¡Jesús, qué palabra he dicho, 

que yo merezco la Inquisición!”.

[De una soleá de principios del siglo XIX, retomada por Antonio Mairena y escogida para el recopilatorio El cante flamenco. Antología histórica, 2004]

“Aquel que tenga la culpa de nuestra separación,

to el que la culpa ha tenido de nuestra separación,

a pedazos se le caigan las alas del corazón,

se le caigan a cachitos las alas del corazón.

El que no sepa distinguir, que no sepa ni distinguir,

que la cabeza le corten y me la traigan a mí”.

[Soleá de la primera mitad del siglo XIX, cantada por Pericón de Cádiz.Disponible en El cante flamenco…, 2004]

“Si esto que me pasa a mí,

le pasara a otro…

Tengo momentos en la noche

de volverme loco”.

[De un cante de Tomás el Nitri, a la manera antigua de cantar en Jerez, a principios del siglo XIX, la siguiriya. Recuperado por Sernita de Jereze integrado en el álbum El cante flamenco…, 2004]

“¡Ay!, que te quiero,

¡ay!, por lo mucho que te quiero

de noche no duermo en cama;

me acuesto con el sentío,

¡ay!, a ver si a la puerta llamas,

y ni aún dormido yo te olvido, ¡ay!”.

[Cante de Enrique el Mellizo, en ejecución de Sordera. Sumado a la compilación Un siglo con duende…, 2002]

E) EDUCACIÓN CLÁNICA GITANA

Frente a la pertinencia absoluta de la educación clánica gitana, la Escuela, aunque se predique intercultural, despliega unos currículos que muy poco tienen que ver con el modo de vida y los intereses espirituales de la comunidad romaní. El cante refleja esta circunstancia, señalando la inutilidad práctica (operacional y situacional, diríaA. R. Luria) del saber escolar o académico —al que denomina con ironía “ciencia”—, particularmente en el ámbito de los sentimientos:

“¡Ay!, soy la Ciencia en el saber,

¡ay!, en el saber;

y digo yo,

y digo yo, ¡ay!, con sentimiento:

¡ay!, que juego con quien no sabe,

 y siempre salgo perdiendo”.

[De un cante de Porrinas de Badajoz, inscrito en Un siglo con duende…, 2002]

“Soy la Ciencia en el saber, ¡ay!,

favor que le debo al cielo;

pero cuando hablo contigo,

toíto mi saber lo pierdo”.

[De una caña del siglo XIX, recuperada por Jacinto Almadény elegida para El cante flamenco…, 2004]

“¿De qué sirve la experiencia

y de qué sirve el saber,

si luego toíto se olvida

apenas llega el querer?”.

[De una cantiña decimonónica, popularizada por Fosforitoy añadida a El cante flamenco…, 2004]

“Pensamiento…

Qué grande es mi pensamiento, ¡ay! (…),

que voy por la calle muerto de amor

y no me puedo valer”.

[De una malagueña de principios del siglo XX, en versión de Manolo Caracol. Forma parte de El cante flamenco…, 2004]

“Saber lo que yo sé,

que la fatiga y el tiempo

me lo han hechito a mí comprender,

los siete sabios de la Iglesia,

no saben lo que yo sé”.

[De una soleá compuesta en torno a 1800, difundida por Antonio Mairena. En El cante flamenco…, 2004]

F) ANTI-PRODUCTIVISMO

Nótese, en los cantes siguientes (García Lorca, 1998, p. 44), esa concepción espiritual de la naturaleza, diametralmente opuesta a la occidental productivista:

 “Todas las mañanas voy

a preguntarle al romero

si el mal de amor tiene cura,

porque yo me estoy muriendo”.

“El aire lloró,

al ver las penas

 tan grandes

de mi corazón”.

“Subía a la muralla

y me dijo el viento:

¿para qué son tantos suspiros,

 si ya no hay remedio?”.

“Una característica particular [del pueblo gitano] es su «ahistoricidad» (…), porque el tiempo que se tiene, que se vive y que no se puede perder es el «aquí y ahora»” (P. Romero, p. 16). Frente a la lógica occidental de “cumplir objetivos”, que asume el pasado para construir el futuro, tendríamos la “lógica gitana de no-planificación”, desentendida del ayer (p. 25).

Una copla de principios del siglo XX, interpretada en nuestros días por Gabriel Moreno, incluida en El cante flamenco…, señala bellamente esa inutilidad, para el gitano tradicional, de volver la vista atrás:

 Y al laíto me ponía

de la tumba de mi padre,

y al laíto me ponía

y escuché un eco del viento;

llorando a mí me decía:

«No te responden los muertos»

En el flamenco, ese rechazo romaní de los presupuestos y las realizaciones de la economía política se ha expresado de una forma particularmente sugerente, desconcertante a primera vista, con coplas teñidas de enigma antiguo. A modo de ilustración, valga con esta pequeña colección de fragmentos de cantes: 

“Sentaíto en la escalera,

sentaíto en la escalera,

esperando el porvenir

 y el porvenir nunca llega”.

[“Estampa”, “inscripción sonora”, que sugiere la máxima im-productividad, el mayor a-logicismo, una perfecta in-utilidad, como en un desacato insuperable, un corte de mangas infinito, al orden de la Ratio, que quiere actividades productivas, comportamientos lógicos, esfuerzos útiles… Nos recuerda no pocos pasajes de La experiencia interior, donde G. Batailletransfundía una suerte de amor a lo gratuito, caprichoso, errátil, absurdo si se quiere. Cante popular interpretado por Esperanza Fernández y recogido en Un siglo con duende…, 2002]

“Un usurero muere rico y vive pobre,

 porque ha sido un usurero;

y es para que luego le sobre

pa pagar al sepulturero

lo poco que vale un hombre”.

[Elocuente descrédito de la mentalidad del ahorro, de la libido acumuladora, extraña a la voluntad de vivir incondicionalmente el presente.  Cante anónimo versionado por Antonio el Sevillano. Integrado en el recopilatorio Un siglo con duende…, 2002]

“En aquel pozito inmediato,

donde beben mil palomas,

yo voy y me siento un rato

pa ver el agüita que toman”.

[Sugerencia de una disponibilidad grande de tiempo, de libertad por tanto, que permite al personaje detenerse, sentarse y mirar sin prisa algo aparentemente tan nimio como unas palomas bebiendo reverso de la dictadura del reloj, de la celeridad y del tiempo malbaratado en los penales del empleo. Cante popular recreado por Manolo Vargas. Se incluyó en Un siglo con duende…, 2002]

“Como yo no tengo ná,

me basta con los luceros

que tiene la madrugá”.

[Suficiencia del hombre que no atesora, huérfano de propiedades. Delálbum Al alba con alegría, 1991. Tango en voz deLole y Manuel]

“Aquel que tiene tres viñas,

¡ay!, tres viñas,

 y el tiempo,

y el tiempo le quita dos,

que se conforme con una,

¡ay!, con una,

y le dé gracias,

y le dé gracias, a Dios”.

[Caña popular, rescatada por Rafael Romero y añadida a la compilación El cante flamenco, 2004, que connota desinterés por el acaparamiento y, en el límite, por la riqueza misma]

G) AVERSIÓN AL ESTADO Y A SUS LÓGICAS POLÍTICAS

El desinterés gitano por la llamada “cosa pública” es máximo; y los romaníes no sintieron, por tanto, la necesidad de erigirla en objeto del cante. Hemos encontrado, no obstante, una composición en la que la referencia a la autoridad política se inviste de mito, consolador si se quiere, recreando o inventando el pasado al estilo de los pueblos orales y en consonancia con su ahistoricidad característica:

“En los tiempos del rey Faraón,

ese padrecito de la raza mía,

celebraron su coronación

cuatro gitanitos que él tanto quería (…),

este padrecito tan bueno y tan santo,

este padrecito de tós los calés”.

[De una bulería de la Repompa, en grabación de Carmen Linares para el CD Antología. La mujer en el cante, 1996]

Sí son abundantes, empero, las coplas en las que se evidencia la antigua y acendrada reticencia del romaní ante las instituciones estatales, ante las burocracias sociales, a las que recurría, o bien al modo astuto de un superviviente aprovechado, o bien en última instancia, para casos excepcionales, como las urgencias sanitarias. Al hospital, por ejemplo, los gitanos acudían normalmente en situaciones límite (hábito corriente aún hoy entre los indígenas menos integrados y los rural-marginales recalcitrantes), tal reflejan estos dos cantes análogos:

“Me faltan las fuerzas,

ya no pueo más;

de fatigas que tiene mi cuerpo,

se va al hospital”.

“Dame la mano, hermana,

que no pueo más;

que, de fatigas que mi cuerpo tiene,

se va al hospital”.

[Letras rescatadas por Demófilo, citadas por Báez y Moreno, p. 29]

APÉNDICE: ANIQUILACIÓN DE LA DIFERENCIA GITANA

El Pogrom ha dejado una honda huella en el cante, en ocasiones como crónica de persecuciones concretas (tal el “Romance de los gitanos del puerto”, que ya hemos recogido) y a menudo a modo de estampa del hombre acosado, de escena de dolor romaní. Baste con una pequeña selección de letras, empezando por la de una copla que interesara a Demófilo, F. García Lorca, R. Molina y A. Mairena, referida al hostigamiento que, hacia 1800, sufrieron los gitanos del barrio de Triana:

“Los gerés por las ventanas,

con faroles y velón:

si arcaso er no s’entregara,

tiraslé que era caló”.

[Letra registrada por Demófilo, en cita de Báez y Moreno, p. 10. “Geré” es un sinónimo de “gaché” o “payo”]

“Los gerés por las esquinas,

con velones y farol,

en voz alta se decían:

mararlos que es calorró”.

[Variante recogida por R. Molina y A. Mairena, 1963, p. 163. “Mararlos” quiere decir “matarlos”, y “calorró” designa al gitano]

“Yo vengo juyendo…

¿Aónde me entraré?

Que me persiguen, mare, los sibiles;

me quieren prendé.

Ya se m’cabaron

ías y venías,

y los suspiros que daba por verte,

compañera mía”.

[De un cante rescatado por Demófilo, p. 140]

“Ya viene la requisa,

ya se oyen las llaves.

Cómo me llora siempre mi corazoncito

gotas de sangre”.

[Transcripción de F. García Lorca, 1998, p. 47]

“Hermanita, no más penas,

que sueño con tu queré;

y el hombre que está en prisiones

se sueña con Lusifé”.

[De la compilación de Demófilo, en referencia de Báez y Moreno, p. 22]

“Nos sacaron los hierros,

nos llevan por las murallas;

las mujeres y los niños

de sentimiento lloraban”.

[García Lorca, 1998, p. 48]

“Toos los hombres más guapos,

toítos se güerven chiquillos

cuando, ensima del yunque,

se les remacha los grillos”.

[Báez y Moreno, p. 6, partiendo de la Colección… de Demófilo]

“Y a siento sincuenta hombres

nos llevan a la Carrasca.

Nos llevan a currelá,

a sacar pieras d’er agua”.

[Báez y Moreno, p. 7]

“A la rejita de la carse,

llamó Curro y vino Pepe;

¡qué fatiguitas serán

las fatigas de la muerte!”.

[Báez y Moreno, p. 28]

El creciente protagonismo de la “cuestión social” en las letras del cante, debidas a compositores gitanos, pero también payos, diluye la especificidad de la queja romaní en el malestar clásico obrero o jornalero. El origen de las letras puede ser no-gitano, aunque las interprete un calé, y también cabe encontrar a un payo cantando temas de composición cíngara, en un exponente de la promiscuidad socio-etno-existencial originada por la absorción (inducida, casi programática) de una fracción no desdeñable del pueblo Rom a lo largo del siglo XX. Hemos seleccionado, como ilustración de este asunto, dos cantes, por no reiterar las mineras, algunas estremecedoras, que recogimos páginas atrás:

“Sin la fatiga y la miseria de un probe,

no podrá un rico vivir”.

[Del álbum José Menese con Enrique Melchor en el Albéniz, 1995]

“Fatiga de jornaleros,

¡ay!, sacando el fruto a la tierra,

el pobre de enero a enero (…).

Lo llevo escrito en las manos:

me llamo el que siempre pierde,

y de profesión el campo”.

[De un tema deJosé Mercé. En el proyecto discográfico Cuerpo y alma, 2001]

La identificación apasionada con una localidad, como el orgullo regionalista, testimonian el proceso de sedentarización del pueblo gitano que, bajo el peso de coacciones diversas, se va despidiendo de su ancestral vida errante:

“Qué bonita está Triana

cuando le ponen al puente

las banderitas gitanas”.

[Citado por Josephs y Caballero, p. 244]

“Cariño le tengo yo

a Linares, que es mi pueblo,

mi gente que tanto quiero (…),

cuna de cantes mineros”.

[Cante popular, en voz de Carmen Linares. Inscrito en Un siglo con duende…, 2002]

“¡Ay!, al horizonte,

sobre la mar de Levante,

un balcón al horizonte,

lo tiene mi Cartagena,

tierra de minas y de cante

y orgullo de España entera».

[De una copla de Gabriel Moreno, seleccionada para Un siglo con duende…, 2002]

“La rabia del que se va

del sitio donde ha nacío,

de la tierra donde ha nacío,

es como la tortolita

que la arrancan de su nío”.

[Del disco José Menese con Enrique Melchor en el Albéniz, 1995]

“Bandera de Andalucía:

 en la blancura del pueblo,

la libertad verdecía”.

[Cante de José Mercé, perteneciente al proyecto discográfico Cuerpo y alma, 2001]

“A mi Málaga natal

siempre estoy añorando (…).

Paraíso terrenal”.

[De una malagueña centenaria, recreada por Fosforitopara El cante flamenco…, 2004]

“Tierra de Andalucía,

tierra que canta;

tierra de hombres que tienen

nobleza y rabia”.

[De “Tierra que canta”, canción del CD Al alba con alegría, 1991. P. Ribera y M. Molinafueron sus compositores]

El cante registra, además, junto a la insistencia en un tema ya tradicional —la mendicidad—, quejas y lamentos por las nuevas condiciones de vida en ámbitos sedentarios: pobreza, desunión o separación en las familias, impotencia material y psicológica, …

“¡Dios mío!, qué vergüenza más grande:

pedir limosna de puerta en puerta

para poder comer”.

[De una siguiriya de Jerez, versionada por el Terremoto. Hace parte de El cante flamenco…, 2004]

“Que al que pide se le sale

el corazón por la boca”.

[En José Menese con Enrique Melchor…, 1995]

“Pensaste tener alegría,

y estás viviendo er mundo

de la gente aborresía”.

[Báez y Moreno, p. 12. El “mundo de la gente aborrecida” es, precisamente, el orden sedentario, urbano, en el que el gitano se ve empujado a integrarse]

“Y yo me estoy muriendo

por tu causita,

sin calor de nadie,

loquito perdío,

en el hospital”.

[Recogido por F. García Lorca, 1998, p. 47. Soledad y abandono incluso en la enfermedad, tras la descomposición de los vínculos clánicos]

“Busca a un rico que te dé;

y cuando el rico no tenga,

ven aquí y yo te daré”.

[De una bulería de la Repompa, retomada por Carmen Linares para Antología…, 1996]

“Las manos a mí me duelen, ¡ay!,

de tanto llamar”.

[De una siguiriya de Triana, que se sumó a El cante flamenco…, 2004. Por Antonio Mairena]

“Ni donde sentarme;

en mi casa ya no quedan

ni sillas donde sentarme:

pa qué, si ya no me dejan

ni el derecho de cansarme,

ni nadie escucha mis penas”.

[Cante popular, en voz de Antonio el Sevillano, escogido para Un siglo con duende…, 2002]

“El corasón de pena

tengo traspasao,

porque no tengo ar batito de mi arma

sentaíto a mi lao”.

[Báez y Moreno, p. 21. Dolor por la separación del hijo]

“Esta noche va a llover,

que tiene cerco la luna:

mi pozo cogerá agua,

que no le queda ninguna”.

[De un fandango de Camarón, “Quisiera volverme pulga”, inserto en Un siglo con duende…, 2002]

Conforme el pueblo romaní se laboriza y sedentariza, relajándose paulatinamente la ligazón clánica o de tribu, dispersándose también las familias desde el punto de vista domiciliario (las administraciones centrales y locales procuran evitar la concentración gitana, estigmatizándola como segregación o auto-segregación), las formas tradicionales de ayuda mutua, los modos de la cooperación y de la solidaridad étnica, tienden a debilitarse; y el dolor individual ya no puede enjuagarse como antaño en el regazo de la comunidad. Se pierde el auxilio y el consuelo del grupo, por lo que las penas —lo deplora una y otra vez el cante— dejan de ser escuchadas, quedan “sin recoger”, se pierden “en el aire”. Asimismo, la naturaleza de la aflicción gitana se modifica, rebasando el ámbito clásico del amor/desamor; y se amplían los motivos de la amargura, tanto como las maneras de su manifestación:

“Si yo muero antes que tú,

mis niños tú no me los abandones.

Pero te voy a encargar, ¡ay!,

que, si otra mare tú les pones,

los mire con caridad”.

[Copla anónima, en cante de Fernanda de Utrera para Un siglo con duende…, 2002]

“¡Ay! ¿Por qué le pegas tú, mal gitano, a mi pare?

¿Por qué le pegas tú a mi pare,

si mi pare es un pobre viejo

que no se mete con nadie?”.

[Cante popular, interpretado por el Diamante Negro y recogido en Un siglo con duende…, 2002]

“Existen ciertas mujeres

 que son rosas con espinas;

que hasta acariciando hieren, 

y te buscan la ruina

diciéndote que te quieren”.

[Antonio el Sevillano, recreando un cante popular.  En Un siglo con duende…, 2002]

“Le pedí que me ayudara,

y no me negó favores:

ese fue el punto y la hora

en que empezaron mis dolores”.

[Cante de Menese, registrado en Rito y Geografía del Cante, 1971-1973]

“Mis penas las llevo yo (…)

que cada uno siente su duelo;

pa qué las voy a publicar,

si nadie siente lo ajeno”.

[De un cante deMenese, certificando la soledad en el dolor del individuo arrancado de la comunidad. En Rito y Geografía del Cante, 1971-1973]

“Ya mi mare no s’acuerda

e los güesos de mi cuerpo:

los tengo apolillaítos

de pasar puros tormentos”.

[Citado por Baéz y Moreno, p. 30. La indiferencia de la madre ante la aflicción del hijo resultaba insólita en la vida gitana tradicional]

“Ni una palabra,

¡ay!, la sabiduría de los hombres que no hablan.

Y en el silencio,

llegará la amarga pena

de mis sentimientos”.

[Diego el Cigala, “Tientos del limón”, en Corren tiempos de alegría + Teatro Real, 2004]

“¡Ay!, pobrecita de mí,

que doy suspiros al aire,

y el aire se me los lleva,

y no los recoge nadie”.

[De una granaína de Tía Marina Habichuela, en ejecución de Carmen Linares, 1996]

“Yo creía que en la vida

toíto era verdad;

qué equivocación la mía:

tan solo veo maldad

y to es hipocresía”.

[De un fandango de Huelva añadido a El cante flamenco…, 2004. Por Paco Toronjo]

“Hermanito mío,

¡por Dios no me llores!,

que las fatigas grandes que yo paso,

no me las redobles”.

[En la Colección…, de Demófilo, citado por Báez y Moreno, p. 28. Tema y estructura que, con variantes, se reiteran insistentemente en el cante: incapacidad, como “individuo” desbordado por sus propios problemas y aflicciones, de prestar ayuda personal al hermano en apuros —signo del ocaso de la comunidad, del desmayo del apoyo mutuo, acontecidos en los tiempos del Programa]

“Borracho me acosté anoche,

borracho me levanté:

¿Será castigo de Dios

que siempre borracho esté?”.

[De un cante de ida y vuelta, en grabación de Jacinto Almadén para El cante flamenco…, 2004]

“Tan solamente a la Tierra

le cuento lo que me pasa,

porque en el mundo no encuentro

persona e mi confianza”.

[Transcrito por F. García Lorca, 1998, p. 44]

“Una cartita me escribiste

y casi no la entendí,

porque las lágrimas mías

me estorbaban pa leer

las cosas que me decías”.

[Hipérbole gitana que expresa, a modo de “estampa”, el dolor de la separación en los tiempos de la escritura y del aislamiento residencial, una vez arrasadas la comunidad (clan, tribu) y la oralidad. De un fandango del siglo XX, en versión de Dolores de Córdoba, agregado a El cante…, 2004]

“No tengo na que envidiarte,

tampoco que agradecerte;

Si me entero yo de tu muerte,

¡ay!, que yo diré: “que en paz descanse”;

¡ay!, y si vives: “buena suerte””.

[Frente a los cantes tradicionales de amor y de odio, empiezan a prodigar los de indiferencia, propios del individuo occidental urbano y casi inauditos en los entornos comunitarios de las demás culturas. De un cante de las minas, en voz de Fosforito, incluido en El cante flamenco…, 2004]

“¿Dónde m’arrimaré yo,

si no hay pecho en el mundo

que quiera darme caló”.

[Báez y Moreno, p. 12]

“Qué cuidao se me da a mí

cuando pasas y no me hablas;

si yo no como ni bebo

con buenos días de nadie,

con los tuyos menos”.

[Repliegue defensivo, orgulloso, super-realista (comer, beber), que delata no obstante la herida por la retirada de palabra, una de las mayores afrentas concebibles en los entornos comunitarios orales y una circunstancia frecuente en el contexto del individualismo occidental. De un fandango alosnero de Juana María, rescatado por Carmen Linares para Antología…, 1996]

“Pare cura, mi marío

me quiere pisar el pié; (…)

déjate que te lo pise,

si te da bien de comer”.

[Carmen Linares, a partir de una bulería de Juana Cruz. En su Antología…, 1996]

Aunque nos ha dejado coplas festivas, es cierto que, en el mundo de los gitanos tradicionales, más que la alegría, el dolor canta. Demófilo copió, a este respecto, una letra elocuente (Baéz y Moreno, p. 24):

“Er que quiera cantar bien,

cante cuando tenga pena:

la misma pena le jase,

¡Niña de mi corazón!,

cantar bien aunque no quiera”.

Nuestra intelección de la palabra gitana antigua, cuando refiere el estilo de vida y la cosmovisión de este pueblo nómada oral, tropieza con obstáculos de índole semejante; de ahí la sensación de rareza, de misterio, que desprenden muchos cantes, pese a la simplicidad de su lenguaje. Vamos a presentar aquí algunas de esas coplas extrañas, cuyo sentido no logramos atrapar de modo satisfactorio:

“Maresita mía,

yo no sé por dónde

al espejito donde me miraba

se le fue el azogue”.

[Recogido por Demófilo, en cita de F. García Lorca, 1988, p. 188-9]

“Hay en la mitá er mar

una piera negra

en donde se sienta

 la mi compañera

a contarle sus penas”.

[De la colección de Demófilo, extraído por Báez y Moreno, p. 24]

“Pare mío Jesús,

daros por contento,

que no le quéan a este cuerpo mío

no más que los huesos”.

[Cante transcrito por L. Suárez Ávila, p. 20. Siguirilla cantada por Luis el Viejo del Cepillo a las puertas de la muerte, en su agonía, con voz estertórea, como recuerdan sus hijos]

Tengo una pena conmigo

que a nadie se la diré;

daré martirio a mi cuerpo,

¡Soleá y más soleá!,/

por darle gusto ar queré”.

[Citado por Báez y Moreno, p. 23]

“Yo me enamoré del aire,

del aire de una mujer;

como la mujer es aire,

en el aire me quedé”.

[F. García Lorca, 1998, p. 116]

No te metas con la Lola;/

la Lola tiene un cuchillo/

pa defender su persona.

“No te metas con la Nena;

la Nena tiene un cuchillo/

pa er que se meta con ella”

[Cante antiguo, recogido por Demófilo]

NOTAS

(1) En palabras de W. Ong, que toma la expresión de un estudio de M. Jousse —fundador de la “antropología del gesto”—, publicado en 1925, a propósito de las antiguas culturas orales hebrea y aranea:

  “[Cabe hablar de] culturas verbomotoras, es decir, culturas en las cuales, por contraste con las de alta tecnología, las vías de acción y las actitudes hacia distintos asuntos dependen mucho más del uso efectivo de las palabras y por lo tanto de la interacción humana; y mucho menos del estímulo no verbal (por lo regular, de tipo predominantemente visual), del mundo «objetivo» de las cosas (…). Dan la impresión al hombre tecnológico de conceder demasiada importancia al habla misma, de sobrevalorar la retórica e indudablemente de practicarla en exceso” (p. 36, versión digital).

(2) Para América Latina, véase especialmente La sociedad contra el Estado (P. Clastres, 1978), La paz blanca (R. Jaulin, 1973), Pueblos originarios en América (A. Cruz, 2010),El derecho consuetudinario indígena en Oaxaca (C. Cordero, 2001) y El mito de la Razón (G. Lapierre, 2003). Para el continente africano, proponemos La muerte en los Sara (también de R. Jaulin, 1985) y África Rebelde (S. Mbah y E. Igariwey, 2000). En relación con el mundo rural-marginal, remitimos a Comunidades sin Estado en la Montaña Vasca (S. Santos e I. Madina, 2012) y a Desesperar (P. García Olivo, 2003). Para los pueblos nómadas, por último, repárese en “El nomadismo en los Estudios saharianos de Julio Caro Baroja”, de C. Junquera Rubio (2007); y en el propio libro de J. Caro Baroja (2008).

(3) En sus palabras: “Hasta el presente, toda la historia humana no ha sido más que una inmolación perpetua y sangrienta de millones de pobres seres humanos en aras de una abstracción despiadada cualquiera: dios, patria, poder de Estado, honor nacional, derechos históricos, derechos jurídicos, libertad política, bien público” (2008, p. 55). En nuestro tiempo, podríamos añadir “Democracia”, “Estado de Derecho”, “Imperio de la Ley”, “Derechos Humanos”, …

(4) Para nuestro caso, adviértase la belleza de estos cantes, celebrados por Demófilo y F. García Lorca, entre otros:

“Acaba, penita, acaba,

dame muerte de una ves;

que con er morí se acaba,

¡soleá, triste de mí!,

la pena y er padeser”.

[Recogido por Demófilo, citado por Báez y Moreno, p. 23]

“Échame, niña bonita,

lágrimas en mi pañuelo,

que las llevaré corriendo

que las engarce un platero”.

“Si mi corazón tuviera

vidrieritas de cristar,

te asomaras y lo vieras

gotas de sangre llorá”.

[Referidos, ambos, por F. García Lorca, 1998, p. 45 y 46, respectivamente] 

(5) Repárese en estas aseveraciones de W. Ong: “Solo se requiere un cierto grado de conocimiento de la escritura para obrar una asombrosa transformación en los procesos de pensamiento” (p. 20). “Las personas que han interiorizado la escritura no solo escriben, sino que hablan bajo la influencia de ella” (p. 26). “Lord descubrió que aprender a leer y escribir incapacita al poeta oral: introduce en su mente el concepto de un texto que gobierna la narración y por tanto interfiere en los procesos orales de composición” (p. 28, siempre de la versión digital).

(6) Desde 1761, María Teresa, reina de Hungría y de Bohemia, inicia una política de sedentarización y de alfabetización-escolarización de los gitanos. “Empezó por bautizarlos con el nombre de «neo-húngaros» o «neo-colonos», considerando el calificativo de «gitano» insultante. Les prohíbe dormir bajo sus tiendas, ejercer ciertos oficios que les eran familiares, como el de traficantes en caballerías, elegir sus propios jefes, utilizar su idioma y casarse si no podían mantener una familia. Los hombres fueron obligados a cumplir el servicio militar, y los niños a frecuentar las escuelas (…). Una inteligente viajera que recorrió la Europa central del siglo XIX nos ha dejado, en su Viaje a Hungría, imágenes lastimosas respecto a la aplicación de esta política:

«Fue un día espantoso para esta raza y que ellos aún recuerdan con horror. Carretas escoltadas por piquetes de soldados aparecieron por todos los puntos de Hungría en los que había gitanos; les arrebataron a los hijos, desde los que acababan de ser destetados hasta las jóvenes parejas recién casadas, ataviadas todavía con trajes de boda. La desesperación de esta desgraciada población apenas sí puede ser descrita: los padres se arrastraban por el suelo delante de los soldados, y se agarraban a los coches que se llevaban a sus hijos. Rechazados a bastonazos y a culatazos, no pudieron seguir a los carros (…). Algunos se suicidaron inmediatamente»” (Clébert, p. 80).  

REFERENCIAS BIBLIOGRÁGICAS Y FONOGRÁFICAS DEL PRIMER APARTADO (“De la oralidad a la escritura”)

Referencias bibliográficas

Báez, V. y Moreno, M., (1983) “Hombre, gitano y dolor en la colección de cantes flamencos recogidos y anotados por Antonio Machado y Álvarez (Demófilo)”, Zaragoza, Archivo de Filología Aragonesa XXXIV-XXXV.

Bakunin, M., (2008) Dios y el Estado, La Plata (Argentina), Terramar. [1ª edición en 1882]

Disponible en www.miguelbakunin.files.wordpress.com/2008/06/dios_y_el_estado.pdf

Caro Baroja, J., (1965) “Los gitanos en la literatura española”, prólogo a Clébert, J. P., Los gitanos, Barcelona, Aymá. Disponible en http://es.scribd.com/doc/70956792/Clebert-J-P-Los-Gitanos

— (2008) Estudios Saharianos, Madrid, Calamar ediciones.[1ª edición en 1952]

Cioran, E, M., (1986) La caída en el tiempo, Barcelona, Planeta-De Agostini.

Disponible “Retrato del hombre civilizado”, una de las composiciones que lo integran, en https://www.dropbox.com/s/xkc3nh3mo96tkay/retrato.pdf

Clastres, P., (1978) La sociedad contra el Estado, Caracas, Monte Ávila Editores.

Disponible en http://www.viruseditorial.net/pdf/la%20sociedad%20contra%20el%20estado-intro.pdf

Clébert, J. P., (1965) Los gitanos, Barcelona,  Aymá.

Disponible en http://es.scribd.com/doc/70956792/Clebert-J-P-Los-Gitanos

Cordero, C., (2001) El derecho consuetudinario indígena en Oaxaca, Oaxaca, Instituto Electoral Estatal.

Disponible en http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/1/195/6.pdf

Cruz, A., (2010) Pueblos originarios en América, Pamplona, Aldea Alternatiba Desarrollo.

Fernández Enguita, M., (2005) “¡Con la Escuela habéis topado, amigos gitanos!”, en Memoria de Papel 2, Valencia, Asociación de Enseñantes con Gitanos.

Disponible en http://aecgit.pangea.org/memoria/pdf/Mariano%20Fernandez.pdf

García Lorca, F., (1998) “Arquitectura del Cante Jondo”, en Conferencias (1922-1928), Barcelona, RBA.

García Olivo, P., (2003) Desesperar, San Sebastián, Iralka Editorial (reeditado en 2014, Zaragoza, La Revuelta Ediciones).

Disponible en https://www.dropbox.com/s/5rkzr9sp130ic4b/Microsoft%20Word%20-%20DESESPERAR.pdf

Jaulin, R., (1973) La paz blanca, Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo.

— (1985) La muerte en los Sara, Barcelona, Mitre.

Junquera Rubio, C., (2007) “El nomadismo en los Estudios saharianos de Julio Caro Baroja”, en la revista Observatorio Medioambiental, Madrid, Universidad Complutense, vol. II, p. 261-277.

Disponible en http://revistas.ucm.es/index.php/OBMD/article/viewFile/OBMD0808110261A/21318

Lapierre. G., (2003) El mito de la Razón, Barcelona, Alikornio Ediciones.

Machado y Álvarez, A. (Demófilo), (1975) Colección de cantes flamencos, Madrid, Ediciones Demófilo. [1ª edición en 1881]

Mbah, S. y Igariwey, E., (2000) África Rebelde, Barcelona, Alikornio Ediciones.

Mumford, L., (1971) Técnica y Civilización, Madrid, Alianza. [1ª edición en 1934]

Ong, W. J., (1997) Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, México, Fondo de Cultura Económica.

Parcialmente disponible en http://www.catedras.fsoc.uba.ar/reale/oralidad-escritura_3y4.pdf

Pohren, D., (1970) El arte flamenco, Morón de la Frontera, Sociedad de Estudios Españoles.

Referencias fonográficas:

Antología. La mujer en el cante, (1996) PolyGram Ibérica, Madrid. [Selección e interpretación de Carmen Linares]

Del amanecer, (1998) Virgen Records, Londres. [Interpretado por José Mercé]

Un siglo con duende. Recopilatorio del mejor flamenco del siglo, (2002) EMI-Odeon, Barcelona. [Varios intérpretes]

El Cante flamenco. Antología histórica, (2004) Universal Music Spain, Madrid. [Dirección y selección de J. Blas Vega. Varios intérpretes]

Verde junco/Hondas raíces (2011) Universal Music Spain, Madrid. [Interpretado por José Mercé]

Romero Sánchez, P., (2009) “Una aproximación a la Paz Imperfecta: la Kriss Rromaní y la práctica intercultural del pueblo rrom —gitano— de Colombia”, en la revista Derecho y cambio social, Lima (Perú), núm. 18.

Disponible en http://www.derechoycambiosocial.com/revista018/gitanos.pdf

Santos, S. y Madina, I., (2012) Comunidades sin Estado en la Montaña Vasca, Ansoáin, Editorial Hagin.

Sloterdijk, P., (2000 B) “Reglas para el parque humano”, en http://www.dropbox.com.

Disponible en https://www.dropbox.com/s/oguqevkz3lysfuk/reglas.pdf

REFERENCIAS FONOGRÁFICAS DEL SEGUNDO APARTADO (“Restantes aspectos de la Diferencia romaní expresados en el cante”)

Fandangos Gitanos, (1969) Hispavox, Madrid. [Interpretado por El Rubio]

Homenaje flamenco a Miguel Hernández, (1971) Hispavox, Madrid. [Interpretado por Enrique Morente]

Rito y Geografía del Cante, 1971-1973, TVE, Madrid. [Varios intérpretes]

Una historia del cante flamenco, (1985) Hispavox, Madrid. [Selección e interpretación de Manolo Caracol]

Al alba con alegría, (1991) Sony, Nueva York. [Interpretado por Lole y Manuel]

Camarón nuestro, (1994) PolyGram, Madrid. [Interpretado por Camarón de la Isla]

José Menese con Enrique Melchor en el Albéniz, (1995) Fonomusic, Madrid. [Interpretado por José Menese]

Antología. La mujer en el cante, (1996) PolyGram Ibérica, Madrid. [Selección e interpretación de Carmen Linares]

Del amanecer, (1998) Virgen Records, Londres. [Interpretado por José Mercé]

Undebel, (1998) Parlaphone Music Spain, Madrid. [Interpretado por Diego el Cigala]

Cuerpo y alma, (2001) Fonomusic, Madrid. [Interpretado por José Mercé]

Un siglo con duende. Recopilatorio del mejor flamenco del siglo, (2002) EMI-Odeon, Barcelona. [Varios intérpretes]

Corren tiempos de alegría + Teatro Real, (2004) BMG, Berlín. [Interpretado por Diego el Cigala]

El Cante flamenco. Antología histórica, (2004) Universal Music Spain, Madrid. [Dirección y selección de J. Blas Vega. Varios intérpretes]

Verde junco/Hondas raíces (2011) Universal Music Spain, Madrid. [Interpretado por José Mercé]

www.pedrogarciaolivo.wordpress.com

Alto Juliana – La Habana

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¿Eres la noche?

Para perdidos y reinventados

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